CAPÍTULO 9
Estaba observando a las estrellas brillar en el cielo de la medianoche desde uno de los balcones del castillo cuando el sonido de las grandes cortinas abriéndose me distrajo de mis pensamientos.
—¿No deberías estar descansando? —dijo Félix avanzando hacia mi lugar.
—Cuando tienes la misión de matar al enemigo de los dioses, lo último que piensas es en descansar.
Ví una ola de confusión agitarse en el negro de sus ojos.
—Nadie te lo dijo, ¿no es así? —traté de no sonar preocupada.
—No me contaron mucho —lamentó— Tal vez podríamos hablar de eso.
—¿Esa es tu manera de pedir educadamente un chisme?
—Mi mamá me enseñó bien —me lanzó un guiño.
Creo que esa fue la primera vez en todo el día que reí. Le conté a detalle todos los sucesos de mi día, desde el combate hasta la reunión que tuve con el consejo divino y la corte legionaria que terminó enviándome directo a la boca del enemigo de los dioses.
—Eso fue… —se quedó pensando por unos segundos las palabras correctas— más interesante que la misión que tuve.
—¿Hubo algún problema con el nuevo terraborn?
—Sólo lloró demasiado durante el camino —bajó la cabeza—. No lo puedo culpar, nadie te prepara para separarte de tu familia cuando eres apenas un niño.
—Ahora, los dioses tienen a otro crío más en su canasta de control.
—Descuida, Alicent. Entre más legionarios se den cuentan del juego sucio de sus reyes, más serán los que se revelen en su contra.
—¿Crees que existan legionarios apoyando al enemigo de los dioses?
—Creo que hay suficientes razones para hacerlo —se limitó a responder.
En el silencio de la noche, éramos sólo dos jóvenes guerreros fantaseando con el libre albedrío. Félix aún no se había dado cuenta que esa sería la última noche, antes de partir hacia la búsqueda del Delail, que hablaríamos profundamente como lo solíamos hacer en las mesas de la biblioteca. Si tenía éxito en la misión, volvería a la Tierra lo antes posible y nunca más regresaría a Aurelia.
—En la tarde, algo extraño pasó en el muérdago —hablé observando el árbol desde lo lejos— Nathaniel de Fermighan apareció, conversó conmigo y luego se desvaneció.
—¿El autor de tu libro favorito?
Asentí frenéticamente.
—Eso es imposible —Félix negó con la cabeza.
—Pero yo lo ví. Dos veces. En el campo de entrenamiento y bajo el muérdago.
—Alicent, él murió hace más de mil años —Se acercó para susurrarme algo que, por el gesto de sus ojos, parecía prohibido—, el consejo divino lo sentenció de muerte por traición.
—¿Cómo sabes todo eso? Cosas de ese tipo no son divulgadas por las paredes del palacio, ni mucho menos durante mil años.
—Puede que Crayford me haya contado una que otra cosa en mis primeros años como legionario —dijo encogiéndose de hombros.
—Entonces, ¿quién era el hombre? —apreté los labios—. Incluso, parecía conocer el lugar.
Félix quién parecía dispuesto a cambiar el tema de conversación, preguntó:
—¿Ya has elegido a alguien para que sea tu compañero de misión?
—Se metió en mi cabeza, habló conmigo, estaba tan cerca. —presioné sin dejar el tema atrás— Igual como lo solía hacer él.
Recordé las veces en las que aquel sujeto misterioso caminaba entre mis sueños, sentí una punzada en el pecho y a mis pulmones les costaba recibir aire.
—Creo que necesitas descansar, Alicent —odiaba la tonalidad de voz que utilizaba el pelinegro cada vez que quería hipnotizar a alguien.
—No utilices ese tono conmigo —le reprendí.
—¿Qué tono?
—El que usas cuando quieres convencer a una persona de hacer algo. Te he visto hacerlo con Nolan.
—Sabes que aunque quisiera, eres muy necia.
Intenté responder, pero el ataque en mi corazón se intensificó y un fuerte dolor de cabeza vino con él. Félix me tuvo que sostener para no terminar cayendo en el suelo, llevé mis dedos temblorosos hacia mi nariz. Una gota de sangre ensució la yema de mis dedos. Levanté la mirada para observar al pelinegro, quién estaba igual de asustado que yo.
—¡Tenemos que llevarte a la enfermería! —insistió el terraborn.
No fui capaz de escuchar lo siguiente que dijo, mi concentración estaba posada en el palacio de los dioses y al igual que una mariposa negra anunciando la muerte, yo también pude sentir cómo se avecinaba.
—Él está aquí —avisé con dificultad.
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—¡No lo entienden, tengo que entrar! —confronté a uno de los guardias que se encontraba en la entrada.
—Por seguridad de los dioses, ningún legionario no autorizado puede ingresar.
—Sus dioses estarán muertos si no nos deja pasar —respondió Félix.
—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó el príncipe Gamos desde el interior del palacio.
Sus ojos parecieron cobrar vida propia después de fijarse en mi presencia, me limité a soltar un largo y cansado suspiro.
—¡Miren quién tenemos aquí! El rayo más brillante entre las stormborns —habló con un coqueteo y tomó mi mano para depositar un beso en ella—. No esperé verte tan pronto, pero sabes que es un placer para mí tener tu cabello azul rondando por los pasillos de mi humilde hogar.
—Estaría igual de contenta si tus guardias me dejasen pasar —Mostré mi mejor sonrisa.
—Cariño, siempre estás permitida para venir a verme cuando quieras —me lanzó un guiño, definitivamente se me hacía difícil seguir su juego.
—No, gracias. Vine porque tengo que hablar con el consejo divino de inmediato.
—¿Por qué tanta prisa? Ya sé que estás enojada con lo que pasó, pero…
—El Delail está aquí —dije impacientada.
La expresión del dios cambió drásticamente, y después de tanta palabrería, nos dejó entrar. Aunque dudó un poco al ver a Félix, pero finalmente accedió.
—Entonces, dime —habló mientras íbamos caminando por los pasillos —¿Por qué crees que nuestro enemigo quiere matarnos?
—Porque todos los dioses son una bola de idiotas, algo debieron de haber hecho para enojar a un Terraborn —ataqué sin ningún remordimiento.
—Estás hablando con un dios, ahora mismo.
—Sí, eso ya lo sé —respondí.
Sin esperar alguna represalia de Gamos, seguí caminando hacia la sala de reuniones.
—Por eso me encanta —escuché al dios del amor decirle a Félix.
—Sí, apuesto a que tu también le agradas —ironizó el pelinegro a mis espaldas.
Sonreí internamente.
Al entrar a la sala, sólo los dioses mayores se encontraban analizando un mapa en tres dimensiones que se alzaba por encima de la mesa hecha a base de piedra. Sepher alzó la vista y todos siguieron su mirada.
—No sabíamos que vendrías —dijo dirigiéndose a su hijo—, ni que traerías compañía.
—Padre, Alicent asegura que aquel que destruye está aquí para matarnos.
—¿Y por qué crees eso? —interrogó Oceares.
Me quedé pensando unos segundos.
—Porque tengo un tipo de conexión con él.
Todos se vieron sorprendidos ante lo que dije.
—¿Y se puede saber por qué lo informas recién a estas alturas? —cuestionó Varis.
No podía decir que no confiaba en ellos, que preferí ocultar todo lo que sabía: mis pesadillas, mis teorías, mis últimas visiones. Me vi acorralada en las cuatro paredes de la habitación sin saber cómo responder.
—Ella quiso, pero le dije que no lo hiciera —alegó Gamos, aunque ambos sabíamos que aquello no era cierto.
Antes de eso, no entendía qué tan lejos podría ir su adoración hacia mí. De vez en cuando, mandaba tulipanes a mi habitación o se encargaba de que los pájaros salieran de sus nidos hacia mi ventana a cantarme alguna melodía que me levantase de buen humor, pero nunca creí que era capaz de mentirle a su propia familia para salvarme el pellejo.
—Me di cuenta hace unos meses atrás —intervine—, era complicado creer que alguien así podría estar relacionado conmigo.
—Hablaré contigo después —advirtió el dios del cielo al pelirrojo —continúa, Alicent.
—Hace un rato, estaba en el balcón del castillo cuando mi nariz empezó a sangrar, luego de recordar los tiempos en los que solía tener sueños con el presunto Delail.
—¿Y qué tiene que ver Félix en esto? —preguntó Tirrón.
«Mierda» pensé. No podía decirles que estaba sola con un terraborn a plena noche.
—Él me encontró tirada —mentí rápidamente.
—Y la acompañe hasta aquí para asegurarme de que no se volviera a desmayar en el camino —completó Félix.
Sepher asintió no muy convencido por nuestra respuesta.
—¿Qué pasó después para saber qué estamos en peligro? —preguntó.
—Lo sentí. Lo sigo sintiendo cerca, sé que es raro pero después de que me contaron sobre la profecía puede que no sea una idea tan delirante.
—Tienes razón, Alicent —apoyó la diosa de la vida —Debemos enviar guardias a todas las entradas del palacio: ventanas, balcones, tejados, todo lo que sirva como una potencial puerta de ingreso debe ser vigilado.
—Tirrón, dile a Dalia que inicie el plan de…
Sepher no pudo seguir hablando después de que la tierra empezara a sacudirse intensamente. El movimiento no me permitía ver con claridad, ni pararme con firmeza. En medio de tanto caos solo podía ver al dios de la tierra y a Félix tratando de dominar el terremoto, aunque aquella obra no parecía poder ser controlada.
—¡Es muy fuerte! —dijo el pelinegro.
—¡Los legionarios ya tienen que estar en camino! —gritó Este.
—El terremoto necesita ser reducido —trató de explicar Tirrón.
—Padre, ¿él está aquí? —indagó angustiada la diosa de la guerra ingresando a la sala.
—¿Dónde está tu hermana?
—Miso fue en busca de Asty —interrumpió Cyro.
Casi todos los dioses estaban en la sala de reuniones preparados para enfrentar a su enemigo que los había estado torturando desde hace muchos siglos. Un relámpago de imágenes allanaron mi cabeza. Una enorme roca puntiaguda. Sangre derramada. Estrellas apagándose por la muerte de su diosa.
—Asteria —pude pronunciar en cuanto salí de mi visión.
La tierra dejó de moverse. Ya estaba hecho. El enemigo de los dioses cumplió su objetivo: matar a uno de ellos.
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Esa fue la primera vez que fui capaz de ver al rey de Aurelia dejarse quebrar al entrar a la destruida habitación de su hija, la princesa Asteria. Quién yacía tirada boca arriba con una mano ensangrentada sobre su abdomen apuñalado por la punta de una roca. El dorado de las constelaciones bordadas en su bata se vieron manchadas por el rojo escarlata de su sangre.
—Está muerta —lloraba el dios del cielo a su hija—. Él la mató, todo esto es mi culpa.
Cyro trató de consolar a su padre, pero él estaba decidido a no separarse del cuerpo inerte de la princesa.
—Esto se pudo haber evitado —Tirrón volteó a verme—. Si hubieras sido más eficiente, ella no estaría muerta.
El dios de la tierra se dirigió a mi lugar y sin pensarlo me tomó del cuello, dedicado a ahorcarme contra la pared.
—Deberías enfocarte en buscar a tu hija —dije como pude.
—¡Tío, ya basta! —defendió Gamos, aunque el rey de los terremotos ya me había soltado—. Tal vez, habríamos llegado a tiempo si hubieran escuchado las advertencias de Alicent antes de cuestionarla.
—¡No te dirijas hacia mí de esa manera!
Tirrón se retiró mientras tiraba chispas.
—¿Estás bien? —preguntó Félix examinando mi cuello.
Le dí una palmada en el brazo demostrando que me encontraba en buen estado.
—«Mata a un dios y obtendrás su poder» —cité uno de los libros que hablaba sobre el poder divino—. Ahora, él tiene control sobre las estrellas.
—¿Por qué crees que quiso matarla específicamente a ella? —indagó el terraborn.
—No lo sé. Ya sólo contamos con nueve dioses —comenté mientras me acercaba a una de las paredes destrozadas que dejaban ver el exterior del palacio, incluyendo el cielo.
—La luna no brilla con la misma intensidad —dijo Félix a mi lado.
Oímos el desesperado grito de Tirrón cerca de nuestro sitio. Un grito capaz de oírse por las cinco ciudades de Aurelia. Otra hija fue asesinada.
—Ocho dioses —me corregí.
Nota de la autora: Dos dioses de un solo tiro. No estaba en mis planes matar a Miso pero anyways...
No estoy tan segura de que tan correcto sea el "amor" que le tiene Gamos a Alicent, ella tiene solo 16 años pero bueno, creo que es notorio que los dioses menores se comportan y se ven como jóvenes, aunque posean miles de años.
Ya estamos a un capitulo para iniciar con el acto 2, no se olviden de comentar y votar :)
Con Cariño, Leo
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