CAPITULO 25.-
Dwyer estaba sentada en una de las bancas que se encontraba en el interior de los jardines. Estaba casi en la oscuridad.
Una gran parte de ella quería estar en el festival, poder ver a los gitanos, y todas esas velas que eran de diferentes colores y su luz brillaba de forma mágica... Por lo menos acercarse hasta los músicos ¿Y por qué no? Bailar alguna pieza con un elegante caballero.
Suspiró con pesadez. Ella no podía hacer eso porque había personas del pueblo, y ellos pensaban que era una bruja, y no desaprovecharían cualquier oportunidad para acusarla de nuevo y llevarla a la guillotina.
Se dio cuenta de que uno de los gitanos la miraba, y ella simplemente bajó la cabeza, esperando por...
― ¡Hey tú!― gritó Campana, saliendo de entre los arbustos, el lugar que había elegido para vigilar a Dwyer― ¿Qué estás viendo?
El gitano simplemente movió la cabeza en señal negativa y se marchó a su carpa.
Dwyer se preguntó si todas esas personas pensaban que Campana era su hijo. No la sorprendería que lo hicieran.
El chico repitió el ejercicio con tres hombres más, y volvió satisfecho a su arbusto.
― ¿Por qué no vas a buscarnos algo de comer?― preguntó Dwyer, sintiéndose tonta por hablar con un montón de plantas.
― ¿Y quién va a cuidarte?― replicó Campana.
―Puedo cuidarme sola, señor guardián. Además, estoy hambrienta. Y tú tienes que ver el festival. No vas a perderte de una fiesta así solo por cuidarme.
Campana se incorporó, y la miró por unos segundos.
―Me quedaré en las carpas más cercanas, para poder vigilarte.
Dwyer negó y sonrió para él.
―No tienes remedio.
Vio a Campana entrar en la carpa donde vendían aquellos panecillos que tanto le gustaban.
La joven suspiró con aburrimiento. Se había quedado de nuevo sola, en ese vestido blanco que hacía juego con el de Amaris, con el cabello rojo trenzado. Se preguntó si lo mejor sería volver a las habitaciones y ver como se encontraba la señorita Amaris...
Algo cayó sobre sus piernas, una pequeña roca del jardín sobresaliendo en su vestido blanco. Dwyer frunció el ceño.
Otra roca cayó casi en el mismo sitio.
Miró hacia atrás, donde se encontraban las fuentes, y el jardín en oscuridad. Un par de ojos verdes brillaban, iguales a los de un gato.
Adam dio un paso al frente, y le hizo una señal con la cabeza para que lo acompañara. Dwyer le indicó la carpa en la que se encontraba Campana. El guerrero frunció el ceño y volvió a la oscuridad de los jardines.
Ella comenzó a ponerse de pie, para volver a las habitaciones, cuando uno de los escupe fuego lanzó una llamarada en dirección a las carpas. Dwyer se alarmó y estuvo a punto de correr para buscar a Campana, cuando sintió una mano sobre su brazo, tiraron de ella en dirección a la oscuridad de los jardines.
―Fue una buena distracción ¿No?― preguntó Adam en su oído.
Estaban detrás de los gruesos troncos de los árboles.
Dwyer giró para hacerle frente, y lo encontró sumamente cerca de ella.
―Campana...
Adam negó.
―Nadie salió lastimado, lo juro. Pero necesitaba algo para distraer a tu pequeño guardián.
― ¿Y quemar el festival fue lo mejor que se te ocurrió?
El guerrero se encogió de hombros.
―Pudo haber sido peor. No fue nada que no pudieran controlar.
Dwyer sonrió.
―Estas completamente loco.
―Puedo comprobar― dijo Adam, colocando un mechón de cabello de Dwyer detrás de la oreja de la joven―. Que estas más loca que yo.
Ella se cruzó de brazos.
― ¿Y cómo piensas hacerlo?
Él se inclinó y la tomó de la mano.
―Porque tienes la opción de no seguirme justo en este momento― respondió, dando un tirón a la mano de la joven.
Y Dwyer pudo comprobar que en efecto, su locura era más grande.
Caminaron hasta internarse en aquella parte de los jardines que casi colindaba con el bosque, pero se detuvieron antes de llegar a la torre de los asesinos. Donde había antorchas que le permitían observar bien en qué lugar se encontraban. Era uno de los jardines abandonados.
Adam giró sobre sus talones y la miró. Él llevaba un atuendo bastante elegante.
―Luces como...―"Un príncipe" estuvo a punto de decir, Dwyer, pero se retractó―. Un caballero de la corte.
Él sonrió con picardía y levantó las manos para señalar su atuendo.
―Incluso los guerreros tenemos vestimenta de gala. Imagina como serían las fiestas del Palacio con un montón de guerreros sudados y vestidos de cuero...
―Nada interesante para atraer damas, me imagino― respondió Dwyer con diversión.
El guerrero sacó algo de uno de los bolsillos del traje y lo sostuvo para ella. Se trataba de un collar de plata, que brillaba a la luz de las antorchas.
―Se lo compré a una gitana― explicó él―. Puedes abrirlo, y guardar cosas en el interior... No es mucho, y estoy seguro de que pagué de más por él, ya que aseguraba que era mágico...
Sacudió la cabeza y le entregó el collar a Dwyer. Ella lo colocó sobre su cuello y lo observó bien. Se trataba de un relicario de plata, con un rubí al frente del collar.
―Es rojo― señaló ella con una sonrisa―. El color de las brujas.
―Pensé que sería interesante, porque es el color de tu cabello, pero podemos volver a la carpa y pedir que lo cambien por otra joya.
― ¡No!― exclamó la joven con diversión―. Me gusta el color, eso les dará algo de qué hablar cada vez que me vean con el collar puesto.
Cayó una clase de silencio sobre ellos, pero no era algo incómodo, se dio cuenta, era algo más... sencillo que la magia.
Adam se separó un par de pasos de ella, y haciendo una ligera reverencia tomó la mano de Dwyer y depositó un beso en el dorso.
― ¿Me permites esta pieza, pequeña bruja?― preguntó al levantar la cabeza.
Dwyer miró hacia atrás, donde el festival continuaba, porque la música llegaba hasta donde estaban. Sacudió la cabeza ¿A qué demonios estaban jugando? Pero esa noche se lo podía permitir, porque hasta hace poco, había pensado que era magia.
―Será un honor― respondió e hizo otra reverencia. El relicario colgando desde su pecho hacia el suelo.
Adam se acercó, colocando sus manos juntas a la altura de sus hombros. Y siguiendo la música se dejaron llevar. Girando, completando los pasos del otro, pareciendo un par de amantes solitarios en medio de la oscuridad.
Ella desechó ese pensamiento en medio de un giro. No eran amantes, ni siquiera eran amigos. Simplemente no sabía lo que eran. Pero ambos protegían a Amaris.
Dwyer se detuvo al terminar la canción, sin soltar las manos del guerrero lo miró a los ojos.
―Debo volver al palacio, y asegurarme de que Amaris se encuentra bien.
―Abel está cuidando de ella. No puede estar en mejores manos.
―De acuerdo― murmuró ella.
Pudo percibir como el guerrero se acercaba más, y Dwyer no se retiró. Él colocó una mano sobre su mejilla.
―No quería que te mataran― susurró para ella, sus palabras perdiéndose en el silencio de los jardines, mientras otra canción comenzaba―. Cuando Abel te rescató aquel día en la guillotina...
―Ah, eso― musitó Dwyer.
―Sí, eso― respondió Adam con el ceño fruncido, acariciando la mejilla de la joven―. Al principio no era nada, pero te admiré por ser valiente aun cuando te llevaban a la muerte.
―No es algo que me guste recordar...
―Pero― interrumpió Adam, colocando los dedos sobre sus labios, Dwyer se dio cuenta de que a pesar de las cicatrices en sus manos, el toque era suave―. Te seguí aquella noche... porque sentía curiosidad, porque pensé que tal vez tenías algún amante en el pueblo... y me hubiera gustado saber si él era mejor que yo.
>>Y cuando vi que te seguían, cuando escuché todas las cosas sucias que hablaban sobre ti... tuve que controlarme para no matarlos antes de que fuera el tiempo correcto. Y cada vez que alguien te mira de esa forma, como si fueras un trozo de carne... quisiera sacar sus ojos...
Adam retrocedió y la soltó, pasándose las manos por el cabello rubio.
―Gabriel me dijo que no me preocupara por ti― dijo Dwyer cuando otra canción comenzó.
El guerrero la miró con atención.
―Gabriel tiene razón.
Ella avanzó hacia él, y para su sorpresa, Adam no se retiró cuando Dwyer tocó su rostro, al contrario, el guerrero se recargó sobre su mano, cerrando los ojos, como si pudiera sentir el roce de su mano por siempre.
―Entonces ¿Por qué estamos aquí?
Adam se acercó más, juntando sus frentes, ella podía sentir su respiración, y el calor de su cuerpo.
―No soy bueno para ti, pequeña bruja.
Dwyer sintió su aliento rozar sus labios ante cada palabra.
―Soy yo la que decide lo que es bueno para mí.
El guerrero abrió los ojos y le regaló una mirada divertida.
Ella recordaba todos los rumores que había escuchado sobre él. Sobre cómo se metía con las esclavas de las tabernas y luego nadie volvía a saber nada de ellas. También había escuchado sobre la sonrisa de Nyx. Sobre el sadismo y la frialdad que lo caracterizaban, a él y a su hermano.
―Siempre encuentras el modo de usar mis propias palabras en mi contra― susurró Adam y Dwyer estaba segura de que recibiría un beso...
― ¡AJA!― exclamó Campana y ella empujó a Adam― ¡Con que aquí estaban! ¡Las carpas se estaban quemando!
Adam se pasó una mano por la cara y le dio una mirada molesta al chico.
―Será mejor volver con Amaris― dijo Dwyer. Como si los últimos momentos no hubieran existido. Algo en su semblante o en su voz, hizo que Campana la observara con detenimiento.
― ¿Te estaba molestando?― preguntó el chico con alarma en la voz― ¡Ya está! ¡En Guardia!― gritó y alzó los puños en dirección a Adam.
El guerrero sonrió con diversión y desesperación.
―Todo en tu guardia está mal― dijo y avanzó hacia el muchacho―. Para empezar ¿Qué te pasa en las piernas? ¿Te las aplastaron los caballos? Están torcidas, cualquiera podría derribarte. Segundo, si cierras los puños de esa manera lo único que vas a lograr será romperte el pulgar. Y tercero ¿Qué demonios estás protegiendo? ¿El aire? Debes proteger la cara y el corazón.
Adam ayudó a Campana a formar su guardia de la manera correcta y Dwyer sonrió.
No era posible que los rumores sobre el guerrero fueran verdad.
No cuando la había salvado dos veces.
No cuando había dado castigo a sus captores.
No cuando había ofrecido refugio a sus niños.
No cuando enseñaba a Campana con toda la paciencia que podía.
Los rumores no eran ciertos, se dijo Dwyer apretando el relicario fuerte en su mano, porque ¿Hasta qué punto un buen hombre podía ser juzgado como asesino?
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Amaris se encontraba encerrada en sus habitaciones, con un libro sobre las piernas, sentada frente a la ventana abierta, escuchando la música del festival. Respiró pesadamente y dejó caer los hombros. Le gustaría tanto estar afuera...
Pero antes del inicio del festival la familia real se había retirado, y ella fue obligada a marcharse con ellos al interior del palacio, donde podía ver las luces, los colores, y percibir los olores, desde la seguridad de sus habitaciones.
Escuchó como la guardia cambiaba a los terceros en vigilar esa noche. Estaba casi segura de que los habían puesto ahí para que ella no saliera.
Reuniendo coraje se puso de pie, y caminó hasta la puerta, la abrió de un tirón y se quedó pasmada. No sabía que Abel formaba parte de su guardia.
El guerrero estaba de pie al lado de la puerta, tan quieto que parecía una estatua.
― ¿Puedo ayudarte en algo?― preguntó inmutable.
―No― dijo Amaris y estuvo a punto de cerrar la puerta, pero retrocedió―. De hecho si, y me gustaría que observaras el festival conmigo.
Abel frunció el ceño.
―No debo abandonar la guardia.
―Puedes cuidarme mejor desde el interior― replicó Amaris―. Porque ¿Quién se dará cuenta si intento salir por la ventana?
―No harías tal cosa― dijo el guerrero al tiempo que giraba la cabeza para mirarla.
―Ya estoy atando las sabanas para formar una fuerte cuerda.
Él negó un par de veces y la acompañó al interior. Cerró la puerta a su espalda y se quedó muy quieto, recargado en la pared.
Amaris se sentó de nuevo sobre la alfombra frente a la ventana y abrió el libro donde lo había dejado.
―Sabes que hay muchos lugares para sentarse...
―Estoy bien así― refutó Abel.
La joven se encogió de hombros y continuó con la lectura.
Era una historia interesante, sobre una vieja aldea, a la que solamente los más aptos podían encontrar el camino. Eran personas inteligentes, eruditas. No importaba si eran hombres o mujeres, pues al entrar en la aldea y pedir ser adiestrado en las artes de la alquimia e historia, perdían su derecho natural. Ellos se convertían en instrumentos de los dioses para salvaguardar la información...
Amaris dejó de prestar atención al sentir un hormigueo en la espalda, giró para saber que sucedía y encontró la mirada de Abel sobre ella. Pudo preguntar cualquier cosa o hacer algún comentario, pero simplemente sonrió para él.
El guerrero sacudió la cabeza y desvió la mirada, como si no se hubiera dado cuenta de que la observaba.
Ella suspiró, y trató de volver a su lectura, pero en el festival, había comenzado el espectáculo de los lanza llamas.
Eran tres hombres, y danzaban alrededor de una gran fogata...
― ¡Con un demonio!― exclamó Abel.
Amaris dejó de ver a los lanza llamas y dirigió su atención al guerrero, quien caminaba por la habitación en búsqueda de algo. Cuando lo encontró se dirigió a Amaris.
―Ponte esto― ordenó Abel, entregándole una capa de color negro y un par de botas sucias.
―Estas cosas son de Dwyer― dijo al tomarlas.
―Y a ella no le importará que las uses.
La joven se encogió de hombros, se puso las botas y abrochó la capa. Abel la ayudó a colocarse la capucha para ocultar su cabello blanco.
El guerrero la guío hasta la puerta, y antes de abrirla la miró detenidamente.
―Nadie debe saber quién eres, si tratan de hablar contigo quiero que finjas ser sorda...
―Eso es mentir...
―...Y si te sientes en peligro debes decírmelo inmediatamente― continuó él sin hacer caso de la interrupción.
― ¿Que haremos?― preguntó Amaris con diversión.
Abel negó con la cabeza, como si se preguntara si eso era una muy mala idea, seguramente lo era.
―Vamos al festival― respondió abriendo la puerta.
Amaris no sabía hacia dónde dirigir su atención, había gitanos, bailarines, vendedores de alimentos, algunos parecían borrachos por el vino, había colores y telas... Y estaban los escupe fuego. Corrió en dirección a ellos, y pudo escuchar como Abel lanzaba una maldición.
El guerrero se apresuró detrás de ella. Ambos se detuvieron justo donde se formaba el circulo para observar el espectáculo.
Eran tres hombres jóvenes, y el entretenimiento comenzaba como si fueran a pelear entre ellos, uno se alejaba y comenzaba a lanzar fuego desde su boca.
Otro encendía dos antorchas ya las giraba entre sus manos, haciendo círculos en el aire, lanzándolos y atrapándolos.
Y el tercero, Amaris no podía apartar la mirada. Era el más viejo de los tres, llevaba una vara larga y delgada, y el fuego la cubrió por completo. El hombre la lanzó al aire, formando círculos con ella, y las flamas se quedaban en esa forma, sobre el suelo y en el aire, hasta que caían y se apagaban en pequeños montones de madera.
Amaris se preguntó muchas cosas en esos momentos.
―Es magia― susurró ella.
―Son solo trucos― respondió Abel.
Ella levantó la cabeza para lograr verlo, pero él empujó la capucha de Amaris de nuevo hacia abajo.
―No dejes que vean tu rostro.
La joven asintió.
Juntos caminaron hacia los puestos de comida, donde la encargada, amablemente les obsequió un par de panecillos.
Amaris se detuvo para lamer los restos de dulce de sus dedos. Abel a su lado reprimió una risa por tal acto, como si no conociera muchas personas que tuvieran esa clase de comportamientos.
Ella se dio cuenta de que otra canción acompañada de violines estaba comenzando.
―Todos los bailarines se ven felices― dijo con emoción.
―Están llenos de vino y de comida. Claro que actúan felices― replicó Abel. Él no parecía muy feliz de estar ahí.
― ¿Puedes bailar?― preguntó Amaris mirándolo.
― ¿Poder?― contestó él, con casi una sonrisa formándose en sus labios―. La pregunta correcta es ¿Quieres bailar? Y no, no quiero.
Amaris negó.
―La pregunta correcta es poder― aclaró ella―. Yo no puedo bailar porque no sé cómo hacerlo.
El guerrero pareció sorprendido, y solo pudo murmurar un par de palabras indescifrables.
―Pero no puede ser difícil― dijo Amaris y dio la espalda a los bailarines para caminar en dirección a uno de los jardines del castillo.
Podía sentir como Abel la seguía de cerca. A ella le gustaría que el guerrero la escoltara solo porque disfrutaba de su compañía, y no porque era su deber hacerlo.
Deseaba no ser lo que era y de esa forma no estar en peligro. Ansiaba en su alma el poder haber nacido y crecido en un hogar normal y no tener idea de la existencia de los Seres y de todas las criaturas que en el bosque habitaban.
Llegaron al interior del jardín, donde Abel se recargó sobre uno de los árboles y miró en dirección al festival. Tenía un semblante bastante aburrido, como si quisiera marcharse pronto.
Amaris decidió no hacer caso de ese detalle, porque pensar que al guerrero le causaba aburrimiento su compañía, la hacía sentir como si fuera pequeña.
La joven cerró los ojos y se dejó llevar por la música, dando vueltas sobre el césped, abriendo los brazos, dando vueltas y saltos, sabiendo que tal vez lucia ridícula a los ojos de los demás, pero no le importaban sus extraños intentos por bailar. Nadie le había enseñado a hacerlo.
Las risas del guerrero la hicieron abrir los ojos y detenerse. Él se alejó del árbol en el que descansaba para acercarse a ella. Amaris se sorprendió de ver su sonrisa en la oscuridad, pues él no sonreía de esa forma, ni reía abiertamente. En el corto tiempo que tenia de conocerlo, nunca lo había visto reír de esa manera.
―Así no funciona― dijo Abel. Tomó una de las manos de Amaris y la sostuvo en alto―. Los bailes son algo más delicados, pero lo que hiciste hace un momento parecía divertido.
El guerrero dio un paso adelante, y de esa forma estuvieron tan cerca como aquella noche en la entrada al palacio, cuando Amaris le ofreció su capa.
―A veces simplemente tienes que esperar el comienzo de la música― explicó Abel y dio un paso hacia atrás. Amaris comprendió que debía imitar esos pasos.
Juntos comenzaron a mecerse en la oscuridad, siguiendo los movimientos del otro como si lo hubieran hecho por toda una vida.
―Parece un poco al modo en el que Taisha pelea― susurró Amaris.
Abel se detuvo, pero no se apartó.
―Ella no es muy fuerte, al menos de del mismo modo que los otros guerreros. Llevó instrucción de baile en la casa de sus padres cuando era niña, pero en el momento en el que se volvió una guerrera... Gabriel tuvo que encontrar la forma de hacerla fuerte con algo que ya conocía. Y lo hizo.
―Conoces mucho sobre ella― murmuró la joven y se apartó
―Es mi amiga.
Amaris sonrió y comenzó a caminar en dirección al festival, hacia las carpas de los gitanos. No quería que Abel viera el semblante de su rostro, ese que reflejaba su decepción, no porque él fuera amigo de Taisha, sino porque Amaris nunca llegaría a esa clase de amistad y entendimiento con alguien, pues no era igual a los demás.
Sintió una mano sobre su hombro que la hizo detenerse, miró hacia atrás para encontrar al guerrero.
―Quiero que esperes aquí― ordenó Abel y entró en una de las carpas.
Ella se quedó de pie frente a una carpa color verde con bordes dorados, la entrada se encontraba abierta en una invitación para entrar.
Amaris dejó que la curiosidad la guiara, y avanzó al interior de la carpa, haciendo a un lado las cuentas colgadas en la entrada. El interior era oscuro, excepto por un par de velas colocadas sobre mesas alrededor de la carpa, en el centro se encontraba una mujer, su piel era de un hermoso color caoba, su ropa era curiosa, una falda en tonos naranjas con cuentas que sonaban cada vez que se movía, y la parte de arriba de un corsé, en tonos más oscuros.
― ¿Puede una humilde gitana ayudar en algo?― preguntó con tranquilidad.
―Yo... vi la puerta abierta.
La mujer sonrió, y levantó los ojos en dirección a Amaris. Eran de un apagado color gris, esa misteriosa mujer no podía ver. Eso hizo que la joven se preguntara que tan horrible sería no poder conocer los colores o las formas de lo que la rodeaba.
―Hay un lugar en mi mesa para ti, querida.
Avanzó hasta la mesa y se sentó frente a la mujer.
― ¿Puede Wennya leer tu mano?― preguntó, golpeando la mesa con sus dedos.
Amaris se encogió de hombros y exte4ndió su mano derecha sobre la superficie del mueble. La mujer la tomó bruscamente y pasó sus dedos sobre ella, al inicio de manera descuidada, después frunció el ceño y pareció concentrar el toque en las líneas.
―Es curioso― dijo Wennya al levantar la cabeza y soltar su mano―. Que no tengas una línea del destino.
Amaris comenzó a ponerse de pie, pero la mujer hizo lo mismo.
―Durante generaciones, en mi pueblo han hablado de aquellos que no cumplen con un destino, pues son ellos quien lo marcan ¿Acaso estoy frente a la descendiente de mi reina?
―No― murmuró Amaris, el miedo formando un nudo en su garganta―. No sé de qué hablas.
―Márchate ahora, querida niña. Y vuelve cuando las preguntas inunden tu alma, cuando no puedas encontrar las respuestas en los libros que tanto amas.
Amaris caminó en dirección a la puerta, preguntándose que significaban esas palabras.
― ¿Cómo puedo encontrarte? ¿Cuándo las preguntas lleguen?
―No soy yo quien debe ser encontrada.
Y la joven decidió que tan solo eran las palabras de una mujer sola y quizá un poco loca. Salió de la carpa y volvió al lugar donde Abel le había pedido que esperara.
El guerrero regresó, tal y como dijo que lo haría, llevaba algo entre las manos.
―Odio tratar con los gitanos― gruñó.
―Parecen agradables― dijo ella, tratando de fingir que el encuentro con Wennya no había sucedido.
―Debemos volver al palacio antes de que la realeza se percate de que no estas― comentó Abel, e hizo una señal para invitarla a caminar delante de él.
Pero Amaris no quería hacerlo, no quería sentirse escoltada, deseaba ser acompañada, así que tomó una respiración profunda y con un paso de valentía, tomó el brazo del guerrero, como veía que las jóvenes tomaban los brazos de sus acompañantes. Abel pareció sorprendido por el gesto, pero en lugar de retirarse, dobló su brazo para que el apoyo de la joven fuera más cómodo.
Juntos caminaron para alejarse de las carpas y del festival, iban en dirección al palacio, avanzando por los pasillos, justo antes de llegar a las escaleras que llevaban a las habitaciones de Amaris, Abel se detuvo.
―Pensé que lees demasiado― dijo con cierto tono de inseguridad en la voz―. Y que tal vez deseabas tener alguna forma de guardar toda esa información...
― ¿A qué viene eso?― preguntó Amaris con curiosidad.
―Te compré un libro― respondió el guerrero, extendiendo hacia Amaris el paquete que llevaba en una mano―. No es uno que puedas leer, es... un libro en blanco, para que puedas llevar notas, es más cómodo y fácil que los pergaminos.
Amaris tomó el obsequio, parecía frágil e interesante entre sus manos. Le encantaba.
La joven le regaló una sonrisa al guerrero, una que esperaba expresara gratitud, pues se había quedado sin palabras.
―Puedo traer pluma y tinta después, pero ahora debo escoltarte― dijo Abel, apuntando hacia las escaleras.
Amaris asintió, con más energía de la que debería, pero el regalo le había gustado. Comenzó a subir, con el guerrero siguiéndola, se dio cuenta de que ya no le molestaba si estaba detrás o a su lado, simplemente que se quedara con ella parecía suficiente.
Llegaron a sus habitaciones, y justo antes de entrar, Amaris reunió el coraje que le hacía falta para hablar.
―Desearía que no te alejaras― dijo con más firmeza de la que debería.
―No comprendo...
―La noche que te encontré en la entrada al castillo― interrumpió Amaris―. Sentí que me necesitabas. Y después simplemente te alejaste, como si no hubiera ocurrido. Desearía que no lo hicieras de nuevo. Porque esta noche acaba de suceder, y no quiero pensar que todo fue un sueño.
Abel frunció el ceño.
― ¿Pedirte que olvides es demasiado?
―Lo es todo.
El guerrero dio un paso al frente, Amaris creyó distinguir algo parecido a tristeza en lo que usualmente eran un par de fríos ojos azules. Pero él se inclinó, y en el mismo movimiento tomó la mano de la joven para depositar un ligero beso en ella.
―Prometo no alejarme― murmuró al incorporarse.
Amaris sintió las emociones danzar en su pecho, como si fueran aves en un vuelo tormentoso. Tragó saliva y aire, para encontrar un modo de calmar el palpitar fuerte en su pecho. Se inclinó con rapidez, antes de que Abel pudiera darse cuenta, Amaris besaba su cicatrizada mano.
Ella se incorporó y después de dedicar otra sonrisa entró en sus habitaciones, sintiéndose la persona más valiente en ese reino.
Esa noche, antes de conciliar el sueño, pasó su mano por las líneas de su palma, preguntándose qué tan capaz seria de formar su propio destino.
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