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Capítulo #20: ''Lamentos de aniversario''

17 de febrero de 1615. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.


Hay una verdad irrefutable cuando hablamos del amor. Y es que, cuando es dado en medidas y por las razones correctas, es capaz de irradiar una energía que es transformadora.

Una que moldea, que enriquece, que cambia. Que hace sentir que todo es posible.

Que te hace creer en los saltos de fe.

Pero... ¿Qué pasa cuando la medida y las razones van por fuera de lo considerado correcto? ¿Cuándo, en vez de revitalizarnos nos hace sentir incompletos?

La energía explota y atraviesa, pero lo hace de forma diferente. Llena los huesos, viaja por las terminaciones nerviosas y se convierte en una sombra que crece como neblina; neblina que se encarga de encerrar todo lo que alguna vez fue cálido, dejando una sensación fría en el pecho.

¿Qué pasa cuando lo que creemos amor... no es otra cosa que obsesión?

¿Habríamos hecho algo distinto?

Rae le habló a Nerys sobre sus sospechas de la ala derecha en el primer piso. Le recordó los retratos de Fenella, así como también el baúl con los pergaminos.

Y la nota. Aquella que había encontrado con su misma letra, pidiéndole que no se arriesgara.

No tenía sentido en aquel momento. Pero, cada que lo pensaba con más detalle, las palabras de la fantasma de ojos grises se repetían como un eco en su cabeza.

''Este es tu tercer y último intento''

¿Y si esa carta, fuese un intento desesperado de ella, en el intento anterior de evitar el redundante inevitable desenlace?

Tiene que averiguarlo. Más porque, aunque su mente no recuerde, su alma sí lo hace. Los guarda. Los siente. Se los dice en el rozar de su piel con la del Edwin, en el desemboque de su corazón cuando cruza algún pasillo, con la creencia arraigada de haberlo hecho antes.

Muchas veces se pregunta si estará repitiendo lo mismo de la vez anterior o la anterior a esa. Si sus yo de otras realidades juegan una especie de conexión destinada al fracaso. O si se permite pensar diferente gracias a la advertencia de Fenella.

Aunque también pudo haberlo pensado en su otro intento.

¿Cómo saber si cada pensamiento es una consecuencia cíclica de uno que antes fracasó?

La puta madre, le duele la cabeza.

Nerys dijo que volvería a los lados del bosque donde cayeron una vez fueron arrastradas a este tiempo. Puesto que tampoco piensa que haya sido una casualidad; que, haciendo tareas separadas, probablemente podría ganar un poco más de tiempo y tal vez más de una respuesta. Por eso, Rae avanza por los largos pasillos, envuelta en penumbra, maldiciendo el frío abrasador que la envuelve y la oscuridad que nunca la ha abandonado, esa vieja enemiga que siempre regresa.

Las piernas de Rae tiemblan en lo que alcanza las empinadas escaleras. La sube en silencio, rogando que todos los sirvientes se hayan retirado ya a sus habitaciones y los que puedan quedar todavía estén del otro lado del castillo, en las cocinas. Al llegar al último escalón, se detiene, de golpe.

El largo pasillo en ambas direcciones se extiende a sus lados, silencioso. Y los recuerdos de este tanto en el presente como en el futuro, la embarga. Sabe que en el ala derecha, en aquella alta torre y majestuosa terraza, tiene prohibido el acceso.

Todos los tienen, menos el laird.

Y por más que intentó averiguar, nadie quiso darle una respuesta.

Aunque la ojiazul sospecha tiene que ver con Edwin, y Fenella.

Y, ¿por qué no? Katherine. Cuando Rae la conozca -y sabe que lo hará-, tiene claro que intercambiarán un par de palabras no del todo amables.

La parte física se la dejará a Nerys, que de seguro se desenvolverá sin reparo.

Rae no quiere faltarle el respeto al ojiverde que, como un intruso, ha comenzado a colarse en su corazón. Pero, no hay otra alternativa.

''Lo que desees, dulce, soy tuyo''

Rae se maldice en silencio, apretando los puños mientras avanza hacia la derecha. La puerta alta, al final del pasillo: el cuarto de los retratos. Ahí tiene que llegar.


La habitación tiene algunas velas encendidas. La luz tenue le presenta la habitación que en el futuro recuerda visitar. La cama de dosel y los cuadros.

La rodean, aquellos ojos grises. Quienes, desde los diferentes retratos, parecen observarla con atención. Un escalofrío recorre su columna vertebral cuando su mirada se centra en uno en particular, que, en las alturas, casi pasa desapercibido.

Es uno de Edwin y Fenella. Y por las vestimentas, parece que fue pintado el día de su boda. Ambos, con la mirada fija en el otro, transmiten una profunda devoción mientras se sonríen suavemente.

Rae siente una puntada en el pecho. Que, en contra de sus deseos, se siente filosa y profunda.

A veces lo olvida, muchas veces. Más que todo cuando está junto a él y se deja perder en las sensaciones que le producen su cercanía. Pero Edwin... Edwin, amaba a Fenella.

Tanto o más de lo que alguna vez se haya podido explicar.

Su muerte, lo volvió loco. Lo convirtió en el último laird.

Edwin murió esperándola.

Y Rae siente, en algún punto de su alma, una pizca de celos.

Celos de ese amor que, aunque pasado, sigue vivo en los trazos del retrato y en el corazón del ojiverde que la hace perder el aliento. Oh, y culpable, puesto que sabe, que no tiene ningún derecho a sentirlo.

Aunque eso no disminuye la presión en su pecho.

Fenella está muerta. Todo les fue arrebatado. Por la estupidez y egoísmo de su antepasada.

Y luego esa voz.

Su voz.

—No deberías estar aquí.

El corazón de Rae se detiene. O late con extrema lentitud. No puede estar segura.

Tiene varios días sin verlo, sin escucharlo. Después de su encuentro en los jardines, donde básicamente habían confesado un amor que difícilmente podrían procesar, Edwin había vuelto a una especie de aislamiento.

Probablemente, era lo más sensato para ambos.

Pero lo había extrañado.

Aunque había intentado concentrarse en cualquier otra cosa.

Lo había visto un par de veces en la lejanía, montando a caballo junto a Kendrick, Murdo y Errol, como hacían todas las tardes.

Pero las noches... eran diferentes.

Sus guerreros iban solos. Cuando le había preguntado a Kendrick por las excursiones nocturnas, el hombre había negado con la cabeza, sin responder.

Pero Rae lo sabía.

¿Qué otra cosa podría estar buscando, si no a su hija perdida?

Se voltea, soltando una bocanada de aire que no sabía que contenía.

Y entonces lo ve.

Sentado en el borde de la escalera, la misma que en un futuro ella también subirá persiguiendo a su fantasma.

Su rostro se ve demacrado, con las ojeras más marcadas que nunca. Dos botellas vacías de vidrio descansan a su lado.

Rae siente que algo dentro de ella se quiebra.

—Edwin... —susurra, en una mezcla entre la incredibilidad y el miedo.

Pero él no la mira. Su vista sigue clavada en el retrato que antes ella observaba.

—Era muy hermosa... —la voz de Edwin es un susurro, casi inaudible—. ¿No es cierto?

Rae está acostumbrada a sentir dolor. Tanto el suyo como el de su hermana gemela. No es un concepto extraño para ella.

Pero esta sensación que recorre su cuerpo con fuerza y la abate es una que, hasta este momento, jamás había experimentado.

—Lo era, sí... —responde Rae en un murmullo, acercándose lentamente a él. Al ver que no le pide que se aleje, se deja caer suavemente a su lado. Coloca una mano sobre la rodilla del laird, cuya mirada sigue perdida en la imagen.

El olor a brandy mezclado con el wiski la embargan; sin embargo, no se aparta. Comienza a dejar suaves caricias, hasta que finalmente, Edwin se voltea a mirarla.

—Yo... —su voz se quiebra, como si cada palabra le arrancara pedazos del alma—. La maté.

La ojiazul no puede hablar. No, no.

Quiere morir, de hecho. Cualquier cosa debe ser mejor que aquella puntadas que cada se encajan más en su pecho.

—No, no, lo hiciste —afirma finalmente en un susurro; sabiendo que daría y diría lo que fuese para consolarlo.

El escocés niega fuertemente con la cabeza, y a Rae le parece que ahoga un grito.

—Discutimos ese día... —La voz de Edwin se quiebra. Se lleva una mano al rostro, frotándose los ojos con fuerza, como si con eso pudiese borrar el peso de un recuerdo—. Yo... ella nunca habría ido a la terraza, si yo no le hubiese dicho que se fuera. No habría muerto.

Rae jamás deseó hacerle daño a nadie. No, eso jamás ha ido con su carácter. Pero en este momento, viendo el dolor en la mirada del hombre que intenta no amar, se replantea su pensamiento anterior.

La ira comienza a arder lentamente en su interior, como una bomba que solo le quedan segundos para estallar.

No le dejaría a Nerys la parte física. No. Si ella tuviese a Katherine de frente ahora mismo... podría matarla con sus propias manos.

—No eres responsable por las acciones de Katherine, Edwin —vuelve a afirmar, pero esta vez con voz temblorosa.

En un principio, Edwin no se inmuta.

No pregunta cómo Rae podría saber sobre Katherine, ni tampoco cuestiona sus palabras.

El silencio que sigue es largo, casi insoportable.

Finalmente, suspira.

Una brisa helada los traspasa. Rae se acerca un poco más hacia él, casi sin darse cuenta, como si su cuerpo buscara instintivamente el calor que solamente él puede darle.

Y entonces es cuando Edwin parece mirarla de verdad por primera vez desde que comenzó el encuentro. Sus ojos verdes se cruzan con los de la ojiazul, penetrantes.

Como si, al hacerlo, pudiera por fin callar el ruido interno que lo atormenta.

Levanta una de sus manos —que Rae nota están llenas de golpes, como si hubiese descargado su frustración contra una pared— y acaricia su mejilla con una ternura que parece ajena a sus propias heridas.

—Oh, mi dulce... —el apelativo en sus labios íntimo, encantador, como un susurro que lo trae a la calma que tanto necesita —. Sí, sí, lo soy.

—¿Qué pasó esa tarde, Edwin?

Edwin niega con la cabeza varias veces, como si intentara alejar un pensamiento, un recuerdo.

—La imagen de su cuerpo... el duro suelo, sus ojos llenos de sangre. Oh, oh... oh...

—Edwin...

—La empujó, dulce... —Su voz se rompe, como si las palabras le arrancaran pedazos del alma—. Katherine... asesinó a su mejor amiga. Por mí. Porque... me amaba.

''—No puede ser... ¿Qué hizo ella? ¿Qué hizo nuestra antepasada?''

Rae siente que esas palabras resuenan en su mente, trayendo de vuelta un recuerdo. La voz de su abuela, como un eco lejano, le llega con claridad...

''—Hay muchas versiones de la historia, pero todas coinciden en que nuestra antepasada amaba al Laird de Clirthorm. Su amor era tan poderoso como trágico; uno que cuentan, jamás fue correspondido. Tomó una decisión que lo condenó. Algunos dicen que fue una traición, otros que fue un sacrificio.''

Una traición. Katherine no solamente condenó a todo su legado. No, ella traicionó a las dos personas que más la querían.

¿Y por qué? ¿Por una fantasía que se convirtió en obsesión? ¿Por qué no pudo... por qué no quiso?

''—Para romper la maldición, deben entender lo que realmente sucedió. Deben desenterrar la verdad sobre el Laird y nuestra antepasada. Tal vez...''

—Te tengo —dice Rae, estrechándolo en sus brazos —. No estás solo, no voy a dejarte solo...

El llanto de Edwin se convierte en un sollozo desgarrador.

—Agnes... —balbucea, con la voz rota—. Se lo prometí... tengo que encontrarla... tengo que...

—Edwin...

—Me arrebató a mi esposa, y se llevó a mi hija...

Los sollozos de Edwin rompen el corazón de Rae, quien sin poder evitarlo, comienza a llorar junto a él.

"Te lo prometí, Edwin. Te devolveré la vida que te robaron." piensa Rae, mientras entre lágrimas el escocés de antaño se refugia entre sus brazos ''No voy a fallarte de nuevo''

—La encontraremos, Edwin —susurra, aferrándolo con más fuerza—. Lo prometo.

El llanto de Edwin llena el ambiente tenso por algunos minutos, finalmente los sollozos bajan de intensidad hasta que desaparecen. Su respiración antes agitada ahora es relajada, y su cabeza, reposa sobre las rodillas de Rae, quien todavía lo abraza.

Se ha quedado dormido.

Una de sus manos viaja de su espalda hasta la cabellera rubia, acariciándola. Un suspiro helado escapa de los labios de la joven cargado tanto de impotencia como dolor.

Entonces algo cambia. El viento que azotaba helado sobre sus rostros parece volverse más denso, y la puerta de madera de la entrada de la habitación, se abre de golpe.

Su respiración se agita. Sabe que ya no están solos en la habitación.

La extrañeza de sentirse observada la envuelve por completo, y sus ojos recorren la estancia, buscando el origen de esa sensación. Entonces lo ve.

Un reconocible haz de luz incandescente ilumina el rincón más oscuro de la habitación, justo al lado de la cama de dosel desarreglada, como a la espera de que alguien regrese del baño. El brillo titila, como una vela que lucha por mantenerse encendida.

Pero no es el brillo lo que le eriza la piel.

Rae vuelve a encontrarse con un par de ojos grises. Pero esta vez, no son los del cuadro.

Son los de la mujer por la quien en vida los mismos fueron pintados.

La aparición fantasmal los observa, con una expresión tan dolorosa que podrías pensar que lloraría de poder hacerlo. Sus labios entre abiertos parecen querer formular algo, sin éxito.

—Esta solía ser mi habitación —dice finalmente en un susurro.

—Fenella.. —responde Rae con voz cortada.

La fantasma se acerca a ellos lentamente, finalmente se detiene a unos centímetros. Sus ojos escanean la escena, desde las botellas de licor vacías en el suelo, hasta las caricias de Rae en el cabello de quien alguna vez fue su marido.

—Hoy es el aniversario —explica, como si se lo hubiesen preguntado —. Un día como hoy hace dos inviernos, yo...—su voz parece perderse en el viento, incapaz de terminar la idea — No es un día fácil para él.

—Lo siento mucho —dice la ojiazul, con los ojos otra vez llenos de lágrimas —. Lamento tanto lo que Katherine te hizo.

La aparición sonríe triste, fijando su mirada en el escocés.

—Venía a verle... sabía que, tenía miedo de que fuese a hacer algo estúpido. No pensé encontrarte acá. La última vez, él no te permitió quedarte —dice Fenella, con una pequeña sonrisa melancólica.

Rae parpadea, confundida.

—¿Entonces... en el intento anterior... me pidió que me fuera?

—Sí. Y antes de eso también. Pero esta vez... algo cambió.

La ojigris se acerca lentamente, deteniéndose junto a Edwin.

—¿Qué cambió? —pregunta Rae, ansiosa.

Fenella la observa con dulzura.

—Tú cambiaste, Rae. Y eso es lo que importa.

Por un momento, Rae se siente perder el aliento.

Ciclos que se repiten. Que demuestran que las acciones pasadas son fácilmente repetibles.

Pero... entonces ... ¿pueden romperse?

Rae le dedica una mirada al hombre en su regazo, volviendo esa necesidad inherente de que sepa que todo estará bien.

¿Podría significar... que hay esperanza?

—Es tan difícil evitarlo... —comenta la ojigris, unos segundos después — no sé si ni siquiera por qué me permití decirte de vuelta que evites amarlo. Te necesita, y yo no quiero que esté solo.

—Fenella...yo...

—Escúchame, Rae —la ojigris la interrumpe, con un tono profundo que parece confundirse con el fuerte viento que azota las ventanas —. El tiempo sigue corriendo, y ya no puedo hacer más que esto. Y cuando encuentres al corazón herido que quiso vengarme... permítete dudar.

—¿Dudar?

—Las historias cambian según quién las cuente. Recuerda eso, Rae, porque lo que ves no es toda la verdad.

—Justo cuando pienso que comienzo a entender... —se queja la pelirroja.

—La maldad tiene profundidad, cielo. —aclara Fenella —. Se oculta en capas que nos sorprenden cuando menos lo esperamos. Ni yo soy completamente buena, ni Katherine es completamente mala. Solo espero que esta vez lo entiendas. Antes de que el tiempo se acabe.

— Otra vez con tus acertijos —suelta Rae, con ironía. Pero más allá de eso sabe que se debe a la impotencia de intentar salir de un laberinto que no hace más que jugar bromas pesadas.

—Son la mejor estrategia que tengo—responde Fenella, con solemnidad —. Estamos en un juego, Rae, no lo olvides. Hay que ser cuidadosos cuando hablamos de maldiciones. No quisiéramos molestar a quién la lanzó.

— Una misión que está destinada al fracaso desde el inicio —comenta Rae, sarcástica — Claro... ¿Por qué no complicarla?

Fenella suelta una ligera carcajada que llenó el corazón de Rae. Luego, su mirada vuelve a posarse en el ojiverde.

—Si encuentras al corazón herido, encontrarás a Agnes. Lo sé, lo presiento. Hazlo por él... y cuando puedas, ámalo. Tanto como él lo necesita. Tanto como me gustaría haberlo hecho.

Rae frunció el ceño, confundida.

—¿Qué quieres dec...?

Pero las acciones de Fenella no le permiten continuar. Levantando una mano etérea hacia el rostro de su mejor amigo y e inclinándose deposita un casto beso en su frente.

—Te adoro siempre, vida —susurra. Luego, depositando su vista en la pelirroja, vuelve a sonreír —. Volveremos a vernos, Rae Besset. Cuídalo, por favor.

Una ráfaga de viento azotó la línea de escaleras hasta la terraza. Fenella desapareció junto con ella.

Rae quiere gritar ante este destino cruel que le tocó vivir. Tiene que hablar con Nerys, tienen que encontrar al creador de la maldición.

El hombre en sus brazos se queja en sueños.

Mierda. Tal vez, pueda amarlo un ratito en silencio.

Olvidarse por esta noche, que están destinados a sufrir.


NA: ¡HOLAAA! ¡Que llegamos, que llegamos! Estamos a media novela :) ha sido un largo camino y espero lo estén amando tanto como yo.

¿Qué les va pareciendo?

¡Gracias por leer!

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