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El Último Vals del Guerrero Estelar

La intensa luz roja de la cabina del caza estelar bañaba el rostro de Jarek, realzando cada línea de preocupación y determinación. Afuera, el oscuro vacío del espacio se iluminaba con explosiones intermitentes y destellos de láser, creando un espectáculo caótico y deslumbrante. El rugido sordo del motor de plasma resonaba en sus oídos, añadiendo una tensión palpable a cada maniobra. Las palancas de mando vibraban frenéticamente, lanzando descargas eléctricas que adormecían sus manos y reforzaban la urgencia de su misión.

Durante un momento, Jarek sintió una extraña familiaridad.

—¿No hemos pasado ya por esto? —murmuró, agitando la cabeza para despejarse—. El estrés me está afectando.

El caza estelar de Jarek se inclinó bruscamente a la izquierda, esquivando un rayo de energía Vorax que amenazaba con desintegrar el escudo de su nave. Ajustando los controles, recordó brevemente a su hija Kirei y los días tranquilos en Coriolan. Estos momentos de paz contrastaban con el terror de la bomba de relatividad de los Vorax, un arma capaz de distorsionar el tiempo y el espacio, que avanzaba hacia su planeta, amenazando con apagar esos recuerdos para siempre.

La pantalla táctica, iluminada con un brillo fosforescente que marcaba los movimientos enemigos, pintaba un cuadro alarmante de la batalla en curso.

—General... estamos... fluctuaciones... espacio —informó un técnico con intermitencia a través del intercomunicador antes de que la señal desapareciera por completo.

«¿General?»

Jarek parpadeó, sintiendo un débil eco en su mente, como si esas palabras ya hubieran sido dichas antes. Un fragmento de un recuerdo destelló: una nota escrita con su propia letra guardada en uno de sus bolsillos, «No confíes en la primera señal». Trató de concentrarse, pero la urgencia de la batalla lo empujó a seguir adelante.

El piloto respiró hondo. El sudor corría por su espalda mientras se mantenía enfocado en su misión crítica: una lucha desesperada y hábil contra los implacables Vorax, cuya sed de conquista los empujaba a dominar otros mundos. Pero Jarek estaba determinado a proteger su hogar y su familia a toda costa.

—¡No hoy, no mientras mi hija me espera! —exclamó Jarek con una mezcla de furia y determinación, maniobrando su nave con habilidad para esquivar una lluvia de disparos enemigos.

La alarma de proximidad del caza estelar emitía un pitido agudo, único en su tono y frecuencia, que resonaba en el estrecho espacio de la cabina, que olía a ozono y metal caliente, acelerando su pulso cardíaco. Jarek ejecutó un giro cerrado para evitar por poco el fuego enemigo. Su corazón latía al ritmo de los disparos; cada movimiento era una danza entre la vida y la muerte en este escenario estelar. Era un bailarín experto, aunque esta vez la música mezclaba desesperación y esperanza.

En medio de la acción, otro recuerdo fragmentado apareció: un destello de luz cegadora, un grito silente en el vacío, y la sensación de disolverse en el caos. Jarek apretó los dientes, sintiendo una creciente desesperación. No podía entender por qué estos recuerdos fragmentados lo perseguían, pero sabía que no debía ignorarlos.

Jarek mantuvo una expresión de concentración feroz mientras sus dedos ágiles bailaban sobre los controles, ajustando parámetros y lanzando contraataques con precisión quirúrgica. A pesar del estrés y el peligro, no dejaba de buscar oportunidades para tomar la delantera en la batalla.

Durante un breve momento de calma, Jarek reflexionó sobre los Vorax. Sabía que eran más que meros destructores; poseían una cultura propia, compleja y antigua, regida por una jerarquía que priorizaba la conquista. Los guerreros Vorax, entrenados desde temprana edad, llevaban tatuajes que representaban el número de bajas que habían conseguido.

«Entender al enemigo es anticipar sus estrategias», pensó.

Esta comprensión no suavizaba su determinación, sino que le ofrecía una perspectiva más profunda del adversario.

—Jarek, ¡estás volando hacia la muerte! Reagrupémonos —gritó Humel a través del intercomunicador, su voz teñida de la urgencia que solo un veterano de innumerables batallas podría entender.

Jarek sintió un escalofrío recorrer su espalda. Estas palabras, esta urgencia, ¿no las había escuchado antes? La luz roja intermitente de la alarma de proximidad parpadeaba, iluminando la cabina con un resplandor perturbadoramente familiar.

Pese a ello, sonrió ante la preocupación de su amigo, rememorando los días de entrenamiento en la academia. Humel, siempre el más cauteloso del grupo, había salvado a Jarek en más de una ocasión gracias a su intuición aguda y su habilidad para anticipar problemas.

Ahora, ambos eran los únicos supervivientes de su escuadra tras el ataque sorpresa de los Vorax. La llegada de la fuerza invasora había cortado las comunicaciones con el planeta, obligándolos a idear un plan desesperado. Uno de ellos debía acercarse lo suficiente para dar aviso y pedir refuerzos. Humel, con su caza explorador, era la opción más lógica. Jarek confiaba planamente en que su amigo cumpliría la misión.

Pero, por otro lado, también necesitaban a alguien con la capacidad de resistir y detener al enemigo el tiempo suficiente.

Necesitaban a alguien como Jarek.

Aun así, el piloto conocía una cruda verdad: era probable que los refuerzos no llegaran a tiempo. Por lo tanto, debía arriesgarlo todo en una jugada desesperada y detener la explosión de la bomba. Ahora, solo él se enfrentaba a la fuerza armada de los Vorax, que se extendían como una mente colmena.

La gran nave enemiga, el Arrasador, se cernía ante él, una monstruosidad de formas irregulares y color negro profundo, como un agujero negro en medio del espacio. Para los Vorax, el Arrasador no era solo una máquina de guerra, sino un símbolo de su credo: «El universo pertenece a los fuertes».

Jarek respiró hondo, sus pensamientos fluyendo entre la determinación y el miedo, y se lanzó hacia el Arrasador con el acelerador a fondo, alcanzando una velocidad de Mach 10. La presión de las fuerzas G fue retenida gracias al Sistema de Compensación Gravitacional (SCG) que su nave creaba en un campo de fuerza alrededor de su cabina.

Aun así, la presión resultó casi insoportable.

—Tienes que hacerlo, por ella, por Coriolan —susurró para sí mismo, sintiendo cómo la cabina se sacudía violentamente mientras el sudor le empapaba la frente.

El enjambre de los Vorax se movió al unísono en respuesta a su audaz movimiento, lanzando una ráfaga de rayos que cruzaban el vacío del espacio. Las naves se acercaban como sombras con destellos metálicos, dispuestas a aniquilarlo.

Jarek apretó los disparadores, impactando con los escudos de las naves que se interponían en su camino. Sin embargo, su prioridad no era destruirlas. Sabía que resultaría en vano, pues había demasiadas para un solo hombre. Así que centró sus esfuerzos en lo que mejor sabía hacer: pilotar.

Viró hacia uno de los laterales en un brusco movimiento que armonizó a la perfección con los estallidos de los rayos enemigos. El SCG mitigó, aunque por lo justo, el cambio de dirección a gran velocidad y Jarek, durante unos momentos, sintió que se le revolvía el estómago. Aun así, consiguió la entereza para desviar la nave en una serie de curvas y remolinos espaciales controlados.

El enjambre tras él chocó mutuamente ante el repentino cambio de dirección. Las fuerzas enemigas tardaron en replegarse y se desviaron en dos grandes unidades.

—Vamos a ver si pueden seguirme el ritmo —dijo Jarek, esbozando una sonrisa desafiante

Los cazas enemigos se lanzaron hacia Jarek una vez más. Eran demasiados, al menos un centenar. Rio con nerviosismo. Un hombre contra toda una flota. Lo llamaban el mejor piloto.

Esperaba que ahora fuera cierto.

Jarek viró inmediatamente, con el fuego de los rayos brillando a su alrededor. La alarma de proximidad de las naves se encendió en alarmantes pitidos. Hizo una escora cerrada, aprovechando los escombros de otras naves que habían caído con anterioridad, para obligar a los Vorax a reducir la velocidad. Trazó una curva cerrada, evitando de algún modo que le acertaran.

Estaba cerca de la gran nave que avanzaba pesadamente, arrastrando la enorme bomba de relatividad.

Los disparos llegaron en una violenta ráfaga. Jarek soltó una palabrota y ascendió en una parábola perfecta. El indicador de los SCG estalló alarmante, con la energía del amortiguador agotado. Jarek sintió cómo la aceleración lo aplastaba contra el asiento de su cabina.

Durante un momento, perdió la conciencia.

«No pierdas aún, Kirei te espera».

Recuperó la conciencia rápidamente, sujetando las palancas de mando y acelerando en un giro instintivo. Las explosiones llegaron momentos después en sus espaldas. Sin embargo, siguió adelante y se fundió con la nave en una danza espacial.

No pensaba en posibilidades, ni en que podrían matarlo. Lo único que se cruzaba por su cabeza era la idea de salvar a su hija, que viviera una vida repleta de felicidad. Que siguiera sonriendo. Así que danzó en el vacío estrellado, moviéndose con una elegancia que resultaba imposible. Con cada maniobra, las naves tras él chocaban entre sí; los rayos enemigos se perdían en el vacío, y las Vorax se veían obligadas a detenerse.

—¡Mando de vuelo, me escuchan! ¡Maldita sea, un Arrasador se acerca!

—gritó una vez más, presionando los botones de comunicación.

Nadie respondió.

Esperaba que Humel consiguiera alertar al planeta, incluso que se vieran forzados a detener las actividades cotidianas y ejercer los protocolos de evacuación.

El caza estelar vibró y la distorsión en la pantalla táctica se intensificó. Jarek sintió una oleada de náuseas y cerró los ojos por un momento. ¿Habría ido demasiado rápido sin darse cuenta? Cuando los abrió, una nueva serie de lecturas parpadeaba en la pantalla.

—¿Qué es esa distorsión en el sector 9? —preguntó Jarek, observando la pantalla con preocupación—. Nunca había visto nada parecido.

Jarek, intentando calcular las posibilidades, recordó la nota: «No confíes en la primera señal».

Entonces, una nave emergió entre las estrellas y el enjambre de Vorax. La nave era de un blanco inmaculado, clara y casi deslumbrante incluso en la oscuridad del vacío. Su armamento pesado apuntaba directamente hacia él. Jarek podía sentir la tensión en sus manos, aferradas a las palancas de mando que ahora eran su única conexión con la vida.

Aquel era el Segador, la nave insignia del enemigo.

Y el único al que Jarek nunca había podido derrotar.

—Solo necesito ganar tiempo —murmuró, apretando las palancas que seguían vibrando.

Mientras se acercaba peligrosamente al Segador, un recuerdo inundó su mente: Kirei riendo bajo las luces festivas, su inocencia y alegría. No era solo una batalla por la supervivencia; era una lucha por el futuro, por los momentos de paz y alegría que los Vorax amenazaban con destruir.

Así que se permitió sonreír. Si había algo que le había dicho su hija era que todos podían llorar cuando las situaciones se ponían difíciles, pero que él siempre sonreía. Así que lo hizo. Por ella.

Entendió en ese momento que estaba danzando su último vals con las estrellas. Y avanzó con los aceleradores a fondo. Su velocidad aumentaba, los motores rugiendo en el vacío espacial. E hizo lo que nadie esperaría que hiciera: huir.

El Segador salió disparado detrás de él.

Jarek sonrió como pudo. Ambos pilotos avanzaban a Mach 10, así que Jarek utilizó toda la experiencia que había recopilado con los años y, en un movimiento calculado, viró alrededor de la lluvia de asteroides sin reducir su velocidad.

Los SCG se esforzaban por contener la fuerza G que amenazaba con desintégralo, pero pocos pilotos sabrían dominar tan bien las velocidades como él. El Segador era uno de ellos. Pero esto no lo amainó.

Ambos pilotos se deslizaron entre los escombros cósmicos, con el espacio reduciéndose a un campo de batalla en el que solo existían ellos dos. La tensión se palpaba en el aire, cada maniobra una respuesta a la otra, como una coreografía en la que ninguno estaba dispuesto a ceder.

Jarek sabía que cada segundo que ganaba era vital, cada fracción de distancia entre él y el Segador era un triunfo minúsculo pero necesario. No buscaba escapar definitivamente, sino mantener al enemigo a raya el tiempo suficiente para permitir que el planeta reaccionara, para que Humel o alguien más pudiera alertar a las fuerzas de defensa.

Los asteroides eran su aliado temporal, ya que ofrecían cobertura y un juego de escondite en el vasto espacio. A pesar de ello, la implacable persecución del Segador no cesaba. Jarek respiraba con dificultad y sentía una presión casi insoportable en el pecho, pero se negaba a rendirse.

El indicador de combustible parpadeaba con insistencia. Sabía que su tiempo era limitado y que el acecho no podía prolongarse mucho más. Las reservas de energía y el rendimiento de su nave disminuían con cada maniobra arriesgada. También estaba seguro de algo: su cuerpo empezaba a flaquear.

El Segador no cedía terreno, aferrándose a su estela como un haz de luz, una amenaza constante que aumentaba la presión sobre Jarek. El sudor frío empapaba su frente mientras calculaba cada movimiento, intentando encontrar una estrategia que le permitiera mantener su objetivo: ganar tiempo.

Con manos temblorosas, ajustó los controles en busca de una ventaja en la desesperada situación en la que se encontraba. El brillo de la consola parpadeaba, indicando que los sistemas estaban al límite. Jarek apretó los dientes y se concentró en la danza mortal que desplegaba en el espacio sideral.

El Segador parecía no tener intención de retroceder. Cada maniobra de Jarek era replicada, cada movimiento contrarrestado con una precisión milimétrica por su adversario. Era una batalla de ingenio, habilidad y resistencia.

Los disparos del Segador impactaron contra su escudo. No podía permitirse continuar así; si seguían en esta persecución, sus escudos caerían, y él sería un blanco al descubierto.

—¡Maldita sea, tiene que haber una forma de salir de esta! —exclamó Jarek.

En un arrebato de desesperación, Jarek trazó una maniobra inesperada, un giro violento que desafió las leyes de la física. Se sumergió en una nube de escombros, confiando en la confusión momentánea para ganar una fracción de segundo de ventaja. El rugido de los motores resonó en la cabina mientras se precipitaba hacia el abismo de fragmentos cósmicos.

El Segador lo seguía de cerca, y la distancia entre ambos se reducía con cada instante que pasaba. Jarek luchaba contra la fatiga, las fuerzas G que intentaban aprisionarlo, y la incertidumbre que se cernía sobre él como una niebla opresiva. Sin embargo, en su mente persistía una única imagen: la sonrisa radiante de su hija en un futuro de paz.

Necesitaba terminar este combate cuanto antes. El Arrasador avanzaba, inexorable, sin que nadie lo detuviera. Jarek no significaba ninguna amenaza.

—Es ahora o nunca —murmuró—. Ojalá funcione esto.

Entonces Jarek apagó los motores.

El cambio brusco resultó en una presión insoportable debido a las fuerzas G. Su SCG fue reducido a nada, y la amortiguación resultó casi imposible. Jarek sintió que sus pulmones estuvieron a punto de estallar, al igual que su cabeza. El mundo se sumió, durante unos instantes, en una terrible oscuridad.

Un momento después, los disparos destruyeron su escudo e impactaron contra uno de sus motores, que estalló en una lluvia de fuego y chispas. La nave se sacudió, pero el Segador, llevado por la sorpresa, fue incapaz de frenar a tiempo y cruzó a su lado.

Entonces Jarek activó el pulso electromagnético de su nave, que se extendió unos cuantos metros a su alrededor.

Y el escudo del Segador fue deshabilitado.

Jarek contuvo una carcajada nerviosa y apuntó a la nave rival, disparando a quemarropa, haciendo que estallara.

—Yo gané, maldito bastardo —dijo en un susurro mientras las manos todavía le temblaban en las palancas.

Jarek sintió un déjà vu tan fuerte que casi lo dejó sin aliento.

Luego observó nuevamente al Arrasador que continuaba avanzando. Los Vorax se alertaron y, al igual que antes, comenzaron a movilizarse en su dirección como una fuerza devastadora. Recordó algo, un destello de memoria. Abrió un compartimento en la cabina de su caza y buscó desesperadamente. Allí estaba, una hoja de papel y un bolígrafo. Con manos temblorosas, escribió: «No confíes en la primera señal», para después guardar la nota en uno de sus bolsillos.

Intentó encender los motores, pero solo funcionaba uno de ellos. Era imposible vencer así. No tendría ninguna oportunidad. Y pese a ello, el enemigo seguía avanzando.

—Al menos gané tiempo... —dijo riendo a carcajadas.

Estaban cerca.

—¿Ese... de ahí... es... Jarek? —dijo una voz intermitente a través del intercomunicador

Jarek pegó un respingo. ¿Había oído bien? Dirigió su mirada al radar que había en su cuadro de mandos. Entonces, unos puntitos verdes surgieron uno tras otro, todavía pocos, al menos una docena. No pudo evitar estallar en risas.

—¡Por las estrellas, sí es Jarek, el condenado lunático! —llegó la voz fuerte y clara de Humel.

Luego hubo una explosión de rayos que rebotaron contra los escudos de los Vorax. Algunos explotaron en el vacío del espacio, y las naves fueron forzadas a replegarse en una maniobra defensiva alrededor del Arrasador. Jarek se retiró del campo de batalla como pudo, la nave avanzando lento y desequilibrada con la fuerza de su único motor de plasma. Pero consiguió replegarse junto a unos miembros de su equipo. Mientras tanto, uno de los escuadrones se encargó de distraer al enemigo. No funcionaría por mucho tiempo y así no evitarían que la bomba llegara, pero se trataba de un alivio.

A pesar del estado crítico de su nave, Jarek se mantuvo en su cabina, ajustando los controles y buscando nuevas oportunidades. Había tenido suerte de que los intercomunicadores no se hubieran chamuscado con los láseres del Segador. Aún podía ser útil en este combate.

—Pensé que no lo contaba —dijo Jarek a través del intercomunicador.

—¿Qué no lo contabas? ¡Pero si lo que cuentan sobre ti no se compara a lo que acabas de hacer! Estuviste cerca de vencer a esa armada por ti solo.

Jarek sonrió, pero una extraña sensación lo invadió. Algo en estas palabras resonaba en su mente, como si ya las hubiera escuchado antes. Sacudió la cabeza, intentando despejarse.

—¿Somos todos? —preguntó viendo al pequeño escuadrón.

—No, todavía falta que lleguen los otros. No deberían tardar —dijo Humel.

—Bien, necesitaremos a todos lo que podamos. Y mejor que todavía no hayan aparecido en los radares enemigos.

—Entonces, ¿cuáles son las órdenes, general? —dijo Humel entre risas.

Al escuchar la palabra «general», un destello de memoria cruzó por la mente de Jarek. Vio una imagen fugaz de sí mismo dando órdenes en otra situación similar, pero no podía precisar cuándo o dónde. Se frotó las sienes, sintiendo las manos acalambradas por el cansancio.

Ahora, sabía que debía adoptar ese nuevo rol.

Jarek se conectó al canal general de los líderes de escuadrón. Ante sus ojos, las interfaces tácticas holográficas se desplegaron, mostrando un complejo entramado de posiciones y movimientos de las naves enemigas y aliadas. Los sistemas de seguimiento cuánticos brillaban con una intensidad azulada, proyectando una red interconectada de datos que requería una mente rápida y precisa para ser interpretada.

—Jarek en línea —dijo con firmeza a través del canal—. Necesito que todos los escuadrones que no estén en batalla ahora mismo se detengan. El enemigo todavía no ha detectado su posición. Necesitamos aprovechar esa ventaja.

La pantalla holográfica mostró la llegada de nueve escuadrones adicionales, reflejados como pequeños puntos verdes que se movían a Mach 10. La flota ahora contaba con 120 cazas adicionales. Esperaba que fuera suficiente.

—Escuadrón Nova, prepárense para la fase de reconocimiento. Necesito datos precisos sobre la ubicación de la bomba de relatividad en el Arrasador enemigo. Eclipse, inicien la fase de distracción. Quiero que esos Vorax se confundan y se desorienten. Vanguard, manténganse listos para la infiltración. ¡Spectre, posiciónense detrás del Arrasador!

La voz de Humel resonó a través del intercomunicador.

—Entendido, Jarek. Los cazas de reconocimiento están en camino. Las explosiones de pulsos electromagnéticos ya están causando estragos en las filas enemigas.

Jarek ajustó los controles de su caza y observó cómo las naves del Escuadrón Nova se lanzaban hacia el Arrasador, moviéndose con agilidad a través del caos de la batalla. Los drones espía ya estaban desplegados, y sus sensores mapeaban la formación enemiga en tiempo real.

—Tenemos una ventana de cinco minutos antes de que reajusten sus sensores, Jarek —informó Humel.

—Perfecto. Eclipse, aumenten la presión en el flanco derecho. Spectre, manténganse ocultos y prepárense para la infiltración. ¡Vanguard, lideren el asalto!

La pantalla holográfica frente a él mostraba con claridad la disposición de sus fuerzas y las del enemigo. Sabía que su lugar ahora estaba en la coordinación, no en la acción directa.

Los cazas del Escuadrón Vanguard, uno de los nueve escuadrones adicionales, se movieron en formación cerrada, utilizando los asteroides como cobertura mientras se acercaban al flanco izquierdo del enemigo. Los escudos de los Vorax comenzaron a chisporrotear bajo el asalto coordinado de los cazas de Jarek, sobrecargando los sistemas defensivos.

—Escuadrón Nova, ¿estado del reconocimiento? —preguntó Jarek con calma a pesar de la tensión palpable.

—Jarek, hemos localizado la bomba de relatividad. Está en la sección central del Arrasador, protegida por un escudo energético independiente — respondió el líder del Escuadrón Nova.

—Entendido. Nova, mantengan su posición y continúen enviando datos en tiempo real. Eclipse, intensifiquen las maniobras de distracción. Necesitamos mantener a los Vorax ocupados mientras nos preparamos para el asalto principal.

La coordinación entre los escuadrones era crucial. Los cazas del Escuadrón Eclipse, otro de los nueve escuadrones adicionales, ejecutaron maniobras de pinza, atrayendo a los cazas Vorax hacia su posición y atrapándolos en un fuego cruzado. Los pulsos electromagnéticos y las cargas explosivas simuladas crearon una falsa ofensiva, desorientando aún más a las fuerzas enemigas.

—Jarek, estamos en posición detrás del Arrasador —informó el líder del Escuadrón Spectre, compuesto por 12 cazas más pequeños y rápidos—. Procedemos con la infiltración y desactivación de la bomba.

—Mantengan el sigilo y procedan con cautela. No podemos permitirnos errores en esta fase crítica —dijo Jarek.

El campo de batalla se iluminó con la furia del combate. Las explosiones de pulsos electromagnéticos crearon un mosaico de destellos brillantes, desorientando a las fuerzas Vorax. Los cazas del Escuadrón Eclipse ejecutaron maniobras de pinza, atrapando a los Vorax entre dos fuegos. Los cazas del Escuadrón Spectre, utilizando su tecnología de camuflaje, se infiltraron detrás del Arrasador y comenzaron a trabajar en la desactivación de la bomba de relatividad.

—¡Estamos bajo ataque intenso! —la voz del líder del Escuadrón Spectre resonó con tensión—. Los Vorax nos han detectado. Necesitamos más tiempo para desactivar la bomba.

Jarek sintió un nudo en el estómago. Sabía que no podían permitirse fallar en esta fase crítica. Los Vorax estaban presionando, y el Escuadrón Spectre sufría un asedio constante.

—¡Spectre, resistan! —ordenó Jarek—. Eclipse, intensifiquen el fuego en el flanco derecho. ¡Necesitamos aliviar la presión sobre Spectre!

Las fuerzas Vorax comenzaron a reorganizarse, su formación fluyó como una mente colmena, preparando un contraataque. Los escudos del Arrasador comenzaron a fallar, pero los Vorax no cedían terreno y el tiempo se agotaba.

—Jarek, no podemos desactivar la bomba a tiempo. ¡Están masacrando a mis hombres! —gritó el líder del Escuadrón Spectre.

Una vez más, ese sentimiento de repetición abrumó a Jarek. Cada palabra, cada grito de desesperación, resonaba como un eco de algo ya vivido. Apretó los dientes, decidido a no dejar que esto lo detuviera.

Jarek tomó una decisión rápida y decisiva.

—Spectre, retrocedan y mantengan posición defensiva. Todos los escuadrones que no estén en batalla, prepárense para moverse a las coordenadas 18.5.34 y 23.9.40. Vamos a realizar un ataque de yunque y martillo.

Los cazas del Escuadrón Spectre se retiraron a una posición defensiva mientras los Vorax continuaban su asedio. Jarek observó el holograma táctico, y los puntos verdes que representaban los escuadrones ocultos comenzaron a moverse en formación hacia las coordenadas indicadas.

—Eclipse y Nova, mantengan la presión en el flanco derecho. Phantom, Omega, Alpha y los otros escuadrones, prepárense para el ataque desde las coordenadas designadas. Necesitamos precisión absoluta en este ataque.

Las naves de los escuadrones restantes se desplazaron hacia las coordenadas indicadas para ejecutar la maniobra de «yunque y martillo». Esta táctica era arriesgada, ya que dependía de la sincronización perfecta entre ambos grupos. El yunque actuaba como una fuerza fija que enfrenta al enemigo de frente, manteniéndolo en su lugar. Mientras tanto, el martillo rodeaba al enemigo para atacar desde atrás o los flancos. Si una de las dos mitades falla en su tarea, podría significar la aniquilación de la otra. Tanto el yunque como el martillo deben estar en perfecta coordinación para asegurar el éxito del ataque.

El fuego cruzado y las maniobras rápidas desorientaron al enemigo, permitiendo a los cazas de Jarek reposicionarse para el ataque final.

Los Vorax, sorprendidos por la repentina aparición de las naves aliadas, intentaron reorganizarse. Sus formaciones se rompieron mientras las naves giraban frenéticamente, tratando de identificar las nuevas amenazas. En medio del caos, las naves Vorax comenzaron a desmoronarse bajo la presión del ataque combinado.

La línea frontal, o «yunque», soportaba el embate inicial con una fuerza implacable. Mantenían al enemigo anclado en un solo lugar, absorbiendo el daño con escudos reforzados y contrarrestando cada intento de avance con precisión meticulosa. Esta resistencia impidió cualquier movimiento de los Vorax hacia adelante, obligándolos a centrarse únicamente en defenderse de la ofensiva directa.

Detrás de ellos, las fuerzas del «martillo» ejecutaban su maniobra envolvente. Las naves se movieron como un torrente calculado, cerrando el cerco alrededor de los Vorax. Los pilotos, expertos en combate espacial, maniobraron con destreza para golpear los puntos débiles del enemigo, desmantelando sus formaciones desde los flancos.

La presión abrumadora obligó a los Vorax a perder cohesión rápidamente, llevando a la flota enemiga al borde del colapso. El martillo se cerraba con fuerza, y los Vorax se vieron atrapados en un abrazo mortal. Intentaron retroceder, pero no había escapatoria. La emboscada estaba completa; las fuerzas Vorax, acostumbradas a ser el depredador, ahora se convirtieron en presa.

—Phantom y Omega, apunten a la bomba de relatividad. Utilicen disparos precisos para provocar una reacción controlada —ordenó Jarek, su voz firme y calculadora.

Su pueblo nunca había hecho esto, siempre habían conseguido desactivarla. Pero ahora no les quedaba otra opción.

Las naves se alinearon, sus armas enfocadas en el punto vulnerable del Arrasador. Los disparos se sincronizaron en una ráfaga de luz y energía, impactando la bomba de relatividad con precisión quirúrgica.

La detonación de la bomba de relatividad no fue solo una explosión. El espacio alrededor del Arrasador pareció distorsionarse, como si la propia tela del universo se rasgara. Un vórtice de energía se formó en el epicentro, arrastrando materia y luz hacia su núcleo con una fuerza imparable. Las naves Vorax cercanas se retorcieron y fragmentaron, absorbidas por la singularidad creada por la detonación. La estructura del Arrasador colapsó sobre sí misma, desintegrándose en una tormenta de partículas subatómicas que se disiparon en un instante.

Jarek sintió una oleada de desorientación. La cabina se llenó de una luz cegadora y su cuerpo pareció disolverse en el caos del espacio-tiempo distorsionado. Un grito silencioso escapó de sus labios mientras la realidad a su alrededor se fragmentaba en patrones incomprensibles.

—¡Retirada estratégica! —ordenó Jarek—. Formemos una línea defensiva alrededor de Coriolan. ¡Prepárense para una posible contraofensiva Vorax y aléjense de la maldita explosión!

Los escuadrones se replegaron rápidamente. Jarek sintió una extraña sensación mientras observaba la destrucción. La pantalla de su nave mostraba patrones de luces y distorsiones que nunca había visto antes, pero no les prestó mucha atención en ese momento.

El planeta Coriolan estaba a salvo, al menos por el momento. En el silencio que siguió a la explosión, la voz de Humel rompió el aire.

—¡Jarek, lo logramos! ¡Eres un maldito lunático, pero lo logramos!

Las comunicaciones se llenaron de vítores y aplausos. La gente de Coriolan, consciente de la amenaza neutralizada, comenzó a aclamar el nombre de Jarek.

—¡Por Coriolan y por nuestras familias! —gritó Jarek, su voz llena de emoción y alivio.

En medio de la destrucción, Jarek supo que había asegurado un futuro de paz para los suyos. Su estrategia había sido precisa y letal, mostrando un liderazgo incomparable al anticiparse a los movimientos enemigos y adaptarse rápidamente a las circunstancias cambiantes.

Al final, sí que tenía madera para ser general.

Jarek se conectó nuevamente al canal de comunicación general.

—Escuadrón Nova, excelente trabajo con el reconocimiento. Eclipse, manténganse en sus posiciones y continúen proporcionando apoyo. Vanguard, buena ejecución en la infiltración. Spectre, prepárense para posibles nuevas órdenes. No hemos terminado aún.

El holograma táctico mostraba los restos dispersos del Arrasador y las naves Vorax. Los Vorax restantes, viendo la destrucción de su nave insignia y la devastación de sus filas, comenzaron a dispersarse en desorden. La táctica de yunque y martillo había desmantelado su cohesión, dejándolos vulnerables y desorientados. En medio de la retirada enemiga, los cazas de Jarek tomaron sus posiciones defensivas, listos para cualquier intento de contraataque.

—Humel, quiero un informe completo de daños y bajas. Necesitamos saber en qué estado estamos y prepararnos para cualquier eventualidad — ordenó Jarek.

—Entendido, general Jarek. Estaremos listos para cualquier cosa — respondió Humel.

Jarek se permitió un momento de descanso, su mente todavía girando con la adrenalina de la batalla. Miró a través de la ventana de su caza, viendo las estrellas brillar en el vasto vacío del espacio. Cada una de ellas era un recordatorio de por qué luchaba, por qué arriesgaba todo.

—Por Kirei —susurró con una voz apenas audible.

En la calma que siguió a la tormenta, Jarek se preparó para lo que vendría. Sabía que los Vorax no se detendrían, que siempre habría nuevas amenazas. Pero ahora él estaba al mando. Sabía que debía abandonar el vals con las estrellas y convertirse en el general que su gente necesitaba. Y quería ver la cara de esos bastardos cuando volvieran a intentarlo.

Para la próxima, serían ellos quienes atacarían. Y no al revés como todos estos años. La luz de las estrellas se reflejaba en sus ojos mientras contemplaba el futuro, un futuro por el que estaba dispuesto a luchar hasta el último aliento.

De repente, el espacio a su alrededor comenzó a distorsionarse y a fragmentarse en patrones incomprensibles. La negrura del vacío se rompió en una serie de líneas y ondas, como si estuviera viendo una red de fractales infinitos. Los colores se torcieron y se entrelazaron, formando un caleidoscopio caótico de luces que parpadeaban y vibraban con intensidad.

Jarek sintió un mareo repentino, como si su sentido del equilibrio hubiera sido despojado. Miró la pantalla de su nave, que ahora mostraba lecturas de anomalías en el espacio-tiempo, y las cifras y símbolos bailaban erráticamente.

—¿Qué está pasando...? —murmuró, sintiendo una creciente inquietud mientras el sonido de estática llenaba la cabina.

Entonces, la comprensión lo golpeó. La detonación de la bomba. Este había sido el verdadero objetivo de los Vorax: no destruir simplemente un mísero planeta, sino desestabilizar el espacio-tiempo de todo el sistema solar. Recordó las lecturas de la anomalía en la pantalla de su nave, los patrones que indicaban una perturbación masiva en el continuo espaciotemporal.

Una explosión de luz intensa envolvió su nave, cegándolo momentáneamente. Un zumbido profundo resonó en su cráneo, seguido por el pitido agudo de la alarma de proximidad, que reinició la realidad a su alrededor. Los recuerdos de lo que había sucedido antes se desvanecieron completamente.

Jarek abrió los ojos y se encontró nuevamente al comienzo de la batalla. La intensa luz roja de la cabina del caza estelar bañaba su rostro, realzando cada línea de preocupación y determinación. Afuera, el oscuro vacío del espacio se iluminaba con explosiones intermitentes y destellos de láser, creando un espectáculo caótico y deslumbrante.

—¿No hemos pasado ya por esto? —murmuró, agitando la cabeza para despejarse—. El estrés me está afectando.

Sintió una extraña sensación de déjà vu. Algo en el fondo de su mente le decía que ya había vivido este momento antes, pero no podía recordar los detalles.

La alarma de proximidad del caza estelar emitía un pitido agudo, único en su tono y frecuencia, que resonaba en el estrecho espacio de la cabina. El caza se inclinó bruscamente hacia la izquierda y esquivó un rayo de energía Vorax. Jarek respiró hondo, intentando mantenerse enfocado en su misión crítica.

Al ver la bomba de relatividad de los Vorax en la pantalla táctica, un destello de reconocimiento cruzó su mente, pero desapareció tan rápido como había llegado.

—¡No hoy, no mientras mi hija me espera! —exclamó Jarek con una mezcla de furia y determinación

Jarek mantuvo una expresión de concentración feroz mientras sus dedos ágiles manipulaban los controles. No sabía por qué, pero algo dentro de él sentía una urgencia que no podía explicar. Sin embargo, estaba decidido a proteger su hogar y su familia a toda costa.

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