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Capítulo 8: Sombras de Desconfianza

Rhode

Esos días pasaron como un mal sueño, uno de esos que te dejan la sensación de que algo va mal incluso cuando abres los ojos. Después de que todos en la carpa médica se recuperaron, me convertí en el centro de atención, pero no en el buen sentido. Todos querían saber cómo había conseguido la cura. Querían respuestas que no tenía.

Tres días más tarde

Han pasado tres días desde que le di a mi abuelo el frasco con el líquido extraño. Tres días desde que despertó con más energía que nunca. Pero no he visto al chico de los ojos verdes desde entonces. A veces pienso que todo fue una ilusión, un sueño, que él nunca estuvo aquí. Pero el frasco vacío y las miradas cargadas de desconfianza de la gente en el campamento me recuerdan que fue real.

—¡Rhode! —grita alguien desde la entrada de la tienda donde me he estado escondiendo.

Es Ana. Desde que mi abuelo se recuperó, ha hecho todo lo posible para que todos duden de mí. Me acusa de haber traído el virus al campamento, de ser una espía o algo peor. Dice que lo que le di a mi abuelo fue solo para distraer a todos, para que no vean lo que realmente estoy haciendo. Pero no sabe nada. No entiende nada.

—¡Rhode, sal de ahí! —grita Ana de nuevo, con su voz cargada de enojo—. ¡Necesitamos saber dónde está la cura!

Respiro hondo, tratando de calmarme. Mi corazón late con fuerza, pero no puedo dejar que me vean asustada. Si lo hago, solo creerán más en las mentiras de Ana.

Salgo de la tienda, y un pequeño grupo de personas se ha reunido. Algunos son amigos de Ana, otros simplemente curiosos o preocupados. Sus ojos están llenos de desconfianza, de miedo. No saben qué pensar, y eso los hace peligrosos.

—¿Dónde está la cura, Rhode? —pregunta uno de los chicos, acercándose a mí con el ceño fruncido—. Mi hermana sigue enferma, y dijiste que tenías algo que podía ayudarla.

—Yo... —trato de hablar, pero mi voz suena débil, quebrada—. No sé dónde está la cura. Solo tenía ese frasco. No sé más.

—¡Mentira! —grita Ana, dando un paso al frente—. Sabes más de lo que dices. ¿Qué te dio ese chico? ¿Por qué te eligió a ti?

Las palabras de Ana me hieren más de lo que esperaba. Me siento como una intrusa en mi propio cuerpo, como si todo lo que soy estuviera siendo examinado bajo una luz cruel. No sé por qué me eligió. No sé por qué me dio el frasco. Todo lo que sé es que quería ayudar a mi abuelo, que no podía dejarlo morir.

Antes de que pueda responder, escucho la voz de mi abuelo detrás de mí.

—Déjenla en paz —dice, con un tono firme que no había escuchado en mucho tiempo.

Se abre paso entre la multitud, apoyándose en su bastón. A pesar de que se ve más fuerte, todavía camina con cuidado, como si temiera que sus fuerzas pudieran fallarle en cualquier momento.

—Abuelo... —empiezo, pero él levanta una mano para callarme.

—Rhode no sabe más de lo que dice —declara, mirando a todos con dureza—. Le dio ese frasco porque pensó que podía ayudarme, y lo hizo. Pero no tiene más. No sabe nada más.

La multitud murmura, y algunos parecen avergonzados. Otros, como Ana, simplemente se ven más enojados.

—Esto no ha terminado —dice Ana en voz baja, pero lo suficientemente fuerte como para que todos la oigan—. Lo descubriremos. Descubriremos la verdad.

La gente se dispersa lentamente, y finalmente me quedo sola con mi abuelo. Me siento cansada, tan cansada que apenas puedo mantenerme en pie.

—Gracias —digo en voz baja, sin saber qué más decir.

Mi abuelo me mira con sus ojos claros y serenos. Hay una tristeza en su mirada, una tristeza que siempre ha estado ahí, pero que ahora parece más profunda.

—Rhode —dice suavemente—. ¿Qué me diste esa noche?

Respiro hondo, sintiendo un nudo en mi garganta.

—No lo sé, abuelo. Un chico... apareció. Me dijo que era una parte de la cura. No sabía si debía confiar en él, pero tú estabas empeorando y yo... yo no sabía qué más hacer.

Mi abuelo asiente lentamente, como si estuviera procesando mis palabras.

—Sé lo que hay en tu mochila, Rhode —dice finalmente, su voz baja pero firme—. Sé que has estado escribiendo en ese cuaderno que siempre llevas contigo.

Siento mi cara ponerse roja. Nunca pensé que él lo había notado.

—No es nada —murmuro, mirando al suelo—. Solo... solo escribo cuando estoy aburrida.

—No —dice mi abuelo, y su tono me obliga a mirarlo—. No es solo cuando estás aburrida. Es más que eso. Es tu forma de entender el mundo, de darle sentido a todo esto.

Se inclina un poco, apoyándose más en su bastón.

—Quiero que sigas escribiendo, Rhode. Quiero que escribas tu propia historia, que vivas tu propia vida. No dejes que el miedo te detenga.

Mis ojos se llenan de lágrimas. No sé qué decir. No sé si hay algo que pueda decir.

—Pero... abuelo, ¿y si... y si todo esto es mi culpa? —pregunto, mi voz temblando.

Mi abuelo sonríe, una sonrisa pequeña pero llena de calidez.

—Rhode, a veces las cosas suceden sin razón, sin explicación. No podemos controlar todo lo que pasa, pero podemos decidir cómo reaccionamos. Y tú has decidido ayudar, has decidido ser valiente. Eso es lo que importa.

Asiento lentamente, sintiendo un poco de alivio en mi pecho. Tal vez tiene razón. Tal vez no puedo controlar lo que sucede, pero puedo controlar lo que hago con ello.

—Gracias, abuelo —susurro, y él asiente.

—Vamos —dice finalmente—. Vamos a ver si podemos encontrar algo de comida. Tengo hambre.

Sonrío a pesar de todo. Todavía hay tanto que no sé, tanto que no entiendo. Pero al menos no estoy sola.

Mientras seguimos caminando, pienso en lo que mi abuelo dijo. En mi cuaderno, en mis palabras. Tal vez, solo tal vez, este sea el comienzo de algo nuevo.

Y tal vez, solo tal vez, esté lista para enfrentarlo.

Después de la conversación con mi abuelo, siento una especie de calma. Sus palabras me dieron algo de paz, pero también me hicieron cuestionarme más cosas. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué me eligió a mí el chico de ojos verdes? Siento que estoy atrapada en una historia de la que no conozco el final, y eso me aterra.

De repente, el sonido estridente de los altavoces del campamento rompe la tranquilidad. Es una voz que nunca antes había escuchado, un hombre con tono urgente, casi frenético.

—¡Atención, todos! —comienza, y noto que las palabras resuenan con eco en el aire frío de la tarde—. Han llegado reportes de que en los campamentos cercanos ha comenzado a morir mucha gente. No conocemos la causa, pero creemos que podría estar relacionado con el virus. Necesitamos que todos permanezcan en sus tiendas hasta nuevo aviso y sigan todas las instrucciones de seguridad.

El pánico se apodera de mí antes de que pueda siquiera procesar lo que acaba de escuchar. La multitud alrededor se agita, susurrando y murmurando, lanzándome miradas rápidas y furtivas. El miedo y la sospecha están pintados en sus rostros. Siento como si cada mirada fuese una daga que se hunde en mi piel, acusándome de cosas que no he hecho, de secretos que no guardo.

Mis piernas comienzan a temblar, y tengo que obligarme a caminar hacia mi tienda. El ruido a mi alrededor es ensordecedor, pero estoy tan concentrada en llegar a mi refugio que todo se vuelve un zumbido distante. Una vez dentro, me derrumbo sobre el catre, intentando calmar mi respiración.

Las palabras de Ana siguen resonando en mi cabeza. "Lo descubriremos. Descubriremos la verdad". Pero no hay verdad que descubrir. Yo no sé nada. No entiendo nada. Todo lo que tengo son dudas y más preguntas.

Cierro los ojos y respiro profundamente, tratando de encontrar algún tipo de lógica en medio del caos. Pienso en mi abuelo, en su mirada cálida y en su voz firme. Él me dijo que siguiera escribiendo, que viviera mi propia historia. Pero ¿cómo puedo hacerlo cuando todo a mi alrededor se desmorona?

Es entonces cuando me doy cuenta de que no puedo quedarme aquí. No puedo seguir siendo el blanco de las sospechas y el miedo de todos. Si lo que dijeron por los altavoces es cierto y la gente está muriendo, entonces no tengo tiempo que perder. Debo salir de aquí antes de que las cosas empeoren.

Decido que escaparé en la noche. Nadie me verá en la oscuridad. Podré irme sin que nadie me siga, sin que nadie me culpe de nada. Tengo que ser rápida y cuidadosa. Si alguien me descubre, podrían detenerme, o peor aún, podrían pensar que estoy tratando de hacer algo malo.

Mientras hago un inventario mental de lo que necesito llevar, mis ojos se posan en mi mochila. Ahí está, el cuaderno que he estado usando para escribir. Lo abro y leo algunas de las últimas líneas que escribí, las palabras tambaleantes de una mente joven tratando de entender un mundo que parece haberse vuelto loco.

Agarro mi bolígrafo y comienzo a escribir una nota para mi familia. No sé qué decirles exactamente, cómo explicarles por qué me voy, pero sé que tengo que intentarlo. No quiero que se preocupen por mí más de lo necesario.

"Mamá, papá, abuelo:

Lo siento. No sé cómo explicar esto, pero siento que es lo mejor para todos. No puedo quedarme aquí, no cuando todos piensan que soy la culpable de lo que está pasando. No tengo todas las respuestas, pero necesito encontrarlas por mi cuenta.

Voy a estar bien, lo prometo. Los quiero.

Rhode."

Dobló la nota con cuidado y la coloco sobre el catre, asegurándome de que sea lo primero que vean si entran. Junto a la nota, dejo la bolsita que me dio el chico extraño. No sé si les servirá de algo, pero no puedo llevarla conmigo.

Empaco lo esencial en mi mochila: un cambio de ropa, un poco de agua y un libro, el libro en blanco que he estado llenando con mis pensamientos y las historias que me han acompañado durante este tiempo. Dejo todo lo demás, incluyendo mis miedos y dudas, dentro de la tienda.

La noche cae lentamente, y el campamento se va sumiendo en el silencio. Puedo escuchar el crujido de las ramas y las hojas al ser pisadas por los guardias que patrullan. Espero a que la oscuridad sea total, a que el silencio sea tan profundo que nadie note mis pasos.

Finalmente, me decido. Salgo de la tienda, asegurándome de no hacer ruido. El aire es frío y me envuelve como un abrazo helado, pero no me detengo. Camino lentamente, manteniéndome en las sombras, lejos de la luz de las hogueras y los faroles que cuelgan en algunos puntos del campamento.

Cada paso que doy se siente como una eternidad, cada crujido bajo mis pies hace que mi corazón salte. Pero sigo adelante, sabiendo que no hay vuelta atrás. No puedo quedarme aquí. No puedo seguir siendo la chica de los libros que todos miran con sospecha.

Cuando finalmente alcanzo el borde del campamento, miro hacia atrás una última vez. Veo las tiendas y los refugios, la gente que aún duerme o que tal vez también esté despierta, pensando en lo que les espera. Y, por un momento, dudo.

Pero solo por un momento. Porque sé que esto es lo que debo hacer. Respiro hondo y me adentro en el bosque, dejando atrás todo lo que conocía.

La noche es oscura, y el camino incierto, pero siento que estoy dando el primer paso hacia algo nuevo. No sé a dónde voy, ni qué encontraré, pero sé que estoy lista para descubrirlo.

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