Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPITULO 17.-

Adam cerró los ojos cuando el sol caló en ellos, cegándolo por unos segundos. Giró y golpeó el tronco de un árbol grueso con la parte no afilada de su espada.

Esa espada, en otro tiempo, había sido gloriosa, bañada en plata al momento de su forja, con el pasar de los años, la sangre fue quitando su brillo, dejando simplemente el trabajo de un pobre herrero, y no el de un artista. La empuñadura tenía forma de águila, de aquellas magnificas aves que vigilaban el camino entre las montañas. Antes, los ojos del águila de la empuñadura, eran dos pequeñas esmeraldas.

Adam lo recordaba perfectamente, pues cuando alguien cometía un crimen, el rey de las montañas la empuñaba para hacer cumplir los castigos. Más de una ocasión esa espada fue bañada en sangre.

Sacudió la cabeza y soltó el hierro sobre el suelo, donde fue salpicado de lodo. Eso era, con el pasar de los años se había convertido en un pedazo de hierro. Su hoja estaba rota en un par de puntos, doblada en la punta y no tenía brillo. Ya no había esplendor en ella, estaba tan muerta como el reino de las montañas. Aquella tierra maldita, bañada con la sangre de su rey.

Adam aún se estremecía al escuchar esa historia. No es como si él hubiera estado ahí para verlo. Ya que cuando el reino cayó, Adam tomó a Abel y escapó de ahí. Su prioridad era proteger a su hermano.

En ese momento, protegerlo parecía una ironía, pues eran los hermanos de ese mismo rey, quienes lo ataron a las alas de esas poderosas bestias y esparcieron la sangre sobre el fértil suelo.

Existieron una vez, cinco hermanos que se separaron por órdenes de su hermano mayor, quien había heredado el reino prospero de su padre. Los cuatro hermanos menores conquistaron sus propios reinos, aquellos que con el tiempo llegaron a llamarse como reinos cardinales. El norte, el sur, el este y el oeste. Todos ellos envidiaban al reino de las montañas, que crecía, su progreso era notorio por todos ellos. El rey de las montañas era amado y respetado por su pueblo, pues era sabio además de justo.

Sus hermanos no lo vieron así.

Los cuatro se alzaron en contra del rey. Quemaron lo que un día fue un gran salón de fiestas. Ataron a su hermano mayor de brazos y piernas a cuatro diferentes bestias voladoras, y las hicieron ir en diferentes direcciones.

Los cuatro hermanos se fueron después de cometer semejante herejía. Nunca más pudieron encontrar el camino al reino de las montañas, como si este hubiese quedado oculto por una magia antigua.

Con el paso de los años, las personas comenzaron a olvidarlo, o quizá temían hablar de él. Los cuatro reyes, volvieron a sus tristes reinos, los cuales dejaron de ser bendecidos por los dioses, pues hasta esos seres desalmados, sentían pena por tal acto de crueldad y envidia.

Levantaron murallas y entrenaron asesinos. Una grieta dividió el mundo, y se dice que criaturas más antiguas y oscuras que los mismos Seres del bosque, las vigilan, esperando el fin de los tiempos para salir de sus abismos.

—Han pasado dos días— dijo una voz que Adam consideraba chillante.

¿Cómo lo había seguido Amaris hasta esa parte del reino? No lo sabía, pero alguien debía darle una lección a esa joven sobre espacio personal.

— ¿Si?— preguntó Adam, inclinándose para levantar la espada que robó de un viejo castillo.

—Abel. Han pasado dos días y aun no regresa.

Adam se incorporó, enfundó la espada y se limpió el sudor de la frente.

—Así suelen ser las misiones.

Amaris ladeó la cabeza, parecía que lo evaluaba. Ella llevaba puesto un ligero vestido de color azul, que estaba sucio y lleno de fango.

—Me miente.

Él sonrió.

—No se sienta especial, le miento a todo el mundo. Ahora deje de preocuparse y vuelva con Dwyer.

Fue el turno de Amaris para sonreír.

—Le di el día libre.

Adam, que había sacado un par de dagas para lanzarlas al árbol, la miró sorprendido.

— ¿Qué hizo qué?

—Le dije que podía irse.

Él negó un par de veces y lanzó la primera daga. Dio en el blanco. Usualmente no entrenaba sin que Gabriel le diera la instrucción, pero ese día se sentía enojado. Y Abel no estaba ahí, no había nadie que pudiera comprenderlo o acompañarlo.

Adam se colocó en posición para lanzar la siguiente daga.

— ¿A cuántas personas has matado?— preguntó Amaris.

El guerrero se olvidó de soltar el afilado instrumento y este se clavó en su mano, cortando el camino entre sus dedos índice y pulgar.

— ¡Maldita sea!— gritó sin contenerse en dirección a Amaris— ¡Maldita seas tú y tu chillante voz! ¿Puedes largarte? ¿Encontrar algo que hacer? ¿A quién molestar?

Amaris retrocedió un paso, y se cruzándose de brazos levantó la barbilla. Para sorpresa de Adam, sonrió un poco.

—Ahora si estás diciendo la verdad— comentó con superioridad y le dio la espalda.

Ella se perdió entre los árboles, en dirección al castillo.

El guerrero respiró profundo y levantó su daga, dejando las otras dos clavadas en el árbol. Que Gabriel le gritara por ello si quería, no le importaba. Estaba cansado, más que otros días.

Rompió un pedazo de su camisa y envolvió su mano sangrante. Usualmente no se preocupaba por esa clase de heridas, pero no quería llenar de sangre el suelo del Palacio hasta su habitación.

Caminó por los jardines y pasillos, con la mirada baja, sin querer encontrarse con nadie. No estaba de humor para soportar la cantidad de hipocresía que se manejaba en la corte. Para su alivio, todos parecían detectar que no estaba en su mejor momento, ya que lo evitaban.

Adam llegó hasta la torre, sintiendo un poco de alivio. El pedazo de tela ya estaba empapado en sangre. Maldijo por eso y subió las escaleras de dos en dos, sin detenerse a observar por la ventana, como hacía en sus días buenos.

Entró en la habitación y cerró la puerta a su espalda. Estaba a punto de respirar profundo, pero una figura se movió sobre la cama. Era una mujer.

Nereyda. Ella no necesitaba un permiso para entrar, claro que no, ella no necesitaba permiso para nada.

—Lárgate— dijo Adam, antes de detenerse a pensar.

Colocó su mano herida a un costado, con la otra abrió la puerta y apuntó al exterior.

—Pensé que querrías algo de compañía— dijo la mujer, sin prestar atención. Llevaba puesto un camisón que apenas cubría su cuerpo.

—Pensaste mal. Ahora vete.

Nereyda se acercó y colocó una mano contra su pecho. Adam no sabía cómo podía resultar atractivo de alguna manera, había olvidado afeitarse, el cabello se le pegaba a la cara y el cuello por el sudor. Apestaba después de haber pasado la mañana entrenando, y la mano no dejaba de sangrar.

—Vamos, sé que siempre que estas de mal humor, esto te alegra...— dijo Nereyda, tratando de llevar sus manos más abajo, pero Adam la sostuvo por las muñecas.

Colocó a la mujer contra la pared y acercó su cara a la suya. Se sorprendió al darse cuenta de que no deseaba besarla, no la quería en su cama, y sobre todo, la quería lejos de él.

—Dije que te largues— gruñó sobre su cara y la soltó.

Nereyda parpadeó confundida y su cara se cubrió de un color escarlata. No era vergüenza, se dio cuenta Adam, era furia. Ella se dio la vuelta para dirigirse a la puerta abierta, pero se detuvo y lo miró por encima del hombro.

— ¿Cuál es su nombre?— A pesar de que su semblante parecía enojado, Adam pudo detectar tristeza en su voz.

— ¿De qué demonios estás hablando?

Nereyda sonrió amargamente.

—En todos estos años nunca me habías rechazado. Así que deseo saber el nombre de la dama.

Él parpadeó un par de veces, se dirigió a la mesa al lado de la ventana y se sirvió vino en una copa.

— ¿Deseas el nombre?— preguntó después de dar un trago y saborearlo—. Y yo deseo que me dejes en paz. Busca información y placer en otra parte.

Nereyda ahogó un grito y salió de la habitación, cerrando la puerta con un golpe fuerte a su espalda.

Adam apretó los dientes y lanzó la copa de vino hacía la puerta, donde el cristal se hizo añicos.

Sentía su respiración agitada por el encuentro. Y solo ahora se daba cuenta de cuanto odiaba a esa mujer.

Se acercó a la ventana después de un momento y se sentó en la orilla. Pensando que tan malo sería saltar, a quien le haría daño si él ya no estuviera ¿Sobreviviría la caída? Probablemente no. Y si la sobrevivía, el rey lo mandaría ejecutar por llevar sangre inmortal dentro de él.

Se dio cuenta de que una figura envuelta en una capa avanzaba por los rincones del castillo, hasta llegar a los jardines. Él reconocería el cabello rojo que se escapaba por un lado de la capa en cualquier lugar.

Antes de pensarlo, Adam estaba tomando su propia capa y se dirigía a la salida del castillo, y en contra de todos sus instintos, quienes siempre lo habían mantenido a salvo, el guerrero siguió a Dwyer justo antes del anochecer. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro