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Capítulo 3

El último viaje

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3

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Dos semanas después

Shaina aprovechaba los días en que Radamanthys se ausentaba para recorrer por su cuenta y conocer otros lugares, o bien, revisitar aquellos que habían llamado su atención. Esa mañana salió de casa a eso de las diez luego de desayunar algo, encaminando sus pasos a Tower bridge ya que deseaba recorrer el puente a pie deleitándose con la vista.

Los ferrys iban y venían, más allá se podían ver los edificios modernos alrededor de la catedral de San Pablo y a lo lejos veía la noria, London Eye, y la bella vista del Thames. La joven estaba de pie en uno de los miradores aspirando el aire de la mañana. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía ligera, libre y sin preocupaciones.

Cruzó el puente yendo con paso lento hasta el otro lado siguiendo derecho por la transitada calle. Abordó un autobús rojo hasta su destino en Borough High ST donde estaba un Mercado de abarrotes y comida que le interesaba conocer desde hacía unos días.

Los pasillos del mercado Borough estaban repletos de locales que ofrecían todo tipo de comestibles. Shaina aprovechó para recorrer los aún vacíos pasillos analizando con calma que llevaría a casa; a diferencia de su compañero espectro, ella era aficionada a las mermeladas, tenía especial adicción a las de frutos rojos así que aprovecho y se llevó una. También llevo otros aditamentos como lo eran salsas para pasta, algunas verduras y pasta artesanal así como un queso parmesano pequeño.

Un establecimiento en particular, ofrecía salsas hechas por los vendedores italianos que lo llevaban así como otros ingredientes. La joven las observó con cierta nostalgia sonriendo tristemente. Ya no recordaba mucho de su vida en casa, no recordaba los rostros de sus padres, su hermana o su tono de voz. Solo recordaba que su mamá gustaba de las salsas rojas.

Tras andar por varios minutos, tomó asiento en una de las muchas mesas pidiéndose un café y un bizcocho mientras dedicaba un tiempo a pensar en el pasado. Radamanthys le pregunto por esos días por que no quiso llevarlo a conocer su tierra, el país que la vio nacer en vez de hacer un viaje a una ciudad tan costosa como lo era Londres, a lo que Shaina se negó.

—Solo sé que nací en alguna parte en las orillas de Roma, pero no recuerdo en donde. No se como desenvolverme, así como tú, en una gran ciudad, desde que huí de ahí he vivido encerrada en el Santuario.

—Ya veo... —respondió bebiendo un poco más de su té.

—No me malentiendas. No es que no quiera llevarte a conocer, es que no tengo lazos con ese sitio actualmente, además habló muy mal el idioma; ni siquiera pude insultar a Deathmask cuando tuve un pleito con él en su audiencia ya que mi italiano es deficiente. Mis padres fueron asesinados delante de mí y... tengo malos recuerdos del país en general.

—No hay problema, no debí preguntar. Perdona —respondió apenado entiendendo que ella, simplemente, detestaba ese sitio.

La joven observó con cierta nostalgia la salsa para pasta. Hasta esos días que tenía la oportunidad de vivir por aparte, es que se dio la oportunidad de cocinar por sí misma y llevar una casa entre dos personas encontrando la actividad agradable y diferente. Intento hacer pasta preparada en los pasados días siendo recibida con gran alegría por su compañero.

Radamanthys le confirmó que hacía mucho tiempo que no comía algo cocinado en casa. Algo con ese sabor único y siempre que ella preparaba algo, él repetía otra porción. Shaina se sintió motivada a cocinar un poco más pues, todo parecía indicar que, habría heredado el sazón de su madre y con tan excelente retroalimentación, es que dejaba volar su imaginación con las recetas.

Luego de su visita al mercado, la joven se dirigió al puente para cruzarlo y dar un largo paseo por las ajetreadas calles en The City.

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El juez del Inframundo volvio a casa a la mañana del día siguiente encontrando sobre el mueble de la cocina los ingredientes de lo que su compañera cocinaría para la cena haciendole sonreir. Si hubiera alguna forma en que él pudiera gozar de una comida casera por el resto de sus días, lo haría sin duda. No obstante, el tríptico misterioso no mostraba el tan ansiado modo de contactar a quien pudiera ayudarle con su "problema" no quedando más que esperar y ver qué más sucedía.

Tras un intenso día recorriendo la zona de Borough y el área del observatorio, cenaron copiosamente la pasta preparada con aquella deliciosa salsa roja y una ensalada abundante, se retiraron al salón del televisor para mirar lo que fuera mientras los entretuviera un rato antes de ir a la cama. Shaina sacó el librito que había comprado en Escocia, el que hablaba sobre sitios raros y diferentes para hacer turismo encontrando algo que llamó mucho su atención.

—¿Qué es la fotografía post-mortem? —preguntó ella de la nada.

—¿Qué?

—Mira este lugar —la joven le mostró la página del libro que hablaba sobre un museo dedicado a ese tipo de fotografía ubicado en la zona de Wessex a pocos kilómetros de Southampton—, dice que se trata de un museo dedicado a esa fotografía, pero si observas la foto del lugar parece una casa vieja y ordinaria.

El rubio observó la foto un tanto extrañado, aquel lugar le parecía vagamente familiar aunque, bien podría ser alusión a cualquier otra casa similar que hubiera visto con el correr de los años. No obstante, la idea de visitar un museo de ese estilo no le parecía en absoluto una idea atractiva.

—Son fotos de muertos —respondió algo molesto observando a la joven—. ¿De verdad te interesa ver algo así?

—De muertos... no entiendo, ¿por qué alguien haría fotos a los muertos? O es algo policiaco, como en las películas.

—Nada de eso. En el siglo diecinueve las personas preservaban la memoria de sus muertos fotografiándolos en su lecho. En aquel entonces, hacerse una foto resultaba muy largo y costoso, así que cuando alguien moría se le hacía una foto fúnebre para recordarlo en la posteridad.

—Se escucha morboso, pero al conocer la auténtica razón de eso, me parece muy triste ya que no tenían otro modo de recordar a quién murió.

—Es correcto así que no entiendo por qué querrías ver salas repletas con fotos de este estilo —inquirió el juez nada convencido.

—No es solo visitar ese lugar, es conocer la ciudad también. Dice que está ubicado en Winchester, así que por qué no visitar esa ciudad y, de paso, el museo morboso. Vamos, anda, sé que ves muertos a diario pero, seguramente, verlos en una foto debe ser diferente.

Como siempre, Radamanthys terminó accediendo a la demanda programando el viaje para dentro de dos días por la mañana. No leyó el resto de la descripción del lugar ya que poco le interesaba, como dijo la amazona, él veía muertos a diario así que ver más de ellos en fotografía se le antojaba aburrido sin embargo, en alguna época de su vida, era aficionado a la fotografía, a la imagen impresa, eso lo recordaba bien.

A nadie hacía mal un poco de cultura a veces.

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Salieron rumbo a la estación London- Waterloo el día acordado justo después del desayuno llevando consigo una mochila al hombro con botellas de agua, la guía de turismo extraña y dinero para almorzar por allá. La ciudad a la que se dirigían, Winchester, se encontraba a hora y media de Londres viajando en tren hacía suroeste. Shaina amaba ver como el juez sabía donde conseguir los pasajes, por donde ir y qué tren era el correcto.

Debía aprender lo más que pudiera de él ya que, en cosa de dos semanas más, tendría que hacer todo eso por ella misma.

Llegaron a la estación de Southwest en Winchester a eso de las once y media de la mañana encontrándose con un clima muy bueno, el día estaba despejado y soleado. Fueron a pie por toda la avenida aledaña a la estación a fin de encontrar los sitios turísticos más importantes, puesto que ya estaban ahí aprovecharon para conocer la ciudad.

Su camino los llevó a calles llenas de comercios locales y gente yendo en todas direcciones, fue así que el ajetreo los acercó a la imponente Catedral gótica de la ciudad que se alzaba delante de sus ojos sobre la calle Great Minister y a las ruinas del antiguo palacio de Wolvesey.

—Todo aquí es interesante y bonito, ¿no te parece? —decía la joven entusiasmada.

Radamanthys solo se encogió de hombros, no quería decirle que esa ciudad era idéntica a otras que él conocía y lo único que cambiaba en cada una era la distribución de los edificios, así que solo la dejo disfrutar del paseo sin hacer observaciones. Al salir de la Catedral, caminaron por las calles aledañas hacia más sitios llenos de comercios.

—¿Qué tan lejos está el museo que quieres ver? —pregunto el rubio al ver que su acompañante estaba, un poco, perdida.

—Creo que debo pedir orientación en la oficina de turismo... —respondió apenada ya que, a pesar de que la dirección del museo estaba en la guia de turismo, ella no tenía idea de cómo llegar ahí realmente.

Un kiosko de turismo se hallaba a pocos pasos de ahí haciendo que Shaina se sintiera aliviada. Radamanthys aprovechó para fumar un cigarrillo mientras la chica entraba a pedir la información que necesitaba; el juez rubio tomó asiento en la orilla de una jardinera observando un poco el panorama, definitivamente aquel sitio tenía poco que ofrecer. Si acaso, lo interesante ya lo habían visto y no entendía el por qué Shaina deseaba ir a ese museo cuando debían haber otras cosas interesantes que ver.

—Un museo de fotografía post-mortem... Y pensar que la gente común y corriente prefiere ir a las exposiciones de arte —pensó irónico—. Que extraño, un sitio tan fascinante debería tener publicidad en cada pared de esta aburrida ciudad.

Shaina regresó un momento después tomando asiento a su lado y, por la expresión en su rostro, el rubio dedujo que no traía buenas noticias.

—¿Qué sucede?

—El museo está lejos de aquí, al lado sur de la ciudad —dijo apenada.

—Esa es una mala noticia. ¿Te dijeron como llegar?

—Si, debemos viajar en autobús.

Radamanthys comenzó a cuestionarse a donde pretendía llevarlo ya que si debían ir en autobús entonces quería decir que era un lugar muy retirado de ahí. Llegaron a la parada de St Cross cuyos autobuses recorrían toda esa avenida hasta donde terminaba, tomaría una intersección y luego la desviación del camino hacía una zona residencial llamada Coxs Hill. Eran un total de 25 a 30 minutos más o menos.

—Bien, pues andando —indicó Radamanthys—. Ya estamos aqui así que lleguemos al famoso museo.

La joven lo observó con agradecimiento ya que creyó que éste renunciaría a esa aventura y más porque ya casi era casi la una de la tarde. No almorzaron ya que perderían tiempo así que se pusieron en marcha. El autobús iba hacia el sur sin prisas deteniéndose de vez en vez en las paradas indicadas recorriendo una zona de casas muy grandes y bonitas hacía una parte algo boscosa.

—Esta ciudad me parece linda —dijo Shaina de pronto observando a ambos lados del camino.

—¿De verdad?

—¿No crees? —preguntó observando a su malhumorado compañero.

—Pues... yo la veo como una más en el mapa, no tiene realmente nada interesante que no haya en otros sitios.

—Hablas como un citadino al que no le agrada conocer cosas fuera de la gran ciudad. Solo porque este lugar sea pequeño no significa que sea aburrido.

—Por supuesto que no me refiero a eso.

Por discutir un poco dentro del autobús se perdieron el imponente paisaje exterior, hasta que la amazona indicó que era momento de bajar. El transporte los dejó en la esquina de una calle amplia y silenciosa que cruzaba un puente sobre el brazo de un rió ancho y largo. Radamanthys observó por un momento todo el panorama extrañado girando a un lado y al otro aproximandose a la orilla del puente, en cuyos extremos, estaban colocadas unas imponentes figuras de leones sentados.

Más hacía allá noto que se veían cipreses muy altos en fila uno detrás de otro sintiendo algo extraño dentro de él. De pronto, Shaina lo tomo de la mano guiándolo hacía el interior de la zona, tan solo alcanzó a ver una oficina de correos antigua detrás de ambos ubicada sobre la avenida a la que dedicó una mirada de extrañeza.

—Esa oficina de correos... —se dijo tratando de rememorar algo que su cabeza no encontraba.

—Creo que llegamos, por fin —Shaina señaló una fila de casas muy grandes ubicadas en la ladera del rio, tan solo separadas por el camino de cipreses— ¡Vamos!

Lo llevó de la mano caminando con rapidez sin permitirle apreciar la estructura de las casas que estaban a un lado del silencioso camino. Ese museo tenía una ubicación terrible sin duda, con razón no era del conocimiento de nadie puesto que pocas personas irían hasta allá. Caminaron un rato observando las residencias que, de verdad eran enormes, de ladrillo claro, con varias chimeneas que sobresalían de sus techos y todo parecía indicar que el famoso y lejano museo era la última del camino.

—¡Llegamos! —anuncio Shaina triunfante una casona rodeada por un alto muro de ladrillo.

La entrada de aquella casona tenía al frente una placa negra con el nombre del lugar, la cual Radamanthys leyó con cuidado abriendo mucho los ojos ya que el apellido mostrado le era vagamente familiar:

"Fundación Wottom

Museo de la fotografía post-mortem"

—Ese nombre... —pensó el juez tratando de encontrar la información en su cabeza.

—La guia de turismo dice que este sitio está hechizado. Habrá que ver si se nos aparece algún fantasma. Vamos.

—No existen los fantasmas... —susurró el juez con voz apenas audible dejándose conducir.

La amazona se adelantó a comprar las entradas mientras que Radamanthys observaba la casona desde abajo repasando sus muros, las ventanas y las chimeneas que sobresalían de cada esquina respirando con dificultad yendo con pasos lentos detrás de su acompañante.

—Increíble... —pensó inquieto abriendo mucho sus ojos dorados— Nuevamente estoy en este lugar.

Llego a la entrada de madera un momento después notando que se había construido un cobertizo a un costado donde estaban ubicadas la taquilla y la tienda de souvenirs, mientras que su acompañante lo esperaba lista para entrar.

Fueron recibidos por un ambiente un tanto extraño y pesado. La sensación de soledad era abrumadora, en conjunto con los tapices oscuros que se veían en el primer salón a la izquierda decorado con un amplio sofá de damasco, y las primeras fotografías de la exposición que estaban colocadas en las tres paredes frente a ellos.

Radamanthys paso sus ojos lentamente por aquel espectáculo mirando con cuidado, tanto las fotos como los pocos daguerrotipos colocados en una vitrina, al frente estaba colgada una placa que indicaba que aquellas piezas eran de inicios del siglo diecinueve. En conjunto los muebles antiguos y oscuros acompañados por esas lámparas altas de grandes pantallas y las cortinas oscuras y gruesas, lo abrumaba haciendo que su respiración fuera agitándose más y más. Así mismo su compañera se sentía indispuesta.

—Estas fotos son... horrendas —comentó la joven con una expresión de desagrado en el rostro.

—Son fotos de muertos, ¿que esperabas? No te había dicho de que se trataba todo esto.

—La verdad, pensé que sería más bello y nostálgico, pero ver a esas personas sentadas en el sofá con los ojos cerrados y sus cabezas ladeadas es...

—Es hermoso —pensó el juez inconscientemente aproximándose a la pared sintiendo algo muy extraño en su interior—, es el espectáculo de la vida y la muerte.

Shaina salió un momento a tomar aire dejando a Radamanthys de pie en ese primer salón. El juez trataba de mantenerse de pie, trataba de mantenerse ecuánime sin embargo todo lo que lo rodeaba era demasiado; en un solo momento sintió como si los muertos en las fotos abrieran los ojos de pronto observándolo impasibles, como si supieran que él estaba ahí mirándolos también.

Como si reconocieran su presencia y les desagradara.

Fue entonces cuando Radamanthys se quebró. Salió del salón con pasos rápidos yendo al final del pasillo mientras el suelo de madera crujía bajo sus pies. ¿Dónde estaba ahora? Por supuesto, el amplio comedor estaba a la derecha, a la izquierda de este la cocina, aun lo recordaba bien y en la cocina estaba la puerta trasera así que fue hacía allá con pasos veloces pues necesitaba un poco de aire urgentemente. Jalo aire lo más fuerte que pudo mirando el cielo y las nubes sobre su cabeza tratando de componerse.

Fue cuando noto la barda alta hecha de ladrillo rojo delante de él que rodeaba toda la propiedad al parecer.

—Ese muro no estaba ahí —pensó ya con un poco más de calma.

Tras unos minutos más fue que volvió, una de las empleadas se acercó a preguntarle si estaba bien a lo que el juez respondió que sí, que de pronto había tenido un ataque de pánico, la joven le ofreció agua así como a Shaina quien estaba en la entrada mirándole preocupada.

Aquella visita fue tortuosa para Radamanthys pues, el verse así mismo en aquella casa nuevamente, luego de tanto tiempo, recorriendo los salones de la planta baja, la biblioteca y todas aquellas habitaciones que conocía tan bien ya que los había frecuentado durante un siglo entero.

La vieja residencia de la familia Warwick. El rubio estuvo vinculado a ellos por lazos de sangre al parecer aunque, al no recordar su vida antes de ser juez tampoco podría corroborarlo, no obstante si podía asegurarlo ya que varios integrantes de esa familia guardaban cierto parecido físico con él. Radamanthys no sabía si él mismo tuvo descendencia cuando era mortal y esos hijos o sobrinos suyos -puesto que tampoco sabía si tuvo hermanos- habían tenido descendientes a quienes conociera a finales del siglo dieciocho.

Fue entonces que se aproximo al vestíbulo frente a la larga escalera de madera contemplando la araña metálica en el techo recordando el evento fatal que desató una sed de sangre que no podía controlar, que se disparaba cuando él mismo estaba en contacto con el líquido rojo; no por nada fue nombrado como la estrella celeste de la ferocidad, no por nada tenía el sapuris del dragón heráldico y, no por nada, su sola presencia era un mal augurio.

Shaina lo observaba consternada segura de una cosa: él conocía a la perfección esa casa y su historia. Era fácil de deducir por la forma en que analizaba la araña sobre sus cabezas y la extraña mirada en sus ojos.

—¿Qué fue lo que ocurrió aquí? —inquirió con voz apenas audible.

—La araña cayó del techo sobre uno de ellos dejando baño de sangre sobre la alfombra —se decía, presa de un hipnotismo extraño, rememorando el evento acontecido en la primera década del siglo diecinueve—, su sangre... la evidencia de su mortalidad y su muerte.

Cuando un miembro de la familia moría, se debía hacer un retrato fúnebre en conmemoración a su vida.

Aquello le fascinaba al dragón heráldico, él no podía morir, no era dueño de esa parte de su existencia, lo que le hizo comportarse como un dios con sus familiares lejanos. Lo que le hizo llevarlos a la tumba uno a uno solo por darse el lujo de colgar una fotografía fúnebre. Fue así que su mente recordó ese pasado ya olvidado, de hecho todas las piezas que formaban parte de esa exposición permanente le pertenecían. Él las mandó realizar una a una llamando su atención quien había convertido la vieja casa familiar en museo y por qué.

—Esa música... —se dijo saliendo del trance observando que en una de las esquinas del vestíbulo, se alcanzaba a ver un pequeño altavoz del cual salía una música de piano melancólica que había escuchando en cada una de las habitaciones por las que había pasado— "El canto del cisne" de Franz Schubert —la había escuchado en alguna ocasión en esa misma casa.

—Es una pieza muy linda —comentó Shaina más tranquila al ver que este volvía a la normalidad—, ¿estás bien?

—Si. Este sitio... No recuerdo bien toda su historia, pero sé que estuve vinculado a este lugar por lazos de sangre.

—¿Estas personas fueron tu familia?

—Si, así es —respondió convencido.

La pieza de piano y chelo fue interpretada por alguno de los tantos "sobrinos" que pasó por ahí. Esa música era el complemento perfecto al ambiente solitario y sombrío que reinaba en toda la propiedad, y parecía acompañarlo en cada paso que daba, observando los muebles de época detrás de una cinta de seguridad y un letrero de "No sentarse" o "No tocar".

—¿Algo en lo que le pueda ayudar, Señor? —un miembro del staff, una chica adolescente, se aproximó a él muy servicial.

Shaina se adelantó a otra habitación mientras él hablaba con la chica del staff.

—Si, ¿sabes que le ocurrió a las personas que habitaron esta casa? —Ya sabía la respuesta pero quería corroborar si las demás personas de esa ciudad, lo sabían.

—Si, murieron Señor. Todos murieron de tisis durante el siglo diecinueve. La peste blanca, Señor o eso se dice, pero, lo cierto, es que ningún diario de la época menciona una plaga en esta zona. Es una historia morbosa en realidad.

—¿Sabes quien fundó este museo y cuando? —dijo de pronto cambiando el giro.

—Si claro, si gusta, puedo mostrarle un panfleto con toda la información.

Radamanthys la siguió hasta el cobertizo donde estaba la tienda de souvenirs mientras la chica sacaba el panfleto colocándolo en el mostrador para que él se lo llevara.

—El museo fue abierto al público durante los años 60s, antes funcionó como refugio y albergue durante la guerra. El Señor Tobias Wottom, quien trabajó en la funeraria local, compró la casa a inicios del siglo veinte, aunque sus descendientes fueron quienes fundaron el museo.

—¿Y donde están enterradas todas estas personas? —pregunto interesado observando el panfleto en sus manos.

—Todos los Warwick están en el cementerio de West Hill. De hecho puede llegar desde aquí caminando, serán unos veinte minutos a pie.

—Gracias por la información —estaban justo donde los dejó hace más de cien años.

No estaba seguro si deseaba volver al interior de la casa ya que, los muertos de las fotos, lo observaban con ojos penetrantes. Por supuesto que lo reconocían, siempre fue el familiar fantasma que aparecía de la nada deambulando por la casona solitaria y abandonada. Era demasiado costoso mantenerla, razón por la cual fue vendida alrededor de 1911 por los últimos de su estirpe, luego de eso, ellos se marcharon para siempre en 1912 en el barco que saldría de Belfast rumbo a los Estados Unidos en su viaje inaugural.

Eran seis de ellos y todos murieron en el hundimiento del navío al chocar contra un iceberg. En ese momento, Radamanthys perdió el vínculo con la casona y la ciudad de la que poco recordaba. Solo sabía que había nacido ahí hacía quien sabe cuanto tiempo. Revisó su muñeca sacando el reloj de pulsera girándolo para observar la W grabada en el.

—W por el nombre de mi familia, por la estrella y sapuri al que represento, por el nombre de la ciudad en la que nací y la región en la que está... —se dijo sonriendo irónicamente— Warwick, Wyvern, Winchester y Wessex.

—Aqui estás —dijo Shaina tomándolo de la mano—. Perdoname por traerte aqui... no tenía idea...

—No debes disculparte por nada. De hecho, había olvidado por completo la existencia de esa casa y mi vínculo con ella.

—Bien pues, podemos afirmar que no hay fantasmas ahí dentro —comentó la joven tratando de aminorar la tensión en el ambiente—. Te dije que si viajabas conmigo, algo te refrecaría la memoria.

Para tristeza de Shaina, no podía ver a los fantasmas porque Radamanthys claramente había visto el desfile de muertos delante de sus ojos pues, en cada habitación a la que entraban, los fallecidos en las fotos abrían sus ojos para observarlo ya que, a pesar de estar muertos, bien sabían quien los había masacrado sin piedad durante años y años.

—¿Qué te parece si buscamos donde comer algo? —preguntó el rubio de pronto.

Ambos salieron de ahí mientras Radamanthys observaba la casona por última vez sintiendo una mezcla de tristeza y nostalgia no estando seguro si, algún día, volvería a poner un pie ahí. La realidad es que consideró ese sitio su hogar en su momento quedando muy molesto cuando fue vendida, no obstante él solo no podía costear su mantenimiento ni otros gastos.

La casa familiar, "Warwick Manor", fue el sitio al que podía llegar en sus visitas al mundo mortal, en el que estaba seguro de que había un lugar cómodo para estar. Tras su venta, solo podía buscarse lugares de mala muerte en la horrorosa capital.

Por unos momentos, sintió que no formaba parte de nada ya que el sitio al que había estado tan apegado, era parte del patrimonio de la ciudad. Ahora era un museo morboso, su secreto sucio, ya que jamás podría compartir con Shaina todos los detalles de esa historia. No era un relato feliz de ninguna forma y más le valía guardar silencio sobre lo ocurrido en ese museo más de cien años atrás.

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Minos se paso por la sala de trabajo del templo Caína notando algo extraño: se escuchaba música, una música tranquila y melancólica cosa que no era usual ya que Radamanthys no era aficionado a la música en general. Con cuidado, entró observando al juez sumido en sus pensamientos al ritmo del piano y violín que sonaba en un aparato de música colocado sobre una mesa auxiliar frente a uno de los libreros.

—¿Estás bien? —preguntó el grifón extrañado— ¿Por qué escuchas a Schubert?

—"El canto del cisne" —respondió ausente— Minos, ¿quieres escuchar una historia extraña? —dijo de pronto observando fijamente a su colega.

—Sí claro. Te escucho —respondió tomando asiento frente a él.

—¿Recuerdas que mi familia tenía una casona en Winchester?

—Si, bueno... eso creo.

—Bien pues, el sujeto que era mi agente funerario, la compró y la convirtió en museo.

—¿En museo? —respondió Minos extrañado— ¿qué tipo de museo?

—Esa es la mejor parte...

Cuando la charla terminó, el juez rubio sacó el tríptico del cajón notando que aún no aparecían los datos de contacto para terminar con su inmortalidad y, después de ese viaje tortuoso a Wessex, no estaba seguro si deseaba que aparecieran en el futuro cercano.

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Continuará...

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*Notas: De verdad creí que esta sería la última parte, pero no. La siguiente será el final, lo prometo. La casa que se menciona aquí es la misma que aparece en los relatos ya listados en el capítulo 1 de esta historia.

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