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Capítulo 12: Entre Humanos y Entidades

Axl

Había algo intrigante en los humanos que nunca había entendido del todo hasta que la vi a ella. Rhode. Una noche, mientras me movía por las sombras, escondido en los pliegues de la oscuridad, la vi por primera vez. La luz de la luna entraba por su ventana y bañaba su rostro con un resplandor suave y pálido mientras ella leía un libro en voz alta, completamente ajena a mi presencia. Sus labios se movían despacio, pronunciando cada palabra como si estuviera hechizada por ellas.

Yo, un ser sin alma, sentí algo despertar en mi interior. Era una sensación extraña, una que no había experimentado antes. No era afecto ni curiosidad; era una especie de hambre, de necesidad de comprender qué era lo que hacía a esta chica tan diferente de los otros humanos. Así que regresé noche tras noche, oculto en las sombras, escuchándola leer sus historias.

Al principio, fue solo por entretenimiento. Pero luego, empezó a convertirse en algo más. Me encontré deseando que las historias que leía fueran sobre mí, sobre mi especie. Qué ironía, pensé; nosotros, criaturas de otro mundo, relegados a existir en los márgenes de sus narraciones. Rhode leía sobre amor, sacrificio, tragedias y victorias, todas cosas que no significaban nada para mí. ¿Qué importaban esas cosas a un ser como yo, a alguien hueco por dentro?

Y sin embargo, ahí estaba, noche tras noche, hipnotizado por su voz, por las historias que contaba, por la forma en que parecía derramar su alma en cada palabra. Yo, que no tenía alma, sentía un tirón hacia ella, como si hubiera un hilo invisible atado a su corazón que me arrastraba hacia adelante.

Ahora, aquí estábamos, bajo el mismo techo. Rhode, Copito y yo, jugando a ser una pequeña familia disfuncional en esta casa olvidada por el mundo. Me pregunto cuánto tiempo más podré mantenerla engañada.

Mi especie tenía un propósito aquí, uno que Rhode ni siquiera sospechaba. Mi presencia en su vida era parte de un plan más grande, uno que ella nunca entendería. No éramos de su mundo, y no estábamos aquí para salvarlo. Al contrario, estábamos aquí para observar su colapso, para entender cómo el virus que habíamos traído desde nuestras tierras afectaba a estas frágiles criaturas. Para aprender y, quizás, algún día usar esa información a nuestro favor.

Rhode me miraba a veces con esa expresión curiosa en sus ojos, como si intentara descifrarme. Era ingenua, un pequeño pez en un gran océano que no comprendía las profundidades en las que nadaba. Cada palabra que decía, cada gesto, era un juego para mí, una oportunidad para manipularla, para llevarla justo donde quería que estuviera.

Una noche, mientras estábamos sentados en el salón, Rhode me miró fijamente. Copito, su leal perro, dormía a sus pies, ajeno a las tensiones que vibraban en el aire.

—Axl —dijo suavemente, su voz rompiendo el silencio—, ¿qué piensas del amor?

Me quedé en silencio por un momento, considerándolo. Qué pregunta tan humana. ¿Qué pensaba del amor? La verdad era que no pensaba mucho en ello. En mi mundo, no existía tal cosa. Éramos prácticos, eficientes, no nos debilitábamos con esas emociones que los humanos tanto valoraban.

—El amor es una debilidad, Rhode —respondí finalmente, con un toque de ironía en mi voz—. Es una carga que os hace débiles, que nubla vuestro juicio. Donde yo vengo, no existe. Somos más fuertes por eso.

Ella me miró, sus ojos llenos de algo que no entendí. Compasión, tal vez. O lástima.

—Si tienes un cuerpo humano, Axl, no tires piedras a ventanas de cristal —dijo, su voz suave pero firme.

Mis labios se curvaron en una sonrisa irónica. Tenía razón, por supuesto. Había asumido esta forma humana para poder moverme entre ellos, para poder estudiar su especie. Pero eso no significaba que compartiera sus debilidades. Mi corazón no latía con amor ni deseo. Latía por pura necesidad de existir en este plano, nada más.

—Tenemos la misma anatomía—murmuré, mirándola a los ojos—. Pero no te confundas. No soy como tú. No soy humano.

Pasaron los días, y la convivencia se volvió más... llevadera. Rhode trataba de mantenerse ocupada, explorando la casa, leyendo libros viejos que encontraba en la biblioteca polvorienta y cuidando de Copito, que parecía aceptar mi presencia con la misma indiferencia que aceptaba a cualquier extraño.

La observaba en silencio, notando cómo intentaba llenar los vacíos con actividades mundanas. A veces, la encontraba mirando por la ventana, como si esperara ver algo, o a alguien. Supongo que aún pensaba en su familia, en su mundo exterior.

—¿Cómo se llama tu mundo, Axl? —me preguntó un día, su voz suave pero firme.

La miré, considerando cómo responder. Había algo fascinante en la forma en que preguntaba, como si realmente creyera que podía entender.

—No tiene nombre que puedas pronunciar —respondí, mi voz fría y distante—. Mi especie no necesita nombres para las cosas como tú los necesitas. Nombres son solo palabras, y las palabras son inútiles.

Ella asintió, aparentemente insatisfecha, pero no sorprendida por mi respuesta. Anotó algo en su libreta y luego me miró de nuevo, sus ojos curiosos buscando algo que probablemente yo nunca podría darle.

—¿Qué eres entonces? ¿Qué es tu especie? —insistió, sin dejarse intimidar.

Sonreí levemente, aunque no había calidez en mi sonrisa.

—Somos entidades, Rhode. No tenemos una forma verdadera, no como tú la entiendes. Somos energía pura, moldes que toman forma según nuestra necesidad. Y no somos como los humanos. No sentimos como ustedes. No nos preocupamos por la moral o la ética. Esas son invenciones humanas, distracciones de la realidad.

Rhode volvió a escribir, sus dedos moviéndose rápidamente por la página. Observé cómo su ceño se fruncía en concentración, y sentí una chispa de algo que no reconocí al principio: una mezcla de fascinación y molestia. ¿Por qué se preocupaba tanto por entender? ¿Qué buscaba realmente?

—¿Qué es lo que te atrae de la Tierra? —preguntó finalmente, levantando la vista.

Mi respuesta fue inmediata y deliberadamente cruel.

—Nada. La Tierra no es más que un campo de pruebas. Un lugar para observar y aprender. No me atrae ni me repele. Es simplemente útil por ahora.

Rhode parpadeó, pero no se dejó llevar por la emoción. Era más fuerte de lo que esperaba. La mayoría de los humanos habrían retrocedido, pero ella seguía ahí, desafiándome con su persistencia.

—¿Y yo? —preguntó entonces, su voz más baja, casi un susurro.

Eso me hizo detenerme. La miré, mis ojos verdes brillando con una intensidad que supe que ella podía sentir. Sabía lo que quería preguntar, y sabía que no estaba preparada para la respuesta.

—Eres... interesante —dije finalmente, la palabra saliendo como un suspiro gélido—. Pero no te equivoques, Rhode. Mi interés no es el que esperas. No es humano. Es un interés basado en la curiosidad, nada más. Eres un experimento, una anomalía en mis observaciones. Nada más.

Ella no se inmutó. En cambio, sonrió levemente y escribió algo en su libreta antes de mirarme de nuevo.

—¿Cómo crees que llamaré el libro que escriba sobre ti? —preguntó con una voz que llevaba un tono juguetón.

—No lo sé. Ni me importa —respondí con indiferencia, pero por alguna razón, sus palabras despertaron una pequeña chispa de interés en mí.

—Lo llamaré "El último libro" —dijo, y hubo un destello en sus ojos que no pude interpretar—. Porque no habrá más libros escritos después de este apocalipsis. La humanidad se extinguirá y este será el último testimonio. Pero no será solo sobre ti, Axl. Será también sobre mí, y sobre Copito. Sobre lo que vivimos, sobre lo que sentimos, aunque tú creas que no tenemos nada en común.

No supe cómo responder a eso. Por primera vez, me encontré sin palabras. Rhode volvió a mirar su libreta, y el silencio se instaló entre nosotros. Un silencio que parecía más pesado que nunca, lleno de cosas no dichas y emociones no expresadas.

Pasaron tres días en los que Rhode hizo preguntas sin cesar, anotando mis respuestas con una precisión meticulosa. Yo le respondía con frialdad, sin revelar demasiado, pero suficiente para mantenerla intrigada. Era un juego, uno que ambos jugábamos, aunque por diferentes razones.

Pero luego, en el tercer día, Rhode cerró su libreta de golpe y suspiró, una expresión de frustración cruzando su rostro.

—Tengo un bloqueo —anunció de repente, su voz cortante.

La miré, una ceja levantada en señal de sorpresa.

—¿Un bloqueo? —repetí, sin entender del todo a qué se refería.

—Sí, un bloqueo. No puedo escribir. Por primera vez, necesito ser... humana —dijo, sus ojos buscándome como si esperara que entendiera.

No respondí, simplemente la miré, esperando que explicara.

¿A caso no era humana?

—Quiero salir de las letras y las páginas —continuó, sus palabras acelerándose—. Quiero hacer algo diferente, algo que no esté en los planes de ninguno de los dos. Algo que no tenga que ver con preguntas ni respuestas, sino con sentir.

La miré, intentando entender qué quería decir con eso. Pero antes de que pudiera preguntar, Rhode sonrió y añadió:

—Y no me refiero a eso, Axl —dijo, su tono divertido mientras señalaba mi expresión.

Elevé una ceja, mirándola con una mezcla de desconcierto y curiosidad.

—¿Eso? —pregunté, sin entender a qué se refería.

Rhode rodó los ojos, riendo suavemente.

—Vamos, Axl. Sé que sabes a qué me refiero. Estoy hablando de hacer algo... normal. Algo que los humanos hacen para distraerse, para relajarse. Como... no sé, ir a dar un paseo, o ver una película. Algo así.

Me quedé en silencio, considerando su propuesta. Era ridícula, por supuesto. Pero algo en su tono, en la manera en que me miraba con esos ojos llenos de esperanza, hizo que algo se removiera en mi interior.

—¿Quieres hacer algo humano? —pregunté finalmente, mi voz llena de escepticismo—. ¿Algo normal?

Rhode asintió, su sonrisa ampliándose.

—Sí. Quiero ver cómo es ser una adolescente normal, al menos por un momento. ¿Qué dices?

La miré, pensando en lo absurdo que era todo esto. Pero, de alguna manera, no pude evitar sentir una extraña sensación de emoción. Como si, por un momento, algo nuevo pudiera suceder. Algo inesperado.

—De acuerdo, Rhode —dije finalmente, una sonrisa retorcida cruzando mi rostro—. Veamos qué tan humanas podemos ser.

No comprendía a Rhode. Ni un poco. Era como intentar leer un libro con las páginas en blanco. A veces hablaba como si hubiera perdido toda esperanza, sus ojos oscuros y vacíos, como si ya hubiera aceptado el fin. Pero luego, de repente, cambiaba. Su energía regresaba, y sus palabras se llenaban de una determinación que me dejaba desconcertado. Era bipolar, cambiante, como el clima impredecible de este planeta. Y los humanos, todos, me resultaban agotadores.

—Nunca he salido de mi casa, a menos que fuera a la escuela o a la casa de mis abuelos —me dijo Rhode, mientras caminábamos por el pasillo de la gran casa en la que nos encontrábamos—. No me siento humana a veces. Siempre he estado tan atrapada en mis libros y en mis pensamientos olvidé lo que es realmente vivir.

Me miró con esos ojos suyos, grandes y llenos de una curiosidad infantil, y añadió:

—Ahora quiero intentar ser humana, al menos por un momento. Quiero cambiar a la Rhode de unos días atrás. La que solo pensaba en sobrevivir. Quiero hacer cosas que nunca hice antes. Como... ejemplo ahora iremos al cine.

La miré, sintiendo que algo se revolvía en mi interior, aunque no supe identificar qué era exactamente. ¿Curiosidad? ¿Frustración? Era difícil decirlo. Pero lo que sí supe fue que su petición era absurda. Completamente ridícula.

—¿Ir al cine? —repetí, sin poder ocultar mi incredulidad.

Rhode asintió con una sonrisa, como si realmente creyera que esto era posible.

—Sí, ir al cine. Y no voy a caminar. Vas a buscar un auto, y necesito un vestido bonito.

La miré fijamente, sin saber qué decir. ¿Qué pretendía? ¿Por qué quería todo esto? Pero no tuve tiempo para preguntas, ya que Rhode se marchó, dejándome solo con mis pensamientos. Humanos. Verdaderamente agotadores.

Aun así, decidí seguir su juego. Encontré un auto en la cochera de la casa y lo preparé. Mientras lo hacía, no podía dejar de pensar en la locura de todo esto. ¿Qué ganaba yo llevándola al cine? ¿Qué esperaba lograr ella? Pero antes de que pudiera resolver esas preguntas, Rhode apareció en la puerta, vestida con un atuendo que le había conseguido, un vestido sencillo pero bonito.

Cuando la vi, tuve que admitirlo: era bonita, aunque de una forma extraña. Algo en su mirada, en la forma en que se movía, la hacía diferente a cualquier otro humano que hubiera conocido.

—Esto es una cita, Axl —dijo Rhode con una sonrisa mientras subía al auto—. Y es mi manera de vengarme este es el virus humano. Espero que mueras por mi virus antes que yo por el tuyo.

No entendí nada de lo que quería decir, pero no me importó. Arranqué el auto y conduje por las calles desiertas. No había ni un alma a la vista, ni siquiera las aves que solían sobrevolar la ciudad. Sabía lo que eso significaba: el proceso de aniquilación de mi virus ya había comenzado. Pero no dije nada. ¿Qué sentido tenía? Esto era lo que debía suceder.

Llegamos al cine, y Rhode, con su energía desbordante, insistió en que encendiéramos las luces y las máquinas nosotros mismos. El lugar estaba completamente desierto, como esperaba, pero eso no la detuvo. Corrió hacia el mostrador de golosinas y comenzó a llenar una canasta con dulces, refrescos y palomitas.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, sin entender nada.

—Eligiendo nuestras películas, por supuesto —dijo con una sonrisa mientras sostenía dos cajas de DVD—. Vamos a ver "Pretty Woman" y "Propuesta Indecorosa".

No tenía idea de qué eran esas películas, pero tampoco me importó. Ella parecía emocionada, y eso era suficiente para mantener mi curiosidad. Encendimos el proyector y tomamos asiento en la primera fila, donde Rhode se acomodó con sus golosinas y bebidas, mirándome con una sonrisa expectante.

Mientras las luces se atenuaban y la pantalla comenzaba a iluminarse, no pude evitar sentirme extraño. No por estar en un cine vacío viendo una película que no entendía, sino por la forma en que Rhode me miraba. Como si esperara algo de mí. Algo que no sabía si podía darle.

La primera película comenzó, y aunque no presté mucha atención, observé a Rhode mientras sus ojos seguían la pantalla. Había algo en ella que me resultaba desconcertante. Algo que no podía identificar. Era una mezcla de esperanza y tristeza, de determinación y vulnerabilidad. Algo que me hizo sentir... incómodo.

—¿Por qué haces esto, Rhode? —pregunté finalmente, incapaz de contener mi curiosidad.

Ella me miró, sus ojos oscuros y profundos, y por un momento, pensé que no me respondería. Pero luego sonrió, una sonrisa pequeña y triste.

—Porque quiero saber qué es existir —respondió suavemente—. Quiero entender lo que significa realmente vivir, sentir, amar. Y si esta es mi última oportunidad para hacerlo, quiero aprovecharla. Quiero vivir, aunque sea por un momento.

No supe qué decir a eso. No entendía. No podía entender. Pero, por alguna razón, sus palabras resonaron en mí de una manera que no esperaba. Me sentí... tocado, de alguna forma. Algo que nunca había experimentado antes.

La película continuó, y yo me quedé en silencio, observando a Rhode mientras se perdía en la historia que se desarrollaba en la pantalla. Y por primera vez, me encontré deseando entender lo que ella sentía. Desear saber qué era lo que la hacía tan diferente.

Cuando la segunda película terminó, Rhode se giró hacia mí, su expresión aún llena de esa extraña mezcla de emociones.

—Gracias por esto, Axl —dijo suavemente besando mi mejilla—. Por dejarme ser humana, aunque sea solo por un momento.

No respondí. No sabía cómo hacerlo. En cambio, me levanté y la ayudé a recoger sus cosas, llevándola de regreso al auto. Mientras conducíamos de regreso a la gran casa, no pude evitar pensar en lo que ella había dicho. Sobre lo que significaba ser humano. Sobre el amor, la esperanza, el dolor.

Mientras conducía de regreso a la gran casa, no podía dejar de pensar en las palabras de Rhode. Todo este juego extraño que había creado para entender lo que significaba ser humana. Para mí, no era más que una pérdida de tiempo, pero algo en su tono, en su determinación, me hizo detenerme a reflexionar.

Cuando llegamos, Rhode se bajó del auto con sus golosinas, como si hubiera tenido el mejor día de su vida. Yo la observé en silencio, incapaz de entender cómo algo tan simple como ver una película en un cine vacío podría significar tanto para ella.

Entramos en la casa, y mientras Rhode se dirigía a la cocina, no pude evitar hacerle una pregunta que me rondaba la mente desde que habíamos salido.

—Rhode —dije, deteniéndola antes de que pudiera abrir la puerta del refrigerador—. Si dices que quieres entender lo que significa ser humana, dime... ¿a quién piensas amar?

Ella se volvió hacia mí, sus ojos llenos de una intensidad que no esperaba.

—A ti, Axl —respondió sin dudarlo.

La respuesta me dejó perplejo. La observé, tratando de entender si bromeaba, pero su expresión era seria.

—¿A mí? —pregunté, sin poder ocultar mi desconcierto—. ¿Por qué a mí?

Rhode sonrió ligeramente, una sonrisa que parecía albergar más secretos de los que podría imaginar.

—No hay nadie más a mi alrededor, Axl. Y voy a jugar un juego donde definitivamente habrá un perdedor. Te voy a convertir en humano, te guste o no. No sé cuál de estos virus es peor: la muerte o el amor.

Sus palabras me dejaron desconcertado. ¿Qué significaba eso? ¿Cómo podía siquiera pensar que yo, de todos los seres, podría ser "humano"? Sentí una mezcla de frustración y confusión. Rhode estaba jugando a algo que no entendía, y su juego parecía estar dirigido a mí, de una manera que no me gustaba.

—Las letras te han dañado la cabeza, Rhode —dije finalmente, mi voz cargada de desdén—. Yo no puedo caer en tu juego ni en esa trampa llamada amor. Soy incapaz de eso.

Ella me miró con una calma que solo aumentó mi irritación. ¿Cómo podía ser tan serena ante lo que decía?

—Tal vez tengas razón, Axl. Tal vez no puedas amar, y tal vez yo nunca llegue a entender lo que significa ser humana. Pero al menos voy a intentarlo. Y si eso me convierte en alguien a quien nunca entenderás, entonces será mi elección.

Sus palabras resonaron en mi cabeza, llenándome de una extraña sensación de inquietud. ¿Qué estaba tratando de hacer? ¿Por qué intentaba involucrarme en este juego absurdo? Y lo más importante, ¿por qué no podía apartarme de ella?

Mientras Rhode subía las escaleras hacia su habitación, yo me quedé allí, en la cocina, pensando en lo que acababa de decir. ¿Era posible que, de alguna manera, ella me estuviera afectando? ¿Que realmente estuviera tratando de "convertirme en humano", como había dicho?

Negué con la cabeza, tratando de sacudir esos pensamientos. Era imposible. Yo no era como los humanos. No podía serlo. Pero entonces, ¿por qué me sentía tan perturbado por sus palabras?

Me recosté contra el mostrador, mirando fijamente el lugar donde Rhode había estado de pie hace unos momentos. Por primera vez, me encontré cuestionando lo que significaba realmente ser humano. Y por primera vez, sentí una pizca de miedo de lo que podría significar si Rhode lograra lo que se proponía.

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