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CAPITULO 48.-

No era amor.

Simplemente no podía serlo. Una cosa era fingir coquetería, estar en ese espacio en el que jugaban el uno con el otro, con una delgada línea que no podían cruzar.

Tal vez él no estaba enamorado, quizá simplemente era deseo, Dwyer podía lidiar con eso, enfadarse por eso, estaba acostumbrada a que los hombres la miraran de esa forma tan desagradable, realmente podía pelear contra eso. Pero no era capaz de responder al amor.

No sabía lo que era, ni entendía sus motivos.

Entonces no podía ser amor, porque si lo era, ella no podría volver a ver a Adam a los ojos.

Sobre todo no después de verlo de pie en ese bosque, mientras Dwyer robaba el caballo del guerrero para huir de él.

Había sido una mala persona, una... una... ¡No podía encontrar las palabras para definirse! Lo dejó solo y triste en ese bosque, los dioses sabían lo que hizo para regresar.

Sacudió la cabeza, lanzando un vestido de Amaris hacia la cesta, necesitaba dejar de pensar en la declaración de Adam, y continuar separando la ropa sucia de la limpia, porque si seguía así, Amaris era capaz de salir en interiores a dar paseos en el castillo, y solo los dioses sabían lo que Abel haría con quienes se atrevieran a mirarla, todo porque Dwyer no lavaba su ropa.

―No comprendo― dijo Amaris, sentada en la cama, con sus piernas dobladas debajo de ella―. Porque no podemos pedir una sirvienta para ti.

Dwyer aplastó los fondos para hacerles espacio en la cesta.

―Porque no y ya.

La albina le dio una mirada inquieta.

― ¿Sigues molesta?

― ¿Por qué debería estar molesta?

Amaris se encogió de hombros, el cabello blanco le había crecido, ya podía ocultar sus hombros con él. Aunque a Dwyer le gustaría que aprendiera a cepillarlo o trenzarlo, porque en ocasiones tenía que quitar ramas o bichos muertos de él.

―Estás enojada desde que regresaron de Virum― comentó Amaris―. Simplemente no entiendo la razón ¡Deberías estar feliz! ¡Es un día soleado!

―A ti te gustan todos los días. Si está nublado, con sol o cualquier otra cosa, incluso el viento.

De nuevo se encogió de hombros.

―Es que todo el mundo es maravilloso.

Dwyer se sentó a los pies de la cama.

―No todo el mundo lo es. Hay lugares y personas que me gustaría nunca conocieras― dijo en voz baja, mientras recargaba la cabeza contra sus manos.

― ¿Por eso estás enojada?

La sanadora levantó la cabeza, dirigió su mirada a la ventana, las aves volaban alrededor del castillo. Se acercaba el equinoccio, los días de flores y vida. Había escuchado hablar a las sirvientas sobre como la reina ofrecía un festival para pedir a la diosa de la Luna las bendiciones para la siembra.

― ¿Qué piensas sobre Adam?― preguntó Dwyer después de un momento.

Sintió la cama moverse, inmediatamente percibió el calor del cuerpo de Amaris a su lado.

―Es un tonto― respondió con honestidad.

Contra su voluntad, arrancó una sonrisa de los labios de la pelirroja.

―Pero... ¿Crees que sería capaz de inventar algo para burlarse de mí?

Apretó fuerte las manos contra su falda, y levantó la cabeza, viendo su reflejo en el espejo frente a ella, el cabello rojo atado en un moño, y un pañuelo de colores alrededor de la cabeza, para evitar que se saliera de su lugar y se pegara a su rostro. El vestido de color azul, con parches que ella misma le había cosido. Incluso la piel pálida, las ojeras marcadas debajo de los ojos, no parecía que alguien pudiera amarla.

― ¿Te ha hecho daño?― indagó Amaris. El tono con el que las palabras fueron pronunciadas, hizo que Dwyer sintiera ternura.

―No... solo creo que me ha mentido.

Amaris frunció el ceño.

―Creo que si puede ser un mentiroso, y un tonto― agregó levantando la barbilla―. Pero nunca lo he visto comportarse como una de esas dos cosas contigo. Incluso he llegado a pensar que te respeta.

Dwyer respiró profundo, tratando de encontrar sentido a todo.

―Ha dicho que me ama.

Pensó que vería sorpresa en los ojos de Amaris, en cambio, ella sostuvo las manos de Dwyer, su rostro parecía brillar con emoción.

―Entonces creo que no es un mentiroso, tampoco un tonto.

―Yo... no creo merecer algo así― dijo, sintiendo un nudo en la garganta, mientras las palabras que había reprimido durante mucho tiempo brotaban de ella―. No la protección de la Élite, no tu amistad o el cariño de los niños... y ciertamente no el amor de un hombre.

Hubo un momento de silencio, creyó que la conversación se había acabado, hasta que la albina suspiró.

―Ofrezco mi amistad porque sé que siempre obtendré la verdad de tus labios. La agudeza de tu mente me mantiene a salvo. Incluso puedes protegerme con tu cuerpo― dirigió sus ojos grises a Dwyer― ¿Aun piensas no merecerla? En cualquier caso, soy yo quien está en deuda... En cuanto a Adam, si lo que quieres es la verdad...

La sanadora se pasó la lengua por los labios antes de hablar.

―Cuando era una niña― dijo, interrumpiendo a Amaris―. Hicieron cosas conmigo, con mi cuerpo... No me gustaría entrar en detalles contigo sobre eso. Pero pensé que era solamente eso, el daño físico. Durante muchos años estuve encerrada dentro de mí misma, sin atreverme a dar demasiado a nadie. Ahora me doy cuenta de que no solo rompieron mi cuerpo en ese barco, también mi espíritu, y es algo que el boticario no pudo arreglar.

Sintió el apretón de las manos de Amaris, el horror reflejado en su rostro. Y se odiaba por haberle contado sobre eso, como si fuera una mancha en la inocencia de la albina.

―Pero no importa― murmuró Dwyer, limpiando las lágrimas con las manos― ¿Por qué no me cuentas algo divertido? Estoy segura que puedes animarme con una de tus historias.

La miró por unos segundos, después sonrió de una forma poco convincente. La sanadora se sentía una tonta por haber preocupado a Amaris con cosas estúpidas.

―Bueno, el otro día estaba leyendo una historia de un libro que me prestó Coná. Habla acerca del modo en el que los reyes elegían a las reinas ¿Sabías que la fertilidad era un factor muy importante?

―Obviamente. Todos quieren un heredero.

― ¡Sí!― exclamó―. Fue lo que me hizo preguntarme ¿De dónde vienen los herederos?

Dwyer sintió que su corazón se detuvo ¿Realmente le estaba haciendo esa pregunta?

―Tu... ¿No tienes ni una idea?

Amaris asintió, el cabello blanco moviéndose hacia el frente.

―Coná me dijo que tenía que ver con un beso― explicó, de pronto frunciendo el ceño―. Sin embargo, he besado a Abel muchas veces y no creo que tengamos un heredero.

La pelirroja movió la cabeza, tratando de poner en orden sus ideas.

―Bien― dijo Dwyer―. Esto es importante, necesito saber qué cosas has hecho con Abel. No quiero detalles.

Amaris apretó los labios en una fina línea, sin duda pensando.

―Yo diría que hemos hecho suficiente― respondió sin vergüenza―. La verdad, él es bastante enérgico.

―De acuerdo― cortó Dwyer la conversación―. No necesito saber más.

Se puso de pie, caminando hacia la mesa junto a la ventana. Destapó algunos frascos, oliéndolos para encontrar lo que necesitaba. Comenzó a hacer la mezcla en el mortero, aplastando hierbas. Las colocó con cuidado sobre una tela blanca, para luego vaciar agua caliente sobre ellas. El líquido verde llenando un frasco justo a la mitad, para ser mezclada con la pócima que ya tenía terminada. Después de colocar el corcho, agitó fuerte y se la entregó a Amaris.

―Cada vez que tengas un "encuentro" con Abel, quiero que bebas esa cosa. Voy a preparar más cuando regrese.

― ¿Para qué es?― preguntó la albina.

―Es precisamente para no tener herederos― explicó Dwyer.

Tomó la cesta con ropa y se dirigió a la puerta. Miró sobre su hombro a Amaris, quien levantaba el frasco a la altura de sus ojos para ver el contenido.

― ¿Él es amable contigo?― preguntó la pelirroja―. Porque si no es de esa manera, va a tener que escucharme.

Amaris sonrió para tranquilizarla.

―Es amable, tierno y gentil― respondió, sus ojos brillantes.

Dwyer le devolvió la sonrisa. Ella difícilmente describiría a Abel con cualquiera de esas palabras. Terrorífico, serio y letal sonaban mejor.

―Solo ten cuidado ¿Si?― dijo, y sin esperar una respuesta se fue.

Salió de la habitación y bajó las escaleras que la separaban de los pasillos, cargando la cesta con ambas manos. Debía salir de los corredores del castillo e ir hacia aquellos que se encontraban detrás de las habitaciones, los que utilizaba la servidumbre.

Tal vez era cobarde por tomar esa ruta, atravesando un oscuro pasillo, llegando a un lugar en sombras, donde las sirvientas lavaban la ropa de sus respectivos amos, pero no quería ir por el camino normal, era una tonta por querer evitar los círculos de entrenamiento. En su lugar soportaba los gestos despectivos de la servidumbre, mientras levantaba la barbilla para mirarlas desafiante, sosteniendo fuerte la cesta. Nadie era más que ella, nunca dejaría que la hicieran sentir menos.

Caminó hasta la salida, sintiendo el sol calar en sus ojos, al acostumbrarse pudo ver los arboles moviéndose ligeramente con el viento, rayos de luz filtrándose a través de ellos, haciéndola pensar que tal vez al extender la mano podría tocar alguno y sentir la fuerza que irradiaba de él, al igual que el fuego, tal vez sostener las finas líneas de sol, igual que Birgit podía hacerlo, la diosa que curaba a través del fuego. Dwyer pensó que quizá debía encomendarse a la deidad como cuando era niña y pedirle ayuda para sanar su alma lastimada y rota.

Sacudió la cabeza. Fantasías infantiles e ideas estúpidas.

Terminó de bajar los escalones que separaban las entradas traseras del castillo del espacio en la parte de atrás, donde en un par de cuartos la servidumbre debía comer y asearse antes de empezar el día con sus amos, y al frente, después de los árboles se encontraba el rio, donde la corriente no era tan fuerte.

Ahí era donde le gustaba lavar, porque casi nadie la molestaba, así no tenía que acarrear agua del pozo.

Colocó la cesta a su lado, mientras remangaba su camisa hasta los codos, abrochó fuerte el guardapolvo en su cintura para evitar que cayera mientras tenía las manos ocupadas.

Comenzó a lavar las ropas de Amaris, agradeciendo en silencio por la sencillez de la joven, ya que no tenía que esforzarse en quitar manchas de vino o quien sabe que cosas, tampoco eran prendas ostentosas, al contrario, se trataba de vestidos sencillos, ropajes interiores y fondos.

Solo le gustaría lograr que comenzara a usar zapatos, ya que podía lastimar sus pies.

Después de un momento sintió algo a su alrededor, no era un animal, pero se sentía salvaje, incorrecto. Notó como hojas comenzaban a caer de un árbol cercano.

―No quise asustarte― dijo Sairus, el guerrero, bajando de un salto de una de las ramas.

―Estoy bien.

Lo observó acercarse al rio, inclinándose se quitó los guantes negros para mojar sus cicatrizadas manos. Dwyer no pudo evitar mirarlas, como los dedos estaban unidos unos con otros, las cicatrices tal vez se extendían hasta los codos.

―Es grotesco ¿No lo crees?― preguntó él.

Su simple voz debía haber espantado a muchas personas antes, ella sentía ganas de correr para alejarse de él. No eran solamente las cicatrices o el tono de sus palabras, eran las sombras que a pesar del sol danzaban en torno a él.

―No lo creo― respondió después de un momento―. Todos tenemos cicatrices, algunos las ocultan mejor que otros.

Sairus asintió débilmente, un atisbo de sonrisa en sus labios cubiertos por la barba negra, el cabello de ese mismo tono oscuro atado en una simple trenza.

― ¿Qué cicatrices cargas, Sanadora?― indagó con curiosidad.

Dwyer frunció el ceño.

― ¿Me seguiste porque Adam les pidió cuidarme?

El guerrero soltó una ligera risa, algo que pudo haber pasado como un suspiro. Era un hombre extraño, se dio cuenta Dwyer, aunque a pesar de su seriedad y sus sombras, sus ojos eran cálidos. La piel quemada por el sol se arrugaba cuando sonreía, y ella se percató de que había más cicatrices en su cuello, extendiéndose casi hasta las orejas. Y dos pequeños puntos de color rojo carmín sobresalían en sus sienes, eran marcas de guerra. La pelirroja se preguntó dónde pudo haber obtenido tal insignia de valentía.

―En realidad vengo aquí a pensar. Es un lugar tranquilo― explicó con calma―. Aunque tus palabras llevan algo de razón.

―Y supongo que conoces el motivo.

A pesar de sí misma, sintió su cara sonrojarse.

Sairus asintió.

―He conocido a Adam por años y de no ser por mis sombras, jamás habría adivinado el motivo de su preocupación.

Dwyer se cruzó de brazos, sintiendo la tela de su guardapolvos mojarse.

― ¿Por qué es tan complicado dejar atrás el pasado?― murmuró.

El guerrero le dio una mirada confundida.

―No me siento familiarizado con las emociones, debes aceptar mis disculpas por eso.

La sanadora suspiró profundamente.

―No sé si eso te hace afortunado.

Sairus se colocó de nuevo los guantes y continuó mirando hacia el rio. Tal vez en realidad disfrutaba de ese lugar.

―Lo único de lo que tengo certeza― dijo después de un momento, su voz podía calmar el canto de las aves―. Es que no puedes querer un futuro sin antes dejar el pasado atrás.

― ¿Piensas que el pasado puede impedir sentir algo como el amor?

No sabía porque motivo continuaba hablando o preguntando, quizás porque existía una muy pequeña parte de ella que deseaba saber la verdad, lo necesitaba.

― ¿Qué es el amor después de todo si no la capacidad de renunciar al orgullo?― preguntó el amo de sombras.

Dwyer no encontró palabras ni preguntas para esa contestación. Simplemente parecía correcto.

Sairus se marchó después de un momento, cuando más mujeres llegaron a lavar prendas al rio.

La sanadora no habló con ellas, tampoco las miró o hizo caso de sus comentarios hirientes., simplemente continuó lavando, al mismo tiempo que observaba el sol reflejarse en el agua. Era un lugar pacifico.

Levantó la mano, gotas escurriendo desde sus dedos hasta perderse en los pliegues de su ropa. Pasó los dedos sobre la luz del sol, preguntándose cómo era posible cubrir algo tan grande con tan solo un dedo.

También observó sus propias manos, los nudillos hinchados, la piel áspera, las uñas casi en su nacimiento, piel suelta en las cutículas y algunos callos en las palmas por entrenar con Taisha.

Bajó la mano lentamente cuando un pensamiento la atravesó. No podía olvidar lo que sucedió en aquel barco, tampoco podía cambiarlo, sin embargo existía la posibilidad de que no lastimaran a nadie más de esa forma. Aunque tal vez después de tantos años, ya lo habían hecho, ya habían robado la inocencia y los sueños de otras mujeres, de otras niñas.

Apretó fuerte los puños, poniéndose de pie caminó rio abajo, atravesó un pasillo para salir a los jardines del castillo, donde varias damas eran vigiladas por los Amorfos al servicio del rey, esos extraños deformes que alguna vez fueron hombres, ahora paseaban libremente en el castillo con sus capas negras y sus máscaras de obsidiana.

El sonido de las armas la alertó de que estaba por llegar a los círculos de entrenamiento, aquellos que estaban detrás de los jardines descuidados, casi llegando a la torre de los asesinos. Sintió alivio y decepción de igual manera al darse cuenta de que Adam no entrenaba con ellos.

Dwyer se sentó sobre el suelo, esperando que Taisha terminara de gritar órdenes a los reclutas a su cuidado.

La asesina daba vueltas, peleaba con ellos sin arma alguna, pero los otros cargaban con espadas o dagas. En cambio la guerrera podía derribarlos con un solo movimiento, después los ayudaba a ponerse de pie para decirles todo lo que hicieron mal.

Poco a poco, los reclutas dejaban de prestar atención para mirar a Dwyer. Ella obtuvo algunas inclinaciones de cabeza como saludo, incluso sonrisas, pero nadie se animaba a hablarle, tal vez todos sabían con quién pasaba su tiempo.

Taisha levantó una mano para saludarla, dio un par de instrucciones más y se dirigió a Dwyer.

―Estoy ocupada ahora― dijo la asesina―. Pensé que entrenaríamos mañana.

―Si― respondió la sanadora―. Es solo que lo he estado pensando y...

Taisha levantó ambas cejas, la ropa de cuero cubría sus piernas, pecho y la parte baja de sus brazos. El cabello negro estaba atado en una fuerte cola de caballo, al menos la mitad que no estaba afeitada.

― ¿Sobre lo que hablamos en el bosque?― preguntó la guerrera.

Dwyer asintió, le costaba tomar aire, su corazón podía dejar de latir en cualquier momento. Levantó la cabeza, no era nadie para decidir sobre la vida de una persona, pero podía salvar a mas solo con un nombre, así que...

―El nombre del barco es Caribdis.

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Observar la caída desde los jardines flotantes era sin duda una actividad que podía llevar a cabo durante todo el día. Si no tuviera que entrenar, ayudar a Campana en su preparación, llevar a cabo alguna misión encomendada por Gabriel o estudiar acerca de los otros reinos. También tenía que cepillar a Amaru, realmente se estaba volviendo descuidado en cuanto a su caballo. Además debía investigar más sobre los hijos del Este y los refugiados.

Estaba hasta el cuello de obligaciones, sin embargo se encontraba observando los jardines y la caída desde los puentes hasta el rio, colindando con la muralla del palacio.

No iba a admitir que se sentía cansado, porque aun necesitaba cumplir con sus obligaciones, pero ahora... Escuchó el sonido de las pisadas a su espalda, detectó cuando los pies descalzos abandonaron las baldosas de los pasillos, para luego subir al puente de madera, este se columpió ligeramente.

Abel se ocultó entre los arbustos y flores, la parte trasera de sus piernas chocando contra la piedra de una fuente, sintiendo el salpicar de pequeñas gotas contra su espalda, pasando a través de la camisa blanca.

Amaris apareció un momento después, mirando en todas las direcciones, inclinándose sobre el puente, como si Abel pudiera haber saltado. El guerrero sintió la sonrisa tirar de sus labios.

El cabello blanco de la joven se movía con el viento, cubriendo partes de su cara.

Él decidió salir de su escondite cuando Amaris le daba la espalda, la atrapó por los hombros para girarla, haciéndola retroceder, hasta que los hombros de ella chocaron contra las enredaderas. Una sonrisa se formó en los labios de la albina.

Abel extendió la mano para quitar un mechón de cabello de su cara y colocarlo detrás de su oreja.

Si, él realmente tenía muchas cosas que hacer, y más en que pensar, pero podía tomarse el tiempo y pasarlo con Amaris, donde olvidaba sus preocupaciones.

¿Cuántas veces trató de resistir su sonrisa? ¿Su curiosidad? O las miradas que compartían. Abel nunca había sentido esa clase de atracción por nadie. Sus sentimientos se resumían a ira y sed de sangre, tal vez la gloria de una muerte en batalla, pero con Amaris no era así, con ella había más, tantas emociones que le era imposible nombrarlas.

―Creí que no vendrías― comentó Amaris, sus ojos brillantes.

―Tienes que dejar de colocar notas en los lugares que frecuento― dijo Abel con calma―. Alguien más podría encontrarlas.

―No podía esperar a encontrarnos casualmente― replicó ella, levantando la barbilla.

El guerrero podía hacer una lista de las cosas que le gustaban sobre Amaris, y siempre la encabezaría la verdad. Que no tenía miedo de las palabras ni vergüenza sobre ellas. Su honestidad, aunque a veces era brutal, en ese momento la encontró encantadora.

―Hemos tomado el desayuno juntos esta mañana― respondió calmadamente, inclinándose sobre ella―. Yo diría que podemos hacer espacio sin necesidad de las notas.

Podía robar un beso de Amaris, tal vez dos para soportar la tarde de inspección a la que Gabriel lo había asignado. Se inclinó, para tocar sus labios... Y una mano de la joven sobre su pecho lo detuvo.

― ¿Sucede algo?― preguntó Abel.

Sin embargo Amaris no le prestaba atención, ella parecía ocupada buscando algo en el dobladillo de su vestido que rodeaba su cintura. Levantó la cabeza, sus ojos continuaban brillando cuando destapó un frasco y bebió un sorbo.

― ¿Qué es eso?― indagó el guerrero.

―Dwyer me dijo que lo bebiera― explicó, luego, ahuecando sus manos contra la boca, como si contara un secreto, agregó: ―. Es para no tener herederos.

Abel dio un paso hacia atrás llevándose las manos a la cara, sintiéndola arder ante el sonrojo y la vergüenza.

― ¿Qué demonios piensa Dwyer que hemos estado haciendo?― murmuró al bajar las manos.

Se percató de que Amaris bebería de nuevo, así que él cubrió el frasco con una mano, haciendo que la albina lo bajara.

― ¿Qué pasa?

―No es necesario que bebas eso― respondió Abel.

Sintió la risa brotar de su boca, las carcajadas formándose y rebotando en cada pared, laberinto o roca en los jardines flotantes. Tal vez había una nota de nervios, pero también diversión. Amaris simplemente se encogió de hombros y rio con él, sin comprender la situación o el motivo, para ella era fácil reír.

Abel le quitó el frasco y lo tapó, para después entregárselo, advirtiéndole que no necesitaba beberlo de nuevo.

Durante un momento simplemente se miraron, esperando. Él debía marcharse, tenía obligaciones que cumplir, y estaba casi seguro de que Amaris había acordado encontrarse con Coná en esos mismos jardines más tarde. Le gustaría quedarse, pero no sabía que problemas debían enfrentar si la princesa los veía juntos.

― ¿Y bien?― preguntó Amaris.

Abel le dio una mirada, trazando el contorno de su rostro con los dedos. Se cuestionó porque ella no se quejaba de lo ásperas que eran sus manos.

― ¿Cómo se hacen los herederos si no es con un beso?

Él sintió la sonrisa salir, fácil, con ella era fácil. Se inclinó para besar la frente de Amaris, y la abrazó durante un instante.

―Es una conversación para otro día― respondió.

Depositó otro beso en su frente antes de marcharse.

Esperó oculto entre los pasillos hasta que Coná apareció, acompañada por una de sus damas, ella caminó en dirección a los jardines para su encuentro con Amaris.

Abel se marchó hacia el puerto de la familia real, donde varios barcos habían llegado y descargaban.

Gabriel le había encomendado la tarea de vigilar a Adam en sus castigos, así que siguió a su hermano por el castillo, sorprendiéndose de que cumpliera cada cosa que a su mentor se le ocurría; desde descargar los barcos hasta limpiar los establos, también ayudar a los reclutas a limpiar armas, o llevar agua de los pozos a la torre.

Era extraño, ya que Adam siempre encontraba la manera de librarse de los castigos, pareciera que buscaba mantener su mente ocupada.

Su hermano había caminado desde el bosque hasta el palacio, lo que le tomó la mayor parte de la noche, a su llegada, Gabriel simplemente descargó su furia con él, los escarmientos por haber ido a Virum sin su permiso comenzaron. No había parado en tres días, deteniéndose únicamente para comer, dormir u otras necesidades de su cuerpo. Sin embargo, Abel lo veía caer al suelo a mitad del camino hacia la torre, el lugar donde caía era donde pasaba esa noche. Comía lo que los sirvientes compartían con él o lo que el mismo Abel le entregaba. Sin preguntar.

Decir que la situación le resultaba sencilla sería mentir, en realidad estaba un poco cansado de todo eso. Así que lo más fácil sería enfrentarlo al respecto.

Bajó los escalones que se encontraban después de los puentes, mismos que estaban pegados a la pared exterior del palacio, el musgo se adhería a ellos en cada hendidura. Llegó hasta el puerto, las tablas moviéndose bajo sus pies. Y tres enormes barcos con la marca del reino de la Luna estaban detenidos, esperando la nueva carga para zarpar. Por debajo de las sombras del tercer y último barco, se encontraba Adam, mirando hacia el cielo, sentado en la orilla del muelle, sus pies colgando en dirección al agua del mar.

No llevaba puesta la camisa, nada a excepción del pañuelo alrededor del hombro, mismo que cubría la marca. Su cuerpo estaba cubierto de una capa de sudor, las cicatrices sobresalían en la piel enrojecida por el sol.

― ¿Has comido algo?― preguntó Abel a su espalda.

Adam, quien era el único que siempre lo escuchaba acercarse, desvió la mirada del cielo hacia él.

― ¡Hermano!― exclamó, arrugando sus ojos para que el sol no calara en ellos―. Tu preocupación está de más.

Se puso de pie, apoyando una mano contra la madera, su pantalón estaba remangado casi hasta las rodillas, y se encontraba descalzo. Los dioses sabían dónde había perdido las botas.

Abel se cruzó de brazos, esperando la respuesta que seguramente llegaría acompañada de una historia interesante.

―Los marineros están siendo alimentados en las cocinas de los sirvientes― dijo Adam después de un momento―. Han sido amables en traerme pescado ¡Como si no estuviera harto del maldito olor a pescado! Pero― añadió, apuntándolo con un dedo―. Aun debemos descargar otro barco que espero llegue el día de hoy, porque todavía tengo que limpiar el piso del comedor de la torre.

―Hablaré con Gabriel― comentó Abel frunciendo el ceño―. Estás cansado y necesitas dormir. Comer como es debido y volver a entrenar.

La carcajada amarga que soltó su hermano lo tomó por sorpresa, realmente pareciendo un loco con el cabello despeinado y la barba de casi cinco días cubriéndole la mitad del rostro. Eso sin añadir el par de ojeras debajo de los ojos verdes.

― ¡Realmente no puedes creer que me levantará el castigo!

―Lo hará si sabe que lo disfrutas― replicó Abel.

― ¿Comenzaras a ser el idiota responsable ahora?― inquirió con fastidio― ¿Sabes? Marion y Deméter pasaron más temprano este día ¿O fue ayer? No lo recuerdo y no importa. Vinieron a burlarse ― espetó limpiándose las manos en el pantalón―. Debieron cortarle la lengua en lugar de los dedos.

―Habrías hecho lo mismo si la situación fuera inversa― dijo Abel en ese tono aburrido.

Adam le sonrío con petulancia. Era la primera vez que actuaba de esa forma sin estar ebrio.

Decidió guardar silencio por ese motivo, ya que Adam era impredecible con esa actitud, tal vez iría a buscar problemas más tarde, o podía seguir castigándose a sí mismo aceptando cada mierda que a Gabriel se le ocurriera.

Abel recargó la espalda contra uno de los postes, miró sus manos mientras arrancaba pedazos de piel que se desprendían de sus ampollas.

―Iba a cambiar― habló después de un momento de silencio. Lo único que reinaba era el sonido de las olas contra las rocas del castillo―. Estaba desesperado para que Dwyer saliera de la montaña, quería que se marchara de Virum... para cambiar en esa cosa. Ceder el control a la oscuridad por unas horas. Eso habría sido suficiente para que ella escapara de los muertos. Pero es terca, creo que puede rivalizar contigo en eso, y decidió quedarse― suspiró, sintiendo su pecho inflarse con el movimiento―. Y no podía cambiar frente a Dwyer, no estoy seguro de poder confiar en ella.

Si los ojos de su hermano reflejaban sorpresa por tal declaración, Abel no supo detectarla, no antes de que pasara a ser una emoción más clara, como la ira.

―Eres un idiota― dijo simplemente.

―Y te dejó solo en el bosque― espetó Abel, sintiendo la furia encajar en algún lugar, saliendo en forma de palabras―. Después de que fuiste a Virum por ella.

Adam miró al suelo.

―No la culpo por rechazarme― murmuró― ¿Quién querría enfrentar este nivel de catástrofe?

―Eres ridículo― increpó Abel, tratando de calmar su creciente rabia―. Por pensar así.

― ¿Debería obligarla amarme? ¿Es lo que sugieres?

―Por supuesto que no.

― ¿Entonces? ¿Qué quieres que haga?

― ¡Quiero que dejes de lucir miserable!― estalló.

Adam apenas hizo un gesto parecido a diversión con sus labios, sin embargo ese sentimiento no llegó a sus ojos.

―No todos podemos compartir tu suerte, hermano―dijo con burla―. O tal vez deba entrar al bosque, rescatar a una mujer que no sabe nada de la vida y esperar a que mágicamente responda a mis sentimientos ¿Qué te parece eso?

Abel apretó ambos puños y clavó los pies al suelo, cualquier cosa con tal de resistir el impulso de empujarlo a las olas que se estrellaban contra las rocas.

―No te atrevas a burlarte.

Adam se sentó de nuevo en la orilla del muelle, sus pies colgando hacia el agua. Se recostó contra la madera, sus brazos formando una cruz, su rostro arrugado a causa de los rayos del sol.

―Ya viene el equinoccio― comentó, en un intento por desviar su atención―. El tiempo de las flores, la siembra y esas tonterías.

―Es tu turno de cambiar― dijo Abel.

El pecho de su hermano se expandió cuando tomó una profunda respiración.

―Ya no quiero hacerlo― habló con honestidad―. Estoy cansado.

Abel se inclinó a su lado, quedando en cuclillas, mirando el vasto océano frente a ellos, si se concentraba demasiado, podía imaginar que veía el mar Esmeralda.

―Si te resistes, la maldición te consumirá. No puedes evitarlo.

―Entonces supongo que siempre seremos monstruos― murmuró Adam.

Ninguno fue capaz de hablar, mientras las últimas palabras calaban en lo más profundo de sus almas corrompidas y rotas.

Después de todo, Adam tenía razón ¿Quién querría enfrentarse a esa clase de catástrofe?

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