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Capítulo 16. Una promesa

Magnus miró a su mate, quien veía por la ventana con ojos tristes. Ya todos se habían ido y Magnus podía sentir el estrés de Alec por medio del vínculo

– ¿Qué pasa, amor? – Magnus preguntó, abrazando a su omega, queriendo protegerlo de sus propias emociones.

– Es solo el estrés de todo esto, – contestó Alec, aspirando el aroma de su alfa y besando la marca. – ¿Qué pasara si mi padre no puede cambiar? ¿O si Maryse se sale con la suya? ¿Qué pasara cuando capturen a Valentine y sus seguidores? Es demasiado. –

– Cargas el peso del mundo sobre tus hombros, Alexander. Hay que ir de problema en problema. Pero de una vez te aseguro que Maryse no se saldrá con la suya, – dijo Magnus, mirándole directamente a los ojos.

De repente se le ocurrió algo. Alec no había dejado el departamento en días. Así con un chasquido los vistió a ambos.

– ¿Qué traes en mente, Sr. Bane? – Alec jugueteó con su alfa. Le gustó la ropa cómoda que Magnus eligió para él, unos pantalones y una playera gris, mientras que Magnus se puso una camisa con varios botones abiertos, demasiado tentadores.

– Vamos a tener una cita, amor, – Magnus le contestó, besando el puchero de su omega.

Creo un portal, el cual atravesaron tomados de la mano. Alec miró sin poder creerlo.

– ¿Machu pichi? – preguntó, sorprendido, viendo pasar un grupo de turistas con mapas y cámaras.

– ¿Vienes? – Magnus estiró su mano para que Alec la tomara y poder seguir a los turistas.

Escucharon al guía turístico y se tomaron varias fotos en las ruinas. Pasaron un gran rato ahí hasta que Magnus creo otro portal, llegando a un lugar cálido y soleado.

– La torre Eiffel, – Alec suspiró, sonriendo maravillado.

Magnus tomó una foto intentando capturar la luz en los ojos de Alec, para después tomarle de la mano y llevarle a la cima de la torre. Ahí estuvieron un buen rato abrazados y apreciando la vista.

Alec miraba a todos lados, viendo el paisaje y las felices parejas. De pronto comenzó al llorar al ver como una mujer se arrodillaba para pedirle matrimonio a su novia, quien gritó un si de alegría.

– Vamos, hay algo que quiero hacer antes de ir a nuestro siguiente destino, – Magnus le susurró a Alec.

Desprendiendo felicidad, ambos caminaron por las calles de Paris hasta detenerse en una boutique de ropa de bebe.

– Quiero vestir a nuestras niñas con la mejor ropa, – Magnus le dijo a Alec, llevándole dentro de la tienda.

– ¿Niñas? ¿Cómo sabes que no serán niños? – Alec rio, al ver la emoción en su mate.

Cuatro meses realmente no era demasiado. Ya comenzaba a sentir su pancita crecer, y sabía que pronto crecería bastante, considerando que llevaba dentro dos bebes.

– Facil, – Magnus dijo confiado, viendo varios vestidos en el mostrador. – Tu padre dijo que cada hombre de tu familia era un Omega, y mi padre dijo que yo me enlazaría con el último omega hombre. Así que por eso nuestros bebes serán niñas. –

Alec le miró, dándole la razón. Pasaron varias horas viendo ropa y accesorios para bebes, desde adorables sombreros hasta zapatitos, que Alec no pudo evitar comprar.

Finalmente, Magnus mando todas las cosas compradas a su loft y abrió otro portal.

– Mumbai, – Magnus le susurró al oído a Alec.

Caminaron por el mercado. Alec disfrutando de los picosos olores, y Magnus admirando la brillante y hermosa decoración del lugar. De repente Alec le abrazo.

– ¿Qué necesitas, amor? – Magnus le preguntó, mirando con adoración a su mate.

– Helado, por favor, – Alec hizo un puchero y bateó sus pestañas para Magnus, haciendo que su alfa muriera de ternura.

– ¡Conozco el lugar perfecto! Cierra los ojos. – Magnus creó otro portal y tomó de la mano a Alec para atravesar el portal.

– ¡Roma! – Alec gritó de emoción al abrir los ojos. – ¡Siempre había querido venir! –

Alec no paraba de admirar la vista la Fontana di Trevi, donde se tomaron varias fotos, antes de ir a la tienda de helados preferida de Magnus.

– ¿Qué vas a querer, mi alfa? – Alec le preguntó a Magnus al llegar a la tienda.

– Due cucchiaiate di chip di menta e due cucchiaette di cioccolato per favore, – Alec le dijo a mujer del mostrador, y se rio al ver la cara de sorpresa de Magnus. – ¿Qué? ¿Qué crees que nos enseñan en el instituto? –

– Te escuchas tan caliente cuando hablas italiano, – Magnus le susurró al oído, abrazándole por detrás y repartiendo besos por todo su cuello mientras esperaban por los helados.

Al recibirlos, se sentaron en las mesas de afuera para disfrutar la vista y sus helados.

– ¿Magnus? – Alec hizo un pequeño puchero con lagrimitas en sus ojos. – ¿Puedes poner un poco de salsa en mi helado? –

Diablos, las hormonas del embarazo. Ahora se encontraba llorando porque quería salsa en su helado. Por el ángel, era un desastre. Pero Magnus solo sonrió y apareció la salsa.

Ahora su helado de mentas con chocolate sabía más delicioso. Aunque algunas personas le miraban raro. Alec comía su helado felizmente mientras se acariciaba su pancita. Magnus solo le admiraba, su mate era lo más hermoso del mundo.

– Casa, – dijo Alec, levantándose una vez que terminaron sus helados.

Magnus hizo aparecer un portal y al llegar al loft, Alec se dejó caer en el sofá, cansado. Magnus chasqueó los dedos e hizo aparecer velas y pétalos de rosa que decoraron el lugar.

Magnus hizo sonar una canción lenta, tomando a su omega de la mano y haciendo que este se levantara a bailar con él. Magnus le rodeó la cintura y Alec descansó su cabeza en el pecho de Magnus.

– Me encanta esta canción. Es hermosa pero triste, – Alec dijo.

– Conocí a Miss Etta. Una maravillosa persona, – Magnus susurró mientras bailaban, – Ella le escribió esta canción a un vampiro del cual se enamoró profundamente, pero este no sentía lo mismo. La escribió cuando el no quiso convertirla y él se fue con otra mujer vampiro. Fue muy triste, nunca volvió a ser la misma. –

– Eso es muy triste. Me alegra tanto haberte conocido, Magnus. No quiero ni pensar el como hubiera sido mi vida si no te hubiera conocido en Pandemonium, – Alec dijo, mirando a su mate.

Magnus le besó profundamente, y después de un rato le llevó al baño, donde llenó la bañera con agua caliente y varios aromas. Se quitaron la ropa y Alec se acomodó en el pecho de Magnus, sentados ambos en la tina.

– Yo tampoco puedo, amor. Tu me has hecho tan feliz. Antes de ti, creía que iba a estar siempre solo. Ahora tu me has dado un futuro, – Magnus susurró, acomodando a Alec sobre su regazo. – Vi tu rostro cuando esa mujer le propuso matrimonio a su novia en Paris, –

Magnus tomó la mano izquierda de Alec y entrelazo sus dedos con los suyos.

– Ya somos mates, me has hecho increíblemente feliz al darme dos hijos que amaré por el resto de mi vida, pero aun hay una cosa que quiero pedirte. Eres el amor de mi vida, Alexander Lightwood, así que ¿me harías completamente feliz al concederme el honor de ser mi esposo? – Magnus preguntó, viendo directamente a los ojitos azules llenos de lágrimas de Alec.

Alec vio con sorpresa como un anillo hermoso de platino, con toda la circunferencia rodeada de hermosos diamantes, apareció en su dedo y otro igual en el de Magnus. Sus ojos estaban llenos de lagrimas, y solo podía ver a su alfa lleno de felicidad.

– Si, si ¡si! – Alec gritó, besando a su mate. – Prometo pasar mis próximos mil años y más haciéndote tan feliz como tu me haces, – susurró, antes de morder el lóbulo de su oreja.

Magnus gimió, moviendo sus manos hacía los glúteos de Alec, para apretarlo, y besar a su omega en todo su cuello. Su miembro se endurecía cada vez más.

– No puedo esperar para ser tu esposo, mi alfa, – Alec susurró, moviéndose sobre el miembro de Magnus, y acomodándolo en su entrada.

Alec gimió al sentir como le abría, lentamente, dejándose caer poco a poco. El dolor desapareció cuando Magnus comenzó a masturbarle.

Magnus miraba como su omega gemía ruidosamente, gritando su nombre mientras se empalmaba con su miembro, subiendo y bajando rápidamente. Por la forma en la que Alec jadeaba, Magnus sabía que estaba dando justamente en su próstata. Magnus mordió el pezón de Alec mientras continuaba masturbándole y el chico seguía cabalgándole.

El placer aumentaba cada vez más, cada golpe en su próstata, la boca de Magnus sobre su pezón y sus manos sobre su miembro, le acercaban más y más al orgasmo.

Después de varios minutos, Alec gritó mientras se corría, apretando sus paredes y haciendo que Magnus le llenara con su orgasmo.

– ¡Mierda, Alexander! – Magnus gritó, llenando a su omega con su escencia. Ver a su omega correrse era lo más caliente que Magnus vería en su vida.

– Te amo, – susurró Alec, colapsando en el pecho de su alfa.

– Yo también te amo, mi omega, – Magnus respondió, besando la cabeza de su omega, levantando un poco a Alec para poder sacar su miembro de su interior. – ¿Qué te parece Alexander y Magnus Lightwood-Bane? –

– Creo que suena perfecto, – Alec ronroneo, feliz. – Gracias por el mejor día de mi vida, amor. –

Magnus le cargo entre sus brazos y le llevo a la cama, donde hicieron nuevamente el amor por varias horas más, antes de quedar exhaustos y dormidos felizmente entre los brazos del otro.

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