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CAPITULO 58.-


Había una vez una pequeña niña de cabello blanco que vivía en lo profundo de un oscuro bosque.

Su único contacto con el mundo eran los libros que aparecían en su portal. Un Ser eterno la había enseñado a leer, pero fue lo único que pudo mostrarle.

Una pequeña ventana en aquella cabaña oculta de los ojos de los Dioses, se había convertido en su más fiel aliada, mostrándole pedazos de bosque, marcando el paso de los días de sol.

El tiempo pasaba y ella continuaba leyendo y hablando con las hojas de los árboles que entraban a través de la ventana... hasta que un día, tomó el valor de salir, para darse cuenta de que no se encontraba en una cabaña, si no en una alta torre.

La ventana, las ramas de los arboles a través de ella, habían sido producto de su imaginación... sin embargo, el niño de ojos azules caminando sobre las hojas secas no lo era.

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Era joven y estúpida.

Ella y sus hermanos tenían permitido visitar el castillo del reino del Oeste para el funeral de la reina.

Todos estaban ahí; desde Bertrán hasta Anathya, quien no dejaba de mover sus manos de manera nerviosa.

Su ansiedad era tan notoria que el rey la observaba de reojo mientras todos sus hijos se encontraban de pie frente al trono.

Lineria respiró con tranquilidad al ver que Veronet envolvía las manos de Anathya con las suyas, cuidando de su hermana menor, se preguntó si la mayor se llevaría a la más joven a sus tierras ahora que la reina estaba muerta...

Dejó de respirar al sentir el impacto de ese pensamiento: la reina estaba muerta.

Su madre había saltado desde los puentes colgantes. No sabía cómo eso podía ser una sorpresa, la reina estaba loca, después de todo.

No fue capaz de escuchar el discurso hipócrita del rey, no cuando su amante ahora ocupaba el trono de la reina Yunen. Ni siquiera respetaban el luto, los días oscuros para el corazón de todos ellos.

Los cuatro hijos de la amante se encontraban ahí, de pie detrás del trono. Dos de ellos miraban el lugar como si les perteneciera, la joven compartía miradas con Arles que no pasaban inadvertidas para Lineria, y el cuarto hijo parecía aburrido de ser obligado a estar ahí.

Lineria abandonó la sala del trono a la mitad del discurso, lidiaría después con las consecuencias.

Permaneció oculta en las escaleras colindantes con la muralla del castillo donde se encontraban sus habitaciones, se sentó sobre los mohosos escalones, sintiendo la humedad pasar a través de su vestido.

Observó como el líder de la élite entrenaba en la orilla del mar, la cual se encontraba un poco alejada del muelle, sin embargo, solo se podía llegar a esa zona nadando.

Fue cuando Lineria se dio cuenta de que había alguien más con él.

Se trataba de un joven, quien nadaba contra las olas de la costa, mientras intentaba sostener una espada en cada mano, también vestía con una cota de malla, si sus ojos no la engañaban. Era como se le enseñaran a pelear contra la fuerza del mar, a pesar de que era algo imposible.

Por un momento, se quedó observando todo, hasta que sorprendentemente, el joven logró arrastrarse a la orilla, donde apenas tuvo tiempo de tomar una respiración antes de que le líder de la élite lo atacara, dándole instrucciones sobre cómo defenderse, que hacer, donde poner los pies.

Él trataba de hacerlo a pesar de estar tropezando constantemente con la arena.

Lineria no se percató de cuando se puso de pie, recargando las manos en la fría roca para observar mejor el acto. Era impresionante el nivel de entrenamiento que llevaban con la élite.

Cuando el líder derribó al muchacho, le dio tiempo de recomponerse. Éste se sentó, sus hombros se movían a causa de las rápidas respiraciones. El oscuro cabello se le pegaba a la frente y a la nuca por el agua salada, misma que escurría de él. Se quitó la cota de malla para lanzarla a un lado, sin llevar prenda alguna debajo de ella, sin embargo, Lineria no se ruborizó ante la vista del joven desnudo sentado en la playa.

Él giró la cabeza al sentirse observado, al darse cuenta de la presencia de la princesa, simplemente sonrió y levantó la mano a modo de saludo.

Y malditos fueran los Dioses, pero ella era joven y estúpida, así que respondió a esa sonrisa.

Algo sacudió su cuerpo, haciéndola abrir los ojos... ¿Dónde? ¿Dónde estaba? El techo no le decía mucho, el extraño sabor en la boca tampoco.

Se sentó sobre la cama, mirando a su alrededor, dándose cuenta de que se encontraba en el camarote principal del Makara, un barco de la flota de Jusbath que se dirigía al Tridente.

Ella recordaba que se habían detenido en Yemayá a causa de la tormenta, sin embargo, sus pensamientos no estaban claros sobre el resto, no recordaba cómo había llegado de nuevo al barco.

¿Y dónde estaba Marion? A ese tonto, con quien incluso estaba obligada a soñar.

Frunció el ceño. Una parte de ella había olvidado el día que lo conoció.

Y los días siguientes cuando lo buscaba en el castillo, en los alrededores, hasta que lo encontró, dispuesta a hablar con él, porque no quería compartir sus palabras con nadie más en ese maldito palacio.

Le tomó poco tiempo darse cuenta de que Marion no podía hablar, tal vez por algún acontecimiento en su vida que le generó la incapacidad de comunicarse con otros, sin embargo, él encontró la manera de dibujar en la arena con sus dedos o con alguna vara, para que Lineria pudiera comprender lo que decía.

Ella supo entonces que Marion le tenía miedo al océano, y por ese motivo era el único de los aprendices de Gabriel que entrenaba ahí. También descubrió su admiración por los gatos de montaña.

Con el tiempo él pudo hacerse notar entre los asesinos, debido a su destreza y resistencia. Ella se preguntaba cómo es que nadie se daba cuenta de que los ojos de Marion parecían desesperados por encajar en un lugar, en un grupo.

Él había logrado abrirse camino en la élite, a pesar de no poder hablar. Nadie en ese momento se daba cuenta de que en algunos años hacerlo callar sería el verdadero problema.

El barco se sacudió de nuevo, un movimiento similar al que la hizo despertar.

Apoyando las manos en la pared, se puso de pie, su pierna aun dolía, pero era algo soportable. Vio el bastón a un lado de la cama y con una mueca de enfado lo apretó en su mano derecha para utilizarlo. Tal vez algún día se sentiría natural al usarlo.

Avanzó por el camarote para llegar a la puerta, se dio cuenta de que su ropa estaba seca, señal de que Marion la había cambiado mientras dormía, sorprendentemente, ese pensamiento no la hizo sentir incomoda.

Abrió la puerta del camarote y vio al frente los tres escalones que la separaban de cubierta, a la izquierda la escalera que llevaba a la cocina, a la derecha el pasillo que la iba a llevar a unos escalones más, mismos que bajaban hasta el lugar de descanso de los marinos, nada en comparación al camarote principal.

Lineria subió el primer escalón a cubierta con ayuda de su estúpido bastón, una punzada de dolor se instaló en su rodilla, sin embargo no subió hasta la cadera, eso era un buen comienzo.

Subió los restantes sin problema alguno.

Se dio cuenta de que estaba lloviendo, la cubierta estaba completamente mojada, el viento movía la lluvia, impidiéndole ver más allá de su nariz, los Dioses parecían enojados, pues el cielo brillaba en momentos ante su ira. Y el barco se movía con el viento, provocando las sacudidas que la habían despertado.

¿Por qué demonios no habían bajado las velas a pesar de la tormenta?

Quiso correr para hacerlo ella misma, pero el dolor la obligó a detenerse.

El viento la golpeó con fuerza, la lluvia empapó sus ropas y cabello en un instante, trastabilló y logró mantenerse en pie gracias a su apoyo sobre el bastón y en un atado de barriles.

Su cabello le impedía ver muchas cosas, pues se pegaba a sus ojos constantemente.

Lineria gruñó por el esfuerzo al dar los siguientes pasos rápidos.

El cielo rugió como si los Dioses de la tempestad estuvieran despertando. El barco se estremeció de nuevo cuando una de las velas se desgarró por el empuje del viento.

¿Dónde estaban los marinos?

Trató de enfocar la vista para saber que estaba pasando, al inicio fue complicado, por la oscuridad y la lluvia, sin embargo después pudo ver a cada uno sobre la cubierta, mas algo extraño pasaba, porque ninguno se movía para bajar las velas, o intentar sacar el agua que entraba al barco por el constante movimiento de las olas. Todos se movían sobre si mismos, como si se mecieran en un baile tranquilo.

¿Qué estaba pasando? Paseó su vista por el barco, tratando de encontrar a Marion. Se sostenía de la jarcia en el mástil con la mano derecha, los pies apoyados en la red, mientras el resto de su cuerpo se inclinaba al frente, como si pudiera ver o escuchar algo que ella no, como si fuera capaz de percibir sombras dentro de la lluvia que lo golpeaba con fuerza.

Una parte de Lineria tenía miedo de que cayera desde esa altura, aun sabiendo que él era capaz de escalar la muralla del castillo para llegar a sus habitaciones, pero algo se sentía diferente, porque el hombre que colgaba de esa jarcia no parecía Marion.

La fuerza del mar golpeó el casco del barco, haciéndolo mecerse, provocando que las grandes olas se unieran a la lluvia en la cubierta.

Lineria maldijo al trastabillar, necesitaba hacer que la tripulación reaccionara para bajar las velas y dirigir el rumbo del barco, sin embargo no sabía que tanto se habían desviado de su dirección original, no había estrellas o sol para guiarse.

Buscó al capitán con la mirada, él estaba en el puente del barco, con el resto de la tripulación, incluidos los cocineros.

La princesa apretó los dientes y soltó los barriles para ir al puente, bajar las velas en su camino hacia el capitán y quitarle la brújula, de esa forma redirigir el barco...

El barco se meció con brusquedad. Lineria no supo que fue lo que la golpeó, hasta que estuvo tirada sobre la cubierta, tosiendo agua salada, tratando de tomar aire, y quitando el cabello mojado de su rostro.

Abrió los ojos, sintiendo el ardor en ellos provocado por el agua salada, misma que calaba en su nariz y garganta. Aun escupiendo la lluvia que no dejaba de entrar en su boca, intentó ponerse de pie sobre sus temblorosas piernas, pero el dolor en la rodilla se intensificó. Lineria ahogó un grito de malestar y furia al darse cuenta de que la ola que entró en la cubierta la había lanzado al otro lado, casi en el borde, lo más alejada que podía estar del puente. Y para su mala maldita suerte, no encontraba el bastón en ninguna parte.

Tomó con fuerza el borde para ponerse de pie, rugiendo ante el dolor en su pierna, reuniendo coraje para dar un paso después de otro, sin soltar el borde, a pesar de que el barco se mecía ante la tempestad de un mar negro y un cielo iluminado por la ira de los Dioses.

Ella se negó a sentir miedo ante tal imagen, no iba a morir asustada en un maldito y estúpido barco.

Con su cuerpo temblando, sintiendo los pinchazos de agua helada y el movimiento del barco, ella dio dos pasos sin apoyarse en nada. Dio tres más casi tropezando con su pierna herida.

Tal vez podría quedar coja por el resto de su vida, pero si no bajaba esas velas y dirigía el timón, no tendría una vida.

Gritó a la tormenta, y avanzó hasta llegar al mástil mayor, casi tropezando, logrando solo sostenerse de las cuerdas. Tomó una respiración profunda, soltó la cuerda de los tablones y comenzó a tirar de ella, sintiendo sus palmas arder por el roce de la soga, sus piernas temblar y arrastrarse por el poderoso viento que continuaba empujando y desgarrando la vela, si continuaba de esa manera, terminaría derribando el mástil mayor.

Lineria gritó y estuvo a punto de soltar la cuerda cuando esta se arrastró a través de sus manos, sin embargo, hizo acopio de todas sus fuerzas, apretando los dientes apoyó ambas piernas contra el mástil, la herida enviando punzadas de dolor a través de su pierna hasta su espalda.

¿Qué demonios sucedía con los tripulantes? Todos estaban ahí, sobre la cubierta o en el puente, pero ninguno parecía darse cuenta de que el barco estaba a punto de sucumbir ante la tormenta.

Miró hacia arriba, para cerciorase de que Marion no cayera, pero el guerrero parecía no darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

Al bajar la vista, Lineria maldijo al darse cuenta de que había rocas a babor, y necesitaba girar a estribor rápidamente o el casco del barco se haría pedazos. Pero no podía soltar la cuerda porque el empuje del viento en la vela terminaría por derribar el mástil.

― ¡A estribor!― gritó a nadie en particular.

Y pidió a Yemayá que calmara las aguas el tiempo suficiente para que ella pudiera bajar las velas y cambiar el curso del barco.

― ¡A estribor!― repitió con un sonido desgarrador saliendo de su garganta.

Era una tarea inútil, pero no podía darse por vencida, mucho menos al percatarse de que uno de los tripulantes se estremeció a causa de sus gritos.

Fue cuando todo se aclaró para ella. Estaban atravesando las aguas de Peisinoe ¿Cómo no pudo darse cuenta al ver las rocas?

Ahí habitaban los acuáticos, aquellas criaturas capaces de engañar a la mente de los hombres con su canto, sin embargo, Lineria no podía escucharlas por ser mujer, esos encantos no funcionaban con ella.

Tomó aire, y en vez de gritar la orden para que giraran el barco a estribor, ella comenzó a cantar, una vulgar canción de los burdeles del Oeste.

"Cruzando los desiertos, navegando por el mar.

Su nombre cantaba sin parar, los hombres cansados de viajar.

Días sin descanso, noches sin dormir.

Pasaban volando las vidas sin más, después de que a aquella mujer pudieran probar.

Ni la muerte podía dar lo que por placer carnal entregaron sin dudar.

Un amor por la mujer que nunca debieron ofrecer.

Catriona querida, en la puerta has de esperar, el regreso de un hombre herido ¿Cuál de todos será?

En el desierto y en el mar.

Con el sol del Este uno viajará, hasta llegar al Oeste sin luna.

Una mujer solitaria que en las tabernas creció.

Un nombre que entre las otras sonaba, cada noche las putas gritaban:

¿Catriona? ¿Has terminado ya?

¡Oh, Catriona! El rey te matará, porque de sus trece hijos, no sabe a quién amar.

¡Vamos, Catriona! Tu vida debes amar, más que cualquier placer carnal.

El rey con un corazón herido, a sus hijos renunció y a Catriona decapitó.

¡Oh, Catriona! El rey te matará, porque de sus trece hijos, no sabe a quién amar.

A Catriona las putas piden ya, y en su noche se perderán aquellos que a sus hijas quieran llevar.

¡Oh...!

Lineria estaba a punto de comenzar las siguientes estrofas, sintiendo su garganta rasposa por gritar más fuerte que la tormenta. Sus manos arder por el roce de las cuerdas, y le gustaría poder ignorar el crujido de su pierna.

Apretó con fuerza las cuerdas, la vela cedía poco a poco, pero demasiado lento, ella necesitaba más impulso para lograrlo y llegar al timón a tiempo para que no golpearan las rocas.

Algo la golpeó en el costado derecho, haciéndola caer de espaldas en la cubierta mojada, pero no soltó la cuerda, a pesar de que sus manos estaban en carne viva, porque si lo hacía, el viento terminaría de derribar el mástil.

Creyó que las olas del mar habían entrado de nuevo al barco, pero se equivocaba, a su lado algo se arrastraba; se trataba de una criatura marina, la piel verdosa como las algas, los oscuros ojos sin brillo, los dedos de las manos pegados unos con otros, al igual que los de sus pies, de sus brazos y piernas sobresalían aletas del mismo tono de su piel, y el lugar donde debían estar sus orejas estaba ocupado por las branquias. Las escamas cubrían parte de su rostro, pecho y espalda.

Quiso gritar, pues nunca los había visto tan de cerca.

El acuático abrió la boca mostrándole los punzantes dientes, de esta salió un agudo sonido que le lastimó los oídos, quería obligarla a soltar la cuerda. La criatura avanzó de nuevo hacia ella, lanzándose contra su garganta, Lineria no tuvo tiempo de cerrar los ojos antes de ver como el acuático era golpeado en la cabeza con el bastón que ella había perdido.

Sintió un poco de esperanza al ver a Kireh, el muchacho que trabajaba en las cocinas, su oscura piel se perdía en la noche, pero sus ojos eran lo suficientemente claros como para darse cuenta de que ya no estaba siendo controlado por esas criaturas.

Le tendió una mano a Lineria, sin embargo ella le entregó las cuerdas.

―Baja la vela― ordenó asintiendo hacia el mástil―. Necesitamos girar a estribor.

― ¿Está herida, princesa?― preguntó con genuina preocupación.

Lineria comenzó a andas hacia el timón, ignorando el dolor en su cuerpo.

―Estoy viva― respondió por encima del hombro―. Baja las velas, el mástil está a punto de ceder al viento y...― se sintió estúpida por decir: ―Canta conmigo, Kireh.

Arrastrando la pierna siguió gritando las estrofas de Catriona, pronto la voz gruesa de Kireh se unió a ella, y las partes que no sabía las tarareaba, lo suficientemente fuerte para opacar la melodía de las sirenas. Ella no sabía que tan fuerte podían cantar, pero Kireh si, porque también era capaz de escucharlas, así que Lineria igualó su tono áspero y agudo al del joven, esperando que aquellos cercanos a ella despertaran.

― ¡La vela, princesa!― gritó Kireh― ¡Está rota!

Lineria miró hacia arriba, sería imposible continuar así...

― ¡Baja las demás!― mandó ―. Debemos quitarle fuerza al viento.

Kireh asintió, hizo un nudo con las cuerdas en las tablas y corrió a las siguientes, las otras no parecían representar un problema para él, quien gozaba de una fuerza extraordinaria, tal vez por sus antepasados del Malakah.

Ella quiso correr, y maldijo por el arrastre de su pierna, la cual no le permitía avanzar, deseó haber levantado el bastón con el que Kireh había golpeado al acuático.

Más de ellos estaban trepando por el casco, saltando por el borde, arrastrándose por la cubierta, tomaban tripulantes para llevarlos hasta el mar, los arrojaban al tempestuoso océano... Mientras más se acercaban a las rocas, ellos parecían multiplicarse.

Lineria maldijo por milésima ocasión y continuó avanzando hasta el timón sin dejar de cantar, ya no le importaba la brújula del capitán, solamente debían alejarse de las rocas, y con un poco de suerte, los acuáticos abandonarían el barco.

Los escalones al puente eran siete, una escalera de cada lado de la herradura que debían tocar al subir al barco, los marinos y sus estúpidas supersticiones. Eligió la escalera de la izquierda, sosteniéndose de la barandilla, arrastró su pierna herida, golpeándola en cada escalón, sin poder apretar los dientes para no dejar de cantar, dejó que el dolor por su cuerpo lastimado hiciera eco en cada estrofa.

En cada parte donde Catriona se lamentaba por su vida en un burdel, Lineria veía a su madre saltar de los puentes colgantes.

Cuando el rey que decía amar a Catriona negaba a sus hijos, Lineria vio a su padre golpeándola en la sala del trono.

Los hijos de Catriona fueron vendidos a mercenarios y mercaderes, la princesa veía como fue arrojada a un barco como basura.

Iba a dar el paso para el último escalón, cuando sintió que una empalagosa mano se enredaba en el tobillo de su pierna sana, tirando de ella hacia abajo, haciendo que golpeara su cabeza contra los seis escalones que logró subir.

Dejó de cantar, pero se dio cuenta de que a la voz gruesa de Kireh se habían unido más voces, los tripulantes despertaban de uno por uno, golpeando a los acuáticos para que salieran del barco, ayudando a sus compañeros que colgaban por la borda... Lineria tragó al darse cuenta de que la criatura la arrastraba a ese mismo sitio, para arrojarla al mar.

Intentó patear, pero su pierna herida no respondía, así que se sacudió, pero sus esfuerzos solo arrancaron un sonido lastimoso de los labios del acuático, como si se burlara de ella.

Quiso tomar la barandilla para detenerlo el tiempo suficiente, pero la fuerza de la criatura era mayor a la suya, y terminó simplemente arañando la madera, rompiendo y arrancando sus uñas.

No quedaba nada más que hacer, así que tomó aire y continuó cantando, ese horrible tono entrecortado el cual odiaba porque indicaba que estaba a punto de llorar.

Ya no había esperanza, pero si alguien algún día contaba una historia sobre una princesa en un barco, le gustaría que dijeran que nunca se dio por vencida...

La mano de la criatura resbaló de su tobillo cuando algo se estrelló contra su verdosa piel, una bota pateó al acuático en el pecho, y este no pudo sostenerse de nada antes de caer por el borde.

Lineria apoyó las manos en la barandilla para levantarse y continuar su camino hasta el timón, se puso de pie y siguió cantando, sin importarle Marion, quien se columpiaba con las cuerdas de las velas, quien de alguna manera había logrado enrollar la parte desgarrada de la vela del mástil mayor, lo cual hizo que el barco fuera más lento, quien había empujado a la criatura por el borde y ahora se dedicaba a golpearlos para sacarlos del barco, usando la parte no afilada de su espada.

Lineria sonrió, sintiendo que podían salir victoriosos. La voz de Marion se unió a la del resto de la tripulación.

La princesa con renovadas fuerzas, arrastró la pierna herida por los escalones, sin dejar de cantar, cojeó hasta el timón, vio que las rocas estaban cerca, así que con el ardor en sus palmas, tomó fuertemente la rueda y la hizo girar.

― ¡A estribor!― comenzaron a gritar los tripulantes.

Uno tras otro hicieron eco del grito, mientras las olas golpeaban el barco, y las criaturas continuaban trepando desde las rocas hasta el puente.

Lineria no tuvo tiempo para preocuparse, porque Marion ya estaba ahí, pateando, golpeando y arrojando a los acuáticos, ella se dio cuenta de que no los mataba. Él no quería ser llamado asesino.

Marion arrojó a otro de las criaturas por la borda y se acercó decidido a Lineria, la tomó por el rostro, con una sonrisa en los labios acercó su cara a la suya.

― ¡Cantas horrible!― exclamó y la besó.

La princesa comenzó a reír, y a cantar, ya no sabía cuál era la diferencia entre esas dos acciones, porque mientras el guerrero despejaba la cubierta, los marinos se encargaban de los daños en el barco, ella apenas podía sostener el timón, cuando el capitán despertó y pudo ayudarla con esa carga.

Lineria recargó la espalda contra una de las pértigas, tomando respiraciones profundas, viendo cómo se alejaban de las rocas y el resto de las criaturas saltaba al agua para volver a su hogar.

No podía ceder ante los temblores en sus piernas porque sabía que si caía ya no podría levantarse por su voluntad, así que permaneció ahí, debiendo su estabilidad a un pértigo.

Escuchó las pisadas de Marion acercarse a ella, deteniéndose a su lado la tomó por las manos para revisarla, sus ojos paseaban por su cuerpo, como si quisiera asegurarse de que estaba completa.

Una media sonrisa cruzó sus labios.

―Manos quemadas y una cojera de por vida por haber salvado a un barco y sus asquerosos tripulantes― bromeó―. Nada mal, princesa.

Lineria recargó la cabeza contra el hombro de Marion.

―Si vuelves a sucumbir a otro hechizo, juro por los Dioses que yo misma te arrojaré por la borda― dijo con voz ronca.

―Eso no será necesario― comentó el capitán, ambos lo miraron―. Hemos pasado la peor parte― indicó, señalando con un dedo hacia el frente.

El Tridente de Altamar se alzaba, las tres islas conectadas por antiguos pero firmes puentes de roca sólida, una se dedicaba al comercio y pesca, en otra estaban los visitantes de otros reinos, y en la tercera nadie podía entrar sin permiso, pues eran los dominios de El Cimarrón, sin embargo, era donde todos y cada uno de los barcos arribaban, ya que nadie entraba a esas islas sin que él lo supiera.

Kireh se acercó a su lado, recargando los codos sobre el borde.

―Nunca me cansaré de verlas― murmuró con un fuerte sentimiento.

La lluvia comenzaba a detenerse mientras el sol salía, llenándolos de luz y calor. Permitiéndoles ver El Tridente en su máxima gloria.

―Llegaremos pronto― informó el capitán―. Mientras tanto, puedo sugerir que la princesa necesita descansar.

Ella asintió en su dirección, y dio un paso y luego otro, arrastrando la pierna, no pidió ayuda a Marion, y él tampoco la ofreció, simplemente se dedicó a caminar a su espalda, junto con Kireh. Por donde ella avanzaba, levantaba la barbilla, mirando a los marinos, a cada tripulante que se encontraba en cubierta, haciéndoles saber que aquella mujer a la que pretendían romper su primer día en ese barco, les había salvado la vida.

Ignorando el dolor, llegó hasta los tres escalones que bajaban al camarote, ahora le parecía un juego de niños el tener que subirlos o bajarlos.

Una oscura mano le entregó su bastón, el cual tomó con agradecimiento.

Lineria giró para encarar a Kireh antes de entrar al camarote.

―Eres valiente― dijo con calma―. Y fuerte. Estoy segura de que puedes hacer más en un barco que solo ayudar en la cocina. Una vez que deje este barco, me perderé en el Tridente, tal vez no vuelva a verte, así que aquí está mi regalo para ti, joven Malakhense―respiró profundo antes de indicarle con la cabeza que se inclinara, Kireh miró a Marion, antes de caer de rodillas sobre los tablones del barco―. Yo te nombro el protector en el mar. Y mi regalo para ti es este: vuelve al Oeste y olvida estos mares, busca al príncipe Jusbath en el reino, y dile que la princesa Lineria Selassie de Ceres del Oeste te envía― ordenó―. También puedes usar estas palabras para atraer su atención: tienes una deuda conmigo y si no eres tan imbécil como pareces, deberás pagarla a través de Kireh.

El joven frunció el ceño ante sus últimas palabras, y se puso de pie.

―Ahora vete― dijo Lineria―. Porque a partir de ahora tengo una deuda contigo así como tú la tienes conmigo.

Kireh asintió y se marchó hacia las cocinas.

Marion se acercó a ella por la espalda.

―Podría acostumbrarme a escucharte hablar así, princesa― murmuró en su oído.

Lineria sintió el calor de su aliento en su nuca.

―Ahora mismo no me quedan fuerzas para hablar― comentó―. Pero podría encontrar el modo de llegar al camarote y ponerme ropa seca antes de llegar al Tridente.

Marion sonrió e hizo una reverencia.

― Sus deseos son ordenes, princesa Lineria Selassie de Ceres del Oeste.

Ella lo golpeó en el estómago con el dorso de la mano, y Marion la sostuvo por la muñeca, y depositó un beso en sus dedos.

―Hay que cuidar esas manos, y echar un vistazo a esa pierna también.

―Me parece que antes eras más sutil ante la idea de ver mis piernas desnudas, comienzas a perder tu locuacidad.

El guerrero no sonrió ante su broma y propuesta.

―No me agrada la idea de que cualquier parte de ti se encuentre herida― aceptó frunciendo el ceño―. Pero me siento orgulloso te di.

Ella apretó los labios para que las palabras no salieran. Él la ayudó a llegar al camarote, donde pudieron cambiar sus ropas mojadas por secas, donde comieron las sobras de la cena para reponer sus fuerzas, y donde ella al fin pudo descansar sobre la cama, sin atreverse a mover un solo dedo, mientras él limpiaba y envolvía sus manos en telas limpias, y cuando revisaba su pierna, Lineria pudo jurar que los dedos del guerrero acariciaban más que el área adecuada, sin embargo, no lo apartó.

Cuando Marion se incorporó, ella lo atrajo para besarlo, pasando las manos por su cabello, sintiendo el calor de su aliento y cuerpo.

―Podría lastimar tu pierna― dijo él entre respiraciones.

―No lo harás―murmuró Lineria, tirando del guerrero en dirección a la cama―. Nunca harías algo que pudiera lastimarme.

Marion se sacó la camisa mojada, para ocupar su lugar al lado de la princesa, besando sus hinchados labios, como si no pudiera tener suficiente de ella.

―Me gustaría tener la seguridad de tus palabras.

Lineria colocó una mano vendada sobre su pecho desnudo.

―Eres capaz de hacerme sentir esa seguridad.

Cuando los ojos del guerrero brillaron, ella no tuvo dudas de lo que sucedería después, así como tampoco podía negar que dejaba esa parte vulnerable con él porque lo amaba, y pudo haber dejado que ese barco se hundiera en lo más profundo del mar, si tan solo le ofrecieran la oportunidad de salvarlo a él.

Parpadeó un par de veces antes de recordar donde estaba, la tibieza de otro cuerpo envolvía el suyo, y la respiración uniforme de Marion le hacía cosquillas en el cuello. A pesar de los dolores en su cuerpo, Lineria sonrió.

Un par de golpes en la puerta hicieron que el guerrero se estremeciera y despertara. Él hizo círculos con uno de sus dedos sobre el estómago de la princesa.

―Estás despierta― murmuró aun con la voz pastosa por el sueño.

―Si― respondió a pesar de que no era una pregunta.

― ¿Te encuentras bien?

Ella giró en la cama para poder ver su rostro, levantó una mano vendada para jugar con el cabello castaño de Marion.

―Me duele todo el cuerpo, pero estoy bien.

Él la tomó por la muñeca para deslizar su mano hasta sus labios y besarla detenidamente.

―Escuché tu canción cuando estaba en el mástil, vi como esa cosa te arrastraba al borde, y creo que nunca he tenido más miedo que en ese momento. Pensé que no sería lo suficientemente rápido para llegar a ti...

Lineria se inclinó para besarlo en la mejilla.

―Una voz horrible para una canción detestable.

El pecho de Marion retumbó con su risa, un sonido que Lineria podía escuchar el resto de su vida.

Los golpes en la puerta se repitieron y él se puso de pie para abrir. Así, completamente desnudo.

La princesa subió las pieles hasta su pecho para cubrirse.

El capitán estaba de pie frente a la puerta, era quien los había estado llamando, al ver a Marion, parpadeó y soltó una respiración de frustración.

―Hemos llegado al Tridente, princesa― dijo con una reverencia―. Comenzaremos a desembarcar y...

―Habla rápido― espetó el guerrero.

El capitán dirigió una mirada seria a Lineria.

―El Cimarrón quiere verlos. 

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