Una alianza inesperada
El estruendo llenaba nuestros oídos y hacía temblar nuestros corazones. Erika estaba tan pálida como el algodón y yo no debía de estar en mejores condiciones ¿qué era eso? Cubrí su cuerpo con el mío cuando escuché las inequívocas explosiones de los cañones. Los habían cargado de nuevo y tendríamos que esperar para llegar a la seguridad del sollado.
El cuerpo de Erika temblaba contra el mío. Podía sentir como contenía en su pecho los sollozos de terror y los gritos que le provocaba aquel escándalo totalmente desconocido. No pude evitar contagiarme de su miedo. Ella, que estaba acostumbrada a la vida en los barcos, que de seguro había encontrado una que otra escaramuza con piratas, desconocía aquel ruido y temblaba como una niña pequeña ante una noche de tormenta.
—Erika, escúchame, tienes que calmarte. —Sujeté sus hombros y la separé un palmo de mi cuerpo—. Necesito que puedas moverte, porque en cuanto terminen las cargas...
Se hizo el silencio, uno brutal y arrollador. Mis oídos pitaban, pero aun así era capaz de escuchar aquel ensordecedor y opresor silencio, como si la muerte hubiera descendido sobre el barco. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Erika compartió una mirada conmigo, no era normal, tal silencio no era normal.
¿Dónde estaba el choque de espadas? ¿los gritos de guerra? ¿las órdenes de la capitana y la comandante de tierra?
Una oleada de energía y decisión invadió mi pecho. Tomé la mano de Erika y tiré de ella, corrimos a lo largo de los corredores y puentes, todo estaba inusualmente oscuro, habían apagado las velas ante la inminente batalla para reducir el riesgo de fuego, pero hacían casi imposible el recorrer el barco sin tropezar o resbalar con los cuerpos y la sangre que pintaba el suelo.
Ignoré aquel hecho arrojándolo al fondo de mi mente. Sangre y cuerpos, agujeros en las paredes, nada de eso importaba en ese momento, necesitaba llevar a Erika al sollado. Una vez allí pensaría en algún plan, trataría de salvar nuestras vidas.
—Axelia, por favor, detente —jadeó Erika a mi espalda—. Esto no está bien, no deberíamos escondernos.
—Todo está mal, Erika, pero juré protegerte y eso es lo que estoy haciendo —gruñí y tiré de ella para que continuara corriendo—. Iremos al sollado, nos resguardaremos allí y esperaremos a que todo pase, a que nos saqueen, a que se alejen.
—Todos están muertos, todos lo están —recitó Erika.
—¡Cállate! —rugí. La mención de aquella idea, que ya rondaba en mi mente, me desesperaba. No quería pensar en eso, no podía hacerlo. Era un lujo que podía costarnos la vida—. Erika, cálmate y obedece, por favor.
Alcanzamos el sollado y nos deslizamos hacia la seguridad de la enfermería. Allí estaríamos a salvo, quizás encontraríamos a alguien con vida que pudiera explicarnos qué demonios había ocurrido.
Cerramos la puerta frente a nosotras, aislando efectivamente una nueva oleada de aquel sonido infernal. Descansé mi frente contra ella, necesitaba aire, pero todo lo que lograba respirar era el hedor de la muerte y la sangre, algo que nunca había inundado mis pulmones ni mi boca.
—Axelia —gimoteó Erika a la par que tiraba de mi mano para llamar mi atención. Suspiré y tragué un grito o una respuesta exaltada. Ya la había tratado mal, había sido un monstruo con ella, le había exigido una firmeza y una resolución que ella no conocía porque nunca había entrenado para ello.
—Está bien, estamos a salvo, estaremos bien —susurré y giré para verla. Acuné su rostro con mi mano libre y acaricié su mejilla—. Estaremos bien, Erika.
—No es eso. —Dio un paso atrás y se alejó de mis caricias. La expresión de su rostro era de pena absoluta—. Lo siento.
Miré el espacio que había dejado libre frente a mí. Pese a que el ruido aún penetraba nuestros oídos, el silencio se hizo en mi mente. Allí, repartidas en el suelo de la enfermería, muertas, vacías, se encontraban algunas guerreras de la frontera.
Sus capas se encontraban desplegadas como las oscuras alas de un cuervo, algunas solo estaban tiradas sin mucha ceremonia sobre el suelo, otras parecían dormir. Los ojos abiertos de algunas parecían gritar de terror. Unas pocas aún gemían y jadeaban de dolor y luchaban por contener la sangre que salía a borbotones de sus heridas. Me agaché junto a una, una jovencita con la que habría cruzado palabra en alguna ocasión, desesperada trataba de contener la sangre que salía de su estómago.
—Horrible, monstruos, magia, estamos perdidas —repetía.
—¿Por qué nadie te está ayudando? ¿Dónde está Hallie? —Coloqué mi mano sobre la de la chica y ejercí presión, quizás si mantenía la sangre en su cuerpo, se salvaría ¿no? Pero incluso alguien tan idiota como yo sabía que esa era una herida mortal. Solo hablaba por hablar.
—No quiero morir —rogó. La fuerza de su mano desaparecía y poco a poco sus ojos empezaban a cerrarse—. No quiero morir, quiero vivir.
—Shh, solo vas a dormir —tartamudeé—. Solo vas a dormir, guerrera, solo a dormir.
Solo retiré mi mano cuando dejó de respirar. Cerré sus ojos y levanté mi mano. Allí, frente a mis ojos, se encontraba una herida que nunca había visto. Redonda, de bordes perfectos ¿qué clase de arma podía hacer algo así y atravesar una armadura de metal?
—Lois, no te atrevas a dejarme. —Aquel ruego descarnado me sacó de mi ensimismamiento. Mi estómago cayó hasta el mar. Era la voz de Hallie, quien oculta detrás de la cama, sostenía contra su pecho a una pálida Lois. La doctora de a bordo hacía lo posible por rellenar de gasa las pequeñas heridas redondas que pululaban en el pecho y abdomen de Lois, solo para cambiarlas cada vez que se empapaban con su sangre.
—Tú y yo sabemos que es imposible, Hallie —respondió con la voz rasgada—. Tú y yo sabemos que esto terminará aquí.
—Si esto termina aquí, te juro que... te juro que, yo —Un sollozo rompió la amenaza de Hallie—. Te juro que iré a buscarte, solo para traerte de regreso y demostrarte que no puedes morir, no bajo mi cuidado, Lois, no me hagas esto, por favor.
Avancé hacia ellas como llevada por una fuerza etérea, no terrenal. Caí de rodillas junto a mi amiga y apoyé mis manos en sus piernas. Quería hacerle saber que estaba allí, que no estaba sola, que no moriría sola y desamparada.
—Curioso ¿no, Axelia? Siempre pensamos en este momento, en la gloria, en la venganza —rio con amargura y gruñó de dolor—. Ahora que he llegado a este momento, quisiera lamentar mis decisiones, pero si no las hubiera tomado, nunca la habría conocido. —Sus manos temblorosas buscaron las de Hallie, quien se negaba a dejar de cubrir aquellos agujeros mortales.
Tomé las manos de Hallie y las coloqué entre las de Lois. Ella quería sentirla cerca, no hurgando en su piel y luchando en una batalla que ya estaba perdida. Me incorporé y me alejé un par de pasos de la escena. Me sentía una intrusa, una paria en aquel lugar. Debía estar con ellas, no sana y salva junto a Erika, escondiéndome como una cobarde.
—¿Axelia? ¿dónde vas? —inquirió Erika. Se había dado a la tarea de cubrir los cadáveres con sus capas, una señal de respeto que agradecí.
—Donde tuve que estar desde un principio —rugí.
—Axelia, no lo hagas. —Esquivé el agarre de su mano, me dirigí a toda prisa a la puerta y abrí. Antes de partir di media vuelta y la enfrenté. No debía seguirme, su destino no era ese.
—Quédate aquí, Erika, yo ya cumplí con nuestro acuerdo. Estás sana y salva, Hallie cuidará de ti.
—No me digas qué hacer, Axelia —bufó ella—. Quiero ir contigo —desenvainó y me miró con decisión—. Quien quiera que esté destruyendo el trabajo de mi madre, va a pagarlo.
—No puedes, no tienes el valor para hacerlo. Quédate aquí. —Sujeté su espada y con todo el dolor de mi alma pateé su estómago. Al no esperarlo, trastabilló y soltó su arma al caer. Pude cerrar la puerta y trabarla con su propia espada.
—¡Axelia! —gritó y tosió—. Maldita sea, Axelia. —Golpeó la puerta con desesperación—. Déjame ir contigo.
Aquellas palabras las escuché desde el final del pasillo, mi corazón se contrajo. No, no iba a dejar que me siguiera. No era seguro y yo tenía un deber que cumplir, incluso si solo era para morir junto a mis hermanas, como cualquier guerrera de la frontera antes que yo.
Cuando por fin pude salir a la cubierta, no me recibió una bocanada de aire fresco, sino una nueva oleada de sangre, sudor y fluidos humanos. Las guerreras que estaban en pie trataban de disparar sus arcos y flechas contra la tripulación enemiga. Entre resbalones terminé de subir las escalas, tomé un arco un carcaj abandonado y me uní a la acción. Al parecer los disparos de cañón se habían terminado y ahora los piratas se preparaban para abordarnos. Miré a mi alrededor, solo quedábamos un puñado de guerreras a bordo, si nos atacaban, estaríamos perdidas.
Disparé hasta que mi brazo protestó, hasta que dejé de encontrar flechas y empecé a arrojar cualquier objeto que podía encontrar. Tomé vidas por Lois y por cada valiente mujer que había encontrado muerta en mi camino hacia el puente. Ni siquiera me fijé en el aspecto de los piratas, solo quería acabar con ellos, destruirlos, alejarlos de nuestro navío herido y lamer mis heridas, llorar en algún rincón y de ser posible, morir en él.
Entonces lo escuché, un sonido metálico desconocido, a medio camino entre un crujido y una fractura, dirigí mi atención a la cubierta enemiga y lo vi, un tubo de acero brillante, una cinta llena de metal y una manivela sujeta por un pirata de aspecto desquiciado, con el rostro tan cubierto de sangre que me era imposible ver el color de su piel.
El infierno se desató. Dio vueltas a la manivela y el tubo escupió una ola de fuego y metal sobre la cubierta y sobre las carnes de quienes aún estábamos con vida. Me arrojé al suelo, junto al cuerpo de la capitana, en su mano portaba su sable y en la otra un escudo agujereado. Su prístino uniforme manchado más allá de la salvación.
Frente a mi pude ver como las pocas guerreras que quedaban en mi caían ante aquel singular ataque. Unos pasos cerca del castillo de popa divisé los rubios cabellos de Lurline ocultos bajo el cuerpo de Rhoda. Contuve un grito, no era hora de dar a conocer mi posición. Como pude me arrastré sobre la sangre, el agua y cualquier líquido que cubriera la madera, necesitaba hacer algo, pero ¿cómo detendría aquel aparato? ¿cómo lo tenían los piratas? Sin saberlo llegué hasta el pozo, me dejé caer junto al cabestrante y observé el cielo. El infinito azul me dio la bienvenida y por un momento lo odié. Tanta paz ¿acaso no sabía lo que estaba pasando?
—¡Axelia! —El sonido de aquella voz me despertó de mi sopor derrotista, levanté la cabeza y la vi. Erika corría hacia mí con la cabeza agachada por debajo de la amurada. Mis dientes y mandíbula crujieron, cada segundo se me hacía eterno, no quería ser testigo de su muerte y, aun así, no podía apartar la mirada, era como si dependiera de ella para sobrevivir.
Faltaban solo un par de pasos cuando ocurrió. Apuntaron a la amurada y lanzaron otra ronda de aquellos proyectiles. Su silbido era insoportable, el crujido de la madera un canto de muerte y sin poderlo evitar, pude ver como impactaron en el cuerpo de la única persona por la que me habría mantenido con vida.
—No —jadeé, y con aquella palabra el ardor y el fuego en mi pecho salieron de control. Como pude me arrastré hacia ella y tiré de su cuerpo para cubrirla con la seguridad del pozo. Miré a mi alrededor, no había donde esconderse, ni que más hacer. El barco había quedado en silencio, balanceándose como si arrullara su carga de muerte.
—Axelia ¿qué es esto? —Erika tanteaba su cuerpo con manos desesperadas. Sus guantes chapoteaban en la sangre y se deslizaban sobre su armadura.
—No lo sé.
—Voy a morir, voy a morir como toda mi tripulación —gimió y por un momento sus ojos feroces me dejaron ver el miedo, no, el terror, que los dominaba.
—No, no morirás. Me aseguraré de ello, Erika, buscaremos a Hallie, ella sabrá que hacer.
—Perdió la cabeza, Axelia, me ayudó a derribar la puerta y se lanzó a la batalla. Solo estamos tú y yo en este barco.
—¡Al abordaje! —aquella orden heló mi sangre. Escuché los ganchos caer sobre la cubierta y los resoplidos y risas de los piratas al balancearse y saltar sobre la cubierta. Sus gritos de victoria revolvieron mi estómago.
—Debes irte de aquí —dijo Erika entre jadeos—. Tienes que irte de aquí, Axelia.
—Vendrás conmigo —afirmé—. Escaparemos juntas.
—Es imposible. —Miró su estómago—. Voy a morir y solo seré una carga para ti. Por favor, vete.
—No, no lo haré, me niego. —Algo en mi pecho se fracturaba, se rompía y llenaba mis ojos de lágrimas ácidas. Acuné su rostro en mis manos y apoyé mi frente en la suya—. Saldremos de esta, estúpida burguesa.
—Tu estúpida burguesa no puede acompañarte más. —Sujetó mi mano—. Huye, por favor huye y corre la voz sobre ese artilugio.
—No, no me importa. No quiero, solo quiero estar contigo, por favor, Erika, no me hagas tomar esta decisión alegando a mi deber, porque justo ahora no podría importarme menos. Tu amor y tu vida son mucho más valiosos para mí que mi deber.
—Tu madre no querría escucharte decir eso —dijo una voz.
Levanté mi mirada y la vi, la guardia de la cofa. Llevaba un uniforme de la frontera y encima un grueso abrigo. En sus manos cargaba una de las bolsas de viaje de Erika.
—La encontré en el camino y le dejé mi equipaje. Preparó un bote para escapar, solo faltabas tu —explicó Erika entre toses—. Síguela, huye de aquí, lleva mi trabajo con mi madre y corre la voz, Axelia, por favor.
—No, no lo haré, no te dejaré aquí. —Pasé los brazos por debajo de los suyos y tiré de ella. Logré arrastrarla unos metros, pero a cada paso su peso era mayor, como si poco a poco se convirtiera en un gran saco de carne y huesos—. No me hagas esto, Erika.
Mis pies resbalaron y caí sentada junto a la escotilla que daba al bote salvavidas. Acuné a Erika contra mi pecho y no pude contener el sollozo que escapó libre desde el fondo de mi corazón.
—¡No te atrevas! No tú, no tú, por favor.
—Debemos irnos, revisarán esta zona pronto y nos capturarán, Axelia —dijo la guardia de cofa.
—Calla, tu deberías estar muerta, con las demás —siseé en su dirección. No me atrevía a apartar la vista de los ojos nublados y perdidos de Erika—. No me dejes, mi amor, no aquí, no así.
—Es demasiado tarde, Axelia. —La guardia se agachó junto a nosotras y con dedos expertos apartó el abrigo y los trozos de armadura resquebrajados por el impacto de los proyectiles. Frunció el ceño y negó con la cabeza. Su mirada se tornó dura y la escuché murmurar—: Maldita sea, esto es lo que quería evitar.
—La llevaremos con nosotras —exigí.
—Solo será peso muerto y carne para cuando el hambre nos ataque, Axelia.
La crudeza de aquellas palabras me recordó al entrenamiento en la frontera, a mi comandante y a aquel año en el que no nos importó cazar y comer ratas y ratones de campo. Apreté a Erika contra mi cuerpo y aspiré el dulce aroma de su cabello, no quería olvidarlo, no quería que el hedor de la batalla alterara su recuerdo.
—Así que así se siente —susurró ella, cada vez con menos energía para hablar—. Es curioso.
—No, no lo hagas.
—Vete, Axelia —rogó—. Vete ahora.
—Nunca respondí a tus palabras, me comporté como una niña caprichosa y ahora... —sollocé en su hombro—. Ahora no tenemos tiempo.
—El que tuvimos fue suficiente para mí. —Entrelazó sus dedos con los míos—. Amarte fue hermoso.
—Amarte fue lo mejor que me ha pasado en la vida. —lloré.
—Te pasarán cosas mejores.
—No, no pasarán —susurré.
—La vida sigue, Axelia, aunque no para mí. —Mi estómago se contrajo ante aquellas palabras y ante la debilidad que dominaba sus dedos. Su mano se deslizaba fuera de la mía—. Te amo.
—Y yo a ti, Erika. —Ahogué un grito contra el borde de piel de su capa, dos manos me sujetaron y tiraron de mi lejos de ella. Aferré con fuerza su capa y sin querer despojé a Erika de ella— ¡No! Su capa, tendrá frío.
—Ya no siente frío ni calor, Axelia —dijo la guardia—. Vámonos.
La guardia tiró de mi hasta la escotilla y sin mucha ceremonia me arrojó dentro del bote. A toda prisa empezó a trabajar sobre los nudos y las poleas. Tenía que ayudarla, pero mis manos ya no eran mías, mis piernas tampoco. Mi mente se había quedado en algún lugar allá arriba, en el pozo, junto a mi corazón.
Empezamos a bajar cuando escuchamos un grito, miré hacia arriba y lo vi, un pirata nos había descubierto. No hizo falta que hiciera algo, una daga voló frente a mí y se clavó limpiamente en uno de sus ojos. El hombre se precipitó al mar junto a nosotras.
—Toma un maldito remo y trabaja —rugió la guardia mientras empezaba a remar—. Tenemos que salir con vida de aquí.
—¿Para qué?
—Para evitar que ese horror se cierna sobre Calixtho.
—No me importa.
—Ya, no te importan la vida de tu hermano, hermana y sobrino ¿quieres verlos morir como todos allá arriba? —señaló el barco. Sus ojos oscuros centelleaban, una mezcla de furia y decisión invadían sus facciones.
Tenía razón, no iba a perder el resto de mi corazón, no lo haría. Tomé los remos y ajusté mi ritmo al de la guardia. Brazada a brazada dejamos atrás la fragata. Alguien gritó al descubrirnos y el viento trajo a nuestros oídos el sonido de aquella arma infernal.
—Están cargando, es rudimentaria aún, se traba y recalienta —dijo la guardia—. Vamos, rema a toda prisa, quizás podamos estar fuera de su alcance en unos segundos.
Obedecí sus órdenes sin preguntarme cómo es que ella sabía sobre aquella máquina. Remé hasta que mis hombros y mi espalda gritaron de agonía. El aire se llenó de silbidos y a nuestro alrededor empezaron a caer los proyectiles.
—Agacha la cabeza y sigue remando —ordenó la guardia y así lo hice. Uno de los proyectiles rozó mi brazo, pero no le presté atención. La guardia maldijo por lo bajo y dejó de remar con una mano. Estaba herida—. Sigue, sigue remando.
En algún punto se hizo el silencio, remé hasta que no pude más, hasta que solo había agua a nuestro alrededor, agua y pequeños trozos blancos de hielo flotante. Estábamos cerca del norte. En el mítico mar congelado.
—Si seguimos remando, tal vez lleguemos a tierra mañana.
—¿Tierra? ¿estás loca verdad? Solo hay hielo frente a nosotras ¡moriremos congeladas! Nunca llegaremos a Calixtho ¡Quería morir a su lado!
—Muerta no serías de ninguna utilidad, Axelia, tu deber es con el reino. Esos piratas nunca te habrían dejado morir junto a Erika.
—No les habría quedado otra salida. —Saqué las bayas de mi peto—. Un trago y estaría con ella. —Jugué con las arrugadas bayas en mis manos—. Un trago y no moriré congelada junto a una extraña.
—Ni lo pienses. —Con su mano sana cerró mis dedos sobre las bayas—. Guárdalas para el futuro, nos espera una difícil misión y nunca sabes cuándo podrás necesitarlas.
—No voy a ir contigo en ninguna misión ¡Me obligaste a abandonarla! —grité a falta de otra razón para no estar junto a mi peor enemiga.
—Claro, eres libre de no acompañarme, solo mira todo el espacio que tenemos —señaló el infinito mar que nos rodeaba—. Puedes elegir cualquier camino.
Tiré de mi cabello en desesperación y un grito llegó a mi garganta. Lo ahogué y se convirtió en un sollozo iracundo.
—Mejor déjalo salir, las emociones cautivas solo son una carga que confunden tu mente y ralentizan tu espada.
Por primera vez aquella mujer decía algo con sentido. Enterré mi rostro entre mis rodillas y dejé salir todo lo que agobiaba mi pecho. Grité, pataleé y liberé todo aquello que se acumulaba en mi pecho. Lloré por mis amigas, por mi novia perdida, por mi madre, por un mundo injusto y cruel en el cual no encajaba más y al cual no podía exigir venganza ¿de verdad quería volver a enfrentar tal despliegue de violencia por retribución? Entre jadeos me di cuenta que sí, era capaz. Quería que los responsables pagaran con sangre lo que habían hecho y la guardia me había encomendado la misión perfecta para lograrlo. Sacudí la cabeza ¿quién era ella para formular un plan? ¿cómo podía darme ordenes como si fuera una simple guerrera? Debíamos tener el mismo rango ¿quién era ella?
—¿Mejor? —inquirió luego de un rato. Mi garganta ardía y mis ojos se sentían pesados. Levanté la vista y mi pecho se congeló ante la visión que se encontraba frente a mí.
La guardia había dejado de lado su peto, su capa, su abrigo y su camisa de lino y aplicaba una pasta oscura a la redondeada herida que lucía en el hombro izquierdo, pero mi mirada no estaba concentrada en su labor, sino en el dibujo que resaltaba sobre su pecho.
—¡Su majestad!
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