Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPITULO 50.-

Hola!

¿Cómo están?  

Aquí les dejo en nuevo capítulo, espero que les guste. Les informo que ya hemos llegado a la pagina 400!!

Les dije que sería una historia muy larga :3

¿Que les ha parecido hasta ahora?  Sus comentarios me ayudan a mejorar.

Muchas gracias por leer, los quiero mucho!

Pd: Puede haber algunas escenas fuertes en este capítulo, advertencia. 

--------------------------------

En contra de cada pensamiento, su fuerza de voluntad fue reducida a cenizas. En cada ocasión la perdida de pensamientos era lo que más lo enfurecía. No poder decidir y actuar por instinto... tal vez ni era tan diferente de cuando era un hombre.

El equinoccio, las noches sin luna, la maldición de los Seres... Todo lo consumía mientras su cuerpo cambiaba, y el hambre lo atormentaba. Tenía que devorar bestias salvajes, animales o robar algún cadáver de los carroñeros para evitar lastimar a algún inocente. Al menos aun podía conservar eso. A la bestia sin forma tampoco le gustaba lastimar a los demás. Y la única cosa que podría llegar a agradarle de ese ser amorfo, era la capacidad de ver a través de sus ojos, la belleza y simpleza en cada cosa, aunque eso no le impedía caza para comer, porque el hambre era insaciable.

Sintió el cambio cuando estaba casi a la mitad del camino entre los abismos. Siempre era una ligera brisa que lo atravesaba hasta los huesos. Para después convertirse en una clase de dolor únicamente soportado por los entrenamientos con... con... los nombres eran difíciles para las bestias.

Un fuerte tirón en su espalda, a la vez que sus ojos empezaban a sangrar, los dientes se caían, uno por uno. Las escamas resbalaban de su piel, las uñas se desprendían en la tierra. Un aullido de dolor atravesando por su pecho para subir a su garganta y gruñir a la luna por la terrible maldición.

Aprovechando sus últimos momentos en esa piel cambiada, corrió en dirección al bosque, cuando sus ojos recuperaron el color, su piel el tono pálido, sus dientes una forma normal, cada parte de él volvía a ser humana.

Y cuando no pudo más, dejó que su cuerpo se derrumbara entre el musgo y las piedras del bosque.

------------------------------------

Las velas se agitaban con el viento. Un viento cálido y húmedo, que en otras circunstancias la habrían puesto de buen humor. Pero no ese día, no cuando el mismo mar golpeando contra el muelle de los barcos mercantes en el reino del Oeste, cantaba una canción, una que solamente ella parecía escuchar.

Era un día tranquilo, con los barcos a punto de zarpar, habían descargado las mercancías el día anterior.

Taisha los vigilaba con cuidado. Sabía quiénes eran, conocía sus movimientos, cada respiración, cuántos hombres trabajaban en ese barco. Absolutamente todo.

Salió de entre las cajas cuando Gabriel de dedicó un asentimiento desde las sombras del otro lado del muelle.

El Caribdis zarpaba con esas bestias humanas a bordo. Los había observado beber hasta cansarse la noche anterior.

Ella corrió, evitando a las personas que caminaban por el muelle, el olor a pescado calando profundo en su nariz, un paso, una respiración y se preparó para tomar impulso, saltando, vio volar sus pies a través del pequeño espacio de agua salada, hasta que sus manos cubiertas por guantes hasta el inicio de los dedos, se cerraron con fuerza, haciendo crujir la madera del barco.

Sus botas fueron silenciosas cuando chocaron contra la cubierta.

El viento rozando contra las ropas de cuero, mientras la trenza tejida en su cabello le golpeaba el costado. El sudor escurriendo por su cuello, por las horas de vigilia en la mañana, con las gaviotas gritando por encima del canto de las olas y de las ofertas de los vendedores del muelle.

Taisha se ocultó entre las cargas del barco. Los Dioses sabían dónde estaba Gabriel en ese momento.

Ella permaneció ahí, controlando su respiración, viendo actuar a los hombres para permitir al barco zarpar, para cuando el viento golpeó las velas y la madera flotó en el mar, la asesina había contado a veintidós hombres en cubierta. Eso sin contar a los demás trabajadores en los camarotes. Una pequeña sonrisa escapó de ella al sentir el peso de su arco en la espalda, la punta del carcaj enterrada en su cintura. Las dagas enfundadas a cada lado de sus caderas, y la espada corta a la altura de su pierna.

Sintió el movimiento del barco, después de que el ajetreo inicial se acabó, Taisha salió de las sombras. Trepando por la barandilla de las escaleras para posicionarse en lo alto del barco, cargó una flecha en el arco, sintiendo la tensión en su brazo, la firmeza de los dedos cuando soltó la cuerda y la flecha atravesó a uno de los hombres en la parte baja de la pierna.

El grito de dolor atrajo la atención de otros. Flechas y cuchillos arrojadizos llovieron sobre ella. Saltó de lo alto para caer en la cubierta con una voltereta, tomando la espada corta en su mano, golpeando talones y partes bajas con la parte no afilada. Donde la espada no alcanzaba, el arco aparecía, haciéndolos caer. Su trenza dibujando círculos con sus movimientos, permitiéndoles ver hasta dónde estaba permitido llegar. Aun no podía matarlos, necesitaban saber porque estaba ahí.

La asesina se puso de pie cuando el resto de la tripulación salió de los camarotes, todos ellos armados. Se percató de quien era el capitán del barco; un hombre joven con un ridículo sombrero, quien sostenía una espada que seguramente era heredada, hasta debía tener un estúpido nombre.

Guardó la espada corta en la funda al lado de su pierna, y en un solo movimiento cargó otra flecha en el arco, apuntando directamente a la cabeza del capitán.

Taisha dibujó una sonrisa cruel en sus labios, cuando una voz fuerte rompió todos los sonidos en el mar.

―Me parece― dijo Gabriel, con un tono mortalmente aburrido, de pie frente al timón―. Que el barco es nuestro.

El líder de la élite le dio un simple asentimiento, uno que ella tomó con gusto.

―Hace once años― dijo Taisha sin bajar el arco, sus pies encontrando la posición perfecta para que el movimiento del mar no la hiciera trastabillar―. Se cometió un crimen en este barco. Cuando transportaban a los refugiados del reino del Sur, durante la cacería de los Sanadores. Haré una pregunta, y espero una respuesta directa.

Miró a todos los hombres ahí. Todos esperando por la decisión, por si ella decidía matar al capitán. Otros permanecían sobre la cubierta, con sus piernas golpeadas en esos puntos especiales, no se levantarían durante un tiempo.

―Si ninguno responde― continuó hablando―. Las cabezas comenzaran a caer.

Hubo miradas compartidas entre los presentes. Taisha tomaba nota de absolutamente todo.

― ¿Quién trabajaba en este barco durante esa época?―preguntó. Cada palabra era medida.

El silencio que cayó fue aplastante. Nadie sería el soplón. Ella mejor que nadie sabía el castigo que caía sobre los soplones. Había castigado a muchos de ellos a lo largo de su vida, su trabajo con Gabriel.

Bajó el arco, completamente segura de que sería atacada a la primera oportunidad. Sacó la espada corta después de colgar el arco en su espalda. Avanzó hacia el hombre al que había herido en la pantorrilla con la flecha.

Él palideció, los otros en la tripulación retrocedieron, únicamente el capitán dio un paso al frente, pero una mirada en su dirección lo hizo quedarse en su sitio.

― ¿Cuánto tiempo has trabajado en este barco?― preguntó Taisha al hombre herido.

Él simplemente tragó saliva, un gesto claro de nerviosismo.

El viento azotó con fuerza, revolviendo el cabello de todos ahí, el mar golpeó la superficie del barco. Todo era tan tranquilo... sin embargo.

Taisha levantó la espada, destinada a cortar, no la cabeza sobre los hombros, si no la parte favorita de todos ellos. Bajó el brazo, sintiendo la extensión del metal mordiendo los callos de sus manos, un solo movimiento y...

― ¡Quince años!― gritó el hombre―. He trabajado aquí por quince años.

La asesina detuvo su espada.

― ¿Y recuerdas a los refugiados del sur?

El hombre asintió.

― ¿Estuviste ahí? ¿Violando niñas inocentes?

―Y-yo...

― ¿Tu qué?― gruñó Taisha, pateándolo en la pierna herida, ganando un grito de dolor.

Se dio cuenta de que él ya no respondería, no sin antes sacarle la verdad de otra manera.

Dos de los hombres corrieron en dirección a ella, tomando el momento en el que se inclinó sobre el herido. Taisha giró rápidamente, tomando una de las dagas, lanzándola hacia uno de ellos, justo en el momento en el que el tripulante lanzaba un cuchillo hacia ella, Taisha soltó la daga, clavando el arma en su estómago, obligándolo a caer sobre la cubierta.

Levantó el cuchillo que le había lanzado, y amenazó al segundo con él.

―Un movimiento más y serán tus tripas― espetó ella.

Avanzó con pasos lentos hacia el capitán. Él tuvo la valentía de mirarla a la cara mientras se acercaba.

― ¿Quién más estuvo en el barco hace once años?

El joven capitán respiró profundo y cuadró los hombros.

― ¿De qué crimen se les acusa?

Taisha levantó una ceja interrogante. Tal vez admiraba un poco la valentía del bastardo.

La asesina sostuvo fuerte una daga en su mano, la usaría contra ese capitán, él tendría que hablar, y entonces le cortaría la lengua.

―Quiero los registros― ordenó Gabriel, caminando por la cubierta con pasos lentos, como si se tratara de un paseo, las manos metidas en los bolsillos del pantalón, sin armas a la vista. La viva imagen de la calma.

El capitán pareció ver sus opciones, una era enfrentarse a Taisha. Y otra mostrar los registros del barco: Simple, una decisión simple.

La guerrera esperó en cubierta mientras Gabriel iba con el capitán a su camarote. Trató de ser paciente al caminar de un lugar a otro girando la espada en la mano de manera ágil, de esa forma podría defenderse si intentaban atacarla.

Dedicó miradas hostiles a quien se atreviera a dar un solo paso en su dirección. Debía ser paciente, se recordó. Pero era difícil hacerlo estando tan cerca de hacer justicia. Ya había tenido suficiente paciencia cuando su padre dejó que la ataran a un tronco, totalmente desnuda, durante semanas, ofreciéndole agua sucia y comida putrefacta para mantenerse viva y soportar las torturas que a sus hermanos se les ocurrieran. Ella ya había tenido suficiente paciencia.

Como un regalo de los dioses, las puertas hacia los camarotes se abrieron. Gabriel tenía un pergamino en las manos, el capitán llegó justo detrás de él sin golpes a la vista, señal de que había cooperado.

El líder de la élite le indicó que se acercara, Taisha lo hizo, y él comenzó a leer los nombres en esa lista. Más de la mitad de la tripulación.

Algunos se acercaron, otros quedaron al margen. Dos corrieron al escuchar su nombre, y Taisha tuvo el gusto de perseguirlos por el barco, jugando con sus presas, mientras pensaban en escapar ella ya tenía el cuchillo en sus manos.

Dejó inconsciente a uno, al otro lo ató con las piernas abiertas a la barandilla de la escalera. Ella no fue amable al bajarle los pantalones de un tirón, sostener esa maldita cosa con su mano y atravesarlo con el cuchillo. El dolor lo hizo despertar, sus gritos llenando el vacío que dejaba la marea.

Lo abandonó ahí, para ir por el siguiente y repetir el movimiento. Para cuando el número catorce de la lista estaba colgado de piernas abiertas con una hemorragia considerable, ella ya no sabía de quien era la sangre que cubría sus manos o salpicaba su ropa.

Había ido a un lugar lejano dentro de su propia mente, uno al que nadie podía llegar, ese sitio al que viajaba cada vez que ejecutaba un acto de justicia.

Taisha miró hacia atrás, dándose cuenta de que dos hombres la miraban con miedo. Uno de ellos incluso se había orinado encima.

La asesina sonrió, apretando la daga en su mano, con la otra retiró el cabello de su sudado rostro.

―Dile a tus amigos que te envía la Asesina de Verdugos― espetó en la cara del hombre―. Ve y habla con otros, esparce el rumor de que daré caza a cualquiera que se atreva a lastimar a otra mujer. ¿Entiendes?

El bastardo al que dirigió sus palabras apenas encontró el valor para asentir. Ella le permitió ponerse de pie y alejarse corriendo, hasta saltar del barco. El agua salada debía arder como el demonio en sus heridas, y una parte violenta de sí misma, se regodeó ante ese pensamiento.

Él tardaría algún tiempo en llegar al muelle, si es que llegaba.

Taisha giró para encarar al último de ellos.

―Quiero que recuerdes mi rostro...

―Basta― demandó Gabriel, quien no había interrumpido las torturas anteriores―. Él es demasiado joven como para haber estado en el barco cuando Dwyer.

La guerrera frunció el ceño, era lo más que se acercaba a ir en contra de las órdenes de Gabriel.

Sin embargo, algo dentro de ella moriría si permitía vivir a esa mierda humana.

―Tal vez lo sea― respondió―. Pero puede hacerle daño a alguien más si lo dejo vivir.

Gabriel dio un paso para interponerse entre ella y el bastardo.

―No puedes proteger y vengar a todas las mujeres del mundo.

Taisha levantó la cabeza, mirando con furia a su mentor.

―Moriré intentándolo.

El líder le dedicó una mirada que Taisha odiaba. La lastima nunca se veía bien en cualquier persona.

Ella se retiró para recargarse contra los barriles de agua. Los cuerpos aún continuaban colgando y sangrando. Ninguno de la tripulación se atrevía a bajarlos. Aunque tendrían que hacerlo, no por ayudar a sus compañeros, si no para evitar el mal olor y los carroñeros.

Gabriel se acercó al capitán, el cabello negro del líder de la élite moviéndose con el viento, una de sus callosas manos se levantó para quitarle el ridículo sombrero negro al capitán. Jugueteó con él entre sus dedos antes de colocarlo en su propia cabeza.

― ¿Trabajabas para el príncipe Jusbath?― inquirió el asesino. Sus ojos ocultos por el sombrero.

―Este barco es del príncipe― respondió el joven capitán.

― ¿Cuál es tu nombre?

Él enderezó la espalda, sus ojos desviándose en dirección a los cuerpos mutilados.

―Balthazar― contestó, mirando de nuevo al hombre frente a él.

―Quiero que preparen un bote para que podamos regresar al muelle― demandó Gabriel―. Cárguenlo con agua. No demasiada, no será un largo viaje.

El capitán parecía confundido, si Taisha no hubiera estado enojada, se habría reído de la situación.

Cuando nadie se movió, y Balthazar no dio las ordenes, Gabriel se inclinó sobre él, una distancia corta, la molestia reflejada en los ojos negros del líder de la élite, una mirada que a nadie le gustaba ver.

―Tal vez no fui claro― dijo Gabriel con calma―. Ya no trabajas para Jusbath. Ahora trabajas para mí. El barco y tu vida me pertenecen. También ese bote que vas a preparar para que nos marchemos de aquí antes de que los cuervos comiencen a picar los cuerpos sobre la escalera.

El bote estuvo listo más rápido de lo que el viento en las velas hacía avanzar al barco, Taisha subió. El muelle no se encontraba muy lejos. Se sentó con los brazos cruzados. Gabriel se sentó frente a ella. No dijo nada en el tiempo que el barco se alejaba de ellos.

Taisha observó cómo avanzaba en el mar, pronto se perdería en esa inmensidad.

Algo cayó sobre sus piernas, haciéndola salir de sus ensoñaciones.

― ¿Qué demonios...?

―Empieza a remar― mandó Gabriel.

La guerrera miró el remo que su líder había lanzado a sus piernas, mientras él se recostaba contra la madera, aplastando con su espalda el barril con agua dulce que les habían dado. Cruzó los brazos sobre el pecho y bajó el sombrero a sus ojos. El maldito había estado planeando ese momento del día desde que vio el ridículo sombrero en la cabeza del capitán. A pesar de sí misma, Taisha no pudo evitar reír. Gabriel se veía joven en esa posición, joven y despreocupado.

― ¿De qué demonios te ríes?― increpó él sin mirarla―. Tienes que remar como castigo.

― ¿Y por qué precisamente me estas castigando?― curioseó Taisha mientras comenzaba a empujar el agua con el remo.

Los labios de Gabriel bajaron. Un gesto de enfado. La asesina agradeció no tener que verlo a los ojos.

―Por no tener dominio sobre tus emociones. Por tomar las cosas de manera personal― respondió enojado―. Por eso. Ahora no dejes de remar. Quiero llegar al castillo antes del anochecer.

A Taisha no le quedó más remedio que continuar remando, mientras que el agua salada del mar limpiaba sus ensangrentadas manos. Curiosamente, las olas habían dejado de cantar para ella.

----------------------------------------------

Era consciente de los pasos que lo seguían. Se habría preocupado de no ser por el andar torpe que provocaba tanto ruido como un grupo de guerra.

Abel no se molestó en mirar atrás, sabía quién lo seguía. Conocía el motivo, la curiosidad que movía a Dwyer para atreverse a seguirlo por el bosque.

Y él simplemente comenzó a tararear, imitando el canto de las aves, dando giros entre los árboles, siguiendo un camino diferente.

Una parte de él se encontró admirando la persistencia de Dwyer, al continuar siguiéndolo, pensando que él no se daría cuenta.

Abel se detuvo a beber agua en el rio, sintiendo como ella se detuvo unos cuantos metros detrás. Él se acostó a la orilla, colocando sus manos debajo de la cabeza.

Después de la celebración del equinoccio, había entrenado, siempre alerta en el bosque, por si escuchaba ese aullido de dolor rebotar en las paredes de los abismos. El único indicio de que Adam cambiaría de nuevo en un hombre.

Cada día luego de eso, alguien lo vigilaba en sus entrenamientos, o en las comidas, las caballerizas o en cualquiera de sus actividades, él podía percibir la presencia de Dwyer. Ella no se atrevía a hablar con él o a preguntarle por Adam, simplemente lo seguía para saber si se encontraba con su hermano.

Era inteligente, pues Abel dudaba en poder contenerse por haber tratado así a Adam.

Frunció el ceño al sol que se filtraba entre las hojas de los árboles, calando en sus ojos. El dulce arrullo del rio le transmitía paz. Podía quedarse ahí todo el día si no tuviera que llevar ropa para Adam, o arrastrarlo de vuelta al castillo.

Amaris lo había reprendido, o tratado de reprenderlo, por su comportamiento cortante y grosero con Dwyer. Incluso le había dicho que no era su asunto. Se trataba de su primera pelea y había sido por culpa de alguien más.

Bufó, girando la cabeza en dirección al rio.

Se puso de pie, levantando el saco que había llevado hasta ahí sobre su espalda, el mismo que utilizaba para llevar las ropas de Adam.

Por su propia experiencia, Abel sabía que su hermano tendría temblores por el frío, fiebre provocada por las heridas del cambio de piel, además de los vómitos por la cacería, la carne cruda mezclada con sangre tibia que debían consumir estando en otra forma.

Caminó con pasos lentos por la orilla del rio, volviendo sobre los mismos, mojando sus botas ligeramente, para luego avanzar hacia el interior del bosque. Corrió cuando sintió los pasos más cerca, después se detuvo y escaló un par de árboles en su camino.

En algún momento Dwyer pensaría que estaba jugando y se marcharía.

Poco después de mediodía, Abel dejó de percibir la presencia de la sanadora, así que se marchó al interior del bosque, caminando con dirección al sur. Pasó por los musgosos arboles al lado del río, cruzó por las rocas, saltando entre ellas. Cuando era más joven y Gabriel lo obligaba a practicar, Abel había mojado sus ropas en muchas ocasiones, sin embargo en ese momento ni una sola gota lo salpicaba.

Se detuvo cuando vio las ramas rotas y la tierra removida, marcas de garras surcaban profundo las piedras.

― ¿Fue una buena noche?― preguntó Abel, lanzando el saco a los pies de Adam.

Su hermano gimió de dolor. Adam estaba acostado boca abajo, su cara en contra de las hojas caídas de los árboles. Su espalda estaba marcada por líneas rojas, justo donde su piel se había partido para ser sustituida por escamas.

― ¿Viste algo en el abismo?― murmuró Abel.

Adam levantó la cabeza, hojas pegadas en su cara. Mientras sus ojos lo miraban con reproche.

―No fue una buena noche― respondió, tratando de sentarse y fallando miserablemente.

Abel sabía que su cuerpo estaba partido de dolor, su cabeza debía palpitar ante cada sonido. Podía escuchar sus dientes castañear por el frío en sus huesos.

Esperó hasta que Adam reunió la suficiente fuerza para sentarse y alcanzar el saco con ropa a sus pies.

―No debes bajar al abismo― espetó tomando una profunda respiración, evitando una arcada― ¿Qué parte de eso no entiendes? ¿O acaso quieres que me quede contigo todos los malditos días hasta que desistas de esa absurda idea?

Él apenas y podía moverse. Colocándose los pantalones de una forma tan lenta y tortuosa que a Abel le dio pena. Por respeto al orgullo de su hermano no lo ayudaba con sus ropas.

El hermano menor se recargó sobre un árbol, jugando con la daga que siempre llevaba Adam, a excepción de esos días de cambio, cuando pasaba a sus manos hasta poder entregarla de nuevo.

No tenía idea de porque Adam tenía tanto miedo del abismo, esa era la razón por la que el mayor le había pedido que se encontraran en el bosque y no en los cruces, para evitar la curiosidad de Abel por esa fosa.

Adam terminó de ponerse las botas, con un suspiro y queja, se puso de pie, recargando la espalda contra una roca. Su respiración salía entrecortada, su pecho y brazos estaban empapados en sudor frío.

―Aun no cubres la marca― señaló Abel el hombro de su hermano.

Las líneas se entrelazaban con los círculos en la piel, con una tinta que nunca había existido, misma que no se podía borrar con nada. Y esas noches de cambio, se inflamaba tanto que el dolor provocado por el roce de la ropa hacia que quisieras arrancarte el brazo.

―Arde― respiró Adam―. La cubriré cuando salgamos del bosque.

― ¿Y qué si alguien la ve?

―Conoces la respuesta y la acción es aún más fácil que la pregunta.

Abel puso los ojos en blanco. Adam eligió un juego de palabras en lugar de utilizar la más simple: Si alguien ve la marca merece la muerte.

Estuvo a punto de bajar por las rocas para ayudar a Adam a ponerse la camisa, cuando un escalofrío subió por su espalda. Un segundo después, su hermano levantó la cabeza, el miedo reflejándose en sus ojos cuando una rama se rompió en el interior del bosque.

Abel giró sobre sus pies, para encontrar a Dwyer a su espalda, unos pasos detrás de él. Y ella no retiraba los ojos del brazo de Adam.

Ella dio un paso atrás.

―La marca maldita― murmuró y miró entre los dos.

Abel tomó la daga fuerte en su mano, preparándose para utilizarla. Tal vez cortarle la lengua o una parte en el talón para que no volviera a caminar, así no podría abandonar el bosque, y los carroñeros la devorarían...

― ¡Corre!― gritó Adam. Su voz partiéndose con miedo y agonía― ¡Corre!

Abel iba a lanzar la daga en la espalda de Dwyer, cuando un par de manos se enredaron en sus piernas, haciéndolo caer sobre las rocas, golpeando su barbilla contra el suelo. Él golpeó a Adam en la cabeza con los codos. Soltó la daga para empujar a su hermano, pero él lo liberó únicamente para detenerlo con ambos brazos, enredándolos debajo de los suyos, de esa forma lo aprisionaría hasta que Dwyer saliera del bosque.

Un gruñido de furia escapó del pecho de Abel, cuando hizo la cabeza al frente para tomar impulso y estamparla contra la nariz de Adam. Su hermano hizo del agarre algo simple, provocando que se liberara. La sangre escurría desde su nariz hasta la barbilla, maldiciendo Adam se lanzó contra él de nuevo, tropezando con las rocas como si estuviera ebrio.

Abel comenzó a trepar de nuevo, si se daba prisa aun podía atrapar a Dwyer. Las manos de Adam se cerraron débilmente en sus piernas.

―No― susurró su hermano―. Por favor no.

― ¡Va a delatarnos!― exclamó Abel, sin ser capaz de dominar sus emociones en ese momento―. Nos entregará y...

―No puedes matarla― suplicó Adam, algo más profundo que el miedo se reflejaba en sus ojos―. No sin tomar mi vida en el acto.

Abel gruñó, pateándolo liberó sus piernas. Y por simple gusto lo empujó. Una vez sobre el suelo, Adam no fue capaz de levantarse.

Tal vez en circunstancias normales, ambos se habrían enfrascado en una pelea de días, y aun así era complicado determinar un ganador.

La ira fue la que lo impulsó para patear a su hermano una y otra vez mientras gimoteaba por el dolor en el suelo. Estaba tan enfrascado dentro de su enojo, que no se percató de que alguien bajaba por las rocas, hasta que pequeñas piedras rodaron hasta sus pies.

Abel no pudo moverse cuando Dwyer se acercó, pero su atención no estaba en él. Ella se inclinó al lado de Adam, rompiendo un pedazo de su ya maltratado vestido para limpiar la sangre de su cara.

―Ya, ya― murmuró Dwyer―. Déjame hacerlo, te ayudará a respirar.

Adam se calmó al escuchar su voz. Abel sabía que la misma voz de la sanadora podía calmar multitudes con una simple estrofa.

Ella levantó los ojos hacia Abel. El guerrero se puso rígido ante la determinación en su mirada. Y se odió por eso, por el hecho de estar esperando una orden.

― ¿Vas a quedarte ahí parado o vas a ayudarme a llevarlo al castillo?

Abel parpadeó sorprendido ante tal exigencia. Sacudió la cabeza para salir de su estupor y se acercó a su hermano, para pasar uno de los brazos de Adam sobre sus hombros y así mantenerlo levantado.

Dwyer revolvió el saco donde estaba la ropa, sacando la camisa blanca. Ella la colocó con cuidado en Adam, moviendo sus brazos.

Con sorpresa, el asesino se dio cuenta de lo que la sanadora estaba haciendo: Cubría la marca maldita con la tela de la camisa.

Juntos avanzaron por el bosque, sin tantos rodeos pudieron ver las torres del castillo. Incluso aquella hecha de piedra negra.

Al llegar a la entrada arrastrando el cuerpo de Adam, los guardias intercambiaron una mirada.

― ¿De nuevo está ebrio?― se burló uno de ellos.

Abel les dedicó una mirada fulminante. Aunque no podía culparlos, porque Adam lo hacía, solía meterse en problemas en las tabernas, acabando golpeado, borracho e inconsciente. Él suponía que el cambio en su hermano se había dado gracias a la mujer que compartía el peso.

―Métanse en sus asuntos― gruñó Dwyer.

Atravesaron los jardines abandonados, caminaron hacia la torre, los pies de Adam dejando marcas por donde lo arrastraban. A Abel comenzaban a dolerle los hombros, no se podía imaginar de qué lugar sacaba fuerzas Dwyer para seguir andando con el peso extra, y sin entrenamiento.

Juntos lo llevaron hasta la torre, donde la sanadora respiró en derrota al ver las escaleras.

Abel la miró de reojo, el cabello se le pegaba a la cara y cuello por el sudor, una marca roja estaba en su cuello donde el brazo de Adam se recargaba, pero ella no lo había soltado, ni una sola vez, ni una sola queja en todo el camino.

―Debes soltarlo― dijo Abel―. Ayúdame a ponerlo sobre mi espalda.

Dwyer le dedicó una mirada extraña, sin embargo, hizo lo que le pidió. Ella soltó a Adam con cuidado, aguantando su peso contra la pared mientras Abel también lo soltaba para luego inclinarse y que la sanadora lo acomodara sobre su espalda, los brazos del hermano mayor colgando a los lados de su cabeza.

Subió con cuidado, sin perder la respiración. Agradeció a Gabriel en silencio por ello. Dwyer guiaba el camino, había tomado una de las antorchas en las paredes de piedra para iluminar el pasillo. Ella avanzó hasta la puerta de madera que eran las habitaciones de Adam, donde con un simple empujón se encontraban adentro.

Abel fue hacia la cama, donde colocó a su hermano sin cuidado alguno, se lo merecía por... por...

Se dio cuenta de que no tenía un motivo para estar enojado con él. No cuando Dwyer comenzó a encender la chimenea, a acercar un cubo con agua y toallas.

―Él comenzará a vomitar en cualquier momento― informó Abel.

Dwyer le dirigió una simple mirada y asintió. Volviendo por otro cubo al cuarto de aseo, para dejarlo al lado de la cama.

Ella mojó algunas toallas para pasarlas por la frente y rostro de Adam, le quitó la camisa para poner más de esas cosas sobre su pecho sudado. Abel sabía que intentaba bajar su fiebre, pero no lo lograría hasta que él despertara y comenzara a vomitar.

Sabía también que debía permanecer callado, sin embargo las palabras abandonaron sus labios.

―Es parte de la maldición― dijo con calma―. Tenemos que comer cuando... no importa. Él ha comido carne cruda y sangre fresca. Su cuerpo humano no lo soporta. Debe expulsar esa porquería para recuperarse. Eso es todo.

Dwyer le dio una mirada, una que prometía muchas preguntas.

― ¿Puedes traer hojas de menta de las habitaciones de Amaris? Es la planta junto a la ventana― pidió Dwyer, aun sosteniendo el cuerpo flácido de Adam para acomodarlo en las almohadas―. Ayudará a su estómago.

Abel asintió y caminó hacia la puerta de madera. Las habitaciones de su hermano comenzaban a ser tibias por el cálido fuego que ella había encendido, y a su pesar, se preguntó si con Adam podía suceder lo mismo, que en determinado momento el fuego de Dwyer pudiera alcanzarlo.

Miró sobre su hombro, a su hermano descansar en la cama, la sanadora limpiando las heridas que él le había hecho, y se dio cuenta de que el fuego de Dwyer no podía salvar solamente cuerpos, sino también las almas perdidas. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro