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CAPITULO 24.-

El vestido era azul. Largo, brillante, con listones en las mangas y en la parte de abajo. Cada vez que Amaris giraba, la voluminosa tela decidía atorarse en algún mueble. Dwyer tardó mucho tiempo en atar los listones de lo que llamaba corsé, Amaris no sabía lo que era realmente, pero no la dejaba respirar muy bien, solo lo suficiente.

Tomó impulso para levantar el peso del vestido, girando frente al espejo, viendo el reflejo, tratando de adivinar qué era lo que más le molestaba de eso. Si el vestido elegante pero estorboso, el peinado alto y raro, o los zapatos incomodos en los que estaba a punto de meter los pies. A ella le gustaba estar descalza.

―Lo odio― dijo al fin.

Dwyer ahogó una risa.

―Si no lo usas voy a enfadarme. Me saldrá una ampolla en el dedo por apretar esos listones.

Amaris giró para ver a su amiga.

―No odio el vestido― explicó―. No quiero asistir a la ceremonia. El vestido podría usarlo siempre.

―Siempre es demasiado tiempo― dijo Dwyer mientras se recargaba en la pared, observando su pulgar, donde juraba, aparecería una ampolla.

Trató de respirar profundo un par de veces, pero el corsé no ayudaba mucho.

Solo era una ceremonia, ya se lo habían explicado. Tendría que presentarse ante las personas del reino, para que sintieran protección, pero ¿Qué clase de protección podría darles ella? Hasta hacia unos meses, no sabía ni su propio nombre.

Amaris estaba a punto de arrancarse los broches que sostenían su cabello en alto sobre su cabeza, cuando alguien llamó a la puerta.

Dwyer dejó de observar sus dedos y caminó hacia la entrada, pasando a través de la habitación, hasta llegar a la pequeña sala que funcionaba para recibir visitas.

Únicamente los pasos de su amiga se escuchaban, a pesar de que la acompañaba otra persona. Amaris se había familiarizado con esa sensación, cada vez que uno de los hermanos llegaba a un lugar.

Amaris se quedó de pie frente al espejo, viendo el reflejo de Abel a su lado. Él llevaba puesto su atuendo de guerrero, en colores oscuros, era sencillez y misterio. Ella no pudo evitar recordar aquella noche en la que lo ayudó, cuando estaba cansado y herido. Cada vez que lo veía ese recuerdo regresaba. Pero él no parecía recordar mucho, o nada.

―Coná dijo que era un vestido ceremonial― explicó Amaris al sentir los ojos del guerrero sobre ella.

―Ciertamente lo es― respondió con un tono que ella nunca podía adivinar lo que quería decir en realidad.

Abel se acercó a ella, y Amaris giró para poder verlo de frente. El guerrero se detuvo a unos pasos de ella.

―Me parece― comenzó a hablar―. Que te sentirás más cómoda con tus propias ropas.

― ¿No es mi obligación llevar este atuendo?

Abel negó un par de veces.

― ¡Lo sabía!― exclamó Dwyer― ¡Las ampollas no valdrán la maldita pena!― Y refunfuñando se alejó en dirección a la salida de las habitaciones, quedándose en el recibidor.

―Lo único que es tu obligación, es llevar un obsequio para el rey― explicó Abel.

Amaris frunció el ceño ¿Qué podía ofrecerle ella a alguien que ya lo tenía todo?

Solamente era un festival, en el que incluirían una ceremonia para recibir las bendiciones de la Diosa. Presentándola ante todos, ante los Dioses... Ella no era lo que ellos creían. No era un Oráculo. Había leído sobre ellos, y todos en el castillo pensaban que lo era, pero no.

Ellos eran seres poderosos, inteligentes y fuertes. Y Amaris simplemente existía, en contra de todo lo que era natural en esa vida, ella estaba viva.

―No voy a darle nada― expresó.

Pudo jurar que vio sorpresa cruzar por el rostro del guerrero.

―Esto no se trata de un juego. Es una ceremonia que tiene más de cien años sin realizarse...

―No dije que fuera un juego.

Abel frunció el ceño, pasándose la mano por el oscuro cabello dio un paso lejos de ella.

―Yo... no tengo nada― Amaris tragó saliva―. Nada es realmente mío.

Bajó la cabeza y miró como retorcía sus manos, sintiéndose nerviosa ante su declaración.

―Y el rey lo tiene todo. Es uno de los hombres más poderosos de este mundo... y yo... yo solo tengo el aire que respiro. No hay algo que pueda ofrecerle, más que mi propia vida.

El guerrero detuvo su mano a medio camino de volver a pasarla por el cabello, y esta resbaló a lo largo de su nuca, para al fin dejarla caer a un costado. Se acercó a ella, lo suficiente para que Amaris viera el azul profundo de sus ojos, las pequeñas cicatrices en la cara y cuello. Él levantó su mano, y luego la retiró, como si tuviera miedo de tal movimiento. Amaris pudo percibir como Abel tomaba una respiración profunda, y con una lenta inclinación, retiró los broches que sostenían el cabello de la joven, dejando caer el liso cabello blanco sobre sus hombros. Ella levantó la mirada para encontrarse con los ojos de Abel.

― ¿Es mejor así?― susurró el guerrero.

―Puedo ofrecerle la piedra mágica de Adam― dijo Amaris.

―Es el bien más preciado de mi hermano.

―Si no fuera de esa manera, nunca lo ofrecería.

Abel soltó una ligera risa que logró hacerla sentir calidez.

Él levantó la mano y acomodó un mechón de cabello de la joven detrás de su oreja. El gesto fue sumamente cuidadoso, como si temiera dañarla, o tocar su piel.

El guerrero sacudió la cabeza y se retiró, volviendo a la realidad de todo.

―Avisaré a Dwyer para que te ayude a cambiarte. No es natural en ti llevar esa clase de atavíos― murmuró y le dio la espalda.

―Abel― llamó Amaris antes de que él llegara a la salida―. Gracias.

El guerrero asintió y antes de que pudiera alcanzar la puerta, esta se abrió de par en par.

― ¡Aléjate de la señorita!― exclamó Campana, el pequeño amigo de Dwyer, quien sostenía un cuchillo para mantequilla en la mano.

― ¿Quieres la revancha?― preguntó Abel con diversión.

Campana había llegado al castillo buscando a Dwyer, eso había pasado seis días atrás. Cuando Amaris lo conoció, lo quiso casi de inmediato. Era un niño divertido, valiente e inteligente. Y se había tomado como una tarea personal el mantener alejados a los hermanos de las habitaciones de Amaris. Tanto Adam como Abel debían pasar por él si querían entrar o acercarse a ellas.

Campana dio un giro, caminando en dirección a Amaris, mientras Abel se acercaba cada vez más a la salida. El guerrero metió la mano en el interior de una bolsa que colgaba de su cinturón y sostuvo una moneda de plata en alto. La giró un par de veces entre los dedos y sonrió.

―Es tuya si le entregas un mensaje a Gabriel― dijo con seguridad, como si supiera que el niño no se resistiría.

― ¿Qué mensaje?― preguntó Campana, guardando el cuchillo para mantequilla en el interior de su bota.

El día en que llegó, Dwyer primero lo reprendió, y después quiso enviarlo de vuelta con los demás, pero Campana amenazó con volver a escapar. Así que Adam habló con Gabriel para que le hicieran un espacio en la torre de los asesinos, y así el chico iba y venía a su antojo, llevando mensajes para los guerreros. Y parecía que lo hacía sentir feliz el ser de utilidad.

Amaris deseaba sentirse así. Ser útil para algo. Darle un sentido a su existencia.

―Te lo diré en el camino― dijo Abel, lanzando la moneda en dirección al muchacho.

Abandonaron juntos la habitación.

Ella simplemente giró, quedando de pie frente al espejo, deseando deshacerse de ese vestido, sintiendo la libertad de sus pies descalzos y la suavidad de su cabello rozarle los hombros.

Un momento después, entró Dwyer, sin decir palabra alguna, comenzó a quitar los listones del corsé.

―Lamento lo de tus ampollas― dijo Amaris.

Dwyer sonrió.

―Vivo para quejarme, no es tu culpa.

Podía ver el reflejo de su amiga en el espejo, Amaris levantó las piernas para terminar de sacar el vestido, luego colocó los brazos hacia arriba para que Dwyer le quitara el fondo.

― ¿Y yo?― preguntó mientras su amiga buscaba un vestido sencillo blanco en el baúl.

― ¿Qué pasa?― Dwyer la miró por encima del hombro, mientras sus manos seguían revolviendo el contenido del cofre.

― ¿Yo para que vivo?

Dwyer detuvo su búsqueda y se puso de pie para caminar en dirección a Amaris. Extendió un vestido blanco y sencillo frente a ella. De algún modo que la albina no podía explicar, sus ojos se encontraron con los de la pelirroja, era parte de la magia de Dwyer, supuso.

―Lo sabrán si sigues viva― explicó con un cálido gesto que solo ella sabía ofrecer― ¿Cómo te sientes?

―Estoy vacilante.

―Completamente natural.

―Y hay un hueco en mi pecho― dijo Amaris, señalando el sitio donde sentía el malestar―. No me deja respirar, pensé que era por el corsé, pero ahora...

Dwyer soltó el vestido sobre la cama y buscó de nuevo los ojos de Amaris.

―Nunca volverás a usar un corsé. Mis ampollas y yo nos encargaremos de eso― bromeó y Amaris no pudo evitar sonreír―. En cuanto a ese sentimiento... Será mejor que te acostumbres.

― ¿Qué significa?

―Es miedo ― explicó Dwyer―. Y significa que estas viva.

Unas horas más tarde, su amiga se retiró a buscar un atuendo para ella, algo que combinara con el vestido de Amaris, ya que en la corte era conocida por ser su dama personal.

Amaris admiraba la capacidad que tenía Dwyer de encontrar las palabras que ella necesitaba escuchar. Darle nombre a las cosas sobre las cuales sentía curiosidad sin necesidad de preguntar.

Tomó una respiración profunda, apretó los dedos de los pies sobre las gruesas pieles en el suelo de la entrada, miró su vestido blanco una última vez y abrió la puerta. Los guardias no estaban. En su lugar se encontraba Gabriel, el líder de la elite de los asesinos. Mantenía la espalda recta y sus ojos profundos se concentraron en Amaris.

―Espero ya se encuentre dispuesta― dijo con tranquilidad pero firmeza.

―Yo... no estoy del todo segura.

Gabriel dio un par de pasos, hasta detenerse frente a la joven. Él sacó algo de su cinturón de armas y lo colocó sobre las manos de Amaris.

―Mis guerreros harán lo que sea para protegerla, pero si las cosas se salen de control, no serán suficientes. La Guardia protegerá a la familia real, no cuente con ellos. El pueblo se encuentra hambriento y enojado. Haga lo que le indiquen y continúe andando. Una vez que comience el festival no se separe de Adam y Abel ¿Está claro?

Ella apretó fuerte el objeto que Gabriel le dio y asintió.

El líder de los asesinos inclinó la cabeza en su dirección y comenzó a caminar a lo largo del pasillo, Amaris casi tenía que correr detrás de él para poder seguir sus pasos.

Vio aquel objeto que le entregó. Se trataba de una especie de daga, pero esta tenía huecos, como si con el pasar de los años se hubiera amoldado a la mano que la empuñaba. La acercó más a sus ojos, para observarla mejor, no eran los huecos de una mano o de los dedos. Se trataba de pequeños orificios, como los de la joyería, como si antes hubiese tenido alguna especie de piedra incrustada.

Quizás era eso.

―Es una linda daga― dijo Amaris al sentir el tenso silencio.

Gabriel siguió caminando sin responder.

―Hay una sutil diferencia entre parecer una persona inútil y serlo― dijo el guerrero después de un momento, cuando avanzaban por un pasillo vacío. Como si él hubiera esperado el momento en el que no hubiera oídos curiosos―. Eres una persona inteligente, me atrevo a especular que aún no conocemos todo tu potencial. Pero al ser eso, necesitaras protección, y mis guerreros no siempre serán suficiente.

―Ellos son muy fuertes...

―Lo sé― murmuró Gabriel, con una emoción en la voz que Amaris no supo reconocer.

Amaris se tragó el nudo en su garganta y continuó caminando. Gabriel se apartó de ella cuando llegaron al final del pasillo, donde comenzaba un camino forrado de pétalos de diferentes flores, pétalos amarillos, rosas, rojos... Ella frunció el ceño.

Al frente estaban los guerreros, dejando un hueco para que ella avanzara. Los pies de Amaris se quedaron clavados al suelo. Al final de aquel camino de flores se encontraba el rey, acompañado de su esposa y de toda la familia real, todos ellos formando un grupo detrás del monarca. Y alrededor del camino había personas del pueblo, algunas de ellas eran de los que estaban en la plaza cuando querían ejecutar a...

― ¿Dónde está Dwyer?― se escuchó preguntar en medio de su nerviosismo.

Los hermanos guerreros intercambiaron una mirada.

―Me temo que está entre la multitud, con Campana― explicó Abel.

Amaris retrocedió, colocando las manos al frente, deseando sacar la daga de entre los pliegues de su vestido.

―No entraré ahí sin Dwyer.

Abel avanzó hacia ella, mientras que Adam parecía fastidiado. Ella comenzó a negar. Y otra persona rompió la fila. Taisha se acercó hasta ella, empujando a Abel a un lado. La guerrera se detuvo frente a Amaris, y tomó el rostro de la joven entre sus dos manos. Los profundos ojos oscuros indagaron en ella.

―Es normal estar asustada― murmuró Taisha, lo suficientemente bajo para que fuera una conversación entre ellas, a pesar de la multitud y del silencio en el pasillo―. Lo que no es normal, es mostrar que tan asustada estas ¿De acuerdo?

Amaris asintió lentamente.

Taisha sonrió y la obligó a levantar la barbilla con la fuerza de sus manos.

―Tan solo míralos, incluso la realeza está fastidiada de estar aquí. Y el pueblo está más asustado que tu― la guerrera soltó su rostro y sonrió―. Estaremos contigo en todo momento.

Y como si fueran uno solo, todos los asesinos de elite asintieron.

Un simple gesto que hizo a Amaris llenarse de un falso valor. Pero ¿Quién se atrevería a ir en contra de todos ellos?

Respiró profundo y comenzó a caminar, con los guerreros formando un medio circulo detrás de ella.

Había personas a su alrededor, Amaris pensó que si formaban un aro, sería un encierro eterno. A pesar del miedo, ella avanzó un paso, todas las miradas esperando que hiciera algo, que actuara de alguna manera. Luciendo así de pequeña, en su vestido blanco y sus pies descalzos.

Recordó las palabras que Abel había intercambiado con ella. Él había dicho que Amaris debía caminar por la línea del centro formada por los pétalos. Y que tenía que darle un obsequio al rey, pero ¿Qué iba a ofrecerle? ¿Sus servicios? ¿Qué sabía hacer ella? Solamente llevaba con ella ese vestido y la daga de Gabriel... ¿Por qué pensar en la daga? ¿Qué podía darle al rey? ¿Un cuchillo? ¿Una muerte rápida?

Como si ella fuera capaz de matar a alguien.

Nunca se había sentido tan expuesta.

Respiró profundo y avanzó, esta vez sus pasos fueron más rápidos y en mayor cantidad.

Los guerreros estaban sumamente quietos y tranquilos a su espalda, como si las amenazas del reino no fueran nada. Como si las guerras no existieran.

Supuso que para todos los presentes la violencia en ese mundo no importaba.

Si la vida de Amaris terminaba, sería el fin de los Oráculos, quizá eso fuera lo mejor. Poner fin a una era de magia y comenzar con aquella era gobernada por trabajo duro e inteligencia. Sin utilizar trampas ni tratos con seres antiguos. Tal vez lo mejor sería tomar la daga que Gabriel le había dado y clavarla en su corazón, justo frente a todas esas personas; que todo el reino fuera testigo del sacrificio y suicidio de la Oráculo.

Sintió un toque sobre su brazo, y eso a llevó de vuelta al punto de inicio.

Aún no había avanzado ni la mitad de aquel pasillo.

―Estaré a tu lado en todo momento―susurró Abel y la guio tomándola por el brazo.

Él había abandonado las filas entre los guerreros para ayudarla. Para apoyarla en algo tan simple como cruzar un pasillo rodeado por personas, por adoradores y supersticiosos.

Amaris asintió para él, y pensó que ese cuchillo en su corazón podía esperar, ya que valía la pena vivir por ciertos momentos.

Con la mano de Abel sosteniendo su brazo, ella se sintió con la seguridad suficiente para mirar directo a la realeza. Once de los doce hijos del rey. Ocho de los cuales podían heredar el trono ¿Dónde estaba la doceava princesa?

Dos rostros le eran familiares de los hijos del monarca, Arles y Bertrán. Eran los únicos que representaban una verdadera amenaza para los demás hermanos. Arles era la inteligencia, estrategia y voluntad. Y Bertrán era la fuerza bruta y la boca aún más bruta.

Amaris sintió la sonrisa tirar de sus labios ante ese pensamiento.

Las personas del pueblo comenzaron a murmurar, y pronto sus murmullos se convirtieron en gritos, no eran palabras malas o violentas, todos pedían que las bendiciones de la Diosa regresaran a sus tierras, pues tenían hambre.

Ella sintió un nudo en la garganta ¿Qué podía hacer? Quería decirles que en el bosque había de todo para que pudieran tener una vida plena y satisfactoria, pero nadie la escucharía pues los aterraba el lugar.

Amaris no le temía al bosque. Ella le temía al Ser que la había mantenido encerrada en el tiempo.

Sus pies rozaron el escalón que la separaba de la familia real. La reina se puso de pie justo a un lado del rey, el cual hizo un ademan y las voces de todos los presentes callaron.

Los guerreros inclinaron la cabeza en señal de saludo hacia los monarcas, pero no se hincaron. No había veneración, simplemente cortesía...

Amaris levantó la barbilla, sintiendo furia hacia ellos, hacia sus banquetes, festivales y fiestas. Ante sus lujos. Odiando cada respiración.

―Han sido tiempos difíciles― exclamó el rey levantando las manos. Ataviado con una larga capa verde para dar énfasis a sus movimientos―. Mi pueblo está muriendo por la guerra ocasionada por los otros reyes cardinales, quienes buscan territorio del reino de la lluvia. Los Dioses les han dado la espalda, pero a nosotros nos han bendecido, mis queridos hijos― dijo con fuerza y bajó un escalón para estar más cerca de Amaris, la reina seguía los movimientos de la joven con sus ojos de gato―. Nos han traído hasta la puerta de este castillo al último Oráculo.

Ella lo miró a los ojos.

― ¿Qué obsequio nos presentas este día?― dijo extendiendo las manos hacia ella.

Fue en ese momento en el que Amaris se dio cuenta de que el rey era más viejo de lo que parecía, y que no era un gobernante de verdad, era un bufón ofreciendo un espectáculo, y ella era parte de eso. No lo sería, no quería serlo.

Respiró profundo, tragándose su miedo y rabia.

― ¿Hay algo que yo pueda darle a quien ya lo posee todo?― exclamó la joven en el mismo tono pedante del rey. Por primera vez desde iniciada la ceremonia, la familia real parecía prestar atención, habiendo olvidado su aburrimiento―. Mi rey posee una gran familia y ocho posibles herederos para hacer perdurar su reinado. Sus ojos me cuentan la verdad sobre la vida que piensa llevar. No busca un heredero pues planea gobernar los reinos cardinales por el tiempo suficiente. Y nunca es suficiente cuando de poder se trata.

Las respiraciones de la familia real, murieron junto con su discurso.

―No poseo objeto alguno, ni siquiera mi propia vida me pertenece. Lo único que puedo ofrecerle, y que siempre estará a su disposición, será la verdad.

El rey la miró por unos segundos. Como si quisiera detener el tiempo en ese momento. Una mano de la reina sobre el hombro del monarca rompió el hechizo de miradas y el rey sonrió falsamente hacia sus súbditos.

― ¡Que inicie el festival!― exclamó con fingida alegría.

Las personas se deshicieron en aplausos por una razón que Amaris no comprendió. Pronto los jardines del castillo estuvieron llenos de personas, que iban de una carpa a otra. Los gitanos los esperaban para mostrar sus talentos.

Los guerreros cerraron el círculo en torno a ella para que el pueblo no se acercara, y lo último que Amaris pudo ver fue la sonrisa de la bruja del castillo perderse entre la multitud. 

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