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Bordadas

No necesité demasiado tiempo para liberarme de aquel cinturón de cuero de buena calidad. Erika había hecho un buen trabajo, pero yo había escapado de ataduras mucho más complicadas y en situaciones mucho más agobiantes.

«Aunque solo fuera en entrenamiento», recordó mi mente mientras subía mis pantalones. Mis mejillas se tiñeron al recordar la facilidad con la cual los había bajado. No era posible que una niñita mimada, objetora moral y cubierta de oro hasta la coronilla pudiera superarme de esa manera.

Di un par de vueltas en el diminuto camarote. No tenía mucho que hacer y yo misma me había ganado este destino. Pelear en un barco. Bufé y golpeé una de las paredes, no podía ser más idiota.

Con el recuerdo de los eventos regresaron a mí las verdaderas consecuencias de mi pelea con Rhoda. Tenía el labio partido y mis costillas protestaban con cada una de mis respiraciones. Al empezar a ser más consciente el estado de mi cuerpo, también lo fui de los efectos que empezaba a provocar el movimiento del barco ¿acaso había sido tan fuerte cuando estaba en cubierta? No lo recordaba así. Miré por la ventana. El horizonte, ese punto donde el mar y el cielo se confundían no paraba de bajar y subir.

En un instante trastabillé y caí sobre mi litera. Gemí, se sentía horrible, era como si mi cabeza no me perteneciera, como si mi estómago estuviera en constante batalla con mi garganta y mi corazón. Quiscas Erika me había hecho un favor al dejarme encerrada, podía descansar, podía compartir mi debilidad solo con las paredes de este diminuto camarote.

Cerré mis ojos y los cubrí con uno de mis antebrazos, se sentía bien, como un ancla que me ataba a la realidad, a la estabilidad, aunque mi cuerpo se balanceara de lado a lado y amenazara con caerse de la litera en cualquier momento ¿en qué había estado pensando? Aquello que nace en tierra, en ella debe de permanecer. Ni siquiera sabía nadar muy bien, mis lecciones con mi madre habían sido escasas, si bien no siempre estaba ocupada, a veces la escuela, el verano y sus responsabilidades como guerrera coincidían. Aun así, me había enseñado lo básico para no ahogarme. Si, Axelia sabía nadar en un río sin mucha corriente, no en un mar furioso y dispuesto a matarla.

Pronto el terrible malestar dominó mi estómago y me llevó a expulsar lo poco que tenía en mi estómago en uno de los orinales del camarote. La peste que emanaba de él solo me hizo vomitar aún más ¿no era este un barco nuevo? ¿no había pajes que se encargaban de la limpieza?

Las horas pasaron, la luz que llegaba a mis ojos era cada vez menor. No me atrevía a apartar mi antebrazo de ellos, solo lo hacía para lanzar arcadas hacia el orinal y poco más. Cada vez que mi mirada se enfocaba en la ventana junto a la litera de Erika, el movimiento del mar me provocaba un hormigueo enfermizo que bajaba desde mi coronilla hasta la punta de mis pies y que me dejaba tan débil como un cachorro recién nacido.

Dos suaves golpes en la puerta del camarote me arrancaron de la delicada duermevela en la que me encontraba sumida. Mi estómago no me dejaba dormir, no dejaba de saltar, desesperado por expulsar lo poco que contenía ya y mi cabeza latía de manera incontrolable, era imposible dormir en esas condiciones.

—Axelia, abre, soy yo, Erika. —¿Eran ideas mías o sonaba preocupada y tímida a partes iguales? Estiré mi pierna y con un pie descorrí el cerrojo. No iba a levantarme, nada me haría abandonar la suavidad y comodidad de mi litera, nunca.

Escuché el ruido de sus pasos resonar en la madera del suelo y el siseo de una nueva carga de pergaminos que dejaba con cuidado en la estantería ubicada sobre su cama. Nuevas notas ¿cuántas necesitaba tomar?

—¿Axelia? —llamó con voz vacilante. Aquel tono de su voz era tan curioso que en otras circunstancias habría prestado atención, pero no podía bajar el brazo. Verla sería mi condena. Para demostrarle que la escuchaba solo emití un pequeño gruñido. No me salían las palabras— ¿No vas a verme? Vale, tal vez lo merezco, pero esa es una actitud bastante infantil.

Oh ¿y la de ella cómo podía catalogarla? ¿violenta, grosera, acosadora? Había firmado un contrato para ser su guardaespaldas, no le había dado ningún derecho sobre mi cuerpo ¡Eso ni siquiera era legal en Calixtho! Poco a poco la indignación venció al malestar y al mareo.

—Firmé un contrato —jadeé. Si, estaba molesta, pero las arcadas eran insoportables—, estoy a tu servicio, pero eso no te da derecho a... ¡Ugh!

Actuó con una velocidad que no creí posible, en un instante tenía el orinal bajo mi barbilla. Mi cuerpo se contrajo con violencia, pero nada salió. Ahí iba mi indignación, mi porte y mi dignidad. Ahora que estábamos a la misma altura, Erika se había arrodillado ante mí para ayudarme, podía ver en sus ojos la vergüenza que la carcomía.

—Lo sé y me disculpo por eso.

Nuestras miradas no se separaron. La mía incrédula y sorprendida, la de ella arrepentida y preocupada a partes iguales. Sonrió con timidez, rompió la conexión y noté por primera vez lo perfecta que era su dentadura y lo bien que sus labios la enmarcaban.

—También quiero disculparme por lo de tu capa. Fue tonto de mi parte tratar de arrancarla de ti, no quería que supieran que tenía una excelente guerrera cuidándome, pero no contaba con que tus compañeras te reconocerían. —Se encogió de hombros y extendió una mano hacia mi capa, que colgaba de uno de los soportes junto a mi litera—. Si es tan importante para ti, puedes utilizarla, no me opondré a ello. —Tiró de ella hasta liberarla, la colocó sobre mis hombros con infinito cuidado y frotó mis hombros con sus manos. Los temblores que sacudían mi cuerpo se detuvieron de inmediato.

—No, no es necesario. —Me sorprendí ante mi negativa—. No quiero que Neisha me confunda —agregué a toda prisa. No sabía por qué me negaba a utilizar de nuevo mi capa, mi gran orgullo. Ahora que la vestía de nuevo, frente a ella, la única importancia que tenía era esa. Había sido puesta en mis hombros por ella.

—Bien, podemos empezar de nuevo, si gustas —sonrió y tomó mi antebrazo en un saludo firme y seguro—. Soy Erika, hija de Freydis, reconocida constructora de barcos. Sigo los pasos de mi madre y ansío convertirme en una gran ingeniera naval.

—Axelia —dije cohibida ante su presentación ¿quién era yo? ¿qué deseaba en mi vida? Erika no presionó por más respuestas. Solo liberó mi antebrazo y se puso en pie.

—Supongo que no quieres cenar.

Asentí. Tenía hambre, pero la idea de llenar mi estómago con algún alimento, especialmente de las bodegas del barco, me revolvía hasta el alma.

—Debes tener algo en el estómago o será peor. Buscaré un caldo en las cocinas. Siempre lo preparan los primeros días para casos como este. —Sonrió—. No te muevas de aquí.

—No lo haría incluso si pudiera —respondí.

El caldo resultó ser justo lo que necesitaba para reponer mis fuerzas. Mi cabeza volvía a ser mía, mi cuerpo recuperaba poco a poco el control sobre sus funciones y su calor parecía transmitirse a mi pecho. Terminé de beberlo sin apartar mi mirada de Erika, quien trabajaba febrilmente sobre unos pergaminos y mordisqueaba un trozo de pan marinero de nuestras reservas. Parecía una experta en comer y trabajar a la vez. Remojaba el pan en su propio cuenco de caldo, esperaba unos segundos a que las gotas dejaran de caer y lo llevaba a su boca sin mancharse o soltar migas por allí, todo sin mirar.

—¿Quieres un poco de pan? —invitó y me sacó de mi silenciosa contemplación. Negué con la cabeza. El caldo estaba bien, sumarle pan duro no era de sabios. Aceptó al ver mi negativa y se terminó el pan en dos bocados—. Mejorará. Justo ahora navegamos en bordadas, el viento cambió, no lo tenemos a favor, así que es la oportunidad perfecta para probar nuestras velas de estay y el casco de nuestra nave.

La dejé hablar, explicaba con entusiasmo cómo las velas parecían comportarse tal y como lo esperaban su madre y ella y cómo la forma plana y cóncava del casco deslizaba con suavidad en el agua, siendo uno de sus mejores diseños hasta la fecha.

—¿Bordadas? —inquirí cuando guardó silencio. Era todo lo que había logrado retener de su impresionante explicación.

Por un instante temí que se enfadaría conmigo, pero no lo hizo. Solo tomó un pergamino usado y arrugado, lo extendió en el suelo entre nosotras y dibujó un camino en zigzag.

—Cuando el viento no está a nuestro favor, es necesario navegar en ángulo para aprovecharlo. A veces viene de estribor, a veces de babor, en diferentes ángulos, hay diversas maniobras que se utilizan para navegar con este tipo de viento, pero las velas de estay definitivamente ayudan muchísimo.

—¿Cómo mantienes el rumbo si navegas de esa forma?

—Oh, de eso se encargan el piloto y el capitán, ellos se aseguran de elegir la mejor ruta para no desviarnos ni perder demasiado tiempo.

—¿Por eso nos movemos tanto?

—Sí, las olas impactan de manera diferente y tienden a mecer un poco más el navío, pero esto es nada, deberías ver como se mece cuando alcancemos las agitadas aguas del norte. —Al ver mi expresión de auténtico pavor tomó mi mano y agregó—: Para ese entonces estarás acostumbrada, no te preocupes.

Asentí y me recosté en mi litera. Mi cuerpo se sentía pesado y agotado, el mareo continuaba, pero era más un compañero silencioso que uno que amenazaba con regar mis entrañas por todo el barco.

—Descansa un poco, estarás mejor pronto. —Sus dedos apartaron algunos mechones rebeldes de cabello de mi frente—. Terminaré con estos informes y dormiré un poco.

El roce de sus dedos actuó como un soplo de aire sobre la delicada llama de una vela. Quizás se trataba de magia, o simplemente de mi cansancio, pero cerré los ojos de inmediato. El crujido del barco, el canto de las velas y las cuerdas ante el viento y el suave aroma de Erika crearon una atmósfera única en el camarote, perderse en ella y olvidar el malestar fue muy sencillo. Nunca me había sentido tan segura y mimada en mi vida.

No esperaba con ansias el día siguiente, no quería levantarme y tener que seguir a Erika por todo el barco. El movimiento ahora era mucho más extremo, las olas golpeaban con fuerza contra el casco, las ráfagas de viento hinchaban las velas a toda su capacidad y por un momento temí que nos encontráramos en medio de una tormenta.

—¿Tormenta dices? —Erika rio con ganas, sin embargo, cerró la ventana del camarote al ver como algunas gotas de agua marina salpicaban al interior—. No, solo es un día con viento de más.

—No creo que sea seguro para mi caminar por cubierta en estas condiciones.

—No seas tonta, no caerás, solo debes sujetarte bien de las amuradas. —Terminó de vestir su chaleco de cuero y enrolló una bufanda púrpura en su cuello. Rodé los ojos al verla, como si necesitara más recordatorios de la cantidad de dinero que poseía.

—¿No crees que es excesivo? Digo, si hay piratas y te ven con eso al cuello, con gusto te decapitan.

—¿Así que ahora cumples tu función como guardaespaldas? —Levantó una ceja, mas dejó la bufanda en su bolsa de viaje y buscó una mucho más modesta, de color marrón y estampado a cuadros.

—Por supuesto, me pagas mil monedas de oro por ello ¿no?

Terminé de vestirme a la par de ella. De nada iba a servirme el mantenerme en mi litera, con la ropa sucia de ayer, Erika deseaba que la acompañara por el barco y eso debía hacer. Incluso si resbalaba y caía por la borda, o peor, me encontraba con Rhoda y las demás.

—Tranquila, Neisha se encargó de tus queridas amigas. Todo estará bien.

—Eso no me tranquiliza en lo absoluto —bufé y seguí sus pasos fuera de la protección del camarote—. En especial porque piensan que me zurraste con tal violencia que no salí del camarote en todo el día. —Disimulé un estremecimiento ante la idea—. Ahora no solo soy una paria del ejército, sino que, además, he perdido mi dignidad ante una burguesa.

—Bueno, puedes contarles que nada pasó, no me molesta. No me interesa que todos crean que soy una jefa maltratadora e inflexible —se encogió de hombros—, pero Axelia, si necesito que me prometas que no volverás a pelear. —Tomó mi mano entre las suyas—. Porque si lo haces no creo poder protegerte de la capitana o de la primer oficial. —Por un instante me perdí en el fuego de sus ojos, sabía que hablaba de un tema serio, mas no podía controlar el apego que sentía hacia su mirada.

—Sí, si, lo prometo —respondí a toda prisa al verla alzar una ceja inquisitiva.

—Bien, empecemos el día.

Visitamos el comedor para consumir un desayuno rápido, luego nos dirigimos a cubierta, donde el viento agitó su bufanda con violencia y amenazó con despeinar mis trenzas. Sobre nuestras cabezas las gavieras y veleras luchaban por recoger las velas y doblarlas sobre si mismas para que soportaran mejor el embate de aquel vendaval. La capitana vigilaba la acción junto al timón y la contramaestre no dejaba de gritar ordenes mientras recorría la cubierta con tal naturalidad que bien podías ignorar que esta se levantaba casi hasta quedar en vertical o se balanceaba hacia los lados a tal punto de rozar el borde de las olas.

—Creo que es más que un simple vendaval —dijo la primer oficial a la capitana.

—Sí, podemos aprovecharlo para avanzar. Si notas que empeora, ordena que levanten las velas, no quiero perder lona o peor, un mástil.

El vendaval no empeoró y una vez las velas estuvieron en posición, avanzamos con gran velocidad.

Erika estaba impresionada y no dejaba de inclinarse sobre las amuradas para contemplar el comportamiento del casco. Incluso subió a las jarcias para estudiar de cerca el comportamiento de sus preciosas velas. Yo permanecí en cubierta, con la mano descansando sobre el mango de mi espada y los pulmones llenos de frío aire marino. El movimiento ya no me parecía tan terrible e incluso había algo estimulante. Pese a que el viento rugía y que el mar parecía querer hundirnos, permanecíamos a flote, feroces y desafiantes contra las aguas oscuras y su espuma rabiosa.

A ambos lados de la cubierta, junto a los botes y el combés se encontraban las guerreras de la frontera que estaban de guardia. Sus capas estaban cerradas sobre sus pechos con ayuda de los broches, pero eso no les impedía aletear a sus pies. Permanecían firmes en sus posiciones, sus miradas estaban fijas en el horizonte, sus manos en descanso a ambos lados de su cuerpo.

Agucé la vista, no identificaba las cabelleras castañas de mis amigas, o el negro de Lois, ni siquiera el rojo de Rhoda. No estaban de guardia. Mi estómago cayó a mis pies ¿y si las carreras de baquetas habían sido demasiado? Busqué con la mirada a Erika, quien en ese momento bajaba las jarcias con habilidad.

—¿Ocurre algo, Axelia? —inquirió al sentir el peso de mi mirada en su espalda.

—¿Crees que puedo ir a popa un momento? —Las palabras escaparon con naturalidad. Si, temía encontrarme con mi antiguo grupo, pero no quería abandonarlas, dejarlas de lado o perder su amistad y si esto iba a ocurrir, no quería que fuese mi responsabilidad.

Erika frunció su ceño unos instantes y de un salto terminó de bajar. Aterrizó junto a mí y me miró con algo de pena.

—¿Estás segura? Puedo acompañarte, pero necesito hacer algunas observaciones antes y...

—Está bien, iré sola. Son mis antiguas compañeras y quiero asegurarme que estén bien.

—Un noble gesto de su parte, Axelia —dijo una voz ronca a mis espaldas. Di la vuelta y me encontré con la mirada afable de la capitana—. Puedes ir, no existen límites en mi barco, salvo para la marinería.

Asentí y recorrí a trompicones la cubierta hasta llegar a la escotilla de popa, bajé las escalas con algo de terror, pues no había de donde sujetarse.

Cuando por fin tuve una cubierta bajo mis pies y no peligrosas y empinadas escaleras, pude concentrarme en lo que me rodeaba. Era un mundo nuevo.

Frente a mí se extendían una serie de cañones, una veintena por cada lado. Entre ellos colgaban varias hamacas, había mesas y pequeños taburetes rodeándolas. Esta no era la proa como tal, sino el puente del barco, el único que tenía y donde se encontraban las baterías. El lugar estaba fresco gracias a que las portas de artillería estaban abiertas y dejaban pasar el helado viento exterior. El suelo estaba pintado de rojo y a mi espalda podía escuchar el tintineo de los utensilios de cocina y el indiscutible ruido de los alimentos al cocinarse en aceite hirviendo.

—Miren lo que trajeron los ratones —dijo Lois desde uno de los taburetes. Enfoqué mi mirada en ella y me agaché para avanzar y no dejar la frente en una de las vigas. Todas estaban sentadas alrededor de una mesa. Cada una tenía un vaso en la mano y parecían sumidas en sus pensamientos.

—Chicas... yo —No sabía por dónde empezar, era incómodo, no pertenecía ya a su grupo. Era alguien más, alguien diferente.

—No tienes que disculparte —dijo Fannie a toda prisa—. Los tiempos cambian y es difícil adaptarse, es todo. —Agitó su mano de manera desenfadada.

—Sí y es algo que las dos idiotas del grupo les costó entender —apuntó Agnes mientras señalaba con su vaso a Rhoda y Lois, quienes se esforzaban por no bajar la mirada ante la vergüenza.

—A mí también me cuesta entenderlo. —Froté mis botas contra el suelo. No sabía que decir, el aire estaba lleno de silencio y me incomodaba.

—Tranquila, Neisha se encargó de que lo entendieran, ellas y toda la compañía destacada este barco —Agnes rio con ganas y dio un trago a su bebida. Un soplo de viento trajo hasta mi nariz el aroma. Era ron.

—Por favor, Agnes, que fueras la única en mantener su dignidad intacta debería exiliarte de nuestro grupo —bufó Lois—. No fue divertido, fue cruel. Nadie querrá estar conmigo luego de eso —acompañó aquella declaración con un suspiro dramático.

—Claro, porque ver tu trasero desnudo correr entre dos filas de guerreras es muy perturbador —secundó Fannie.

—Mmm, pensándolo bien, creo que sí que podría atraer a alguien —comentó Lois con tono soñador.

—Alguien que disfrute de utilizar la correa de su talabarte para algo más que sostener su espada.

No pude evitar unirme a las risas. Erika me había explicado la dinámica de las carreras de baquetas y si bien no era algo que encontrara especialmente justo para mis amigas, ellas lo habían superado bien y no lucían heridas de gravedad. Lois incluso estaba reclinada sobre su taburete.

—El punto de todo esto es que no te culpamos —intervino Rhoda con dureza en su voz—. Si alguien es responsable soy yo. Axelia, lo siento. Me comporté como una idiota.

—Yo también, todas somos unas idiotas —comenté y rodeé su voluminoso y fuerte cuerpo con mis brazos. Mi pecho se llenó de calidez y tuve que contener un suspiro de alivio. Aquellos eventos habían demostrado que podíamos pelear, quizás sacarnos algún diente, pero no iban a separarnos jamás.

—A mí sácame de ese grupo —intervino Agnes.

—No, eres tan idiota como las demás, no te bautizaste con nosotras —apuntó Lois—. Debes hacer algo para ganar tu propia carrera de baquetas.

—¡Si! Todas en el barco nos vieron, todas estamos unidas por el cuero, menos tú.

—Ugh, no sé cómo las soporto —Agnes rodó los ojos y dio un nuevo trago a su bebida.

—¡Un brindis por ver a Agnes correr con los pantalones en los tobillos!

—¡Esperen! Axelia no tiene su ración de ron.

—¿Existen raciones de ron? —inquirí con curiosidad—. A mí solo me han ofrecido vino.

—Ron para la marinería, las artilleras y las guerreras de la frontera, vino y licor de bayas para las capitanas y las pasajeras destacadas —explicó Agnes luego de rodar sus ojos ante mi aparente ignorancia. No pude evitar sentirme dejada de lado. Ya no pertenecía a su grupo, ni siquiera podía bromear con ellas como antes.

—Eso tiene solución. —Lois robó un vaso de un baúl cercano—. No creo que a la pequeña Beyla le moleste si usas su vaso.

—No, no creo que le moleste después de lo que le hiciste, grandísima idiota —espetó Fannie.

Dejaron el vaso en mi mano y vertieron ron de sus propias raciones en él hasta que todas contamos con la misma ración. Mi corazón latió con fuerza ante el gesto, les llevaría vino pronto, quizás durante la cena. Estaba tan distraída con su gesto que el nuevo chisme casi logró escapar de mi atención.

—Esperen... Beyla... Lois ¿enserio? No llevamos ni un día de navegación —bufé.

—Oh, es una historia muy divertida, verás, nuestra querida cazadora estaba de guardia la primera noche. Según ella, la oscuridad y el sonido del mar son el combustible perfecto para las bajas pasiones —empezó Agnes.

—¡Calla! —exclamó la aludida mientras se esforzaba por contener su sonrojo con un trago de vino.

—Entonces la inocente y dulce Beyla cometió el error de pasar por su puesto ofreciendo un trago de ron para calentar el espíritu —continuó Fannie.

—Y calentó la mente de cierta guerrera licenciosa.

—Y pervertida.

—Ugh ¿Cómo iba a saber que tenía doce años? ¿no es ilegal trabajar a esa edad? Pff.

—Ilegal era lo que deseabas hacer. Trataste de seducirla con tus típicas frases y por eso no escuchaste su edad, por suerte, yo lo hice —intervino Rhoda—. Y logré salvarla de las garras de esta loca. La virtud de la pobre niña está a salvo y Lois libre del calabozo.

—Es de Cathatica, alta para su edad, estaba oscuro —Lois tiró un poco de su corto cabello—. Y ya me disculpé con ella. Así que deberían dejar el asunto de lado.

—Oh, sabes que nunca nos ocultamos nada —Rhoda le propinó un empujón cariñoso en el hombro—. Todas sabemos que no cometes esa clase de bajezas, amiga.

—Si todas deben conocer mi error, entonces Axelia debe saber cómo caíste en tu carrera y del susto dejaste todo a vista de todo el mundo —señaló Lois.

—Oh no, no por favor, eso acordamos no contarlo.

—Te vio todo el barco.

Las risas, las bromas y el apoyo regresaron a mi alma algo que creía perdido. Ese agradable sentido de pertenencia que combatía la acuciante soledad de mi corazón. Pronto nos encontramos cantando viejas canciones de marchas y de bares, riendo ante las bromas y las vivencias típicas de compartir habitación con otras cincuenta guerreras y cuando la campana que indicaba el cambio de guardia de la tarde sonó, me sentía tan ligera que regresé a mi camarote con un paso tan ligero que me sentía volar.

El viento podía no estar a mi favor, podía llevarme lejos de mis amigas. Por suerte, en algún momento y con ayuda de unas pocas bordadas, podría volver a alcanzarlas y compartir un momento especial a su lado. Erika tenía razón, con un buen piloto es posible mantener el rumbo. Solo debía tomar el timón en mi vida.

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