Capítulo 2
Alemania 1941
El viento helado de aquella tarde grisácea provocaba susurros entre el viento con olor a pólvora. La guerra era inminente, a pesar de los intentos de reprimir la tensión entre Alemania y los líderes de los países miembros de la Sociedad de las Naciones, las cosas no parecían nada alentadoras.
Por lo que muchos de los judíos se vieron obligados a desplazarse, con suerte algunos lograrían sobrevivir, sin embargo no todos corrían con la misma suerte. Puesto que la guerra inundaría la tierra de sangre y terror, grandes campos de batallara darían lugar a cementerios de soldados caídos e inocentes.
Algunos a pesar de la opresión del régimen alemán se atrevían a exponerse. La llegada de los magos atrajo la atención de muchos de los soldados, dejando pasar desapercibida su presencia, ellos llevaron a cabo algunas presentaciones. Repentinamente en el quinto acto se habían reunido más personas de lo esperado, eso hizo que los magos sintieran aceptación y triunfo. Alegremente comenzaron con su presentación, con la que aseguraban dejan boquiabiertos a todos.
—¡Un aplauso para el señor Maschwitz! —Dijo la voz de uno de los animadores de los supuestos magos del milenio, o al menos eso argumentaban—. Él malabarista más ingenioso de todos los tiempos, nos deleitará con una demostración que desafiará a la propia muerte.
La gente se alborotaba como una bandada de gaviotas, en la plaza más concurrida de Alemania, la mayoría de los alemanes que se encontraban en ese lugar eran mujeres y niños, pero eso no impedía la presencia de numerosos soldados entre la multitud, algunos hacían alarde de sus hazañas con los aliados nuevos.
Francia e Italia se habían integrado junto a Alemania después de ser forzados por las tropas nazis. Por lo que ese día la plaza se encontraba abarrotada de muchos soldados en los alrededores de la plaza.
—La nueva invención ante sus ojos. Nuestro voluntario tratará de escapar de la ruleta de la muerte mientras le disparo dagas con fuego. —Maschwitz sonaba tan animado y convincente de presentar un acto magistral, que el mismo era preso de su ego—. Pero esperen, —continuo hablando enaltecido de si mismo—; la ruleta estará en movimiento, poco a poco le iré arrancado la ropa con las preciosas dagas. Así que si él no desea quedarse desnudo deberá de liberarse rápido.
El silencio fue absoluto. Maschwitz Pensó que en ese momento era el centro de atención. Sin dudarlo comenzó a lanzar algunas dagas haciendo que uno de ellos rozara una pierna de aquel hombre inconsciente, quien dejaba entrever unos cincuenta años de edad, su aspecto descuidado hacía pensar que estaba al borde de la muerte.
Por un instante algunos de los soldados se vieron las miradas, luego todos comenzaron a reír en son de burla. El señor Maschwitz estaba desconcertado, su mirada se inundó de furia por unos instantes, luego uno de los soldados le arrojo una piedra, esta cayo en el rostro del mago. No se hizo esperar a algunos decir al unisonó.
—¡Mátenlo! Es un judío.
—De ninguna manera —respondió Maschwitz—. No soy un maldito judío. He traído a vosotros entretenimiento. Pero si os molesto con mi presencia, me marcharé.
—Todo aquel que promulgue algo insensato será ejecutado. —Hizo saber uno de los generales que se encontraba entre la multitud—. Dadle una lección para que jamás olvide que nosotros no perdonamos ningún acto de rebeldía.
—¡Por favor! No. Suplico compasión.
—Atenlo y destruid todas sus pertenencias. Bajen al hombre atado en la ruleta, sánenlo y averigüen quien demonios es.
Los soldados asintieron las órdenes del Coronel Roderscher.
Al momento de que el Coronel se marchará, varios de los soldados dieron inicio a un desastre entre las carpas pequeñas instaladas de los gitanos, afortunadamente, ellos no traían consigo a sus hijos. Al señor Maschwitz después de atarlo a un tronco enorme en la plaza, los soldados comenzaron a golpearlo, al igual que los otros cinco que lo acompañaban, el hermano menor de Dammir quien era el amigo de toda la vida de Maschwitz lo habían golpeado con piedras, dejándolo irreconocible, él gemía por el dolor. Mientras que los otros tres eran golpeados con látigos.
Poco a poco la vista del señor Maschwitz comenzó a nublarse, comenzó a sentir sus parpados pesados y al cabo de unos segundos se desmayó. Mientras él se encontraba inconsciente, Dammir fue asesinado y quemado, por otro lado dos jóvenes de piel morena que los acompañaban como servidumbre fueron llevados como esclavos.
Al cabo de unas horas Maschwitz recobró la conciencia, tosió varias veces escupiendo sangre de su boca, encontrándose entre la realidad y la confusión de una inminente pesadilla se dijo para sí, que él no moriría. Al tratar de reconfortarse así mismo, ciertamente había acertado, se vio en la necesidad de saber de sus acompañantes.
Mordió con fuerza sus labios y parpadeo varias veces, para estar seguro de lo que estaba observando, sin embargo sus sentidos le advirtieron un olor a carne quemada, efectivamente, era su amigo de toda la vida quien estaba ardiendo en las llamas. Quiso gritar, pero su voz no salía. Enmudecido por el dolor que acogía su alma en esos momentos se sumió en un estado emocional que ni el mismo lograba comprender. Una voz lo devolvió a la realidad.
—El bastardo ha despertado. —hizo saber con repugnancia uno de los soldados se acercó y le escupió en la cara.
—Desátenlo, prosigan con un castigo que jamás olvide.
—¿No ha sido suficiente lo que me han hecho a mí y a mis amigos? Sois unos malditos traidores, prefiero la muerte antes que veros de nuevo.
—Nadie ha de negar la muerte que es reclamada por un traidor. —Dijo el Coronel Roderscher acercándose al pobre mago—. Haberos rebelado, y mostrado vuestro acto a la multitud cuando no era permitido ha sido el mayor de los errores que habéis cometido, el castigo es a muerte inminente, en su caso, ha sido una lección para vosotros que os pretendéis desafiaros. Fusiladlo mañana en la mañana.
El coronel Roderscher iba a proseguir con un discurso y miles de argumentos por los que el mago Maschwitz debía de morir, sin embargo, fue interrumpido por el soldado Powbuich.
—Coronel, él moribundo ha despertado. Pero no recuerda su nombre. Parece haber estado en alguna de los frentes, él tiene heridas en el cuerpo que indican un enfrentamiento.
Roderscher volteo a ver a Maschwitz.
—Dígame, ¿de dónde lo ha sacado? Es acaso un espía ruso o americano. Si se niega a hablar rompedle las piernas.
A pesar del dolor provocado en su cuerpo herido y roto, el señor Maschwitz no dijo ni una sola palabra. Los soldados comenzaron a golpearlo más, a pesar de las piernas rotas se prometió no decir ni una sola palabra, era lo menos que podía hacer por su familia, de hablar podría exponerlos a una muerte segura.
A pesar de sentir que su cabeza explotaría por contener el dolor, resistría, sabía que había hecho mal muchas cosas, vender esclavos, violar a mujeres, e inclusive asesinar por unas cuentas monedas, quizá el remordimiento se hacía presente al sentir a la muerte acercarse a pasos agigantados hacía el. A pesar de eso, en un último acto de amor, protegería a su familia.
Después de varias horas de tortura no había pronunciado ni una sola palabra, más que los quejidos de dolor. Por lo que el coronel Roderscher molestó saco su arma y le disparó en el cabeza, inmediatamente murió.
—Scheck asegúrese de saber quién es el moribundo, no tengo tiempo para interrogarlo. Avise al pelotón diez que marchamos mañana a primera hora. El frente se pondrá cada vez más difícil.
—A la orden mi coronel.
Scheck era un soldado de treinta años de edad, de baja estatura y piel blanquecina, llena de cicatrices en los brazos y cara, sin embargo no era tan talentoso, por lo que e había sido designado a cuidar del armamento en una de las bases centrales de Alemania, pero pronto el marcharía a la guerra también.
Comenzó a caminar, hizo una señal a su buen amigo Powbuich, ellos comenzaron a caminar en dirección a la base siete, donde se encontraban los heridos y lesionados. Al ingresar en una de las secciones de la un viejo hospital construido años atrás, el panorama distaba a ser tranquilo, las voces de muchos soldados murmurando inundaba toda la sala, por lo que ambos se vieron en la necesidad de separarse.
Scheck se dirigió a una habitación a varios metros de donde se encontraban los malheridos o a punto de morir. Por un instante se sintió solapado con la sola idea de pensar en acabar como ellos, o muerto en algún campo de batalla, trago saliva, luego torpemente tropezó con una camilla vieja. Algunos de los soldados vieron aquel momento vergonzoso, no se hizo esperar algunos insultos por su torpeza, pueda que era verdad, alguien como el pondría en riesgo una misión.
A pesar de ello, siguió caminando con los hombros erguidos, momento después ingresó a la habitación doce, ahí observó a otros soldados, pero estos se encontraban en mejores condiciones, aunque estaban en proceso de recuperación las recuelas de la guerra vivida había dejado resabios para siempre en la vida de ellos, puesto que ver a hombres amputados de piernas o brazos, e inclusive lisiados, Scheck pensó en la guerra como algo letal.
Aun así, era un soldado Alemán con ideas revolucionarias, a pesar de que Hitler era su ídolo, en ocasiones no estaba de acuerdo con los ideales nazis que iba imponiendo. La ultima orden emitida era enviar a aquellos hombres que pudieran disparar, o ser capaces de caminar, por ello su obligación era reclutar. Al acercarse a la camilla donde se encontraba aquel hombre desahuciado, al verlo se quedó atónito.
—Cómo es posible. No sabía que era usted comandante Frutchmam.
—¿sabéis quién soy?
—Por supuesto, usted fue uno de los primeros en dirigir la tropa de Alemania, pero no supimos nada después del enfrentamiento contra Francia. Pensamos que había muerto.
—No recuerdo nada. Habéis dicho guerra, no logro siquiera imaginar algo así, siento que mi cabeza da vueltas.
—Es un milagro. Al coronel Roderscher no le gustará saber que usted está vivo, en su condición actual usted podría volver a dirigir un nuevo pelotón.
—Niño, no estoy en condiciones para estar en una guerra, habéis olvidado mi pérdida de memoria.
—De ninguna manera. Nuestra obligación es reportar quienes se encuentran disponibles para incorporarse en las fuerzas armadas, pronto iniciarán con un nuevo ataque, Rusia no piensa ceder tan fácilmente. Pronto tomaremos ese país. Si ellos oponen resistencia, saben que no nos detendremos. Procure descansar comandante Frutchmam, haré saber a los superiores de su salud, pasado mañana vendré por usted.
Después de que él joven soldado se marchará Frutchmam se quedó recostado viendo el techo viejo y polvoriento de aquella sala en la que se encontraba. Cerró los ojos adoloridos a duras penas tratando de recordar algo acerca de él, sin embargo un sonido punzante en su cabeza lo devolvía a la nada. Ni siquiera recordaba a su familia, si es que la tenía.
Posterior a los intentos fallidos, se sumió en un sueño profundo, al instante escuchó voces llamándolo. Parecían tan lejanas. Trataba de prestar más atención a esas voces, pero nada, no comprendía nada.
—Comandante Frutchmam, ¡despierte por favor! ¿Puede escucharme?
Él poco a poco fue despertando. Una enfermera de baja estatura estaba cerca de él, revisando algunos vendajes en sus brazos.
—¡por fin ha despertado! —Dijo animada—. Hemos logrado localizar a su familia, su esposa e hijas están aquí.
Al escuchar aquellas palabras pronunciadas por la enfermera, se quedó pasmado. Se encogió de hombros, frustrado por no recordar a sus hijas y a su esposa, el miedo lo invadió, puesto que no sabría cómo lidiar con su pérdida de memoria, en sus adentros imploró por un milagro.
—Han pasado cinco años Jae, pensé que habías muerto. —Expresó con voz trémula su esposa Demi—. La enfermera me ha informado de lo ocurrido. Elly y Anne están afuera esperándonos. ¿Me recuerdas? Soy tu esposa, Demi. —Ella lo observó.
—Lamento esto, no sé qué decir, me siento un tonto por no recordar nada. —Se encogió de hombros molesto consigo mismo.
—Lo sabemos, verás que podrás recuperar tu memoria con un poco de ayuda. ¿Cuándo podré llevármelo a casa? —preguntó Demi a la enfermera.
—Esta misma tarde si gusta. Ya hemos curado sus heridas, su condición es estable.
—Grandioso.
Demi se había ido con la enfermera a llenar algunos papeles. Por otro lado Frutchmam apenas digería el hecho de ir a su casa y enfrentarse a una verdad abrumadora. Sentía que engañaba a todo mundo al no recordar nada. Al tratar de pensar muchas cosas no sintió como se quedó dormido.
Unas voces se lograban escuchar, al principio parecían susurros, al cabo de unos minutos por fin había logrado despertar.
—¡Es hora de irnos! —Dijo su esposa dedicándole una sonrisa tranquilizadora.
La enfermera les había indicado tomar la salida trasera, cuando estaban saliendo en la parte menos concurridos, un carruaje estaba esperándolos. Los nervios que Frutchmam pensó controlables en ese instante parecían un torbellino. Sintió sus pies pesados a cada paso que daba. Luego observó unas siluetas moviéndose dentro del carruaje. Él se tensó al no saber que decirle a sus hijas, ni siquiera lograba recordar cómo se veían o cuando menos su nombre.
—¡Tranquilo Jae! —Murmuró su esposa mientras lo tomaba de los brazos—. Les he explicado todo, ellas también están nerviosas.
—¡Gracias! —Respondió Jae con nerviosismo.
Al abrir la puerta del carruaje para que ellos pudieran subir Frutchmam observó atentamente a las niñas que se encontraban sentadas observándolo con curiosidad, sin embargo la más pequeña acudió a su encuentro dándole un abrazo despreocupado. A lo que él se limitó a decir casi nada, le dedicó una sonrisa a aquella niña que parecía dulce y delicada como una rosa, con sus mejillas rojizas y cabello trenzado le hicieron pensar en una muñeca adorable con un vestido celeste. Por otro lado, la otra niña vestía elegantemente un vestido amarillo con una cinta blanca en la cintura. Y el cabello suelto.
Volviendo para sí sus pensamientos, subió poco a poco dentro de carruaje. Al cabo de unos minutos se marcharon de allí. En la ventanilla observaba con aplomo cada uno de los edificios en los que iban pasando, algunos era asombrosos, con detalles y colores pintorescos, mientras que otros invadían cierto temor en Frutchmam, la guerra comenzaba a dejar sus hullas en la ciudad. Trataba de posar la vista en el panorama de afuera, pero sabía que las miradas de sus dos hijas estaban sobre él como soldados vigilantes. Nervioso por ello se decidió por fin romper el silencio.
—¿Cómo han estado?
—¡Bien! —Respondió rápidamente Anne la hija mayor—. Pero ahora ya no iremos a la escuela por tu culpa —puntualizó ella con enfado.
—No es cierto Anne, mamá había dicho que nos marcharíamos meses atrás. Lo dices molesta porque no irás a jugar a las muñecas con tus amigas, prefieres jugar más con ellas que conmigo. —dijo Elly arrugando la nariz.
Al parecer se había formado una ya de las tantas discusiones entre hermanas, de cierto modo parecían irrelevantes, sin embargo para aquellas niñas era la cosa más importante.
—¡Niñas por favor! Su padre acaba de salir del hospital. Podrían dejar de discutir. Es el colmo.
—Está bien, déjalas. Tienen razón mudarse es un problema todo el tiempo. Ellas deben de adaptarse. Y abandonar la vida a la que estaban acostumbradas.
—No tienes por qué estar a su favor, estamos en guerra. —La voz de Demi se endureció ligeramente, tornándose rígida—. Ocultarles las cosas no ayudará en nada, al menos que quieran morir entonces no diré nada.
Después de que Demi terminará de decir aquellas palabras Elly se puso a llorar, sus majillas parecían cubrirse por la gran cantidad de lágrimas que amenazaban con acabar con la paciencia de su hermana. Siendo lo contrario ella Anne se enfureció tanto que se quedó callada tapándose los idos a los sermones de su madre.
Para Frutchmam había sido tan incómodo, no sabía cómo actuar, el ser padre era lo que menos deseaba en ese momento. Sin saber cómo disipar un poco las cosas, el extendió sus manos para abrazar ligeramente a Elly, ella al sentir sus brazos correspondió a ellos con ello se acurrucó suavemente en los brazos de su padre aun lloriqueando. Minutos después las cosas se habían calmado. La pequeña niña hacía sentir a Frutchmam una ola de emociones indescriptibles, sentir su respiración en su pecho provocaba un deseo ferviente de proteger a aquella frágil niña en sus brazos.
Después de casi una hora, llegaron a su destino. Aquella casa era enorme. Anne fue la primera en bajarse, sin decir ni una sola palabra, ingreso rápidamente a la casa. Mientras que Demi tomaba con cuidado a Elly quien dormía profundamente. Por ultimo Frutchmam fue bajando poco a poco. Dando pasos cortos siguió a su esposa.
Al ingresar a su casa observó la elegancia que emitía la casa, además de unos amueblados de colores cálidos. Demi fue a dejar a la niña a su habitación, minutos después regreso a la sala donde Frutchmam seguía parado.
—Sé que esto es difícil.
—No lo sabes. —Respondió rápidamente—. No sabes lo molesto que es estar así, sin saber qué hacer, se miento inútil, un estorbo, si alguna vez tuve una vida, hoy ya no está, mi memoria esta como una hoja en blanco. Como debo de actuar, como hago para disimular que esto no me hace daño.
—Eso crees. Estos cinco años sin saber de ti y tu afán de ir la guerra daño nuestras vidas. Las noches que pasé preocupada por ti si estabas bien o no. fue un martirio, y ahora apareces sin reconocerme. No, no me duele. La única victima eres tú. Si quieres saber un poco más deberías de ir a tu oficina y recordar un poco más. No hemos tocado nada, esta intacto como la última vez que estuviste ahí. Está en la segunda puerta del lado derecho.
Sin más Demi subió las escaleras en dirección a una de las habitaciones de visitantes.
Frutchmam se quedó meditando los sucesos anteriores, sintiéndose culpable. Sin pensarlo más comenzó a caminar hacia la oficina que Demi le había dicho al ingresar percibió un olor a papeles viejos y planos esparcidos por todo el lugar. La luz se filtraba por las ventanas forzosamente, puesto que el polvo cubría la mayor parte de aquel ambiente. Curioso se acercó al escritorio principal, donde pudo observar varios libros entreabiertos y unos planos marcados. Al limpiarlas del polvo quedó perplejo, estos eran planos de bases de las bases de los alemanes, al ver todo aquello se formó un nudo en su garganta, se cuestionó a sí mismo. No podía imaginarse la clase de persona que era. Vio sus manos temblorosas u pensó en la idea de cuántas vidas había arrebatado.
Frutchmam se sintió abrumado con todo lo que veía. A pesar de ello, decidió continuar y saber más sobre él. Abrió la gaveta del escritorio encontrándose con una vieja foto donde él vestía un uniforme militar en el que se dejaban entrever varias medallas y cinco estrellas, junto a él se encontraban varios soldados y un avión detrás de ellos. Para su sorpresa la fecha estaba escrita en el reverso de la foto quince de agosto de 1930...
Estando en aquella oficina polvorienta por el paso de los años no sintió como se había quedado dormido. El chirrido de una de las ventanas causada por el viento lo hizo entreabrir los ojos. Sin embargo no pudo, en un instante sintió su cuerpo ser envuelto por una fuerza extraña. El cuerpo se le hizo pesado tanto, que no pudo siquiera pestañear, a duras pena mantenía la respiración con su corazón al límite. Escucho unas voces, las cuales a los pocos segundos parecían cobrar vida.
—Capitán. No hay duda alguna. Uno de los motores del avión ha sido destruido. No sobreviviremos. Este es el fin.
—Es inevitable Federic. Hemos fracasado. —Frutchmam reconoció de inmediato su propia voz. Luego observó algo inusual en su cuerpo, se volvía transparente.
—Capitán, que ocurre. Usted... —dijo el muchacho sorprendido al verlo desaparecer poco a poco—. Creo que estoy muerto. ¿Qué es usted? ¡No quiero morir! —gritó por última vez aquel muchacho cuando de pronto una explosión acabo con todo.
—¿Jae estas bien? — esa voz parecía llamarlo.
Como si su respiración hubiese sido devuelta de manera abrupta. Despertó rápidamente respirando con mucha rapidez. Tosió varias veces antes de que pudiera articular alguna palabra.
—¿Qué ha pasado Jae? Me has dado un susto. —Afirmó Demi aliviada por verlo respirar de nuevo.
—Tuve un sueño extraño. —su respiración aún seguía agitada—. No estoy seguro de que haya sido un recuerdo, pero me encontraba piloteando un avión junto con uno de los muchachos de la foto. Pensé que había muerto pero algo ocurrió.
—Tranquilízate. No te esfuerces demasiado. Todo lleva su tiempo. No quiero acelerar las cosas, pero el Coronel Roderscher está aquí. Está esperándote en la sala.
El rostro de Frutchmam palideció por alguna extraña razón. Un escalofrió recorrió su cuerpo. Sin decir ni una sola palabra se puso de pie. Caminó en dirección a la sala cuando sus ojos se encontraron con un hombre sentado fumando un cigarrillo
—¡Oh! Mi buen amigo Jae. Me parece todo un milagro el que estés con vida. Tu esposa me ha explicado la situación en la que te encuentras. Pero debemos confiar en un milagro más, puesto que el simple hecho de que hayas logrado sobrevivir afirma que ha sido obra de Dios.
—Me temo que es un castigo Coronel. —Las palabras de Frutchmam eran pronunciadas con dureza —. No recuerdo absolutamente nada. La gracia de un milagro no la veo Gratificante.
—¡Tranquilo¡ no hay porque alterarse. Soy alguien flexible, pero las circunstancias me exigen resultados. Usted sabe cómo están las cosas en el país. Por lo que mi visita es únicamente para reclutarlo. Tengo la sensación de que podrá recuperar su memoria.
El coronel Roderscher de puso de píe. Acomodó su uniforme, y luego observó directamente a Jae.
—Ya nos han ordenado trasladarnos a otra ciudad. Creo que está informado de ello. —Se volvió a sentar y prosiguió mientras seguía fumando—. La próxima semana nos marcharemos. Suponiendo la situación de un nuevo ataque, lo mejor será reagruparnos donde hemos estado perdiendo terrero, la guerra es desafiante Jae, perseguimos lo que creemos que es correcto y juzgamos aquello que creemos que no lo es. Puedes sentirte perdido. Pero yo te ayudaré. Puedes descansar unos días más. Enviaré a algunos muchachos por ti en tres días, sé que en tu oficina tienes muchas cosas con las que informarte, ahí nos reuníamos para planear las estrategias de ataque. Nos veremos pronto Jae.
Jae Frutchmam asintió. Pronto iría a la guerra. El temor lo invadió e hizo que sintiera la presión de aprender las cosas desde cero, de ese modo aprendería como debiesen de funcionar las cosas si deseaba sobrevivir en un mundo caótico. Se vio obligado a encerrarse en la oficina al día siguiente, revisando documentos antiguos, sus estudios académicos al igual que algunos planos viejos y fotografías.
Al paso de los días, los resultados parecían gratificantes. Pensaba que era suficiente. Aunque jamás imaginó el verdadero rostro de la guerra. Un carruaje llegó a temprana hora con tres muchachos jóvenes. Él no los recordaba, pero ellos habían sido clave para recuperar algunos de los frentes al enemigo.
—Señor Frutchmam. Es un honor conocerlo. Soy Henry. Lo escoltaré hasta el frente hasta que se reúna con su pelotón. Nadie se imaginó que siguiera con vida, muchos creen que es un milagro, hasta incluso una profecía de ganar la guerra.
—Suenas muy animado muchacho. Me siento como un extraño finjo ciertas cosas para no parecer un idiota o un bueno para nada que va a la guerra sin recordar ni un instante de aquella vida. Agradezco que sea honesto. Pero las palabras ahora solo me sirven para ocultar lo que me reprime.
El muchacho no supo que responder. No sabía si aquellas palabras eran para él o para el señor Frutchmam.
—Hora de irnos.
Durante el trayecto. Jae observaba el parto verdoso y la gente marcharse. Aunque algunos se deleitaban con las mejores copas y vestimenta, otros en cambio eran obligados a abandonar sus hogares. Lamentaba tanta incertidumbre. Recordó que la noche anterior había leído documentos sobre el Frente. La guerra iniciada por Alemania para expandir sus tierras y erradicar para siempre a los judíos.
No concibió la idea de que alguna vez hubiese sido un asesino. Porque eso era. La guerra arrasaba todo a su paso, injusticia, traición, muerte. Por suerte los soldados guardaban silencio. Siguió debatiendo la magnitud de la guerra. Él sabía mejor que nadie que las órdenes de sus superiores eran incuestionables. De tanto meditar poco a poco fue sumergiéndose en un sueño ataviado de viejos recuerdos de su yo anterior.
—Thomas, o como debo de llamarte. Cuantas veces necesitas reencarnar y recordar quien eres en verdad. —Dijo una voz entre ecos a la distancia—. Recuerda porque viajaste aquí.
Jae despertó de un salto. Sus ojos no distinguían más que fogatas a la distancia. Él se preguntó qué era lo que había ocurrido.
—¿Dónde estamos? —preguntó al joven soldado.
—Nos quedan dos días de viaje señor. Hemos viajado todo el día. No se preocupe, llegaremos pronto. Luego lo transportaran en uno de los autos de lo generales.
Tal y como lo había asegurado el joven soldado. Los dos muchachos que se habían encontrado con él en el hospital se encontraban esperándolo.
—General se ve mucho mejor.
—Gracias. —Frutchmam estaba tenso. No quería hablar con nadie—. ¿Podemos darnos prisa?
—A sus órdenes general.
Comenzaron a aventurarse entre la diminuta carretera llena de charcos de agua y acompañado de sacudidas constantes. Varias horas después se detuvieron en uno de los campos de concentración controlados. La tierra era irreconocible, los escombros de una vieja ciudad y rostros olvidados los observaban curiosos. Esa no era una vida, no era humano vivir en aquellas condiciones. Los seres humanos eran crueles y peligrosos. Cuántas vidas por la imposición de un ideal y la expansión de sus tierras.
Frutchmam Reconoció que Alemania era el antagonista de la historia. Él no podía hacer nada. Era solo una pieza más del juego. Ni siquiera podía elegir ahora lo bueno o lo malo. Al pasar por esa ciudad vio a varios de los judíos atados y lastimados, sus ojos lo perforaron. Sintió nauseas. Que habían hecho los judíos para merecer vivir asi, no los alemanes eran dioses para juzgar. Ni mucho menos tomar vidas inocentes.
Uno de los soldados de había dado cuenta de lo que el observaba.
—Se lo merecen —aseguró.
El no respondió. Desvió la mirada a otro lado fingiendo dormir para no ser molestado. Después de un viaje interminable llegaron a Frente. El desalentador panorama le hizo cuestionar nuevamente a los seres humanos. Los bombardeos se escuchaban a la lejanía como orquestar.
—Su arma General.
—Acaso no hay descanso.
—Cree que estamos en una fiesta. Esto es una guerra. Lo único que cuenta es ganar. Ellos se acercan y nosotros necesitamos contraatacar.
—Hoy habrá limpieza general. Usted debería de ir.
—De que hablas. —Cuestionó Frutchmam.
—Los judíos serán quemados como de costumbre. Así vamos bajando los números. Ellos serán los primero señaló.
Cuando Frutchmam vio a una fila de quince niños entre los siete años a los quince años. Sintió una indignación. Recordó porque había llegado allí. Lo querían muerto por liberar a varios judíos. El general desertor era él. Si tenía que morir de nuevo no haría. Estaba decidido a liberarlos. Esperaría por lo menos unos minuto para planear algo.
—busca al general, necesitó el relevó. —Ordenó el al soldado—. De los niños me encargo yo. Será sencillo.
Al ver a los niños observó el carro del que había llegado. Esa era su salida. Como si sus manos supieran que hacer, disparó a los dos soldados que llevaban a los niños. Luego fue hacía ellos.
No sabía si ellos entenderían.
—¡Vamos! Al auto. ¡Corran!
Algunos hicieron lo que él dijo. Otros se quedaron parados con temor. Escucho a la lejanía a los soldados venir hacía ellos. Corrió de nuevo a auto. Arrancándolo
—¡Corran! —Dijo de nuevo a los que seguían parados. Ellos por fin habían hecho caso. Cuando la balas perforaron sus pequeños cuerpos.
Arrancó y auto y se marchó con el resto de niños. Pensó que había huido lejos. Cuando varios soldados comenzaron a dispararle al auto. Luego un estallido mandó a volar al auto. No era una historia alentadora. No había salvado a nadie. El solo desapareció. Mientras el fuego consumía los cuerpos de los niños. Había muerto en esa vida sin saber cuál era la razón...
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