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Mazmorra

La humedad permeaba mi nariz y empalagaba mi ropa mientras esperaba a que la guarda asignada al pasillo donde se encontraba mi celda terminara de anotar mis datos en un pergamino amarillento, mismo que parecía a punto de deshacerse con cada trazo de la pluma.

—Deja tu armadura y tus armas aquí —señaló con un gesto lánguido el suelo junto a su escritorio mohoso. Suspiré y obedecí, no tenía caso resistirme y no deseaba darles la excusa perfecta para que me agredieran—. Firma con tu nombre aquí —indicó mientras me tendía su pluma.

Tomé el artilugio y admiré el brillo de la tinta en la punta, ¿debía de firmar con mi nombre completo?, ¿recibiría atención «especial» por mi casta? No, lo mejor en prisión es no resaltar o al menos eso murmuraban en las calles. Deslicé la pluma con cuidado sobre el pergamino, su superficie estaba tan afectada por la humedad que era como escribir sobre mantequilla. La guarda asintió al ver mi nombre y señaló con un gesto hosco la celda en la que debía de entrar.

—Ahórranos el trabajo de arrojarte dentro —espetó la guerrera que me escoltaba.

Me encogí de hombros y me dirigí a la puerta señalada, para mi sorpresa, se encontraba abierta. Quizás se debía a que éramos guerreras, mujeres de Calixtho conscientes de nuestro deber y responsabilidad y no tenían que temer a un escape por nuestra parte.

Empujé la madera correosa lo suficiente como para poder entrar y me encontré con una estancia muy bien iluminada. Al fondo, justo donde la penumbra la ocultaba de la vista, se encontraba otra guerrera de la frontera, llevaba la capa sobre uno de los hombros y arrojaba una daga de una mano a otra con singular presteza y desenfado.

—¿Otra? Vaya desfile estoy disfrutando hoy —bufó con una sonrisa—. Se buena y deja tu ropa en el suelo.

—¿Qué? —No la había escuchado bien, tenía que ser eso. ¿De verdad me estaba pidiendo lo que creía haber escuchado?

Sus ojos oscuros brillaron, era una advertencia, detrás de aquella actitud relajada se escondía un gran peligro. Uno que no me convenía enfrentar ahora.

—Que dejes tu ropa en el suelo, da igual dónde, se ensuciará de todas formas —encogió sus hombros sin dejar de arrojar la daga al aire.

—¿Por qué? —inquirí, el pánico empezaba a nacer en algún lugar de mi estómago y amenazaba con subir a mi garganta. Mis piernas temblaron.

—Porque voy a hacerte mía justo sobre este escritorio, preciosa —sentenció con tal seguridad que por un segundo mis rodillas fallaron. Ella debió notarlo porque estalló en carcajadas.

Pasado un tiempo y al notar que no la obedecía, bajó los pies del escritorio y clavó la daga en una de las patas de la silla. La fuerza de su golpe fue tal que hizo llorar la madera y la hoja casi pasó al otro lado. Era más poderosa de lo que había pensado.

—Desnúdate de una vez, no quieres que lo haga por ti.

—¿Por qué? —Era una pregunta válida, no la estaba desafiando, y ni ganas tenía de hacerlo. Sabía escoger mis batallas, no era una idiota.

Rodó los ojos y se levantó con tal ímpetu que la silla impactó la pared a sus espaldas. Se acercó a mí a zancadas. Traté de alejarme, pero ella lo impidió con solo tomar el borde de mi capa con una mano.

—Porque odiosas delincuentes como tú suelen colar todo tipo de artefactos a las celdas bajo su ropa —respondió sin apartar sus ojos de los míos.

Ahora que nos encontrábamos tan cerca, pude detallarla. Sus ojos eran de un vibrante color gris y su cabello era de color castaño claro, casi a nada de pasar al rubio. Era alta, fuerte, había un dejo de locura y energía acumulada en sus movimientos, casi como los de un animal salvaje enjaulado, uno con el que no quieres luchar.

—Está bien —cedí mientras mi orgullo luchaba por salir a flote y darle un cabezazo justo en la nariz—. Solo dame algo de espacio.

—Bien —aceptó, liberó mi capa y dio dos pasos hacia atrás.

Con dedos temblorosos y con mi ego gritando en agonía, me deshice de mi capa y mi gambesón, sus ojos lobunos se clavaron con impaciencia en mi camisa de lino, suspiré y me dispuse a soltar mis pantalones, sin las grebas estos cayeron hasta acumularse justo sobre mis botas.

—Las botas y la camisa también —indicó ella.

—Deberías invitarme al baño entonces —murmuré para mí misma en un vano intento por arrancar la incomodidad del aire. Ella me escuchó y se limitó a reír por lo bajo. Tenía una risa preciosa, profunda y poco intensa.

—No salgo con prisioneras, son reglas —explicó con una mezcla de tristeza y decepción que buscaba ser fingida, pero que a medida que me deshacía de mi ropa se convertía en algo muy real—. Una regla muy absurda si me lo preguntas. Existen muchas reglas absurdas en este reino.

La vergüenza que surcaba mis venas se detuvo en un instante ante la mención de las palabras mágicas. Me encontraba ante otra chica descontenta, pero, ¿con quién? No podía arriesgarme a abrir la boca y quedar como una traidora total o bien, marcarme como su enemiga si tomaba la posición que se suponía debía de tener.

—¿Cómo cuáles?

—La ropa interior también, dije desnuda —bufó al ver que aún conservaba algunas prendas.

Mordí mi labio y empecé a desenrollar mis vendas, mientras, ella pareció compadecerse de mí, sonrió y rompió el incómodo silencio que nos separaba.

—Demasiados bandos que seguir, cada uno pretendiendo decirte cómo vivir tu vida. Es un fastidio. —Me miró desde la cabeza hasta los pies, hizo especial énfasis en el tatuaje de mi casa, sus ojos se entrecerraron, sin embargo, no comentó nada y se limitó a ordenar—: Gira.

Obedecí a toda prisa, o al menos, con la rapidez que mis pies de plomo me permitían. Parecían pegados al suelo helado y viscoso. Solo esperaba que la revisión terminara aquí, que no se le ocurriera utilizar un espejo o buscar en cada rincón de mi cuerpo.

—Detente —sentí en mi espalda el peso de su mirada y un cosquilleo no del todo desagradable se instaló en el inicio de mis nalgas—, bien, todo perfecto.

El tono de su voz pretendía ser profesional, sin embargo, había terciopelo en sus palabras. Una suavidad que solo se escapa cuando tu mente vaga hacia lugares donde reina la pasión y el deseo.

—Vístete —ordenó después de un carraspeo ahogado—. Te llevaré a tu celda.

Mis manos temblaban mientras luchaban por tomar casi todas las prendas a la vez, tropecé varias veces con las perneras de mis pantalones y doblé mis botas en más de una ocasión. De alguna manera me las arreglé para ponerme la camisa al revés y solo su risa y un gesto de una de sus manos me lo advirtieron. Un insoportable vapor subía desde mi pecho hasta mis orejas y mi corazón rebotaba entre mis orejas como un caballo desbocado. Solo pude reír como una idiota y apresurarme a acomodarla en su lugar.

—Te dejaré en tu celda —dijo en cuanto terminé de vestirme, me tomó del brazo con una mano y tiró de mí hasta sacarme al pasillo, una vez en él, la guarda asignada al pasillo se levantó de su escritorio y saludó.

—Capitana, permítame...

—No es molestia, Jaane —dijo de manera desenfadada—. Necesitaba tomar aire.

Con firmeza, pero sin ser ruda, me llevó hasta una puerta muy similar a la de su oficina con la salvedad de que en esta había una pequeña ventana con barrotes. A través de ella pude ver a mis compañeras, se encontraban sentadas en grupos y parecían conversar en susurros, mismos que se detuvieron en cuanto notaron mi presencia.

—Suerte, espero que sobrevivas, no parecen muy felices contigo.

Así, sin más palabras, abrió la puerta de la celda y me empujó dentro. En un instante me vi rodeada por Tessa, Var y Kalyca. En sus rostros podía leer la preocupación y la angustia. Ser culpadas de deserción, en medio de una misión, era la pesadilla de muchas convertida en realidad.

—Bien hecho, Steina, nos has arruinado el futuro —dijo una de las chicas desde un rincón de la celda—. Habríamos hecho bien en buscar a nuestra cohorte, no debimos quedarnos aquí.

Como ella, muchas alzaron la voz. No me atacaban físicamente, pero algunas se levantaron y se acercaron para gritar ante la injusticia y quejarse por mi mala decisión. Era como recibir una avalancha y por un instante me sentí acorralada, ¿de verdad había tomado la mejor decisión?

—Esto es tu culpa, Beyla solo te quería a ti. Casi nos mata por tu culpa y ahora nos encontramos separadas del grupo principal y somos consideradas desertoras.

—Siempre fuiste una busca pleitos y un imán para los problemas.

—Eres un desastre, no debimos confiar en ti.

Un gran incendio empezó a arder en mi pecho. Separé mis labios para defenderme y apreté mis puños dispuesta a demoler a golpes aquellas ideas que se clavaban como puñales mi estómago. Por supuesto, faltaba la puñalada final, la herida mortal.

—Nunca has servido de nada, solo cometes errores ¿por qué debemos de confiar en ti?

Las llamas se congelaron y corrieron a refugiarse en mis ojos. Kalyca pareció notarlo, interpuso su cuerpo entre el mío y la chica que había escupido las fatídicas palabras, me odié por ello. No necesitaba ser salvada y menos por palabras sin sentido.

Di algunos pasos hacia atrás, mi espalda golpeó la puerta de la celda y mis piernas cedieron. Apenas noté la humedad del suelo atravesar mis pantalones, solo sentía el ardiente camino que las lágrimas dibujaban en mis mejillas.

—¿Steina? —Tessa apoyó una de sus manos en mis hombros y me dirigió una mirada preocupada— ¿Qué sucede?

Negué con la cabeza y escondí mi rostro entre mis rodillas y mis brazos, era como si un peso repentino en mi nuca cabeza me hubiera obligado a hacerlo. Mis hombros temblaron y pronto fuertes sollozos recorrieron la parte superior de mi cuerpo.

Me odié por quebrarme así, justo frente a quienes me incordiaban sin misericordia. Las palabras que deseaba dedicarles morían en la parte posterior de mi garganta casi al momento de pensarlas. Gruñí y clavé las uñas en las palmas de mis manos, esperé la aguda mordida del dolor, pero este no apareció.

—Déjalo salir, Steina —susurró Tessa—. Nadie pensará menos de ti por eso y si lo hacen, son idiotas.

Rechiné mis dientes, no habían dicho nada que no hubiera pensado sobre mí años atrás. Negué, no, años no, meses, quizás un año. Heredera de una casa maldita, sin destino, siempre tomando las peores decisiones porque era lo que esperaban de mí, lo que yo esperaba de mí. Y ahora que podía hacer algo bien, que lo tenía, que me encontraba en el camino correcto, que tomaba decisiones bien pensadas, volvía a tropezar.

—Nadie dijo que liderar fuera sencillo, Steina —musitó Var en cuanto mis sollozos murieron—. Todo va a estar bien, las comandantes no son estúpidas.

Sus palabras me arrancaron una carcajada amarga. Comandantes estúpidas había muchas, venían de guerreras idiotas. Tomé aire y el recuerdo de Axelia me arrolló como una carreta cargada de sacos de trigo. Ella no era idiota, un poco abrumada con su futuro y su vida, como todas. Guerreras en tiempos de paz. ¿Qué destino podíamos tener? Quizás la burguesía tenía razón y era hora de cambiar Calixtho. Era mucho más sencillo y me desharía de la mancha en mi sangre de una vez por todas.

—Me estás asustando —susurró Tessa—. Primero lloras y ahora... Steina, ¿qué está pasando?

El nerviosismo en su voz y la angustia que desprendían sus palabras casi me convencieron de contarle la verdad, de pinchar la burbuja de inocencia en la cual vivía, pero no era justo. Tessa merecía vivir en paz, disfrutar de su juventud y no preocuparse por absurdos complots entre casas nobles y burguesas.

—No pasa nada, solo es esta situación. Es insoportable. —Aparté la mirada y me concentré en la mancha de humedad que gota a gota crecía en una de las esquinas de la celda.

—Todo estará bien, con suerte lograrán extraer una confesión de parte de Beyla y sus secuaces —espetó Var—. Es probable que hayan organizado una coartada, pero con la suficiente presión se quebrarán. Son malvadas, pero no valientes.

—Nadie es valiente a los dieciséis —murmuró Tessa—. Temes demasiadas cosas a esta edad —bufó.

Contuve un resoplido al escuchar sus palabras. ¡Claro que se puede ser valiente a esta edad! Yo estaba lista para luchar por la estabilidad de Calixtho, era mi norte. Algo para lo que era buena, para lo que era tomada en cuenta. Ya no era la vengadora invisible que se consumía en alcohol.

—Demasiadas cosas por las que obsesionarte y entregar tu vida también —bufó Kalyca mientras estiraba los brazos por encima de la cabeza—. Yo creo que por eso es que es la edad mínima para ingresar a esta locura —señaló a su alrededor con desenfado—. Supongo que solo tienes que tener los pies en la tierra.

Asentí a sus palabras, sin embargo, mi mente se encontraba en otro lugar. A un par de puertas de la nuestra, en una oficina lúgubre. ¿Cuál era su bando? Recordé sus ojos grises y aquella locura feroz que hervía bajo su piel y mi estómago dio un vuelco. Tenía que averiguar más sobre ella. Quizás preguntar a Indira. No, no sabía si iba a llegar a su puesto en la frontera o si la volvería a ver. Tenía que hacerlo por mi cuenta. Podía ser una posible aliada, una que se estaba pudriendo en una mazmorra.

Aunque bien podía serlo y esta era su posición y yo estaba dando por sentado que no lo era. O peor, era una posible doble agente de la burguesía. No, no podía serlo. Estaba segura que esos ojos y ese cabello eran propios de alguien de Lykos, tenía que ser de esa casa. Una de las más golpeadas después del fallido regicidio. Terceras en la línea de sucesión, aquello no les había sentado bien a las antiguas matriarcas lobunas.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por la llegada de lo que parecía ser la comida. Una serie de bandejas atravesaron una rendija en la puerta, misma que fue cerrada con llave en cuanto cruzó la última de las porciones.

—Esta avena ha visto mejores días —protestó una de mis compañeras.

—No creo que sea avena, parece cebada.

—Es trigo.

Kalyca tendió una de las bandejas en mi dirección. No estaba mal, era similar a lo que consumíamos en el orfanato de desayuno. Algún cereal, pan relativamente fresco y una bebida de dudosa procedencia que las cuidadoras llamaban «jugo de frutas». Engullí todo sin pensar demasiado en el sabor, era la mejor estrategia y debíamos mantenernos fuertes para lo que estaba por venir.

Mi decisión fue acertada, no tardaron en regresar las guardas de la mazmorra. Retiraron las bandejas y regresaron por mis compañeras, una a una las arrastraron fuera de la celda, algunas plantaron más resistencia que otras. No hubo mediación, ni conversaciones, solo fría eficiencia.

—¿Qué crees que esté sucediendo? —susurró Tessa. Su voz temblaba y no dejaba de jugar con sus dedos.

—No lo sé. —No quería admitirlo, pero no me gustaba. Se suponía que debíamos esperar a que pudieran entrar en contacto con nuestra comandante—. Solo no te resistas y todo estará bien.

—Responde lo que sea que te pregunten con la verdad, no te pongas creativa —espetó Var—. De seguro solo quieren verificar que todas nuestras versiones sean iguales.

Sentí como mi cena se transformaba de inmediato en roca en el interior de mi estómago. Si mis compañeras se dejaban llevar por el pánico, bien podían empezar a mentir para salvar sus pellejos y nos condenarían en el proceso.

—Es odioso depender de cobardes —suspiró Kalyca casi como si leyera mi mente—. Espero que sean valientes por una vez en sus vidas.

Pronto llegó el turno de Var y Kalyca, ninguna de las chicas había regresado. ¿Y si no regresaban nunca?, ¿y si las habían condenado a morir?, ¿podías morir por deserción?

Una guarda llegó por mí y por Tessa, nos habían dejado para el final. Ató nuestras manos por delante de nuestros cuerpos y tiró un poco de nuestros brazos, pronto comprendí que estaba haciendo fuerza con los pies para evitar ser llevada fuera de la celda. Tomé aire y relajé mi cuerpo, a mi lado, Tessa imitó mis movimientos. A partir de este instante simplemente nos dejamos llevar y al llegar al pasillo descubrimos a nuestras compañeras. No habían muerto, pero se encontraban de rodillas frente a las paredes, con las manos atadas a la espalda y con un saco sobre sus cabezas.

El trayecto no fue demasiado largo, solo nos llevaban a la oficina de la capitana. Tessa palideció y se dejó llevar al interior en silencio. Yo debí esperar a un lado de la puerta con una espada frente a mi cuello y una daga justo a un lado de mi hígado, era evidente que mi vida dependía de mi silencio.

Tomé aire y la espada rozó mi cuello en advertencia. Fruncí el ceño a la guarda y ella solo sonrió en burla a mi protesta. Quería borrar aquella estúpida sonrisa de sus labios, quizás arrancarle un par de dientes, sin embargo, ella tenía dos armas y yo ninguna. El tiempo pasó con lentitud, era como si se deslizara con la paciencia de un caracol a lo largo del baboso pasillo. Por fin, la puerta se abrió y Tessa cruzó el umbral maniatada y con la cabeza cubierta por aquel saco. Sus dedos temblaban y ella no dejaba de jugar con ellos. Casi de inmediato fui obligada a ocupar su lugar.

—¿De regreso tan pronto? —sonrió y se repantigó en su silla. La puerta se cerró a mis espaldas con un estruendo y para suerte de mi ego no di un salto por la impresión.

—Eres tú quien desea verme —respondí antes de poder contenerme. Mis palabras parecieron agradarle, dejó escapar una carcajada y subió los pies al escritorio.

—Sabes a qué has venido. Cuéntame lo que ocurrió y ni se te ocurra mentirme —puntualizó su advertencia con la mirada—. Lo sabré si lo haces.

Tragué saliva y me dispuse a contar los hechos desde mi punto de vista. No dejé nada a su imaginación, narré desde mi enemistad con Beyla hasta sus estúpidas razones para dejarme encerrada en el establo. Conté con lujo de detalles el incendio, desde el calor sofocante hasta el olor del humo y las heridas que habían recibido algunas chicas. En algún momento bajó los pies del escritorio y empezó a escribir con frenesí sobre un pergamino, terminó de hacerlo al mismo tiempo en el que terminaba mi relato.

—Bien —dijo a secas. Se dirigió a la puerta y golpeó dos veces. Una guarda se apresuró a abrir y a asomar su fea cabeza. La capitana le tendió el pergamino—. Llévalo con la comandante. Estoy segura que será de su interés —dio media vuelta y justo antes que la puerta fuera cerrada de nuevo ordenó—: lleva a las chicas a su celda, provéeles lo necesario para esta noche. Mañana las acomodaremos en nuestros cuarteles. Oh, y deja a esta chica conmigo.

—¿Capitana? —De repente la cabeza de la guarda no me parecía tan fea, incluso su espada en mi cuello era bienvenida. Cualquier cosa a quedarme con la capitana a solas. Ella debió notar mi incomodidad porque hizo un gesto a la guarda para que esta obedeciera.

En cuanto el estruendo de la puerta selló mi destino, sonrió con perversidad.

—No muerdo, a menos que lo pidas. Y estoy segura que lo harás.

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