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Capítulo 1

𖤍Ryone Daweryek𖤍

Día 207, año 358, milenio 5.
Daweryek.

El viento frío se cuela por el enorme ventanal que me permite mirar hacia el sur. Ahí donde los truenos y relámpagos azotan con crueldad y el fuego se expande hacia el oeste.

—¿Cuánto va a durar? —pregunta una voz a mi espalda.

Suspiro y niego con la cabeza.

—Horas... —respondo—, días. Quién sabe.

El rey Xarhen II yace sobre mi cama; con un libro en el regazo y una rosa entre los dedos. Ni siquiera me voy a molestar en preguntar de dónde la sacó, mi castillo está repleto de ellas.

—Parece que se odian más de lo que se aman —replica mientras pasa página—. Aunque no culpo a la reina Ariana; Fared es un pendejo de proporciones astronómicas.

Xarhen ha odiado a Fared desde que aún éramos adolescentes. Hace siete años, cuando él tenía dieciséis y yo quince, Xarhen se enamoró de Fared, pero Fared se burló de él y lo rechazó.

Y Xarhen lo habría dejado pasar si simple lo hubieran rechazado, pero no, porque Fared se burló de él. Y el ego del entonces príncipe de Faerés jamás lo perdonaría.

Y eso se traduce a odio y desprecio eterno.

Y sí, eso me lo dijo dos horas después de que Fared lo rechazó. Vino a Daweryek completamente iracundo y me despertó en medio de la noche para contarme como convertiría el amor en odio.

—Y sin embargo se casaron —digo yo—. Es su primera pelea marital.

Xarhen mete la rosa entre las páginas del libro cuando un relámpago ilumina las paredes beige de mi alcoba. Presiento que las uniones entre Ñaderís y Belixne se romperán.

—Mientras se mantengan alejados de mis fronteras —dice el monarca de las tierras del norte—, me importa un carajo.

Finalmente se levanta de la cama y se acerca al ventanal. Posicionado a mi lado, hombro a hombro, mira hacia el exterior, así como yo. Sus ojos azules grisáceos se iluminan con la tormenta a lo lejos. Una sonrisita pícara se posiciona en sus labios.

—¿No empezó así? —me cuestiona, sacándome de mi trance.

—¿Qué?

—La guerra —aclara—. La de hace como un milenio y medio.

Ah. La guerra de Haélior, cuando los cuatro reinos empezaron un conflicto, una Reina de Fuego y un Rey de Tempestad se enamoraron, pero jamás pudieron coexistir pacíficamente, así que se desató una guerra en la que los reyes restantes no tardaron nada en unirse. Sí, así empezó.

—¿Y qué? —le resto importancia.

—Se repite la historia —dice.

Lo miro fijamente mientras que él simplemente sonríe más. Cómo si todo lo que pasaba en los reinos del sur y oeste no fueran más que un chiste para entretenernos.

¿Y qué era sino? ¿Una guerra de países vecinos que no solo afectaba a sus monarcas, sino también a la población? Era infantil e inmaduro.

—El fuego y la tempestad jamás podrán coexistir —le digo—. Es una estupidez.

—¿Qué?

Los relámpagos se detienen para dar paso a la lluvia, misma que se expande por todo Haélior. Fared no tiene mucha posibilidad de ganarle a Ariana.

Dudo mucho que esta situación no nos afecte a futuro.

—Eso —le señalo en dirección del caos—. Se casaron sabiendo que al mínimo conflicto podían llegar a ese punto. Ambos son explosivos.

Xarhen rueda los ojos, pero asiente. Mira el panorama unos momentos más y después me mira a mí de nuevo.

—Fared es fuerte, de acuerdo —finalmente habla en serio—. Pero ningún incendio, por más fuerte que sea, puede resistir la tempestad.

Eso me recuerda...

¿Existe algo que realmente pueda resistirla? Una tempestad es una palabra muy corta para describir todo lo que en realidad es Ariana.

—Pues espero que acabe pronto —le digo, ignorando mis pensamientos—. No me gustaría que sus consecuencias afecten mi reino.

Xarhen suelta una risa ronca y apoya su brazo en mi hombro. Él es apenas un poco más bajo que yo, por lo que no hace mucho esfuerzo.

—Tu castillo tiene una vista impresionante. En las montañas del Este, con un panorama en el que puedes ver todo Haélior —murmura aún con la mirada fija al sur.

—Supongo que ya tengo una respuesta a tus constantes visitas —me burlo—. Te gusta estar informado.

—¿A quién no? —replica con voz burlona, después su expresión cambia a una más seria y me mira directamente—. Pero vengo aquí por otras razones.

Y después calla. Solo quiere aumentar su misterio. El cual me importa poco, ya que él solo quiere mantenerse alejado de su padre, quién insiste en seguirle mostrando como reinar, aún después de que le cedió el trono a Xarhen hace dos años y hasta ahora Xarhen lo había hecho a la perfección.

—¿A sí? —respondo en cambio.

Yo lo estoy mirando también, porque él me está mirando y sería poco educado no mirarlo también.

—Es por ti —dice con la misma expresión seria.

—¿Por mí? —funzo el ceño, ¿Qué quiere decir? ¿Me está vigilando?—. ¿A caso quieres mantenerme bajo control?

Él resopla y desvía la mirada, pero no antes de que logré ver la molestia en su mirada.

—Olvídalo —refunfuña—. Cómo si tú pudieras perder el control.

Después se gira y avanza hasta el libro. Una vez ahí, lo toma y pasa las páginas rápidamente hasta llegar a la rosa.

—Esto es mío —dice sacando la rosa de pétalos carmesí—. Me voy.

Mi confusión no hace más que aumentar, ¿Qué le pasa?

—Está lloviendo afuera —le digo—. No te puedes ir. Además eso es mío.

Y es verdad ¿Es que acaso no ve la tormenta de afuera?

—La creaste para mí —se defiende con arrogancia—. Por lo tanto es mía.

—No la creé para ti —contesto yo—. Solo la tomaste de por ahí, pero estaba en mi castillo.

¿Qué le ocurre? ¿Ahora va a venir a robarse mis rosas? No es como que yo vaya a su reino y escoja el primer cuervo que se me atraviese y decida que es mío porque él lo creó para mí.

—Y es la más bella —argumenta él—. Por eso es para mí.

—¿Enloqueciste? —le pregunto—. Además, no puedes irte, te va a caer un puto rayo.

Xarhen me dirige una mirada rara y después mira por el ventanal, una sonrisa se dibuja en su rostro. Se pone la rosa entre el broche de su capa negra y el doblez de su abrigo del mismo color. Un contraste espléndido y elegante, aún más si le sumamos los mechones de largo y lacio cabello negro azabache que descansa sobre sus hombros.

Era una vista magnífica a la luz de las velas.

—Ya quisieras —dice y se da la vuelta.

No me da tiempo de responder porque enseguida sale de la alcoba, dejándome confundido y embelesado ante su actitud extraña.

Vuelvo mi vista hacia el caos que, en realidad, terminó hace un rato, dejando solo la lluvia afuera.

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