CAPITULO 46.-
Se acercó con cuidado al caballo, el cual parecía ser agresivo y nervioso. Giró para evitar las patas delanteras y colgó su bolsa con precaución en uno de los costados de la silla. Casi tropieza con la pastura al retroceder, por lo menos el animal estaba atado, aunque Dwyer podía jurar que resoplaba divertido por su reacción.
Abel había guardado un par de armas en su cinturón, en sus botas, también una espada larga en su espalda, así como dagas en las bolsas colgadas a los lados de la silla. Él no había dicho nada desde que abandonaron la torre, simplemente hizo un camino de fuego con las antorchas para que pudieran ir al lugar donde descansaba su caballo, el cual, para sorpresa de Dwyer, no estaba ansioso con toda la niebla, pareciera que estaba acostumbrado a esa clase de horrores.
Ella no logró escuchar nada, pero Abel levantó la cabeza en un modo alerta, después de mirar un punto en la oscuridad, volvió a lo que hacía sin molestarse en explicar nada.
La sanadora trató de ver en esa dirección, le fue imposible distinguir algo, hasta que Adam comenzó a caminar en dirección a la luz de las antorchas, su cabello rubio y revuelto, brillando como si se tratara de fuego dorado.
― ¿Conoces esa raíz?― preguntó el asesino.
Ella se dio cuenta de que en su mano cargaba un pedazo de pergamino, además de un trozo de carbón.
De pronto, Abel había encontrado muy entretenido el acariciar a su caballo negro, susurrando palabras de calma y aliento. Aunque a Dwyer le pareció percibir que sonreía con burla contra el pelaje oscuro del animal.
―Lo hago― respondió Dwyer después de un momento.
―Entonces dibuja― dijo Adam, ofreciéndole el pergamino y el carbón―. Cuida los detalles, tanto de la flor como de la raíz. Abel podrá encontrarla con eso. De esta forma no tienes que ir a Virum.
Dwyer sintió una terrible necesidad de reír ¿Él pensaba que su viaje a Virum era por placer?
Ella comenzó a negar.
―No es tan sencillo― explicó― ¿Sabes cómo huele el azufre?― preguntó la pelirroja a Abel.
El guerrero se detuvo de pasar la mano por el pelaje de su caballo.
― ¿A fuego?― contestó confundido, sus cejas oscuras elevándose interrogantes.
―No se trata de cómo se ven las plantas― explicó Dwyer a Adam―. Es como huelen.
¿Cómo podía explicarle? Desde que era pequeña, ella podía distinguir los olores de las plantas del pantano, y así aprendía para que funcionaban, como utilizarlas. También el simple olor de la sangre era diferente en cada persona. No era posible explicarlo sin que la acusaran nuevamente de brujería.
Ambos hermanos fruncieron el ceño, y solamente así, Dwyer apreciaba el parecido entre ellos, con sus facciones afiladas, los ojos grandes y la cabeza un poco ladeada a la derecha.
―Estamos perdiendo el tiempo― dijo por fin Abel, rompiendo el hechizo, volviendo a su seriedad de costumbre―. Mientras tus estas aquí preocupado por algo que aún no sucede, Marion sufre.
Adam no respondió al reclamo de su hermano, simplemente bajó la mano que ofrecía el pergamino.
Dwyer subió al caballo, sintiéndose orgullosa porque este no trató de moverse, y porque pudo hacerlo sin ayuda. Colocó la capucha sobre su cabello. Unos minutos después, Abel subió detrás de ella, podía sentir el calor irradiar del guerrero ¿Cómo era posible que a pesar de la neblina que parecía tragarse la vida, Abel aun conservara esa temperatura?
Estaban por salir del establo, cuando Adam se interpuso, tomando a su hermano del brazo.
No hicieron falta frases por parte del mayor, para que el menor se llevara la mano al corazón y susurrara un par de palabras que hicieron a Dwyer estremecer.
―Con mi vida― dijo Abel.
Acto seguido, hizo correr al caballo.
El camino fuera del castillo estaba lleno de neblina, Dwyer no se atrevió a mirar atrás para saber si Adam aun esperaba en los establos con ese semblante de preocupación en su rostro.
Estaban por pasar más allá de las murallas del castillo, donde terminaban las antorchas que la guardia había colocado ¿Qué iba a suceder una vez que el fuego no los acompañara?
―La niebla...― murmuró Dwyer.
―Sujétate fuerte― respondió Abel.
Ella apretó con ambas manos el pelaje del animal, esperando que no lo tomara como una señal de debilidad.
Abel se inclinó para palmear al caballo en un costado.
―Muéstrales de que está hecha la verdadera oscuridad― susurró el guerrero.
Dwyer ahogó un grito cuando el semental corrió más rápido, aumentando su velocidad cuando cruzaron las murallas del castillo, los centinelas lanzaron dos flechas encendidas hacia adelante, y líneas de paja se llenaron de fuego, mostrándoles un camino lleno de árboles.
Si continuaban ese recorrido, llegarían a las calles del pueblo, pero ese no era su objetivo.
Abel hizo que su caballo corriera en dirección al bosque, corriendo por toda la orilla de árboles, el pelaje del animal parecía perderse.
Dwyer tomó suficiente valor para mirar hacia el suelo, y ver hasta donde llegaba la niebla, sintió sus ojos ampliarse por la sorpresa. Era como si las pisadas del caballo se perdieran, como si estuvieran corriendo sobre la oscuridad más profunda.
―Es... ¿Son sombras?― preguntó confundida la sanadora.
Vio como las manos de Abel se tensaban sobre las riendas del animal, fue cuando Dwyer recordó que a este guerrero en particular le disgustaba hablar.
Lo último que quería era entrar a una montaña llena de muertos con la única persona que podía salvar su patética vida enfadado con ella, así que guardó silencio, observando como la niebla se detenía antes de entrar al bosque, pareciera que tenía miedo de lo que ahí habitaba. Incluso la muerte sentía respeto por los Seres de la antigüedad.
Observó el camino, todo estaba cubierto de ese espeso manto de olor putrefacto. Por las sombras que rodeaban las patas del caballo, la niebla los dejaba avanzar, como si estuvieran hechos de la misma cosa...
Dwyer incluso podía llegar a pensar que se encontraban en un viaje tranquilo, cabalgando hacia la casa de alguien para curar a algún pueblerino, a veces el boticario la enviaba a hacerlo, pero no estaba en la parte de atrás de una carreta, tampoco iba caminando, conversando acerca de plantas y pidiendo le informaran más sobre las enfermedades... A pesar de que si se encontraba en camino para salvar la vida de una persona, no era de la forma en la que siempre lo hacía. Y en esta ocasión su compañero de viaje no era un pueblerino parlanchín.
Sintió su cabeza caer al frente mientras más se adentraban en esa espesa niebla. Hasta que una mano sacudió su hombro para entregarle un pañuelo. Dwyer entendió que debía cubrir su nariz y boca. Miró hacia atrás, y vio que Abel ya tenía cubierta la mitad del rostro. El olor comenzaba a ser insoportable.
Se percató de que el sol había avanzado en el cielo, la noche los alcanzaría en la montaña, aunque suponía que con la bruma no habría mucha diferencia. Sin embargo, el cambio del tiempo parecía extraño ¿Se había quedado dormida? Estuvo tentada a preguntárselo a Abel, a pesar de saber que no tendría una respuesta. Tal vez un mal gesto sería suficiente, así que de nuevo miró hacia atrás.
― ¿Me quedé dormida?― preguntó.
Un simple asentimiento del guerrero. Dwyer dirigió su atención de nuevo al frente, por lo menos había sido una respuesta directa.
Estaba a punto de interrogarlo acerca del camino, cuanto tiempo les tomaría llegar, incluso sobre las sombras que les permitieron cabalgar tranquilos hasta la montaña, no le importaba que se enfadara con ella. ¿Cómo podía alguien como Abel responder a todas las preguntas elaboradas por la curiosidad infinita de Amaris? Sin duda era un misterio que valía la pena resolver.
―Nunca te agradecí― dijo el guerrero de pronto, su voz sonando apagada detrás del pañuelo.
―No comprendo...
―Por curarme― respondió con esa monótona voz fría―. Después de las torturas de Bertrán, de los castigos del rey. Yo nunca te agradecí.
Dwyer bajó la cabeza, observando sus blancas manos destacar contra el pelaje negro del caballo.
―Está bien― comentó al fin, sintiendo su cara arder por vergüenza, pues estaba segura de que era lo más parecido a un cumplido que podía recibir de él―. Lo habría hecho por cualquiera de la élite... ustedes han sido buenos conmigo, además estoy en deuda con Adam.
Vio las manos de Abel apretarse sobre las riendas.
― ¿Qué clase de deuda?― preguntó, pareciendo ligeramente interesado.
―Se llevó a mis niños― murmuró Dwyer―. Él los llevó a las tierras en el campo. En las provincias del Oeste.
Un momento de silencio, tal vez le guerrero se había aburrido de su conversación.
― ¿Tienes niños?― indagó, esta ocasión la curiosidad se notó en su voz.
Fue donde Dwyer se dio cuenta de que Abel podía pasar tiempo con Amaris porque ambos estaban llenos de preguntas, solamente que el asesino reprimía sus impulsos, y la joven albina no.
―Si te refieres a que tengo hijos― indicó la sanadora―. La respuesta es no. No los tengo. Pero desde que vivía con el boticario, solía alimentar y rescatar a los huérfanos que robaban en el mercado o aquellos que estaban en las ruinas detrás de la iglesia.
De nuevo el silencio fue lo único que siguió a su respuesta, como si el guerrero necesitara momentos para procesar la información.
―Cuando Campana llegó al castillo― dijo Abel―. Tengo que reconocer que por un tiempo creí que era tu hijo. Hasta que me atreví a preguntárselo a Adam. Él simplemente se rio en mi cara.
―Pensé que te decía todo― expresó Dwyer, sin atreverse a soltar el pelaje del caballo.
Pudo jurar que sintió a Abel estremecerse con una risa.
―Es lo mismo que decirme nada. Adam... él no suele hablar de sus cosas con nadie. Ni siquiera conmigo. Aunque tengo la sensación de que eso está por cambiar.
Dwyer no supo a que se refería, sin embargo, dejó morir la conversación al escuchar el ruido de las patas del caballo. Hasta ese momento las sombras habían hecho su trabajo para mantenerlos corriendo de una manera silenciosa. Pero ahora que se atrevía a echar un vistazo a las patas, se dio cuenta de que la oscuridad se disolvía en la niebla, y el caballo comenzaba a pisar el musgo.
―Hay humedad― señaló Dwyer―. Pero no hay un rio cerca...
―Allá― .El guerrero apuntó con un dedo al frente. La voz de Abel la hizo estremecer, pues regresaba a ese tono monótono―. No hay agua, es cierto. Pero en la montaña de Virum nunca deja de llover.
Ella levantó la cabeza, y cualquier retazo de pensamiento murió dentro de su mente. La montaña era grande e impresionante, se alzaba hasta cubrir el cielo, se encontraba rodeada por frondosos y tétricos árboles, la niebla se enredaba en cada uno de ellos.
Dwyer tragó saliva cuando bajaron del caballo. Abel lo dejó atrás, donde el animal simplemente se encargó de patear la hierba bajo sus patas.
La sanadora revisó su bolsa, apretó el pañuelo sobre su boca, acomodó la capucha en su cabello y se aseguró de que las pinzas aun sostuvieran los mechones para evitar que se pegaran a su cara con la humedad. Todo estaba listo.
Abel comenzó a caminar, era impresionante como podía andar sin hacer ruido con todas esas armas guardadas en él. La espada en su espalda, las dagas y cuchillos.
Juntos cruzaron el muro de árboles, una extraña sensación se instaló en su piel, haciendo que el vello de su nuca se erizara. El lugar, a pesar del pañuelo, olía a muerte, igual que las salas de guerra en los pantanos del Sur.
Continuaron subiendo la empinada colina, viendo algunas rocas en el camino, una ligera lluvia había comenzado a golpearla, a pesar de que detrás del muro de árboles, no llovía.
―Avanzaremos después de las cuevas― indicó Abel en voz baja―. No llegaremos al territorio de Lord Carmel ¿Puedes encontrar la flor?
Dwyer asintió. Lo único que lograba ver del asesino, eran los fríos ojos azules, pues la parte baja de su cara estaba cubierta por el pañuelo, y el cabello por la capucha negra.
Quitó su propio pañuelo, contuvo las arcadas provocadas por el olor, sin embargo, se inclinó sobre el suelo, buscando cualquier indicio de vegetación más allá del musgo o de los frondosos árboles.
Pasó las manos sobre las rocas, sintiendo pequeñas cortadas en las palmas, siguió avanzando, viendo plantas que no conocía, otras que sí, y aunque eran difíciles de encontrar, no se distrajo con ellas, no estaba ahí para recolectar. Continuó medio arrastrándose, sin ser capaz de sentir la presencia de Abel o de escuchar sus pisadas, era tan silencioso como un fantasma. Tuvo que mirar hacia arriba un par de veces para asegurarse de que el guerrero seguía con ella, y que no sería abandonada ante la primera oportunidad que se presentara, sin Adam o Amaris para interceder por ella, dudaba que Abel la protegiera por encima de su misión.
No supo cuánto tiempo había pasado, sintiendo el musgo bajo sus manos, entre sus uñas, el asqueroso olor de la niebla calando en su garganta y nariz, cuando vio varias pisadas, y líneas negras sobre el suelo...
―Está quemado― dijo Dwyer en voz baja, levantando la cabeza para mirar a Abel.
El asesino frunció el ceño, y se inclinó a su lado, pasó su cicatrizada mano por las huellas y líneas negras.
― ¿Algún incendio?― preguntó más para sí mismo que para ella.
Él avanzó siguiendo la línea y las huellas, manteniéndose oculto por la niebla, fue donde Dwyer se dio cuenta de que las sombras que los habían acompañado hasta ese lugar, fueron dejadas atrás, en la entrada a las cuevas con el caballo del asesino.
Aunque ella dudaba que un incendio fuera capaz de avanzar en ese lugar, con la lluvia siempre cayendo. Sus botas, su capa, su ropa ahora escurría el agua que parecía estar sucia, incluso se percató de que Abel retiraba constantemente el cabello negro y pesado de sus ojos.
Si continuaban así, la lluvia y el frio los haría lentos para regresar.
―Una de las mansiones está quemada― señaló Abel, volviendo sobre sus pasos―. Creo que fue Marion, porque parece reciente.
Dwyer lo miró sin interrumpir, mientras el guerrero se llevaba una mano a la espada, permaneciendo alerta.
―Date prisa― dijo con voz fría y asintió en dirección a la sanadora.
Ella bajó la cabeza, pasando sus manos por el frío suelo. Estaba a punto de perder la esperanza ¿Qué tal si la raíz de la vida no estaba ahí? Después de todo, el lugar estaba completamente muerto, no había sonidos de animales, sin aves o sapos.
Quiso tener el valor para levantarse y decirle a Abel que había sido un viaje inútil, pero que haría todo lo que estuviera en su mano y conocimiento para salvar a Marion...
Cuando lo sintió, fue como un pequeño toque en la palma de su mano, tan suave como una caricia, tal vez se equivocaba, y se trataba de una brasa restante del incendio, pero era tan tibio como cuando limpiaba la chimenea de las habitaciones de Amaris... Fue cuando el olor a azufre golpeó su nariz, que estuvo segura de que era lo que estaba buscando. Después de todo, era imposible que una brasa sobreviviera en ese húmedo lugar.
Dwyer se arrastró, raspando sus rodillas, sintiendo sus faldas pesadas por el fango, pero llegó a donde el olor se hizo más fuerte, con una sonrisa de victoria tirando se sus labios. Vio tres pequeños pétalos de color rojo sangre, húmedos por la lluvia, parecían gritarle. Así que Dwyer llegó hasta ellos, tirando fuerte para sacar la raíz, la cual escurría agua de color rojo, muy parecida a la sangre y el centro de la flor emitía cierto calor, como un corazón palpitante. Estaba viva, como los libros decían, la raíz realmente estaba viva.
Casi sintió culpa al arrancar dos más, metiendo las tres en su bolsa, cerrándola después para ponerse de pie.
―Las tengo― comentó, girando para encontrarse con Abel.
Era una victoria, iban a salir de ahí sin problemas... sintió su entusiasmo caer al ver a su alrededor. Cientos de personas, todas ellas oliendo a podrido, Dwyer contuvo las arcadas al ver como los gusanos comían de esos cadáveres, y ellos continuaban caminando.
―Retrocede― ordenó Abel a un hombre.
El cadáver sonrió. Y algo en él parecía antiguo y perturbador. Sus ropas eran viejas, sucias pero elegantes de cierta forma. En sus rasgos había algo que le resultaba familiar, mas no sabía cuál era la razón.
―La niebla nos llama― dijo el hombre―. Nadie entra aquí sin que lo sepamos.
Abel rechinó los dientes, y levantó su espada, apuntando al pecho del cadáver.
Ese espectro soltó una risa que pareció retumbar en toda la montaña, haciendo que los otros muertos salieran de un trance.
―No puedes matar a quien no tiene vida.
Y esas simples palabras hicieron que todos saltaran sobre ellos.
Dwyer no supo que sucedió primero, si esas cosas tocando su cuerpo, o la espada de Abel cortando brazos como si no hubiera un mañana.
Ella había visto pelear a Adam antes, también observaba algunos de los entrenamientos, pero esto... ese modo de pelear era tan calculado y al mismo tiempo salvaje. Algo en ella la apuraba a correr, escapar, no solo de los muertos, también de Abel, quien sostenía su espada y una daga, moviéndolas como si fueran una extensión de sí mismo.
Había nacido para pelear.
Un par de pestilentes manos la atraparon por la espalda, más se unieron a ellas, llevándola hacia el suelo, seguramente planeando llevarla montaña abajo, quizás sepultarla ¿Cuánto de ese encierro sería capaz de soportar?
Dwyer pataleó, gritó, rasguñó. No podía dejar de gritar, por mucho que odiara hacerlo, tomó la daga que había escondido entre sus faldas, apretándola fuerte en su mano logró clavarla en la cara de uno de ellos, pero eso no lo hizo retroceder. Esas cosas no sentían dolor.
Otro toque llegó hasta ella, tomándola por debajo de los brazos. Estaba a punto de pelear, pero esas manos estaban tibias. Abel la empujó para que quedara detrás de él, dándole una mirada molesta, mientras se dedicaba a cortar manos y cabezas.
Ella simplemente podía observar, ver como más de ellos se acercaban desde la colina donde se encontraban las mansiones. Sintió ganas de vomitar al ver que había niños entre ellos, y parecían hambrientos...
Desvió la mirada, para encontrar un pie tirado a su derecha, Dwyer lo pateó lejos de ellos, mientras sentía que esas cosas se acercaban mas ¿Cuál era el límite de Abel para mantenerlos a salvo?
―Las piernas― murmuró Dwyer, al ver que Abel cercenaba otra cabeza.
Él frunció el ceño, quizá molesto porque la sanadora trataba de decirle como hacer su trabajo.
Sin embargo en un movimiento fluido que la hizo retroceder, él se agachó, golpeando las piernas de los cadáveres con sus espadas. Era algo impresionante de ver a pesar de las circunstancias. Porque ella nunca había pensado en la pelea como un baile, pero eso era, sin lugar a dudas, Abel estaba peleando, mas no como lo hacía comúnmente, ese estilo era de Taisha. Una danza de muerte.
Los cadáveres que estaban al principio de su fila, ahora se arrastraban, algunos hacia ellos, otros en búsqueda de sus piernas.
― ¿Tienes la flor?― preguntó Abel, tomándose un respiro. Su cara completamente mojada por la lluvia, su cabello cubierto de una cosa espesa y pegajosa, al igual que sus manos.
Dwyer asintió, sintiéndose incapaz de hablar.
―Entonces corre― ordenó, su rostro estaba tranquilo, pero sus ojos brillaban igual que el mar cristalino de los dioses―. Amaru está esperando por ti en la entrada de las cuevas. No me esperes.
Ella no pudo disimular la sorpresa ¿Esperaba que lo abandonara? ¿Ahí? ¡Iban a matarlo!
Los muertos se acercaban, ahora con curiosidad por saber quiénes eran. El hombre de antes no había hablado de nuevo.
―Nos iremos juntos― susurró Dwyer.
Abel giró la cabeza para mirarla, tal vez estaba enojado, pero también había sorpresa reflejada en sus ojos.
Dwyer comenzó a buscar en su bolsa, cuando vio a más muertos acercarse, todos corriendo. No le daría tiempo al asesino de cortar sus piernas. La sanadora sintió dentro de su bolsa lo que había estado buscando; un frasco de tamaño mediano, lo sacó, levantándolo sobre su cabeza lo lanzó en dirección a los muertos, el líquido color naranja salpicando las paredes del frasco, y cuando se estrelló contra los cadáveres, cinco de ellos ardieron en llamas, dejando únicamente cenizas. Otros que habían resultado salpicados ya estaban siendo apagados por la lluvia.
―Dime que tienes más de esas cosas― dijo Abel.
―Solo uno más― respondió Dwyer, colocando el segundo frasco en la mano del guerrero.
Abel asintió.
―Quiero que te vayas. La flor es importante.
Dwyer no quería irse, ella no era esa clase de cobarde, sin embargo, en la flor estaba la clave para salvar a Marion, pero ¿Qué sentido tenía si Abel moría ahí? Sería una vida a cambio de otra.
El guerrero lanzó el segundo frasco en dirección al muerto que había hablado con ellos, mas algo sucedió, muchos de ellos se colocaron al frente, protegiéndolo.
Dwyer se odió por darle la espalda y correr en dirección a las cuevas, donde el caballo de Abel la esperaba, podía distinguir el pelaje negro del animal. Miró hacia atrás, el guerrero aún continuaba cortando las piernas. La risa siniestra del hombre que había hablado con ellos era un sonido perturbador.
Entonces Dwyer lo vio, pudo ver cómo sería su regreso. Ayudaría a Marion, y él se culparía el resto de su vida por la muerte de Abel. Adam no volvería a hablar con ella o con cualquiera. Incluso Campana... Dwyer dudaba que volviera a ser el mismo después de todo eso. Y Amaris...
Así que giró sobre sus talones, dando media vuelta, mientras corría en dirección a Abel, vio como dos muertos saltaban sobre él, derribándolo, golpeando su espalda contra las rocas.
Dwyer se quitó un zapato, sin pensar lo lanzó hacia uno de los cadáveres, este se levantó y corrió en dirección a ella. Siendo acompañado por otros que se unieron en el camino.
¿Qué había hecho? ¡Iban a matarla!
Había lanzado su zapato en dirección a los muertos, para que desviaran su atención de Abel, eso debía darle unos segundos de aliento al asesino, para que se levantara, a pesar de que los cadáveres corrían ahora en dirección a ella.
― ¡No!― gritó Abel, sonando desesperado. Quitando el peso de los muertos, cortando manos, pies, cabezas... Él no lo lograría a tiempo.
El hombre que había hablado con ellos se acercó al guerrero, clavando una daga sobre el hombro de Abel, aquel que siempre estaba cubierto por un pañuelo, el guerrero gruñó con enfado, pero la daga impregnada con su sangre ya estaba en manos de otro cadáver, quien la colocó sobre una caja plateada y corrió en dirección a las mansiones.
Dwyer no encontraba el valor para moverse, no cuando sus piernas se sentían congeladas, había raspones sangrantes en sus brazos y cuello. Tal vez era el momento de perder la esperanza.
―Serás una linda pieza para mi colección― dijo uno de los muertos, sonriendo.
De pronto, una mano la tomó por el codo, haciéndola girar. Ahora su espalda chocaba contra otra espalda. La brusquedad del movimiento hizo que su cabello se soltara de las pinzas con las que lo había atado. Dwyer miró hacia atrás, solamente para distinguir el cabello rubio de Adam. La espalda que ella tocaba era la suya, su mano aun sostenía el brazo de la sanadora. Ella pudo respirar, sintiendo alivio, a pesar de que aún se encontraban rodeados.
― ¿Estas bien?― preguntó Adam por encima del hombro.
Dwyer asintió, sin poder encontrar su voz. Apretó fuerte su bolsa, donde estaban las raíces, no iba a soltarlas, no cuando habían pasado por tanto para conseguirlas.
Durante un momento, ambos hermanos se miraron a los ojos. Compartiendo un lenguaje que solo ellos entendían, sin lugar a dudas, algo desarrollado después de haber peleado y sobrevivido tantos años juntos.
Abel empujó cadáveres en su camino, cortando y golpeando. Adam cortó las cabezas de los que estaban sobre Dwyer, pateando sus cabezas lejos de ellos, empujando sus piernas contra los torsos para hacerlos caer por la colina.
Y tan pronto como Abel estuvo al lado de Adam, unieron sus espaldas. Dwyer se dio cuenta de lo que hacían: No tenían un punto ciego, juntos eran como una bestia de cuatro brazos y piernas, con dos cabezas, de esa forma peleaban, rasgando a través de los cuerpos con sus espadas. Donde uno fallaba el otro aparecía, sin descuidar su propia guardia. Tal sincronía y perfección hizo que Dwyer retrocediera un paso, apretando más fuerte la bolsa contra su pecho, sintiendo el calor de la flor palpitar contra su propio corazón.
Solo cuando estuvieron rodeados de cuerpos desmembrados, el hombre que había hablado con ellos levantó las manos, y los cadáveres comenzaron a unirse, Dwyer ni siquiera estaba segura de que tuvieran sus mismos cuerpos, al contrario, parecían volver a armarse de los cuerpos de otros, no importaba, mientras pudieran correr, atrapar y ver. Todos eran presos de la voluntad de ese hombre... Abel lo había descubierto, por eso había lanzado al frasco de azufre en dirección a él, cuando los otros cadáveres lo cubrieron.
Dwyer no podía apartar la mirada, era grotesco, una aberración, una falta de respeto a la vida misma. Una tibia mano se enredó en su codo, tirando de ella en dirección a los caballos.
Adam se detuvo por un momento, sacando un frasco de azufre de su bolsa, quitando el corcho con los dientes, para no soltar a la sanadora, vacío el líquido sobre el musgo, acto seguido, este comenzó a arder, formando un pequeño muro de fuego entre ellos y los muertos.
Los tres juntos corrieron hacia los caballos, Dwyer fue lanzada sobre el lomo de Lancuyen, la montura de Adam, y Abel fue sobre Amaru.
No se atrevió a mirar atrás mientras los animales corrían hacia el muro de árboles, detrás del cual brillaba la luz del sol. Ella miró hacia Abel, como su hombro herido estaba manchado de sangre por la daga que habían clavado en él, estaba preocupada por esa herida, pero había algo extraño en la mirada del hombre muerto cuando consiguió esa sangre...
Al cruzar el muro de árboles, Dwyer sintió el calor del sol sobre su piel, hasta ese momento no se había dado cuenta de que estaba temblando, un extraño y lamentable sonido saliendo de sus labios.
Durante la carrera, Adam le quitó la bolsa en la que guardó las raíces, lanzándola en dirección a Abel, quien la atrapó con un movimiento rápido.
―Fuiste valiente― dijo Abel, después de cabalgar durante un largo rato, él colocó a su caballo a su lado―. Al no marcharte, fue estúpido, sí, pero valiente.
Dwyer no sabía que responder, ya que le costaba encontrar su propia voz.
―Entrega la raíz a Janan en la sala de los Alquimistas― dijo Adam a su hermano, sonando terriblemente cansado―. Con ella podrán crear la pócima para salvar a Marion
Abel asintió.
―Es mi paciente― murmuró Dwyer, esperaba que sus brazos y piernas dejaran de temblar.
―Diana encontró el modo de disipar la niebla― explicó Adam a ambos―. Eso nos dará tiempo para descubrir qué demonios sucedió.
Abel golpeó a su caballo en los costados, obligándolo a ir más rápido en una sola dirección: Hacia el reino del Oeste, por su parte, Adam hizo que Lancuyen fuera hacia el bosque, donde los árboles se juntaban unos con otros, las raíces cubriendo todo el fangoso suelo en dirección al rio. Ella no quería estar en un lugar húmedo durante mucho tiempo, sin embargo, al entrar en el bosque, lo primero que pudo percibir fue el croar de las ranas, el canto de las aves, el correr del rio... Todo eso la llenó de un alivio momentáneo, logrando que su cuerpo dejara de temblar.
Llegaron a un pequeño claro en el interior del bosque, donde los árboles se separaban, permitiendo el paso del sol.
El mismo lugar donde Adam detuvo a su caballo, bajando de él, dando grandes zancadas se dirigió hacia el rio.
Dwyer intentó bajar con cuidado, pero tropezó, llenando sus pies de fango, extrañando el zapato que había lanzado a los muertos para llamar su atención y darle tiempo a Abel.
Adam giró para mirarla, parecía estar muy enojado, después fue de nuevo hacia el rio, pasándose las manos por el cabello la enfrentó.
― ¿Por qué?― preguntó el guerrero. Sus ojos brillantes de rabia.
Lo había visto así en otras ocasiones, solo que en ese momento sus manos aun temblaban por el calor de la batalla. Y Dwyer ya no encontraba su propia fuerza.
―No comprendo― respondió con voz queda.
― ¿Acaso quieres morir?―exclamó enojado― ¿Es lo que buscas?
― ¡No!― gritó Dwyer en respuesta, opacando el sonido del rio y de los animales―. Me necesitaban y...
― ¡Lo que tenías que hacer, era tomar la raíz e irte! ― interrumpió él―. Abel podría pelear sin cuidarte.
― ¿Qué clase de cobarde crees que soy?― replicó ella enojada. Recobrando de pronto su coraje, desquitando con el toda la impotencia que sintió al enfrentar esa situación, golpeando a Adam en el pecho con ambos puños, sin lograr moverlo o hacerlo trastabillar―. Nunca dejaría a alguien atrás.
El guerrero no trató de detenerla, y Dwyer dejó de golpearlo.
―En todo caso, es mi vida, y decido que hacer con ella. Y eso es ayudar a quien me necesita― dijo, su voz agitada por el esfuerzo que le exigía reprimir su enojo.
El guerrero le dio una sonrisa sarcástica ¿Acaso pensaba que se trataba de una broma? Ese maldito...
―Ya no es solo tu vida― murmuró.
― ¿Por qué no?― inquirió ella.
Adam avanzó de nuevo en dirección al rio, girando para mirarla, pareciendo desesperado por algo que Dwyer no alcanzaba a comprender.
― ¡Porque te amo!― exclamó al fin―. Los dioses saben que no debería, pero te amo.
La sanadora quería retroceder, correr en dirección al bosque, su corazón palpitaba rápido ante tal declaración. Él... ¿La amaba? ¿Por qué?
―Y me revuelve las tripas que expongas tu vida de esa manera. Que tomes malas decisiones es una puñalada en el corazón ¡Maldita sea! Me estas matando, Dwyer.
Él ya no parecía enojado o peligroso. Al contrario, se veía vulnerable, con los ojos brillantes, el cabello despeinado y los labios ligeramente abiertos.
Se acercó lentamente, como si ella fuera un animal herido. La sanadora retrocedió y el guerrero se detuvo.
Como... ¿Cómo era posible que él la amara? ¿Qué ella fuera merecedora de algo así? Después de lo del barco, había perdido la esperanza y la confianza... No, él debía estar confundido porque Dwyer no merecía ser amada de esa manera.
Adam se veía triste, pero ella estaba rota, tan rota que le costaba trabajo respirar, ese bosque... los árboles... todo era sumamente pequeño, como si estuviera encerrada en una caja. Era un águila, un ave con las alas cortadas...
No se atrevió a mirarlo una vez más, cuando subió al caballo y lo hizo correr en dirección al bosque.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro