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Disciplina a Bordo

No me había sentido así desde mi primer gran error en la Palestra, hacía ya dos años atrás. Había roto la formación para atacar directamente a las chicas que fungían como enemigos, la comandante solo intervino para desarmarme y dar la orden a las reclutas de atacar sin piedad. Fue una dura lección de la cual creo conservar aún alguna magulladura. Nunca se rompe una formación y nunca se busca la gloria personal dejando a tus compañeras a merced del enemigo.

—Comandante Neisha, yo... —empezó Rhoda con cierto temblor en su voz, aquello llenó de miedo mi corazón y lo hizo latir al doble de la velocidad que ya llevaba. Si algo asustaba a Rhoda debía de aterrarnos a las demás, así de sencillo.

—No quiero escuchar ni una palabra más —siseó la comandante—. Abandonar tu puesto ya es bastante grave, pero ¡pelear! ¡Podría desollar tu espalda por eso!

—Comandante, ella no abandonó su puesto —apuntó Erika, señalándome—. Ella es mi...

—¡Sé que es tu guardaespaldas! —exclamó con exasperación— ¡Que alivio, al menos no cometió una infracción! Pero estas señoritas aquí... todas abandonaron sus puestos ¡arriesgando la seguridad del barco!

—Pfff solo hay agua alrededor, comandante, no había ningún peligro inminente y pensamos que estaría bien... —intervino Lois, quien al ver como el tono de piel de Neisha variaba de rojo a morado, optó por guardar silencio, pero el daño estaba hecho.

—¡Que no hay peligro! Eso es lo que no sabes, un enemigo puede deslizarse hacia nosotros en cualquier momento y es tu trabajo estar lista en el puente cuando eso suceda, no importa si es hoy, mañana o la Gran Madre lo quiera ¡Nunca! Ustedes están peor de lo que imaginé. —Negó con la cabeza—. Carreras de baquetas para ustedes cuatro. Rhoda hará el doble.

—¿Cuatro? Comandante Neisha, Axelia es mi guardaespaldas, ella es mi responsabilidad —intervino Erika—. Usted no puede...

—¿Qué no puedo? Esa mocosa es una guerrera de la frontera, por ende, responde ante mí también.

—Ya no lleva el uniforme, solo responde ante mí —respondió Erika con seguridad. Sus ojos brillaban firmes, resueltos a defenderme y a salvarme de un destino que yo misma había lanzado sobre mis espaldas.

—No puedo dejar pasar una pelea, sabes lo grave que es. —El tono de Neisha se transformó en uno mucho más conciliador—. Lo sabes, Erika.

—Sé lo peligrosa que es una pelea para la disciplina de un barco. —Lanzó una gélida mirada en mi dirección—. Y más aún al inicio de la travesía, pero Axelia es mi responsabilidad y quiero lidiar con ella.

—Quería ahorrarte esa carga, pero si estás segura de tomarla, está bien —cedió Neisha con cierta pena—. En cuanto a ustedes tres, mañana serán un ejemplo práctico de lo que son las carreras de baquetas —agregó. Su tono firme era tan helado que incluso yo no pude evitar temblar en mis botas. Erika me había salvado, aun así, no podía evitar sentir cierto temor empático por mis amigas.

No escapó a mi atención que hablaban de mi como si yo no estuviera allí, como si solo fuera una niña que había cometido alguna travesura que había decepcionado a sus padres y maestros. Tragué, la sensación no me era desconocida.

«—Y sí, señora Anteia, su hija sacó esto y amenazó a Sindri con ella. —Allí estaba, mirándome ominosa, la daga de mi madre. La había llevado a la escuela para sorprender a mis amigas, pero Sindri y su grupito de niñas burguesas y nobles, y por supuesto, mayores que nosotras, habían decidido aparecer en ese momento. Al parecer, nuestras risas y exclamaciones de sorpresa habían llamado su atención.

—Vaya, vaya, un arma de salvajes para las bestias de la clase —habían dicho—. Es algo tan poco elegante, pero ¿qué podíamos esperar de la hija de una guerrera y su manada de lobas?

—Prefiero ser una loba que una cobarde —respondí mientras me erguía, la daga permanecía firme en mi mano, tal y como me había enseñado mi madre—. Con una daga puedo defenderme y defender a quienes amo.

—Oh ¿enserio? ¿cómo ahora?

Sindri extendió su mano y tomó del cabello a Lynnae, quien había permanecido al margen, temerosa del filo de la daga y de mis amigas, pero que se había acercado al grupo al notar que las chicas problema de la clase nos amenazaban.

El llanto de mi hermana y sus lágrimas de dolor despertaron algo en mí y por instinto apunté el filo de la daga hacia el rostro de Sindri, ganando así exclamaciones de miedo y sorpresa de parte de sus amigas.

—N-no harás nada con eso, porque eres una miedosa —balbuceó ella. Era una burguesa, todo palabras e intimidación, pero nada de acción. De seguro su madre nunca la había expuesto al filo de una espada.

—Puedo hacerlo y lo haré si no sueltas a mi hermana —amenacé y para dar énfasis a mis palabras, amagué una estocada. Sindri gritó como si la hubiera cortado, soltó a Lynnae y corrió junto a sus amigas para acusarme con la maestra.

Todo empeoró a partir de ese momento. Sindri inventó una historia bastante creíble, al menos si tienes dinero y tu madre dona grandes cantidades a la escuela local, y terminé siendo el hazmerreír de la clase, o al menos, de su grupo. Mis amigas y las demás chicas no podían disimular sus expresiones de conmiseración y empatía ante mi situación. La maestra fue especialmente dura conmigo. Ya era bastante grave llevar un arma a clase y si a ello sumaba la historia de Sindri, tenía todas las de ganar para recibir media docena.

Y por eso estaba allí, junto a mi madre, con el rostro surcado de lágrimas amargas y la punta de la lengua mordida. Ni un instante se detuvo a verme, solo tomó la daga de manos de la maestra y pronunció mi sentencia:

—No se preocupe, le aseguro que tendré una larga conversación con ella en casa. —Su tono frío y carente de toda emoción me hizo temblar. Eso era lo peor de todo, podía soportar su agarre, sus dedos estaban cerrados con fuerza sobre mi hombro al punto de casi provocarme dolor, pero no la decepción en su voz.

—Espero que así sea, señora, traer un arma a clase es un delito muy grave. Es necesario reforzar en casa la lección aprendida hoy ¿no lo crees, Axelia?

Fue la señal que necesitaba para escapar del agarre de mi madre y perderme en dirección al bosque, o al menos, hacia aquella arboleda que se encontraba a las afueras del pueblo y que se extendía hasta los límites de la granja. Los pantalones cortos que llevaba rozaban y escocían los verdugones dejados por la vara y el sudor solo empeoraba la sensación. Si ya odiaba el verano, en ese momento lo despreciaba aún más ¿por qué no había ocurrido en invierno? Los pantalones de piel y mi abrigo habrían absorbido los golpes. No, habría sido peor ¡me los habría bajado en clase!»

Regresé a la realidad, a una Erika muy enojada que tomaba apuntes en su pergamino con tanta fuerza que estaba marcando la piel con la punta afilada de la pluma. A mi alrededor las guerreras de la frontera parecían mucho más firmes y rígidas que antes, miraban el mar con tal intensidad que cualquiera diría que el enemigo estaba por presentarse en cualquier momento.

—Es increíble —chistó Erika luego de un rato—. Es simplemente increíble cómo se las arreglan para comportarse como salvajes.

—No somos salvajes —mascullé.

—¡Oh! La señorita me honra con su atención. Por un momento pensé que te habías perdido en esa mente tuya.

—Lo siento, viejos recuerdos —susurré.

—Es que eres increíble, mira cómo te las arreglaste para arruinar el primer día de navegación de esta fragata, es que... —Expulsó el aire en un bufido exasperado—. No lo habría creído posible.

—Lo siento, yo solo...

—Mira, mejor ve al camarote, no te necesito aquí por ahora. —Por alguna razón aquellas palabras escocieron en lo profundo de mi corazón.

—Pero, soy tu guardaespaldas, ¡se supone que debo seguirte por ahí y protegerte! —protesté.

—Y yo soy tu jefa y también soy responsable de ti, si te doy una orden debes seguirla. Ve al camarote y espera allí por mí. Debo tomar algunas notas más y después debo lidiar contigo tal y como le prometí a Neisha que lo haría.

Sus palabras llenaron de amargura y desazón mi pecho, incluso escuché algunas risitas de parte de las guerreras que montaban guardia cerca de nosotras. Algunos susurros despectivos y ciertas burlas me acompañaron en el camino de regreso al camarote que compartíamos. Era evidente que las guerreras consideraban risible lo que me estaba pasando y el tener que enfrentar consecuencias diferentes que el resto de mis compañeras me marcaba aún más como una paria entre ellas.

El camarote se sentía mucho más fresco y ventilado ahora que navegábamos a toda vela. El viento parecía perseguir el barco y desde mi litera podía sentirlo refrescar cada rincón de mi piel, pero no era tan agradable como lo hubiera imaginado, no con mi mente dando vueltas y recreando diferentes escenarios para lo que tendría planeado Erika. Fue así como terminé de acompañada por las memorias de aquel día tan miserable:

«Estaba tan concentrada imaginando todo tipo de horribles escenas en la escuela que olvidé escuchar con atención y esconderme mejor de mi madre. Ella nunca me había puesto una mano encima, jamás, incluso cuando cometía alguna travesura terrible, pero en esta ocasión me había superado ¡y su tono de voz! Nunca la había escuchado tan decepcionada y triste.

—Axelia, no debiste hacer eso —su voz me sorprendió y provocó que trastabillara. Caí hacia atrás, justo sobre mi lastimado trasero. Solté un aullido y en instantes me encontraba en sus brazos, siendo mimada y protegida como no lo merecía.

—No, no bájame, no —balbuceé perdida en la suavidad de su capa oscura y su aroma a bosque y tierra fresca.

—No te voy a soltar, no cuando me necesitas —prometió.

Caminó conmigo en brazos hasta encontrar un tronco caído que fungía como asiento frente al riachuelo que discurría entre los árboles. Si el riachuelo estaba cerca, quería decir que nuestra casa se encontraba a unos cuantos minutos de distancia. El suave sonido del agua hizo maravillas para calmar mi acelerada mente. Solo cuando mi madre escuchó que mis sollozos desaparecían por completo se atrevió a separarme de su cuerpo y, aun así, se las arregló para sentarme en su regazo con tal delicadeza que no sentí mis glúteos ni mis muslos protestar.

—¿Me cuentas que ocurrió?

No se me ocurrió mentir, conté todo lo que había pasado tal y como había ocurrido.

—¿Por qué llevaste mi daga a la escuela? —inquirió luego de un rato.

—Quería mostrarles a mis amigas que tengo una mamá muy fuerte —balbuceé.

—Oh, bueno, eso es... —Madre tartamudeó un rato y luego concentró su mirada en mi boca. Frunció el ceño y luego buscó en su cinturón hasta dar con una ración de miel—. Ten, la miel te ayudará con eso.

Madre observó atenta como me las arreglaba para destapar la botella que contenía la miel y luego esperó hasta que empecé a dar buena cuenta del dulce néctar para hablar.

—Aunque aprecio que me consideres fuerte y valiente, no puedes llevar mis armas a la escuela, es peligroso. Hoy pudiste herir seriamente a alguien, o alguien pudo tomarla y provocar serias lesiones también. Son armas, no juguetes, Axelia.

El tono de su voz provocó una nueva oleada de ardor en mis ojos y en mi pecho. Si, madre tenía razón, había sido una tonta.

—No eres tonta, solo eres una niña y cometer errores es normal. De ellos se aprende. A veces sales bien parada de ellos y en otras... pues enfrentas las consecuencias.

—Sindri dijo mentiras —sollocé—. Ella estaba lastimando a Lynnae y yo solo quería asustarla.

—Está bien, lo entiendo, es normal querer proteger a quienes amamos, pero la próxima vez, trata de ser un poco más astuta al respecto. La astucia le gana a la fuerza bruta. No lo olvides —sermoneó y asentí. Tenía sentido, la próxima vez que Sindri lastimara a mi hermana, me aseguraría de no dejarla ganar.

—¿Dónde está Lynnae? —inquirí, recordando que madre siempre nos buscaba a ambas al finalizar la escuela.

—Tu mamá la llevó a casa. Querían darnos un tiempo a solas.

Madre suspiró y pasó una mano por su rostro. En sus ojos podía ver cierta reticencia y dolor, luego comprendí porqué. Sus manos me sujetaron, levantaron y recostaron en su regazo. Pataleé al sentir tal cambio, mis ojos se llenaron de lágrimas amargas, no, no quería, ya la malvada maestra me había pegado.

—Tranquila, Axelia, no voy a hacerte daño. —Madre acarició mi espalda hasta que dejé de sollozar—. Solo quería ver que tan grave es, lamento haberte asustado ¿Puedo ver ahora?

Asentí y froté mis ojos, pronto sentí los dedos de madre levantando la cinturilla del pantalón para dar un vistazo rápido a las marcas.

—Vieja desgraciada —masculló y yo solo pude reír.

—Como le dije a Demian en su tiempo, te lo diré a ti. —El tono de voz de madre volvía a ser serio. Me separó de su cuerpo y me ayudó a ponerme en pie frente a ella. Sus ojos caoba me miraron con mucha solemnidad—. No quiero que esto vuelva a repetirse, Axelia, o tendré que tomar cartas en el asunto. Lo entiendes, ¿no? No voy a permitir que cometas alguna locura.

—Prometo que no llevaré ningún arma a la escuela, nunca —acepté.

—Bien, porque nunca debes desenvainar un arma en vano. Si lo haces, tiene que ser por una buena razón y ante un enemigo que lo merezca. —Se levantó de la roca y me tendió su mano—. Por cierto, estás castigada, no entrenaremos más con la espada hasta nuevo aviso.

—¡Pero mami! ¡Me aburriré!

—Oh, ahora soy mami —rio con ganas ¿Por qué lo hacía? Luego volvió a ser firme—. No, Axelia, sé que lo pasaste muy mal en la escuela y que otro castigo sería demasiado, pero lo que hiciste fue muy peligroso y grave, por eso, espero que aproveches estas tardes libres para pensar en lo que hiciste.

—No es justo.

—La vida difícilmente lo es. Vamos, tu mamá debe tener listo el almuerzo y debe estar muy preocupada por nosotras dos.

—¿Está molesta?

—No contigo —sonrió—. Supongo que el sofá de la sala será mi hogar desde ahora».

La puerta del camarote crujió al abrir y me sacó con efectividad de mi paseo por los recuerdos, un buen lugar en el cual estar cuando mi situación actual no era la mejor, o siquiera la más cómoda para mí.

—Necesito que me expliques de qué va todo esto —suspiró Erika mientras dejaba sus utensilios en el escritorio plegable que había en una de las paredes. Bueno, no era un escritorio, solo una simple tabla inclinada con un espacio tallado para colocar el bote de tinta para que no se moviera o derramara con el balanceo del barco.

—Tu misma lo resumiste «Vives en el pasado. Todo lo que quieren es revivir antiguas glorias». —No sabía porque estaba dejando que mi amargura tomara el control de la situación. Quizás solo era un mecanismo de defensa para alejarme de aquella situación que no podía controlar.

—Solo quiero entenderte —dijo desde su litera—. Quiero entender que las lleva a comportarse así, a ser tan desagradables. Y no es solo lo desagradables, sino lo desdichadas que pueden llegar a ser. Tienen toda una vida llena de oportunidades y la desperdician luchando entre si y manteniendo antiguos legados que ya no son suyos para defender.

—Muchas solo tenemos sed de venganza y la paz nos arrebató eso —confesé luego de un rato de rumiar sus palabras.

—Eso es estúpido —dijo al fin. Luego tomó asiento en su litera y pasó los dedos por su cabello. Se le veía bastante turbada por la situación—. La capitana y la comandante esperan que me encargue de esto —balbuceó contra sus manos.

—¿De esto?

—Se supone que eres mi guardaespaldas. En tierra simplemente te despediría o llamaría la atención, pero aquí no pueden dejarlo pasar. A sus ojos eres mi responsabilidad y por ende debo encargarme de tu comportamiento.

Mis manos temblaron, por supuesto que había entendido a la perfección el intercambio de palabras entre Neisha y Erika, pero alguna parte de mi tenía la esperanza de obviar tan molesta e incómoda situación.

—Podríamos fingirlo —indiqué luego de un rato. Entendía a la perfección la turbación que sentía Erika, yo misma la había sentido ante la llegada de la nueva cohorte de reclutas y por eso había abandonado el campamento y regresado a la ciudad. Prefería apalear borrachos, ellos sí se lo merecían. Rhoda casi se queda, pero éramos su grupo de amigas y sin nosotras, no le apetecía atormentar nuevas reclutas.

—¿Fingirlo? —rio con ganas—. No ¿cómo podría fingirlo, Axelia? Si te soy sincera, una parte de mí solo quiere hacerte entrar en razón, sin importar el medio necesario para lograrlo. —Sus ojos se oscurecieron, su expresión se tornó dura, inamovible—. Mi único problema ahora es el cómo.

Tragué saliva, algo casi imposible ante el nudo que se había formado en mi pecho. No iba a permitir que me humillara, podía estar atada a ella por contrato, pero prefería esclavizarme, lanzarme al mar y buscar durante toda mi vida las 2000 monedas de oro que permitirle imponer su disciplina sobre mí.

Todo se redujo a un profundo y tenaz duelo de miradas. La suya, tan helada y dura como un témpano de hielo. La mía, forjada en el campo de entrenamiento y en la tragedia. El espacio entre nosotras parecía vibrar, el aire se había congelado y podías cortarlo con una espada.

—Levántate, Axelia —ordenó Erika con dureza.

—No permitiré que lo hagas —respondí con hostilidad y permanecí sentada en mi litera.

—No estás en posición de decirme lo que puedo y no puedo hacer. —Inclinó su cabeza hacia un lado, como si estudiara la mejor estrategia para llegar hasta mi—. Sería mucho mejor para ti si solo colaboras.

Abandonó su litera con cierta gracia en sus movimientos. Sus manos se dirigieron a la hebilla de su cinturón con excesiva lentitud o quizás solo era mi mente jugando con mis percepciones. El tintineo del metal envió una corriente a mi espalda, energía pura que por alguna extraña razón no terminó en mis piernas, sino en mi vientre, acumulada, expectante ¡No! ¿qué estaba mal conmigo?

Trabilla a trabilla, el cinturón se deslizó de su sitio con un siseo que recordaba al de una peligrosa cobra. El nudo en mi pecho subió hasta mi garganta y amenazó con convertirse en un gemido, o quizás, en un jadeo.

—No me hagas buscarte, Axelia. Porque tú me encontrarás y no será agradable —inclinó la cabeza, casi con ternura—, al menos para ti. —Dobló en dos el cinturón y lo hizo chasquear. Para mi horror, no pude contener el respingo que aquel sonido provocó en mí. De nuevo, una mayor cantidad de energía, de calor, ardor puro, se acumularon en el centro de mi cuerpo.

—N-no lo haré —susurré, porque no confiaba en mi voz si hablaba mucho más alto. Mantuve mis manos sobre mis rodillas, aferrándolas con fuerza, no deseaba sucumbir y llevarlas a mi espada o a un lugar mucho más embarazoso y peligroso para mí.

—Es una lástima, pero yo te lo advertí. —Su lengua escapó entre sus labios y los humedeció con exagerada lentitud. Me perdí en aquel gesto, totalmente hipnotizada por el rastro húmedo que dejaba sobre sus labios perfectos, por el brillo que resaltaba el color que había elegido para pintarlos esa mañana, un rojo carmesí poderoso, irresistible.

Entonces cedí, mi cuerpo perdió toda su tensión y la dirigió hacia ella, era un reto, una batalla, quien realizara el primer ataque iba a llevarse la victoria.

O quizás, no.

En el momento en el que mis muslos abandonaron mi litera, Erika avanzó y tomó mis manos, tiró de mí y unió nuestros cuerpos. Un gruñido gutural escapó de mi garganta, mi cuerpo se debilitó ante aquella muestra de atracción y ella aprovechó ese instante para enredar nuestras piernas y hacerme girar. Mi rostro impactó la pared junto a la puerta y pronto sus manos sujetaron las mías sobre mi cabeza.

—Te dije que te arrepentirías —susurró con dulzura venenosa en mi oído. Una de sus manos se dirigió a la parte frontal de mis pantalones y con un gesto bastante práctico y estudiado liberó mi cinturón y las cintas que lo ceñían a mis caderas. El frío viento del mar impactó contra mis muslos desnudos y no pude contener el temblor que dominó mi cuerpo. No, ¿qué había hecho?

—Déjame —dije sofocada, exhausta de aquel juego.

—Por supuesto, pero primero debo hacer algo.

Su cuerpo se separó del mío y pude sentir como echaba el brazo derecho hacia atrás, blandiendo aquel endemoniado cinturón. Cerré los ojos, preparándome para su mordida, pero esta nunca llegó. En cambio, solo sentí su rugosa superficie contra mis muñecas. Una vuelta, dos y antes que pudiera evitarlo estaba atada de manos y con los pantalones por los tobillos.

—Si hubieras obedecido cuando te lo pedí, habrías conservado tus pantalones —sonrió—. Te quedarás confinada aquí por el resto del día.

—¡Tu! —Abrí y cerré la boca varias veces, perdida en la indignación y el alivio que aquello suponía para mí.

—Por supuesto, fingiremos algo más en la cena. —Recogió algunos pergaminos más y se dirigió a la puerta—. Cierra por dentro, no creo que quieras que alguna paje entre aquí y te vea así. —Señaló con el mentón mis pantalones y ropa interior y cerró la puerta a sus espaldas.

Me obligué a caminar hasta el seguro de la puerta y lo corrí antes de desplomarme sobre mi litera. Aquel enfrentamiento había drenado toda mi energía, me sentía agotada y a la vez, animada, fervorosa, como si pudiera derrotar a un dragón con mis propias manos. Sacudí mi cabeza y la dejé caer varias veces contra la almohada ¿qué clase de mujer era Erika? ¿qué escondían esos ojos fogosos? Mordí mis labios y miré mis manos atadas. No había mucho que hacer y estaba sola, quizás, podría encargarme de la tensión acumulada. Solo por esta vez.

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