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Prólogo


Una bocanada de aire frio le devuelve la vida a su cuerpo maltrecho, sus ojos se abren con una pesadez inhabitual mostrando sus oscuras pupilas marrones, sus extremidades se niegan a funcionar sin embargo con un esfuerzo sobrehumano logra ponerse de pie por un momento para luego volver a caer en la tibia arena de aquel lugar desconocido.

El joven resignado contempla el paraje, es una inmensa playa, a pocos metros se encuentra el mar meciéndose calmado, sopla el viento una briza salada y fresca, las pocas palmeras pequeñas se mecen con el viento.

Aunque todo parezca en calma hay algo muy extraño, no hay presencia de nadie (animal o persona) el individuo está solo y esa idea parece gustarle poniéndole a gusto, tan solo su estómago se queja gruñendo.

Las palmeras parecen estar inclinadas por el peso de sus frutos así que trata de ponerse de pie nuevamente, pero es en vano, siente sus piernas como si no le pertenecieran, como si de otro cuerpo se tratara, no hay manera de saciar su hambre así que vuelve a acostarse en la arena tratando de conciliar el sueño. Seguro que está a salvo allí.

Sueña con un montón de edificio azules, una inmensa alameda, un parque de diversiones, todos en ruinas, recorre aquellos lugares desiertos tratando de encontrar a alguien de quien no tiene memoria, pero sabe que le espera y cuando ya está cansado mira al horizonte divisando dos figuras que se acercan.

Son una joven que lleva de las manos a un niño pequeño, ella es esbelta, tiene cabellos negros largos, ojos melancólicos.

— Es muy bonita — piensa para sí mismo tratando de recordarlos por el atuendo azul cielo que ambos portan.

Ella esboza una sonrisa al verle. El niño parece un lindo muñequito de la juguetería, con cabellos castaños al igual que sus ojos sonríe mostrando sus dientecitos nacarados.

— Por fin estas aquí – dice la joven alzando al pequeño en brazos.

— Así es — titubea él.

— ¿Dónde estabas? — pregunta ella.

Yo... — el chico lo medita un momento, pero no consigue recordar nada pues su mente es un remolino de ideas vagas — Yo no lo sé.

¿Quién eres?

Trata de buscar de nuevo algo en sus recuerdos, pero su mente se nubla aún más.

Yo... no sé quién soy.

— Entonces no eres a quien busco — suspira ella y se da la vuelta.

— Aguarda — ruega él caminando tras ella — No recuerdo mi nombre, pero si el tuyo.

La muchacha se da la vuelta mirándole incrédula y aguardando.

— Tu nombre es.... Yo... no lo sé, pero sé que eres la persona que estoy buscando.

Ella no le hace caso y continúa caminando, el niño le mira entristecido y alza sus manos tratando de alcanzarle esto produce que el joven vuelva a tratar de recordar, quizás no la recuerde a ella, quizás no se recuerde a si mismo pero aquel niño está seguro de conocerlo, de ser alguien cercano a él y de haberlo amado con toda su alma.

— ¡ABEL! — le habla al niño que trata de zafarse de los brazos de la joven al oír su nombre.

La chica se da la vuelta y sonríe por primera vez caminando hacia él, le abraza con ternura.

— ¿Cuál es tu nombre?  — le pregunta el joven cuando ella se separa — ¿Y cuál es el mío?

Ella abre la boca, pero se queda paralizada mientras su rostro se va llenando de terror en segundos y su tez se vuelve clara como la cal, levantando el brazo señala algo detrás de ellos, él voltea divisando que el sol del atardecer está siendo opacado por una niebla tan inmensa como oscura que va cobrando forma y destruyendo los restos de la ruinosa ciudad tan rápido como si fueran piezas de domino, mientras repta a toda velocidad hacia ellos va cobrando forma de reptil inmenso. Él intenta huir, pero sus piernas no responden quedándose como un árbol que no puede huir del rio embravecido en una tormenta.

— ¡Huyan de aquí! — ordena a sus acompañantes, pero ellos no se mueven.

— No te dejaremos — le dice la muchacha.

Sus palabras hacen mella en el corazón del chico, que incita de nuevo a su mente a recordar a aquella persona la cual esta dispuesta a quedarse junto a él, al sentir aquella niebla reptar por su cuerpo toma la mano de la chica tratando de aferrarse a ella, pero la niebla le envuelve con un frio abrazo arrastrándole hacia atrás alejándolo de ellos. La chica corre tras él, pero la niebla que parece tener vida propia aumenta la velocidad de la retirada, el niño llora alzando las manos.

— ¡Yo cuidare de él, F...! – le grita la muchacha.

Parece haberlo llamado por su nombre, pero aquel extraño ruido que produce la niebla le impidió oírlo, en instantes las siluetas se van perdiendo en la lejanía hasta desaparecer entre las sombras, trata de zafarse, pero la niebla se hace más densa y se ciñe sobre él ahogándolo, se siente mareado como a punto de ahogarse entre aquella aterradora carcelera.

— ¡Auxilio! — clama sollozando.

Se despierta de aquella pesadilla con la frente bañada en sudor, sigue en aquella paradisiaca playa tranquila pero ya no está a gusto puesto que le duele la cabeza de tanto pensar en su nombre mientras se levanta.

¿QUIÉN ES ÉL? ¿QUÉ ES ESE LUGAR? ¿POR QUÉ ESTA ALLÍ? Y LO MÁS IMPORTANTE ¿POR QUÉ ESE EXTRAÑO LUGAR ESTA TAN CALMADO Y SOLITARIO?

Sus preguntas no tienen respuesta alguna, aquel silencio no le produce paz sino desesperación, aquel maldito lugar es todo menos algo que inspire confianza y estar allí probablemente sea igual de tenebroso que la niebla de su sueño.

Nota algo extraño, observa que la arena de sus pies está sepultando sus zapatos, trata de salir, pero parece estar pegado a un extraño pegamento como una mosca en una telaraña inmensa, la arena al igual que la niebla lo está engullendo sin que pueda defenderse.

Recuerda algo. Una persona a la cual no puede verle el rostro le dice.

— No confíes, este lugar es un infierno disfrazado de paraíso.

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