Sentada bajo un árbol frondoso, a los pies de sus faldas descansaba yo recordando con nostalgia aquel día en que perdí mis dos grandes tesoros, mientras veía con admiración el atardecer de ese día tan especial. 

Era una tarde espléndida como muy pocos había desde que mi abuela había ingresado en un hospital debido a su enfermedad; me pregunté ¿Será que este sol tan radiante y brisa fresca, signifique que mi abuela  volverá con nosotros? mientras cavilaba esta preguntas e iba caminando hacia mi lugar favorito de mi casa, donde se encontraba un gran árbol tan alto que parecía un rascacielos, y tan ancho y robusto que daba la sensación de estar protegidos de las inclemencias del tiempo; con libro en mano y mi querido reloj de pulso-que unos años atrás para el día de mi octavo cumpleaños, mi abuela me lo había obsequiado para que siempre estuviera puntual en cada compromiso. Este objeto era especial para ella, porque desde siempre la había acompañado y lo más sorprendente del caso era que jamás tuvo la necesidad de cambiarles las pilas, ya que hasta la fecha seguía como el primer día en que lo tuvo puesto en su muñeca; desde que yo lo heredé este querido reloj no se había separado de mí, siempre viviendo conmigo grandes aventuras y sobre todo llegando puntual a cada una de ellas-.

Al llegar a aquel majestuoso árbol de roble y sentarme en sus piernas como hacía cada tarde, sentí una punzada cerca de mi corazón como si algo lo oprimiera con tanta fuerza, como si fuera un puñado de galletas que al apretarlas con fuerzas se destruyera al instante fueron los segundos más dolorosos de mi vida, pero que después esa opresión en mi pecho se fue y entonces recosté mi espalda contra el árbol, iniciando así mi lectura de cada tarde; cuando consideré que era suficiente por ese día me levanté y al mirar mi reloj noté algo extraño... el segundero iba a paso lento como si cada movimiento que hacía le costara y doliera, le di unos pequeños golpes al vidrio haciendo así que reaccionara. Volví a retornar mi marcha hacia mi  casa cuando escucho mi teléfono móvil sonar, contesto y era mi madre diciéndome que tenía que ir pronto al hospital, mi abuela estaba en sus últimos momentos y pedía verme.

Después de esa llamada tomé las llave de mi auto y emprendí una carrera hacía el hospital, cada cinco minutos miraba mi reloj y nuevamente iba a paso lento el segundero, sentí otra punzada en mi corazón y que mi pecho se oprimía una vez más; llegué a mi destino bajé del auto sin importar siquiera estacionarlo bien, no importaba que la gente me viera como una loca desaforada solo importaba llegar junto a ella, cada minuto que pasaba se me volvía eterno y solo rogaba a Dios que me dejara verla por última vez.

Ese día a los ascensores le dieron por dañarse y tuve que utilizar las escaleras, dando zancadas grandes lo más grande y rápidas que pudiera; había sido la odisea más larga que haya tenido en toda mi vida, pero con todo los obstáculos que se me interpusieron pude llegar siempre junto a ella, junto a mi gran amiga, madre sabia y consejera; le di un gran abrazo y le dije: "Aquí estoy abuelita" ella abrió los ojos con gran dificultad y  diciéndome sus últimas palabras: "¡Oh, mi dulce niña!, llegaste al fin" trazando en sus rostro llenos de arrugas por el paso del tiempo una pequeña sonrisa que encerraba tantos sentimientos y diciendo en ellos que ya había llegado su momento y entonces le dije:"¡Shh, no hables más abuela! Estoy contigo hasta el final". "Cierra los ojos y descansa, porque cuando lo vuelvas abrir verás un mundo lleno de esperanza y gozo; aunque ya no sea a mi lado".

Al terminar de decir esto, ella me hace caso dando un último suspiro y se duerme con una sonrisa en su rostro que me llegó calando hasta lo más profundo de mi ser; volví a mirar mi reloj de pulso y él también se había detenido a descansar al igual que su dueña, porque siempre fue de ella. Mi preciado reloj de pulso dio su último ¡Tic Tac!