Reencuentros
La noche transcurrió con lentitud. Nadie hablaba, todas las miradas se encontraban clavadas en el suelo. Judithe se mantuvo de pie, sus hombros tensos y sus ojos perdidos con dureza en el horizonte eran la única prueba de su ansiedad. Era como si esperara un ataque en cualquier momento. Yo no lo esperaba. El arma se dirigía a Ka, nosotras solo éramos una pequeña distracción. No valíamos la pena.
—No lo entiendo —dijo Kalyca. Daba vueltas en sus dedos a una pequeña pieza de metal. Era un ovoide con uno de sus extremos chatos. La punta se encontraba maltratada— ¿Cómo algo tan pequeño puede atravesar armaduras y quitar la vida en segundos?
—Las puntas de las flechas son pequeñas y aún así pueden quitarte la vida, Kalyca —repuso Judithe con dureza—. El tamaño no define la letalidad de un arma. Una gota de veneno puede ser tan letal como una espada y estos pequeños proyectiles lo son. —Levantó la mano y extendió los dedos, en su palma también escondía uno de esos proyectiles.
—Es evidente que son propulsados utilizando algún tipo de sustancia explosiva —dijo Tessa. Tomó el proyectil con el que jugaba Kalyca y examinó la zona chata— ¿Lo ven? —Frotó con la uña y observó los residuos oscuros que destacaban en su uña, luego los olfateó con curiosidad—. Esto es pólvora.
—¿Pólvora? —exclamó la comandante—. Pensé que solo era utilizada para los fuegos artificiales, no para construir armas. —Frunció el ceño—. Es un material muy costoso. Solo lo utilizan en palacio para las celebraciones más importantes.
—La importan desde Hekima, ¿no? —dije con sobriedad. Era poético, que la muerte llegara a sus puertas de la mano de la sustancia que utilizaban para celebrar sus momentos más felices. Luché contra una sonrisa, recordaba a la perfección los fuegos artificiales provocados por la coronación de Senka y los susurros ahogados de mis madres mientras me cargaban en sus brazos para que pudiera apreciar el espectáculo desde un lugar privilegiado.
La segunda vez que disfruté de algo así fue durante la boda de esa maldita mujer. Cada explosión de alegría en el cielo era una puñalada en mi corazón. Celebraba su unión con la guerrera que me había arrancado de los brazos de mi madre. Festejaba su amor con la extranjera después de arrebatarme el único amor que había conocido en mi corta vida.
—¿Crees que Hekima esté detrás de esto? —las palabras de Var me sacaron de mi ensimismamiento. Judithe se apresuró a negar con la cabeza.
—Eso sería absurdo, Var. Es un reino que queda demasiado lejos del nuestro, nos separan Luthier, Cathatica y el mar.
—Quizás se cansaron de ser una isla abandonada en medio del océano y ahora ansían formar parte del continente —bufó una guerrera cerca de nosotras—. No debemos subestimar a nadie. Todos tienen los ojos puestos en nuestra riqueza y progreso.
—Hekima aprecia sus relaciones comerciales por encima de cualquier ambición territorial —explicó Judithe—. No olviden que con el oro se compran más tierras que con la sangre, chicas.
—Pudieron financiar esta arma, son los únicos que fabrican su combustible, ¿no?
—O pudieron venderlo a nuestros enemigos. No sabemos que pueda estar sucediendo en las calles de Luthier.
—Es cierto. No son dignos de confianza. Nadie cambia de la noche a la mañana. Las reinas fueron unas estúpidas por perdonar la vida de todos en ese reino de mierda —masculló una chica sin pensarlo demasiado.
En un instante Judithe se detuvo frente a ella, el sonido de una bofetada rompió el silencio y la sombría calma que nos agobiaba. La cabeza de la chica rebotó contra el suelo, a la luz de las antorchas pude ver como un hilillo de sangre brotaba de su pómulo y como escupía una mezcla de sangre y saliva hacia el suelo.
—Respeta a nuestras reinas. Eres su súbita y una guerrera de nuestro reino, actúa como tal.
La chica se incorporó a toda prisa y asintió con nerviosismo. Podía ver como sus ojos brillaban por las lágrimas no derramadas y podía ver como su labio inferior temblaba presa de la ira. Esta vez no pude luchar contra la sonrisa que amenazaba con partir mi rostro en dos. Poco a poco se revelaban las verdaderas opiniones y posturas de mis compañeras. Pude ver algunos rostros indignados por la reacción de Judithe y otros asombrados por la insolencia de aquella joven. Quizás y el reino se encontraba tan polarizado como nuestra pequeña cohorte.
El tenso momento fue interrumpido por una mensajera. Su piel estaba pálida y sudorosa y sus ojos luchaban por no enfocarse en la muerte y desolación que nos rodeaban. Desmontó, saludó a Judithe y dejó en sus manos un pergamino sellado. Las sombras no me permitieron identificar el sello, aunque por la dirección de la que provenía podía inferir que se trataba de una mensajera de las tierras exteriores.
—Así lo haremos —respondió Judithe. La mensajera saludó, subió a su caballo y regresó por donde había venido.
En cuanto la capa marrón de la chica desapareció en la oscuridad Judithe se giró a nosotras. En sus ojos pude leer una decisión y mis cansados músculos protestaron en respuesta.
—Debemos movernos. En media hora llegarán dos cohortes a apoyar al pueblo. Nuestra misión es alcanzar el arma y unirnos a los esfuerzos por detenerla.
—Nos llevan medio día de ventaja, comandante —dijo Var.
—Un arma de ese tamaño y peso exige mucho esfuerzo. Puede ser de metal, pero quienes la transportan y manejan no lo son. Si se rindieron al agotamiento y a la confianza que un arma imposible de detener ofrece, es posible que podamos alcanzarla —concluyó Tessa.
Fue así como nos encontramos de nuevo sobre nuestros caballos. El paso que llevábamos era lento, pero constante. El vaivén de mi caballo me arrullaba por momentos a un descanso desequilibrado y nervioso. Mi cuerpo se rendía al agotamiento que derribaba mis párpados, pero mi cerebro se aseguraba de despertarme en cuanto sentía que nos deslizábamos fuera de la silla. Era un ciclo mucho más agotador que simplemente mantenerme despierta, pero era una tarea casi imposible el resistirme al sueño.
—Si se alimenta con pólvora podemos intentar humedecerla. No funcionará de esa manera —desperté sobresaltada ante la voz de Tessa. Hablaba con Judithe justo frente a mí.
—Tomaremos en cuenta todas las opciones —aceptó la comandante—. Humedecer la pólvora puede ser complicado, sin embargo, tenemos al clima de nuestra parte. El invierno puede convertirse en nuestro aliado.
Quise reír, era usual que por estos días la nieve empezara a caer en finos copos sobre Lerei y que las lluvias heladas amenazaran a los viajeros. Sin embargo, nada de eso había ocurrido. Hacía frío, podía ver el vaho escapar de mis labios, pero ni un mísero copo de nieve ni una gota de agua caían del cielo. Era como si la Gran Madre estuviera de nuestro lado.
Cuando el sol apenas se levantaba en el horizonte divisamos una columna de polvo que se dirigía hacia nosotras. Judithe ordenó el alto, las chicas empezaron a murmurar con nerviosismo e incluso yo sentí una oleada de pánico invadir mi corazón. Por suerte Judithe escogió ese momento para explicar sus órdenes.
—Si fuera un arma tan pesada no se movería tan rápido, son las guerreras a las que prestaremos apoyo.
Negué con la cabeza, una comandante no debería verse obligada a explicar sus órdenes porque sus guerreras tuvieran miedo. Nos entrenaban para obedecer y si debíamos quedarnos quietas y esperar la muerte, así debía ser.
Unos minutos después dos cohortes se acercaron a nuestra posición, sus dos capitanas saludaron a Judithe. No las identifiqué porque escogí ese preciso momento para frotar mis ojos y lavar el sueño que se acumulaba en ellos con el agua de mi cantimplora.
—¡Teniente! Vaya sorpresa. Como escalan estas chicas de Cressida. —Una voz conocida me hizo sacudir el agua de mi rostro a toda prisa.
Allí estaban aquellos ardientes ojos grises, podía sentirlos juzgando mi apariencia, fijos en los broches de mi nueva y flamante capa roja. Detallé su capa negra y el universo dio vueltas. Eso era justo lo que me faltaba, ser el blanco del visceral desprecio entre el ejército interno y las guerreras de la frontera.
—Veo que has decidido ya tu camino —sonrió con repentina afabilidad y estrechó mi antebrazo derecho en un saludo que pretendía ser afable, pero que no era más que una amenaza. Podía sentir en la presión de sus dedos promesas oscuras de dolor, placer y muerte.
—El único camino que una guerrera fiel a Calixtho podría seguir, capitana —saludé.
Judithe eligió ese momento para acercarse con la capitana de la otra cohorte y sus dos tenientes. Si bien parecía que habían pasado toda la noche cabalgando, sus ojos parecían llenos de energía y sus cuerpos dispuestos para la batalla, yo, en cambio, debía parecer una chiquilla que se había trasnochado por primera vez.
—Hemos recibido informes de algunas mensajeras, a unos cinco kilómetros al norte divisaron al arma y a su caravana. Se trata de cincuenta enemigos, tiraban de un carro con una pieza mecánica desconocida sobre el mismo. Al parecer las ruedas no dejan de enterrarse en el suelo fangoso del bosque —dijo una de las capitanas.
—Debemos darles alcance.
Inició así una carrera desenfrenada hacia el norte. El sudor de los caballos se mezclaba con el nuestro, mezcla de agotamiento y miedo ante lo que nos podía esperar. El tintineo de las armaduras nuevas y usadas daba forma a una sinfonía que no dejaba espacio a las dudas. Estábamos sumergidas en esto, no había escapatoria posible. Debíamos avanzar y hacer frente a lo que nos esperaba.
Giré la cabeza y miré a Kirstia. Sus ojos lucían una expresión decidida y fría, firme. No parecía tener miedo, y si lo tenía, lo sabía ocultar muy bien. Suspiré, qué tonta era. Por supuesto que no debía de temer nada, el arma formaba parte de los planes y si bien no era nuestra, ella debía tener algo en mente. Debía de estar adelantada uno o dos pasos. Por alguna razón, aquel pensamiento no me tranquilizó. Al contrario, conocía tan poco de todo que bien podía estar caminando en la cuerda floja en un abismo con los ojos cerrados y encontrarme más segura que ahora.
—¿Tiene miedo, teniente? —susurró Kirstia. No me había dirigido la mirada y, sin embargo, sabía que hablaba conmigo.
—No, por supuesto que no —mentí.
—Recuérdame que te enseñe a no mentir a tus superiores —dijo con una mezcla de sorna y fuego a partes iguales—. Está bien temer, no te hace menos guerrera o mujer tener miedo. Además, todo estará bien, estamos del lado correcto, Steina. Quien hace lo correcto nada tiene que temer, porque entregará su vida por un bien mayor.
Contuve las ganas de resoplar en desacuerdo. Podíamos estar del lado correcto, desear lo mejor para Calixtho, pero eso no tenía que quitarme el miedo de manera automática o emocionarme e inspirarme al punto de no temer a la muerte. En especial si podía no tener sentido.
—Todo estará bien, en unos instantes estaremos ocupadas detrás de un arbusto con tu lección, ya verás. —Me dedicó un guiño y regresó su atención al camino.
Apreté las riendas con mis manos entumecidas por el cansancio y el pánico. Mis mejillas estaban encendidas, mi corazón latía a toda prisa por algo más que el ejercicio y el miedo. Gruñí, no podía dejarme llevar de esa manera por los deseos de la carne. No podía ser tan débil. ¿Cómo podía siquiera pensar en la oscura promesa de Kirstia cuando estábamos a punto de entrar en combate?
Miré a mi izquierda, Kalyca cabalgaba con los ojos fijos en el camino. Su mirada estaba vacía, como si estuviera perdida en sus pensamientos. Miré a Tessa, sus labios pálidos y temblorosos, así como sus ojos anegados en lágrimas eran la única prueba del miedo que atenazaba su corazón. En cuanto sintió el peso de mi mirada levantó los ojos de la crin de su caballo y me dedicó una ligera sonrisa. Aquel gesto encendió las brasas de culpa que aun quedaban en mi mente. Yo la había traído hasta aquí, había tenido la suerte de permanecer con vida hasta este momento y yo la había arrastrado a la muerte. ¿Cómo podía estar segura de que mi venganza era lo mejor para el reino?
No tuve mucho tiempo para rumiar mis pensamientos y culpas, Judithe dio la voz de alto. Algunos caballos relincharon al verse obligados a detenerse de golpe. Era evidente que en el grupo había jinetes y guerreras inexpertas. Esto sería un baño de sangre inolvidable para aquellas que corrieran la suerte de sobrevivir.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que Kirstia me tomó del brazo y tiró de mí para llamar mi atención.
—¿Qué es lo que puede ver, teniente? —inquirió con severidad y un dejo de diversión en su voz.
Levanté la cabeza, parecía pesar una tonelada y mis ojos se negaban a ver al frente, no quería ver la muerte a los ojos, no todavía. Un nuevo tirón de parte de Kirstia reactivó a la guerrera obediente y leal en mí. Miré hacia el frente, eso era lo que se esperaba de mí.
Para mi sorpresa no había nada, solo vegetación baja y árboles hasta donde alcanzaba la vista. No había rastro del arma ni de su escolta. Aunque bien podían estar ocultas en la vegetación, descansando, luchando por liberar las ruedas de su máquina de muerte.
—Un grupo desmontará y buscará a pie este bosque es demasiado denso para hacerlo a caballo. Divídanse en equipos de tres, como lo hemos practicado —dijo a las reclutas—. Las demás rodearemos el bosque a caballo y buscaremos un posible punto de entrada—dijo a las guerreras de la frontera—. Quien encuentre el arma debe advertirlo a las demás, los rodearemos y con suerte acabaremos con esta pesadilla antes que llegue a Ka.
Nos apresuramos a desmontar. Mis pies se hundieron un palmo en el suelo fangoso. Un carro pesado jamás habría tenido la oportunidad de cruzar el bosque, más si se habían visto obligadas a dejar sus caballos detrás. El camino tomado y las pistas debían de ser obvias hasta para el rastreador más inexperto.
Tessa, Kalyca y Var se ubicaron junto a mí. Judithe dio la señal y avanzamos. Nuestras piernas suspiraron aliviadas ante el cambio de ejercicio, pero pronto protestaron. El suelo parecía succionar nuestras botas y la vegetación no dejaba de interponerse en nuestro camino.
—No creo que hayan cruzado por aquí, es demasiado complejo —dijo Kalyca—. Y si lo hicieron debieron de armar un camino improvisado. Deberíamos buscarlo rodeando el bosque.
—Nadie dijo que los comandantes fueran lógicas.
—Judithe busca protegernos —escupí, ¿acaso no era obvio? —. Somos demasiado jóvenes e inexpertas para morir en batalla —suspiré y mi cuerpo se relajó casi de inmediato, como si aceptar en voz alta que estábamos medianamente al salvo fuera aliciente suficiente pese a la afrenta que representaba ser alejadas de la acción.
—¿Entonces por qué nos trajo? —inquirió Tessa.
—Porque por muy inexpertas que seamos, portamos espadas. En batalla una sola guerrera puede hacer la diferencia. —Aparté un par de ramas y pisoteé algunos arbustos bajos para abrir camino a mis compañeras, ellos no tenían la culpa de mi orgullo herido, pero necesitaba avanzar—. Puedo asegurarte que en cuanto encuentren el arma enviarán por nosotras y si no lo hacen, el canto de la batalla nos llamará.
Avanzamos y rastreamos el lugar hasta que nuestros brazos y piernas no dieron más. Nos detuvimos justo en el punto más denso del bosque, las ramas altas y bajas se entrecruzaban de tal forma que era imposible avanzar sin un arduo trabajo de tala.
—Regresemos —ordené—. No perdamos tiempo ni energías cumpliendo órdenes sin sentido.
Mis compañeras asintieron, no tenían energía para algo más. Olvidaron todo protocolo y avanzaron primero. No podía culparlas, si bien el bosque nos protegía de los rayos del sol, no dejaba de ser sofocante. Podía sentir como mi piel protestaba bajo el gambesón ante el calor y la suciedad que se acumulaba sobre ella. Tenía ganas de arrancarla a tiras en una tina de agua caliente.
Nos encontrábamos ya cerca del borde del bosque cuando una fuerza irresistible tiró de mí hacia las profundidades. No tuve tiempo de desenvainar o reaccionar, mis músculos pesaban toneladas y era imposible para mí luchar. Judithe tenía razón en dejarnos vagar unos instantes por el bosque y dedicarse ella a buscar el arma junto a guerreras expertas y frescas.
Mi espalda impactó contra un cuerpo. Mi boca fue silenciada con el peso y mordedura de un guantelete y el filo de un cuchillo descansó contra mi cuello. Agradecí no tener energías para luchar, de haber forcejeado me habría cortado como una tonta.
—Te dije que te enseñaría a no mentir a tus superiores —susurró Kirstia con voz melosa.
Al saberme libre de todo peligro, al menos mortal, mis piernas decidieron que era momento de dejarse derrotar por mi peso. De alguna manera la luz del día desapareció del horizonte y perdí cualquier noción o pensamiento posible. Me encontraba en manos de Kirstia, daba igual lo que pudiera pasar conmigo.
Cuando pude reunir la fuerza suficiente para abrir los ojos me encontré con la tenue luz de una fogata y su débil calor acariciando mis mejillas. Miré a mi alrededor sin levantar mi cabeza, hacerlo se sentía como una misión demasiado compleja y agotadora.
—Hasta que por fin regresas al mundo de los vivos. —El rostro de Kirstia invadió mi línea de visión—. Tienes suerte de que Judithe sea una comandante comprensiva, otra te habría regresado al mundo consciente a latigazos.
Me encogí de hombros, justo ahora solo quería descansar, no pensar y olvidarme un rato del remolino que era mi mente y mi vida. Kirstia suspiró, levantó mi cabeza con una de sus manos y la ayudó a descansar sobre una de sus piernas, luego inclinó un vaso contra mis labios. Tragué el líquido sin importarme su procedencia y protesté en cuanto Kirstia lo apartó de mi demasiado pronto.
—Vomitarás si bebes demasiado rápido. Deja que haga efecto.
Chasqueé mis labios e identifiqué el sabor, leche con miel. Mi mente se vio transportada a mi infancia, cuando recibíamos aquella bebida en el orfanato y dábamos buena cuenta de ella, cómo se convertía en una competencia el alcanzar la jarra para obtener una ración extra y cómo mis madres me la preparaban siempre que lo deseaba.
—Tú y tus compañeras regresarán a Cyril. Las demás avanzaremos hacia Ka. Debemos proteger a las reinas a toda costa —dijo con tanta seriedad que por un momento pensé que de verdad se preocupaba por nuestras soberanas—. Estarán seguras allí y protegerán al pueblo.
Pese a lo sorprendente de las noticias y lo extraño del cambio de planes, el sueño amenazó con regresarme al mundo de la inconsciencia. Kirstia negó con la cabeza y volvió a darme de beber.
—Si todo va bien me verás en el baile de las burguesas en el solsticio de invierno.
Aquellas palabras me despertaron por completo, o quizás fue el duro golpe que me llevé en la nuca cuando Kirstia se levantó de repente. Alcancé a verla desaparecer en la oscuridad y aunque deseé seguirla y pedirle explicaciones, ni mi cuerpo ni mi mente estaban por la labor.
Miré el cielo cubierto de espesas nubes que anunciaban tormenta, sonreí, era justo como me sentía, víctima del fiero viento de la duda, empapada por el deseo de venganza y partida por los rayos de la pasión. Ahora que regresaba a Cyril debía presentarme al baile, ese para el cual me había preparado con tanto esmero junto a Lynnae.
Mi corazón revoloteó al recordar su nombre. No había tenido tiempo de dedicarle un pensamiento. Habían pasado demasiadas cosas. ¿Habría sido así para ella? Suspiré, Kirstia y Lynnae en un solo espacio, dos caras de una moneda, dos mundos opuestos que ansiaba por igual. Sonreí para disipar el amargo sabor que se acumuló en mi boca, casi prefería seguir inmersa en las intrigas, era un problema mucho más sencillo de resolver.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro