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CAPITULO 40.-

Cada vez que pensaba que los castigos de Gabriel se volvían tediosos, el líder de la élite llegaba con uno nuevo.

Gabriel estaba realmente furioso cuando Marion llegó tarde al entrenamiento, aunque no fuera del todo su culpa, Lineria era una mujer demandante. Además, solo se encontraban entrenando algunos de la élite, eso había despertado aún más su enojo.

Así que cuando Marion llegó tarde, abrochando su cinturón de armas, Gabriel ni siquiera lo dejó tomar una espada, él simplemente se acercó y le puso una pala entra las manos.

Marion tuvo que adivinar el resto.

Mientras enterraba la pala en el montón de estiércol y lo lanzaba hacia la pequeña carreta, pensaba en que realmente le gustaría haber desperdiciado unas horas de sueño y haber acudido temprano al entrenamiento.

Miró en dirección a los perros. Estos movían las colas para él, parecían agradecidos, y es que el guerrero los alimentaba mejor que sus cuidadores. Se suponía que eran animales de caza, en cambio, con él se comportaban como pequeños cachorros.

Al lado de las perreras se encontraban las caballerizas de los asesinos, muchos de esos caballos ni siquiera le gustaban. Contrario a lo que todos sus compañeros pensaban, Marion no podía establecer un encanto sobre todas las bestias, únicamente con aquellos que le interesaban o despertaban su lastima, como los maravillosos gatos de montaña.

Suspiró pesadamente de lo cual se arrepintió al instante, el olor lo hizo dar arcadas, pero no se atrevería a vomitar en ese lugar, sería la burla de los mozos.

Levantó la pala de nuevo. Si no fuera por todo el entrenamiento, los brazos habrían comenzado a dolerle después de unas horas trabajando ahí. A pesar de que no había comido nada, el solo pensar en ingerir alimentos hacia que su estómago diera vueltas. Ya no era una criatura salvaje, como para comer donde otros arrojaban sus desperdicios.

Marion se inclinó sobre las perreras, para acariciar el pelaje de uno de los perros, pero los demás se aproximaron, tratando de llamar la atención.

―Ya es suficiente― murmuró el guerrero para ellos―. Si dejaran de cagar, probablemente habría terminado mi trabajo ya.

Los perros comenzaron a lamer sus manos. Claro que no lo entendían, sin embargo, parecían amarlo.

Se incorporó, no sin antes obtener un vistazo a través del reflejo en el agua de los perros. Era una mujer, cubierta con una oscura capa.

A él siempre le había parecido ridículo el uso de las capas, como si de esa forma llamaran menos la atención. Como esa joven sanadora, a quien conocía de la torre de los asesinos. Ella salía del castillo por una razón. Tal vez Adam le pagara bien por esa información después.

Continuó con su trabajo, terminando de subir la suciedad en la carreta hasta horas después del mediodía.

Decir que estaba agotado era poco, y aun debía lavarse y asistir al entrenamiento nocturno con Gabriel y Esbirrel. Realmente odiaba eso.

―No te pagan por descansar― dijo una voz femenina en la entrada a las perreras.

Marion recargó su peso contra la pala enterrada entre el fango, fijando su mirada en Taisha le dio una sonrisa arrogante, a pesar de que estaba cubierto de cosas asquerosas.

―No me pagan― replicó con burla― ¿Piensas dar un paseo en el pueblo?

Taisha le respondió la sonrisa mientras subía la parte alta de la capa sobre su cabello, ocultando sus facciones. Marion puso los ojos en blanco ante lo ridícula que lucía.

―Me temo que las misiones no son de tu incumbencia ahora que estas de castigo.

Él silbó por lo bajo.

―Y yo pienso que no te encuentras de misión, si fuera de esa forma, no tratarías de ocultarte de Gabriel con esa horrible ropa.

Taisha le hizo un gesto obsceno con la mano. Él soltó una risa.

―Si le dices a alguien...

―Estoy seguro de que los perros querrán pagar bien por esa información.

―Tienes que ir al entrenamiento nocturno, y si Gabriel se entera, yo...

―Tendrás un castigo― interrumpió Marion―. Y si yo le doy la información, también tendré un castigo por meter mis narices donde no me llaman.

―Me alegra que lo entiendas― dijo Taisha, dando un par de pasos para marcharse.

―Sin embargo― comentó Marion, avanzando en dirección a ella―. Creo que a cierta princesa le gustará saber que sales por la noche.

―Eres un maldito.

El guerrero hizo una reverencia exagerada.

―Nunca lo he negado.

―A veces me pregunto porque Gabriel te trajo al castillo.

― ¡Que sorpresa!― exclamó Marion―. Yo me pregunto lo mismo.

―Además, si tú te atreves a enviar algún mensaje a Nerea, ten por seguro que haré lo mismo con Lineria.

Marion negó un par de veces, haciendo una mueca de sufrimiento fingido.

―Las hijas del rey son adorables― comentó.

Taisha estaba a punto de lanzarse contra él. Le gustaría ver eso, a la guerrera rodeada de mierda de perro.

―No pienso que "adorable" sea el término adecuando para Lineria.

―En eso estamos de acuerdo― aceptó Marion.

La guerrera levantó la cabeza, para poder mirarlo de manera acusatoria por debajo de la capa, Marion simplemente saludó con su mano.

―Tienes mierda en la cara― dijo Taisha dio la vuelta.

―A propósito― murmuró Marion, ella se detuvo―. La sanadora a la que buscas, pasó por aquí poco después del mediodía. Creo que iba en dirección al pueblo.

Taisha no respondió, simplemente continuó caminando hasta los establos, donde pidió a su caballo y se marchó sin mirar atrás.

Él comenzó a empujar la carreta hasta la salida de las perreras, cuando sintió algo a su espalda. No era una presencia peligrosa, sin embargo...

―Tienes mierda en la cara― dijo Campana, el chico que habían adoptado como mensajero.

― ¿No deberías estar ocupado en cualquier otra cosa?― preguntó Marion.

Campana asintió y tomó una pala, para recoger lo que se había caído de la carreta y ponerlo de nuevo sobre ella. El chico repitió el movimiento hasta que todo estuvo levantado, el guerrero simplemente observó.

―La mayoría de los guerreros esperan a que Gabriel esté distraído para escapar de sus castigos― comentó Campana― ¿Por qué tu no?

―Me gusta estar ocupado― respondió con una sonrisa.

El niño frunció el ceño. A veces era fácil olvidar como había llegado al castillo, o las cosas que habían vivido antes de llegar ahí. De cierta forma, Campana encontró una familia con otros niños en las calles del reino. Una pequeña parte de Marion envidiaba eso, le habría gustado tener algo así cuando era niño, pero el destino tenía otros planes para él, como quedarse solo en una casa grande en medio de una montaña.

―Son tres piezas de plata― dijo Campana al cerrar la puerta de la carreta.

―No tengo plata, niño.

― ¡No soy un niño!

―Mis disculpas, señor.

―Entonces ¿Te ayudé por nada?

Marion sonrió.

―Nunca pedí tu ayuda.

Campana resopló fastidiado y se cruzó de brazos ¿Qué estaba haciendo ahí de cualquier forma? Podría estar llevando algún mensaje de los asesinos, o haciendo enojar a Gabriel, o pasando tiempo entrenando con Adam o Abel, cualquier cosa excepto ayudarlo en las perreras.

Marion se puso alerta al escuchar a los caballos resoplar y relinchar. Hizo a Campana a un lado, oculto detrás de la carreta. Había un par de cosas que él podía percibir y los demás no, le había costado un par de años darse cuenta de ello. A diferencia de los demás guerreros, que se guiaban por una sed de sangre con la que le era difícil familiarizarse, él se guiaba por instinto, no el propio, si no el de los animales. Si los caballos estaban nerviosos era porque algo se acercaba, si los perros descubrían los colmillos, era algo peligroso.

En ocasiones, mientras se encontraba en el bosque explorando, quedaba atento al croar de las ranas o al canto de las aves, si estos eran inexistentes, más le valía largarse de ahí, correr por su vida. Nunca le había importado ser el hazmerreír de los guerreros, por lo menos estaba vivo.

El pelo de los perros se encontraba erizado, sus colmillos al descubierto, cuando de pronto, la gran figura de Esbirrel apareció en la puerta de las perreras. Marion aflojó su agarre sobre la pala, la cual iba a emplear como arma.

Esbirrel frunció el ceño al observarlo, y pasó una mano por su calva cabeza.

―Ya lo sé― dijo Marion―. Tengo mierda en la cara.

El hombre soltó una carcajada que hizo a los perros retroceder dentro de las perreras.

―En realidad estoy aquí por petición de Gabriel― explicó Esbirrel―. Tiene una misión para ti, en la colina de la montaña Virum.

Si hubiera tenido menos experiencia en el manejo de sus emociones, Marion habría retrocedido ante el nombre. Nadie pisaba esa montaña, nadie visitaba esa colina...

―Y ya que estamos en eso― continuó Esbirrel―. Lleva al niño contigo.

― ¡No soy un niño!― gruñó Campana, saltando desde su lugar detrás de la carreta.

Esbirrel soltó una risa y siguió caminando para alejarse de ellos.

Marion sintió su piel erizarse, tal vez porque los caballos habían vuelto a relinchar, o porque los perros lloriqueaban en su dirección. Si, debía ser por todas esas cosas, porque él no tenía miedo. Él no estaba asustado. Sin embargo ¿Por qué debía llevar al chico que lo miraba de manera curiosa?

―Espero que sepas usar una espada― comentó Marion, caminando en dirección a la salida.

Campana lo siguió.

― ¿Van a pagarme si voy contigo?

―No creo que tengas opción. Si logras salir vivo, compartiré mi paga contigo.

― ¿Qué tiene de malo esa estúpida montaña?

Marion sintió una sonrisa tirar de sus labios.

―Es el lugar donde habitan los muertos.

Vio a Campana tragar saliva mientras lo seguía. Tenía que conseguirle al niño un equipo de combate, además de armas, todo para sobrevivir en esa colina maldita.

Y él tenía que controlar los temblores en sus manos, así que las metió en los sucios bolsillos de su pantalón.

Iba a volver a casa, después de tantos años, él tenía que regresar a la montaña de los muertos. 

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