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CAPÍTULO 1

La misma pesadilla, el mismo lugar, el mismo hombre cuyo rostro no puedo recordar al despertarme.

—¿Vas a decirme quién eres? —dije observando al sujeto que se aparece todas las noches para atormentar mis sueños.

—Si te lo digo, podría ponerte en peligro.

—Entonces déjame en paz -comencé a alejarme hasta que no hubo más espacio donde retroceder —, ¿de que te sirve meterte en mi cabeza mientras duermo?

—Solo te puedo decir que cuando llegue el momento correcto aprenderás que eres más importante de lo que crees.

En esta ocasión, pude ver como mi entorno empezaba a distorsionarse hasta transformarse en otro escenario. El hombre misterioso caminaba por el final del pasillo, así que corrí hacía él.

—¡Estoy harta de todo esto! ¿Por qué huyes de mí? ¿Qué ocultas? —grité, pero eso solo consiguió divertir al señor, quién me tiró una sonrisa por encima del hombro al mismo tiempo que se escabullía entre los pasillos.

Lo seguí hasta que mi cuerpo no pudo dar otro paso, apoyé las manos en mis rodillas flexionadas tratando de regular mi respiración. Cuando alcé la vista mi "amigo" se encontraba allí parado observando una enorme pintura, me acerqué lentamente hacia él posicionándome justo a su lado. Cualquier rastro de maldad en su rostro se había desvanecido, sus ojos se relajaron, su ceño dejó de estar fruncido, y ciertamente ya no estaba enfocado en burlarse de mí.

—¿Quién es ella? —pregunté observando el retrato de una mujer con cabello azabache—, ¿o eso tampoco puedo saberlo?

—Ella fue... todo para mí, murió muchos milenios atrás pero la recuerdo como si la hubiera besado ayer —Ni se molestó en mirarme mientras hablaba, estaba tan sumergido en la belleza de la persona que una vez amó.

«Murió muchos milenios atrás» Eso significaba que el hombre tenía miles de años, «Tal vez ya esté muerto y es su fantasma quien viene a joder mi vida» pensé.

—¿Cómo murió? —curioseé inconscientemente.

Se volteó a verme con la mandíbula tensa demostrando que mi impertinente pregunta lo había ofendido.

—Míralo tú misma —hizo un ademán con la cabeza en dirección al cuadro.

Pegué un grito ahogado cuando vi de nuevo el retrato de la mujer. Esta vez, su cabeza estaba agachada y el sedoso cabello largo que corría como olas del mar había sido cortado, pero lo que más me aterrorizaba era ver a la hermosa mujer con una soga alrededor del cuello, en donde antes descansaba un collar de brillantes esmeraldas.

Salí sobresaltada de mi cama después de presenciar la macabra escena de muerte de una mujer desconocida. Toqué mi cuello desesperadamente con las manos para asegurarme de que no había sufrido el mismo destino de morir ahorcada. Fui al baño a lavarme la cara tratando de convencerme que nada había sido real y que era una simple pesadilla que el tiempo borraría.

—Señorita Alicent, su amigo Alex la está esperando en el recibidor —dijo la señora Poppy al otro lado de la puerta de mi habitación —¿Quiere que le avise que ya está lista para ir al museo?

Abrí los ojos como platos al recordar que el día de hoy nuestro instituto tenía una excursión al Museo de Mitología e Historia. Entré rápidamente a la ducha después de confirmarle a Poppy que en siete minutos estaría lo suficientemente lista para salir.

—¿Cómo se me pudo olvidar? —Empecé a peinar violentamente mi cabello dejando unos cuantos mechones azules libres mientras bajaba por las escaleras.

—Señora Poppy, su café es exquisito —escuché a mi mejor amigo hablar tan despreocupadamente.

Los vellos del brazo se me erizaron luego de ver la hora en mi reloj. Faltaban siete minutos para que el bus escolar nos abandonara.

—¿Te levantaste tarde? —preguntó el rubio señalando mi fallido peinado.

—Sí, pero eso no importa porque si sigues hablando con Poppy, no alcanzaremos a llegar al colegio —le quite la taza de café de sus manos y se la entregué a Poppy, con quién me despedí con un beso en la mejilla.

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El museo se levantaba en el corazón de la ciudad, una joya arquitectónica que conservaba todo lo que el país de Ariala representaba: La devoción hacia su religión; Estatuas de los Dioses Arialenses, esculturas de héroes, además de las pinturas que retrataban los mitos y las criaturas que vivían en el Reino de Aurelia.

Mi estómago gruñó apenas puse un pie en el lugar, había olvidado desayunar y el recorrido por el museo ya había comenzado. Alex, como si hubiera leído mis pensamientos, me tendió una bolsa con una tortilla dentro. Levanté una ceja mientras le lanzaba una mirada curiosa a mi amigo. «¿Qué favor me pedirá ahora?» me pregunté internamente.

—No me mires así, solo cumplo mi papel de amigo —Alex me tiró una sonrisa inocente—, la señora Poppy sabe que eres muy despistada así que me pidió que llevara tu desayuno.

—Apuesto a que me lo terminarás cobrando de alguna manera —dije cruzando los brazos.

Nuestro profesor de historia interrumpió la conversación con un estruendoso aplauso. El señor Olmedo era peor que cualquier pesadilla que haya tenido antes, recuerdo la vez en la que me había atrasado en llegar a una de sus clases por una cita en el DECE, trate de justificar mi falta de puntualidad pero solo recibí un portazo en la cara por parte de él. Añadiendo a esto, sus clases eran tan aburridas y repetitivas, ni se tomaba la molestia de que su clase atrajera a algún estudiante. Sin embargo, había decidido salir de la rutina con esta excursión sólo porque la rectora del colegio le pagaría una buena comisión.

—Alicent Martínez, ¿Podrías explicarle al resto de tus compañeros sobre la historia de Celeste de Lightning? Apuesto a que la conoces, debido a tu falta de atención sobre lo que estoy explicando —reprochó el señor Olmedo con un odio reflejado en sus oscuros ojos.

Estaba tan inmersa en mi hambre que ni siquiera me había tomado el tiempo de observar la figura de la heroína, pero cuando lo hice, me quedé pasmada al ver la escultura de mármol, a medida que me tomaba más tiempo en contemplar cada detalle de la guerrera aumentaba el sentimiento de conexión. El cabello ondulado caía un poco más allá de sus hombros mientras cargaba una espada y su escudo, era evidente que quién haya hecho aquella escultura la había trabajado con sumo cuidado. Pero el buen acabado de la obra no era lo que me importaba en ese instante, lo que me fascinaba y asustaba al mismo tiempo, era lo mucho que me recordaba a mi madre.

—¡Te estamos esperando! —dijo con tono burlón Valeria Castro; una arpía disfrazada de compañera.

—Sí... ella fue una guerrera de la legión de Las Stormborns que bajó a la Tierra un par de años después de que Baltazar del Castillo llegó a Ariala, es considerada heroína porque salvó a muchos esclavos y expulsó a los colonizadores de nuestro país. De allí viene su apodo: "La Reina de la Libertad"

Me quedé callada esperando que mi respuesta fuera suficiente y al notar el silencio añadí:

—Aunque algunos dicen que es una vieja leyenda para atribuirle la Guerra de la Independencia a los dioses.

El profesor torció la boca.

—Se salvó sólo por está vez, pero le pido que preste interés en lo que digo ya que no seré tan amable para la próxima -espetó el señor Olmedo y se dispuso a continuar con su exposición.

Di un largo suspiro.

—¿Qué te pasó allí? ¡Por los dioses! Fue como si hubieras visto a un fantasma —dijo mi amigo en un susurro.

—No pasó nada, andaba pensando en otra cosa, eso es todo.

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—Muchas gracias, señor Silva.

—Descuida, envíale saludos a tu abuelita —dijo el papá de Alex —. A propósito, ¿No te gustaría acompañarnos en la celebración de esta noche?

—¿Y qué vamos a celebrar? —pregunté y el señor sacó una foto del bolsillo de su traje bien planchado.

—La empresa encontró la corona de Celeste de Lightning, la población se volverá loca cuando sepan que realmente existió —contaba emocionado mientras me mostraba la foto de la corona.

Aunque detestaba la idea de volver a ese lugar ya que me traía viejos recuerdos de mis padres, no me sentía capaz de rechazar la invitación, vamos, ¡Hace 3 horas atrás había cuestionado la existencia de la heroína, y ahora me acaban de comprobar que no es un simple cuento inspiracional!

—Por supuesto, me encantaría —respondí ocultando la intriga que sentía. Además, no todos los días te invitaban a una cena en Corporación SyF, la empresa más importante del país en el ámbito de la arqueología, de la que el señor Silva era dueño.

—Te esperamos en el edificio entonces, enviaré a nuestro chofer a que pasé por ti a las siete —me informó—. De verdad, gracias por aceptar la invitación, así Alex pondrá más esfuerzo en su aspecto por una buena vez.

—Papá... —murmuró apenado. Alex no se vestía mal, pero odiaba las cenas o cualquier evento de la empresa, al menos contaría con mi compañía esta ocasión.

Después de despedirme, bajé del carro y me dirigí a la puerta del hospital para encaminarme a la habitación donde mi abuela descansaba. Había contraído cáncer hace siete años, y aunque había pasado por muchas terapias, varios tipos de medicinas y un sin fin de tratamientos, eso no bastó para que los doctores no llegaran a darnos la terrible noticia de que a mi abuela le quedaba un año antes de que el cáncer terminara con su vida.

—Mi dulce nieta, tu compañía me mantiene viva —balbuceaba con un toque de añoranza al mirarme.

Una lágrima resbaló por mi mejilla y traté de limpiarla lo más rápido que pude.

—¿Por qué lloras, mi pequeña?

—No es nada abuela, es solo que... a veces me gustaría tenerte en casa.

—Ya te he dicho que es mejor que yo esté en el hospital, aprenderás a aceptar más rápido mi partida —admitió—. A veces es mejor terminar aceptando algo antes de que suceda, porque amortigua el dolor.

—Odio esa frase.

—Lo sé.

—Preferiría hacer un pacto con Este, que aceptar tu muerte.

—Eso también lo sé, pero dudo que la diosa de la muerte baje de Aurelia para hacer un trato con una niña de dieciséis años.

Ambas reímos y de repente todos mis problemas se dejaron llevar por la brisa del viento al escuchar la cálida y reconfortante risa de la persona que había cuidado de mí después del fallecimiento de mis padres.

—Hoy tengo una cena en Corporaciones SyF —dije cambiando de tema.

—¿Y qué piensas ponerte?

—No lo sé todavía, no creo tener algo adecuado en mi armario.

Mi abuela hurgó debajo de su almohada y sacó un par de billetes.

—Ten, esto te alcanzará para comprar un vestido hermoso digno de una chica hermosa.

—¿Dónde conseguiste esto? —indagué aceptando el dinero.

—Tu abuela tiene sus trucos —se limitó a responder y me guiño un ojo —. Nunca dejaría que mi única nieta apague su brillo.

Eso me hizo estar segura de una sola cosa: sacrificaría cualquier cosa para salvarla.

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