Capítulo #4: ''Lazos y conexiones''
31 de diciembre de 2022. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.
Y finalmente, la noche cae.
Junto a ella, el ánimo por el fin del año crece a medida que las horas avanzan. Poco antes de la medianoche, desde el centro del pueblo, los ruidos no paran de hacer eco en sus oídos: risas, cantos, el tintineo de tazas y platos. Las risas características de aquellos que están pasando un buen rato. Todos, menos las Besset, quienes, por más que lo intentan, no pueden dejar de darle vueltas a la cabeza.
¿Cómo podrían? Más ahora, a raíz de los nuevos conocimientos que vienen a llenar vacíos que no sabían que tenían.
O que tenían, pero que hasta ahora no habían podido identificar como tales.
El suelo está húmedo y la tierra ensucia los pantalones de Rae, quien, de rodillas sobre la tierra blanda, contempla bajo la luz de los tenues faroles la tumba de sus padres.
Habían querido venir el año anterior, cuando su abuela les comunicó el fallecimiento, pero no pudieron. Dios sabe que lo intentaron. Sin embargo, unas horas después de recibir la noticia, Rae cayó gravemente enferma por un virus extraño y tuvo que ser hospitalizada durante una semana. Nerys, por supuesto, no se movió de su lado.
Y luego una excusa siguió a la otra, y después a otra, y así sucesivamente. Hasta que llegó un punto en que se convencieron de que ya no tenía sentido ir, después de tanto tiempo. Pero, si son completamente sinceras, saben que no estaban listas para enfrentarlo. Para lidiar con el hecho de que ellos jamás volverían.
No es que no lo supieran, claro está. Pero, de alguna forma, hasta llegar a Clirthorm, vivieron en una especie de fantasía. Una en la que su último recuerdo era que sus padres se habían ido de viaje, y de manera inconsciente e irracional, se convencieron de que, eventualmente, algún día volverían.
Pero ahora el suelo se siente muy húmedo, y también su rostro. Rae llora con amargura; las lágrimas caen sin control, sin sentido, con un dolor que es más profundo que cualquier otra cosa que haya pensado experimentar jamás. Entonces la siente, Nerys. Su hermana cae de igual forma de rodillas a su lado, pasa su brazo a través de su espalda y la estrecha con fuerza, también entre sollozos.
El frío cala en los huesos, como lo ha hecho todos los últimos días sin descanso. Las hermanas se abrazan, y no sabrían decir a ciencia cierta cuánto tiempo permanecen en esa posición.
O tal vez sí lo saben, porque los vítores y un conteo en la lejanía les hacen saber que ya ha llegado: el nuevo año. Pero el peso de este se siente extrañamente diferente a cualquier otro que hayan vivido antes.
Megan las observa a unos pasos de distancia. Las pequeñas lápidas resplandecen bajo la luz, y su corazón se arruga, porque lo sabe. Sabe lo que es intentar retrasar un duelo, evitar tener que sentir con profundidad lo que sería un dolor abrasador, por miedo a no poder soportarlo. La impotencia la llena, no habiendo querido nunca que sus nietas tuvieran que experimentar nada similar.
Se acerca a ellas a paso lento; sus pisadas crujen sobre las hojas esparcidas en el suelo del pequeño cementerio. Al llegar, con dedos temblorosos, coloca una mano en cada uno de sus hombros, en muestra de apoyo.
—Quisiera poder darle un sentido racional a todo esto —dice Rae, unos minutos después. Su voz es pesada y su respiración agitada —. Parece una pesadilla de la que no puedo no solo despertar, sino que continua complicándose.
— Ay, mi querida niña — se lamenta su abuela, acariciando su cabellera —, como quisiera que jamás hubiesen tenido que pasar por esto.
Nerys suspira.
— Es por eso que tenemos que averiguar que es lo que está pasando. —comenta, en voz baja. La seriedad en su voz sorprende a su hermana, quien, entre la oscuridad, voltea a verla con expresión confusa.
— ¿Dices que ya no crees que sea una locura todo esto? — pregunta esta, en un tono que va junto a su expresión facial.
Su hermana niega con la cabeza.
—Es una locura —responde, incorporándose del suelo. Con los ojos todavía un tanto rojos, se pasa una mano por el rostro frío — Es el mayor disparate que escuché alguna vez, pero también uno que no tengo más opción si no creer.
—Ner...
—Tengo que creerlo, Ra —la interrumpe Nerys, sin apartar la vista de las dos personas que suponen la única familia que tiene en el mundo. — Porque de lo contrario la muerte de mamá y papá habrá sido en vano, y no puedo permitir que lo sea.
Rae, todavía en el suelo e intentado relajarse con las caricias de su abuela en su cabellera, se detiene a cuestionar las palabras de su hermana. Coloca ambos brazos frente a ella, abrazándose, como si de alguna manera eso pudiese protegerla de todas las emociones que en el momento parecen abrumarla. Sabe que Nerys tiene razón ¿cómo no tenerla? Si todos estos caminos, estos designios las han traído hasta acá por alguna razón.
Lo supo desde la noche de su cumpleaños cuando al despertar del sueño, se dio cuenta de que podía recordarlo. Así como también las voces, aquellos murmullos que parecen formar parte del viento: nada es al azar.
La cuestión ahora es intentar resolver todo este asunto de una vez por todas. Darle fin a una maldición, que, aunque hasta hace poco no sabían que existía, no ha hecho sino causarle dolor a su familia.
Entonces también se incorpora, sacudiéndose un poco el pantalón y con la sensación que siempre la acompaña de sentirse observada, comenta: — He tenido sueños, desde chica. En realidad, siempre es el mismo — carraspea, mientras una ráfaga de viento parece venir desde lo más alto de la montaña — Nunca había logrado recordarlos en totalidad, siempre eran como una especie de sombra inconclusa; hasta ahora. Algo pasó en nuestro cumpleaños, pero lo recuerdo en su totalidad. Y creo que podríamos ayudarnos a encontrar las respuestas que necesitamos, y terminar con todo este asunto.
Nerys y Megan la mira con fijeza, con los dedos temblorosos, incapaces de pronunciar palabra alguna.
—En el sueño —continua Rae, en voz baja; como si temiera que alguien más pudiese oírla—. Un bosque oscuro se extiende ante mí, y entre los árboles susurran voces que no puedo entender del todo; como si hay algo de lo que me advirtiesen. La cuestión, es que por más que es mi cuerpo el que se mueve, el que parece correr con desesperación, no lo reconozco como mío. Recuerdo escuchar un llanto y entre mis brazos encontrar una pequeña bebé, que siento no me pertenece. Estoy huyendo de algo, o de alguien; lo sé. Escucho mi nombre, alguien me llama. Y lo hace con desesperación, pero por más que intento, no puedo frenar. Luego escucho otro nombre, Katherine. Alguien que le advierte y ella no parece importarle. Luego el prendedor....y desaparecen. Como si nunca hubiesen existido, se escucha un grito de dolor.
— El último sueño, la madrugada de nuestro cumpleaños, Ner — dice, sintiendo una extraña liberación al poder decirlo en voz alta — Sentí que hay algo importante que se me escapa. Es como si la historia de esta mujer y ese bebe, y la mía, o tal vez la nuestra estuviera entrelazada.
—Ra...— comenta Nerys, pero su vista está fija en su abuela. La cual parece compartir el mismo sentimiento — No creo que se trate de solo un sueño.
Rae asiente, con los ojos llenos de lágrimas nuevamente.
—Lo sé. — responde, con voz extrañamente calma — Creo que es un recuerdo.
1ero de enero del 2023. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.
Al igual que la noche cayó, el amanecer ahora tímidamente parece levantarse. La tenue luz de sol cubre lo más alto de las montañas, como si no quisiese despertar todavía. Como si dormir un poco más, fuese lo que todos necesitaban ese día.
Rae y Nerys despiertan en el sillón, sus cuellos entumecidos y la cabeza pesada. Habían pasado toda la noche conversando con su abuela respecto a los sueños de Rae y las voces que escucha, intentando hallarles significado. Finalmente, en algún punto, el cansancio del largo viaje y el peso de las cosas que se han enterado habían podido más con ellas, durmiéndose sin enterarse que lo hacían.
El suave burbujeo del agua hirviendo en la tetera sobre la hornilla, así como el característico olor de las galletas salir del horno llenan el ambiente de forma embriagadora, casi reconfortante. Como si dentro de la casa de Megan Besset por al menos por ahora, se encontrarán dentro de un refugio, un...hogar.
Y en cierta forma en algún punto en sus vidas lo fue, un hogar. Por más que ahora, esos primeros cinco años de su vida, en su mayoría, no sean más que destellos borrosos en la mente de las hermanas.
Megan se mueve por la cocina, terminando de preparar un desayuno improvisado. Su mirada se posa a menudo sus nietas, llenas de tristeza pero también de determinación. A diferencia de sus nietas, quienes sucumbieron al cansancio a eso de las tres de la madrugada, ella no había podido dormir.
Su mente no ha parado de dar vueltas a lo que Rae les había comentado. Si necesitaban alguna prueba, que estaba en ellas el resolver todo aquel misterio, entonces ya no lo había. Por más que ha estado involucrada de lleno con la maldición por décadas, Megan jamás había tenido sueños.
Y más allá de escuchar los lamentos del hombre que enternece cualquiera de los sentidos, tampoco había escuchado voces por fuera de los terrenos del castillo y del horario prohibido.
Rae, si. Tal vez ahí está la clave.
Aunque sigue sin descartar que ambas gemelas estén igual de involucradas en el asunto. Una pizca de esperanza mezclada con un miedo abrasador le infunde el pecho, mientras que, sentada en la pequeña mesa de tres puestos, se coloca un poco de agua hirviendo en la taza.
—Buenos días, chicas —saluda Megan con una voz suave; al verlas levantarse y dirigirse a su dirección—. He preparado un poco de té y algunas galletas. Espero que tengan hambre.
—¿Qué hora es? —pregunta Rae, entrecerrando los ojos al recibir la luz del sol.
—Casi las ocho —responde su abuela, sirviendo el té—. Durmieron un poco más de cuatro horas, pobre criaturas. Está bien, si quieren volver a dormir.
Nerys se incorpora y mira a su hermana. — No, no. No creo que pudiésemos de todas formas, aunque lo intentáramos. Hay mucho todavía que procesar.
—Es cierto —dice Rae, dejando escapar un suspiro. Se sienta en una de las sillas, apoyando un brazo sobre la mesa; le dedica una sonrisa a su abuela cuando le extiende una taza del té—. Nada lamento más —comenta, en tono ligero — Que hayamos olvidado el termo de mate en casa — esto último lo dice en una mezcla entre el gaélico y el español; Nerys asiente, igual de triste. —Mis sueños, las voces... — continua — ¿Y si mi sueño es un recuerdo...de nuestra antepasada? ¿Y si se trata del día en que fue creada la maldición?
— Pero...¿Cómo explicar el bebé que dices tener en tus brazos?
— Tal vez esté relacionado — responde Rae, mientras su hermana se mete un pedazo de galleta de trigo a la boca —. A lo mejor.... —se detiene — No, no.
—¿Qué cosa? —pregunta Nerys, con la mirada fija en su gemela.
— Sentía que representaba algo para ella. Probablemente... ¿un hijo?
— ¿Por qué tendría entonces la necesidad de esconderla? ¿De huir? —cuestiona la más intrépida de las hermanas, con el entrecejo fruncido.
— No lo sé. — responde Rae, con frustración — A lo mejor tiene que ver con lo que la abuela decía, que la maldición surgió como origen de una traición. Y ese bebé es clave en todo esto, estoy segura.
Megan las observa con cariño, sintiendo la urgencia de compartir lo que ha aprendido a lo largo de los años. —Niñas, es algo que tenemos que considerar. Las preguntas no van a resolverse, simplemente porque sigamos dando vueltas sobre ellas. Tenemos que llegar al meollo del asunto, y para ello, ir al lugar en donde el centro de todo se concentra. Debemos visitar las ruinas del castillo.
Ambas hermanas se miran, sorprendidas y curiosas. —¿El castillo? —pregunta Nerys—. En realidad, suena bastante lógico. Pero... ¿Qué buscar?
— La leyenda habla del último Laird y su corazón roto. Así como la promesa que hizo; y todo está conectado. Si vamos a las ruinas, al atardecer, cuando los alaridos puedan escucharse...tengo un presentimiento, de que encontraremos las respuestas que necesitamos. —Megan hace una pausa, recordando sus propias experiencias—. Durante años, he ido al castillo, a menudo entrada la noche, buscando alguna forma de encontrar respuestas. Aunque he hecho algunos descubrimientos, nunca he podido romper la maldición.
Rae siente un escalofrío al escuchar las palabras de su abuela. —¿Y qué descubriste?
Megan continúa, su voz cargada de nostalgia. —Además de lo que les he dicho, no mucho. Evidentemente en algún punto renuncié a la idea de ser la copia idéntica de nuestra antepasada, obviamente no nací para librar a nuestra familia de este tormento. Siempre hubo un límite, uno que no estaba ni estoy destinada a cruzar. Cuando nacieron, gemelas, vi una nueva oportunidad. Pero no ha sido hasta ahora, después de todo lo que Rae nos ha contado y ha pasado, que veo que realmente podría ocurrir ese cambio que esperamos.
Rae lo siente en el fondo de su corazón; lo ha sentido desde que tocaron suelo escocés y más aún desde que sus ojos se posaron por primera vez en las ruinas sobre la montaña: sabe que tiene que visitarla. Lo más extraño, y aquello que no se atreve aún decir en voz alta, que más que la idea de ir y visitarlas por primera vez, se siente como si ya hubiese estado ahí. Como si fuese lo que las voces claman, ese lugar al que supuestamente tiene que regresar.
—Entonces, ¿esta noche suena como buena opción? —pregunta Rae, sintiendo que una chispa de valentía naciendo de su interior.
—Sí —asiente Megan, firme—. Debemos ir al atardecer. Tal vez, solo tal vez, encontremos lo que necesitamos para romper esta maldición que ha atormentado a nuestra familia.
Las tres mujeres se miran, unidas en su propósito. Sabiendo que esa noche algo cambiará, pero...oh, si tan solo se hiciesen una idea de cuánto.
Es alrededor de las tres de la tarde cuando las gemelas junto a su abuela, deciden salir de la casa que durante las últimas horas les había proporcionado algún tipo de seguridad ante lo que inevitablemente van a tener que enfrentarse. El sol yace ya en la parte más alta del cielo, sin embargo, no logra apaciguar el clima helado que se les presenta; la capa de neblina sigue siendo gruesa y profunda, acompañándolas como una especie de presencia fantasmal.
A medida que dejan atrás la casa en dónde vivieron los primeros cinco años de su vida, los sonidos característicos de las conversaciones en el centro del pueblo comienzan hacer más evidentes; así como también el olor característico a alcohol derramado y al del pan recién hecho.
En el suelo rocoso frente a ellas, un montón de serpentinas y globos de colores se encuentran esparcidos, así como también alguna que otra copa de plástico; restos de lo que debe haber sido la celebración de la noche anterior. Varias personas, entre risas y juegos, en lo que parece ser un trabajo colectivo se desplazan alrededor de la plaza central recogiendo la basura del suelo.
Adentrándose entre la multitud, no pueden evitar no sentirse observadas. Las risas se detienen a su paso, la gente las observa entre una mezcla entre la curiosidad y la sorpresa.
—¿Son ellas? —pregunta una mujer de cabello gris, reconociendo a las gemelas que solían correr por el pueblo en su infancia. Otro anciano, con voz temblorosa, recuerda a las pequeñas que solían jugar en la plaza.
Es imposible olvidar dos personas tan parecidas en apariencia, y llenas de una belleza singular. Y más aún, cuando las mismas se encuentran ligados a tan cruel historia familiar.
Los pueblos antiguos están cargados de historia, de recuerdos. Y algunos de esos, pesan más que otros.
Megan se detiene en seco al notar las miradas de sus vecinos. En un lugar en dónde todos se conocen, y donde la historia compartida es ese recuerdo en común; puede ver en los más ancianos como ella, el mismo tono en la mirada: el de la esperanza.
—Las gemelas han vuelto —dice con voz suave, pero su mirada refleja la preocupación que todos comparten.
Angus, quien se sentía un poco cohibido ante las miradas intensas que las gemelas reciben, decide ir en su rescate. Con su característica sonrisa cálida y dando una especie de bailecito en su dirección; deja en un costado la bolsa desechos que había estado sosteniendo.
—¡Bienvenidas a la plaza! Que lindo verlas por acá —exclama, aunque su voz está teñida de melancolía—. Todos aquí se alegran de verlas de nuevo. Aunque también están preocupados...
—¿Por qué? —pregunta Nerys, sintiendo que el ambiente más denso, como si de repente la neblina comenzara a pesar más.
—Por la maldición... —Angus deja caer la frase como un peso—. La gente habla, y muchos aún recuerdan lo que pasó con sus padres. La maldición no solo ha afectado a los Besset; acá somos una gran familia, y el peso de la pérdida se siente de forma colectiva. Además del miedo...claro está. No es que cause mucha gracia vivir en un pueblo embrujado.
Rae mira a su alrededor, notando las miradas llenas de compasión y tristeza. Un anciano que pasa con una escoba murmura:
—Ojalá se rompa... El dolor de un corazón roto no es más que un peso para el pueblo. Tal vez si logran romperla, también se dejen de escuchar los lamentos.
Las palabras resuenan en la plaza, y Rae siente un escalofrío recorrer su espalda. La maldición no solo afecta a su familia; ha tejido su telaraña en la vida de cada uno en Clirthorm. Romperla, implicaría liberarlos a todos.
Nerys, sintiéndose abrumada, se inclina hacia Rae y susurra en español a su oído:
—Como diría mamá: "Pueblo chico, infierno grande". Todos están enterados de todo.
Mientras Megan continúa conversando con algunos vecinos, la mirada de Rae se dirige hacia lo alto de la montaña, donde las ruinas en su gran magnitud parecen esperarlas.
NA: ¡Holaa! ¿Cómo están todos? Acá sigo trabajando en este pequeño experimento. Todavía no estoy muy segura de cómo va a resultar, pero, me parece que estamos yendo en una buena dirección.
¿Ustedes que piensan? ¿Les viene gustando? Sé que estos primeros capítulos son un poco lentos, pero ya a partir del siguiente todo comienza a avanzar un poco más rápido. Siento que primero necesitábamos una especie de vistazo general e ir conociendo algunas cosas, así más adelante las cosas tienen sentido.
Nos estamos leyendo :) creo que a lo mejor hoy publico otro.
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