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Decisión

De nuevo a casa, a esa estructura de argamasa, madera y paja a la que se supone debo llamar hogar. El sol estaba por romper el velo de la noche cuando abrí la puerta de aquel lugar. Como siempre, me recibió la oscuridad de la sala de estar y la suave luz que emitían las pequeñas brazas que luchaban por sobrevivir en la chimenea.

—Llegas temprano —susurró Lynnae desde el dintel de la puerta de su habitación. Sujetaba en una de sus manos su espada y con la otra se frotaba los ojos ¿de verdad esperaba enfrentar a un posible intruso de esa manera?

—Sí, aunque fue una noche agitada —ironicé—. Una veintena de borrachas en las calles. Cada año el otoño es peor.

—Solo celebran sus cosechas, el éxito de sus negocios y la llegada del invierno.

—Invierno, una época de escasez, nada tienen que celebrar —mascullé mientras dejaba mi capa oscura sobre uno de los sillones.

—Pudo ser así hace años, ya no lo es. Nadie nos roba, estamos y estaremos bien —Lynnae dejó su espada junto a la puerta de su habitación y se dirigió a la cocina. Su cabello castaño y sus ojos de un tono marrón carmesí brillaron con emoción— ¿Qué quieres para desayunar?

Así era ella, feliz, como si no le importara en lo absoluto todo lo que había pasado. Cerré mis puños con fuerza, no podía evitar enfadarme cada vez que la veía bailar por los pasillos, siendo sincera, solo caminaba, pero lo hacía con tanta gracia y frescura que era como si danzara en el aire.

—Huevos y tocino —respondí. Era mi hermana, no tenía derecho a odiarla.

Descansé mi cuerpo en uno de los sofás de la sala. No tenía sentido ir a mi habitación, caería rendida en la cama y luego me costaría levantarme para desayunar. Estaba por cerrar los ojos cuando el aroma del tocino y los huevos atrajo a Demian, mi otro gran y querido hermano. Al menos no venía de la mano de su grandiosa esposa. Era enfermizo observarlos. Años de relación y aún se comportaban como dos adolescentes enamorados.

—Axelia, que bueno verte en casa —saludó. Los años y el sol de Calixtho habían oscurecido un poco su rubio cabello y la edad le había invitado a dejarse una abundante barba— ¿Tienes que patrullar esta noche? —inquirió mientras trataba de robar algo de tocino del sartén que Lynnae protegía con furia.

—No, es mi día libre —Dejé caer mi cabeza sobre el reposabrazos del sofá. Mi cuello se estiró y sentí con satisfacción como algunos huesos crujieron ante el movimiento.

—¿Saldrás con tus amigas?

—Sí, papá, saldré con ellas y no regresaré hasta el amanecer.

—Deberías aprovechar mejor tu tiempo —apuntó—. Quizás ayudarme un poco en el taller. No te ganarás la vida con la espada para siempre.

—Puedo y lo haré, permaneceré en el ejército de la frontera toda mi vida —rugí.

—La guerra terminó, Axelia, luego de un tiempo pasarás a formar parte de las reservas, no ganarás el dinero suficiente para vivir. Aprender un oficio no te hará mal.

La guerra terminó, rumié aquellas palabras como siempre lo había hecho. La guerra había terminado y con ello mi gran oportunidad para hacer algo con ese sentimiento que ardía en mi pecho y anudaba mi garganta.

—Nunca se sabe cuándo se atreverán a traicionarnos —bufé—. Luthier es y será siempre una pocilga llena de ratas.

—Nico está haciendo un gran trabajo. Lleva doce años en el poder y hasta ahora ha mantenido el control. No ha sido fácil, pero ha llevado a Luthier a la estabilidad y en un par de años el príncipe Roco podrá hacerse cargo del trono.

Rodé los ojos ante el tono esperanzado y alegre de sus palabras. Si un heredero de doce años era el cimiento de sus esperanzas y planes para el futuro mejor empezaba a afilar su espada. Una desafortunada gota de veneno o una caída en su entrenamiento podían destruir aquel inestable sueño.

—El desayuno está listo —intervino Lynnae. Aprecié su buen juicio al interrumpirnos. Las discusiones entre Demian y yo eran de lo más común cuando nos encontrábamos en la misma habitación y Lynnae sabía cuan graves podían llegar a ser.

—Buscaré a Sheila, ahora que está embarazada duerme demasiado —dijo Demian antes de desaparecer en el pasillo que llevaba hacia nuestras respectivas habitaciones.

Aproveché su ausencia para embutir todo el alimento que pude en mi boca y lo bajé con un largo trago de vino. Repetí la acción un par de veces ante la desesperada mirada de Lynnae, quien se limitaba a tomar pequeñas porciones con la elegancia de una noble.

—No pasará nada si compartimos la mesa por una vez —dijo entre bocados.

—Sabes muy bien lo que pasa cuando compartimos mesa, Lyn.

—Somos una familia, Axelia ¿por qué no disfrutas de ello? Es como si desearas mantenerte oculta en la amargura y el dolor.

—Y tú estás demasiado concentrada en jugar a la familia feliz —espeté para luego dejar la mesa y dirigirme a mi cuarto. Por el camino me encontré con Sheila, su gran vientre anunciaba la inminente llegada de un nuevo integrante a esta casa. Pronto se haría demasiado pequeña para los cinco.

—Que descanses muy bien, Axelia, tu sacrificio fortalece a este reino —saludó Sheila con cortesía. Demian iba detrás de ella, atento a cualquier tropiezo o caída. El pasillo era demasiado estrecho para los tres, así que sin querer rocé su hombro al pasar a su lado.

—¡Ey! Ella solo te está saludando, no tienes por qué ser tan violenta —exclamó Demian con ira.

—Por si no lo has notado, esta casa se nos queda pequeña, yo no buscaba lastimar a tu delicada flor —respondí antes de ocultarme por fin en la privacidad de mis aposentos.

—Demian, ella tiene razón, fue un accidente.

Desde mi cama rechiné mis dientes, no quería ser defendida por la princesa mimada. Por suerte, el sueño me reclamó con tal rapidez que solo tuve tiempo para patear mis botas y aflojar la correa de mi talabarte.

...

La noche llegó con inusual rapidez y con ella, el golpeteo de mi amiga en la ventana de mi habitación. Sus trepidantes ojos azul turquesa brillaban en la oscuridad, o tal vez era el efecto de las antorchas que iluminaban las calles.

—Axelia, vámonos ya —urgió cuando abrí las contraventanas y corrí a un lado las cortinas.

—Espera y me preparo —indiqué.

—¿Ni siquiera te has bañado? Que sucia —de un salto ingresó a mi habitación y se lanzó sobre mi cama.

—Tuve una larga guardia —protesté.

—Ya, ya, luego me cuentas ¡apresúrate! O se acabará el buen vino.

—El buen vino no se acaba hasta que las chicas de la frontera llegan al bar —grité sobre mi hombro.

—¡Esa es la actitud, hermana!

Tomé un baño en tiempo record y pronto Fannie me estaba ayudando con mi ropa, armadura y capa. No estábamos de servicio esa noche, pero nunca estaba de más utilizar nuestros uniformes. La razón oficial era que ello nos permitía actuar con autoridad ante una situación negativa o que alterara el orden de la ciudad, pero todas sabíamos cuál era la verdadera razón: Chicas.

El bar estaba muy concurrido esa noche, tal y como lo había estado cada día desde que las reinas habían firmado la paz. Los meseros iban y venían llevando vino, licor de caña y cocteles entre las mesas, la pista de baile estaba a rebosar de cuerpos que saltaban, se rozaban y abrazaban sin pudor alguno y la atmósfera tenía ese toque único a sudor, uva y alegría típico de un lugar así.

Fannie y yo encontramos con facilidad la mesa que ya habían apartado nuestras compañeras. Todas estaban repantigadas en las sillas, e incluso Lois descansaba sus pies sobre la mesa y bailaba su silla en las patas traseras, era de por si un acto de precario equilibrio, pero ella lo lograba mantener con una chica sentada en su regazo, una jovencita del pueblo que tonteaba con su capa y susurraba en su oído.

—Empezaron sin nosotras —protestó Fannie a viva voz.

—Se demoraban demasiado —apuntó Lois sin soltar a su elegida de aquella noche. Sus ojos oscuros brillaron cuando la joven se atrevió a besar su cuello—. Y sabes que no nos gusta esperar.

Rodé los ojos, aquella frase iba con un claro doble sentido. Busqué una silla libre y rellené un vaso con la gigantesca jarra de vino que habían servido a nuestra mesa.

—Es agradable distraerse un poco —cedió Agnes, la más serena del grupo. Para cualquier observador externo, ella ni siquiera debería pertenecer a nuestro grupo, pero lo cierto era que se trataba de una muy buena amiga.

—Agnes, solo tú llamas «distraerse» a beber un vaso de vino durante toda la noche y mirar con reprobación como nos divertimos —bromeó Rhoda.

—Que no disfrute con la promiscuidad y las bebidas espirituosas no quiere decir que no sepa distraerme —protestó la aludida.

—Una noche, Agnes, por una noche suéltate un poco y déjate llevar. Este lugar es maravilloso. De aquí sales sola solo porque quieres. La otra noche conseguí que tres chicas me acompañaran a casa y...

Me permití perderme en la atrevida historia de Rhoda y sus tres «afortunadas acompañantes» y en las expresiones de terror de Agnes. Era agradable estar con ellas, la calidez que despedían pese a ser tan diferentes, la relación que nos unía, forjada durante un año de penurias era un ancla, una bahía que me permitía descansar de la tormenta de pensamientos contradictorios que solía poblar mi mente.

—Axelia, estás aquí —una voz conocida me sacó de mi estupor. Levanté la mirada y me encontré con la de Lynnae a solo unos centímetros.

—¿Quién es? —inquirió Lois con curiosidad—. No me dirás que tienes una amante secreta, Axelia.

—Si es así, estás en muchos problemas —apuntó Rhoda con una sonrisa— ¿O ella sabe para qué estás aquí?

—Es mi hermana —respondí.

—¿Una hermana? Perdona que te lo diga, pero se parecen tanto como una roca a un pozo de lodo, sin ofender —dijo Lois—. No mientas y admítelo, es tu amante y ahora la quieres hacer pasar por tu hermana. Chica misteriosa, yo que tú la dejaría y buscaría consuelo en otra parte —guiñó un ojo.

—Es complicado de explicar —espeté— Lynnae, ¿qué haces aquí? ¿está todo bien en casa?

Sheila podía estar a punto de dar a luz, algún ladrón podía haber ingresado, miles de escenarios se desarrollaron en mi mente.

—No, no, todo está bien, pensé que ya que habías salido y que yo también tengo esta noche libre podríamos... ¿salir juntas?

Fue entonces cuando reparé en su uniforme y en el trasfondo de las burlas de mis amigas. La capa roja del ejército interno resaltaba como una mancha de brea sobre un impecable suelo de mármol.

—¿Tu? ¿Acaso te crees igual a nosotras? —inquirió Lois con tal violencia en su voz que la chica que descansaba en su regazo dio un respingo.

—No salimos con cobardes de la frontera —espetó Rhoda.

—Entrené para ganar mi lugar —respondió Lynnae—. Y defenderé el reino tanto como lo harán ustedes si es necesario.

—Mírenla, se cree igual a nosotras—exclamó Lois con tanta fuerza que en las mesas contiguas toda conversación se detuvo y varias cabezas giraron para observar la escena, hecho que la llenó de valor—. Mira niña, el ejército interno no es bienvenido aquí, para defender estas tierras ya estamos nosotras y nos bastamos solas. Si quieres lucir tu linda capita roja, ve a Erasti, o mejor aún, a Ka, a barrer el palacio de nuestras soberanas.

—Lois —intervine—. Ya basta.

—No, me niego a compartir mesa con una cobarde.

—Tal vez deberías buscar otra mesa, con algunas guerreras de tu componente —apuntó Agnes—. No solemos mezclarnos, lo siento.

—¿Axelia? —No me atreví a mirarla a los ojos. No quería ver la herida y el dolor en ellos. Lois y Rhoda no eran malas chicas, pero como todas, odiaban sentirse inútiles, temían perder el estatus y el respeto que te daba la capa azul oscuro. Ahora que la frontera estaba cerrada con la muralla, temían convertirse en parte del ejercito interno.

—Deberías buscar otra mesa, Lynnae —dije por fin.

—Me llaman cobarde, pero tú lo eres mil veces más —siseó herida—. Dejándote llevar por lo que dicen tus amigotas. Todas lo son, cobardes, ocultándose detrás de un nombre, de una capa y de un broche.

—¡Ey! —Rhoda se levantó con tal ímpetu que tiró la silla—. Discúlpate en este mismo instante.

—No lo haré.

—Entonces te enseñaré a respetar. Tu y yo, afuera ¿o tienes miedo?

—Lynnae, vete de aquí —gruñí entre dientes.

—No. Yo- yo acepto.

Pronto la muchedumbre, en su mayoría guerreras de la frontera en descanso, nos arrastró fuera del bar y rodearon a las dos contendientes. Nadie se perdía una buena pelea, en especial si tenía tintes de duelo.

Lynnae desenvainó y adoptó una posición firme para pelear, Rhoda solo rodó los ojos, blandió su espada y paseó en círculos alrededor de Lynnae, juzgando su futuro ataque. Terminaría en segundos y mi hermana no sabría siquiera qué la había golpeado.

Rhoda se arrojó en un ataque en apariencia desenfrenado, pero que ocultaba una sorpresa. Lynnae bloqueó su golpe, pero no vio venir la patada que barrió sus pies y la llevó al suelo con energía. Si, había acabado. Di un paso al frente para ayudarla a levantarse y llevarla a casa cuando Rhoda dejó caer su pie en el estómago de Lynnae.

—Armaduras débiles y corazones sin una pizca de coraje —presionó con fuerza dejando ir su peso sobre el pie—. Levántate, atácame, haz algo.

Lynnae gemía de dolor en el suelo y boqueaba tratando de tomar aire. En su desesperación logró desenvainar una daga y clavarla en el empeine de Rhoda, solo un poco, la placa de acero de las botas absorbió el mayor daño, aun así, Rhoda sintió la mordedura del filo y se alejó un par de pasos.

—Lynnae, deja esto, por favor.

—NO.

Un nuevo ataque, otra defensa brutal y una golpiza después, me encontré con Lynnae en mis brazos. Agnes y Fannie trataban de limpiar la sangre que escurría desde la parte superior de su frente hasta la barbilla.

—Te pedí que te detuvieras. Rhoda es la más fuerte de todas y la que peor temperamento tiene —susurré.

—No iba a permitir que me hablara así, especialmente si tú no ibas a defenderme —balbuceó.

—No voy a discutir por un asunto tan tonto como el color de la capa. Solo tenías que marcharte con tus amigas, con tu componente y dejarnos en paz —Maniobré su peso de tal manera que Agnes pudiera retirarle la armadura.

—Tu solo querías que me marchara porque estaba avergonzándote ¿Por qué no sabían de mi existencia? Si se supone que son tus amigas debían de conocer al menos mi nombre.

Agnes y Fannie me dirigieron miradas de reprobación. Fannie conocía a Lynnae, era mi amiga más cercana, después de todo.

—Nunca tuve una oportunidad para mencionarte. —En parte era verdad, había pasado todo el año de entrenamiento concentrándome en sobrevivir y esquivando las largas y meditabundas charlas a la luz de la hoguera.

—Te avergüenza que, dada mi estirpe, me encuentre sirviendo en un componente que consideran más débil.

—La frontera no necesita de un ejército interno, nosotras la defenderemos y evitaremos que el ejército interno deba romperse las uñas.

—Hablas como las gorilas de tus amigas. Creyéndote más solo porque tienes esa estúpida capa sobre los hombros. —Me empujó con cierta dificultad—. Me voy a casa. Perdóname por arruinar tu noche.

—No puedes regresar sola y en ese estado, te acompañaré. Chicas, regresen con las demás, no quiero que esto se convierta en un gran problema para nosotras. Saben cómo se ponen Rhoda y Lois después de una pelea.

—Yo soy la que no quiere ser un problema para ti —bufó Lynnae—. Regresa con ellas, conozco bien el camino a casa.

—No, no voy a dejarte sola.

—Me dejaste sola en la pelea.

Guardé silencio ante su acusación. Si, la había dejado sola, pero ella sola se lo había buscado y no iba a pelear contra mis amigas.

Por suerte para ambas, Demian estaba dormido cuando llegamos a casa. Nos escabullimos hasta nuestras habitaciones y aunque le ofrecí ayuda, Lynnae la rechazó con un mohín y un portazo silencioso.

El secreto de nuestra aventura no se mantuvo por demasiado tiempo. Al día siguiente, Sheila ingresó a la habitación de Lynnae y al encontrarse con sus sábanas manchadas de sangre no pudo sino gritar por Demian. Lynnae salió del baño con la bata de colgando de los hombros y la ropa limpia húmeda por las prisas de calmar la situación antes que escalara a mayores. Para mi mala suerte, Lynnae era una terrible mentirosa y pronto Demian sacó de sus labios la historia completa, o tal vez, ella solo deseaba acusarme y dejarme mal ante nuestro hermano mayor.

—Estoy decepcionado —dijo con la voz tan fría como el hielo—. Madre siempre te dejaba a cargo de ella, madre siempre confió en ti para protegerla ¿y la dejas a merced de las abusivas de tus compañeras del ejército?

—Ejército de la frontera —aclaré. De seguro no esperaba aquella respuesta, porque su rostro enrojeció hasta niveles nunca vistos.

—Ejército de la frontera, del interior, la policía, me importa un pepino a que componente pertenezcas y lo importante que puedas creerte por pertenecer a él. Lo que hace poderoso a un ejército es la moral de sus soldados y si tú eres una representante del ejercito de la frontera, entonces me atrevo a decir que han perdido todo el honor y la confianza de la que era merecedor. Son una vergüenza para las generaciones anteriores de guerreras que dieron sus vidas para que pudieran disfrutar de la paz, de tiempos mejores y más felices.

Aquellas palabras me llegaron al corazón. Parpadeé para apartar las lágrimas y reuní el aire suficiente para responder, pero solo ardió en mis pulmones y escapó como lo que siempre había pensado.

—Tú no eres nadie para hablar sobre el honor del ejército en el que luchó nuestra madre. Tú no eres mi padre para juzgarme.

Me levanté a toda prisa de la mesa y me dirigí a mi habitación. Mi corazón latía a toda prisa, mi sangre hervía y todo lo que podía ver a mi alrededor lo hacía a través de una niebla espesa de color rojo.

—Axelia, ¿qué haces?

La pregunta de Sheila me detuvo unos segundos, observé mis manos, sujetaban puñados de ropa y accesorios. Sobre mi cama descansaba un sencillo bolso de lona.

—Esta casa es muy pequeña para todos. Me voy.

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