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CAPÍTULO 4

Necesitaba hablar con alguien sobre los extraños sucesos de la última semana, consideré contárselo a Alex pero cada vez que se me venía aquella idea a la mente, algo en mi interior se revolvía impidiéndome articular las palabras. Pero decidí que esta vez ignoraría la parte de mí que sellaba mis labios, y cuando íbamos bajando unos escalones a las afueras del instituto empecé a vocalizar.

—Alex... tengo algo que decirte.

—¿Qué hiciste ahora?

—No es nada malo, ¿Recuerdas esa noche que no contesté tus mensajes o tus llamadas?

Mi amigo asintió dudoso.

—En realidad, yo estaba... — fui interrumpida por una voz masculina detrás de mi cuerpo

—¿Alicent Martínez? —preguntó una voz desconocida.

Giré sobre mis talones y divisé la esbelta figura de un chico que por su joven rostro intuía que rondaba mi edad. Sus ojos negros me apuntaban como un arma mientras fruncía el ceño.

—¿Y tú quién eres? —espeté sin la menor importancia.

—Me mandaron a buscarte —respondió cruzando los brazos

—Sí, normalmente eso dicen los secuestradores a los niños antes de raptarlos —contraataqué y repetí mi pregunta—. ¿Quién eres?

—Eso no te importa, Sepher requiere tu presencia en... —se calló al posar sus fríos ojos en mi amigo, en ese instante comprendí. Sepher quería que regresara al Reino de Aurelia.

Di un suspiro y llevé a Alex a un lugar alejado mientras sentía la mirada juzgadora del extraño pelinegro.

—¿Quién es ese? —preguntó confundido—, ¿Por qué un tipo llamado como el dios del cielo te mandó a buscar? ¿Estás metida en alguna banda peligrosa? ¿Era eso lo que me querías contar?

—Nada de eso, Alex necesito que entiendas algo —Le tomé de la mano—. Mi mamá no es quién yo creía que era, tenía muchos secretos y yo soy uno de ellos. Te prometo que te lo contaré todo cuando regrese.

—Pero no lo entiendo, Alicent —entonó mi nombre de manera ruda y pude oír los pedazos rotos de mi corazón.

Le di un abrazo en forma de disculpa y concluí nuestra conversación:

—Lo siento, pero tengo que irme.

Me alejé de él con la cabeza agachada, gesto que cambié cuando tenía al chico pelinegro frente a mí.

—¿Es tu novio? —preguntó.

—¿Eres algún sirviente de Sepher o qué? —ignoré su anterior comentario y ví como su marcada mandíbula se tensaba.

—Soy Félix de Gardel, guerrero de la legión de los Terraborns ¿Contenta?

—No, creí que los Terraborns eran más altos —dije mirándolo de pies a cabeza.

—Y yo creí que las humanas eran más educadas. Creo que la decepción es mutua —me tiró una sonrisa juguetona y empezó a caminar.

Recorrimos calle tras calle con toda prisa pasando en medio de montones de gente. Se notaba que Félix quería regresar a Aurelia lo más pronto posible, era evidente que no podía pasar un minuto más rodeado de humanos.

—¡Al fin llegamos! —suspiró aliviado.

—¿Una cabina bancaria? —lo miré y arqueé una ceja

Vi como sacaba una tarjeta plateada con bordes verdes del bolsillo de su chaqueta negra. Nos adentramos a la cabina como pudimos ya que era un espacio muy reducido, la distancia entre nosotros se acortó lo suficiente para volver incómodo el ambiente.

—Hay más formas de ir a Aurelia que una corona —fanfarroneaba y empezó a digitar un código: 10522

—¿Qué significa ese código?

—Diez dioses, cinco ciudades, dos islas y dos legiones de guerreros —explicó al pie de la letra —. Será mejor que te sujetes.

La cabina empezó a sacudirse al nivel de un terremoto de ocho grados. Me agarré de las puertas aunque eso no parecía ayudar mucho al mareo. Vi a Félix enderezado del otro lado de la cabina, ni se inmutaba.

—Tranquila, tu otra mitad es stormborn, podrás soportar el viaje —dijo sin restarle cuidado.

Cerré los ojos con fuerza y al cabo de unos minutos que duraron toda una eternidad, la tierra dejó de agitarse. Desvelé mi mirada hacia el nuevo mundo que me rodeaba, no pude evitar sonreír ante lo que estaba viendo. Era un paisaje majestuoso, grandes montañas se levantaban a lo lejos, se podía apreciar el choque entre estaciones en cada parte del reino, invierno y verano, primavera y otoño. Me volteé hacia Félix, quién ahora portaba una armadura negra combinada con el verde esmeralda de las hombreras, su rostro parecía suavizarse.

—Estamos en el palacio de los dioses —indicó y se posicionó a mi lado—. El castillo al oeste es la casa de las legiones, allí vivimos los Terraborns y las Stormborns, aunque entrenamos de manera separada.

—¿Por qué? ¿Acaso no practicaban juntos, según los mitos?

—Lo solíamos hacer, pero después de... lo que pasó —suspiró—, los dioses prohibieron el entrenamiento conjunto.

Antes de que pudiera abrir la boca para hacerle más preguntas, se apartó y abrió la enorme puerta dorada que teníamos al frente. Salimos de la cabina y nos adentramos al mismo salón al que fui teletransportada por la corona de mi madre, la vez pasada. Solo que en esta ocasión los diez dioses Arialenses estaban posicionados en sus respectivos tronos, todos observándome retadoramente, incluso Sepher quién ya me había conocido antes. Félix y yo nos ubicamos a una distancia moderada

—Mis dioses y diosas, he cumplido la misión que me asignaron sin ningún inconveniente, yo he... —Félix fue interrumpido bruscamente por la diosa que se encontraba a la izquierda de Sepher.

—¡Suficiente! —Hizo un ademán con la mano, se mostraba molesta e inquietante —. Nos entregarás el reporte de misión una vez que terminemos de hablar con la chica, puedes retirarte.

El pelinegro bajó la cabeza haciendo una reverencia y se retiró del Gran Salón, no sin antes lanzarme una mirada mordaz como si yo fuera el motivo de sus desgracias. Ante el silencio de los dioses, me dispuse a contemplar de nuevo el lugar mientras jugueteaba con mis dedos.

Hasta que por fin, un dios pelirrojo decidió romper el silencio.

—Tengo que admitir que eres más hermosa de lo que mi padre mencionó —dijo el dios mientras observaba con cierta fascinación mi cabello azul—, hasta podría decir que eres más hermosa que tu propia madre.

—Basta, Gamos —le reprochó Sepher a su hijo —. No ha cambiado nada desde la última vez que nos vimos, Alicent.

—Bueno, considerando que nos vimos la semana pasada, dudo que pueda cambiar demasiado en siete días —respondí tratando de sonar amable.

—Imagino que estás consciente de las reglas de este lugar, como no dirigirle la palabra a los dioses a menos que te la concedamos —exclamó una diosa enfadada ante mi habla.

—¿Cómo podría saber eso ella, si nunca ha estado antes aquí? —argumentó una joven mujer que portaba un vestido negro con bordados de estrellas y constelaciones, esa debía de ser Asteria, diosa de la luna y las estrellas.

—La están espantando —intervino otro dios de cabellos dorados, su piel brillaba como la porcelana y sus ojos parecían estar hechos de miel.

Se presentó como Cyro, el dios del sol. Así mismo, me introdujo a los otros dioses.

—¿Sabes por qué estás aquí? —sondeó Dalia, diosa de la guerra.

Negué con la cabeza.

—Alicent, te trajimos aquí para que comprendas quién eres —alegó Varis, diosa de la vida.

—Tu madre era una stormborn, al momento de nacer ella fue bendecida a partir de una de mis tormentas —explicó Sepher—, pero tú no eres una stormborn porque te bendije, lo eres porque naciste de una.

—Una muy poderosa —añadió Tirrón.

—Ouh... entonces soy una stormborn por error, créanme lo entiendo.

—El hecho de que no te haya bendecido, no implica que seas distinta a las demás de tu raza —aclaró Sepher y tomó un largo suspiro—. Tú lugar está aquí, en el Reino de Aurelia, con nosotros.

Lancé una risotada un poco irrespetuosa.

—No, mi lugar está en la Tierra, es ahí en donde nací y será allí en donde moriré.

—Sé que puede sonar apresurado, pero debes quedarte aquí —demandó Este.

—Tengo muchas preguntas, pero quedarme aquí a iniciar una nueva vida no está en mis planes —traté de expresarme amablemente.

—Alicent, tu destino es ser una guerrera, convivir con tu gente, defender a tus dioses como lo hacía tu madre.

—Esa era la vida de mi madre —alcé la cabeza—, y yo no soy ella.

—Nosotros somos seres divinos, Alicent. No estuviéramos reclutándote si no fuera necesario —la diosa de la discordia arrugó la frente.

—¿Necesario para qué? —cuestioné.

—Para que sepas quién eres realmente —habló con calma la diosa de las estrellas.

Habían cosas que me ataban al mundo mortal. Mi abuela no desearía que me alejara de ella estando en sus últimos meses de vida, los dioses no querían que me fuera porque la mitad de mi cuerpo pertenecía a Aurelia. Yo quería saber más de mi pasado, sin estar obligada a dejar mi vida actual y convertirme en algo que jamás pensé que podría ser: Una guerrera.

—Tenemos una oferta para ti —Mis pensamientos se desvanecieron y la voz de Sepher continuó:

—Entrénate con las legiones nueve meses y podrás regresar a la Tierra.

—¿Y qué gano yo, sabiendo manejar una espada?

El dios del cielo estaba apunto de hablar cuando Este, la diosa de la muerte, se interpuso.

—Atrasaré la muerte de tu abuela —todos los dioses voltearon a verla impactados por lo que dijo. Un destello cruzó por mis ojos.

—No debes hacerlo, Este —murmuró preocupada Varis, la diosa de la vida—. Eso va en contra de las leyes divinas.

—¿Leyes que nosotros mismos escribimos? —desafió Miso.

—Tu abuela está agonizando, puedo sentirla cada vez más cerca al jardín del descanso eterno. Si entrenas con las Stormborns, ella vivirá otros dos años —continuó explicando la diosa de la muerte ignorando lo dicho por sus hermanas.

Me quedé callada unos segundos debatiendo mi respuesta.

—¿No preferirías hacer un pacto con Este, antes que aceptar la muerte de tu abuela? —dijo citando el comentario que hace poco le había dicho a mi abuela. En ese momento comprendí con qué tipo de personas estaba tratando.

—Está bien, pero tendrán que jurarlo por el cosmos —agradecí mi conocimiento sobre mitología. Cosmos era una antigua deidad que existió mucho antes que los dioses, dormido en el tiempo y esperando una promesa rota para poder despertar.

—Astuta —vaciló el dios del amor con una sonrisa de satisfacción.

—Solo me aseguro de que vayan a cumplir con su palabra. Tal y como lo haré yo.

Alcé ambas cejas esperando una respuesta e indecisos se colocaron una mano en el corazón (si es que tenían uno), y exclamaron al unísono:

—Nuestra promesa reside en el cosmos, que los dioses de más arriba nos den las fuerzas necesarias para no romper nuestro juramento.

—Muy bien, pero antes de quedarme aquí me gustaría hacer una última visita a la Tierra.

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Iba recorriendo deprisa los pasillos del hospital, a medida de que las manecillas de mi reloj se movían, más tiempo en el Reino de Aurelia se me escurría de las manos. Me dispuse a entrar a la habitación con el corazón acelerado, hecho que aumentó cuando vi a Alex sentado al frente de la camilla de mi abuela.

—Nietecilla, ¿Dónde has estado? Estábamos preocupados por ti.

—Seguramente con su novio misterioso —Alex apartó la mirada. Si hubiera pronunciado aquellas palabras en otro contexto, hubiera creído que estaba celoso. Pero ese no era el caso, había marchado sin más con Félix, un chico desconocido para mi abuela y para Alex, incluso para mí misma.

—¿Podrías dejarnos a solas, Alex? Sí es que eso no te molesta también —me arrepentí en cuanto lo dije sin saber lo que me estaba pasando. Mi yo de antes de Aurelia nunca habría tratado así a mi mejor amigo, sentí que algo se revolvía dentro de mi estómago.

Articulé una pequeña disculpa pero eso no bastó para que Alex no saliera de la habitación chocando a propósito mi hombro con el suyo.

—¿Qué harías si desaparezco por nueve meses?

—¿Por qué lo preguntas, Ali?

Me quedé callada esperando que el silencio hablara por sí solo.

—Tienes que irte, ¿estoy en lo cierto?

Asentí.

—Me lamentaba que este día pudiera llegar —dijo mirando el collar de Andrómeda que colgaba alrededor de mi cuello —. Era de tu madre, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—Sé quién era tu madre. Ambas trabajamos en el mismo lugar cuando éramos jóvenes. Mucho antes de que naciera tu padre, Celeste se mudó a otra ciudad. Cuando regresó con la identidad de Selene, yo ya había envejecido y tu padre era todo un hombre. Ambos se enamoraron perdidamente, pero le aconsejé que no le contara la verdad a tu papá.

—¿Por qué nunca me lo dijiste? —pregunté negando con la cabeza como resultado de mi confusión.

—Alicent, eres apenas una niña de dieciséis años, tienes una vida por delante y no quería que te limitaras al pasado de tu madre —apretó los labios —. Ven aquí.

Me senté en la camilla lo suficientemente cerca de mi abuela, como para que tomara el collae con sus manos arrugadas.

—Lo que me gusta de las estrellas es que a pesar de que a veces no puedes verlas, sabes que están ahí observándote —Vi como una lágrima recorría su mejilla—. No tengo que darte permiso para que te vayas, pero tienes que saber que si lo haces, siempre estaré a tu lado.

Ambas nos sumergimos en un abrazo que no alcanzó a calmar la culpa que sentía al dejarla.

Solo me quedaba una persona de la cuál despedirme para partir hacia Aurelia, y aquella persona se encontraba a un metro de distancia debatiéndose que snack comprar en la máquina expendedora del pasillo.

—¿Te vas? ¿De nuevo? —dijo mirándome desde el reflejo de la máquina.

—Si te digo que mi mamá era Celeste de Lightning, ¿Me creerías?

—¿Te volviste loca? —giró su cuerpo hasta que quedamos cara a cara, mis ojos azules fijados en los suyos color ámbar.

Solo pude pensar como hace una semana me encontraba refugiada en sus brazos por el discurso de su padre, acto que él no recordaba porque Sepher le borró cualquier recuerdo de esa noche. Aunque no lo quería imaginar, pensaba en la posibilidad de que el dios del cielo le hubiese borrado todo rastro de compasión que había en mi mejor amigo.

—Tengo que irme y no regresaré por nueve meses —arrugué mi nariz, síntoma del nerviosismo que recorría por mis venas— No te voy a pedir que lo entiendas, pero si que me perdones.

—No puedo perdonarte si no te entiendo, Alicent.

—No hagas esto más complicado, por favor.

—¿Yo complicarlo? ¿Cómo podría complicarlo, si eres tú la que no me está contando lo que está pasando?

Los dioses jamás me permitirían contar la verdad sobre el Reino de Aurelia a un mortal. No quería que Alex sufriera las consecuencias impuestas por el consejo divino, incluso si eso implicaba nuestro distanciamiento al no expresar mis secretos. Aquello me hizo recordar a mi madre y el Señor Silva, dos cerebritos obsesionados por las cosas antiguas que perdieron su amistad a partir del momento en el que mi mamá le confesó su verdadera identidad. Yo no quería terminar de la misma manera con Alex.

—Lo siento, me tengo que ir —dije y me aparté de él lo más rápido que pude.



























Nota de la autora: No culpo a Alicent, porque si yo tuviera a Félix delante mío tampoco hubiera puesto demasiada resistencia // Bien loquito el consejo divino obligando a Alice a empezar una vida, pero en fin... La diosa Este siendo tan astuta como para chantajearla con la enfermedad de su abuela.

Atte, Estrella de Leo

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