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CAPITULO 51.-

El hambre podía ser ignorada, si comenzaba a pensar en la sed. Una sed que no podía ser apagada ni con toda la sangre de los animales que...

Adam se sentó, tratando de contener las arcadas, la cabeza dolía tanto que pensaba podía explotar, y el olor...

―Tranquilo― murmuró una voz femenina en la habitación ¿O estaba en el bosque?

Un par de manos maltratadas y blancas acercaron una taza a sus labios, el olor era algo que lo hacía dejar de tener arcadas.

―Es infusión de menta― aclaró la misma voz de antes.

Él odiaba el hecho de que sus sentidos aún se encontraran dormidos, podía abrir los ojos, pero no distinguir figuras, sus oídos tenían un zumbido similar a un panal de abejas, su piel se sentía pesada en cada roce de las mantas, lo único que perduraba era el olfato, tan bueno como el de una bestia.

Abrió los labios para beber, no podía reconocer si estaba caliente o frio, o si el sabor era interesante. En realidad, ella podía darle a beber veneno, y él ni siquiera notaria la diferencia.

Aunque dudaba que eso sucediera, Dwyer no le daría algo que pudiera dañarlo, y Adam lo sabía, porque a pesar de su rechazo, él confiaba plenamente en la sanadora.

― ¿Cómo te sientes?― preguntó Dwyer, mientras se inclinaba para acomodar las almohadas en la espalda de Adam.

Él pudo percibir su figura y la tibieza de su piel, cuando sus manos tocaron su rostro y los cortes en sus brazos.

―Como si me hubiera aplastado un gigante― respondió con calma, dejando caer su cuerpo contra los almohadones.

Los labios de Dwyer casi logran una sonrisa.

―No me extrañaría poder ver una criatura extinta... No después de ver la marca maldita― dijo ella, bajando la voz en la última parte.

Adam frunció el ceño, si lo que esperaba ella era una confrontación acerca de ese secreto, bueno, era el momento equivocado, no se sentía con el entusiasmo de hablar sobre eso.

Dwyer se inclinó de nuevo, tocando su frente y cuello con sus tibias manos.

―Tienes fiebre― informó con cautela―. Aunque Abel dijo que estarías bien después de vomitar.

El asesino bufó.

―Por supuesto que lo dijo. Es más fácil para él...― se interrumpió para dirigir a Dwyer una mirada de desconfianza.

Ella levantó la barbilla, como si lo retara a dudar.

―No diré nada― dijo en tono solemne―. Será un secreto que llevaré a mi muerte.

"O que te llevará a la muerte" pensó Adam. Sin entusiasmo de poner sus pensamientos en palabras, frunció el ceño y preguntó:

― ¿Por qué?

Ella respiró profundo, él pudo ver su pecho subir y bajar, señal de que su visión estaba mejorando.

―Porque tienes a mis niños en tu territorio.

Adam se tensó ante sus palabras, sus hombros rígidos, sintiendo enojo ante lo que eso significaba ¿Esperaba lo peor de él? ¿Con eso había comprado su lealtad? Tal vez él solo era un maldito imbécil que había mal interpretado cada gesto y palabra. Aun con el alma podrida, nunca pensó que su corazón podía romperse de nuevo. No, ella simplemente bailaba sobre los pedazos.

― ¿Piensas que sería capaz de lastimarlos para obtener tu lealtad?― inquirió con calma.

Dwyer negó un par de veces, sus ojos grandes ante la sorpresa de la pregunta. Levantando las manos frente a ella, como si las usara de escudo.

― ¡No! ¡Claro que no!― exclamó, sacudiendo la cabeza de nuevo, aunque parecía más un movimiento para aclarar sus ideas― .Me refiero a que estoy agradecida, por todo. Por tu ayuda, por alimentarlos, darles un hogar y la oportunidad.

Adam bajó los hombros, sintiéndose libre en una pequeña parte, se recargó de nuevo contra las almohadas.

―Lo entiendo― respondió.

Ella se puso de pie, empujando una silla de madera hacia atrás, las patas rechinando contra el suelo. Lo observó por un momento y asintió en dirección a Adam, tal vez a sus pequeñas heridas o a la piel cubierta de sudor.

―Voy a prepararte un baño― anunció y comenzó a caminar al cuarto de aseo.

Adam levantó una ceja interrogante.

―A pesar de que aprecio el gesto, no puedo moverme para llegar a la bañera.

Dwyer lo miró por encima del hombro.

―También puedo ayudarte con eso.

El asesino sintió la necesidad de reír histéricamente.

― ¿Y qué hay de la limpieza? ¿También me vas a ayudar con eso? ― Una pregunta hecha con la intención de bromear, pero formulada con cuidado.

La sanadora se encogió de hombros.

―Eres mi paciente, y necesitas ayuda. No hay nada fuera de lo normal en eso.

Tomó la respuesta como lo que era: ella simplemente estaba haciendo su trabajo como sanadora de la élite. Así que Adam giró en la cama para darle la espalda, la conversación se había terminado.

Quería enojarse, pero de cierta forma comprendía los motivos de Dwyer para actuar de esa forma con él. A veces también le costaba trabajo explicar sus emociones, aunque pensó que con ella sería fácil. Tal vez se equivocaba, quizá para Dwyer siempre se había tratado de un trabajo y no de relacionarse de manera personal. Después de todo, para eso la habían llevado al castillo.

Escuchó a Dwyer llenar la bañera con los cubos de agua que seguramente alguien llevó más temprano ese día. Ella hizo un par de cosas más, mientras Adam terminaba de beber la infusión de menta, sintiendo su estómago relajarse.

La sanadora salió del cuarto de aseo, acercándose a la cama, su cabello rojo atado sobre su cabeza, las mangas del vestido recogidas hasta los codos, sus manos estaban mojadas.

―Puedo levantarme solo― gruñó Adam.

Dwyer apretó los labios, pero retrocedió, dándole su espacio. Si ella pensaba que iba a permitir su ayuda en algo que él debería ser capaz de hacer, estaba muy equivocada.

Quitó las mantas de su cuerpo, alegrándose de saber que tenía puesto el pantalón, eso era algo a favor de su dignidad. Se sentó y giró, para colocar los pies descalzos sobre el suelo de piedra fría. Se preguntó como algo tan simple que hacía todos los días podía doler tanto, en cada parte de su cuerpo. Con únicamente su orgullo como fuerza, recargó ambas manos en la mesa al lado de la cama, sintiendo temblar sus brazos y piernas. Vio a Dwyer acercarse, pero Adam le dio una mirada que esperaba fuera decidida.

― ¿No me has humillado suficiente ya, pequeña bruja?― preguntó.

El rostro de la sanadora se llenó de sorpresa, cuando cruzó los brazos sobre el pecho y retrocedió un par de pasos.

No, el asesino no iba a permitir su ayuda, porque durante muchas situaciones en su vida, el orgullo era lo único a lo que podía recurrir para no dejarse vencer. Así que caminó con cuidado, igual que un niño aprendiendo sus primeros pasos. Un pie después del otro, con sus temblorosas piernas amenazando con desplomarse. Trató de no prestar atención al mareo o las náuseas, incluso el dolor de cabeza podía ser ignorado si tan solo pudiera llegar a la bañera...

Y lo logró. Después de tropezar dos veces, levantarse, apoyarse en la pared con sus débiles brazos, él pudo llegar al cuarto de aseo, donde lentamente se sentó en el borde de la bañera, quitándose la camisa, miró hacia la puerta abierta, como Dwyer descansaba contra el marco de la ventana, tratando de no ver en dirección a Adam y él estaba muy cansado para volver sobre sus pasos y cerrar la puerta. Así que simplemente hizo lo posible por ignorarla, al igual que su malestar, mientras se quitaba los pantalones y entraba en el agua.

Resultó ser reconfortante contra su maltratada piel, en sus pesados huesos. Suspiró mientras se hundía, dejando que el agua cubriera su rostro también. Tal vez podía quedarse así y dejar que sus problemas se esfumaran.

Abrió los ojos debajo del agua, solo para ver la figura deformada de Dwyer, estaba de pie junto a la puerta del cuarto de aseo. Así que lentamente se sentó, recargando los codos contra las rodillas, su espalda encorvada, así podía aliviar un poco el dolor, además de cubrir ciertos lugares de la vista de la sanadora.

― ¿Necesitas ayuda?― preguntó ella con calma.

Adam levantó la cabeza para mirarla.

― ¿No tienes preguntas? ¿Acerca de la marca maldita?― inquirió, sonando más molesto de lo que en realidad se sentía―. Porque yo si tengo una pregunta ¿Cómo es que sigues viva? Considerando la poca tolerancia de Abel sobre este tema.

Dwyer levantó la barbilla y apretó los puños, como si se sintiera atacada, quizá tenía un poco de razón en eso.

―No es de mi incumbencia― respondió después de un momento―. Lo único por lo que estoy aquí es porque quiero que mejores. Una vez que hayas vomitado todo eso que comiste cuando... no tengo idea. Cuando lo hagas me marcharé.

El guerrero no pudo contener la risa sarcástica que afloró desde su pecho.

―Lárgate― gruñó sin poder detenerse, pero lo último que necesitaba era que Dwyer lo viera de esa forma, vomitando sus entrañas en los cubos del cuarto de aseo, y su orgullo quedaría reducido a nada más que mierda cuando ella quisiera limpiar su porquería.

Pensó que la sanadora insistiría, sin embargo asintió.

―Dejaré más infusión de menta sobre la mesa. Asegúrate de beberla durante todo el día.

Y se fue.

Adam se recostó de nuevo, sintiendo el agua cubrir su rostro, cuando escuchó la puerta de sus habitaciones cerrarse de nuevo.

Una parte de él esperaba que Dwyer se quedara, pero una más grande se sentía como un idiota por haber permitido que ella lo viera así de vulnerable, así de roto y acabado.

¡Que los dioses le arrojaran todas las maldiciones que quisieran! Aun así, Adam nunca se había sentido más humillado que cuando ella sugirió ayudarlo.

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Una llamada a la sala del trono hecha por el rey del Oeste, no era algo que pudiera tomarse a la ligera.

Se miró en el espejo una última vez antes de abandonar sus habitaciones. El vestido dorado se adhería a su cintura, colgando hasta los pies en telas sueltas, las mangas llegaban a sus muñecas, cerrándose en ellas como si fueran grilletes. El cuello era sencillo, sin revelar demasiado. Nadie quería que un desafortunado viera en dirección al pecho de una de las hijas del rey. Siendo que él se divertía con las mujeres de una manera sádica, sin recibir castigo alguno.

Lineria había atado su cabello a la mitad, siendo sostenido por pinzas de oro. Todo era perfecto, sin embargo se sentía incorrecto en ella.

Movió los pies dentro del incomodo calzado y antes de salir hacia el pasillo, echó un vistazo sobre el hombro, para ver las aves dentro de las jaulas. Algún día ella tendría el valor de liberarlas.

Al caminar por los pasillos, se dio cuenta de que las mujeres murmuraban a su espalda, no le dio importancia aunque fuera algo extraño. Ya que usualmente esperaban a perderla de vista para comenzar a hablar.

Levantó la cabeza en un ademan orgulloso, mirándolas como si no fueran nada. Aunque no formara parte de la realeza, siempre sería mejor que todas ellas, buscando favores basándose en belleza y seducción.

Los guardias en las puertas y pasillos no la saludaban o daban muestras de haberla visto. Los hombres de la corte miraban hacia otro lugar, uno donde ella no estuviera.

Llegó a la sala del trono, los guardias en la entrada abrieron la puerta para ella. No se molestó en agradecerles, no cuando vio a su padre sentado en el trono, la reina a su lado, colocando una mano en la pierna del rey.

― ¿Me mandó llamar?― preguntó Lineria.

Su padre hizo una mueca de disgusto. Sus hermanos ahogaron algunas risas. No dejó que la sorpresa se reflejara en su rostro al ver a todos ahí. Hacía años que los ocho no compartían un solo espacio.

Ocho asientos iguales detrás de los tronos de los reyes, solo el lugar de Lineria estaba vacío, pues ella se encontraba frente a su padre, como si estuviera siendo juzgada.

Bertrán estaba en su lugar, con una sonrisa arrogante en su estúpido rostro. Veronet parecía aburrida de ser obligada a estar ahí. Marlath y Jusbath comentaban cosas entre ellos y reían. Arles no se atrevió a levantar la cabeza para mirarla, como si se sintiera avergonzado por algo. Anathya revolvía sus manos de manera nerviosa. Y en el asiento final se encontraba Nerea, por primera vez después de veinte años estaba fuera de esa torre, con un bonito pero sencillo vestido de color marrón. Una mirada de advertencia y tristeza en sus ojos naranjas hicieron que Lineria se colocara una carcasa de protección en su mente y espíritu.

La reina jamás podría leerla, nunca.

― ¿Puedo tomar mi lugar o estoy siendo interrogada?― preguntó después de evaluar la sala.

Sintió miedo en lo más profundo, una emoción que la iba a obligar a vomitar en ese lugar frente a todos. Pero no dejó que se dieran cuenta, su rostro era una máscara en blanco.

El rey se inclinó al frente, y cuando se movió, sus hermanos callaron. El rey Xenie del Oeste la miró como si fuera mierda en sus botas.

― ¿Te atreves a pedir un sitio en la corte cuando te compartes con esos asesinos?― inquirió su padre.

Lineria tragó saliva. Por lo menos ya sabía de qué se trataba ese juicio. Sintió la necesidad de suspirar de alivio. Había hecho tantas cosas en contra de la corona, y la juzgaban por haber mantenido una relación con Marion...

Sintió el miedo trepar por su estómago, Gabriel no permitiría que algo malo le sucediera a Marion ¿O sí? ¿Podía el líder de la Élite impedir que el rey ejerciera un castigo sobre el asesino?

El rey se puso de pie, bajando los escalones que lo separaban de Lineria. Él comenzó a caminar a su alrededor, la princesa quería seguirlo con la mirada, y de haberlo hecho, el golpe no habría sido una sorpresa.

Su cabeza dio vueltas, mientras lograba saborear la sangre por una herida en la boca, causada por la bofetada del rey.

Lineria levantó la cabeza, una mirada de furia dirigida a su padre.

― ¡No me mires!― ordenó el rey.

Esta vez, la princesa vio venir el golpe, pero no podía retroceder. Se quedó quieta, sintiendo el puño de Xenie contra su cara, una, dos veces... fue el tercer golpe el que la envió a besar el frio suelo de la sala del trono. La sangre escurriendo de su boca. Le dolían los ojos y se odiaba por estar llorando.

Ninguno de sus hermanos hacia algo, todos parecían hechizados, tan quietos como estatuas, mientras el rey tomaba impulso y estrellaba la punta de su bota contra el estómago de Lineria. Gimió de dolor, tratando de respirar... si tan solo pudiera respirar... No pudo contener un grito cuando Xenie aplastó sus piernas, una y otra vez.

El rey se inclinó hacia ella, tomándola por el cabello hizo su cabeza hacia atrás, para hablar al odio de Lineria.

―Tu madre también era de naturaleza rebelde― dijo el monarca―. Siempre retándome para protegerlos, siempre diciendo que no... Desde que volviste del Tridente, nunca pude mirar tu rostro sin recordar a Yunen. Y te odiaba por eso, por ser como ella―. Hizo una pausa, Lineria pensó que había terminado, pero el rey dio un tirón a su cabello y estrelló su cabeza contra el azulejo.

La princesa vio estrellas. Caminos diferentes y riachuelos de sangre formándose en el suelo. Su padre iba a matarla frente a sus hermanos para servir como ejemplo.

―N... nunca― balbuceó Lineria, si iba a morir no se quedaría con las palabras que siempre había querido decirle―. N... nunca fuiste digno de ella.

Y sonrió. Quería que el rey Xenie del Oeste viera en su sangrante rostro, que ella no estaba rota. Tal vez su cuerpo si, en diferentes puntos, pero no su espíritu, no su mente. Y que a pesar de su castigo, Lineria no se arrepentiría de sus sentimientos hacia Marion o de las acciones anteriores a él. Ella nunca lamentaría haber ayudado al guerrero aquella noche después de Virum, cuando más la necesitaba. Quizá ese era el motivo por el que Arles no podía mirarla a los ojos, él la había delatado con el rey para conservar su favor.

Era la razón por la que Lineria odiaba esos juegos de las cortes, porque no había lealtad. Y era el mismo motivo por el cual admiraba a los asesinos.

El rey gruñó en su rostro, y sacó de los pliegues de su túnica una daga plateada. Lineria cerró los ojos, esperando que fuera rápido...

― ¡Lo he visto!― exclamó Nerea dando un paso al frente.

Anathya por poco cae al tratar de sostenerla.

El rey detuvo el golpe final hacia Lineria, quien ya no podía detener los temblores o el dolor en su cuerpo, retorciéndose sobre sí misma, sobre su propia sangre.

Todos excepto Arles levantaron la mirada. Bertrán parecía disfrutar del castigo, los gemelos Marlath y Jusbath comentaban en voz baja, riendo mientras ella era torturada frente a todos. Veronet, Nerea y Anathya eran las únicas que parecían sentir el dolor de su hermana.

―Vi en sus ojos las respuestas que has buscado con tanto anhelo― continuó Nerea, tragando su miedo―. Por años has querido encontrar la respuesta y ha estado frente a ti. Los nueve lustros de historia perdida te mostraran el camino entre las montañas, mismo que los dioses ocultaron de tu alma. Y en los ojos de Lineria se encuentra el mapa de las estrellas y ella podrá guiarte hasta el susurro del mar.

Todos se olvidaron de la princesa golpeada en el suelo, pues las palabras de Nerea sonaron como una profecía y no como un lamento desesperado por salvarla.

Nerea había usado las palabras correctas: el susurro del mar.

La ultima isla del Tridente de Altamar, aquella donde las sirenas cantaban canciones para hechizar a los marineros.

El rey se incorporó, la daga desapareciendo en los pliegues de su túnica. Dio una mirada hacia Jusbath.

―Ponla en uno de tus barcos― ordenó el monarca, caminando en dirección a su trono―. No quiero volver a verla hasta tener en mis manos los otros pergaminos.

Dirigió de nuevo su atención a Lineria.

―Tráeme el pergamino del mar y consideraré tu ofensa pagada.

Lineria no podía hacer nada más que mirarlo de vuelta, esperando que sufriera la peor de las muertes. Un tormento más allá de la razón.

Los guardias acompañaron a Nerea de nuevo a la torre, mientras Anathya y Veronet la ayudaban a levantarse. Jusbath se acercó a ella.

―Y traigan a alguien para limpiar este desastre― demandó el rey.

Lineria levantó la cabeza para hablar, pero Jusbath se detuvo frente a ella. Su hermano colocó ambas manos sobre su rostro, y cuando la princesa se preguntó lo que haría, él golpeó su frente con la de Lineria.

Fue lo último que la rebelde princesa pudo ver antes de caer en un oscuro abismo.

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Marion de verdad tenía que comenzar a plantearse la posibilidad de dejar de hacer enojar a Gabriel. Aunque no podía evitar saltarse algunos de los entrenamientos, no cuando la última vez que vio a Lineria fue durante el festival de la cosecha, había algo sobre eso que lo molestaba. Quizá el hecho de que le habían lanzado una lluvia de flechas cuando escalaba hacia sus habitaciones. Si, esa realmente podía ser la razón.

Con un resoplido de resignación, metió los trapos viejos en los cubos de agua para continuar limpiando el piso de la torre ¿Qué sentido tenía si en la siguiente celebración terminaría lleno de comida, vomito, vino y pisadas?

Giró la cabeza justo antes de que las puertas de la torre se abrieran como si un viento fantasma las empujara. Pero no se trataba de eso, era la guardia del rey, los hombres que estaban a cargo del príncipe Bertrán, quien entró detrás de ellos.

―Creo que están perdidos― dijo Marion, dejando a un lado los trapos, poniéndose de pie mientras se llevaba una mano a la espalda donde guardaba una de sus dagas. Su mano cerrada sobre la empuñadura.

―Un lugar asqueroso― comentó Bertrán, avanzando al frente de su guardia.

Dos de ellos en la puerta, otros dos en las escaleras hacia las habitaciones. Marion apostaría a que más de ellos se encontraban rodeando la torre.

―Sí, nos gusta llamarlo hogar― respondió encogiéndose de hombros, una sonrisa burlona en sus labios―. Es bonito y las ratas te calientan cuando el fuego no es suficiente. No te recomiendo una mordida de ellas, pues te dará urticaria...

―Suficiente― interrumpió Bertrán.

El primogénito del rey avanzó hacia él. Marion conservó la sonrisa, el príncipe se estaba acercando al límite de su área. Un paso, dos pasos y estaría al alcance de la daga.

― ¿Hay una razón para la invasión?― preguntó una voz desde las sombras.

Marion apretó más fuerte la daga. Había olvidado que Abel se encontraba en el salón de la torre. Él había acudido esa mañana con un libro para pasar el rato. El asesino salió de la oscuridad, los ojos azules apagados, sin el reflejo de los rayos del sol o del fuego.

―Estoy segura de que debe haber una poderosa razón― dijo Taisha, sentada casualmente en el borde de una de las ventanas, el arco descansando sobre sus piernas, sin flechas a la vista, pero Marion sabía que no necesitaba demasiado tiempo para estar lista y atacar―. De lo contrario, no se atreverían a venir aquí.

Bertrán detuvo su andar cuando pasos sonaron en las escaleras. Sombras más oscuras que las de los rincones emergieron del mismo lugar cuando Sairus y Deméter aparecieron detrás de sus guardias.

Todos levantaron la cabeza al saber quién sería el siguiente en la lista. Incluso el príncipe se puso nervioso, porque los guardias en la puerta de entrada dejaron pasar a Gabriel, con Esbirrel cuidándole la espalda.

Los seis guerreros de Élite y uno de los hermanos asesinos, toda una ganga. Si Adam no se encontrara enfermo, eso sería una maldita fiesta.

―Tengo órdenes del rey― explicó Bertrán, dirigiéndose a Gabriel.

El líder de la Élite inclinó la cabeza hacia un lado, el único indicativo de haberlo escuchado.

―Estás en mi territorio, muchacho― dijo Gabriel con calma, llamando muchacho al príncipe heredero como si fuera un simple ladrón de mercado―. Así que sugiero que comiences a explicar porque te sientes con el derecho de entrar en él sin anunciarte.

―Este lugar forma parte del castillo...― comenzó Bertrán.

―Mismo que aún se encuentre en pie debido a este lugar― interrumpió Gabriel―. Te sugiero que selecciones bien tus siguientes palabras.

Bertrán retrocedió ante el tono utilizado por Gabriel, y Marion realmente no lo culpaba, cualquier ser humano con un instinto básico de supervivencia retrocedería.

El príncipe carraspeó un par de veces antes de hablar.

―El rey ordena la captura del asesino Marion, quien es acusado de mantener relaciones con la princesa Lineria.

Marion dio un paso al frente, sacando la daga de su cinturón. Si ellos querían pelea él...

―Guarda eso― murmuró Abel a su lado ¿En que maldito momento se había movido?

―Vete de aquí― dijo Gabriel a Bertrán―. Y llévate a tu guardia contigo. Marion pertenece a la Élite y como guerrero es problema mío.

―No puedo permitirlo.

Incluso las aves en el exterior dejaron de cantar y el viento de susurrar entre las hojas de los arboles cuando Gabriel sonrió en dirección a Bertrán.

Si ese maldito idiota tenía un pequeño, muy pequeño instinto de supervivencia, debía irse en ese momento. Y benditos fueran los dioses, porque el príncipe se marchó del lugar, llevándose a su guardia con él.

Marion comenzó a andar hacia la puerta, cuando Abel lo detuvo, quitando la daga de su mano con un movimiento simple. Algo que había estado planeado.

Esbirrel bloqueó la puerta, Taisha, Deméter y Gabriel las ventanas, Sairus las escaleras hacia las habitaciones. Y Abel permanecía a su lado.

―Tengo que irme― gruñó Marion.

Los dioses sabían lo que el rey le hacía a Lineria en ese momento. Y él tenía que ayudarla, él... Marion maldijo, una y mil veces. Era su culpa. Si no hubiera tratado de subir la torre en el festival de la cosecha, ellos no los habrían descubierto, si él no hubiera acudido a Lineria después de Virum.

―Gabriel― pidió Marion a su líder.

Su mentor lo miró en silencio durante unos minutos que parecieron eternos, quizá recordando el juramento de los asesinos, uno donde renunciaban a sentir amor o cualquier emoción que pudiera ser usada en su contra.

―Nuestro informante llegará pronto.

Marion frunció el ceño ¿Informante? Pero si Sairus y sus sombras estaban ahí... Fue cuando cayó en la cuenta de la pequeña figura que siempre los estaba observado, quien se había convertido en su sombra desde Virum. Campana solía pasar tiempo con Lineria, mientras ella le enseñaba acerca de los mapas y otros territorios. Maldito fuera Gabriel por usarlo de informante.

El tiempo pasó de manera lenta y tortuosa. Los asesinos gastaban miradas en él, mientras desesperado paseaba por la sala común de la torre, pasándose las manos por el cabello, queriendo arrancar cada mechón, cada parte de su piel, cada...

La puerta de la torre se abrió de golpe. Campana estaba de pie, el sudor cubriendo su piel, intentaba hablar mientras recobraba la respiración, lo cual no era una muy buena combinación. Cerró la boca y respiró profundo, para después mirar a Gabriel y decir en voz alta:

―El rey decidió perdonar su vida por una profecía― explicó el niño―. La enviaran al Tridente de Altamar en el Makara, de la flota del príncipe Jusbath.

El nombre del jodido barco era todo lo que Marion necesitaba.

― ¿Cuándo zarpa?―preguntó avanzando hacia Campana― ¿Cómo está Lineria?

―En este momento― respondió y después dudó―. Ella no parecía consciente... Había sangre y...

Marion quiso correr, pero un par de fuertes manos lo aprisionaron. Abel y Deméter lo sostenían para que no hiciera una locura. Porque si él abandonaba esa torre, primero mataría al rey del Oeste, sin importar las consecuencias, y después sacaría a Lineria de ese barco.

―Lo siento, hijo― indicó Gabriel.

Marion no sabía a lo que se refería, hasta que alguien golpeó su cabeza y fue incapaz de sostenerse sobre sus propios pies.

Lo último que pudo ver, fue el semblante preocupado de sus hermanos de gremio. 

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