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CAPÍTULO 3

No sé cuánto tiempo pasó desde que me había desmayado, pero no me encontraba en la oficina, de hecho, no tenía ni la menor idea de dónde estaba. Yacía acostada en el
suelo sin fuerzas para ponerme de pie, desde mi posición solo podía ver el techo que se hallaba a una gran altura. Pude divisar las imágenes dibujadas en él reconociendo algún que otro mito plasmado, quién haya hecho semejante trabajo de pintar aquello en el techo, tenía un impresionante talento. Una voz gruesa y autoritaria me sacó de mi ensoñación.

—Alicent Grace Martínez de Lightning —pronunció el hombre de barba blanca y me levanté de golpe. Vestía una espectacular armadura gris con una capa azul, estaba sentado en el centro de los diez tronos dorados del salón, mirándome como si acabara de matar a su gato.

—Creo que hubo una pequeña confusión —empecé a reírme nerviosa, no había manera de que el desquiciado del Señor Silva haya montado un teatro para hacer real su fantasía mitológica—. Mire, Señor... No sé cuánto le estará pagando su jefe para hacer todo esto, pero quiero decirle que lo denunciaré por secuestro.

—Las leyes mortales no entran en nuestro sistema de justicia, señorita Alicent —dijo manteniendo el semblante serio—. Nosotros actuamos bajo las leyes divinas.

Sonreí falsamente.

—Ya veo... buscaré la salida y regresaré a mi casa —voltee mi cuerpo para dirigirme hacia la puerta, pero esta se cerró de golpe por una ráfaga de viento.

—Estás en el Reino de Aurelia, Alicent —me explicaba el hombre levantándose de su asiento y comenzó a encaminarse hacía mí—. La corona te transportó hasta aquí, el lugar al que perteneces. Solo tienes que cerrar los ojos y sentir.

Extrañamente, le hice caso y me tomé la molestia de concentrarme en mi entorno, el viento no era el mismo, este se sentía fresco y limpio, los rayos del sol que cruzaban por los ventanales brillaban aún más. De alguna manera sabía que este lugar no era la Tierra, no se sentía como ella, aquí me sentía más viva, con más fuerza, incluso podría decir que con más poder. «Tal vez el señor Silva no estaba demente después de todo» pensé.

—Lo sientes, ¿No es así? —vaciló el individuo—. El poder del rayo llamándote.

No supe como responder, armé las piezas y si estaba en lo correcto, el hombre que tenía al frente era Sepher, dios del cielo, Rey de los rayos y truenos.

—¿Cómo puede ser real? —Lo miré fijamente, él me brindó una sonrisa cálida y apoyó una mano sobre mi hombro.

—Oh Alicent, no sabes nada aún —se lamentó—. Y ese mortal tampoco, tu madre cometió un error al confiar la verdad a un humano.

—¿Cómo pretende que regrese y actúe como si nada hubiera pasado?

—No te preocupes de eso, Alicent —Se alejó de mí en dirección a su trono—. Yo me encargaré de ese detalle.

Ambos sentimos un leve remezón de la tierra, lo que de inmediato hizo a Sepher estremecerse.

—Es hora de que te vayas antes de que él sienta tu presencia —Hizo un movimiento con la mano y empecé a sentirme despojada de un mundo que ni siquiera conocía.

—No, no, tengo muchas preguntas, por favor necesito quedarme —Corrí hacía él, pero ya era tarde.

Me desperté con la respiración agitada, ya no me encontraba en ese majestuoso salón con olor a vino, en cambio, solo contaba con el silencio de mi dormitorio y una incontrolable sed de respuestas. No estaba segura de muchas cosas, pero sí sabía algo, aquello no había sido un sueño, era real.

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De camino al colegio pude oír el pitido de un carro a mi costado, era el Señor Silva y Alex. «¿Qué diré ahora? ¿Qué la tierra me tragó y me escupió en Aurelia, el reino de los dioses? Por supuesto que no»

Monté mi mejor sonrisa y dije:

—Qué alegría verlos —fingí emoción.

—¿Qué haces caminando? Súbete, Alice —dijo Alex desde la ventana del auto.

Me trepé al auto, sabía que algún día tendría que enfrentar al Señor Silva y que mejor que hacerlo de una buena vez. Ambos empezaron a hablar gustosamente, hasta que Alex me preguntó:

—Por cierto, Alice, ¿Qué estuviste haciendo toda la noche?, no respondiste los mensajes que te envié,—preguntó indignado mi amigo evitando el hecho de que estaba en el edificio de su padre y que literalmente había desaparecido de la faz de la tierra.

—Estuve en su fiesta —respondí arrugando el ceño.

—¿Qué fiesta? —preguntó el Señor Silva mirándome desde el espejo retrovisor.

—La suya, la fiesta para celebrar el descubrimiento de la corona de Celeste, en su edificio —El hombre observó a su hijo y ambos lanzaron una risotada.

—Pero si la corona aún no ha sido encontrada —argumentó, lo que me dejó aún más desorientada—. Y de hecho, el edificio está en mantenimiento desde ayer porque un rayo golpeó el sistema eléctrico.

—¿Un rayo? —Invadieron en mi mente las palabras del dios Sepher cuando le expresé que no podría actuar normal delante del Señor Silva, «Yo me encargaré de ese detalle».

—¡Ah! El rayo, ya lo recuerdo —actué con naturalidad—. Sí vi algo en las noticias sobre la tormenta de anoche.

—Entonces... ¿A qué fiesta fuiste ayer? —cuestionó mi mejor amigo.

—Olvídalo, creo que confundí mis sueños con la realidad —mentí.

Una mentira blanca que resultó muy creíble para ambos.

El resto del día pasó con normalidad para todos, excepto para mí, aún rondaba la incertidumbre por mi mente, las ansias de volver a ese lugar que antes creía un simple mito. Sepher me había regresado a la Tierra y le había borrado la memoria a los humanos con un rayo. ¿"Humanos"? ¿Por qué lo decía como si yo fuera distinta a ellos? Si mi mamá era Celeste de Lightning, una guerrera stormborn, ¿Eso me convertía en mitad stormborn? ¿Cómo funcionaba aquel mundo? Tenía muchas preguntas y poca fuente de información para encontrar las respuestas que necesitaba. Así que decidí entrar al cuarto de mi madre, después de tanto tiempo.

Al entrar me invadió el sentimiento de nostalgia, dirigí mi mirada hacia la cama vacía y avecinó el marchito recuerdo de mi mamá contándome historias sobre los dioses Arialenses y guerreras con el poder de sacudir el cielo, todo esto mientras me quedaba dormida en su regazo. Quién diría que aquellas historias eran ciertas y que ella las había vivido.

Me enfrasqué a lo que venía y empecé a buscar en cajones, su armario, su librero, hasta que rendida de mi búsqueda sin frutos, me dejé caer en el suelo de madera mirando con desdén hacia el techo. Había algo que molestaba a mi espalda, una lámina de madera mal colocada fue lo que llamó mi atención. Quité el pedazo de suelo y caí de bomba.

—Veamos que tenemos por aquí —dije sacando la caja plateada del compartimiento oculto, le di un soplo para despojarla del polvo y me tomé el tiempo para apreciarla, poseía unos preciosos ornamentos florales de color celeste.

Alcé la tapa con cuidado esperando encontrar una gran variedad de cosas, pero solo pude encontrar una carta desgastada por el pasar de los años y un collar de la constelación de Andrómeda.

Leer la carta me dejó petrificada, había sido escrita para mi madre, de parte de mi abuelo. A juzgar por sus palabras, definitivamente yo estaba metida en problemas, cosa que resultaba ser una cuestión de familia. Al menos, ya tenía conocimiento que mi abuela materna había muerto y que mi abuelo abandonó a mi madre y solo los dioses sabrán si seguirá vivo o no.























¡Ah! y me faltó añadir que alguien peligroso vendrá por mí por el simple hecho de que soy una stormborn. ¿Acaso, el hombre que se presentaba en mis sueños era aquel que me estaba persiguiendo? Al parecer, mi vida no era tan insignificante a mis dieciséis años.



































Nota de la autora: Uyyyy una carta del abuelo de Alicent, ¿Por qué habrá abandonado a Celeste?
Por cierto, siempre quise tener un collar de la constelación de Andrómeda y hasta el día de hoy he podido conseguirlo, Alicent está cumpliendo mi deseo, pero OJO que el collar será muy importante. Es por ello, que para los que pudieron ver la primera portada de este libro (antes de que la cambiara por la actual),  en el centro estaba la constelación de Andrómeda, ya que es unos de los pilares en esta historia. Sigan leyendo para averiguar el porqué.

Con cariño, Estrella de Leo

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