CAPITULO 53.-
El desbordar emociones era debilidad. Pensar una cosa a la vez mantenía el control, y lo mismo sucedía con los sentimientos.
Era imposible pensar que las personas pudieran sentir odio y amor a la vez, así como miedo y afecto. O ira y alegría.
Para Abel los sentimientos funcionaban uno a la vez. Por ese motivo era tan bueno en su trabajo, porque en el momento de matar, de dejar ir una vida... Él era el mejor. Y nunca le había importado ser juzgado, no por los otros asesinos o guardias del castillo, sabía que lo llamaban la Ira de los Dioses, sin embargo, no podía culparlos, no cuando al reflexionar él mismo se asustaba de ese sitio al que descendía, a ese abismo frío y cruel, gobernado por el vacío total. No había pensamientos o sensaciones. Estaba hueco. Únicamente un espacio se encontraba ahí, un pequeño atisbo de vida. Así se sentía al matar, al cumplir sus misiones, en ese momento sus emociones cobraban sentido y podía salir de ese oscuro abismo al que descendía.
Y cuando Amaris apareció en su vida, ese lugar se llenó de luz y alegría. No había lugar para nada más. Abel solía preguntarse como ella era capaz de sentir tanto y ser feliz de esa manera.
Ella era capaz de frenar un descenso oscuro frío y cruel.
Abel se llevó las manos a la cabeza, justo donde el dolor se volvía más agudo. Sus ideas no tenían un orden, cada pensamiento iba en una dirección diferente, se sentía como si quisiera encontrar algo importante y hubiera olvidado donde lo guardó.
Cada fugaz memoria perdida en alguna parte de su mente, provocando dolor cuando quería traerla a flote ¿Qué demonios le pasaba? Él no se perdía en recuerdos, él no buscaba aquello que no era capaz de encontrar...
Sabía que debía ir detrás de Amaris, pero no podía levantarse, no cuando las preguntas llenaban su mente ¿Tenía la capacidad de sentir amor? Conocía la respuesta, ya que era un sentimiento tan verídico como el odio. No podía ser gobernado por uno sin aceptar el otro. Amaba a su hermano. Amaba a Gabriel y a cada miembro del gremio. Era capaz de sentir simpatía por otros, como Campana.
Sin embargo, se sentía perdido al tratar de recordar cuando fue la última vez que más de un sentimiento hizo eco en su ser. Así como en esos momentos era gobernado por la duda.
Una parte de él sabía que la respuesta se encontraba en los Abismos, pero había prometido a Adam no ir a ese lugar.
Tal vez había sido demasiado ingenuo al pensar que merecía un poco de felicidad después de toda esa muerte y sufrimiento.
Recordó, una pequeña parte de su vida, antes de llegar con Gabriel al castillo, esa misma existencia de la que Adam no le hablaba.
Abel caminaba por un campo, aunque no era algo bello de contemplar. El sonido de las moscas no lo dejaba escuchar los lamentos de los heridos, aun así, el canto de la muerte era sencillo e hipnotizantes. En ese momento se preguntó si solamente él podía verla, tan tranquila con su cabello blanco platinado moviéndose con el viento, y esas ropas de color negro cubriéndola, sus pies descalzos atravesaban el campo de guerra sin lastimarse, ella estaba flotando y por donde flotaba, los heridos acallaban sus quejas, siendo arrastrados por una muerte tranquila después de todo su sufrimiento.
Hombres levantando las espadas contra sus hermanos, contra sus hijos o esposas. No había lugar para la familia ahí. Tampoco para las razas, ya que el manto negro arrastraba a cualquiera. No importaba si tenía alas como los Habitantes del aire, o marcas de Brujas, tampoco el color negro en las hermosas pieles de los Nativos del Malakah. La estatura nunca fue importante en esa guerra, pues la gente pequeña se alzó en armas cuando vieron el ataque a Punta estrella desde el Collado de las Montañas.
Abel aun recordaba el sonido de los cuernos y las alas. También el ligero cambio en el aire ante la aparición de las brujas y los mensajeros de la oscuridad.
Y ante cada muerte, él, siendo un niño, podía avanzar en dirección a esa extraña mujer...
Se detuvo, sintiendo miedo, cuando manos muertas se apoderaron de sus pies, tirando de él hacia abajo.
El asesino entrenado se dio cuenta de que no era más que el recuerdo de un sueño, así que sacudió la cabeza, aun enojado por lo sucedido dio la vuelta para enfrentar a quien lo molestaba.
Abel colocó una mano sobre el cuello del intruso, empujándolo contra un árbol escuchó salir un jadeo de dolor. Dedos delgados trataron de apartar su brazo, sin embargo la fuerza no era suficiente.
Y el extraño comenzó a balbucear, primero en un extraño idioma, más la voz era conocida...
Abel retrocedió, soltando a Campana, quien cayó de rodillas sobre el fango, tratando de tomar aire de manera rápida.
El chico levantó la cabeza para mirarlo, algo parecido a reproche en sus llorosos ojos, pero no había miedo, era como si tuviera la certeza de que Abel no sería capaz de matarlo.
― ¿Qué... en todo el abismo... pasa contigo?― preguntó entrecortadamente.
El guerrero retrocedió para darle espacio. Lo último que el niño necesitaba era que su agresor intentara ayudarlo.
―No sabía que se trataba de ti.
Campana se levantó, apoyando una mano contra el árbol, la otra descansaba en su garganta.
―Eso me hace sentir mucho mejor― replicó molesto―. Gabriel no me paga lo suficiente.
Abel cruzó los brazos, para impedir que se diera cuenta de que sus manos temblaban por lo que estuvo a punto de hacer. Si hubiera tenido un arma en sus manos...
― ¿Gabriel te envió?― preguntó, sorprendiéndose de que su voz saliera tan fría y controlada.
―Me dará dos monedas de plata por cada aviso. Ahora sé lo que vale mi vida.
A pesar de sí mismo, el asesino sonrió.
―No sabía que fueras dramático.
―Lo soy cuando me atacan sin razón alguna.
―Eso significa que no has aprendido nada en tus lecciones con Adam.
―Tu hermano no me ha enseñado que hacer cuando soy atacado por un amigo.
Abel sintió que todo pensamiento se esfumaba ¿Era su amigo? ¿Desde cuándo? Sacudió la cabeza, no era un problema ahora.
― ¿Qué mensaje debes entregar?
Campana carraspeó un par de veces, antes de retirar la mano de su garganta. Un par de marcas aparecerían ahí más tarde, y Amaris volvería a reprenderlo por ello.
―Gabriel los espera en el círculo detrás de la torre al atardecer.
― ¿Dijo por qué?
El chico, quien ya se dirigía a la entrada de los jardines le dio una mirada por encima del hombro.
― ¿Te parece que conozco sus motivos?
Abel no respondió, sabiendo que a Campana le gustaba escuchar detrás de las paredes. El chico sonrió, con la certeza de que había sido descubierto.
―El príncipe Bertrán volvió al a torre― explicó Campana―. Dijo que necesitaba a la Élite para una misión en las Puertas del Sol.
―Los guerreros de Kunam del Este...
Campana asintió y se marchó hacía los jardines exteriores del castillo. Seguramente para informar a los demás guerreros. Esperaba que con ellos fuera más sencilla su tarea. Si Abel supiera como, se habría disculpado con él.
Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en eso. No cuando el Este amenazaba al Oeste y ellos estaban incompletos sin Marion.
Apagó sus pensamientos y corrió hacia la torre de los asesinos, esperando no encontrar a nadie más en su camino.
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Odiaba el hecho de que su cuerpo aun se encontrara débil, tanto como para llegar con la respiración entrecortada a la parte trasera del castillo, donde las sirvientas solían lavar las ropas de sus damas en el rio.
Sabía dónde se encontraba Dwyer, cada paso de ella fuera del castillo era de su conocimiento ¿Estaba preocupado? Si ¿Tenía miedo por ella? De acuerdo ¿Estaba completa y absolutamente loco? Era un tema a debatir.
Detuvo sus pasos antes de llegar a los árboles, cuando escuchó el canto. Lo que significaba que estaba sola, pues Dwyer no solía cantar frente a las otras sirvientas.
Castillos caídos por la miseria de un rey.
La vergüenza de una reina por culpa de una ley.
Y una diosa compasiva a su única hija dio, en sacrificio de los reyes por un amor que no debió ser.
La primera de muchas a la luz cantó, una canción llena de furia por un querer que en la tierra la hizo perecer.
Y la luna vio, con precario desencanto, a su pequeña hija pecar.
A los hombres dio un castigo sin igual: De la luz es su llegada y en la oscuridad sucumbirá. Cada vida regada en la tierra de los hombres su fin encontrará.
A pesar de sí mismo, Adam no pudo evitar reír. Algún día le cortarían la lengua por cantar canciones prohibidas, y si así fuera, Dwyer encontraría el modo de aplaudir para que nadie olvidara esa canción. Si se llevaran sus manos, ella usaría sus pies...
― ¿Quién está ahí?― preguntó la pelirroja, levantando la cabeza.
Adam salió de su escondite entre los árboles. Ella se puso de pie, marcas de lodo en el vestido a la altura de las rodillas.
― ¿Qué...?
―Yo...
Dwyer cruzó los brazos sobre el pecho.
―Habla primero― pidió con calma.
El guerrero respiró profundo ¿Qué podía decirle que no supiera ya? Que la amaba, que cada respiración lejos de ella era la tarea más difícil a la que se había enfrentado. Que prefería pelear y perder que pasar un dolo día alejado de su presencia, de sus regaños, de su dulce voz.
―Abel me contó lo que hiciste― dijo Adam después de un momento de silencio―. Y quiero agradecer que te quedaras a pesar de todo.
Ella dejó caer sus brazos, tratando se secar las manos con su vestido. Adam se dio cuenta de las grandes pilas de ropa lavada a su espalda. Había estado ocupada.
― ¿Te dijo que peleaste con él para que no me matara?
Adam frunció el ceño.
―Dijo que supliqué.
Dwyer apretó los labios antes de hablar.
―Sí, también fue un poco de eso― respondió―. Y le pedí que me ayudara a llevarte al castillo. Lo hizo, y no intentó dañarme de nuevo. No fue culpa de tu hermano, no te enfades con Abel, él intentaba protegerte...
El guerrero no pudo evitar reír con amargura.
― ¿Intentas justificarlo?
Dwyer se encogió de hombros.
―Yo no debía estar ahí. No debí ver lo que vi. Pero puedes estar seguro que nunca más hablaré de ello. Si algún día son descubiertos, no será por mi causa.
Adam no quiso entrar en detalles acerca de la marca maldita o sobre Abel y el poco dominio sobre sí mismo a la hora de acabar con una vida.
―Te dejaré terminar― murmuró Adam, cuando el silencio se intensificó.
―He hablado con Taisha― dijo Dwyer, dando un paso al frente―. Y con Isobel. Sobre lo que sucedió en ese barco. Me han ayudado a comprender que no fue mi culpa, y que no debo castigarme por algo que otros hicieron, aunque la ofensa fuera en mi contra―. La sanadora tragó saliva para continuar―. Sé que aún queda mucho por perdonar, pero quiero que sepas que lo estoy intentando...
Él dio un paso al frente, y cuando ella no retrocedió, lo tomó como algo bueno. Sin embargo, no podía ofrecer algo más que esa cosa que él llamaba amor. No podía sanar como Dwyer lo estaba haciendo, porque era un asesino, un guerrero y un...
―Es posible, que en otra vida yo no sea un asesino ¿Podrías aceptarme entonces?
Adam guardó silencio, permitiendo que el torrente del río le diera la respuesta que Dwyer no podía pronunciar. Ella continuaba ahí, de pie, con los pies dentro de zapatos rotos, con un vestido remendado, un pañuelo cubriendo su cabello rojo, aunque eso no impedía que algunos mechones se pegaran a su cara por el sudor. Sus manos estaban mojadas por haber lavado las ropas de Amaris, los dedos estaban tan ásperos que parecían la corteza de un árbol.
El guerrero respiró con derrota y giró para alejarse de ella. Tal vez había pedido demasiado... Quizá ni siquiera en otra vida alcanzaría el perdón.
Una fuerte y áspera mano se cerró sobre su brazo para detenerlo. Adam se quedó quieto, únicamente girando la cabeza para mirarla sobre el hombro.
La mirada de Dwyer era fija y determinada.
―No puedo jurar en otras vidas― dijo con decisión―. Pero puedo prometer que en esta vida aceptaré el amor que quieras darme y a cambio obtendrás un alma rota que sana lentamente.
Ella lo soltó retrocediendo.
―Lo siento, te he mojado...
Adam no fue consciente de sus pasos, o de haberse movido, hasta estar a poca distancia de ella, solamente el viento cabía entre sus cuerpos.
―Ahora no hay un caballo, para que huyas de mí, pequeña bruja.
―Lamento haberte abandonado así en el bosque...
―No debí presionarte en ese momento― aceptó Adam―. Estaba enojado porque decidiste quedarte en Virum.
Dwyer sonrió, esa perfecta sonrisa en su rostro, la que hacía que sus ojos fueran pequeños.
―Tenemos que dejar de lamentaros― comentó―. Y empezar a perdonar.
Y él se quedó ahí, en silencio, como un tonto, cuando ella se levantó sobre las puntas de los pies, alcanzando sus labios con un simple roce. Adam despertó, colocando una mano contra su rostro, otra en su cintura para acercarla a él. Dwyer enredo sus ásperos dedos entre los mechones de su cabello. Y él no podía determinar donde comenzaba su respiración, o cuanto de su vida se lo debía a ella.
Estaba perdido en más de una forma, y una sanadora le había ayudado a encontrar el camino de regreso a casa.
Dwyer separó sus labios, deslizando sus manos hasta las mejillas de Adam. Él simplemente se quedó como estaba, incapaz de romper ese contacto que había anhelado por mucho tiempo.
―Ya era hora― dijo una divertida voz entre los árboles.
Dwyer se apartó de él, dejando un vacío entre sus brazos que no podría volver a llenar hasta tenerla de nuevo.
― ¿Tu actividad favorita es espiar o interrumpir?― preguntó Adam a Campana.
―No estoy seguro― replicó el niño―. Pero si la lastimas te cortaré la garganta mientras duermes.
El guerrero asintió en un acuerdo con él. Porque si Dwyer salía lastimada, él mismo le entregaría la espada.
― ¿Qué estás haciendo aquí?― demandó Adam.
Aun estaba a tiempo de echarlo...
―Gabriel me envió a buscarte. Está reuniendo a la Élite en el círculo.
Adam miró a Dwyer, quien aún conservaba un ligero rubor en las mejillas.
―Espérame esta noche en los jardines― dijo a la sanadora―. Responderé todas tus preguntas.
Ella asintió, y Adam tuvo que concentrarse en cada paso que daba para alejarse en dirección a la torre.
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