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CAPÍTULO 10

Los gritos entre el Consejo Divino y la Corte Legionaria abundaban en la sala de reuniones, pocas horas después del asesinato de las diosas Asteria y Miso. Una tropa de Terraborns se habían dedicado a perseguir al Delail pero fallaron después de que él haya alzado un muro que los separó justo antes de que lo pudieran capturar.

—¡Entrenan día y noche para que estas cosas no sucedan! —gritó Sepher— ¡Dos diosas están muertas porque fueron incapaces de cumplir con su deber!

El rey de Aurelia descargó su furia en el cielo y un par de rayos se vieron reflejados en los ventanales.

—No estaba en sus planes matar a Miso —explicó Félix—. Ella estuvo en el lugar inadecuado, en el momento inadecuado.

—¿Dices que mi hija se buscó esto? —La diosa Este golpeó la mesa haciendo que algunas estatuillas de madera caigan de ella.

—Todos ustedes buscaron esto —murmuré.

—¿Qué dijiste? —retó Oceares.

—Quiero decir, ustedes tuvieron que hacer algo contra él para que esté decidido a tomar venganza.

—Ten cuidado con lo que comentas, Alicent —advirtió el general Daemon.

—No me interesa ser cuidadosa —mascullé.

Varis se acercó a mí con la palma de la mano levantada dispuesta a brindarme una bofetada, no intenté apartarme. La diosa de la vida estaba preparada para terminar con la mía.

—Es suficiente, mamá —ordenó Gamos interponiéndose entre nosotras.

Le lancé una sonrisa sutil a la diosa por encima del hombro de su hijo.

Nolan entró a la habitación con gotas de sudor rodando por su frente, llevaba una flecha con un pergamino enrollado en ella.

—¡Una flecha mensajera cayó del cielo! —habló entrecortado.

—¿Qué dice? —Tirrón le arrebató el papel— Viene de parte de la alcaldesa Ryoma.

El dios empezó a leer la carta en voz alta.

—Enviaremos a nuestros mejores guerreros. Yo me encargaré de liderar la misión —dijo la general Rayena y tenía la intención de seguir hablando de no ser por Sepher quién la interrumpió.

—Esta tarea ya fue designada y mi postura no ha cambiado al respecto.

Toda la corte volteó a verme con las expectativas de que sea yo quién mate al enemigo de los dioses. La general Rayena no se veía muy contenta ante la decisión del consejo divino, pero su respeto hacia sus dioses era igual de grande que mis ganas de no ir al combate.

—No podemos confiarle toda la misión a una mortal —atacó una de las Stormborns de la corte.

—Esa mortal casi mata a su general —defendió Gamos.

Si alguien más lo hubiera dicho, me habría dejado peor de lo que estaba. Al ser un dios, nadie cuestionó su comentario y solo lo vieron como una muestra de lo que mi poder era capaz de hacer.

—Al menos, que lleve a un Terraborn como acompañante —demandó el teniente Zaid.

—Expresé mi deseo de ir sola, teniente —dije— Quiero que se respete mi decisión.

—Te vendría bien un poco de ayuda —aconsejó el pelirrojo.

—Si de verdad creen que soy la persona de la que habla la profecía, aprenderán a no poner en duda lo que hago —le susurré.

Sepher estaba apunto de ceder, pero Félix añadió un comentario que me dejó boquiabierta.

—Si me permiten, una chica de la Tierra no debería dar órdenes a sus superiores —opinó.

«¿Desde cuándo le importaba respetar al Consejo Divino?» me pregunté enfadada.

—Tiene razón, es muy peligroso dejarte ir sola y nosotros no nos ablandamos ante las peticiones de nadie —criticó Oceares— ¿Quién desea...?

—Yo iré —Félix respondió antes de que el dios pudiera finalizar su pregunta—. Perdón, solo digo que me ofrezco voluntariamente.

Dirigí mis ojos hacia el pelinegro e hice un ademán con la cabeza en desaprobación.

—¡Entonces, no hay nada que discutir! Vayan a preparar sus cosas, partirán en una hora.

El Terraborn salió rápidamente de la sala evitando la mirada de indignación con la que lo seguía.

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—¿Cómo te atreves? —confronté a espaldas de Félix una vez que estábamos lo bastante alejados del palacio.

Él se dispuso a seguir caminando, apresuré mi paso y le agarré del brazo antes de que pudiera entrar al castillo. Mi toque pareció electrocutarlo porque apartó mi mano enseguida. Levantó una ceja esperando a que comenzara a hablar.

—¿Por qué? —pregunté dejando caer los hombros.

—No entiendo a qué te refieres.

—¡Sabes perfectamente a lo que me refiero! —grité— No vuelvas a cuestionar mis decisiones delante de nadie más.

—¿Te molesta que los dioses no hayan aceptado tus caprichos?

—Me molesta que hayas sido tú quién los convenció de no hacerlo —lo empujé.

—¡Crees que puedes hacerlo todo por tu cuenta!

—Puedo completar esta misión sola. No necesito arrastrar a otras personas a pelear.

—Ir sola es suicida, eres egoísta hasta contigo misma.

Sus palabras me paralizaron y el fastidio en sus ojos me dieron un golpe más doloroso de lo que sus puños podrían dar.

—No sabes nada —fruncí el ceño—. Todo lo que he hecho aquí ha sido para otra persona, no para mí.

—Créeme, no le haces un favor a tu abuela estar aquí. ¿Qué diría ella si se entera que te dejaste morir porque creíste que siete meses de entrenamiento y una profecía te servirían para derrotar al enemigo de los dioses?

Me quedé callada.

—Acéptalo, Alicent. Eres mitad mortal, tu poder nunca podrá compararse con el de nosotros.

—¡Eso es exactamente lo que los dioses dirían! —juzgué— ¡No puedes odiarlos si te comportas igual que ellos!

—¿Crees que soy como los dioses? —preguntó ofendido.

—Lo eres, Félix de Gardel —respondí— ¿Sabes algo? Me alegra no ser una de ustedes porque tengo más libertad de la que tú nunca podrás tener.

Después de lo que dije, entré con furia y decepción al castillo. Al entrar a mi habitación, pude sentir el aire cargado de electricidad, como si hasta él pudiera sentir la tensión que mi mente cargaba. Empecé a empacar cosa tras cosa desquitando mi enojo con mis pertenencias. En un intento desesperado por abrir una botella de agua no pude controlar mi fuerza y terminó quebrándose al igual que yo. Las lágrimas que humedecían mis ojos se vieron reflejadas en uno de los vidrios que recogí. Mi ira había contaminado todo lo que toqué, incluso el carente color que adoptaron mis mechones azules evidenciaron mi desequilibrio.

—Alice, ¿Qué carajos? —escuché hablar a Briar entrando por la puerta.

Voltee a verla con las manos cortadas por los restos de la botella. Mi amiga corrió a abrazarme.

—Tranquila, todo va a estar bien —decía mientras sobaba mi cabello.

—Quiero regresar a casa —balbuceé llorando en su hombro.

—Lo harás, ya te falta poco —me dio un beso en la sien para consolarme.

Estaba cansada de todo lo que hacía, de lo que decía, de todas las decisiones que tomé y que me llevaron hasta este punto de mi vida en el que no sabía si lo que había hecho en los últimos siete meses valía la pena. Me asfixiaba el sentimiento de creer que todo era mi culpa y al mismo tiempo creer que no. Mentía al decir que tenía más libertad de la que Félix podría llegar a tener, porque lo cierto es que estaba igual de enjaulada que él. Sin embargo, lo que nos diferenciaba era el simple hecho de que yo había elegido este camino y aquello me hacía sentir aún más despreciable de lo que era.

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—Gracias por curar mis heridas y por los guantes —abracé a mi rubia con toda las fuerzas que tenía.

—Ya te estoy extrañando —dijo con la voz entrecortada.

—No te preocupes, prometo que regresaré.

—¿Podrías traerme un collar de piedra lunar? Oí que Lightning tiene las mejores —trató de animar.

—Trato hecho —agarré su mano— Aún te debo un viaje a la Tierra, Bri.

—Ya es hora de irnos —murmuró Félix a mi espaldas.

Antes de cruzar la franja de agua que dividía el terreno de los dioses con el resto del reino, el consejo divino hizo un pequeño ritual para darnos su bendición y cualquier tipo de protección que sean capaces de brindar mientras nuestra misión se desempeñaba.

—Sé que lo harás bien, Alicent. Naciste para esto —declaró Sepher.

—Es inconcebible cómo en menos de un año lograste adaptarte a un lugar al que no perteneces —dijo la diosa Este con una sonrisa hipócrita y una compasión fingida — Sin embargo, es bueno que lleves a un verdadero legionario, tu poder heredado de la sangre no puede compararse a recibir la bendición de un dios.

Félix pareció revolverse en su lugar, confirmando lo que anteriormente le había dicho. Era igual que los dioses y por más odio que él le dedicaba a ellos, no podía cambiar el hecho de que se encontraba bajo su poder. Tal vez al igual que yo, pero el control que ejercían los dioses sobre mí era temporal, yo no les pertenecía a ninguno de ellos y sus chantajes no iban a volver a funcionar conmigo una vez finalizada la misión. No está en mis deseos principales matar al Delail, pero si tengo que hacerlo, lo haré. Regresaré con su cabeza, volveré a la Tierra y esa será la última vez que Aurelia pasará por mi mente.















































Nota de la autora: Con este capítulo finaliza la primera parte de esta historia. Me gustaría leer sus comentarios y saber que tal les está pareciendo el libro hasta el momento. No se olviden de votar, comentar y si es posible, recomendar la historia a otras personas para que brinden más apoyo ♡

Con Cariño, Estrella de Leo

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