Camino a la traición
Frente a nosotras un grupo de al menos cincuenta personas arrastraban una especie de carro. Sobre él se adivinaba una figura metálica. El incipiente sol se reflejó en su superficie y por un momento me vi atacada por un escalofrío. La forma larga y robusta, con tres tubos metálicos en un extremo y una especie de caja en su parte posterior no se adivinaba peligrosa, era incluso risible, incluso débil si la observabas como un conjunto, pero habíamos sido testigos de su obra.
Era una máquina de muerte, una que inspiraba mucho más terror que una espada, una lanza o una maza de pinchos. Ni siquiera una lluvia de flechas podía paralizar mi corazón de aquella manera.
—¿Qué hacemos? ¿las enfrentamos? —inquirió Var.
—Podemos hacerlo si enviamos a algunas mensajeras por delante. Si tenemos suerte llegarán con Judithe antes que acaben con todas nosotras. —La resolución en la expresión de Kalyca provocó un nuevo estremecimiento en mi interior, ¿qué había ocurrido con la chica despreocupada de antes? Frente a mi tenía una guerrera dispuesta a morir por sus compañeras y su reino.
—Tenemos la cobertura de los árboles y algunas flechas, tenemos cierta ventaja —tartamudeó Tessa.
Llevé la mano al pomo de mi espada, lo que me faltaba. De alguna manera, escuchar tanto valor en las palabras de Tessa, de todas las chicas que me seguían, sacudió mis cimientos. De todas las chicas que me seguían en ese momento, de ella era de quien menos esperaba tanto valor, tanta decisión, ni entrega. Sus palabras tenían sentido, eran lógicas, propias de una guerrera que pensaba antes de actuar. Como Lynnae.
¿Podía acaso traicionar a Lynnae? ¿Abandonar sus sueños a su suerte, despreciar por completo el esfuerzo que debía de estar realizando ahora en su casa? Contuve un nuevo estremecimiento, ella me despreciaría al momento si pudiera leer mi mente. ¿De verdad planeaba traicionar al reino? Destruir todo lo que ya se encontraba cimentado y dar paso a una nueva era, ¿y si no resultaba bien?
Escuché el silbido de algunas espadas al ser desenvainadas y por un momento todo lo que me rodeaba desapareció en una espiral de colores oscuros. Mi cuerpo perdió todo peso y soporte y flotó lejos hasta superar con facilidad el grupo de árboles que nos protegía y fuera del alcance de mis compañeras y sus desesperados gritos de alerta.
Me encontraba en casa, gritos, maldiciones y combates llegaban a mis oídos a través de las ventanas y por entre las rendijas de la puerta. Mis madres compartían miradas nerviosas mientras se ajustaban mutuamente sus armaduras. Había escuchado algo sobre esto, un posible ataque enemigo, debíamos defendernos o morir, eso me habían enseñado.
Corrí hasta la pierna de mi madre y me aferré a ella, no quería perderla. No quería verla sin cabeza como aquellas mujeres del palacio.
Mi repentino movimiento la sobresaltó, pero lejos de regañarme como siempre lo hacía, algo sobre sus reflejos de guerrera, se agachó a mi altura y acarició mi rostro con el dorso de su mano. El suave contacto del cuero de su guantelete hizo mucho por aliviar mi miedo, estaba con ella, estaría bien. Mi madre acabaría con quienes quisieran hacernos daño, estaríamos bien, todo terminaría pronto y comeríamos en el gran banquete junto a la reina y todas las guerreras.
—Quédate detrás de nosotras, Steina, y todo estará bien —ordenó con firmeza.
—Esa maldita de Thenelyn, aún no sé cómo permitimos que nos arrastrara a esto —susurró mamá.
—Shh, la niña, Ialene —reprochó mi madre y sonreí. Me agradaba cuando eso ocurría, era divertido.
—Eso no importa ahora. —Mi mamá se agachó frente a mí—. Escucha bien, Steina, dentro de unos instantes tu madre y yo deberemos luchar contra el enemigo. Tu debes esconderte. No intervengas y estarás bien.
—Pero... —Miré la daga en su cinto y la señalé—. Puedo usarla, puedo pelear.
—No, no puedes. Estas son cosas de adultos...
Fuertes golpes en la puerta interrumpieron mis futuras protestas. Mi madre me tomó de los hombros con fuerza y me obligó a mirarla a los ojos.
—Escuches lo que escuches, quiero que nos recuerdes por quienes fuimos. Tú conoces la verdad, Steina.
—¿Madre? —Mi corazón empezó a resonar en mis oídos con tanta fuerza que por un instante ahogó las siguientes palabras de mi madre. Separé los labios para pedirle que las repitiera cuando la puerta fue derribada.
En un instante me vi arrojada detrás de sus cuerpos, en la confusión solo pude escuchar como desenvainaban sus espadas, aquel silbido siempre me provocaba escalofríos. Hice lo posible por ver, una guerrera no se ocultaba, no huía y yo era una.
—A nuestra niña no—dijo mi mamá.
—No venimos por ella, venimos por ustedes. Saben bien lo que han hecho —sentenció una guerrera rubia que desconocía. Parecía pertenecer a la casa de Luthier, sus ojos grises y su cabello eran más que evidentes—. No hagan esto más difícil para ella, entréguense.
—No queríamos un mundo de opresión y guerra para ella. Senka con sus acciones ha traído la oscuridad sobre nosotras —exclamó mi madre.
—No ha ocurrido nada, la oscuridad y la guerra la trajeron ustedes. ¿Qué clase de futuro le espera ahora? —continuó mamá.
No entendía sus palabras. Sabía que les preocupaba mi futuro, lo repetían todos los días mientras se esforzaban por enseñarme a leer y a pelear. ¿Acaso había fallado y por eso venían a buscarlas?, ¿por qué las acusaban y amenazaban de esa manera?, eran mujeres, no hombres de Luthier. Olvidé por completo sus instrucciones y me acerqué a mi madre. El temor me obligó a llamarla de manera débil e infantil, como una bebé, pero lo necesitaba, mi corazón se regocijaba en aquella sencilla palabra.
—¿Mami? —Tiré de la pernera de su pantalón. Quería que dejaran de pelear. Eran amigas, eran guerreras como ellas.
—No te preocupes. Nadie te hará daño —respondió mi madre, pero no se volteó a verme ni bajó su espada, ¿cómo no debía preocuparme?
—Un combate aquí dentro la pondrá en peligro. Ríndanse —dijo otra chica. Era más baja que la otra, llevaba el cabello corto, sin trenzas. En ese momento noté sus capas negras. Eran de la Guardia de la Frontera, ¿qué hacían en Ka?
—¿Quién cuidará de ella? —inquirió mamá. ¿Cuidar?, ¿de mí? Un pánico cegador me invadió y un sollozo escapó de mis labios.
—Hay nodrizas y niñeras en el palacio —dijo la chica de pelo corto en un tono más suave, casi inseguro.
—¡No permitiré que sea resguardada en ese lugar lleno de desviaciones y peligros!
El grito de mi mamá dio inicio al combate. Mi madre me empujó detrás de ella y se abalanzó contra las guerreras. Nunca las había visto luchar así, ni siquiera aquella noche cuando entrenaban en el patio y un ladrón trató de entrar a nuestra casa. Eran invencibles, no podrían con ellas. Las guerreras de la frontera estaban acabadas.
De alguna manera aquellas guerreras desconocidas lograron desarmar a mis madres. En un instante las arrojaron contra el suelo y las ataron con cuerdas. No, no podían hacer eso, no podían. Pataleé, quería que las soltaran ahora. Solo a las personas malas se les ataba, mis madres no eran malas.
Fue entonces cuando un par de brazos rodearon mi cuerpo y me levantaron del suelo. Fue tan sorpresivo que no luché contra ellos. No podía encontrar las fuerzas para hacerlo, quería a mis madres conmigo.
—Todo va a estar bien —me dijo aquella guerrera de cabello corto—. En el palacio estarás a salvo.
—Quiero a mis mamis —lloriqueé.
—No es posible —dijo con la voz temblorosa. No dijo nada más y se limitó a cubrirme con su capa, pese a ello, sentí la cruda mordedura del frío en cuanto abandonamos mi casa.
Luché por unos instantes contra la capa, quería ver a mis madres, quizás si veían que me llevaba una extraña, se liberarían de sus ataduras y vendrían a mi rescate, pero no ocurrió así, la capa era demasiado pesada y la guerrera la sujetaba muy bien contra mi cabeza. En algún punto me rendí y el dolor sordo de mi pecho desapareció, las lágrimas de mis ojos dejaron de correr y me sentí flotar. Mis madres iban a terminar como las mujeres del palacio.
Regresé a la realidad y el soplo de una pequeña brisa contra mis mejillas me reveló que había estado llorando. Sequé a toda prisa las lágrimas, una comandante, incluso interina, no debía llorar. El vacío en el cual me encontraba poco a poco se transformó en llamas amargas que inundaron mi visión y mis oídos. No, Lynnae no tenía nada que ver en mi venganza, si estaba involucrada era su voluntad, no la mía.
—No haremos nada, dejémosles pasar y corramos a avisar a Judithe.
—¿Steina? —Kalyca me miraba con incredulidad.
—No puedes estar hablando en serio —dijo Var con furia contenida en sus ojos.
Miré a mi alrededor, las chicas tenían expresiones similares a las de mis dos compañeras, diferentes gradientes de incredulidad y rabia dominaban sus rostros. Negué con la cabeza, erguí mis hombros y me preparé para hablar. Debía convencerlas de dejarles pasar a un enemigo que había causado decenas de muertes y que bien podría prepararse para atacar el interior del reino, que podía acabar con sus familias, parejas y amigos.
—Si atacamos y fracasamos, ingresarán al reino. Aun si las mensajeras alcanzan a la comandante Judithe, pasará un tiempo antes que puedan replegarse y hacer algo. Nuestra mejor oportunidad es acudir a ellas, sumar nuestros números y luego unirnos a los esfuerzos de defensa en la frontera —señalé la muralla—, dudo que puedan pasar, recuerden que nuestras murallas son inexpugnables y que desde que terminaron de ser construidas no hemos sufrido ataque alguno de nuestros enemigos.
Eran razones lógicas, pero rara vez la razón podía ingresar al corazón herido de una guerrera sedienta de venganza y yo era prueba de ello. En el transcurso de una noche mis compañeras habían dejado de ser jóvenes inocentes y atrevidas para convertirse en guerreras labradas en el dolor y el horror, pero desconocían la vorágine de la batalla. El deseo de entrar en combate las cegaba y así solo morirían. El arma pasaría tal y como lo deseaba Kirstia, pero, ¿a qué precio?
—Tiene razón —resopló Tessa. Su opinión levantó una oleada de protestas silenciosas y gestos de odio—. Moriremos de cualquier forma, si vamos a hacerlo mejor que sea con sentido.
—Podemos detenerla un tiempo, no es imposible —rezongó una chica—. No hacerlo es de cobardes.
—Hacerlo es de idiotas —espeté—. Si algo he aprendido estos meses es que ser valiente no es igual a ser estúpida. Se puede ser valiente y aún así, tomar la mejor decisión. De hecho, para tomar la mejor decisión se requiere más valor que para tomar la más sencilla.
—Atacar no es una decisión sencilla.
—Atacar es lo correcto.
—Es de cobardes no avanzar.
Separé mis labios para responder, pero las elevadas voces de protesta silenciaron mis palabras llenas de razón.
—Siempre fuiste una cobarde, Steina, no importa que ahora seas nuestra comandante ni lo que has hecho, tu verdadera naturaleza siempre saldrá a la luz.
Fue como si aquella chica lanzara un puñal directo a mi corazón, ahí estaba de nuevo, esa decisión de mi juventud que todos se creían con el derecho de juzgar. ¿Acaso ellas habrían servido con fe ciega a las reinas si estas acababan con la vida de sus madres? Cerré los puños y me preparé para regresar el golpe de una manera más física, pero otras chicas se sumaron a la primera.
—¡Si! Una cobarde objetora moral.
—Una cobarde que no ingresó a la Palestra hasta que le dieron una lección de modales y valentía.
—Una cobarde siempre será una cobarde.
Poco a poco las críticas se transformaron en un remolino de insultos que amenazaron con clavarme al suelo y pisotearme hasta morir. La guerrera en mi pecho se negó a sufrir aquella vejación:
—Más difícil es dar la espalda y avanzar y eso haremos. Yo estoy a cargo —estallé, no permitiría que me hablaran así—. Harán lo que yo ordene, porque eso las mantendrá con vida durante dos días más. La que quiera darme la espalda y morir, que lo haga.
Envainé mi espada con más fuerza de la necesaria y observé a nuestro enemigo, habían avanzado lo suficiente como para que pudiéramos deslizarnos a su espalda sin ser notadas. Podíamos correr al bosque que nos separaba de Luthier y recorrer su sombra hasta alcanzar a Judithe. Satisfecha con mi decisión y con el corazón en calma por primera vez en años, di media vuelta dispuesta a subir a mi caballo. Lo que descubrí me dejó helada: cerca de la mitad del grupo se deslizaba fuera de la arboleda. Cerré los ojos para obviar el notorio giro del mundo que me rodeaba, mi estómago tembló y amenazó con expulsar su contenido. En tan solo unos instantes escuché las voces de alerta de nuestros enemigos.
—¿Qué haremos? —susurró Kalyca—. Si no tomas una decisión rápido las demás las seguirán. —Señaló con el mentón a las chicas que habían permanecido a nuestro lado. En sus ojos podía ver la duda y la furia combatir por un lugar en el trono.
—Seguiremos mi plan. Las chicas que desobedecieron mis órdenes servirán como distracción —dije en voz alta—. Esto es lo que ocurre en la vida real —silencié las voces de protesta antes que se levantarán contra mí—. Las órdenes deben cumplirse. Todas suban a sus caballos.
Corrí hacia los caballos de las chicas y los liberé de los árboles, palmeé sus cuartos traseros y como uno solo largaron a correr en dirección a la fortaleza del pantano. Estaban entrenados para hacerlo y sus dueñas no permanecerían con vida para reclamarlos luego.
Subí a mi caballo justo en el momento en el que aquel ruido siniestro empezaba. Las explosiones congelaron mi pecho y por un momento casi me convencieron de intervenir, de ayudar a quienes entre gritos de horror y rabia caían presas de su poder. Ese era el deber de toda guerrera, morir con sus compañeras, luchar a su lado hasta el final.
Yo no era una guerrera, era una comandante con una misión. Espoleé mi caballo y dejé atrás la escena sin atreverme a mirar. Kalyca, Tessa y Var me seguían, las tres adoptaron posiciones defensivas a mis flancos y espalda, las demás chicas se apresuraron a unirse al grupo. Ahora todo dependía de nuestra velocidad para llegar a la seguridad del bosque y a la presencia de Judithe.
Los árboles frente a nosotras se acercaban con rapidez, mas no la suficiente. Era desesperante, como si nuestros caballos no corrieran a la velocidad suficiente o si el prado a nuestros pies fuera infinito. Era tal nuestra impaciencia que apenas y notamos el silencio repentino, quizás solo protegíamos nuestros corazones de su cruel significado.
Cuando lo notamos, fue demasiado tarde. Un grito de alerta me hizo girar la cabeza, a cientos de metros de nosotras nuestros enemigos se esforzaban por dar vuelta al arma. Nos habían descubierto.
—Agáchense y sigan adelante —grité.
Algunas chicas habían notado el cambio y estaban tan pálidas como la leche. Sus labios temblaban y sus ojos estaban anegados en lágrimas de terror y duelo. Por suerte, obedecieron de inmediato mis instrucciones, algunas abrazaron la base del cuello de sus caballos, no era la mejor posición, pero era todo lo que podían hacer para protegerse del inminente ataque.
Por suerte, el frescor y la sombra del bosque nos abrazaron justo en el instante en el que el grotesco canto de la muerte resonó en la planicie. A nuestro alrededor silbaban aquellos diminutos y mortales proyectiles, algunos caballos relincharon y trataron de tirar a sus jinetes, dos lo lograron y corrieron hacia la espesura. Las chicas se apresuraron y cojearon hasta la compañera más cercana, después habría tiempo para recuperarse. Era hora de huir.
En cuanto regresé la vista al frente uno de esos proyectiles rozó mi armadura. El impacto fue sorprendente y por un momento temí por mi vida. ¿Solo requerían de un impacto para matarte?, ¿estaban anegados en veneno? Eso no importaba ahora, si iba a morir, lo haría llevando a mi grupo hasta la seguridad del interior del bosque.
Los segundos se transformaron en días, nuestros caballos no parecían avanzar y los proyectiles se multiplicaban a nuestro alrededor. El torbellino de gritos, pánico e indecisión creció hasta alcanzar el infinito, para luego terminar en un silencio atronador en medio del bosque.
Por precaución avanzamos algunos metros más y luego cambiamos de dirección. Judithe nos esperaba, estaba solo a medio día de viaje. Podíamos lograrlo, casi podía saborear la seguridad de la cohorte y la libertad de no tener que tomar decisiones de vida o muerte nunca más. Por un instante la euforia me dominó y quise reír, pero me contuve. No habría sido correcto.
—Maldita sea que tenías razón —graznó Var. Acercó su caballo al mío y me enseñó un roce en su pierna, la cota de malla había cedido y su pantalón se encontraba manchado de sangre—. No había nada que pudiéramos hacer.
Contuve un infantil «te lo dije» y negué con la cabeza. Ella solo conocía una parte de la verdad, no podría hacer nada contra todo lo que se venía y mientras más alejada de todo estuviera, mejor.
—No hay heridas de gravedad —informó Kalyca—. Salvo una o dos que mojaron sus pantalones y las que cayeron de sus caballos, no están listas para combatir en un futuro próximo.
Asentí, tenía razón, el miedo era tan incapacitante como una herida física, ninguna de esas chicas estaría lista para la violencia de una batalla o para enfrentar a aquella arma. Solté las riendas de mi caballo y observé mis manos, temblaban sin control. Me apresuré a sujetar de nuevo las riendas y me erguí en la silla. Teníamos que avanzar y no sería de ayuda que me vieran temblar como un pudín.
—Creo que ahora sí te dan la razón —admitió Tessa en voz baja.
—Nada como un contacto con la verdad para creer a la eterna mentirosa, ¿no? —espeté con amargura.
—Lo has hecho bien hasta ahora, Steina.
—Sí, porque hacerlo bien ahora ha borrado mi pasado por completo —mascullé—. Si hubiera tomado mejores decisiones, esas chicas me habrían escuchado.
Un yunque cayó sobre mi cabeza en el momento que expresé aquella realidad en palabras. Ahora que me escuchaba entendía de lleno la importancia de mi posición y lo estúpida que había sido al aceptarla. Una chica como yo jamás sería bien vista, jamás sería respetada. Una objetora moral no valía nada para nadie, incluso si lo hacía por la mejor de las razones. Nunca nadie me escucharía, jamás me aceptarían sin antes dudar mil veces de mi palabra, incluso si al hacerlo arriesgaban sus vidas, o peor, las perdían.
En definitiva, la traición y el ascenso a la nobleza eran el único camino para mí. Me escucharían y respetarían, aunque debiera derramar sangre hermana para lograrlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro