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CAPÍTULO 6

Briar me iba guiando a través de los pasillos hacia el Gran Comedor, en el camino nos topamos a varias Stormborns quienes me examinaban con la mirada mientras que yo me limitaba a saludarlas con un ademán de la mano. La vestimenta era un tanto extraña en Aurelia, nada comparado con la sencillez de la ropa de la Tierra; en mi mundo yo hubiera utilizado unos shorts y una sudadera, pero aquí me encontraba yo, vestida con una falda azul de estilo pañuelo con una camiseta de cuello largo, que hasta ahora, era la única ropa que se encontraba en mi baúl.

—No sé que comen en la Tierra pero te encantará catar lo que preparan nuestras hadas —Briar me guiñó un ojo.

—Tengo un paladar cuestionable, así que espero que las hadas no me maten si no me agrada su comida.

—Si sales viva de esto, me debes un recorrido por la Tierra —Un centello cruzó por sus ojos verdes y formó un puchero con los labios, esperanzada a que aceptara su propuesta.

—Trato hecho.

Le extendí mi mano para sellar el trato y en vez de aceptarla, se lanzó sobre mí para darme un abrazo que me electrocutó. Literalmente. En el rápido intento de retroceder, terminé chocando con la última persona a la que hubiera imaginado ver en aquellos momentos. Tirado en el suelo y echando fuego por los ojos.

—Tu primer día aquí y ya estás formando desastres, Alicent Martínez —gruñó el Terraborn.

—Si un tropiezo me hizo derribarte, no creo que sea difícil vencerte, Félix de Gardel —adopté su misma sonrisa, posteriormente le ofrecí mi mano para levantarse, pero la apartó de un manotón y se levantó por su cuenta— ¿Rencoroso?

Alcé una ceja.

—Fastidiado —corrigió y se arremangó las mangas de su camisa negra dejando ver las venas marcadas de sus brazos—. Que disfrutes la cena, Alicent.

Entró antes que nosotras al Gran Comedor.

—Eso fue genial —dijo Briar aplaudiéndome.

—¿Todos los Terraborns son así de molestos?

—La mayoría, pero se podría decir que Félix es el menos detestable entre ellos —dijo señalando el asiento que me correspondía—. Es el más joven de los Terraborns, creo que solo te tiene un poco de recelo porque dejó de ser la nueva sensación.

Negué con la cabeza desaprobando su comportamiento de niño malcriado.

En el comedor, dos mesas cubiertas con manteles de seda se extendían a lo largo del salón, con alrededor de tres mil sillas forjadas en plata. El aroma de las delicias servidas en platos de cerámica endulzaba el ambiente; desde jugosas costillas de cerdo hasta el chocolate derretido que bañaba a las fresas. Mientras que en el centro del comedor el jugo de naranja, reconocible por su olor cítrico, caía de una fuente dorada.

—¿Alicent, verdad? —indagó la chica de tez morena que se encontraba sentada a mi lado.

Asentí mientras llevaba un pedazo de pan a mi boca, la chica me detuvo antes de que pudiera dar un mordisco.

—No se come hasta que los generales pronuncien los anuncios del día –negó con la cabeza.

Bajé mi pan de inmediato.

—Disculpa, no sabía.

—No te preocupes, todos llegamos aquí sin saber nada. Soy Diana.

—Imagino que tu especialidad es la arquería —bromeé y a la chica se le deshizo la sonrisa cambiando a un semblante serio.

Posé mi mirada en Briar pidiéndole una ayuda ante mi carente sentido del humor.

—¿Cómo lo supiste? —La morena se llevó un rizo detrás de la oreja al mismo tiempo que soltaba una risita. Dí un suspiro al notar que mi chiste no la había ofendido, en realidad—. Soy flecha élite.

—Yo era flecha dorada cuando tenía trece —comenté–, pero dejé ese deporte hace mucho tiempo así que no creo recordar la manera en la se agarraba un arco.

De un momento a otro, la sala pasó de risas y conversaciones amistosas a un profundo y vacío silencio, dirigí mi mirada hacia el otro extremo del comedor, donde una mujer y un hombre de mediana edad iban subiendo a un podio.

—Ponte de pie —susurró Briar. Stormborns y Terraborns se levantaron de sus asientos con una postura erguida —La mujer de allí es la general Rayena.

—Legionarios, es un gusto para mí estar una vez más compartiendo una cena con ustedes —exclamó la mujer de pelo blanco—. Como muchos de ustedes saben, este es mi último año al mando, pero pido que mi retiro no sea la causa de desaliento en esta temporada. Nacidas de la tormenta, que la llegada de una nueva Stormborn después de doscientos años sea el motivo para que ustedes tomen riendas sueltas sin mi liderazgo. Agradezcamos a los dioses por haber reunido a Alicent Martínez con sus hermanas del rayo.

Aquella señora debía tener un muy buen ojo para identificar mi cuerpo entre las mil Stormborns que estaban presentes. «Debe ser por el cabello» pensé.

—Recibamos a Alicent como es debido —habló por primera vez el hombre y a sus palabras le siguieron unos estrepitosos aplausos.

Todos me veían con sonrisas dibujadas en los rostros, incluidas algunas Stormborns con sus chiflidos. En medio de palmadas y bienvenidas, se encontraba Félix quien no se había molestado en golpear sus cuidadas y brillantes manos para aplaudir. Aunque pensándolo bien, si él hubiera estado en mi posición, yo tampoco lo habría hecho por él. Le dediqué una sonrisa falsa desde mi mesa y él me la devolvió del mismo modo.

La cena continuó y pude probar la mayoría de manjares que yacían a mi alrededor. Briar no se había equivocado cuando dijo que me encantaría la comida preparada por las hadas, gracias a ellas me pude dar cuenta que nunca había comido tan bien como lo había hecho aquella noche. Ya iba por mi cuarto vaso de jugo cuando cerré los ojos instintivamente porque un pedazo de tomate había caído sobre mi cara. Abrí los ojos para distinguir a mi atacante, era Félix. Estaba empezando a creer que aquel chico realmente tenía una obsesión por dificultar mi adaptación en Aurelia. No le tomé importancia a su juego y me limité a limpiar mi cara con una servilleta. Al notar mi actitud de indiferencia y apatía, Félix de Gardel volvió la mirada a su comida. Ojalá que haya disfrutado comer ese plato porque será lo último que pueda hacer en paz.

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Mis ojos se abrieron cuando aún quedaban pocas estrellas visibles dibujadas en el cielo antes de que el sol se levantase por completo y opacara su brillo. Del otro lado de la habitación, Briar roncaba al igual que un oso, mientras que unos mechones rubios jugueteaban por su rostro. Aproveché su pesado sueño para tomar tranquilamente un baño con algunas hierbas aromáticas que encontré posando en una canastilla de paja. Me dirigí hacia el cofre deseando que nuevas prendas de vestir surgieran de él, y así fue. La armadura desprendía con intensidad el azul brillante que iban a juego con los detalles dorados en las hombreras que parecían forjados a partir de la luz del sol. Cuando el leve roce de la yema de mis dedos pasaron sobre el metal, pude notar de reojo como unos cuantos mechones azules comenzaban a brillar con más vigor.

—Están hechos a la medida, en todos los sentidos —el escuchar repentinamente la tierna voz de Briar me hizo dar un brinco desde mi espacio.

—¡Dioses! Creí que seguías dormida —estaba tan inmersa en la belleza del conjunto que no pude notar el momento en el que mi nueva amiga se había levantado de su cama caminando hasta mi lugar y estando parada justo detrás de mí de la misma manera que un rascacielos.

—Eso significa que no estabas del todo despierta —desaprobó mi falta de atención—, pero eso se arreglará con el tiempo.

A medida que me acercaba al campo de entrenamiento podía sentir la forma en la que los nervios se apoderaban de mi cuerpo y tomaban el control. Las nubes empezaron a moverse alrededor arropando el cielo, dejando unos cuantos rayos del sol a puerta abierta. Este cambio en la naturaleza hizo que la general diera un giro brusco hacia mi dirección, incluso cuando aún yo no había hecho acto de presencia.

—¡Alicent! —gritó mi nombre la general Rayena con tanta fuerza, lo que provocó que algunos pájaros salieran asustados y volando de entre los árboles. Incluso las Stormborns que ya se encontraban ahí dejaron de hacer lo que estaban haciendo ante el llamado de su líder.

—Mande —di unos pasos apresurados para llegar hacia su lugar posicionando mi cuerpo en frente de ella, aunque mi espalda recta no bastó para que la mujer no se diera cuenta de mi intranquilidad.

—¡Deja de ponerte nerviosa si no quieres que una tormenta caiga encima de nosotras en este instante! —me advirtió culpándome por la imprevista variación del clima.

—Y-yo no sé a qué se refiere, ¿por qué cree que yo hice esto? —traté de defender mi inocencia pero eso solo hizo enojar más a la mujer.

—No puedo concebir si aún no te has dado cuenta, pero tu estado de ánimo está haciendo lo de allá arriba —apretó mi hombro señalando el cielo con su dedo índice—. Aprende a controlar tus emociones si no quieres que esto pase.

Tomé un largo suspiro intentando relajarme y poco a poco el cielo pasó de estar nublado a encenderse con un celeste fulgurante.

—Bien hecho —afirmó y acto seguido, dirigió su vista hacia el grupo de mujeres guerreras—. Diana toma el cargo, sigan trabajando.

A lo lejos pude ver como la chica que me había vetado de comer un pedazo de pan en la noche anterior, daba las órdenes a sus compañeras empeñando el papel de entrenadora.

—Espero que seas única como dicen, de lo contrario, serás igual de inútil que el resto —Las palabras de Rayena retumbaron en mis oídos, tal vez lo había dicho para asustarme aún más, pero desde mi llegada a Aurelia todos habían determinado ciertas expectativas sobre mí, que había empezado a dudar de lo que era capaz.

—Dicen eso solo por el heroísmo de mi madre, no porque me conozcan, en realidad —me limité a responder, me percaté de la leve curva que adoptaban los labios de la señora tratando de formar una pequeña sonrisa.

—Entonces cuéntame sobre ti, Alicent. ¿Practicaste algún deporte en la Tierra? Evita mencionar los que de verdad no sirven para el combate.

—Practiqué arquería durante seis años y también fui gimnasta —Tenía que aceptar que me sentía peor que en una entrevista de trabajo, a pesar de que nunca había pasado por una.

A la velocidad de la luz, Rayena estrelló un puñetazo certero en mi cara, lo que me hizo caer al suelo por el impacto.

—¿Y eso por qué? —pregunté a medias mientras movía mi mandíbula para disminuir el entumecimiento.

—Tu primera lección: Estar siempre atenta —informó dando vueltas alrededor de mi cuerpo tirado en la hierba—. Tu enemigo no te avisará antes de atacar.

—Sí... Ya me quedó claro —me levanté limpiando mi armadura

—Ven, hay algo que quiero que veas.

Desde la cima de la colina se podía apreciar el maravilloso paisaje pintado por los antiguos dioses en el lienzo del cielo. A lo lejos se encontraba la fina línea de agua que separaba el terreno de los dioses del resto del Reino, no era de sorprenderse que solo los legionarios pudieran vivir cerca de los seres divinos, ya que ellos eran las únicas creaciones que tenían algo de glorioso en su interior. Por otro lado, si enfocamos la vista más abajo de la colina, el campo de entrenamiento de los Terraborns tomaba lugar allí, con una gran armería semejante a la de las Stormborns: Afiladas espadas, arcos hechos de oro, escudos, lanzas, y un par de armas más de las cuales desconocía su nombre. Pero a diferencia de las stormborns, el campo de los nacidos de la tierra contaba con una mayor cantidad de guerreros de todas las edades.

—¿Ves a ese de allí? —señaló a un hombre moreno con un parche en el ojo derecho ocupado en un duelo de espadas contra Félix—. Ese es el teniente Zaid, tiene unos cuatro mil años de edad y aún así, un crío de dieciséis años le está dando pelea.

—¿Cuál es el secreto? —pregunté observando como el pelinegro lo hacía retroceder con la punta de su espada.

—No hay secreto, entre más experiencia tengas, mayor control sobre tus poderes tienes. Los legionarios más jóvenes tienen un poder y una fuerza descontrolada.

Vi como las reglas del juego cambiaban y en cuestión de segundos, era el hombre el que lideraba el baile de espadas. Hizo volar la espada de Félix hacia el otro lado del campo, soltó la suya y ambos empezaron un combate mano a mano. En el cuál el teniente llevaba la ventaja. Félix logró bloquear varios golpes, pero poco a poco su respiración se iba entrecortando, no pudo conectar más de tres puños cuando el teniente le dio una patada circular que definió el resultado de la pelea.

—Pero al final del día, la estrategia y los años de aprendizaje son los que te ayudan a ganar en una batalla —terminó de decir e hizo una seña para seguir avanzando.

Rayena saludó con un apretón de manos al teniente Zaid, intercambiaron un par de palabras sobre los avances en el entrenamiento, las nuevas armas que los elfos estaban fabricando, y un par de cosas más que realmente no me interesaban.

—¿Qué tal tu primer día de entrenamiento? —reconocí la voz de Félix a mis espaldas

Giré sobre mis talones.

—¿Ahora ya te quieres portar amable conmigo? —entrecerré mis ojos y el reviró los suyos.

—Estoy tratando de entablar una conversación. ¿Qué tiene de extraño?

Más que enojado, se lo escuchó desesperado. Evité con mucho esfuerzo no lanzarle una respuesta ingeniosa para terminar la charla que él había comenzado. Pude haber rechazado su conversación, pero la idea de que Félix pudiera ayudarme a investigar sobre la causa detrás de los terremotos me hizo continuar hablando.

—Nada —me limité a responder asintiendo con la cabeza—. Creo que no me ha ido tan mal como tú, solo me regalaron un puñetazo con la fuerza de un elefante que me dejó en el suelo, nada más.

—¿Tan mal como yo? —su gesto cambió a uno más serio.

—De todo lo que dije, ¿sólo eso escuchaste? —dije—. Casi te desmayas peleando, Félix.

—No es cierto, Alicent —negó con la cabeza.

Me quedé observando cada detalle de su rostro, el color en sus pómulos había desaparecido, sus facciones se notaban cansadas y noté como sus ojos pestañaban lentamente, como si hasta eso lo estuviera agotando.

—¿Cuántas horas dormiste? —indagué.

—Treinta minutos —murmuró avergonzado.

Me acerqué lo suficiente para que el resto no pudiera oír lo que estaba por decirle.

—Necesito que me ayudes con algo.

—Soy un guerrero, no tú asistente —dijo cruzándose de brazos.

—Relájate, aún no te he dicho de qué se trata.

Félix estuvo a punto de lanzar su réplica, de no ser por la interrupción de la general.

—Alice, te presento oficialmente al Teniente Zaid.

—Un gusto —hice una pequeña reverencia y volví hacia Félix, pero el Terraborn se había esfumado.

—Veo que tu amigo desapareció —pronunció el hombre.

—No somos tan cercanos como para considerarnos amigos.

—Ambos son los más jóvenes de ambas legiones, les vendría bien pasar más tiempo juntos —recomendó el señor viéndome a través de su único ojo.

—Creí que teníamos prohibido juntarnos unos con los otros —expresé.

—Así es —enfatizó la General, no estando de acuerdo con la opinión del Teniente Zaid.

—¡Por favor, Rayena! Los dioses están muy ocupados en sus propios asuntos como para preocuparse por dos críos hablando de espadas —dijo y me dedicó una mirada asertiva.

—Intentaré seguir su consejo, Teniente.











































Nota de la autora: ¿Qué hizo cambiar de opinión en cuanto al comportamiento de Félix hacia Alicent? Pero bueno, lo importante es que el Teniente Zaid ya anda arreglando la relaciones por aquí. No se olviden de votar y comentar.

Con Cariño, Estrella de Leo

Psdt: El día domingo subiré el capítulo 7, así que estén al pendiente 😋

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