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Capítulo 38.-

Las jaulas se encontraban en el pasillo frente a las ventanas abiertas, la brisa salada del mar haciendo aletear a las aves en el interior, el sol de la tarde arrancando destellos de las plumas coloridas. Eran una exótica adquisición de las islas del sur, ocultas por olas y viento, mayormente conocidas como el Tridente de Altamar, donde adoraban a los dioses del océano. Consistía en tres islas unidas por enormes puentes de roca, nadie sabía quién los había levantado, pero soportaban hasta la más cruel de las tormentas. En esas islas, se levantaron castillos y puertos, únicamente habitados por piratas, y ahí vivía el señor de todos ellos. El Cimarrón, nadie conocía su verdadero nombre o los años sobre sus hombros; pero una gran flota de barcos piratas le pertenecía, todo acto contrabandista llevado a cabo en el mar, era conocido y dirigido por él.
Aunque las tres islas eran maravillosas, Lineria prefería visitar aquella donde había conseguido esas aves coloridas, la isla era La Cuna del muerto, porque cuando la marea subía y el agua entraba en las cuevas que estaban en la orilla, aparecía el cantar de las sirenas, y eso solamente significaba muerte para los marinos. El lugar de cuna también era lugar de muerte. Cuando Lineria supo el significado perdió un poco del interés en la isla, pues su origen era la muerte del muerto. Otra era la isla de los sueños, y ahí habitaba El Cimarrón, señor pirata de todos los mares. Linera no tenía permitido entrar ahí, a pesar de conocer sus alrededores.
La princesa suspiró, mientras acomodaba el alimento para sus aves, había traído esos frutos desde el sur, para poder alimentarlas de la forma correcta. Las cinco jaulas eran abiertas por las mañanas, de esa forma sus aves podían volar libremente, y volver, siempre volvían. Como ella siempre regresaba al reino del Oeste.
Suspiró y caminó en dirección a la mesa en sus habitaciones. Había decidido arreglarla con tapices azules y redes de pesca. Todo lo que le recordara su pequeña casa en La Cuna del Muerto. Amaba el mar, siempre había sido llamada por él, era su destino navegar y conocer más allá de cualquier reino…
El recuerdo de la joven de cabello blanco llegó a ella, sobre como mencionó los telares del destino…
―Estás derramando el vino― dijo una voz masculina.
Lineria sacudió la cabeza. Era verdad, estaba sirviendo vino en una copa y lo había derramado.
― ¡Maldición!― exclamó y dejó la jarra sobre la mesa.
―Estaba a punto de decir lo mismo― comentó Marion, uno de los guerreros de élite. Él soltó una carcajada ante la mirada fulminante que Lineria le dedicó.
Él estaba sentado en el borde de la ventana abierta, llevaba puesto un pantalón café y una camisa que en otro tiempo debió ser blanca, las botas negras le llegaban casi a las rodillas. Y estaba cómodamente comiendo uno de los frutos que ella había traído desde el sur.
El cabello castaño del guerrero se removía con el viento. Ella se preguntaba a menudo como Marion podía trepar hasta la ventana o como llegaba ahí, pues debajo de las habitaciones de Lineria se encontraba el chocar de las olas contra la roca.
Mientras limpiaba la mesa con un trapo viejo, refunfuñó acerca del respeto por la intimidad de las personas.
― ¿Sabes?― preguntó Marion y bajó de la ventana, dejando la mitad del fruto mordido sobre la mesa casi limpia―. Estuve esperando el barco que te trajera, así como una respuesta a alguna de las tres cartas que te envié.
Se cruzó de brazos y movió los dedos sobre sus costillas, la única señal de su impaciencia.
―Debo decir que te mueves con gran desenvoltura en mis habitaciones. El que mis aves no murieran de hambre o de encierro… ¿Es en agradecimiento a ti o…?
Él negó un par de veces.
―Se lo debes a tu dama. Yo no tengo tiempo de ocuparme de animales extraños.
Lineria puso los ojos en blanco y dejó el paño sucio sobre la mesa. Tomó una nota mental para agradecer a su dama más tarde, por no dejar morir a sus aves.
―Claro que no, tu solamente ocupas tu tiempo en animales sucios de montaña― espetó.
―Pueden ser sucios― dijo Marion, caminando en su dirección―. Pero pueden cuidarse solos.
―Tus cartas deben haberse perdido en el viaje― comentó con una mueca hacía él.
¿Por qué seguía alentando esos encuentros con el guerrero? Porque a veces la divertía, y ofrecía tal libertad y placer como el mar.
―Seguro que si― replicó Marion, alzando ambas cejas, apretando más los brazos sobre el pecho, Lineria hizo lo posible por desviar la vista del musculo.
Ella era fuerte, atrevida, valiente y curiosa. No eran una mezcla muy buena todas esas cualidades para una esposa, por eso el rey Xenie no había encontrado un esposo para ella, porque todos tenían miedo de ser asesinados mientras dormían.
Suspiró profundo al ver a Marion pasearse por las habitaciones, ya sus brazos no estaban cruzados y escondía las manos en los bolsillos del pantalón. Había una cicatriz nueva sobre su cuello. Estuvo a punto de preguntar qué sucedió, cuando se dio cuenta de que eran tres marcas, como de garras. Él seguía tratando de entrenar a los gatos de montaña. Criaturas salvajes que seguían instintos.
Se preguntó qué tan diferentes eran esas magnificas bestias de ella.
―Recibí las cartas― comentó, sintiendo un nudo en la garganta por las palabras acumuladas―. Sin embargo, no quise responder.
Él giró y le dio una gran sonrisa, su rostro bronceado iluminándose con el gesto.
― ¿Lo ves?― dijo extendiendo los brazos―. No era tan difícil.
Lineria se sentó sobre uno de los sillones al pie de la ventana.
―Estoy cansada.
― ¿Aquí es donde debo marcharme para que la princesa obtenga un descanso?
Ella levantó la mirada y lo enfrentó.
―No dije que quisiera descansar.
Otra sonrisa comenzó a formarse en los labios del guerrero.
―Aunque algún hombre del Tridente de Altamar debió mantenerte ocupada… para no responder las cartas.
― ¿Así como tú te ocupas de las campesinas?
Él se llevó una mano al pecho, como si se sintiera ofendido.
―No hay nadie en este reino que capte mi interés― respondió con honestidad.
Lineria negó un par de veces.
―Quieres hablar como un conocedor, cuando sé que las damas de más allá del mar prefieren marinos apuestos y no montañeses mentirosos.
―Prefiero el termino astuto― replicó Marion, sacando una copa de vino de una de sus manos.
Había sido un ladrón y un montañés hábil antes de llegar al castillo y ser entrenado como asesino. Lineria a veces sospechaba que había sido criado por criaturas salvajes.
Ella tomó la copa de vino y le regaló una pequeña sonrisa, que sabía podía iluminar sus oscuros ojos.
― ¿Qué tal el termino idiota?
―Ya nos estamos entendiendo― respondió y se inclinó sobre el sillón para beber el vino de sus labios.
Fueron en dirección a la cama, deshaciéndose de sus ropas, dejando de lado sus juegos de palabras, y mientras el aroma fresco de montaña se mezclaba con la brisa salada del mar, las aves comenzaron a aletear dentro de las jaulas.

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