Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPITULO 7.-

Era la primera vez que Amaris veía un lugar que no fuera el bosque. Dejaba que sus ojos se detuvieran en cualquier cosa y que su mente vagara con una imaginación imparable, la misma que la había mantenido cuerda todos esos años de exilio.

― ¿Qué es eso?― preguntó en voz alta.

Sin soltar las riendas del caballo, Abel giró para mirar en la misma dirección que ella.

―Son las caravanas de los gitanos.

― ¡Es tan colorido! ¿Qué es eso?― preguntó apuntando en la otra dirección.

Pudo escuchar a Abel gruñir algo casi inteligible.

―Son tiendas. Más allá hay bailarines, y un teatro. También está el patíbulo, por si le interesa.

Amaris lo miró con los ojos llenos de sorpresa.

― ¿Patíbulo?

Abel pareció perplejo por unos momentos, tratando de buscar palabras para explicar su pregunta.

―Es el lugar donde se hacen ejecuciones públicas― explicó Adam desde su caballo. Claramente el joven estaba conteniendo la risa. Su hermano le regaló una mirada molesta.

Amaris frunció el ceño, por su mente pasaron preguntas a las cuales los hermanos no tenían las respuestas ¿Por qué alguien querría hacer una ejecución pública? ¿Qué intentaban demostrar? Y como si hubieran quitado un velo de sus ojos, comenzó a ver más allá de esos detalles encantadores, de esos colores hipnotizantes.

Había personas, algunas estaban enfermas, pero todas trabajaban duro, se veían hambrientos y cansados. Amaris creyó que las cosas en el reino podían ser diferentes de los libros que leía, pero su blando corazón se sintió pequeño al darse cuenta de que la realidad copiaba a la ficción únicamente en los malos aspectos.

Esclavos. Todas esas personas eran esclavos. Niños, ancianos, mujeres y hombres enfermos.

Abel siguió la dirección de su mirada y le indicó que se sostuviera fuerte, pues continuarían el camino.

—Son esclavos— murmuró la joven.

— ¿Quién haría el trabajo si no los hubiera?—preguntó uno de los guerreros.

— ¡Ustedes mismos!— respondió enfadada.

El guerrero frunció el ceño en dirección a ella pero antes de que pudiera decir otra cosa, Abel la hizo girar al frente.

—Ya es suficiente, Marion— dijo el hermano menor. Sorprendentemente, el hombre no replicó.

Mientras avanzaban por el camino real que llevaba al castillo, Amaris siguió observando las tiendas de alrededor, los lugares para comer y todas las especias que en determinado momento inundaron el ambiente. Todo eso le gustaba, pero no podía sacarse de la cabeza que todo eso funcionaba por los esclavos. Las herraduras de los caballos hacían ruido contra las calles cubiertas de rocas. En un momento pasaron por un rio de gente dispuestos a recibirlos con pañuelos blancos y flores.

— ¿Ellos saben lo que ustedes han hecho?— preguntó Amaris.

— ¿Se refiere al hecho de que ayudamos a esclavizar a otros reinos? ¿A que sus habitantes son capturados y obligados a trabajar? ¿O que la hemos rescatado del bosque? No creo que las personas de este reino sepa lo que sucede— contestó Adam con cierto tono de sarcasmo.

— ¿Por qué trabajar para el rey entonces?— inquirió la joven.

—La paga es buena— dijo con una sonrisa petulante.

—No sabía que te gustaran las conversaciones sobre la política de los reinos, Adam— se burló Marion.

El silencio que siguió a ese comentario fue tan duro como la puñalada de un amigo, pensó Amaris.

Ella no pudo hacer comentario alguno, pues Abel acomodó el caballo a modo de quedar al lado de su hermano, los demás guerreros se formaron de una forma similar, para poder pasar a través de las pequeñas calles del reino, Amaris supo que se acercaban al castillo.

—Hubo una vez un reino que no necesitaba esclavos— murmuró Adam. Ella casi no podía escuchar sus palabras pues las voces de las personas y las pesuñas de los caballos lo opacaban—. Cada habitante se cuidaba solo, nadie trabajaba sin una paga justa y las decisiones no dependían de un rey tirano. Todas eran tomadas por un consejo de buenos hombres y mujeres. Y su rey era un hombre justo que...

—Es suficiente— interrumpió Abel y su hermano sacudió la cabeza, como si hubiera estado en otra parte.

—Pero claro— dijo Adam componiendo una sonrisa cínica—. Son solamente historias.

Amaris no supo reconocer las emociones en la voz de Adam mientras le hablaba sobre ese reino, pero supo descifrar el tono de Abel al reprender a su hermano, claramente era un tema del cuál no podían hablar.

Decidió permanecer en silencio el resto del camino. Simplemente observando con tristeza todas esas cosas que no podía arreglar, viendo trabajar a esas personas que no podía ayudar.

La caravana se detuvo unas horas después de salir de la ciudad y andar por el campo. Eso le pareció algo muy extraño, pues el castillo no parecía estar abierto para otros. Aunque si algo debía reconocer era que se trataba de una estructura maravillosa. Las torres casi rozando con las nubes, la construcción abarcaba kilómetros y kilómetros de estructura, además de los jardines, el castillo parecía tener la zona para sus habitantes, la parte para los prisioneros y otra para las fiestas. En pocas palabras, era un enorme lugar lleno de habitaciones, escaleras y muchos secretos. Amaris recordaba haber leído la historia del reino en uno de los libros que el ser llevaba para ella. Cuando se atrevió a preguntar de dónde venían, el ser le respondía que eran de un amigo.

Amaris nunca lo conoció, ni sabía porque lo llamaban su amigo, pero le agradecía desde lo más profundo de su alma todos esos regalos.

Cuando bajaron de los caballos, Abel y su hermano la escoltaron hasta lo que llamaron la sala del trono, en donde el rey la estaría esperando. Se había preguntado qué clase de gobernante sería, pues ni siquiera los guerreros que peleaban por él, tenían una buena opinión suya.

Los jardines que pudo percibir le parecieron magníficos, ya que el resto de la construcción la hacía sentir pequeña e inútil. Atravesaron un largo pasillo rodeado de habitaciones que ella no conocía.

Adam la detuvo unos metros antes de llegar a su destino y le entregó algo en la mano, sin dejarla ver lo que era, la apresuró para que llegaran cuanto antes a la sala del trono. Amaris no sabía de qué se trataba, pero era un objeto pequeño y duro, que estaba algo húmedo, se preguntó si era sudor de la mano de Adam, ya que lo sostenía fuerte antes de dárselo, como si le fuera difícil dejarlo ir.

Abel la escoltó en silencio, hasta que llegaron ante un par de puertas de oro sólido, con el símbolo del reino de la luna. Toda una constelación grabada en las puertas. Hubo algo en esa imagen que la dejó sin respiración, pero hubo algo más que la hizo estremece de miedo.

Había un hombre joven cruzado de brazos recargado en la puerta. Llevaba el cabello castaño recogido en una coleta, era alto y parecía entrenar igual que los guerreros. Él se movió de la puerta y la miró de la cabeza a los pies, haciéndola sentir expuesta.

—Un verdadero placer— dijo e hizo una ligera reverencia.

—Yo no...

—Ella dice— interrumpió Adam—. Que también es un placer.

—Tiene labios y sé que puede hablar, déjala terminar.

Amaris retrocedió y cerró la boca, pues supuso que todo lo que dijera a ese hombre podía ser usado en su contra después.

—Lo que tenga que decir es solo para el rey— espetó Abel, llevándose la mano a una de las dagas—. Si quieres interrogarla ahora, significa que tu padre no te ha permitido entrar a la sala del trono ¿O sí?

El hombre sonrió con petulancia.

—Seré tu rey algún día, maldito asesino. Te sugiero cuidar tus palabras o...

— ¿No es esa la decisión de padre?— preguntó una voz dura a su espalda—. Bertrán, hermano. Ha pasado mucho tiempo y aun haces alarde de ser rey, cuando no tienes su palabra todavía.

— ¡Soy el primogénito!

Amaris se dio cuenta de que ambos eran sumamente parecidos, y recordó que lo había llamado hermano.

— ¡Y el cielo es azul!

Bertrán arrugó la cara en un gesto claro de ira.

—Mis disculpas, creí que estábamos hablando de cosas que todo el mundo sabe y a nadie le importan.

— ¿Estarás en la sala del trono?— preguntó Adam al recién llegado.

—Sí, padre me lo ha pedido ¡Me alegra que hayan regresado con bien! Que la diosa los siga colmando de bendiciones.

—Arles— dijo Bertrán— ¿Debo recordarte que estás en presencia de gente ajena al reino?

—Son amigos—dijo quien parecía más joven con una sonrisa amigable—. Hermano, estoy seguro de que tienes mejores cosas que hacer que espiar detrás de las puertas las reuniones a las que no te permiten entrar.

Bertrán miró a los presentes, compuso una sonrisa demasiado forzada y con una reverencia obligada se marchó por el pasillo.

Los hombros de Arles se relajaron de inmediato.

—Deben tener cuidado con sus hombres. Bertrán se enteró de la llegada del Oráculo antes que yo.

Amaris miró a los presentes con una gran interrogante ¿Los Oráculos no estaban ya extintos? Se habían acabado cuando los hombres masacraron al último Guardián.

El único que tuvo la delicadeza de devolver la mirada fue Arles y le dedicó un gesto amable.

— ¿Oráculo? ¿Voy a entrar a esa sala para hablar con el rey sobre cuentos para niños?— inquirió Amaris.

Abel avanzó un paso hacia ella, cuando Arles comenzó a abrir las puertas a la sala del trono.

—Ha sido un verdadero placer volver a verte, pero tengo que pedirte un favor, de guerrero a guerrero. Dame unos minutos para hablar con Amaris—dijo Abel.

Adam estaba increíblemente cerca de ella, tanto que podía escucharlo respirar.

— ¿Guerrero a guerrero? ¡Me halagas!— exclamó con una sonrisa y entró, dándoles el tiempo que Abel había pedido.

— ¿Qué va a pasar ahí dentro?— preguntó Amaris más que asustada.

—Hay muchos rumores que corren respecto a la esposa del rey—dijo Adam y se pasó la lengua por los resecos labios—. Unos dicen que es una bruja poderosa, otros que simplemente es una mujer demasiado sabia, algunos más dicen que puede leer aquello que estás pensando.

Amaris tragó saliva, sintiéndose cada vez más nerviosa.

—La mayor parte de los actos tiránicos del rey han sido por causa de esa mujer. Él la obedece sin dudar. Y es muy cruel cuando se lo propone— explicó Abel.

— ¿Por qué trabajan para alguien así?

—No tuvimos opción— respondieron a la vez.

—Ahora— dijo Adam—. Hay ciertos tipos de piedras que pueden bloquear la magia, pero las piedras por si solas no ayudan mucho, estas son tan fuertes como sus portadores lo sean.

Amaris abrió los ojos de par en par y apretó fuerte la mano, ahora sabía lo que Adam le había entregado. Él se acercó despacio, hasta que sus caras estuvieron muy cerca, tanto que ella pudo ver puntos cafés en los iris de color verde.

—La quiero de vuelta cuando termines de hablar con el rey. Es un préstamo.

Ella asintió.

— ¿A qué se refería Arles cuando habló sobre el Oráculo?— preguntó nerviosa.

Los hermanos intercambiaron una mirada.

—Él lo dijo por accidente, no creo...

—Escúcheme bien— dijo Adam, interrumpiendo a su hermano—. Él nunca dice nada que no quiera, nunca deja salir información que no deba salir. Es demasiado inteligente. Es un hombre que creció sabiendo que el mundo es totalmente suyo. Créame cuando digo, que de todas las personas en esa habitación, de quien más debe cuidarse, es de Arles.

Amaris quería correr, alejarse lo más posible de ese sitio, salir del reino si era necesario. En lugar de hacer eso, levantó la barbilla, cuadró los hombros, apretó la roca fuerte en su mano y miró al frente. Ella no era débil, había pasado años encerrada, resistiendo la frialdad y crueldad del ser. Había pasado noches resistiendo aquellas visiones sobre personas muertas que la atormentaban. Ella era fuerte y lo demostraría. Estaba al lado de los mejores guerreros que pudo haber conocido.

Ella respiró profundo y murmuró:

—Abre la puerta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro