CAPITULO 47.-
La reina su corazón protegió, en un reino de montañas a la luna rechazó.
Un heredero educado sin amor, hasta que un rey que no quería ser rey a la tierra regresó.
Siendo expulsado por su propio pueblo, el hombre en los bosques refugió, un artefacto que los dioses encomendaron.
Una diosa celosa por tal poderosa encomienda, al heredero susurró:
Una muerte al reino paz traerá, cuando un mal que a todos acecha, muera en el corazón de un hombre que no quería ser rey.
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El mar de los dioses se extendía por los límites del reino del Oeste, hasta donde el sol colindaba con el océano. Después se encontraba el Archipiélago de los Alquimistas, justo donde el mar Esmeralda comenzaba, el verde perdiéndose en una línea con el azul más puro de la extensión acuífera del mar de los dioses.
Se contaban historias sobre ambos océanos, cuentos que hacían a su piel erizarse de emoción o miedo, leyendas que eran llevadas de puerto en puerto hasta El Tridente de Altamar, donde el Cimarrón decidía que hacer con esa información.
Si te posicionabas en lo más alto de la Isla de los Sueños durante una noche de dos lunas, en donde las cuevas cantaban las canciones de las sirenas cuando la marea subía, podías distinguir entre las olas tranquilas y los límites del océano, las arenas negras del Desierto de Malakah, donde según las leyendas los primeros Vigilantes habían surgido. Salvajes en toda la extensión de la palabra, ellos eran el motivo por el cual la Élite de asesinos del reino de la Luna existía, porque el rey del Oeste guardaba temores del poder apagado de esos Seres, que tal vez, algún día regresarían a reclamar lo que era suyo, después de todo, fueron la última resistencia antes de que pudieran acabar con el reino punta estrella en las montañas.
Lineria no podía dejar de pensar en todas esas leyendas y territorios mientras observaba el mapa en una de las mesas.
― ¿Qué es eso?― preguntó el niño en la habitación.
Los demás se habían marchado, para disipar la niebla, ayudando a la guardia de Arles. La princesa estaba en esa torre cuando el chico hizo el juramento de no separarse de Marion hasta que estuviera sano. Si mal no recordaba la conversación con Gabriel, era ese mismo niño quien había acompañado al guerrero a la Colina de Virum.
Estuvo tentada a mandarlo al demonio y no responder, pero en otro momento de su vida ella también había sido curiosa en una tierra extraña.
―Aquí― dijo Lineria, señalando el mapa―. Es una extensión del mar Esmeralda, después del Tridente de Altamar, donde quien reina sobre todos es el Cimarrón.
― ¿Es un rey?― indagó el chico con curiosidad.
―No― respondió, casi de un modo cortante, sin estar acostumbrada a hablar con alguien tan pequeño―. Es un pirata.
Los ojos del chico se ampliaron con sorpresa, como si le hubiera dicho que el cielo no existía.
― ¿Y ahí? ¿Por qué hay una parte vacía después del mar?
―Es el territorio de las montañas, ahí comienza el desierto negro de Malakah― explicó, llevando su dedo hacia el lugar donde debería estar ese territorio salvaje―. Dicen que es el único modo de llegar a ese reino, pero es una mentira. Cuando el reino de las montañas fue conquistado, el territorio desapareció de los mapas, las entradas al dominio de punta estrella fueron borradas. Es imposible llegar a través del mar, así como tampoco pueden entrar por el Collado de las montañas. Quien quiera hacerlo resultara perdido, y nadie quiere perderse entre la línea de bosques de ese reino y el creciente Muro de Almas.
El chico levantó la vista del mapa, sus ojos cafés mirando a la princesa con curiosidad y admiración. Ella pensó en enviarlo a hacer algo para que la dejara en paz, pues ni siquiera con sus sobrinos era cercana.
―Sabes muchas cosas― dijo él al fin.
Casi sintió la necesidad de reír.
―Fui educada en este castillo, hasta que comencé a hacer preguntas... Después me enviaron al Tridente de Alamar, donde fui recibida por una isla gobernada por piratas. Ahí aprendí más cosas.
― ¿Podrías enseñarme?
Lineria giró para mirarlo, había curiosidad pura en el rostro del niño.
―Yo...― continuó hablando él―. No quiero ser un tonto. Siempre he estado en el Oeste, en el reino de la Luna, ni siquiera conocía más allá del mercado y las plazas hasta que me trajeron aquí. Y cuando Marion me llevó a Virum... nunca pensé que el mundo pudiera ser tan grande.
―Virum aun forma parte del reino del Oeste― dijo Lineria―. Así que aun continuas sin conocer demasiado.
El niño frunció el ceño.
―Pero ¿Puedes? ¿Puedes mostrarme?
La joven princesa se cruzó de brazos.
― ¿Sabes leer?
―Si― contestó él―. Dwyer me enseñó, y Amaris me deja leer algunos libros, pero son sobre leyendas o magia... no de territorios y mapas.
Lineria asintió débilmente, llevando su mirada hacia la cama, donde aún descansaba Marion, moviéndose entre sueños, quejándose como si alguien lo atormentara. Ella volvió su vista al niño.
― ¿Conoces otras lenguas?― indagó.
― ¡Por supuesto!― exclamó entusiasta―. Todos tenemos una ¿No?― preguntó, sacando su propia lengua para mostrársela a la princesa.
A su pesar, una risa escapó de su boca. No era un momento para reír, no cuando la niebla invadía el castillo, no cuando Marion luchaba por su vida y los guerreros buscaban su salvación.
―Está bien― aceptó―. Voy a enseñarte sobre territorios, pero no seré una maestra paciente.
Él asintió, una sonrisa formándose en sus labios.
―Y― añadió Lineria―. Harías bien en aprender las leyendas sobre los distintos reinos, porque cada territorio tiene una para contar, y te advierten de los peligros.
Podría haber pasado el resto del día instruyendo al chico sobre mapas, la forma de leerlos, hablándole de territorios más allá del mar, de los viajes en barco que podían extenderse hasta siete meses, en los que después de haber estado sobre el agua, el tocar tierra se sentía como algo mágico... lo habría hecho, le habría hablado sobre la historia que contaban los piratas, era su cuento favorito de todos los que había escuchado.
Un rey que no quería gobernar fue engañado por una malvada diosa, la cual hizo que el heredero quisiera matar a su padre. La reina sin corazón tomó el lugar de su hijo, y armada con un arco subió a un barco en una cálida mañana de los tiempos del sol, ella disparó en contra del rey que no quería ser rey, y él a su vez, lanzó una flecha en dirección a la reina. El corazón del hombre fue atravesado, mientas que el de la mujer estaba a salvo, pues él había quitado la punta de su propia flecha, para evitar hacer daño a su amada.
El rey que no quería gobernar murió en los brazos de su esposa, mientras ella regresaba a su reino de montañas, sintiendo un corazón que antes había sido de piedra, latir de nuevo.
Si, Lineria pudo haber pasado ese día completo, hablándole sobre las historias aprendidas, pero Marion estaba moviéndose sobre la cama, murmurando palabras extrañas.
La princesa subió las mangas de su camisa, misma que le había prestado la asesina, junto con unos pantalones. Caminó en dirección a la cama, sentándose en la orilla se acercó a Marion, pasando la mano por la frente del guerrero. Su piel era sumamente fría, a pesar del sudor que cubría su cuerpo, las venas comenzaban a marcarse en sus brazos y cara en delgadas líneas negras.
― ¿Tardaran demasiado?― preguntó el chico.
Lineria decidió ignorar su interrogante, después de todo, no tenía una respuesta. Esperaba que volvieran pronto, el viaje se había extendido por dos días ¿Cuánto más debían esperar?
Se inclinó para poder escuchar aquello que el asesino murmuraba en sueños, pudo entender frases como: carne de mi carne, sangre maldita y el grito de un Guardián.
La princesa frunció el ceño, pensando que seguramente el guerrero soñaba con horribles cosas, sin duda producto de su visita a Virum.
En un instante estaba sentada en la cama, al siguiente, un fuerte par de manos se cerraban en su garganta, estrellando su espalda contra la pared de la habitación, un fuerte y frío cuerpo golpeándola una y otra vez. Y ella no podía hacer llegar el aire suficiente como para gritar.
Lineria apretó sus manos contra los brazos de Marion, arañando, tratando de hacer que la soltara, pero su agarre era firme y cada vez más fuerte. Los ojos del guerrero estaban abiertos, sin embargo miraban a la nada, perdido, él estaba perdido.
―Carne de mi carne― gruñó Marion en su cara.
La princesa no podía respirar...
― ¡Suéltala!― gritó el niño, tratando de golpearlo en la espalda― ¡Déjala!
Lineria no podía, por más que gritara o pateara, el aire abandonaba sus pulmones. Era igual a cuando le enseñaban a nadar en el Tridente y el agua entraba por su boca y nariz, la imposibilidad de respirar era abrumadora, pero la sensación de flotar a la deriva...
El guerrero soltó una de sus manos de la garganta de la princesa, para empujar al niño lejos de él, provocando que golpeara su cabeza contra la madera de la cama.
Vio rebotar el cuerpo, lo vio apoyar sus brazos para levantarse, mientras ella lograba filtrar un poco de aire a través de su garganta, antes de que esa segunda mano volviera.
―Su-suelta-la― murmuró el chico, poniéndose de pie de manera temblorosa.
Lineria le dirigió una mirada, estaba casi segura de que sus ojos podían salir de sus cuencas, pero esperaba que él captara el mensaje.
El niño corrió, pero no hacia ellos, él fue hacia la puerta, dejándola abierta, sin embargo, eso no parecía importarle al guerrero, quien aún quería matarla.
Tal vez ya estaba muerto, quizá la vida al fin le había sido arrebatada...
―Carne de mi carne― dijo de nuevo, su voz sonaba antigua y borrosa, como si estuviera hecha de muerte y sombras―. Sangre maldita y el grito de dolor de un Guardián.
―S-soy y-o― logró decir Lineria a través del dolor en su garganta y pulmones.
Ya había dejado de patear, sintiendo un ligero hormigueo en sus piernas. Se sentía débil, bajó los brazos, dejando de arañar, simplemente levantó uno de ellos, sus dedos rozando el rostro del guerrero, una última vez, quería que él entendiera, él debía saber que Lineria comprendía que no era su culpa, porque Marion la protegería...
Le pareció ver brillo y reconocimiento en sus ojos, antes de que alguien lo lanzara hacia el suelo, haciendo que soltara a la princesa, mientras ella luchaba por respirar, tosiendo, tratando de tomar más aire del que podía. El niño ya estaba a su lado, ayudándola, dándole un par de palmadas en la espalda. Ella podía sentir las lágrimas resbalar desde sus ojos, bañando sus mejillas.
Levantó la mirada cuando estuvo segura de que no iba a morir.
Gabriel sujetaba a Marion contra el suelo, gruñendo órdenes para que se quedara tranquilo. El líder de la élite había sido veloz, se dio cuenta Lineria, demasiado rápido para lograr someter a Marion sin darle tiempo a responder o defenderse.
―Quieto― dijo Gabriel, en un tono autoritario, quizá con cierto matiz de preocupación―. No te muevas.
―Carne de mi carne y sangre maldita...
―Solamente ha dicho eso― informó el niño al líder de la élite.
Antes de que Gabriel pudiera responder cualquier cosa varias personas entraron, entre ellos estaba Janan, el hijo de la reina, con sus ropajes de color gris claro.
―Lo tenemos― dijo triunfante, levantando la mano derecha, en la cual había un frasco con líquido de color rojo, tan parecido a la sangre.
Marion comenzó a gritar y removerse debajo del peso de Gabriel, tal era su fuerza que logró mover al líder de la élite. El guerrero Esbirrel se acercó, sosteniendo los brazos de Marion, mientras Gabriel detenía sus piernas, otro de los alquimistas recargó las manos contra su pecho. Janan se acercó, destapando el frasco.
Lineria se arrastró hasta ellos, sostuvo la cabeza de Marion con sus manos, tratando de lograr firmeza para que bebiera esa pócima. Sus ojos giraban en todas las direcciones y su cuerpo frío aún se removía bajo el peso de tres hombres.
Janan vertió el líquido del frasco en la boca del guerrero, sin embargo, él no parecía querer tragarlo, así que Lineria cubrió su nariz, aun no estaba muerto y necesitaría respirar en algún momento.
Unos segundos después, todos suspiraron en conjunto, cuando el guerrero tragó la pócima y comenzó a toser, respirando profundamente, su pecho tratando de inflarse con el acto.
Sus ojos castaños enfocaron a todos en la habitación, su ceño fruncido lo hacía parecer vivo, humano...
― ¿Por qué me están aplastando?― preguntó, su voz apenas audible.
Pero era su voz, ese mismo tono que usaba para burlarse de ella. No era una simple pregunta, era una broma al estilo de Marion.
La cabeza del guerrero cayó hacia un lado, mientras sus ojos se cerraban. Los hombres se retiraron cuando Gabriel lo levantó del suelo para llevarlo a la cama, con ayuda de Esbirrel.
Lineria se sentó a su lado, sosteniendo sus manos. Y algo en ella se liberó, pues la piel del guerrero volvía a ser tibia.
― ¿Estás bien?― preguntó Gabriel a la princesa.
Ella asintió, insegura de que su voz saliera bien, tal vez podría murmurar un par de palabras entrecortadas.
―Hiciste bien en buscarme― dijo el líder al niño, quien esperaba en una esquina de la habitación―. Abel ha regresado de su misión, necesito que vayas a ver en qué estado se encuentra. También quiero que busques a Adam, porque si fue a Virum sin mi autorización, está en graves problemas.
― ¿Y Dwyer?― preguntó el niño.
Algo de sorpresa se filtró en Lineria, pues nadie, absolutamente nadie, interrogaba de esa forma al líder de la élite de asesinos sin tener miedo de las consecuencias.
―Ese es el motivo por el que quiero que hables con Abel primero― respondió Gabriel, algo de amabilidad brillando en sus ojos―. Él te dirá todo sobre Dwyer.
El chico abandonó la habitación corriendo, Lineria pudo escucharlo preguntar en los pasillos a alguna persona por el paradero de Abel.
―Es un niño curioso― susurró la princesa, odiando su débil y rasposa voz.
―Su nombre es Campana.
Ella levantó ambas cejas en una pregunta muda, pero no obtuvo más de Gabriel, quien también se marchó, quizá queriendo dejarla sola con Marion.
La princesa recargó su espalda contra la silla que había colocado al lado de la cama, no quería sentarse al lado de la cama de nuevo, hasta asegurarse de que él volvía a ser el mismo de siempre.
Sintió sus ojos cerrarse, estaba cansada, había dormido poco o nada en dos días, asegurándose de que el guerrero no dejara de respirar. Esa había sido su tarea, una a la que se encomendó en cuerpo y alma.
― ¿Estás preocupada, princesa?― preguntó una voz masculina en tono de burla―. Porque si es de esa manera, estoy seguro que...
Marion no pudo terminar su frase, cuando Lineria se inclinó para abrazarlo, recargando la cabeza contra su pecho, escuchando su corazón latir de un modo constante.
― ¿Lloraste por mí?― indagó él, ese tono aun no abandonaba su voz―. Me siento sumamente halagado.
―Idiota― murmuró Lineria al incorporarse, limpiando su rostro. Odio el modo en el que su voz salió de forma gutural, como si estuviera gruñendo.
Tendría que acostumbrarse, pues tenía la sensación de que tardaría algún tiempo en recuperar su tono habitual.
Marion levantó su mano izquierda y con cuidado tocó el cuello de Lineria, rozando los puntos rojos que comenzaban a marcarse contra su blanca piel.
―Lo lamento― dijo con sinceridad―. De cierta forma sabía lo que estaba haciendo, pero no podía detenerme... él... él decía lo mismo una y otra vez. Podía escucharlo en mi cabeza. La voz del Ser Oscuro es convincente, hay algo que te obliga a obedecerlo. Ahora sé quién ha sido el culpable de Virum, y debería querer venganza, pero no me siento así.
― ¿Por qué tenías que ir a esa maldita montaña?― preguntó ella.
El guerrero dibujó una pequeña sonrisa.
―Porque era una orden, y una misión. Y yo no soy quien para preguntar o contradecir las ordenes.
―Deberías hacerlo alguna vez.
― ¿Convertirás esto en una discusión?
Lineria sonrió, no podía evitarlo.
¿Cómo era posible que siguieran órdenes ciegamente? Sabía que no debía juzgarlos, no conocía la clase de entrenamientos que llevaban, tampoco los castigos que les esperaban por rebeldía o desobediencia. Ella no sabía hasta donde llegaba su lealtad.
―Sé lo que es sentir la muerte de una persona― dijo Marion después de un momento de silencio―. Cuando el filo de tu espada atraviesa la piel, lo que hay debajo de ella, hasta llegar a los huesos, conozco el sentimiento de un espíritu roto a través de las torturas... el dolor puede hacer cosas horribles en los humanos. Por eso nos preparan, para que el malestar físico nunca exceda el pensamiento―. Tragó saliva, moviendo los dedos nerviosamente sobre las mantas.
Lineria no se atrevía a interrumpir, solamente el crepitar de las llamas en la chimenea llenaba esa silenciosa habitación.
―Pero en la oscuridad no había nada, no podía sentir miedo o dolor. En la oscuridad en la que estuve encerrado mientras soñaba, ahí hay torturas, no para el cuerpo, si no para el alma. Era imposible ver o sentir cualquier cosa, creí que iba a morir, no parecía difícil. Luego te escuché, gritaste por ayuda, no estoy seguro si fue real o producto del sueño, pero fue como si un rayo de luz rompiera las tinieblas, y me aferré a eso, a esa delgada línea. Creo que el Ser Oscuro lo sabía, él sabía que aún había algo que no abandonaría, algo que no podía dejar atrás. Creo que hizo a mi cuerpo reaccionar para atacarte porque de cierta forma conocía que tú eras el motivo por el que no quería marcharme.
La princesa sintió sus ojos llenarse de lágrimas, él realmente no debería, pero no podía rechazarlo, no cuando ella siempre volvía desde el Tridente porque sabía que Marion la estaría esperando.
― ¿No es parte del juramento de los asesino renunciar al amor?― preguntó con voz rota.
Él hizo a un lado las mantas, sentándose en la orilla de la cama tomó a Lineria del rostro con ambas manos.
―Entonces llámame rompe juramentos.
Y la besó. Tan lento, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Sintiéndose el uno al otro, tan cerca, ahora que habían admitido lo que sentían. Ahora que no existía esa delgada línea que siempre los separaba ¿Qué pasaría después? En ese momento no parecía importante.
― ¿Interrumpo?― inquirió una voz en la entrada.
Lineria empujó a Marion, volviendo a su lugar en la silla, mientras que el guerrero se acomodó de nuevo sobre la cama.
―Es bueno saber que ya te encuentras en condiciones para volver a entrenar― dijo Gabriel, quien entraba con cautela en la habitación.
―Será mejor que me retire―comentó Lineria, poniéndose de pie.
Gabriel asintió en su dirección.
―Princesa.
Ella caminó hacia la salida, dejando la puerta abierta para ocultarse detrás de la pared ¿Iba Gabriel a reprender a Marion? ¿Gritarle? ¿Golpearlo? No estaba segura de poder intervenir si eso sucedía, no había sido culpa de él haberla atacado...
―Estabas asustado― dijo Gabriel, su fuerte voz rebotando en las paredes.
Lineria no podía ver la expresión de Marion, pero lo imaginaba frunciendo el ceño, apretando los labios.
―A pesar de todos estos años, podía verlo, que aun tenías miedo. Al cumplir una misión, al dudar sobre acabar con una vida. No eres igual que el resto―. Gabriel hizo una pausa―. Sin embargo, tengo la convicción de que eres más fuerte cuando tienes a quien proteger. A ti te fortalece lo que los demás consideran una carga. Y quiero que pienses en eso mientras descansas.
Los pasos del líder de le élite hicieron un sonido hueco mientras se dirigía a la puerta, pero se detuvieron ates de llegar, así que Lineria avanzó algunos pasos hacia la escalera.
―Cumpliste tu misión― dijo Gabriel―. Y salvaste a Campana. Fue un trabajo bien hecho, deberías estar satisfecho, no solo por haber regresado victorioso, si no por haber enfrentado un miedo profundo, lo enfrentaste y ganaste. Y yo me siento orgulloso.
La princesa corrió en dirección a las escaleras, no quería que Gabriel se diera cuenta de que había estado espiando.
Salió de la torre, y mientras caminaba en dirección al palacio, saludando algunos guardias, pensó en toda la situación. Ya quedaba poco de la niebla, toda parecía ser absorbida en dirección a la montaña maldita. Con la llegada del sol por la mañana, se disiparía por completo. Tarde o temprano tendría que enfrentar a Arles y convencerlo de no darle al rey Xenie del Oeste la información sobre Lineria, ella esperaba poder tener la razón sobre su hermano, y que por ganarse el favor de su padre terminara delatándola. En realidad quería estar equivocada al respecto.
¿Por qué los hijos del rey del Oeste no podían tener la misma lealtad entre ellos que la élite de los asesinos? Tal vez porque el amor no podía comprarse, después de todo ¿Qué les esperaba al ser descendientes de quienes mataron a su propio hermano?
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El pergamino era antiguo, fuerte, magia irradiaba de él como si fuera un pozo sin fondo. Sin embargo, eran hechizos huecos, vacíos, los que contenía e irradiaba. La energía dentro de él estaba muerta.
Julian sabía que los pergaminos sagrados estaban distribuidos por todo el continente, fue el trabajo de las brujas ocultarlos, poco después de la batalla decisiva de Fabros.
Tenía la certeza de que dentro de ellos se encontraban los años de historia perdida, aquellos que hablaban de como derrotar a la oscuridad o como controlarla para el beneficio de unos pocos.
El rey del Oeste quería eso. Ya tenían el primero, el pergamino sagrado de la muerte, aquel que fue robado del templo en el Desfiladero de los huecos.
Muchos hombres perdieron la vida al intentar encontrarlo, hasta que una maldición cayó sobre la colina de Virum, y lo que había sido una tierra prospera y pacífica, ahora era habitada por muertos. Aunque Julian dudaba que Lord Carmel supiera la clase de magia que dejó entrar en su casa.
A pesar de saber que el pergamino era peligroso por muchos motivos, no podía apartar la vista de él. Estaba sobre una mesa a mitad de la sala. Velas negras a su alrededor parecían oscilar al compás de un latido, como si el pergamino estuviera vivo.
No podían abrirlo, no sin despertar un poder que no podían controlar, y si pudieran hacerlo, no había nadie con vida que pudiera leer el contenido.
Tal vez si los reyes no hubieran hecho la cacería de los Seres de magia, de las hadas, gente pequeña o brujas de occidente. Quizá habría alguien que pudiera leer ese antiguo y grotesco lenguaje.
Pero bajo el régimen de hombres autoritarios y sádicos, era imposible que emprendieran la búsqueda de alguien de cualquier raza mágica.
Julian se acercó a los pilares de la habitación, buscando permanecer oculto con su túnica de color café, mientras Diana caminaba en círculos, mirando el pergamino como si le hablara.
Por su parte, la reina Rainia observaba con curiosidad. Ella los había mandado llamar cuando el pergamino llegó al palacio, junto con un guerrero mal herido que claramente no necesitaba de su atención.
―Hazlo, querida― ordenó Rainia.
Diana levantó la vista para observarla, sus ojos bicolor brillando a la luz de las velas, al igual que el cabello negro. Líneas de un color escarlata se dibujaban en los parpados de su hermana, comenzando en la orilla y acabando en el nacimiento del cabello. Una marca que había decidido llevar.
Ella colocó las manos sobre el pergamino, lo más cerca que la magia le permitía estar, y comenzó a murmurar palabras en otro lenguaje, uno que Julian no conocía a pesar de su extenso conocimiento en lenguas y artes místicas.
El salón se llenó de frío, absorbiendo la vida de cada pared, cada mueble y tapiz. Era como si entraran en un castillo abandonado hacia siglos.
Observó a través de la ventana como la niebla comenzaba a disiparse, conforme Diana avanzaba en su canto, en su hechizo de contención sobre el pergamino, la neblina empezaba a irse.
Lo hizo preguntarse si su hermana tendría la fuerza suficiente para reprimir el poder de los siguientes pergaminos que el rey planeaba llevar al castillo para descifrar esa magia antigua y conquistarla. Tampoco pudo evitar pensar en que otros males llevarían consigo esas cosas, el de los muertos los había llenado de esa niebla de ultratumba. Los otros elementos no podían ser tan sencillos.
Diana acabó con su canto, se alejó unos pasos de la mesa y cayó al suelo con un golpe seco, sus ojos cerrados, y su piel pálida. Las velas habían atenuado su llama.
Rainia tomó el pergamino y lo guardó en una caja de plata. El poder de esa cosa era tenue ahora.
Julian se acercó a su hermana, quedando a una distancia prudente miró a la reina.
―Su poder crece cada día― comentó con aburrimiento.
Cualquier muestra de sentimiento o emoción lo dejaría vulnerable ante las personas del reino, así que por su bien y por el de Diana, actuaba como si siempre se encontrara aburrido.
―Es por eso que está aquí, a mi servicio― replicó la reina.
Julian le dio una ligera inclinación de cabeza.
―Por supuesto, majestad. No quise insinuar que ella podría rebelarse algún día, sin embargo, creo que pronto tendrá que saber acerca de su verdadero origen.
Rainia le dio una mirada despreciativa.
―Estás aquí para controlarla. Si no puedes hacer tu trabajo, será mejor que guardes la lengua.
Él hizo una reverencia, y la reina abandonó el salón a un paso rápido. Seguramente llevaría el pergamino al rey.
Julian se inclinó para levantar a su hermana, tan ligera como una pluma, después de utilizar semejante cantidad de magia parecía estar hueca, como un cascaron vacío. Salió del salón para llevarla a sus habitaciones, observó a la niebla ser absorbida poco a poco en dirección al sur, justo hacia donde se encontraba Virum.
Algún día los muertos encontrarían su libertad, el ser Oscuro se levantaría y con él las brujas de antaño. Quizá aun quedara algún aquelarre más allá del Paso de Frigus.
Depositó a Diana con cuidado sobre la cama, observándola en la oscuridad.
Tendría que hablarle con la verdad, aun si la reina encontraba el modo de castigarlo por ello. Pero ella merecía saber su origen, el lugar del que venía y lo que tendría que reclamar después. Sabía porque Rainia sentía miedo de ese día.
Y no la culpaba por ello.
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