CAPITULO 34.-
Dwyer se encontraba lavando los pisos, había un cubo a su lado en el que enjuagaba constantemente los trapos sucios, sus manos comenzaban a estar ásperas. Amaris se preguntó cómo alguien que podía dedicar su vida a la sanación, mantenía sus manos en constante riesgo haciendo cosas pesadas dentro del castillo. Deseaba con todo su ser que la pelirroja fuera una dama de la corte y no una sirvienta.
Por eso la ayudaba a limpiar, porque no podía soportar el hecho de que todo ese talento, inteligencia y devoción se quedaran encerrados en unas paredes. Amaris limpiaba sus habitaciones al lado de Dwyer y ella no reclamaba por la ayuda, ya que al acabar, juntas tomaban la comida, hablaban y estudiaban diferentes libros de historia o de herbolaria.
La joven pelirroja se sentó sobre sus rodillas, dejó el trapo dentro del cubo y se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.
―Estoy sedienta― comentó.
Amaris rápidamente dejó de colocar los fondos de los vestidos dentro de su armario y corrió a la mesa para servir agua y entregársela a Dwyer, quien la bebió con rapidez.
― ¿Quién es la dama de quién?― preguntó una voz femenina en la puerta.
Ambas miraron en dirección a la puerta, ahí estaba Taisha, recargada sobre el marco, lanzando una roca al aire y atrapándola de nuevo.
― ¿Qué quieres?― preguntó Dwyer poniéndose de pie― ¿Hay alguien herido?
Taisha negó un par de veces.
―Las cosas han estado algo tensas desde la amenaza del Este. Se han turnado guardias en el castillo y otros en el pueblo. Un guerrero de élite por guardia― entró en la habitación y paseó sus ojos por cada detalle―. Por suerte para ustedes, es mi día libre ¿Han acabado ya con este lugar?
― ¿Quieres que limpiemos tus habitaciones?― inquirió Dwyer con tono hosco.
La guerrera puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.
―Causé problemas― dijo con calma―. Y soy consciente de lo que pudo suceder con Abel si Dwyer no hubiera estado aquí... si Gabriel no llegaba a tiempo...― tragó saliva y las miró―. Así que si ya terminaron de limpiar aquí, tenemos cosas que hacer.
Amaris sabía que lo único que debían esperar era que los pisos secaran, así que intercambió una mirada con Dwyer y juntas siguieron a la guerrera al exterior. Cruzaron el pasillo hasta la torre de los asesinos, donde las llevó a la armería.
Un sinfín de cosas pasaron por la mente de Amaris, no conocía el nombre de muchas de esas armas.
Ella sabía que los guerreros debían montar guardia, y desde que Abel había mejorado considerablemente de su pierna, lo habían invitado con el capitán de la guardia a vigilar las fronteras con el bosque, aunque ningún rey se atrevería a utilizar el bosque para un ataque.
Gabriel y Adam habían ido a hacer preguntas al pueblo y al mercado de los gitanos, o eso le había dicho Abel.
―Necesito que se cambien de ropa― comentó Taisha y les arrojó algo que Dwyer atrapó en el aire, pero Amaris tuvo que levantarlo del piso, pues estaba distraída.
― ¿Pantalones?― preguntó la sanadora al extender las prendas― ¿Y botas?
―Ciertamente― dijo Taisha con una sonrisa―. No pueden pelear con faldas, aunque sería divertido verlas intentar.
― ¿Pelear?― inquirió Dwyer.
― ¡Me encantaría usar pantalones!― exclamó Amaris―. Ya una vez los había usado, en el bosque, pero eran de Abel. Debo decir que son de una comodidad que...
Se detuvo de hablar al ver que la miraban. En ocasiones dejaba que su mente vagara en los recuerdos, y le costaba mucho trabajo enfocarse, ya que en la torre cuando le hablaba al viento, no había nadie para escucharla.
―Sé qué papel pueden llegar a ocupar en este castillo, y créanme, he visto lo que los amorfos son capaces de hacer. Lo último que quieren es estar indefensas... además, simplemente hago la carga más ligera para Adam y Abel― explicó Taisha.
―Estoy dispuesta a aprender― declaró Amaris con decisión, porque si alguna vez el Ser decidiera aparecer... ella quería ser capaz de defenderse.
Dwyer suspiró en derrota.
―Supongo que no importa mi decisión ahora.
Amaris cambió su falda del color del cielo por unos pantalones cafés, un corsé por una camisa blanca y sus pies descalzos fueron cubiertos por medias y botas. Taisha le entregó un cinturón de color negro que se ató a la cintura, tenía espacios para guardar todo tipo de armas. La albina se maravilló al pensar en cuantas historias podían contarle las cosas en ese lugar.
Dwyer estaba vestida igual que ella. La guerrera les entregó algo parecido a un corsé, pero este iba por arriba de la camisa y mantenía el olor a cuero viejo.
―Mantendrá protegido su corazón― explicó cuando la miraron extrañadas―. Además, las hace más pesadas, si pueden pelear con eso puesto, al quitárselo serán más rápidas.
Abandonaron la armería cuando Taisha les entregó un par de espadas pequeñas. Amaris la colocó dentro de su cinturón y Dwyer la giró un par de veces en su mano, la albina se preguntó si su amiga aprendió ese gesto de Adam, pues era algo que el guerrero solía hacer.
Continuaron su camino a través de los jardines, y al percatarse de que Taisha no se detenía, Amaris caminó cada vez más cercana a Dwyer.
― ¿A dónde vamos?― interrogó la pelirroja.
―No voy a exponerme a que las vean entrenar en los círculos― dijo la guerrera―. Iremos a un lugar más discreto, tranquila, no es como si planeara venderlas a los piratas.
La albina no supo cómo tomar el comentario acerca de los bandidos del mar, para ella seria emocionante poder conocer a alguno y escuchar todas sus historias de viajes por el mundo.
Amaris vio a Dwyer fruncir el ceño y apretar la espada pequeña, ella acomodó su cuerpo para cubrir el de Amaris en caso de que deseara correr. Se tomaban demasiado en serio todo eso de protegerla.
Caminaron a través de los jardines colgantes, cuando Amaris se detuvo.
― ¡Miren!― exclamó con emoción―.Allá.
Amaris podía escuchar el torrente del rio, más allá de los árboles que crecían en las paredes de piedra, podía ver el mar, y barcos acercarse. Las velas blancas tenían un contraste maravilloso contra el cielo azul.
Tanto la guerrera como la sanadora se acercaron a su lado, y se inclinaron para ver desde el puente.
―Es el muelle de la familia real― explicó Taisha―. Solamente los barcos más importantes llegan aquí. En una ocasión tuvimos problemas con contrabandistas.
―Es un hermoso barco― comentó Amaris y quiso inclinarse para ver mejor, pero Dwyer tiró de su cinturón para llevarla de nuevo al puente.
―No podré sacarte viva de ese rio si caes― espetó la pelirroja.
Amaris asintió.
―Hay rumores en el castillo― indicó Taisha cuando continuaron su camino―. Dicen que las princesas Lineria y Anathya estarán de visita. Lineria se encarga de vigilar las costas, ella lleva los barcos del rey a territorios que nadie ha visto.
―Sería maravilloso poder hablarle― comentó Amaris.
―Como sea― dijo la guerrera y se encogió de hombros―. No creo que puedas hablar con la princesa Lineria, que no es tan accesible como Coná. Dicen que ha rechazado a todos sus pretendientes.
Taisha se detuvo para saltar por una parte del puente que permanecía cerrada con enredaderas, Amaris y Dwyer la siguieron.
―Anathya, por otro lado― continuó la asesina―. Es una persona interesante.
Amaris esperó a que la guerrera siguiera hablando, pero no lo hizo. Eran pocas las cosas que la albina conocía sobre los hijos del rey, además de sus nombres, no sabía cómo era el rostro de todos ellos.
Taisha movió algunas enredaderas y las dejó pasar; el paisaje dejó a Amaris sin palabras, trataba de contener las lágrimas, pero se le antojó como algo imposible.
Era un lugar reservado para los dioses, de eso no había duda alguna.
Se encontraban de pie sobre un balcón, en algún momento de la historia debió haber pertenecido a alguien de la realeza, que esperaba la llegada de alguien venido del mar, pero en ese momento se trataba del lugar perfecto. Era un punto ciego desde el castillo, por las enredaderas y flores, desde ahí podían ver los arboles crecer en las rocas que sostenían el ala oeste del palacio, las olas del mar se estrellaban contra los arrecifes, y las gaviotas parecían ir y venir a su antojo.
―Es... es un sueño― susurró Amaris.
Taisha la tomó de la mano y puso la espada corta sobre ella.
―Eso parece, pero no estamos aquí para soñar.
La guerrera les indicó como pararse, como sostener una espada de manera correcta, incluso como respirar. Después de un par de horas, Amaris se encontraba sudando de la cabeza a los pies, estaba sedienta y realmente dudaba que Taisha hubiera llevado algo para beber. Quería una cantidad ridícula de jugo de moras.
―Un momento― dijo Dwyer después de esquivar por poco un puño de la asesina, quien no se había tomado la molestia de usar armas contra ellas―. Necesito un momento.
La sanadora se recargó sobre el balcón y tomó respiraciones profundas, el sudor empapaba su camisa y escurría desde su cabello.
Taisha parecía recién salida de un cuento para niños. El pasar toda la tarde entrenando, no parecía gran cosa para ella, ni un solo cabello se había escapado de su hermosa trenza color azabache.
―Tienes un problema― dijo la guerrera a la sanadora después de un silencio prolongado, siendo interrumpido por las olas del mar―. Eres alta y delgada, ciertamente tienes la rapidez y eres hábil, pero cuidas demasiado tus manos. Tienes más el tipo de una ladrona que de una peleadora.
Dwyer le dio una sonrisa de todos los dientes.
―Los ladrones de mercado son rápidos, después de todo pelean por sobrevivir en un mundo injusto― replicó con cansancio.
Taisha le devolvió la sonrisa, desató una garrafa de su cinturón y se la ofreció a Dwyer, la pelirroja la miró con desconfianza.
―Demasiado temprano para vino― dijo la guerrera y agitó la bota de cuero para hacer sonar el líquido.
La boca de Amaris se sintió más seca que antes. Dwyer se estiró para tomarla y rápidamente bebió, para pasarla a la albina, quien hizo lo mismo. La guerrera ni siquiera bebió cuando volvió a sus manos, simplemente la guardó.
―Hay que aprender que no en todos los lugares habrá agua, comida o armas. Así que tienen que estar preparadas, siempre― explicó la asesina y caminó en dirección a las enredaderas―. El sol desaparecerá pronto, y no quieren pasear por los jardines de noche, no es una experiencia agradable.
La siguieron muy a su pesar, pues ambas necesitaban un descanso. Cada parte del cuerpo de Amaris replicó de dolor al tener que saltar de nuevo las enredaderas, ampollas habían comenzado a formarse en sus manos, y la capa de sudor que la cubría la hacía sentir más pesada mientras seguía los pasos de Taisha por el puente.
―Tienes que aprender a prestar atención― dijo la guerrera a Amaris―. En medio de una pelea o si incluso intentas escapar, el poner atención a los detalles puede salvarte la vida.
― ¿Solo tuve un error?― preguntó Amaris con emoción, quizá eso era lo suyo. El motivo de su existencia.
La asesina puso los ojos en blanco.
―Básicamente por ese error hiciste todo mal. Quiero que practiques el enfoque. Sé que puedes porque te he visto tener concentración en cada libro que pasa por tus manos, aun si hay un desastre alrededor―. La guerrera hizo énfasis en su comentario tomando la cabeza de Amaris entre sus manos―. Solo concéntrate y podrás lograr grandes cosas.
Habían terminado de cruzar el puente y caminaban por los pasillos del castillo que eran iluminados por antorchas y luz de luna. Taisha les quitó las armas para ella devolverlas a la armería.
―Y tu― dijo asintiendo en dirección a Dwyer, antes de marcharse hacia la torre de los asesinos―. Necesitas ser más veloz si quieres mantener tus manos protegidas. Quizá armas delgadas sean lo mejor para ti... y no ataques al corazón, estoy segura de que sabes que hay otros puntos para desangrar a una persona. Te los mostraré después, pero si recibes un ataque, quiero que vayas por la garganta―. La asesina suspiró teatralmente y se alejó de ellas unos pasos para luego girar, como si algo se le hubiera ocurrido de último momento―. Las veré mañana cuando las primeras luces toquen las torres del castillo. Iremos a dar una muy larga caminata.
Como si sus palabras no hubieran colocado un peso sobre ellas, se marchó, corriendo bajo la luz de la luna.
Amaris y Dwyer caminaron en total silencio hasta las habitaciones, arrastrando los pies, cada escalón les costaba dolor y calambre en las piernas. Juntas entraron, Dwyer se encargó de cerrar la puerta y Amaris de servir agua para ambas. Ni siquiera tenían fuerzas para limpiarse, así que con esa misma ropa de entrenamiento cayeron sobre la cama.
La joven albina no pudo recordar en que momento el sueño la arrebató del mundo real.
La luna cantaba para ella, igual que cada noche. Amaris agradecía eso, la ayudaba a mantenerse cuerda en un mundo totalmente solitario. Un lugar en medio de un bosque maldito, rodeado de bestias y de Seres que podían manipularlo a voluntad. Un sitio al que únicamente llegaba un amigo, el cual no conocía, pero dejaba libros para ella, cada vez que dormía y despertaba, había uno nuevo para que se sumergiera entre sus páginas.
A veces se cansaba de las letras y hablaba a nadie en particular sobre las aventuras y las peleas contra dragones. Sobre las historias de los enanos que forjaban armas para los dioses...
Y luego escuchaba cantar a la luna. Pero la voz cambió... no era más la diosa, sino una mujer de cabello rojo que bailaba sobre una mesa.
Ya no era mas un lugar extraño, si no habitaciones reales. No un bosque si no un castillo.
Y no estaba sola. Una pálida y cicatrizada mano se extendía ante ella, y un par de ojos azules parecían contener todas las respuestas que había ansiado. Tomó la mano del guerrero y la arrastró al interior del bosque, donde la piel bronceada por los días de entrenamiento bajo el sol, fue sustituida por un tono grisáceo, las manos se convirtieron en garras y la sonrisa se esfumó, dejando dientes manchados de sangre.
No era un Ser, o una bestia, ella lo sabía porque los conocía... Eso era una maldición.
Amaris se sentó sobre la cama, sintiendo su cabeza dar vueltas por el movimiento, su respiración apenas y era notada por la joven que dormía a su lado. Algo sobre ver a Dwyer roncando ligeramente, la hizo sentir tranquila.
Las visiones no se habían presentado desde que llegó a ese castillo, desde que fue salvada...
Cerró fuerte los ojos y volvió a caer sobre las pieles, extendió sus dedos para tomar la mano de Dwyer. De verdad eran ásperas, pero sabía que con ellas podía salvar una vida en más de un sentido, así que Amaris cerró los ojos e intentó dormir, utilizando ese simple tacto como un ancla con ese mundo.
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El mercado de los gitanos era famoso, tanto por los artefactos que vendían, si eran mágicos o no a Gabriel no le importaban. Lo que realmente necesitaba era información.
Deseaba saber si alguno de ellos conocía a los hijos del Este y si habían visto a alguno de ellos entre esas calles y carpas interminables.
Adam estaba caminando a su lado, el semblante aburrido del guerrero le hizo saber lo suficiente sobre esas guardias que estaban obligados a hacer. Por detrás de ellos se movían tres hombres de confianza del capitán de la guardia.
― ¿Has visto algo extraño?― preguntó Gabriel a Adam.
El joven lo miró de soslayo, como si no quisiera hacer notar que hablaba con él, tanto por los guardias como por los gitanos.
―Esperaba ver camellos― explicó Adam―. Aunque creo que hay algunos gitanos aquí que huelen igual.
Por lo menos su pupilo estaba de más o menos buen humor, lo necesitaba así.
―Creo que a los guardias les interesaría aprender los juegos de apuestas con los gitanos― murmuró Gabriel.
Adam le dio una mirada significativa y asintió casi imperceptiblemente. Por eso había elegido llevarlo a él y no a Abel. Necesitaba una distracción que no implicara derramamiento de sangre.
― ¡Pero que veo!― exclamó su pupilo con fingida alegría y se acercó uno de los puestos de los gitanos― ¡Dados! ¡Me encantan los dados!
Los guardias se acercaron a él mientras hablaba con el hombre a cargo del puesto, y Gabriel aprovechó para escabullirse tres tiendas hacia la derecha.
El lugar era simple, una fachada de madera con un par de ventanas. Las velas estaban colocadas por toda la pared, al lado de collares que lucían bastante costosos.
― ¿Puedo ayudar en algo?― preguntó el anciano detrás del mostrador.
Gabriel paseó sus ojos por el lugar, se dio cuenta de que había una puerta de madera detrás del mostrador de cristal, el cual debió haber costado una fortuna. Conocía pocos que pudieran hacer ese trabajo, eran hombres o casi hombres como habían decidido llamar a los enanos después de la guerra en la montaña de Fabros. Donde los enanos habían perdido ante un pacto entre hechiceros y brujas. Fueron esclavizados por años, hasta que el reino de las montañas los refugió, siendo protegidos por un rey justo, Gabriel no supo que sucedió con ellos después de la caída del rey, y ciertamente no tenía interés en saberlo. Era un tema delicado, ya que con la rebelión de los aquelarres, la magia les fue prohibida a los hechiceros, quienes astutamente formaron el archipiélago de los alquimistas. Y mucho antes de la caída del rey de las montañas, las brujas habían decidido desaparecer de los reinos Cardinales.
―Estoy buscando una joya― dijo Gabriel después de un momento―. No más grande que un botón.
― ¿Un anillo tal vez?― preguntó el hombre. Se dedicaba a la elaboración de las joyas para la realeza.
―No― murmuró el guerrero, conteniéndose para no gruñir o gritar―. Es más una piedra solitaria dentro de un metal inservible.
El anciano despegó sus viejos ojos de las gemas que observaba a través de sus lentes y miró al asesino.
―Tu búsqueda conlleva muchos peligros.
Gabriel se inclinó sobre el viejo.
―Eres el único a quien he preguntado― dijo en voz baja―. Podría agregar tu lengua a mi colección de partes inútiles de los soplones.
El joyero miró hacia la entrada de la tienda, para cerciorarse de que estaban solos. Le indicó con un gesto de la cabeza que lo siguiera, y Gabriel, colocando una mano en el cuchillo que descansaba en su cinturón, lo siguió a través de la puerta de madera al final de la tienda.
Juntos entraron, y ahí estaba un joven aprendiz, cortando pedazos de metales brillantes para adornarlos con gemas.
―Ve a la tienda― ordenó el viejo joyero.
El aprendiz obedeció refunfuñando, dejando en claro cuan molesto se encontraba, cerrando la puerta de un fuerte golpe.
El anciano se acercó a Gabriel, el guerrero tuvo unos preciosos momentos para observar el lugar, donde había libros, muchas velas, y el suelo... realmente era un milagro el pisar ese sitio sin provocar ruido, ya que se encontraba cubierto de los sobrantes de metales. Si él fuera el maestro de ese aprendiz, el taller estaría limpio.
El asesino miró a los ojos del joyero y se dio cuenta de que el hombre se estaba quedando ciego.
― ¿Has visto la llama de una vela apagada?― murmuró el viejo―. Podrás verla al escuchar la risa de quien no puede reír.
>> ¿Has sentido la calidez del frio? Podrás sentirlo al percibir el olor del perfume sin fragancia.
>>Y al saborear el beso de la muerte, conocerás el lugar de reposo del amanecer.
Gabriel frunció el ceño ante las palabras del hombre.
―Tus acertijos no me sirven― dijo con calma.
El joyero sonrió con cansancio.
―No es un acertijo―murmuró mientras limpiaba sus ojos con un pañuelo―. Es una canción del reino de las montañas. Y es todo lo que pude conseguir a lo largo de mi vida―. Se sentó sobre una silla de madera y suspiró―. Mi juventud desperdiciada en una absurda canción de cuna.
Tuvo la certeza de que el hombre no le mentía, incluso podría llegar a sentir lastima por él. Una búsqueda en la que miles de personas habían perdido la vida, una que había ocasionado guerras y desperdicios de vidas. Sin embargo, Gabriel necesitaba encontrarlas, muchos decían que era una leyenda, que no eran reales, pero él sabía que existían. No tenía idea de cómo eran o si realmente se trataba de joyas, quizá algún otro artefacto...
El guerrero caminó hacia la salida, mirando sobre su hombro comentó:
―Cuando encuentre algo, serás el primero en saberlo.
―Si no es mucho pedir... me gustaría ver la joya, si logras encontrarla.
Gabriel se llevó la mano al cinturón y apretó su vieja daga, aquella que ya encajaba perfecto en su mano después de tantos años.
―Lo harás― dijo y salió del lugar.
Se detuvo cuando estuvo algunos pasos lejos de la tienda. Recargado sobre un pilar se encontraba Adam, jugando con aquel cuchillo pequeño que siempre cargaba.
― ¿Qué tal la visita?― preguntó su pupilo―. Estoy casi seguro de que la única dama en tu vida a la que puedes ofrecer una joya es Taisha, y ella la lanzaría a tu cabeza.
Gabriel le dio una mirada y continuó caminando, Adam lo siguió.
― ¿Qué pasó con los guardias?― preguntó el maestro.
Adam sonrió con suficiencia e hizo un gesto con la cabeza para señalar los puestos de los gitanos.
―Descubrieron que los juegos de dados pueden ser peligrosos si apuestas demasiado― explicó.
―Bien― dijo Gabriel y asintió, sabía que Adam era bueno con esas cosas, y se odiaba por lo que estaba a punto de hacer―. Necesito que camines conmigo.
Su pupilo lo siguió sin preguntar, pero frunció el ceño. Entendía su confusión ya que Gabriel, en su condición de guerrero, nunca pedía nada, siempre lo exigía y ordenaba. Sin embargo, el solicitar que su alumno lo acompañara, era un favor.
Caminaron por las adoquinadas calles del mercado, los gritos de los vendedores se perdían entre ellos, ofreciendo comida, telas, especias traídas desde el otro lado del mar, probablemente más allá del reino del sur. Frutos que Gabriel nunca había visto en el reino.
Llevó a Adam hasta la última carpa, detrás de esta se encontraba un callejón al que ni siquiera vigilaban, ya que los asesinos habían llegado a un acuerdo con el dueño de los burdeles y tabernas de ese sitio. La élite iba a ese lugar simplemente a beber o a buscar información, en ocasiones ambas cosas.
Lo llamaban el Callejón del olvido. La ultima taberna colindaba con los bosques, y eran pocos los que se atrevían a atravesar ese lugar, aunque era la entrada favorita de sus hombres, de esa manera no levantaban sospechas y rumores entre las personas del reino.
Hizo que Adam lo siguiera hasta la parte de atrás de la última taberna. Ahí donde estaban refugiados por los arboles del bosque, y si algo los escuchaba hablar, no habría a quien le interesara esa información más que al Ser.
― ¿Qué quieres?― preguntó Adam con petulancia, quizá presintiendo que era algo que no le iba a gustar.
― ¿Has visto la llama de una vela apagada?― preguntó Gabriel.
Y supo que no haría falta decir más. Las facciones de Adam se llenaron de ira, para luego ser cubiertas por una máscara de indiferencia y un par de ojos verdes más fríos que las mañanas de invierno.
―Es una canción para niños― espetó―. Y es todo lo que necesitas saber.
―No, no lo es todo― gruñó Gabriel, a punto de advertirle que cuidara su tono―. Hay más y lo sabes.
―Es una maldita canción― replicó con enfado, haciéndole saber que le importaba un comino si recibía algún castigo.
Gabriel se llevó la mano a la frente y la frotó un par de veces. Esta no iba a ser una conversación agradable.
―Hay una profecía, acerca del poder de los Oráculos.
La única señal de que Adam lo estaba escuchando fue el encogimiento de hombros del guerrero, no era un movimiento de indiferencia, se dio cuenta Gabriel, era un reflejo de protección.
―Los textos antiguos dicen que suelen tener visiones al ser jóvenes sin preparación, pero durante la era de los Guardianes se crearon joyas para ayudar a los Oráculos a controlar su poder.
―Son elementos― corrigió Adam sin quitar la máscara de frialdad de su rostro―. La profecía dice que son elementos del destino, no joyas.
Gabriel cerró los ojos. Se odiaba por tener que arrastrar a su pupilo a eso, pero lo necesitaba, no había nadie más del reino de las montañas a quien pudiera preguntar.
―Y son siete― continuó Adam hablando como si fuera un espectro―. Siete elementos del destino. Igual a los siete Oráculos que se alzaron durante la era de los Guardianes― el guerrero tomó una respiración profunda―. En el reino de las montañas no era una profecía, era una historia que contaban los ancianos en cada pueblo.
―Deben ser joyas, o algo de cristal. Tiene que ser algo que se pueda tocar, ya que los elementos no pueden ser manipulados sin magia― dijo el maestro.
― ¿Por qué ahora?― inquirió Adam, el enojo volviendo a su rostro, estaba apretando los puños, como si se contuviera para no golpearlo, Gabriel entendería si lo hiciera―. Juraste no hablar del reino de las montañas. Me prometiste sobre aquello que era más valioso para ti que nunca harías preguntas.
Gabriel apretó los labios y levantó la barbilla, desafiando a Adam con la mirada a que lo golpeara. Se lo merecía.
―Necesito respuestas― fue todo lo que pudo decir.
La risa amarga de Adam lo hizo sentir miserable.
― ¿Por qué no preguntarle a Abel? ¡Los dioses saben que estamos igual de jodidos!
―Sabes que Abel perderá el control si recuerda demasiado.
Adam apretó la mandíbula y se enfrentó a Gabriel, apretando los puños, los cuales temblaban por la ira reprimida.
―Tal vez lo mejor sea no recordar― espetó y le dio la espalda.
No quiso detener a su pupilo mientras este caminaba en dirección a la taberna de Gaia. Sin duda esperando encontrar problemas que pudiera resolver peleando.
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