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CAPITULO 60.-


"Las copas al aire, brindemos por la anhelada.

Palmas al centro, aplaudan su llegada.

Pronto ya vendrá, llenará nuestro corazón de cerveza, vino y ron.

Acepten sus regalos o la tempestad vendrá.

En forma de piratas, ballenas o bestias.

Un mar tempestuoso la traerá de vuelta.

Y nuestros corazones llenarán...

Remen, remen, remen ya.

Después de aceptar el regalo y más; su traición cobrará.

Con las manos desnudas y el alma en vilo, remen, remen, remen ya.

La hora de zarpar ha pasado ya.

Los barcos murieron ante la furia que nunca acabará.

Dicen las malas lenguas que ella no se detendrá y a los marinos engañará antes de llegar al Tridente de Altamar"

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Apretó la empuñadura de la espada, sintiéndose estúpido por extrañar sus dedos, a pesar de que eran dos, y de que había hombres que perdían la mano completa en batalla, para Marion se dificultaba sostener con tanta fuerza como antes. Eso más el sudor en la palma, hacia que la empuñadura resbalara. Cambió la espada a su mano izquierda, el agarre era firme, pero los movimientos serian lentos.

Tampoco ayudaba el hecho de que el sol calaba sobre su piel a pesar de la sombra que daban los árboles, y su respiración se volvía pesada con cada giro al cuadro de pelea. El suelo era del mismo material que el palacio de El Cimarrón.

Por el contrario, el hombre moreno con quien debía pelear, estaba en su ambiente, orgulloso de su forma actual, ya que no tuvo problema en quitarse la camisa y mostrar sus gigantes músculos.

Los demás guerreros y el mismo Cimarrón miraron a Marion, como si esperaran que hiciera lo mismo.

Él puso los ojos en blanco. Nunca aspiraría a tener esa clase de musculatura, cuando tenía obvias restricciones para comer carne. Su dieta a base de frutas, verduras, cereales y pescado no era la mejor al entrenar, pero lo había superado.

Podía comer carne, siempre y cuando tuviera alguna misión importante o una batalla abierta...como ahora.

Tal vez Adam tenía razón y su conciencia sobre los animales era solo una carga.

Volvió a cambiar la espada de mano. En la derecha estaría bien, elegía velocidad sobre fuerza.

Su adversario era grande y estaba orgulloso de ello. Marion sabía que iba a poner mucho de ese empuje sobre su primer golpe para hacerlo trastabillar y dudar. Si no hubiera entrenado con Esbirrel antes, los embistes de su adversario podrían realmente obligarlo a perder.

Vio a Lineria por el rabillo del ojo, ella se mantenía erguida, apoyando sus manos en el bastón, la barbilla levantada, observando todo con arrogancia. Él vio más allá de ese semblante, a la mirada que indicaba miedo y preocupación. Se tomó la molestia de guiñarle para que cambiara su expresión. Ella simplemente arrugó la frente.

Marion aun observaba a la princesa cuando sintió el cambio repentino en el viento. Giró sobre sí mismo, aprovechando la humedad en las plantas de sus pies para deslizarse hacia el otro lado de su contrincante, quien se quedó pasmado cuando vio su espada chocar con fuerza contra los cristales del suelo.

―Eso pudo doler― dijo Marion con una sonrisa, girando la afilada hoja en su mano.

El hombre respondió en un lenguaje que no conocía. Ya se tomaría la molestia de aprenderlo después. Levantó la pesada espada para atacar de nuevo, Marion se dio cuenta de que la agilidad no era su fuerte.

Se preparó para girar de nuevo, pero el oponente cambió la dirección de su ataque, haciéndolo dudar y tropezar.

De acuerdo. Había juzgado mal; era grande, fuerte y veloz.

Sin embargo, él era el guerrero bocón, su especialidad no eran las peleas cuerpo a cuerpo, tampoco en el campo de batalla.

―Debes ser materia inservible para que te envíen a pelear contra la élite del oeste― dijo con calma. No dejaría que notara la resequedad en sus labios.

Estaba sediento, pero era por el cambio de clima. De la humedad fría y amigable de los bosques del oeste al calor abrazador del Tridente.

Su oponente frunció el ceño. Si no hablaban el mismo lenguaje, Marion realmente iba a tener un problema para ganar.

El hombre miró en dirección a El Cimarrón. Fue en ese momento que Marion notó cierto parecido, algún lazo familiar entre ellos... ¿Padre e hijo? ¿Sobrino? ¿Hermano?

―No dejes que te haga dudar― exclamó El Cimarrón, una sonrisa de dientes blancos se reflejó en su rostro―. Jamás permitiría que mi sangre fuera derramada.

Marion apretó más la espada. Era un lazo familiar entonces.

Su oponente atacó de nuevo. El guerrero intentó apartarse, pero la espada lo golpeó en el tobillo. Maldijo y apretó los dientes para evitar un grito.

Se había imaginado que el golpe dolería, pero no que iba a enviar calambres hasta la jodida nalga. Maldito fuera ese lugar que lo hacía sudar y estar sediento. Maldito fuera el rey del oeste por enviar a Lineria en una misión. Maldito El Cimarrón por pedir esa pelea.

Marion sabía que para él era simple entretenimiento, el juego de espadas que podría cobrar la vida de un hombre.

El adversario se acercó rápido, y el asesino se levantó apoyando las palmas contra la roca resbaladiza, movimiento que lo obligó a soltar la espada, deslizándola al otro lado del cuadro. Observó para saber si su oponente esperaría a que estuviera armado... Él embistió de nuevo, su enorme espada golpeó justo donde Marion había estado de pie.

―Estuvo muy cerca― comentó con una sonrisa, apuntando al hombre con un dedo―. Pero no lo suficiente ¿Te estas volviendo lento?

Su enemigo cargó la espada para golpearlo, el guerrero deslizó los pies hacia la derecha, y rápidamente a la izquierda. Iba a hacer del cuadro de pelea una especie de salón de baile, deslizándose de un lado a otro, levantar la enorme espada iba a cansar a su contrincante en algún momento. Marion colocó ambas manos a su espalda y continúo esquivando los golpes con una sonrisa. Burlándose de él, hablando sin parar sobre cómo podía mejorar su técnica, que no era tan importante para ellos si lo enviaban a pelear así.

― ¿Sabes?― preguntó cuándo el hombre moreno no pudo levantar la espada, su piel estaba empapada de sudor, el mismo escurría desde su cabeza hasta sus ojos―. Hay un tipo como tú en la élite. No me refiero a lo impulsivo― dijo Marion, arreglándoselas para mantener la sonrisa a pesar de querer tirarse al suelo para tener una gran bocanada de aire―. Hablo de la técnica y fuerza. Aunque me atrevo a decir que suelo entrenar con él, y sus golpes duelen más, a pesar de que no pelea en serio.

No se permitió sentir alivio cuando vio las facciones de su enemigo llenarse de ira. Lo había logrado, después de algunos insultos y no tomarse la pelea en serio, logró sacarlo de sus cabales.

Marion se las arregló para correr al otro lado del cuadro para levantar su espada, la sostuvo lo más fuerte que pudo en su mano derecha, levantó la cabeza para mirar a su oponente, esta vez sin la sonrisa en sus labios. Recibió el golpe con toda la fuerza de su brazo, sintiendo el hombro moverse de lugar. Apretó los dientes, y tomó la empuñadura con la mano izquierda para empujar la espada del hombre, gruñó para dar fuerza a su movimiento y lograr que el oponente retrocediera. Un paso, dos... era más que suficiente. El hombre tropezó con los cristales del suelo, mismos que él había roto con su espada.

Marion se movió, lanzando los ataques con rapidez y precisión. Una patada contra sus rodillas, un giro y golpeó su codo contra la cabeza de su adversario, con la espada en su mano izquierda se abalanzó sobre él, deteniéndola a centímetros de su cuello.

Sintió su pecho subir y bajar, su cuerpo pidiendo descanso después de pasar casi dos meses en el mar, quería aire fresco de la montaña y no ese cargado de humedad y calor.

Los ojos color avellana de su contrincante estaban completamente abiertos por la sorpresa, sin embargo, Marion se dio cuenta del cuchillo presionado contra sus propias costillas. Había visto cuando lo sacó, preparado para matarlo, pero detuvo el movimiento. Se permitió mirar los ojos del hombre y ver ahí una verdad: No era su enemigo.

Marion tomó una respiración, apartó su espada del cuello de su oponente, para extender la mano y ayudarlo a levantarse.

El hombre la tomó, cuando estuvo de pie le dedicó una inclinación de cabeza.

El Cimarrón estaba inclinado al frente sobre su asiento, sus ojos brillaban con excitación por la pelea. Parecía divertido, como un niño con un presente por las fiestas de luna.

―No se ha derramado sangre, mi señor― dijo un tipo que estaba de pie al lado del asiento.

Quien gobernaba sobre el Tridente le hizo una señal a Marion.

―Pensé que Gabriel te había entrenado mejor.

Marion se permitió reír, se limpió el sudor de los ojos con el dorso de la mano.

―Él hizo un buen trabajo, me temo que quien está podrido soy yo. No tengo remedio.

― ¿No acabaras con tu trabajo? ¿Dejaras una misión sin terminar?

El guerrero se las arregló para tragar aun con su boca seca. Giró la espada entre sus dedos de la mano izquierda y la clavó con fuerza en el suelo, entre los cristales rotos. No iba a derramar sangre ese día.

―Su cuchillo llegó antes a mi corazón que mi espada a su cuello― explicó, mirando fijamente al Cimarrón. Se inclinó al frente para pasar la palma de la mano por el filo de su espada, cerró los dedos en un puño, caminando hacia el gobernante, abrió los dedos de uno por uno, dejando que las gotas de color rojo cayeran sobre los cristales verdes―. Aquí está la sangre que esperabas.

El Cimarrón echó la cabeza hacia atrás, riendo como un desquiciado. Los hombres a su alrededor hicieron coro a su risa. Todos en ese maldito lugar estaban totalmente locos.

―Largo de aquí, princesa― espetó luego de un momento, hablando a Lineria―. Llévate a tu asesino contigo y esperen mi llamada. Son mis invitados a partir de hoy.

Marion fue hacia Lineria, ella inclinó la cabeza en su dirección. Una orden silenciosa para que caminara a su espalda. En ese lugar, frente a todas esas personas, él era su sirviente, un asesino de la élite a su servicio. En realidad no le importaba.

Anduvo detrás de ella, viéndola apoyar su peso en el bastón para aguantar el dolor en su pierna. Dándose cuenta de que sus manos heridas aun tenían los vendajes sucios que le había puesto en el barco.

Llegaron a la entrada de la isla, donde les entregaron sus botas, no había más pertenencias para ellos. Dejó que la princesa lo guiara hasta un gran puente de piedra, donde las personas cruzaban, algunos llevaban carruajes, otras carretas o caballos. Muchos parecían comerciantes, intercambiadores.

―No hay gitanos― comentó en voz baja, caminando a la par de Lineria ahora que no estaban siendo vigilados.

―Tienen prohibida la entrada al Tridente. Según la historia, sus antepasados cometieron un crimen contra El Cimarrón.

Marion levantó ambas cejas.

― ¿Sus antepasados? ¿Cuántos jodidos años tiene el hombre?

La princesa se encogió de hombros. Ella hizo una señal a una carreta para que los llevara. Marion subió en la parte de atrás, recargándose en un montón de paja, mientras Lineria intercambiaba un par de palabras en otro lenguaje con el hombre del carromato. Ella se las arregló para subir sin ayuda. Él esperaba que no fuera tan orgullosa y pudiera pedírsela de vez en cuando.

Avanzaron rápido por el puente, el mar parecía tranquilo desde ahí, el cielo estaba despejado y muchas aves de colores sobrevolaban las rocas. Las personas gritaban para ofrecer joyas, especias, comida, ron... todo era bonito y colorido. Y no había esclavos a la vista.

―Llegaremos pronto― dijo Lineria después de un momento, sus ojos perdidos en algún pensamiento.

― ¿A la posada?

Ella levantó una ceja, pareciendo arrogante.

― ¿Crees que la hija de un rey se quedaría en una posada?― preguntó un tanto divertida―. He vivido aquí por más de once años.

Marion asintió.

―Entonces no habrá posada.

Ella solamente sonrió.

El carromato se detuvo un momento después. Marion bajó y esperó a que ella le pidiera ayuda, sin embargo, Lineria apoyó el bastón y bajó sin descansar sobre su pierna herida. Claro que no necesitaba de su ayuda. Se las había arreglado siempre sola antes de conocerlo.

Sacudió la cabeza. Él no solía tener esa clase de pensamientos, pero ahora lo único que podía ver al cerrar los ojos, era el semblante asustado de ella cuando los marinos iban a atacarla en el barco, la furia que sintió en ese momento...

―Sígueme― indicó la princesa después de despedir al hombre de la carreta.

Marion metió las manos en los bolsillos de su pantalón y la siguió. Avanzaron por los adoquines del camino principal hacia un callejón que daba la bienvenida a través de un par de arcos.

Lineria dio la vuelta a la izquierda, bajó dos escalones y se detuvo frente a una puerta de madera. Ella miró por encima del hombro con una ligera sonrisa en sus labios.

―Esto va a gustarte― comentó y comenzó a silbar.

El cerrojo de la puerta se abrió y ella empujó la madera para que pudieran entrar.

Marion tuvo un vistazo del interior. Todo estaba decorado como el mar esmeralda, aquel que colindaba con las torres del castillo del oeste, como si ella extrañara su casa y necesitara una réplica en ese lugar. Las paredes tenían tapices de colores oscuros, tal vez traídos de Kunam del Este, las grandes ventanas con forma de arco daban a la calle principal, y frente a ellas, entre listones, colgaban cristales marinos en color azul, verde y morado, el sol los golpeaba y reflejaba los colores en toda la habitación, sobre las sillas del comedor, en la hoguera que funcionaba para cocinar, en la barra lista para colgar pescados y hierbas, sobre los sillones polvorientos de la entrada y en las tres puertas al final de la habitación sobre las cuales colgaban redes de pesca.

Y para su sorpresa, parado sobre una barra junto a las ventanas estaba una gran ave de color verde y pico negro. Sus ojos miraban a todas partes y a ninguna.

―Es mi casa― explicó Lineria con calma―. Y serás bienvenido siempre y cuando no cometas una estupidez.

Marion le dio una mirada divertida.

―No suelo hacer cosas estúpidas.

Ella asintió lentamente y se dejó caer sobre uno de los sillones.

―Necesitas comprar ropa― dijo con indiferencia―. Y lavarte. Ambos lo necesitamos.

Él estuvo tentando a olfatearse a si mismo para averiguar que tanto lo necesitaba. Eligió no hacerlo, en su lugar se detuvo al lado de la ventana para jugar con los cristales.

―Entrenaste al ave― dijo Marion después de un momento.

Lineria asintió.

―No podía confiar en nadie.

En nadie, en nadie― repitió el ave verde.

Marion le dio una mirada de extrañeza.

― ¿Puede hablar?

Mejor que tú, si, mejor que tú.

― ¡Oye!

Lineria comenzó a reír. Quizá pelear con el ave era una de las estupideces a las que se refería. Ella suspiró y le dedicó una mirada de seriedad.

― ¿Cuándo ibas a decirme que nos estaban siguiendo?

Marion sintió sus hombros tensarse.

―Sola te diste cuenta ¿Por qué necesitarías mi advertencia?

Lineria se puso de pie apoyándose en los muebles, le hizo frente con brusquedad.

―No juegues con las palabras y conmigo― espetó molesta.

Marion relajó los hombros.

―El hombre contra el que pelee― explicó―. Creo que tiene una especie de lazo familiar con El Cimarrón, también parece que no lo apoya por completo. Él es quien nos estaba siguiendo desde que cruzamos el puente.

―Quiere hablar contigo― concluyó ella.

―Probablemente.

―Y dejarás que lo haga.

―Probablemente.

―Era una orden― aclaró―. Y vas a decirme absolutamente todo lo que hables con él.

Ella le dio la espalda y se dirigió a la tercera puerta, al abrirla él obtuvo un vistazo de lo que parecía un cuarto de aseo, había una tina y... Lineria cerró la puerta en su cara.

Buscó en la cocina algo para beber, estaba sediento después de la batalla y su lo que fuera que tenía que hacer con la princesa. Comenzaba a desesperar por algo que redujera la resequedad de su boca, cuando el ave se paró sobre una tinaja de barro.

― ¿Es para mí?― preguntó ladeando la cabeza.

Es mía.

Marion frunció el ceño.

― ¿La compartirás conmigo?

El ave voló hasta la barra donde se colgaban los pescados.

Marion destapó la tinaja y bebió hasta que su estómago estuvo a punto de reventar. Se quedó sentado sobre el suelo durante mucho tiempo, hasta que escuchó la puerta del cuarto de aseo abrirse se puso de pie.

Lineria salió, estaba envuelta en una sábana blanca. El cabello mojado se le pegaba a la espalda, provocando que la tela se volviera transparente en su estómago y...

―Sé que estás planeado algo, algo grande― dijo Lineria, mirándolo fijamente ―. Y quiero participar en cada uno de tus planes, saber que piensas y cuando lo piensas.

Marion le dio una mirada, en parte deseosa y en parte divertida. Él apenas podía pensar con la princesa casi desnuda al frente.

―Qué curioso― comentó con voz ronca, colocando las manos contra la cintura de Lineria la acercó a él―. Estaba a punto de pedir lo mismo.

Ella colocó las manos contra su pecho, él sintió el contacto frío a través de su camisa.

― ¿Es un acuerdo? No habrá mentiras, no vamos a ocultar información. Si uno da un paso, el otro lo sabe. Sin secretos de la Élite de los asesinos.

―Solo si tampoco hay secretos de la realeza― replicó él con astucia.

― ¿Es un acuerdo?― repitió ella.

Marion asintió lentamente.

―Lo es― aceptó antes de atrapar su boca con un frenesí que estaba resistiendo desde que bajaron del barco.

Ella lo apartó después de un momento, manteniendo la distancia entre los dos.

―Quiero que seas mi aliado. No te conviertas en mi enemigo.

De acuerdo, era extraño que lo tomaran con la guardia baja, pero ella lo había planeado, tomó ventaja al seducirlo.

―Somos amantes. Y puedo contar con mis ocho dedos los años que he estado contigo.

Ella simplemente soltó una risa sarcástica y lo empujó, para luego caminar hacia la primera puerta.

―El hecho de que calientes mi cama no te convierte en mi aliado― explicó tranquilamente.

Anduvo a la primera habitación y antes de entrar lo miró por encima del hombro.

―Calcula bien hacia donde es tu lealtad― dijo en un tono más bajo―. Puedes asearte ahí, averigua tú mismo cómo funciona el agua corriente. El Tridente no es tan atrasado como el castillo del oeste.

Por segunda ocasión, cerró la puerta en su cara.

Marion caminó hacia las ventanas, para que un vistazo del exterior lo ayudara a resolver las dudas en su mente. Recargó la cabeza contra el cristal.

¿Qué se supone que esperaba? ¿Qué él dejara la élite? No podía, no cuando ella era una princesa del oeste que estaba en una misión para el rey. Sabía que si trabajaban juntos tendrían la ventaja, sin embargo, no podía involucrarla en asuntos de la élite. Gabriel terminaría de cortarle la mano si lo hacía.

Respiró profundo y golpeó su frente contra el cristal dos veces más. Maldita fuera la noche en la que decidió compartir la cama con Lineria.

Y maldito fuera él por pensar eso, porque a pesar de que era un error, lo repetiría una y otra vez. Porque ella le dio sentido a todo, porque era un niño solitario y se convirtió en un hombre con un propósito. Porque estaba total y estúpidamente perdido por ella.

―Es mía― repitió el ave a su lado.

Marion se sobresaltó, pues no la escuchó acercarse.

― ¿Te refieres a Lineria?― preguntó. Ahora hablaba con las aves―. Soy patético.

Idiota, idiota, eres un idiota.

―Si, también un poco de eso.

Después de un momento se dirigió al cuarto de aseo, dispuesto a averiguar que era el agua corriente y cómo funcionaba. También le gustaría saber si podría compartir la cama esa noche o debía dormir en el suelo con el ave verde.

Ninguna idea sonaba tentadora. 

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