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CAPÍTULO 7

Después de varias semanas de entrenamiento, de aprender a dominar el peso de una espada y de tener que soportar a Félix lanzándome cualquier cosa desde su mesa hasta la mía durante la cena, decidí que terminaría de agotar mi mente con una pasada por la biblioteca del castillo para investigar más acerca de la causa de los terremotos. Cuando entré al lugar, solo se podía oír el murmullo de los libros susurrando los conocimientos más antiguos del reino, mientras que mis pasos iban resonando en el suelo de madera. Me acerqué a la recepción en busca de una persona que pudiera ayudarme a encontrar algún libro potencial.

—¿Hay alguien aquí? —pregunté en el tono más bajo posible, pero no vi señales de algún bibliotecario.

—Asómate por encima del escritorio y verás —escuché la voz de Félix cruzar por la entrada.

—¿Por qué siempre apareces de la nada?

Félix se puso a mi lado.

—Tú siempre estás donde yo quiero estar —culpó— ¡Crayford!

—Dígame, mi señor —respondió una vocecita por debajo del escritorio.

Me asomé y pude ver a un duende con lentes sentado en el piso mientras sellaba un par de libros.

—¡Tenemos compañía! —la criatura salió exasperada hacia mi lugar y me dio un apretón de manos antes de que pudiera reaccionar— ¿Qué la trae a su amiga por aquí?

—No somos amigos —Félix y yo respondimos al mismo tiempo y en seguida, volteamos a vernos uno al otro.

—Yo también quiero saber que te trae por aquí, Alicent —indagó el pelinegro.

—Quiero cualquier libro que me pueda dar información sobre terremotos —declaré dirigiéndome hacia el duende Crayford.

—Bueno, ya somos dos —comentó el legionario.

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—Llevamos quince libros leídos y no hemos encontrado nada todavía —dije cerrando el último libro que leería por el día de hoy.

—Creo que deberíamos ir a cenar antes de que cierren el Gran Comedor —aconsejó Félix levantándose de su asiento.

No imité su acción, al contrario, me quedé quieta pensando en cualquier posibilidad. Según lo que habíamos leído, solo Tirrón, el dios de la tierra, sería capaz de sacudir el suelo a una magnitud muy elevada, pero si él no era el causante, ¿Quién más podría tener la capacidad para mover la tierra a tal grado?

—¿No vienes, Alicent? —preguntó el chico a punto de salir de la biblioteca.

Le dediqué una sonrisa en forma de respuesta y empecé a seguir su paso.

—¿Y si el causante de todo esto es un Terraborn? —plantee— Piénsalo, solo un nacido de la tierra con bastante experiencia podría causar un terremoto de esa manera, aparte de Tirrón.

—Puede ser, pero tendría que ser un legionario muy viejo como para equiparar su poder con el de un dios.

—Y uno que lo odie lo suficiente como para declararle la guerra al consejo divino —añadí.

—Sé cuidadosa, Alicent —sugirió frunciendo el ceño—. A los dioses no les gustará escuchar a una recién llegada hablar sobre la desestabilización del reino.

—Les tendrá que gustar si se trata de mí.

—¿A qué te refieres? —me detuvo antes de que pudiera poner un paso en el comedor.

—Creo que la persona que causa los terremotos, me está buscando—solté sin temor.

—¿Por qué lo dices?

—Mañana hablaremos de eso —propuse adentrándome al salón. Me volteé hacía Félix para añadir un comentario más —Haz un esfuerzo para no tirarme cualquier cosa en la cara, esta vez.

—No puedo prometer nada —se excusó.

A la mañana siguiente, el comedor se encontraba prácticamente vacío a comparación de la cantidad de legionarios que asistían a la cena. Con el dulce canto de los pájaros, mis amigas ya se encontraban desayunando cuando llegué a sentarme a un lado de ellas.

Las saludé a todas con un beso en la mejilla.

—Alguien se despertó de buen humor —anunció Diana apuntándome con su tenedor.

—Tal vez se debe a algo... o alguien —sugirió Briar tirando una sonrisa acusadora.

—El que haya pasado tiempo con Félix, no es motivo de mi estado de ánimo.

—Nadie mencionó a Félix —contraatacó la pelirrubia mientras untaba chocolate derretido en su galleta.

—Pero es lindo y si quieres salir con él no tendremos ningún problema en electrocutarlo —añadió la morena.

—Chicas, apenas llevo unas semanas aquí. No me gusta, solo hablo con él porque tenemos un tema en común, así que no deben electrocutarlo —refuté.

—Claro, tú podrías hacerlo por tu cuenta —recomendó Briar.

—¿Creen que si besamos a alguien, lo mataremos por una sobrecarga de energía en su cuerpo? —inquirió Diana.

Ambas chicas se pusieron a discutir sobre las consecuencias de que una Stormborn besara a alguien sin antes saber controlar sus poderes. No le estaba dedicando mucha atención a su debate, prefería pensar en otras teorías sobre el enemigo de los dioses y como aquella persona se relacionaba conmigo. Debería hacer una lista sobre lo poco que sé; El causante de los terremotos era un Terraborn, estaba enemistado con los dioses, tarde o temprano vendría por mí y aún había un cabo suelto: ¿Era el enemigo de los dioses el mismo que solía presentarse en mis sueños? Sueños que desaparecieron cuando llegué a Aurelia, como si él hubiera perdido el control sobre mí después de que yo haya puesto un pie en el terreno de los dioses.

Una servilleta hecha bolita cayó cerca de mi plato, no fue necesario alzar la vista para saber quién era el remitente. "No olvides contarme tus secretos, Alicent Martínez" estaba escrito en el papel.

El día pasó más agitado de lo normal, legionarios iban y venían del palacio de los dioses a toda prisa, los generales susurraban entre ellos sin tratar de llamar la atención, pero en el fondo sabían que tanto Stormborns como Terraborns estaban preocupados por el secretismo entre ellos. Me encontraba practicando en el campo de tiro al blanco junto a mis compañeras, la general Rayena nos había dado riendas sueltas en el entrenamiento de hoy después de mencionar una reunión importante que tenía con el Consejo Divino y la Corte Legionaria.

—¡Respira, Briar! —gritó Wanda, dirigiéndose a la pelirrubia, quién que se encontraba a treinta metros de nosotras con una manzana en la cabeza. Manzana, la cuál me serviría como blanco para apuntar con mi flecha—. Alice tiene todo bajo control.

—Cuando Rayena dijo que podíamos hacer lo que queramos en el entrenamiento, no creí que se refería a esto —dije.

—Calma, todas aquí confiamos en ti —dio alientos la pelirroja—. ¿Verdad, chicas?

El resto de Stormborns no pronunciaron ni una palabra, evitaron miradas y más aún, aplausos. No podía culparlas, llevaba poco tiempo entrenando como para que pudieran confiar en mí. Sin embargo, tomé impulso al recordar todos los años en los que pasaba con un arco en la mano y flechas en la espalda, y sin pensarlo más, levanté el brazo apuntando la flecha en dirección al centro de la manzana, a unos pocos centímetros de la frente de mi amiga, dí un suspiro que se fusionó con el aire inmediatamente y brindé un disparo certero.

Briar sacó la flecha de la manzana y empezó a correr hacia mi.

—¡Gracias por no matarme! —celebró y con ella llegaron más felicitaciones de otras nacidas de la tormenta.

—Aprendes rápido, nunca en mis quinientos años había visto a una chica con menos de un mes de entrenamiento apuntar tan bien una flecha a una gran distancia —confesó Wanda.

—No se lo digas a la general —pedí —, o me hará entrenar el doble.

—Mejor, un potencial como el tuyo no puede ser desperdiciado —mencionó otra stormborn.

Nuestra celebración se vio interrumpida por la llegada de un grupo de Terraborns. Un rubio se acercó aplaudiendo hacia nosotras, iba acompañado de otro joven de tez oscura y al fondo, estaba Félix, quién parecía ir contando los pasos de sus amigos.

—Oímos sus gritos desde el otro lado de la colina —habló el rubio—, creímos que alguien estaba en peligro.

—¿Crees que necesitaríamos su ayuda en el caso de que estuviéramos en peligro? —entonó fastidiada Briar.

—Tranquila, rubia. No hablaba por ustedes, lo decía por si alguna estuviera torturando a alguien con sus poderes —hizo énfasis en la palabra "torturando"—. Todos sabemos lo que las Stormborns les hacen a las personas que no les agradan.

—¿Quieres probar un poco de eso? —preguntó y en seguida, sus manos se vieron rodeadas de rayos eléctricos.

Las nacidas de la tormenta apretaron sus puños preparándose para pelear, detrás de los Terraborns unas rocas empezaban a elevarse. Solo una cosa era lo que compartimos, el silencio.

—No vale la pena, Briar —Tomé del brazo a mi amiga y sus puños se relajaron. Ya íbamos de espaldas cuando el rubio decidió añadir un último comentario.

—Claro que no vale la pena, no me gustaría malgastar mis poderes con alguien que aún no los controla —se burló— ¿Qué haces, además de nublar el cielo, brujita del clima?

Pude haber ignorado su crítica de la misma manera en que lo hice cuando Félix se propuso a fastidiarme en mi primer día, pero no fue así. Lo siguiente que él pudo ver, fue mi puño dirigiéndose a su cara brindándole un golpe en todo el pómulo derecho, no pude controlar mi fuerza y aquello hizo que terminara tirándolo al suelo. La tierra a nuestro alrededor se sacudió al momento, resultado del enojo del Terraborn.

—Ya detente, Nolan —pidió el chico moreno.

—Vámonos si no quieres empezar una verdadera pelea —demandó Félix tomando del brazo a su amigo obligándolo a levantarse.

A Nolan no le quedó más remedio que expresar una corta amenaza dirigida hacia mí, para luego retirarse. Félix me lanzó una mirada por encima del hombro mientras se iba alejando con su grupo de compañeros en dirección al castillo.

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—No me juzgues por haberlo golpeado —dije irritada—, se lo merecía.

—Lo sé, pero no puedes ir regalando golpes a cualquier Terraborn que te haga enojar —Félix dio un largo suspiro.

—Hablas como si hubiera peleado con toda la legión de Terraborns, solo he golpeado a uno —corregí, mientras recogía unos cuantos libros de los estantes de la biblioteca—, pero si sigues hablando del tema, tú serás el número dos.

—Estoy tratando de darte un consejo.

—Y te lo agradeceré cuando te lo pida —respondí.

Dejé a Félix atrás y me dirigí hacía una de las mesas de la biblioteca. Aún no le había contado sobre mis pesadillas y mi posible relación con el enemigo de los dioses, pero su actitud me desesperaba tanto como para entablar una conversación con él, por el momento.

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Terraborns y Stormborns: una relación incomprendida

Autor: Nathaniel de Fermighan

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Exponía la portada de uno de los libros que escogí, lo abrí en una página aleatoria y una nota escrita en un papel amarillento cayó de ella.

"Encuéntrame en el resplandor, sobre el muérdago"

—¿Hay algún muérdago a los alrededores del castillo? —le pregunté a Félix, quién me miró con una cara de preocupación desde su puesto.

—So-Solo uno —titubeo— ¿Quieres ir?

Asentí dudosa ante su nerviosismo. Se me cayó la cara cuando comprendí la razón de su congelamiento.

—¡¿Creíste que te iba a besar?! —solté una risa burlona.

—¿Y qué querías que pensara? —respondió ocultando su rostro con las dos manos.

—Relájate, encontré esto y me entró curiosidad —le extendí el papel de la nota.

—¿Por qué crees que se relaciona con nuestro caso?

—No lo creo, pero estaba refundida entre las páginas de este libro que me llamó la atención —leí en voz alta el título.

—Me recuerda a alguien —dijo refiriéndose a mí.

Le brindé una sonrisa falsa.

Cuando conocí a Félix, nunca creí que pudiéramos ser amigos. Él era tan diferente a mí, en el sentido de que él pertenecía a un lugar al que yo estaba obligada a adaptarme, él entendía su mundo, yo no entendía el mío. Nunca tratamos de llevarnos bien, ni mucho menos tratamos de llegar a formar una amistad, pero en los últimos días habíamos pasado mucho tiempo juntos sin darnos cuenta. Creo que podría empezar a llamarlo "colega"

—Tengo que contarte algo —empecé diciendo— sobre el porqué creo que este tema del enemigo de los dioses se relaciona conmigo.

—Adelante.

—Antes de llegar a Aurelia, tenía pesadillas con un hombre a quién no puedo recordar. Me perseguía todas las noches desde que tengo memoria, cuando era pequeña mis gritos hacían levantar a mis padres pensando que algo terrible me había ocurrido, así que aprendí a enfrentarlo dentro de mis sueños para no alarmar a nadie.

—¿Qué era lo que te decía?

—Que no podía revelarme su identidad porque me pondría en peligro y que con el tiempo aprendería a que era más importante de lo que creía. Cuando la corona de mi madre me trajo por primera vez aquí ante Sepher, la tierra se sacudió y me dijo que tenía que irme lo más rápido posible antes de que él sintiera mi presencia —froté mis ojos por el cansancio que sentía al contar todo esto —No entiendo de qué manera podría estar relacionada con él, ni siquiera lo conozco.

—¿Le has contado al consejo divino sobre tus pesadillas? —indagó Félix.

Negué con la cabeza.

—¿Por qué?

—Porque no confío en ellos —respondí rudamente— Hay algo mal en todo esto, los dioses no quieren que se hable sobre un posible atentado contra su reino, los generales y tenientes murmuran cosas que no quieren que oigamos, y lo más difícil de todo esto es que ni siquiera sé si saldré viva de Aurelia para regresar con mi abuela.

—Si te sirve de consuelo, no eres la única persona que no confía en el consejo divino —Se reclinó en su silla—. Puede que existan legionarios que no están destinados a defender a sus dioses.















































Nota de la autora: Me encantó escribir este capítulo, las chicas molestando a Alice, la escena de la flecha y la manzana, Briar intimidando a Nolan, después Alice regalandole un puñetazo y en general, me gusta que las conversaciones entre Félix y Alice se den en la biblioteca, ya que nadie va allí, siento que ese lugar es como de los dos, donde pueden hablar tranquilamente sin tener la rivalidad entre Terraborns y Stormborns de por medio.

Con Cariño, Estrella de Leo.

Psdt: No se olviden comentar y votar porfis, quiero oírles alguna teoría que tengan sobre el enemigo de los dioses.

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