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Capítulo #2: ''Voces en el viento''

25 de diciembre de 2022. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Nerys intenta regularizar los latidos de su corazón, pero, por más que se esfuerza, parecen negarse a establecer su ritmo normal. Sus manos siguen temblorosas y su vista se clava en su hermana gemela, quien, desde hace unos quince minutos, no hace más que llorar.

El aire gélido las atraviesa como el dolor que ambas sienten; siempre ha sido así. Toda la vida han sabido conectar profundamente, como si estuvieran ligadas en un sentido más profundo que solo la sangre. Cada vez que una se lastimaba, la otra lo sabía. Así como Rae sintió el dolor desgarrador en el corazón de Nerys cuando Andrés murió, Nerys ahora siente la desesperación de Rae, una emoción que no puede comprender del todo.

Las palabras de la carta de su padre siguen dando vueltas en su mente, carentes de sentido; tiene que ser una broma. Alguien juega con sus sentimientos y las heridas recientes de la pérdida de sus padres. Pero, ¿quién? ¿y por qué? La caligrafía es tan similar, y está escrita en gaélico.

Las lágrimas vuelven a acumularse en sus ojos, pero se muerde el labio inferior, negándose a dejarlas salir. Una sensación punzante oprime su pecho, como si hubiera algo profundamente mal.

Otro sollozo de Rae la saca del trance.

—Rae, tenés que dejar de llorar —pide, con la voz hecha un lío—. Estoy intentando encontrarle sentido a esto.

Rae, con los ojos y la nariz enrojecidos, intenta respirar hondo, pero al exhalar, otro sollozo  se le escapa. La tristeza, que por tanto tiempo mantuvo encerrada, y no reconocía como suya hasta ahora, surge con una fuerza que no es otra cosa que abrumadora. Suspira, sin apartar la vista de su hermana, sintiendo en su interior un impulso, como si la carta de su padre hubiera activado un deseo latente de hacer algo que nunca se atrevió a considerar.

—Ner —suelta, con la voz rota—, creo que tenemos que ir.

—¿A Clirthorm? —cuestiona Nerys, casi a los gritos—. Pero... ¿De qué mierda estás hablando? Rae, no hemos estado en Escocia en años; no desde que nos mudamos a los cinco. Lo sabés.

—No sé cómo explicarlo, ni por qué. —explica Rae, pasando las manos con fuerza sobre su rostro, limpiándose las lágrimas — Hay algo dentro de mí, en mi corazón, como un vacío. Lo he sentido siempre. Pero se ha intensificado desde que leíste la carta; me presiona con fuerza, Ner, es como si no pudiera respirar.

—Estás teniendo un ataque de pánico, Rae. Tenés que calmarte. —responde esta, en un intento de mantener la cordura en la de por si una conversación irracional.

—No, no. —Rae niega con la cabeza, una media sonrisa aparece en su rostro — Sabés que no tiene nada que ver con eso; lo sentiste también, Ner. No puedes negármelo. Adentro, es como si algo se revolviera.

Nerys sabe que tiene razón. ¿Pero cómo aceptarlo y a su vez continuar viendo toda esta situación como la locura que es?

—Entonces, ¿qué? ¿Me vas a decir que creés lo que dice la carta? ¿Toda esta palabrería absurda sobre un supuesto destino del que intentaron protegernos?

—Siempre he sido racional, ¿no es cierto? He buscado tomar decisiones sensatas, y vos siempre fuiste más liberal, alentándote a vivir experiencias.

—¿Qué tiene que ver eso con esto?

—Que si yo, la "toda racional" Rae te está pidiendo esto; ¿no podrías concedérmelo? Solo tenemos que ver a la abuela y escuchar lo que tiene para decirnos.

—Rae...

—Además, vos misma lo dijiste. Todo esto parece una broma, es absurdo. ¿Así que qué tenemos que perder? Podríamos conocer nuestras raíces, Nerys. Ver de dónde venimos, visitar la tumba de mamá y papá; que no hemos podido visitar.

—Pero...

—Por favor, Ner. Te lo ruego.

El corazón de Nerys parece estrujarse mientras Rae la observa con desesperación. Rae es lo más importante que tiene en el mundo, la persona que más ama. ¿Podría simplemente sumergirse en esta locura, para complacerla?

—Es una locura, Rae.

—Pensé que te gustaban esas cosas —suelta Rae, con un destello particular en la mirada.

—¿Qué cosas?

—Las aventuras.

Nerys le dedica una irónica sonrisa; su hermana ha dado en el clavo, y lo sabe.

—Siempre has tenido esa capacidad innata para convencer —responde, su tono más ligero.

—¿Eso es un sí?

—Es un no voy a dejar que vayas sola; así que no me queda de otra.

— ¿Vamos a las Tierras Altas? —pregunta Rae, con una sensación de calidez llenándole el pecho.

—Vamos a Clirthorm, Rae.



30 de diciembre de 2022. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Las hermanas Besset están en un taxi, rumbo al aeropuerto. En plena Avenida 9 de Julio,  la imponente Ciudad de Buenos Aires se desprende en su maravillosa magnitud a su alrededor; el sol tocando con ternura el techo de los más altas estructuras, momentos antes del caer de la noche. El calor del verano se adentra por la ventana abierta, y el sonido de las bocinas de los autos llenan el ambiente: después de todo, es hora pico.

Una sensación agridulce se extiende por el pecho de Rae, mientras que tiene la vista en la ventana; Nerys, por su parte, tiene la vista en el teléfono. Un grupo de hinchas del Boca, pasan gritando cánticos de celebración; de seguro, ganaron el encuentro contra el River. Probablemente cortaran la calle, y tomará un poco más de tiempo llegar al aeropuerto. Menos mal, que gracias a la insistencia de Rae, salieron con suficiente tiempo.

El taxista suelta una maldición; Rae se ríe al observar que tiene una camiseta del equipo perdedor; ay, Argentina y su inagotable y admirable amor por el fútbol.

Los cantos se hacen más fuertes, a medida que tratan de encontrar una calle que no esté bloqueada y la pelirroja se siente extraña, porque es casi como una especie de despedida. Una parte de ella, muy en el fondo, sin poder reconocer de dónde, le dice que tal vez, esta es la última vez que verá la Ciudad que fue su hogar los últimos veintiún años.

En su mano, aprieta con fuerza la carta con la letra de su padre; como si fuese alguna especie de promesa a lo que está por venir.


31 de diciembre de 2022. Edimburgo, Escocia.

El aire gélido es lo primero que las golpea, cuando con sus valijas, ponen un pie en la entrada del aeropuerto; son alrededor de las diez de la mañana. Es cierto, han dejado atrás la calidez del verano argentino; y lo primero que piensan, en cómo todo es mucho más verde. Tonalidades de verdes brillantes parecen rodearlas, dejándolas sin aliento. Y el espesor de la tenue neblina, les hace sentir cómo se estuvieran dentro de alguna de esas leyendas que su madre les contaba cuando eran niñas. Si esta que es la capital, y no el pueblo a dónde se dirigen, entonces saben que es tan solo la apertura hasta aquello que le espera.  Después de un viaje largo y el nerviosismo creciendo como hojas de enredaderas en su interior, es la primera que entienden el peso de la decisión que tomaron.

Por más que aún parezca una mentira, por más que todo sea una locura; no pueden desprenderse del sentimiento de que esta, es la primera vez en toda su vida en que las gemelas Besset se ven la posición de tener que enfrentar sus raíces.

La gente a su alrededor se abarrota, buscando encontrar algún taxi que los lleve a sus destinos; pasan por su lado sin realmente notarlas, sin prestar atención a la explosión de sensaciones que las gemelas llevan por dentro.

Habían llamado a su abuela; tampoco era como si iban a aparecerse sin avisar. Además que, llegar hasta Clirthorm es todo menos sencillo, menos en la fecha en que ellas decidieron hacerlo.

En un día común podría llevarles unas seis horas en auto, ya que está muy alejado de la Ciudad. Pero, en el último día del año ¿Quién sabe cuánto les tomará?

Nerys y Rae se hacen paso entre la multitud. El bullicio de las conversaciones se mezcla con el  sonido de las ruedas de las valijas se vuelve casi tormentoso, el mismo es de granito. Las hermanas intentan encontrar a la persona que su abuela supuestamente ha enviado por ellas. 

—¿Cómo es que vamos a encontrar a quien mandó la abuela? —pregunta Nerys, su voz casi ahogada por el ruido. La incertidumbre se asoma en sus ojos, a pesar de la determinación que intenta mostrar.

—Dijo que sería un hombre de confianza —responde Rae—. Alguien que conoce bien el pueblo y que ha estado con ella desde que éramos pequeñas. También mencionó que tendría un acento fuerte, como si el inglés no fuera su primer idioma.

Mientras escanean la sala, los murmullos de acentos en diferentes idiomas las rodean. Un grupo de viajeros conversa animadamente en español cerca de ellas; argentinos que de seguro venían en el mismo vuelo que ellas. Sin embargo, la conexión que sienten no es suficiente para calmar sus nervios; tiene sus ventajas y desventajas entender tres idiomas diferentes. De repente, un hombre alto y corpulento aparece entre la multitud. De tal vez unos veinticinco años, lleva una bufanda de lana gruesa  de un tono amarillo pastel, y su barba rubia, larga y abundante parece llegarle hasta la mitad del pecho. Escanea a las personas en la multitud, antes de enfocar su vista en ellas y sonreír cálidamente. Las hermanas suponen que encontrar gemelas idénticas en una multitud no es tan complicado.

—¿Rae y Nerys? —pregunta, su acento marcado delatando sus raíces gaélicas. Las gemelas se miran entre sí, unidas por el mismo rostro y la misma confusión. Ambas asienten, en una mezcla contradictoria entre el miedo y el alivio.

—Soy Angus —continúa el hombre, sonriendo con amabilidad—. La señora Megan me envió por ustedes. —Es un placer conocerlas.

—El placer es nuestro —responde Rae, con una sonrisa.

Nerys lanza una mirada a Angus, curiosa. Rae conoce esa mirada, su hermana está a punto de salir con alguna de las suyas.

—¿Cómo está la abuela? ¿Está bien? —pregunta Nerys.

—Sí, sí, está bien —asegura Angus—. Está emocionada de verlas. Especialmente con todo lo que ha pasado, ya saben la...

—Muerte de nuestros padres —interrumpe Nerys, en un tono cortante y un perfecto inglés — Si, no ha sido fácil para nadie.

Rae suspira; mucha veces intentar ser amable con su hermana, es todo menos sencillo.

Por un minuto que parece eterno, el ambiente gélido parece también tenso.

—Si, claro. —responde Angus, un tanto sonrojado — Yo, eh...siento...

—Entonces... —corta Rae, después de carraspear un poco. — ¿Cómo nos iremos a Clirthorm?

—El auto está acá en la esquina, no quise estacionarlo cerca para evitar que fuese difícil salir. Vamos, yo llevo su equipaje —comenta Angus, sin borrar la característica sonrisa radiante de su rostro. Y como si no supiera ningún tipo de esfuerzo levanta ambas maletas de veinte kilos, como si pesasen cinco; y comienza a caminar en dirección.

—Gracias, Angus —dice Rae, mientras comienzan a caminar tras el hombre.

Al llegar a un auto, un volvo verde que parece haber vivido más años que el pueblo al que se dirigen, Angus les hace un gesto para que se suban. Las gemelas lo siguen, sintiendo una sensación creciente en sus pechos,

—El viaje será largo —advierte Angus mientras se acomoda al volante—. Pero hay mucho que contar. Les prometo que será un buen viaje.

Mientras se acomodan en el asiento trasero, Rae siente que la emoción se mezcla con el temor. La adrenalina recorre todo su cuerpo, como si el aire estuviese cargado de algo diferente.  ¿Qué puede esperar de todo esto? Las palabras en la carta de su padre resuenan en su cabeza como una pesadilla, como una promesa.

Nerys, a su lado, toca su hombro para llamar su atención  —Bueno, que comience la aventura —susurra, mientras el hombre en el asiento delantero empieza a relatar alguna historia sobre los caminos por los cuáles están a punto de bifurcar.

Es cierto y Rae lo sabe con cada fibra de su ser: esto es solo el comienzo.


El auto se detiene de golpe. Las hermanas, que se habían quedado dormidas una sobre el hombro de la otra, se despiertan con la misma brusquedad. Nerys, la primera en reaccionar, mira a su alrededor, nerviosa, intentando ubicarse. Rae, a su lado, aún parpadea. El sonido intenso del motor antiguo se apaga, y el silencio que sigue es casi enternecedor.

Rae se incorpora mientras escucha a su hermana preguntarle a Angus qué ha sucedido. A través de la ventana puede ver el espesor de la neblina, que no se parece en nada a la que dejaron atrás en la ciudad; deben estar mucho más arriba en las montañas. ¿Cuánto tiempo habrá pasado? Intenta recordar, pero la última vez que miró el reloj estaban a unas dos horas de camino. La luz tenue del sol  baña el paisaje de hermosas tonalidades doradas, como si estuvieran dentro de una especie de sueño: el atardecer está cerca.

—No lo sé —responde Angus, con una expresión seria en el rostro, algo extraño en él, pues suele irradiar felicidad—. Esto nunca me había pasado antes —continúa, mientras intenta arrancar el auto de nuevo, pero falla—. Incluso lo mandé a revisar antes de salir de Clirthorm y todo estaba perfecto.

El corazón de Rae parece acelerarse ante los nervios; por otro lado, Nerys a su lado suspira, supone Rae, que sopesando las opciones que tienen.

— ¿Qué opciones tenemos? —pregunta Nerys, mientras se acomoda bien la bufanda verde que tiene el cuello.

—Estamos cerca de Clirthorm —dice Angus, mirando por el retrovisor hacia las gemelas—. Lo mejor será caminar. No quiero que la noche nos atrape a medio camino.

Las palabras de Angus no traen ninguna calma a Rae. Al contrario, el crepúsculo parece hacerse más pesado sobre sus hombros, haciéndola sentir amenazada. Como si en medio de esas no cementadas carreteras en espiral, hubiese alguien o algo, esperándolos.

Y entonces lo escucha.

Un murmullo, casi imperceptible, pero lo suficientemente claro para hacerla temblar. "Vete", dice una voz ligera como si fuese femenina y un tanto infantil. Lejana, parece mezclarse con el sonido del viento.  "Lárgate... no hay nada que puedas hacer"

Rae siente que el aire se le escapa. Voces, de nuevo. Si no está empezando a estar paranoica, entonces realmente algo malo está por suceder. Mira a su alrededor, buscando el origen de la voz, pero solo ve los árboles inmóviles y el cielo que sigue peleando con oscurecerse. Su corazón late con fuerza en su pecho mientras trata de convencerse de que solo ha sido su imaginación.

—¿Escuchaste eso? —pregunta en un susurro, mirando a Nerys, que ya se baja del auto.

—¿Qué cosa? —responde su hermana, frunciendo el ceño.

Antes de que Rae pueda explicarse, Angus, quien ya ha bajado sus valijas del cajón del auto, cierra la puerta del auto y les hace un gesto para que lo sigan.

—No tenemos tiempo que perder, chicas. El camino no es largo, pero no quiero que el anochecer nos atrape aquí. Hay historias sobre esta zona... y no son precisamente agradables —dice Angus con cierto nerviosismo, pero su cálida sonrisa ha vuelto aparecer en su rostro.

Rae traga saliva y mira una vez más hacia los árboles. El viento se levanta, helado, pero no hay más susurros. Tal vez y si está paranoica, tal vez los nervios por haberse embarcado en esta travesía la está haciendo ver y escuchar cosas dónde no las hay. Aun así, no puede sacarse la sensación de que están siendo observados.

«Los sueños siguen siendo reales», Rae se recuerda  «Así como también lo que sentiste cuando escuchaste las palabras en la carta de papá. Acá hay algo extraño, y pareciera cómo si mi corazón me rogase que descubriera qué.»  Camina a paso presuroso detrás del hombre y de Nerys; que por alguna razón parece motivada de continuar el sendero a pie.

Clirthorm está a la vuelta de la esquina, y parece que los problemas también.

31 de diciembre de 2022. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.

La efusividad. Eso es lo primero que las hermanas notan al llegar al pequeño pueblo: alrededor de cantos que parecen jamás detenerse la gente se mueve con alegría, llevando cajas enteras de cerveza y algún otro licor, pasteles, y alguno que otro estofado.

Luces brillantes adornan las pequeñas casas, y postes de luces antiguo se presentan cada treinta pasos.

El estómago de Nerys ruge, no han comido nada desde temprano. Además llevan los últimos cuarenta y cinco minutos caminando, lo que no mejora su mal humor.

—Ya pronto llegaremos donde la abuela y podrás comer — le dice Rae en español al oído, adivinando sus pensamientos. Aprieta ligeramente la mano de su hermana.

— Es una molestia constante que puedas sentir lo que siento.

—Uff, —responde Rae, entre risas mientras observa como Angus saluda a un par de personas adelante. Todavía con ambas valijas acuestas camina por ahora las calles de piedra con tanta alegría, como si el cansancio no estuviera incorporado en su sistema.  — Imagínate como es para mi.

— ¡Rae, Nerys! — grita el siempre alegre Angus, las jóvenes vuelven su atención hacia él — ¡Vamos, que su abuela no va a esperar para siempre, así como tampoco el año viejo!

La casa de Megan Besset está al final de una de las largas calles empedradas, un tanto alejada del resto. Como si, al ser construida, ese hubiese sido exactamente su propósito. Una luz tenue escapa de lo que parece ser la cocina, así como el reconocible olor de algo dentro del horno.

Angus se detiene a unos metros de la puerta. La gemelas voltean a verlo, extrañadas cuando coloca las valijas a su alrededor.

—Aquí es. No falta mucho para que oscurezca, deberían ir entrando —les dice, señalando la entrada principal con un gesto serio—. Su abuela las espera.

—¿No vienes con nosotras? —pregunta Rae; el joven niega con la cabeza.

—Me esperan para cenar, además de que debo avisar la localización del auto, así puedo ir con alguien a retirarlo por la tarde, mañana. —explica, sin borrar su sonrisa. — Pero nos veremos pronto, de eso no tengo dudas.

Comienza a caminar de vuelta por el sendero de vuelta al centro del pueblo, cuando está a unos pasos de ellas, se vuelve: — Oh, ¡Bienvenidas a casa!

Nerys y Rae intercambian una mirada. El aire frío les cala los huesos, pero más que el frío, es la extraña atmósfera de la casa lo que las mantiene tensas. El reencuentro, más que todo, con una abuela que más allá de alguna llamada esporádica y regalos en sus cumpleaños todos los años, no habían llegado jamás a conocer. Algo en ese lugar resuena en lo más profundo de ambas, porque saben que han estado ahí antes. Saben que esa casa, ese pueblo, fue su hogar durante los primeros cinco años de su vida, antes de mudarse con sus padres a Argentina: el peso de unos recuerdos borrosos las atormenta, sin entender realmente por qué.

Finalmente, después de un par de minutos de contemplación, es Nerys quien toma la iniciativa. Subiendo un par de escalones de piedra desgatados por los años,  y el peso de su historia. Toca con fuerza dos veces la que parece ser una muy pesada puerta de madera.

Al otro lado, Megan Besset, su abuela, se presenta como una figura imponente. De apariencia delgada y piel arrugada, vestida con un largo vestido de tono verde oscuro, las mira fijamente, sus ojos de un azul penetrante que brillan como los de un halcón detrás de unas gafas que parecían haber sido hechas con el fondo de una botella. Su cabello, completamente blanco, está recogido en un moño sencillo, pero hay una firmeza en su porte que recuerda a alguien acostumbrada a tener el control.

—Rae. Nerys —dice con voz temblorosa,  en un perfecto gaélico. —No saben lo feliz que me siento de verlas.

—Abuela —responde Nerys, dando un paso adelante con una leve sonrisa—. Ha pasado mucho tiempo.

Megan asiente, pero no añade na más. Su mirada es aguda, una chispa brillante parece atravesar sus ojos, casi, como si sintiera aliviada.

—Pasen —les indica—. Tenemos mucho de qué hablar.

Las hermanas atraviesan el umbral detrás de ella; y el ambiente antes gélido, parece de alguna manera volver a ser cálido. En el interior, en lo que parece ser una pequeña sala de estar, el fuego está encendido en una hermosa chimenea de piedra, similar a las paredes. Unas escaleras de madera desgatadas parece llevar hasta el segundo piso, tapizadas en terciopelo oscuro, los muebles antiguos y pesados, y las luces tenues le dan un aire a la vez majestuoso y lúgubre.

Megan se sienta en una silla alta junto a la chimenea, sus manos descansando sobre su regazo, y las invita a hacer lo mismo.

—Supongo que tienen muchas preguntas —dice Megan con voz calma, cuando tras dejar las valijas en un costado, las gemelas se sientan en un sillón de dos puestos frente a ella—. Y les aseguro que tendrán sus respuestas. Pero primero, deben saber que nada que nada me hace más feliz de que hayan regresado; a veces me parece que la vida se me hizo algo eterna; solo esperaba poder vivir para guiarlas en este momento. Pero, pero, como bien dicen todo ha pasado a su momento... tal como debe ser.

El silencio cae sobre ellas como un manto pesado. Rae siente un nudo formarse en su estómago, parece que su abuela no está pensando ir detrás de ningún rodeo. Esto, lo que sea que esté pasando, las palabras en aquella carta y las misteriosas experiencias que ha experimentado en los últimos días tan solo hacen que crezca su ansiedad. Necesita saber qué es lo que está pasando.

—¿Qué quieres decir, abuela? —pregunta Nerys, casi en un tono burlón; como si su abuela estuviese hablando disparates—. Nada de lo que dices tiene sentido.

Megan respira hondo antes de hablar. Voltea su vista hacia la chimenea junto a ella, por alguna razón, el fuego parece crepitar con mayor fuerza.

—No hay tiempo que perder.  —susurra, sin verlas — La maldición está más viva que nunca... y ustedes, mis niñas, son la última esperanza para romperla.

—¿Maldición? —cuestiona Rae, en un mismo tono.

—Si, mi querida, hay que romperla. Hay que salvarlo.

—¿Salvarlo?

Megan ríe irónicamente.

— ¿Nunca la han escuchado? ¿La leyenda?... ¿La del último Laird de Clirthorm?




NA: ¡Finalmente, el segundo capítulo! Tengo una semana escribiendo este capítulo y entre una cosa y otra con la universidad y el trabajo no había podido terminarlo.

Espero les haya gustado y quisiera escuchar sus teorías :)

¡Nos estamos leyendo!

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