El último tren
Lo último que recuerdo es a Gabriel y a mí subiendo al vagón vacío del último tren de la noche. Había sido un día muy pesado en la oficina y mi colega y yo habíamos sido los últimos en terminar. Estaba agotado, el sueño me invadía y comenzaba a cabecear. Gabriel ya había caído y permanecía en el asiento frente a mí con la boca y los ojos entreabiertos. Saqué mi celular del bolso interior de mi saco y, como todas las noches después de salir de la oficina, envié un mensaje a mi esposa. Miré el reloj, faltaban treinta minutos para la media noche. Me esforzaba por mantener mis ojos abiertos para estar alerta, pero la vista se me nublaba a cada instante. De pronto fui vencido por el sueño. No me di cuenta en qué momento o en qué estación.
Cuando abrí los ojos me costó trabajo creer que realmente había despertado; todo estaba oscuro, absolutamente todo. Temí por un instante haber quedado ciego. Tomé mi teléfono y presioné el botón de encendido. La pantalla se iluminó de un intenso color blanco. Lo presioné varias veces con la esperanza de que respondiera, pero no, sólo blanco. Iluminé con el objeto apuntando hacia el lugar de mi compañero. No había nada, su lugar estaba vacío.
Comencé a entrar en pánico, Iluminé todo a mi alrededor pero no había rastros de Gabriel o de cualquier otro ser humano. Pero había algo extraño: parecía que había llovido en el interior del metro, había charcos en los asientos y en el suelo. Toqué las paredes del vagón, estaban húmedas. Sentía que me sofocaba, me sentía dentro de un enorme pañuelo mojado y sucio, con olor a viejo y a metal oxidado.
Cada vez mi respiración era más corta y sentía que en cualquier momento me iba a desmayar. De repente se escucharon dos golpes secos, uno tras otro, que venían del exterior. Inmediatamente una luz tenue y amarillenta me permitió ver lo que había a mi alrededor. Los charcos eran rojos y espesos, las paredes escurrían del mismo líquido y lo siguiente que vi me dejó completamente sin respiración, podría decir que el corazón se me detuvo en un doloroso golpe; el cuerpo de Gabriel colgaba de uno de los tubos, tenía una cadena gruesa y oxidada atada al cuello. Y lo peor... Había sido despojado de sus ojos. Sólo había dos cuencas vacías e inundadas de sangre. Intenté gritar, pero sentí como si alguien apretara mi garganta desde adentro y la desgarrara. Mi vista se oscureció lentamente.
En un momento sentí como si una ráfaga de aire invadiera mis pulmones. Abrí los ojos, el vagón estaba igual que cuando abordamos. Gabriel estaba durmiendo frente a mi tal y como estaba antes.
Quizá la próxima vez que salga tarde de la oficina pida un taxi.
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