
Capítulo #8: ''El laird y unos ojos azules''
En un momento del tiempo, que aún les es desconocido.
En verdad, han viajado en el tiempo.
Nerys y Rae están en una especie de estado de aturdimiento; como prisioneras, ambas están perdidas en sus pensamientos.
Los tres hombres conversan, entre ellos comparten bromas pesadas en gaélico, sin importarles si las jóvenes podrían llegar a entenderlos; sin embargo, ellas no han dicho ninguna palabra, a pesar de que los escoceses de antaño han intentado hacerles una que otra pregunta. Suponiendo entonces al final sus captores, que no han de entender su idioma.
El clima es frío, sigue calando en los huesos.
Tienen las piernas entumecidas y la espalda adolorida, no saben cuánto tiempo llevan cabalgando, pero el sol, antes ausente comienza su batalla con la luna para tener su oportunidad de dar brillo: el amanecer se acerca. Mientras la luz comienza a tocar todos los espacios verdes escondidos entre las sombras, las gemelas son capaces de ver con mayor claridad lo que hay a su alrededor, y lo que ven, las deja sin aliento.
Bajando la alta ladera de la montaña en dónde se encuentran, un camino de piedra parece bifurcarse, y al final de este, entre el humo de lo que deben ser chimeneas encendidas, casas de paja se alzan una al lado de la otra, dando vida a un pequeño pueblo.
Mientras descienden, las gemelas lo entienden: están en Clirthorm. Evidentemente, no el Clirthorm en el que recuerdan haber crecido, sino aquel de sus antepasados.
El aire está impregnado de ese olor característico a pan recién horneado mezclado con el de la tierra que parece estar siempre húmeda y, tristemente, a estiércol de caballo. Las personas, que caminan en direcciones diferentes, parecen estar muy ocupados para centrar su atención en ellas. Al menos, en un primer momento. Cuando Kendrick, quien viene con Rae en brazos, hace que su caballo frene con brusquedad al pasar dos niños corriendo frente a él, Rae casi cae del mismo, soltando un grito de terror, pero es atrapada por la cintura por el joven a tiempo. Entonces, todas las miradas se fijan sobre ellas y parece no querer abandonarlas. Ese familiar nerviosismo creciendo cual enredadera en su interior, parece querer dominarla por completo.
No puede culparlos, los gemelos son inusuales. Y un pequeño pueblo como Clirthorm, gemelas idénticas con una cabellera pelirroja cual fuego y ojos más azules que el lago, llaman la atención. La tensión crece en el ambiente, y las hermanas pueden sentirlo.
Es extraño, casi como si la neblina que constantemente parece danzar entre ellas, buscara abrazarlas, protegerlas de aquel curioso escrutinio.
Rae recuerda las conversaciones que habían tenido ¿la noche anterior? con su abuela, en vista de los acontecimientos no podría decirse que sabe cuánto tiempo ha pasado desde entonces o no pasado, si a cuentas prácticas se van. Su abuela había mencionado que el último Laird de Clirthorm, de quien después nace la leyenda, había vivido durante el siglo XVII. Lo que quiere decir que habían viajado en el tiempo en algún punto en su gobierno, lo que faltaba determinar es si es antes o después de la existencia de la maldición.
El último laird de Clirthorm, Edwin. Rae lo recuerda bien, la aparición fantasmal de ojos verdes frente a ella, que la miraba como si la conociera. Y en alguna extraña forma, lo hacían.
Voltea a ver a su hermana, que todavía sobre el caballo y con Murdo al pendiente de todos sus movimientos pareciera escanear sus alrededor, con una vista perdida y el entrecejo fruncido; Nerys da la sensación de sentirse por completo fuera de lugar. A diferencia de Rae, que extrañamente ante las circunstancias, siente una mezcla de emociones parecidas a las que tiene alguien que ha vuelto a casa después de muchísimo tiempo. Cosa que es todavía más bizarra, puesto que no recuerda haber experimentado esta sensación a esta magnitud cuando habían vuelto al Clirthorm de su época.
Entonces, su vista se enfoca en la otra ladera frente a ella. Una que, en algún futuro se encontrarán subiendo para explorar las ruinas en su tope. Ruinas, que ahora no existen. En su lugar, una imponente construcción de piedra se alza sobre ella. Con altas paredes de piedras y ventanas prolijas, la estructura es tocada suavemente por los primeros rayos del sol. Especialmente en las torres, cuyo último recuerdo dentro de ellas sigue siendo como un látigo para su corazón y al montón de sucesos que han pasado (o pasarán) que todavía quedan por descubrir.
El viaje hacia la cima es lento, a pesar de ir sobre caballos. El suelo, que está casi congelado, resulta resbaloso por los animales; por lo que, tanto Murdo como Kendrick se ven forzados a bajar de los mismos para ayudarlos a llegar hasta su destino. Una vez arriba, y con un par de hombres fornidos y de largos cabellos postrados en la puerta, el miedo por su supervivencia vuelve a crecer en el pecho de ambas hermanas.
La alta puerta de madera curva que en el futuro les fue tan difícil abrir, ahora es empujada con facilidad por los guardias, quienes tras darles un leve vistazo, las dejan pasar sin problemas.
En el interior, la oscuridad todavía predomina. Un montón de velas ubicadas en candelabros se encuentran distribuidos por las salas, así como también lámparas de aceite.
Las gemelas, obligadas a bajar de los caballos, son conducidas por los tres hombres por un largo pasillo hasta el final, donde otra puerta alta las espera. Compartiendo una especie de mirada cómplice, intercambian unas cuantas palabras, hasta que finalmente se ve, han decidido que será Errol el encargado de entrar primeramente.
El hombre da tres toques en la puerta. Finalmente, y con una voz grave, escuchan una voz del otro lado, permitiendo su paso. Errol desaparece tras la misma.
El corazón de las gemelas amenaza con salir de sus pechos, como un pitido estridente en sus oídos; saben que lamentablemente, no tienen muchas opciones.
—¿Averiguaron algo? —se escucha la dureza de la voz del laird desde dentro de la sala. El pelo en los brazos de Rae se eriza; mientras que, compartiendo una mirada de soslayo con su hermana, sabe que piensan lo mismo: encontrar alguna forma de salir de esa situación.
—No exactamente, mi señor. Pero en el bosque hemos encontrado algo interesante que creemos captará su atención —responde Errol, casi en tono socarrón.
Al corazón acelerado de Rae se le escapa un latido.
—No estoy acá para que me hagas perder mi tiempo, Errol. Lo sabes —responde el superior, con un deje de fastidio en la voz—. ¿Qué han encontrado?
—Me parece que es mejor si se lo enseñamos —comenta este, y luego el sonido de la alta puerta de madera abriéndose alerta a las hermanas.
La sala a la que están siendo arrastradas sin piedad Nerys y Rae es enorme. La recuerdan, tal vez de otra época, solo que en aquel entonces estaba cubierta por infinitas capas de telarañas y polvo: es la de reuniones. El eco de sus pasos resuena en las paredes de piedra, mientras el frío del suelo bajo sus pies cala hasta los huesos. No hay ventanas amplias, solo algunas aberturas estrechas por donde apenas entra luz. La atmósfera está cargada de tensión.
Una gran hoguera yace en el centro, encendida, calentando el frío penetrante que desea con fuerza colarse desde afuera. Y detrás, colgado en la alta pared de piedra, el estandarte del clan, aquella imagen distintiva de Clirthorm, y cuya conexión con todo aquello las hermanas no habían sido capaces de entrelazar hasta ese momento. Con los colores azul y amarillo, una flor parecida al girasol descansa en el centro. Mismo estandarte que habían visto en su época colocado como decoración para las fiestas por el año nuevo.
Vienen a la memoria de Rae, los relatos de su abuela sobre la historia de Clirthorm; entre eso, el cómo en la primavera, una de las cosas más hermosas y extrañas de observar era el florecimiento inusual de centenas de girasoles, flores que no son comunes en el frío penetrante de las Tierras Altas; razón principal por la que sus antepasados, al llegar y quedar maravillados con la belleza del lugar, habían decidido quedarse y establecer ahí sus dominios.
Delante de ellas, en lo alto de un improvisado estrado, Edwin las observa. El laird de Clirthorm está vestido con una túnica gruesa de lana, el tartán azul con amarillo en su pecho delineando su clan con orgullo. Sus ojos verdes, fríos y calculadores, escudriñan a las gemelas, como si estuviera intentando descifrar quiénes son realmente. A su lado, sentada igual en una alta silla, una mujer de mediana edad con una larga cabellera trenzada que en sus mejores épocas, sin ver canas, debió haber sido de un brillante rubio y con ojos igual de verdes que los del laird, también las observa con atención.
''De seguro deben estar emparentados'' piensa Nerys.
A su alrededor, sentados en lo que parecen ser pequeñas mesas, varios hombres de apariencia similar a sus captores las miran con una mezcla lasciva y curiosa. A Nerys se le revuelve el estómago.
—¿Quiénes son? —pregunta el laird, fastidiado. Pasa ambas manos por su cabellera, y es cuando Rae puede prestar un poco más de atención a su rostro. Debajo de sus ojos, dos grandes bolsas pesadas de colores similares al negro y al morado parecen reposar; como aquel que no ha sido capaz de tener un buen descanso en muchísimo tiempo.
—No sabemos, mi laird —responde Murdo, a sus espaldas—. No han dicho una palabra desde que las encontramos; pensamos que a lo mejor no entienden nuestro idioma.
—Pero eres una belleza, ¿no es cierto? ¿Vas a hablar para nosotros, cariño? —inquiere Errol, en un tono que cala a Rae hasta los huesos; colocando una mano en su mejilla, el hombre comienza a acariciarla.
—¡Déjala en paz! —grita Nerys con frustración en un perfecto gaélico, haciendo que los hombres a su alrededor se giren sorprendidos hacia ella, apartando de un golpe la mano del hombre de la mejilla de su hermana, quien ya tiene los ojos llenos de lágrimas—. No te ha hecho nada, no molestes a mi hermana.
En eso, Errol, quien está parado junto a ella, levantando una mano, le propina una fuerte cachetada, haciéndola caer al suelo. Rae suelta un grito de terror, lanzándose sobre el cuerpo de su hermana, intentando protegerla.
Rae está arrodillada junto a su hermana, el cuerpo temblando levemente por la tensión y el cansancio. El silencio cae sobre la sala como una manta de incertidumbre, hasta que Edwin se inclina hacia adelante en su asiento, una ligera sonrisa tirando de la comisura de sus labios.
—Ah, entonces sí tienes voz —dice Errol, con tono burlón, su mirada fija en Nerys.
Nerys, con el ceño fruncido y el pómulo enrojecido, marca del reciente golpe, se incorpora un poco a pesar de las protestas de su hermana, quien quiere que mantenga quieta. Observa al hombre de dientes amarillos, con una postura desafiante; y sin procesarlo, escupe sobre el rostro de su atacante. Entonces, aquel que es incapaz de aceptar que una mujer pueda sobrepasarse de esa forma ante un hombre, vuelve a levantar la mano con decisión, pero esta vez en dirección a Rae.
Sin embargo, antes de que el golpe pueda llevarse a cabo, la voz profunda y penetrante del laird interfiere en la sala, deteniendo a Errol en el acto; la voz de su jefe parece causarle cierto estremecimiento.
—Y la de usted, señorita... ¿También es tan afilada? —pregunta; su vista está fija en Rae, que es incapaz de mantenerle la mirada.
—Me llamo Rae, y ella es Nerys —suelta Rae de pronto—. Te diré lo que desees, solo no lastimes a mi hermana, por favor —implora, su voz suave pero cargada de desesperación.
Es en ese instante cuando los ojos de Rae se encuentran con los de Edwin por primera vez. El tiempo parece detenerse. Los ojos verdes del laird se clavan en los suyos con una intensidad inesperada, y por un breve momento, el aire parece volverse más pesado entre ellos. Como si una historia que se hubiese contado mil veces antes, empezase de vuelta desde el comienzo.
Y en cierta forma lo es, el comienzo.
"Usa tu intuición y sigue a tu corazón, porque te llevarán por el camino correcto."
Las palabras que ella misma se había escrito en la carta resuenan en su cabeza, mientras que es incapaz de apartar la mirada. El silencio que se mantiene en la sala es pesado, tenso; mientras que las miradas confundidas de todos los presentes en la sala pasan de Rae a Edwin y viceversa, pero nadie dice nada. La atención del laird está completamente fija en Rae, como si de pronto se hubiese olvidado de todo lo demás.
Edwin entrecierra los ojos, inclinándose un poco más hacia adelante en su asiento. Algo en su expresión cambia, pasando de la burla inicial a una curiosidad profunda, casi desconcertada.
—Aléjate de ellas, Errol —ordena de repente, sin despejar la vista de la pelirroja.
—Pero, señor... —titubea Errol, sin entender el extraño comportamiento del laird.
—Ahora, he dicho —corta tajante Edwin. El hombre de alrededor de cincuenta años baja la cabeza, asintiendo; caminando unos pasos, se acerca hacia sus compañeros, perdiéndose en ese espacio de la sala en donde todavía no da el sol.
—¿Te conozco? —pregunta con un tono que, aunque susurrado, corta el aire con precisión. Sus ojos verdes no se apartan de los de Rae, escrutando cada detalle de su rostro, como si buscara algo que no logra identificar del todo. Se levanta de la pesada silla de mármol y, con pasos lentos, se acerca un par de pasos en su dirección.
''¿Por qué sé tu nombre?''
Eso le había preguntado Rae al fantasma de ojos verdes; al mismo hombre parado ahora frente a ella, pero en una época diferente. Y todavía se hace la misma pregunta, porque tenerlo así de cerca, con esa mirada penetrante, sabiendo que ahora si se atraviese a tocarla no la traspasaría, está más segura que nunca de que se conocen, aún cuando no logre recordar nada. Su corazón parece querer estallar ante su cercanía, como un magnetismo que nunca antes ha experimentado, se ve levantándose y caminando unos pasos en su dirección, como una determinación que no es sino impropia para ella.
Los hombre en la habitación reaccionan con rapidez, queriendo acercarse hacia ella y detenerlas, pero Edwin los detiene con un gesto de su mano.
—Está bien —dice, en un gesto de desentendimiento. Aun cuando su vista no ha dejado la de la joven que parece caminar decidida hacia él.
—No... no lo creo —responde la joven finalmente hacia él, en un ligero suspiro que no solo la hizo estremecerse, sino que parece atravesar ciertas barreras dentro del hombre de ojos verde —¿Quién eres tú? —pregunta, sintiendo que el aire se le escapa de los pulmones.
Las risas de los hombres a su alrededor se sienten como un eco en la enorme habitación; cargada de una incredibilidad y desconcierto ante el descaro de la chica.
—Edwin Clirthorm, Laird de estas tierras. Entonces, solo Rae ¿o tienes un apellido, mi dulce?
Nerys, que hasta ahora ha estado observando no solo en silencio, sino con completa incredibilidad, también se levanta. Dando un paso hacia adelante, interponiéndose ligeramente entre su hermana y el laird antes de que su hermana tenga oportunidad de contestar.
En este contexto, dar luz de su verdadero apellido podría ser además de estúpido, contraproducente.
—Déjanos ir —dice Nerys, su tono menos desafiante esta vez, pero lleno de determinación—. No te traeremos ningún problema, lo prometemos.
Edwin ignora a Nerys por un momento más, todavía sin apartar la mirada de Rae. Algo lo inquieta, una sensación extraña que no puede sacudir. Finalmente, se irguió, rompiendo el contacto visual y dirigiendo su atención a los hombres que han traído a las gemelas.
—¿De dónde vienen? —pregunta Edwin, con un deje de molestia en su voz, como si estuviera irritado por no haber recibido más información antes.
Entonces es cuando Rae decide mezclar un poco de la verdad con la mentira. Toma aire, sintiendo el peso de la mirada del laird en su piel.
—Nacimos acá, en Clirthorm. Pero cuando éramos pequeñas, nuestros padres, siempre aventureros, decidieron que querían explorar las tierras en América, donde les habían prometido muchas riquezas. Crecimos ahí. Ahora, hace poco más de un año, nuestros padres fallecieron y decidimos que era momento de volver a casa, a nuestras raíces. Estuvimos meses en viaje en barco y luego a caballo, pero en una lluvia torrencial que hubo hace un par de días, sufrimos un accidente y, junto con ella, perdimos todas nuestras pertenencias. Por eso estamos heridas, mi laird.
Edwin la observa con una mezcla de interés y desconfianza; su mirada se endurece un poco mientras procesa las palabras de Rae. Las historias de viajeros y aventureros no son ajenas a él, pero algo en la forma en que Rae habla despierta su curiosidad. Su mente empieza a considerar las posibilidades.
—¿Y qué clase de riqueza buscaban? —inquiere, cruzando los brazos, aún sin quitarle la vista de encima.
—Esa es otra historia —responde Rae, sintiendo cómo su corazón se acelera bajo la presión de su mirada—. Lo que importa ahora es que hemos regresado a Clirthorm.
Una sombra de comprensión cruza el rostro de Edwin al escuchar la última frase. Algo en su interior resuena, como si las palabras de Rae despertaran recuerdos que no sabe que tiene.
''¿Por qué si somos la viva imagen de nuestra antepasada, no es capaz de reconocer en nosotros, a ella?'' se cuestiona Rae internamente.
Nerys, aún en tensión, da un paso hacia adelante. -No queremos problemas, solo buscamos ayuda para curarnos y continuar nuestro camino.
Edwin finalmente se aparta un poco, dando un pequeño gesto a los hombres que están junto a él. Ellos intercambian miradas, dudando de la sinceridad de las gemelas, pero el laird mantiene su atención en Rae, como si sintiera que hay más en su historia de lo que parece.
—¿Y por qué deberíamos confiar en ustedes? —pregunta Edwin, su tono aún firme, pero con un destello de interés en su voz.
Rae siente la presión aumentar. Sabe que su historia debe sostenerse, que debe mostrarles que no son un peligro.
—Porque hemos vuelto a casa... porque acá pertenecemos.
''Vuelve, Rae, vuelve."
Era lo que incansablemente el susurro en el viento le pedía con desesperación y la joven siente que lo ha hecho, ha regresado al lugar desde donde la llamaban; por más que no tenga recuerdo de haber estado en algún sitio en primer lugar.
Y el laird también lo sabe, porque su mirada en casi todo momento frío parece suavizarse, como si él hubiese sentido lo mismo.
Edwin se queda en silencio por un momento, observándolas. El amanecer sigue extendiéndose a lo largo de la sala, descubriendo las sombras y llenándolas de luz. De repente, la mirada del laird se centra en la herida punzante en la cabeza de Rae, que, por algún extraño motivo, ha vuelto a comenzar a sangrar.
Es entonces cuando Rae lo nota. En el cuello de Edwin, el prendedor antiguo en forma de flor resplandece, sus formas delicadas captan la luz, abrazándolo, como si le perteneciera.
¿Por qué el laird tendría el prendedor?
—El prendedor...— susurra Rae en español, mientras un torrente de recuerdos la abruma. La imagen de la mujer del sueño (aquel que creen que es un recuerdo de su antepasado), la abruma. La joven quiere detenerse, pues la sensación parece marearla; pero contra su voluntad, parece sumergirse con más profundidad en el abismo del recuerdo. Con lágrimas en los ojos, ve a la mujer con el bebé entre sus brazos, envuelto en mantas, sollozando.
"Sálvala. Rae, vuelve por mí."
Entonces, una voz diferente atravesó el ruido del viento: "Katherine, Katherine. Detente, tienes que..."
¿Katherine? ¿Por qué ese nombre resonaba tan fuertemente? La mujer había dejado caer un prendedor, brillante como la sangre. "Es demasiado tarde," escuchó decir, y las palabras no son suyas. Seguido de un grito desgarrador.
Luego, la imagen fantasmal que había aparecido frente a ella en las ruinas aparece frente a ella; con una risa macabra, que parece lastimarla, repite y otra vez, lo que le había dicho aquella noche:
''¿Es que todavía no lo recuerdas?''
Entonces, todo se vuelve oscuridad.
Despierta en los brazos de Edwin. Los murmullos llenan la habitación. Nerys grita su nombre, llena de preocupación, y Edwin, con la mirada fija en ella, exige: —¡Madre! ¡Consígueme un médico!
Errol, a su lado, frunce el ceño. —¿Vas a permitir esto, Laird?
Edwin sonríe, una chispa de desafío en sus ojos. —Ay, mi querido Errol, pero ¿quién es el jefe?
La sala se llena de un aire de misterio, y mientras Rae recupera el sentido, la sensación de estar en los brazos del laird la llena de una calidez reconfortante, y a su vez, de un miedo abrasador.
Oh, y si tan solo supiera todo lo que vendrá.
NA: ¡Holaa! ¿Cómo andan? Acá ando, volviendo a mi lugar feliz, que es escribir.
¿Qué les pareció el capítulo? A veces me enredo un poco con los detalles, pero creo que hasta ahora las conexiones se van entiendo ¿ustedes que piensan? Gracias por leer :)
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