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CAPÍTULO 8

Siete meses después...

Pelear con una stormborn de cuatro mil años no es algo que recomendaría, en especial cuando ambas legiones estarán observando con detenimiento el show, esperando a que no te derrumben con los primeros tres golpes. El sol golpeaba el campo de entrenamiento, los Terraborns se encontraban sentados desde la colina intercambiando apuestas entre ellos, las Stormborns se veían relajadas desde una gran piedra mientras afilaban sus dagas. Cruce miradas con Briar, quién me dedicó una sonrisa de apoyo y un "Lo harás bien" que puede leer entre sus labios.

—Conoces las reglas —entonó la General Rayena posicionándose para pelear —Nada de golpes mortales, ni mucho menos el uso de poderes.

—Sabes que aunque quisiera, aún no puedo hacerlo —lamenté el hecho de que la Rayena haya rechazado la idea de enseñarme a canalizar correctamente mis poderes.

—Cuando estén listas —pronunció el teniente Zaid, quién asumió el papel de árbitro para nuestro combate.

Asentí con la cabeza, la general hizo lo mismo. Ambas sujetamos con fuerza el mango de nuestras espadas.

—¡Ahora! —el hombre dio inició a la pelea.

Deje que la general tratara de abalanzarse hacia mí, detuve su ataque desviando su espada con la mía, al mismo tiempo le proporcioné una patada en todo el abdomen que la hizo retroceder increíblemente. Avancé para dedicarle un golpe, el choque de ambas hojas provocó un chillido ensordecedor que me hizo retirar mi arma.

—¡Un sonido no te puede detener! —empezó a gritarme la general.

Con cada ataque que me brindaba, me hacía retroceder aún más. Arquee rápidamente mi cuerpo para esquivar la rebanada que Rayena estaba a punto de obsequiar. Harta de no estar llevando la delantera del combate, ataque sus pies con la punta de la espada, la general se puso a un lado al instante, pero su distracción, me sirvió para girar mi espada hacia arriba con la suficiente fuerza como para arremeter contra ella y mandar su arma a volar.

—Haré más justa esta pelea —alardeé y dejé mi espada a un lado.

Giré el torso dirigiéndole una patada, pero para mi mala suerte se cubrió el cuello con el brazo amortiguando el ataque, en cuestión de segundos tuve que bloquear varios de sus golpes, hasta que finalmente me dio un puñetazo en todo el mentón. Fingí que el golpe me había dejado atontada, cuando vi la posición indefensa que había adoptado la general, aproveché para agacharme y barrer su tobillo con una patada baja que la hizo caer, terminé propinándole un golpe brusco en toda la sien. Tengo que admitir que me había pasado un poco de la línea, Rayena terminó tirada en la tierra, al ver que no daba señales de continuar con el duelo, di por terminada la pelea.

Ya iba de espaldas escuchando los aplausos y vítores del público, cuando vi a un hombre con una barba negra recién afeitada parado en la cima observándome con detención, me quedé estática compartiendo miradas con aquel sujeto que llamaba tanto mi interés al estar alejado del grupo de Terraborns.

—Voltéate –escuché a alguien hablar en mi mente.

Giré mi cuerpo instintivamente, pero mi velocidad y mis reflejos no ayudaron lo suficiente para evitar la patada de la general.

—¡Nunca bajes la guardia! —tomó una de las espadas tiradas cerca de mí y empezó a atacarme con la hoja.

Tuve que arrastrarme en el suelo, tratando de bloquear sus golpes con los brazaletes de acero. La mayoría de legionarios se habían quedado atónitos ante el cambio radical del combate, incluso yo. Trate con todas mis fuerzas mantenerme a flote, pero el deseo de la General por terminar de humillarme con los gritos y frases que me lanzaba mientras me atacaba con su espada, arrasaba en mayor cantidad a mis esfuerzos por ponerme de pie.

—¡La Celeste de Lightning que yo conocí, nunca habría criado a una chica débil! —dijo con odio y con un profundo fastidio.

De repente sentí como la electricidad de mi cuerpo aumentaba, las venas de mis brazos contuvieron toda la energía que sentía en aquel momento, pero la mención de mi madre provocó que mi miedo se convirtiera en ira y me dejé explotar como una supernova.

—¡Basta! —grité e inconscientemente de las palmas de mis manos salieron unos rayos en dirección de la General.

El impacto provocó que Rayena saliera disparada hasta el otro extremo del campo, ambas legiones quedaron en silencio por mi uso de poderes que terminó callando a líder de las Stormborns. Pestañeé en seguida cuando me di cuenta el daño que había hecho sin pensar, traté de acercarme para ver cómo se encontraba la general, pero el teniente Zaid me detuvo a tres metros de ella.

—Aléjate, Alicent —aconsejó —Aún tienes corriente.

—Yo no quise... —me arrepentí mirando los rayos azules que bailaban entre mis dedos.

Sin esperar más comentarios y evitando las miradas de todos los legionarios, huí del lugar tan pronto como pude. Quería gritar, quería que el llanto recorriera por todo mi rostro empapando mis labios, quería dejar salir todo lo que sentía en aquel momento, pero mi incontrolable poder solo consiguió que el cielo arroje sus lágrimas por mí.

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La lluvia caía sobre el muérdago afilándome como cristales y asegurándose de que recuerde porqué el sol se había ocultado de mí, el cielo reflejaba el miedo que sentía, por mucho que trate de normalizar mis emociones y dejar que el paisaje cobrase un vivo celeste, mi temor lo pintó de un sombrío azul grisáceo.

—Es un buen lugar para ocultarse —habló una voz masculina detrás del tronco donde tenía apoyada mi espalda.

—De serlo, no me habrías encontrado.

La seriedad de mi semblante aumentó cuando el hombre se dejó ver.

—Tu fuiste el que me distrajo allá —dije enfadada— Hubiera visto venir a la General de no ser por ti.

—Tu decidiste distraerte, no yo —el hombre me miró con algo de astucia evidenciada detrás de sus ojos negros—, pero tengo que admitir que fue un buen espectáculo.

—Casi mato a una superior.

—Hay una gran diferencia entre lo que pudimos hacer y lo que hacemos —dio alientos.

De alguna manera, su consejo me tranquilizó. El hombre ya estaba apunto de retirarse cuando mis palabras lo detuvieron.

—Espera —Me paré como pude en medio del suelo enlodado—, nunca te había visto antes.

—No siempre terminas de conocer a todos los legionarios —se excusó—, un hombre de cinco mil años no tiene ganas de convivir con muchachos durante las cenas.

—Claro —asentí apenada.

—No estés asustada por demostrar tu poder, Alicent. Entre más lo dejas salir, mayor control tendrás sobre él.

Dirigí la cabeza hacia el cielo, dejando que las gotas cayeran sobre mi rostro, poco a poco la lluvia iba disminuyendo y las nubes se iban abriendo como telares de un teatro, dejando que el sol brille en su atardecer.

—El muérdago se aprecia mejor cuando no hay Stormborns llorando por aquí —trató de animar pero sonó más como una acusación.

—Gracias por el consuelo...

—A propósito, soy Nathaniel de Fermighan —se presentó.

—¿Nathaniel de Fermighan? —no tuve ninguna intención de ocultar mi emoción— ¿Tu escribiste "Terraborns y Stormborns: una relación incomprendida" ?

Asintió con la mirada.

—¿Te gustó?

—Lo he leído siete veces —sonreí— De hecho, descubrí este muérdago por una nota que encontré dentro de él.

—No sabía que había sobrevivido tanto tiempo —dijo con la voz entrecortada.

Dudé un poco antes de sugerir la sospecha que tenía.

—¿La nota era para ti?

El no pudo articular una respuesta, creí que si le daba más tiempo para unir las palabras podría escucharlo decir que aquella nota que pedía un encuentro debajo del mismo muérdago donde nos encontrábamos estaba dirigida a él de parte de un viejo amor cuyos mensajes vivían entre las páginas del libro que Nathaniel había escrito.

—¡Te llevamos toda la tarde buscando, Alicent Martínez! —escuché los pasos de Briar avanzando a espaldas del Terraborn.

—Nos vemos, Alicent —murmuró.

—Pero yo...

No pude seguir hablando después de observar cómo el cuerpo de Nathaniel se desvanecía una vez que la pelirrubia ocupaba su puesto.

—¿Con quién estabas hablando? —indagó mi amiga con los brazos en forma de jarra.

Miré a todos lados en busca del pelinegro, pero al igual que un sueño, él también se esfumó sin más.

—¡Alice, ya basta! —Briar me sacó de mis alucinaciones—. Los dioses quieren que vayas al palacio.

—¿Qué tan malo es?

—Convocaron a todo el consejo divino y la corte legionaria —susurró con preocupación.

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Caminé con la cabeza en alto por todo el pasillo del Gran Salón sintiendo el juzgar de los generales, tenientes y otros legionarios que pertenecían a la Corte. Los diez dioses Arialenses se encontraban en sus tronos dorados listos para proclamar una sentencia; lavar platos, recibir latigazos, en realidad nada de eso me molestaba. Lo único que valía en este juego era regresar a la Tierra con mi abuela.

—Te presentas aquí con la acusación de atacar a una autoridad —empezó a hablar Sepher— ¿Cómo respondes a ese cargo?

—Bueno. No hay nada que pueda negar, todos vieron como mandé a volar a la General —dije calmada.

—Alicent, estás a un mes de completar tu estadía en Aurelia, ¿Cómo pretendes que te enviemos de vuelta a la Tierra con poderes que aún no sabes controlar? —habló Este.

—Eso no hubiera sido un problema si desde un inicio se me hubiera enseñado a controlarlos, en vez de limitarme a guardarlos —cuestioné.

—Entonces, ¿dices que fue culpa de la General Rayena el ser atacada? —preguntó la diosa de la discordia.

—Ciertamente —respondí sin titubear—. Cuando llegué aquí, me dijeron que me ayudarían a comprender quién era realmente, cosa que he tenido que hacer por mi propia cuenta.

—Ella tiene razón —mencionó Madame Akna— No podemos tratar de evitarlo.

—Con todo respeto, el hecho de que Celeste de Lightning haya traído al mundo a una hija prohibida ya es suficiente razón para saber que está fuera de nuestro control.

—¿Hija prohibida? —miré con indignación al general Daemon— Les recuerdo que en mi primer día todos me alababan por el simple hecho de ser hija de Celeste.

—Un legionario no debe tener hijos. Esa es la regla que tu madre rompió cuando naciste —informó Asteria con un toque de pena.

—No fingan lamentarse, todos sabemos que  la única razón por la que decidimos no matar a Alicent, fue por la profecía —reveló Madame Akna.

Toda la Corte y el consejo divino se voltearon hacia la dirección de la anciana, quién tiraba una risa burlona para sí misma.

—¿Qué profecía? —pronuncie frunciendo el ceño.

—¡No te atrevas, Akna! —gritó Tirrón levantándose de su asiento.

—¡Qué Alice se entere el porqué está aquí! —la ojiverde se acercó hacía mí, tan cerca como para lograr asustarme— La niña de la profecía, la pobre niña de Celeste, destinada a matar a su propia...

—¡Suficiente! —exclamó el dios del cielo.

Esta escena me hizo desconfiar aún más de los dioses, quienes desde el primer día de mi llegada se propusieron a ocultarme la verdad, pero esta vez no los necesitaba para entender la razón por la cuál estaba en Aurelia.

—¡No, padre! Ella debe de saber la verdad —defendió la diosa de las estrellas —Ustedes podrán ocultar lo que quieran, pero ya no seré parte de su juego.

La diosa Asteria avanzó hasta mi lugar dedicándome una mirada comprensiva.

—Alicent, tu deber es matar al Delail. Sabíamos que no aceptarías quedarte si te hubiéramos contado tu verdadero propósito —trató de explicar.

—Eso es lo que querían desde el principio, manipularme a su gusto para que finalmente aceptara.

—Solo deseamos que los ciudadanos de Aurelia puedan vivir sin el temor de pagar las consecuencias de sus dioses.

—¿Qué les hace pensar que yo soy su salvadora? —cuestioné.

Y ese será el último secreto que la tormenta guardará —citó Madame Akna— ese era el último verso de la profecía.

—Tu eres el último secreto, Alicent. La última hija del rayo, un secreto que tu madre, una nacida de la tormenta, tuvo que guardar —convenció Asteria.

—No hay como negarlo, por más que tratamos de hacerlo —la diosa de la guerra ladeó la cabeza

—Quieren que mate a alguien que no conozco para librarse de limpiar su propia basura —mantuve una mirada penetrante hacía Sepher

—Nos debes mucho, Alicent.

En ese mismo instante, hubiera deseado yo misma hacer el trabajo del enemigo de los dioses y matarlos a cada uno de ellos. «Puede que existan legionarios que no están destinados a seguir las órdenes de sus dioses» recordé las palabras de Félix.

—Tienes que decidir —ordenó agresivamente Oceares—, Te preparas para ir en busca de nuestro enemigo, o te preparas para regresar mañana a la Tierra y pasar el poco tiempo de vida que le queda a tu abuela.

—Te recordamos que cuando llegaste a Aurelia le quedaban nueve meses de vida, mañana se cumple el octavo —anunció la diosa de la muerte— ¿Desperdiciar esta oportunidad por un ataque de rabia? No lo creo.

Una lágrima ardiente recorrió por mi mejilla, no me sentía agradecida, me sentía utilizada, una perfecta herramienta manipulada al antojo de los dioses para arreglar su desastre. Si no aceptaba, todo este tiempo entrenando y tratando de buscar mi lugar en este mundo no valdría la pena, y pasaría cada minuto en la Tierra lamentándome por no haber hecho un poco más de esfuerzo. Mi abuela moriría, eso sería completamente mi culpa y aquello que me perseguiría eternamente.

—Está bien —acepté la misión.

—Saldrás mañana, al medio día —indicó Sepher— Tendrás el privilegio de seleccionar a tu acompañante.

—Iré sola —escupí las palabras.

—Lo siento, Alicent —Se disculpó Asteria, quién había sido la única que había demostrado un poco de empatía— Eres una buena chica, no mereces este destino difícil.

Ya me encaminaba hacia la salida cuando el Rey de los rayos me lanzó un último consejo.

—Descansa bien, Alicent. Mañana será un gran día —se burló.

Seguí con mi camino, pero como respuesta invoqué un trueno que resonó con fuerza en el cielo alertando a cualquiera que tuviera la idea de dirigirse hacia mi nuevamente.





















































Nota de la autora: Me declaro hater de los dioses!!! Tengo cierta compasión por el personaje de Asteria, ella solo trataba de seguir las órdenes de su padre (Sepher) aunque ya era muy tarde porque Alicent anda bien emputada con los dioses y con sus ganas de querer controlar todo 😪😪😪
Me siento mal porque Félix no apareció en este capítulo pero bueno... ya se vendrán cosas

Con Cariño, Estrella de Leo

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