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Descanso

Lynnae perdía el control sobre sus emociones con cada segundo que caía sobre sus hombros. Mi corazón experimentó por un instante una emoción desconocida, sufría por ella. Ya no solo se trataba de la curiosidad que generaba con cada una de sus sonrisas o sus maneras calmadas y fluidas, había algo más a lo que no podía poner nombre.

Aren, la casa más oscura de todas las que existían en Calixtho. Un escalofrío recorrió mi espalda y terminó en la punta de mis dedos. Conocidas por sus venenos, sus pociones de la verdad y sus métodos de tortura. En las calles corría el rumor de que eran capaces de desollarte viva a lo largo de un año y mantenerte viva hasta el último segundo.

Miré a Lynnae, no era posible que ella perteneciera a tan monstruosa casa y si así era, ¿qué hacía creciendo con Demian y su esposa nórdica?, ¿no debía estar con su familia en Erasti?

—Tengo mucho que aprender —susurró para sí.

—No es una buena idea, Lynnae —intervine—. No soy la mejor consejera al decirte esto y quizás peque de hipócrita, pero tomar decisiones apresuradas cuando tienes los sentimientos a flor de piel solo te traerá problemas.

—¿Qué otra cosa puedo hacer? —exclamó y por primera vez pude ver sus ojos arder en las llamas de la furia y la venganza. Era una imagen tan atípica que resultaba aterradora—. Seguir adelante me llevará a encontrar a los desgraciados que hicieron esto.

—Lynnae.

El impulso de la venganza no era desconocido para mí, era un dulce combustible, un veneno que te motivaba a dar lo mejor de ti cada día a cambio de destruirte por dentro. Con cada segundo que pasaba Lynnae caía en sus brazos, lejos de su esencia y lejos mí.

—Quiero que paguen, Steina, quiero que lo hagan —masculló mientras apartaba con furia las lágrimas que recorrían sus mejillas—. Y no puedo hacerlos pagar en mi estado actual. Solo soy una guerrera del ejército interno.

—Eres una guerrera habilidosa, Lynnae. Te he visto pelear, maldita sea, hemos practicado juntas. No necesitas ir con tu casa y pasar por solo la Gran Madre sabe que pruebas y cosas —suprimí un escalofrío—. He visto pocas mujeres de la casa de Aren, pero siempre me han parecido unas desquiciadas, no quiero perderte así.

Levantó la mirada y clavó sus hermosos ojos húmedos y rebosantes de lágrimas en los míos, frunció los labios y sacudió la cabeza.

—Steina, nunca he sido tuya para que puedas perderme.

Rodé los ojos y suspiré, si bien tenía razón, no quería apartarme del reto que ella me había impuesto. Se suponía que debía superar mi entrenamiento en la Palestra y solo después ella me daría la oportunidad de salir con ella. Era una promesa, no podía romperla.

—Me diste tu palabra hace unos meses. Me prometiste una cita si terminaba toda esta pantomima —señalé mi armadura—, si tanto quieres pertenecer a tu casa, entonces empieza por honrar tu palabra.

Para mi sorpresa, Lynnae rompió a reír, no era su usual risa cantarina o los tímidos gorjeos que dejaba escapar cuando estaba de guardia y debía fingir seriedad ante las trastadas de mis compañeras de la Palestra. Se trataba en cambio de carcajadas suaves con un deje amargo que me disgustaba. Negó con la cabeza y dejó escapar un suspiro profundo.

—Está bien, está bien, me has atrapado. Saldremos juntas. Aunque no sé qué me ves. —Extendió los brazos—. Solo soy una aburrida guerrera del ejército interno sin nada interesante que ofrecer.

Deseé por un instante rebatir sus palabras. No era aburrida, solo una chica tranquila que vivía su vida día a día, disfrutaba de su familia con un corazón cálido y dispuesto a amar y encontraba en la vida que le había tocado vivir, razones para ser feliz; incluso si estas eran minúsculas. Era un pilar de luz difícil de encontrar en una sociedad tan parcializada como la nuestra y quería entenderla mejor. ¿Cómo podía ser así después de la muerte de sus madres?, ¿cómo podía perdonar a nuestro enemigo con tanta facilidad?, ¿cómo podía levantarse y amar de nuevo sin abandonarse a la amargura? Miré mis manos, yo no podía hacerlo, necesitaba mi venganza, necesitaba saber que las personas que habían hecho mi vida un infierno pagaran por ello. No podía ser feliz si no, no podía sentirme completa si no lo hacía. Ni siquiera mi entrenamiento en la Palestra ni la perspectiva de destruir a las burguesas había llenado aquel vacío o al menos, así se sentía en mi corazón. Entonces, ¿cuál era el secreto de Lynnae para ser tan feliz?

—Eres feliz —confesé—. Eres una chica dulce y feliz —carraspeé para disolver el nudo de vergüenza que se formó en mi garganta—. Eso es muy... atractivo.

Lynnae se sonrojó y miró hacia el suelo, luego levantó la mirada y sonrió.

—Díselo a mi hermana, lo odiaba.

—Si regresa —indiqué—. Y regresará —puntualicé antes que los ojos de Lynnae volvieran a llenarse de lágrimas—. Se lo haré entender.

—Si esas son tus razones, supongo que está bien —dijo ella mientras frotaba su brazo con nerviosismo—. Podemos quedar para vernos en el baile del solsticio de invierno.

—No quiero que nuestra cita sea parte de una misión —bufé.

—Será solo una parte, faltan dos semanas. Una para comprar todo lo necesario y la siguiente para tu primera misión —aplaudió—. Podemos ir a casa, cambiarnos y comprar nuestros vestidos y maquillaje para la ocasión, así como todo lo que necesitarás para tu viaje a Erasti.

Rodé los ojos y gruñí. La estúpida misión, el inútil ritual de paso de simple recluta de la Palestra a guerrera hecha y derecha. En el pasado se trataba simplemente de redadas, te unías a los grupos que acudían desde Ka y te dirigías a la ciudad fronteriza de Lerei, específicamente al poblado de Cyril, para ejecutar redadas sobre cualquier sospechoso de traición. Ahora que estábamos en paz aquella actividad carecía de todo sentido. Solo era una pérdida de tiempo, un viaje de campamento que te llevaba por las montañas de Erasti y los bosques de Lerei para enseñarte a sobrevivir en diferentes ambientes. Era una suerte que no nos llevaran a dar una vuelta por toda la frontera, el desierto de Elián se me antojaba odioso.

Un roce suave sobre mi mano me distrajo de mis pensamientos llenos de odio, bajé la mirada y me encontré con los ojos acaramelados de Lynnae, brillaban y no por las lágrimas.

—¿Vamos a casa? —inquirió—. Tendremos toda la tarde para ir de compras.

—Solo si la loca de Melinda nos lo permite.

—Oh, lo hará —sonrió traviesa—. Después de todo, necesitamos prepararnos para nuestro baile.

Avanzamos de la mano hasta llegar a casa. Sonreí, en algún momento de mi estadía en su casa esta pasó a ser mi hogar. Ni siquiera el llanto de Jansey, su hermanito, era capaz de desviar las emociones que nacían en mi corazón nada más cruzar el dintel de la puerta. Demian era un hombre cálido y amable, siempre dispuesto a enseñarme más de lo que necesitaba, gracias a él era tan capaz de construir un juego de comedor o una cama como de decapitar a una persona de un solo golpe.

Sheila era un amor, pese a ser una princesa guerrera de Cathatica, su personalidad era suave y amable, como el roce de la seda sobre la piel. Nunca alzaba la voz y jamás la había visto exasperada ante las rabietas y escándalos sin sentido de Jansey.

El familiar aroma del almuerzo inundó mi nariz en cuanto llegamos a casa. Olía a cerdo asado y vegetales al vapor, si me concentraba, incluso podía sentir el aroma de una salsa de naranja. Jansey gritó en cuanto nos vio llegar y dio brincos sobre su trasero en el corral, Lynnae soltó mi mano para correr a su lado y levantarlo en brazos. Por mi parte cerré aquella mano en un puño, apenas había notado que veníamos juntas, la calidez remanente de su tacto quería escapar y dejar mi mano helada, fruncí los labios, no quería perderla.

—Hola, enano —saludé al pequeño en cuanto Lynnae lo acercó a mí. Tenía unos ojos azules penetrantes y el cabello de un color castaño cenizo, su piel era blanca como la nieve y se sonrojaba con facilidad.

—Nano —repitió con seguridad.

—¡Steina! —exclamó Lynnae.

—¿Qué?

—No puede ser que su primera palabra sea «enano» —masculló.

Desde la cocina se dejó escuchar un estruendo, luego pisadas tan suaves como las de un gato se dejaron sentir a través del suelo de madera. En un instante Sheila nos alcanzó y miró a su hijo con gran expectación.

—¿Habló? —inquirió con una radiante sonrisa.

—Si —respondió Lynnae—. Escúchalo por ti misma. —Me dirigió una mirada acusadora y entregó al niño a su madre. Jansey al sentirse en brazos de su progenitora solo sonrió y empezó a gritar:

—¡Nano!

—¿Enano? —jadeó su madre.

—Agradece a Steina —sonrió Lynnae—. No para de decirle así.

Por suerte mi nueva apariencia distrajo a la feroz mujer nórdica. Dio un gritito de alegría la verme en armadura y no tardó ni dos segundos en llamar a Demian. Este acudió al llamado cubierto en sudor y aserrín, blandía un martillo en una mano y una sierra en otra, estaba dispuesto a defender a su familia de cualquier amenaza, siempre atento, sonreí, era como tener un padre o una madre protectores y guerreros.

—¡Steina ya recibió su primera armadura! —exclamó con orgullo, casi como si yo fuera su hija.

—¡Nano!

—Oh si, y Jansey dijo su primera palabra.

Logramos escaparnos de la repentina celebración solo cuando el lechón desapareció de la mesa. Para ese entonces el sol ya brillaba sobre los tejados de las casas de tres pisos de las burguesas y la tarde empezaba su carrera hacia el atardecer. Dejé mi armadura detrás y vestí una simple túnica, Lynnae me imitó y juntas partimos al mercado.

El mercado durante el día era un lugar muy diferente al que era por las noches. Durante las horas de oscuridad era posible encontrar entre sus diferentes calles puestos ambulantes de comida, pequeños locales de apuesta y juegos, así como espacios de dudosa legalidad que se dedicaban a comerciar todo tipo de productos sospechosos como licores de extrema pureza o extractos de plantas poderosos que solo deberían de manejar las boticas o los médicos. En sus callejuelas sin embargo era donde se desarrollaba la verdadera acción. Entre inocentes puestos de pollo y carne asada podías encontrar comerciantes de armas, hombres que vendían sus servicios para Ceremonias de Entrega, sicarios y prostitutas, algunos de mis amigos en el orfanato contaban que era posible encontrar traficantes de esclavos en las sombras más oscuras, pero nunca llegué a toparme con uno.

De día era un lugar maravilloso, lleno de aromas únicos, cientos de especias se mezclaban en tu nariz y en tu alma, aquí y allá podías toparte con vendedores de frutos y vegetales, así como de textiles, tintes y leña. Todos gritaban y cantaban, la atmósfera llenaba mi corazón de calidez y sin saberlo, mi mano encontró la de Lynnae.

—Panecillos de crema. Lleve sus panecillos de crema.

—Chocolate, lleve sus bombones, tabletas, helados.

—Carbón, lleve el mejor carbón de todo Cyril. Enciende rápido y dura más.

Alcanzamos nuestro objetivo al final del mercado, varios puestos de gran tamaño se extendían ante nosotras. El aroma de los tintes y los diferentes tejidos inundó nuestra nariz. Aquí y allá podía ver vestidos, pantalones, camisas, ropa interior, pañales para bebés y ropa diminuta para niños.

—Elige —dijo Lynnae mientras me daba un empujoncito en la espalda baja—. Recuerda que debe ser muy elegante, debemos impresionarlas.

Encontré frente a mí una gran variedad de vestidos, largos, cortos, con poco escote o con un exceso del mismo. Me decidí por un vestido negro con bordado dorado en el escote y un corte lateral a lo largo de la falda. Lynnae eligió uno verde, mucho más sencillo, sin tirantes y con la espalda decorada por un fino encaje que mantenía unido todo el conjunto.

—Resalta tus ojos —comenté sin pensar mientras la veía dar vueltas frente a un diminuto espejo. La tela del vestido abrazaba sus curvas a la perfección y si bien no era un diseño inocente, en su piel se convertía en la pieza más adorable y hermosa de todas.

—El tuyo no se queda atrás, si no tienes cuidado te tomarán como una asesina a sueldo —bromeó, pese a lo crudo de sus palabras pude ver la traición en sus ojos, ¿los míos también adoptaban aquella expresión de adoración cuando la observaba?

—¿No es lo que soy?

—Shhh, calla —siseó con nerviosismo. Miró a su alrededor, pero nos encontrábamos solas en el probador de aquel diminuto puesto comercial. Apenas y teníamos espacio para modelar juntas frente al espejo.

—Oblígame —Me erguí cuan alta era frente a ella y pude notar como sus ojos luchaban por evitar mi escote y reprenderme con un brillo feroz a la vez, por suerte era un imposible para ella. Su sonrojo la delataba por completo y por un segundo su mirada se detuvo en mis labios.

Mi corazón se aceleró y no pude evitar humedecer mis labios con mi lengua, estaban resecos y sabían a mercado. Lynnae tragó con dificultad y apartó la mirada.

—Paguemos. Ya tenemos lo que vinimos a buscar —musitó a toda prisa para luego dejar el vestido de lado y vestirse con su túnica. Roto el hechizo, imité sus acciones. Si no quería besarme no iba a obligarla.

Los vestidos resultaron más baratos de lo que habíamos esperado, lo que nos dejó con dinero de sobra para comprar algunas joyas y deleitarnos con algunos dulces del lugar. El buen ánimo había regresado a Lynnae, verla recorrer los puestos con curiosidad era especial, por un instante deseaba atraparla y evitar que se alejara demasiado, pero esa sensación desaparecía al verla sonreír al comerciante de turno.

—¡Baños! ¡Prueben los nuevos baños! —La voz estridente de una mujer me sacó de mi ensimismamiento. Miré en su dirección, una nueva casa de baño parecía haber surgido del suelo en aquel lugar. Lo que antes solía ser una sencilla casa de madera había dado paso a un imponente edificio de mármol de tres pisos de altura. De la nada, las monedas que conservaba en los bolsillos de mi túnica empezaron a pesar, a gritar que las gastara en aquel lugar. Tenía que probarlo, debía de ser mejor que los baños públicos.

—¿Qué sucede, Steina? —inquirió Lynnae nada más regresar a mi lado.

—Mira eso.

—Oh, son baños privados, comerciales, nada que ver con los públicos. Te cobran de más y te ofrecen exactamente los mismos servicios —musitó.

—Quiero probarlos, vamos, yo invito.

—Steina, es tu herencia... yo...

—No seas tímida. —Tomé su mano y tiré de ella hasta la entrada de aquel local. De inmediato una sirviente tomó nuestras bolsas de compras y las llevó a un gran casillero de madera. A cambio nos hizo firmar una hoja de pergamino con nuestros nombres.

—Bienvenidas, soy Camila, dueña de este distinguido negocio. —Una mujer en sus treinta se acercó a nosotras. Su paso era lento, sinuoso, elegante. Llevaba una delicada túnica que dejaba al descubierto uno de sus hombros y se ceñía a su cintura con un cinturón de cuero y filigranas de oro—. Es evidente que son jovencitas de buena familia y saben diferenciar un buen servicio de uno común. —agitó su mano en un ademán de desprecio y señaló hacia el interior del lugar—. Tenemos masajistas, expertos en bebidas, los mejores cocineros y los baños, privados y compartidos, más cálidos y limpios de toda la ciudad.

Deseaba odiarla, era sencillo hacerlo, era evidente que se trataba de una simple burguesa más, pero ante la mención de la palabra «masajes» y «baños calientes» mi cuerpo se derritió y perdió toda cordura.

—Puedo ver que vienen de la Palestra —negó con la cabeza—. No entiendo por qué esas terribles mujeres siguen insistiendo en hacer perder a la juventud dos años de su vida entre espadas y suciedad —se estremeció como si un poco de polvo tuviera el poder de matarla—. Definitivamente muchas cosas tienen que cambiar.

—Oh si, muchas —intervino Lynnae—. Es terrible como nos llevan a perder el tiempo. Yo deseaba dedicarme al negocio de mi familia y tuve que poner una pausa a mis labores por culpa del entrenamiento.

Suprimí una sonrisa, Lynnae había logrado atrapar a una burguesa descontenta con la corona mientras yo estaba ocupada en el malestar que aquejaba mi cuerpo. No podían culparme, meses, casi un año, de entrenamiento constante habían dejado su huella en mis músculos y en mi mente.

—¿Negocios? —La sonrisa de aquella mujer era predadora—. Eso es maravilloso, el futuro de este reino se encuentra en su economía y no en su fuerza militar, o en la corona, si me permites decirlo.

—Estoy totalmente de acuerdo con usted —intervine—. La corona no es más que una figura del pasado, una imagen para las nostálgicas de corazón.

—Como se nota que eres joven, palabras así podrían llevarte a perder la cabeza si no tienes cuidado, niña, pero me agradas. —Juntó sus manos frente a su pecho en una palmada que resonó en las paredes de la casa de baños—. Tienen acceso gratuito a nuestras instalaciones.

—Oh, no, para nada, quiero pagar —dijo Lynnae.

—Tonterías, no puedo aceptarlo.

—Insisto.

—Basta con que nos recomiendes con tus amigas.

Contuve una carcajada, incluso si tuviera amigas, ninguna podría permitirse un baño en un lugar así.

—Por supuesto que lo haremos, lugares como este merecen clientela adecuada, pero, aun así, pagaré.

Lynnae y Camila continuaron enfrascadas en aquella discusión frívola durante un par de minutos más. Al final, Lynnae aceptó pagar la mitad de las cuotas y la mujer aceptó de buen grado dos monedas de oro de nuestros bolsillos. Mientras pagábamos, pude ver como sus ojos casi se salían de sus órbitas al escuchar el tintineo de las monedas en mi bolsita de cuero. Mordí mi lengua, si tan solo supiera que lo único que tintineaba allí eran monedas de plata y cobre.

—Queremos un baño privado, por favor —pidió Lynnae.

—Por supuesto, enviaré a las masajistas —respondió Camila con falso interés y disposición—. Mientras, las guiaré a su baño.

Decir que el lugar era enorme era quedarse corta. En los tres pisos del edificio se distribuían baños comunes, privados, saunas y salas de masaje. Las cabinas privadas contaban con una gran bañera, suficiente para tres personas, y todos los aceites esenciales y jabones que pudieras imaginar. El lugar estaba atestado de vapor y era algo difícil respirar. Camila nos dejó solas por fin y pudimos curiosear a gusto.

—Tendremos problemas con las masajistas —suspiró Lynnae y señaló mi pecho, justo donde se encontraba el tatuaje de mi casa—. Si vas a hacerte pasar por una burguesa, no puedes tener eso a la vista.

—Lo ocultaré, no te preocupes —mascullé mientras revisaba la gran colección de aceites que descansaba sobre una estantería— ¿Qué prefieres? ¿Lirios, romero o canela?

—Limón —escuché a mis espaldas el susurro de la ropa de Lynnae al caer al suelo, en respuesta, un peso sordo descansó sobre mi estómago. Había tomado la actividad como algo natural, que lo era, pero había obviado que compartiría el espacio con Lynnae. Tragué para deshacer el nudo en mi garganta y resoplé. Había hecho esto muchas veces, solo era un baño, no significaba nada. Solo no miraría demasiado y todo estaría bien.

El chapoteo y el suspiro de alivio de Lynnae fueron mi señal, me giré y vertí a toda prisa el contenido del aceite de limón en el agua, luego agregué un generoso chorro de gel de baño que, según la etiqueta, tenía el aroma del mar. Pronto el espacio se llenó de un aroma dulce, marino y fresco. Lynnae suspiró y se sumergió por completo debajo de la gran pared de espuma que empezaba a crecer sobre la superficie del agua. Esa era mi oportunidad. A toda prisa me deshice de mi ropa y de mis sandalias con tan mala suerte que estas se convirtieron en una especie de laberinto a mis pies.

Lynnae eligió ese momento para salir del agua, nuestros ojos se encontraron y por esa fracción de segundo mi mundo dio vuelta y regresó a su posición original. Nunca había experimentado algo así por nadie. No era ajena al deseo o a la atracción, Lynnae solo era especial, combinaba eso y más y lo transformaba en algo que empezaba a tomar forma y que poco a poco se adueñaba de mi mente.

Después comprendí que había perdido el equilibrio y había caído al agua, pero eso carecía de importancia, no cuando tenía a Lynnae tan cerca de mí.

—¿Estás bien? —preguntó. Sujetaba mis brazos para mantenerme a flote y fue cuando entendí que la bañera era mucho más profunda que las bañeras públicas.

—Sí, solo... tropecé —jadeé. Su presencia era toda una distracción, el mundo desaparecía a mi alrededor y solo quedaba ella, ella y la espuma que bajaba por su lacio cabello, recorría su cuello y terminaba sobre sus pechos. Mi garganta se cerró y mis mejillas cosquillearon.

—¿Steina?

—Lynnae, tú... —Era el momento, no podía seguir disfrazando esto como una simple cita motivo de un acuerdo o una promesa. Lynnae provocaba algo en mí y deseaba explorarlo. Levanté mi mano y con la excusa de apartar un poco de espuma de su mejilla, acuné su rostro.

—¡Lo había olvidado! Tenemos este gran baile el día del solsticio y dado que cuentan con un negocio, pensé que estarían interesadas en participar. —La estridente voz de Camila tenía el poder suficiente para atravesar la barrera de emociones que nos mantenía unidas. En cuanto notó lo que interrumpía, solo sonrió con fingida pena—. No sabía que interrumpía algo, igual, dejaré la invitación con sus cosas. —Agitó en el aire un sobre de pergamino con un elegante sello rojo y una cinta azul de seda de adorno— ¡No falten!

—Voy a demostrar que es una traidora y la decapitaré con mis propias manos —protesté.

—Mira el lado bueno, no tendremos que colarnos en la fiesta. Ya estamos invitadas —dijo Lynnae con una sonrisa de alivio en sus labios.

—¿Lynnae? ¿Por qué...? —Era como si un cuchillo al rojo se detuviera justo sobre mi garganta y apuñalara con vicio mi cuello. No era un rechazo común, esos los conocía. Este dolía, este era capaz de matarme.

—No tenemos tiempo para eso ahora, Steina. Tenemos muchas cosas que preparar antes del baile.

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