Capítulo #21: ''De amistades, juegos y prendedores de cabello''
Clirthorm, Tierras Altas, Escocia. Al final del segundo intento.
Fenella está de pie junto al cuerpo inerte, cuya sangre derramada tiñe la nieve blanca. Su figura etérea parpadea, tambaleándose en el umbral de lo visible, como si careciera de fuerza suficiente para sostenerse. Su vista está clavada en aquellos ojos que acaban de perder la vida.
—¡No! —grita una voz desesperada; quien atravesándola se desploma sobre el cuerpo en un llanto desconsolado — ¡No, no, no! ¡Por favor, no!
Entonces, otra figura —cuyos ojos son igual de grises — que los demás presentes tampoco pueden discernir se materializa a su lado.
—¿Es necesario tanto dramatismo? —masculla la recién aparecida, con enojo ante la escena que se presenta ante sus ojos —. Cualquier buen villano, puede jugar bien el papel de víctima ¡Ja! ¿A qué no es cierto, Fen?
—No resuelve nada, de todas formas —responde la joven de ojos grises, en apariencia neutra. Pero la otra aparición conoce a Fenella; y lo siente, el dolor disfrazado en indiferencia — ¿No puedes.. darles un poco más de tiempo?
La figura la observa con el ceño ligeramente fruncido, como si no pudiese creer lo que escucha.
—¿De vuelta, Fenella? ¡Si esto no termina, es porque no lo permites! No cariño, han tenido el tiempo suficiente.
—Entonces dame un intento más, por favor.
—Fenella..
—¡No, no puedes dejarme! ¡No! — los sollozos rasgan la quietud de la última nevada del año, mientras las manos tiemblan al acariciar aquel hermoso rostro ahora sin vida — ¡Te amo! ¿Me oyes? Maldición... te amo, te amo... te... amo.
Otra figura se arrodilla a su lado, con la mano temblorosa apoyada en su hombro; consolándolo. A pesar de que sus ojos arden en un dolor que es igual de desgarrador. Entre las manos ahora frías de quien significó tanto puede verlo: el prendedor en forma de flor. —Ya no puedo... no puedo sentirla.
—Todo esto es mi culpa. Yo... esto, fui y yo y solo yo. —se lamenta Fenella, en un susurro que se lleva el viento.
—No puedo permitir que te culpes por esto —se queja la otra voz un tanto más rasposa y senil.
Y Fenella desea estar viva, porque de estarlo nada de esto estaría sucediendo.
—Si no lo haces por mí, hazlo por Agnes, por favor —Fenella ruega y cuando escucha el largo suspiro que deja escapar su acompañante, sabe que ha ganado la batalla.
—Será el último, Fenella, no puedes seguir escondiéndote detrás de Agnes. Esto tiene que parar; además —añade —, me estoy cansando de ver como fracasan.
Los ojos de Fenella dejan el cuerpo inerte, y se dirigen a algún punto frente a ella; donde, detrás de unos matorrales la silueta de una mujer parece observarla fijamente.
Y es porque lo hace. Sus ojos azules, están llenos de lágrimas.
—No volverá a pasar —afirma Fenella —. Esta vez será diferente.
Los ojos de quien la mira destellan detrás de las lágrimas, y asiente, sonriéndole. Su larga cabellera —que ahora recupera el rojizo de antaño— se bate con fuerza con el viento, esperando.
Entonces la imagen se pierde entre la neblina, trayendo consigo, el inevitable sufrimiento.
Y ¿por qué no? El inicio del juego.
18 de febrero de 1615. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.
Rae despertó hace quince minutos. Los ojos le pesan tras una noche de sueño entrecortado. El sol se filtra por las escaleras, llenando la habitación con una luz suave que, por la noche, parecía imposible.
Ahí está él, el laird de cabello dorado, respirando pausado sobre su regazo, ajeno a los tormentos que llenan la mente de Rae.
Permaneció inmóvil toda la noche; su corazón no le permitió moverse. Pensaba —y aún piensa— que al moverse, la realidad volvería. Esa en la que mantenerse alejados es lo más sensato.
Le gusta tener el control; los cabos sueltos siempre han sido su peor pesadilla. Por eso, este quilombo —Edwin, maldiciones, acertijos de mierda— la tiene completamente fuera de su zona de confort.
Pues por algo es su tercer intento ¿No es cierto?
Ojalá fuese tan sencillo como leer un manual de instrucciones.
Tal vez, si fuese más como Nerys, más libre y despreocupada...
¿Y si la respuesta está en aceptar el caos, en vez de resistirlo?
Los dedos de Rae se hunden en la suave cabellera del escocés antes de delinear su rostro en calma. Sus ojos vuelven a esos labios tentadores, deseosa de descubrir su sabor.
Entonces Edwin se despierta, y sus ojos encuentran los suyos. Por lo que parecen largos minutos, ninguno de los dos parece atreverse a respirar; Rae puede verlo en aquella mirada que la derrite: lo recuerda todo.
—Tuvo usted un sueño más tranquilo, mi laird, me alegra.
Y la tierna sonrisa que le dedica el ojiverde, le cala hasta los huesos. Se incorpora lentamente, antes de llevarse una mano a la cabeza.
—Los efectos posteriores al alcohol... ¿no es cierto?
Edwin arquea una ceja, para luego dedicarle una rápida mirada.
No fui la mejor compañía anoche —dice, acercándose un poco—. Te debo una disculpa.
—De hecho, no deberías. Entiendo que no era una noche sencilla para ti —le responde Rae con calma, intentando despreocuparlo — Además, eres más simpático ebrio; al menos hablas más conmigo.
El hombre suelta una ligera carcajada, pasa sus dedos por las puntas de la larga cabellera rojiza de Rae; la joven se tensa ante su toque, sin embargo, no tiene fuerzas para alejarse. Es más, no desea hacerlo.
—Parece disfrutar desafiando los límites, ¿no es así, mi dulce? —comenta Edwin, con la vista fija en sus labios.
Rae traga en seco.
Oh, de sus labios solo puede salir la verdad.
—Extrañamente, cuando estoy cerca de ti, Edwin, no suelo pensar mucho. Cosa nueva para mí.
Esta afirmación parece descolocar al ojiverde, cuya mirada parece oscurecerse ante un sinfín de sensaciones que todavía no logra comprender.
—No parece una idea sensata —advierte Edwin, con un deje de diversión en su voz que no pasa desapercibo para Rae — , que estemos solos en una misma habitación.
Rae niega con la cabeza.
—Es porque no lo es, pero tal vez.. podríamos hacer algo al respecto.
¿Habrá ocurrido esto en los intentos anteriores? Fenella dijo que las cosas fueron distintas la última vez, pero se pregunta también si la fantasma de ojos grises es alguien en quien puede confiar.
—¿Qué quieres decir, mi dulce? —el melodioso sonido de su apelativo llena de la panza de Rae de mariposas que vuelan en descontrol.
—¿Y si fuésemos amigos? —suelta de golpe.
Los del joven laird de abren cual platos. Si, él tampoco vio venir aquella propuesta.
¿Ella realmente acaba de proponerle amistad? Pues lo visto, si. Eso hizo.
—¿Amigos? —cuestiona el hombre, con cautela.
Rae se encuentra asintiendo.
—Ya que evidentemente, somos más que simples conocidos. Si sumamos nuestros encuentros, diría que el título nos queda bastante bien.
—Nosotros no podemos ser amigos.
— ¿Y eso por qué?
— Rae, no finjas que no lo sabes. —gruñe Edwin, acercándose peligrosamente a sus labios.
Oh sí, Rae entiende perfectamente por qué.
—...solo basta quererlo e intentarlo, ¿no crees, mi laird?—murmura la de ojos azules, consciente de que sus palabras contradicen sus verdaderos deseos.
—... me parece más bien que tentamos a la suerte —agrega Edwin, todavía jugueteando con las puntas del cabello pelirrojo—. Porque cuando estoy cerca de ti, mi dulce, mis pensamientos son todo menos amistosos.
Edwin suelta su cabello, sus dedos trazando un camino lento y deliberado mientras acaricia su rostro. Un jadeo involuntario escapa de los labios de Rae cuando él desliza sus caricias con suavidad hacia su cintura. Sin darse cuenta, la joven se recuesta sobre su hombro, su voz apenas un susurro:
—... por favor, sé mi amigo. Necesito esta distancia. Por ahora, por favor...
—¿Qué sabes que yo no sé, Rae? —susurra Edwin, su tono bajo y grave erizándole la piel—. Mi cuerpo te conoce, dulce... y no sé por qué.
'"No hemos amado antes. ¿Cómo explicarte sin revelar quién soy realmente?" piensa Rae con dolor.
—¿Podrías... confiar en mí? —dice Rae entre jadeos, intentando contener el temblor en su voz. —...por favor.
—Amigos, mi dulce —concede, con una semi sonrisa—. Si eso es lo que deseas... seamos amigos.
Y entonces se aparta de ella. Lo hace con una lentitud casi tortuosa, sus manos deslizándose de su cintura como si cada centímetro fuera una despedida que no desea dar. Finalmente, se levanta del escalón y camina hacia el extremo opuesto del dormitorio.
Tras un breve silencio, Edwin ladea la cabeza y, con una leve curva irónica en los labios, dice:
—Disculpe la pregunta que puede llegar a sonar ofensiva para cualquier mujer, pero en vista de que seremos amigos... usted, ¿qué edad tiene?
La pregunta la toma desprevenida. Rae parpadea antes de responder:
—Han sido veintiséis inviernos.
Edwin asiente, como si evaluara su respuesta.
—¿Y usted, mi laird?
—El verano pasado se hicieron treinta completos.
— Más joven de lo que pensé.. —bromea Rae en voz alta.
Pero Edwin no responde. Su mirada, se pierde en un cuadro detrás de Rae: Fenella, con el largo cabello negro trenzado, sosteniendo un girasol en sus manos. La melancolía se refleja en su rostro, un cambio casi imperceptible, pero Rae lo nota.
—Hice traer sus cuadros aquí... cuando falleció —comenta, de repente, con voz ahogada. Su mirada vuelve a cruzarse con la de Rae, cargada de una tristeza profunda—. No podía soportar verla en todos los rincones. Pensé que si lo encerraba, entonces dolería menos...
—Edwin...
El hombre la interrumpe, su voz quebrada.
—... pero luego Katherine se llevó a Agnes, y lo único que me quedó fue este lugar. Como si al rodearme de ella pudiera olvidar, por un momento, que Agnes también se había ido.
Rae se muerde con crudeza su labio interior mientras sus ojos se posan en los retratos de la ojigris. Su panza se retuerce, presa de la misma contradicción de la noche anterior.
Putos celos de mierda.
Tan injustos... tan inevitables.
—¿Duermes acá?
Edwin asiente, todavía pensativo.
—Prácticamente todas las noches —responde el laird, su voz apagada —. Y continuaré haciéndolo, hasta que las encuentre.
—¿Piensas que aún están con vida? —cuestiona la pelirroja, en un hilo de voz—. ¿Katherine, y Agnes?
Edwin sonríe con certeza, como si fuese algo que no pudiese darse el lujo de cuestionar. Al menos no frente a ella.
—Lo están, dulce... —Edwin, afirma en una mezcla entre la amargura y esperanza —Katherine me robó su rostro. Es como un vacío en mi mente, pero la siento cerca, cada día... como si disfrutara jugar con mi cordura.
La habitación se enfría, como si las palabras de Edwin despertasen aquello que lo persigue.
—...¿cómo crees que se siente —Edwin añade en el mismo tono —... odiar tanto alguien que alguna vez significó tanto para ti?
Por un momento, todo queda en silencio. Rae abre la boca, pero no encuentra palabras.
Y es entonces cuando lo nota, algo que había pasado desapercibido hasta ahora. En una de sus manos, sosteniéndolo con excesiva fuerza, Edwin tiene el prendedor en forma de flor. Ríe, melancólico, centrando su atención en el mismo por algunos segundos.
—... ¿y eso, en tu mano? —cuestiona con voz temblorosa.
—¿Esto? —pregunta Edwin, unos segundos después, enseñándole el prendedor —Esto, Rae... es la única forma de traerla de vuelta. Si logro descifrar su propósito, claro está.
Rae se siente desfallecer. Su pase de vuelta a casa, es también la única forma de encontrar a Agnes.
''¡Ay, Rae! ¡Casi lo olvido! ¡los girasoles! Son un buen lugar para comenzar a buscar''
—¿Has escuchado hablar sobre la maldición, mi dulce? —pregunta Edwin, con una intensidad que la atraviesa—. Todo empezó ahí. Con Fenella, Katherine y yo... una promesa que jamás debimos romper. Y con ella, condenamos a todos. Mi suegra se aseguró de que no lo olvidemos jamás.
El aire a su alrededor se vuelve denso, mientras Rae siente un calor extraño recorrerla.
''Encuentra el corazón herido, Rae... aquel que quiso vengar mi muerte''
NA: ¡HOLAAA! :) ¿Cómo están? Antes de que me maten ¡Yo sé, yo sé! Yo también me estoy muriendo porque se besen. Pero les prometo que estos dos prometen muchas cosas hermosas para esta segunda parte de la novela.
Espero les esté gustando c: ¿Alguna teoría?
¡Muchas gracias por leer!
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