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Capítulo #19: ''Secretos, promesas, y el inicio del fin''

Fenella Grant amaba los secretos. Grandes, pequeños. De poca o gran relevancia. Una vez escuchados, jamás salían de sus labios.

Algunos los buscaba, pero la mayoría, como este, simplemente la encontraban.

Ella tenía dieciocho años. Durante días, no hizo más que darle vueltas en la cabeza.

En realidad, no había querido escuchar. Mucho menos espiar.

Estaba simplemente ahí para recoger unas cestas que su madre le había encargado con ingredientes para la cena. El invierno entraba con fuerza, por lo que se detuvo un par de minutos más de lo debido sobre la hoguera encendida en el centro, que, habiendo estado un rato encendida parecía reconfortarla del frío externo.

Entonces los escuchó: murmullos. Asustada y con pasos sigilosos, se escondió detrás del alto pilar de piedras. La sala de reuniones había estado vacía gran parte de la tarde, después de que las reuniones de cobranza de inicio de mes hubiesen terminado.

No debía haber quedado nadie, ni siquiera Edwin, que se había despedido temprano con una sonrisa cansada.

Muchas veces la carga de ser el laird le resultaba pesada, Fenella lo sabía. Había deseado muchas veces poder quitarle algo de ese peso a su amigo adorado. Ojalá hubiese podido.

Los murmullos, primero eran ininteligibles, como el susurro del viento entre las ramas, y luego reconoció la voz firme y aguda de Ailis Clirthorm.

Después, una voz más grave y pausada: la de Aitor Clirthorm, tío de Edwin y hermano del difunto laird.

No, sabía que no debía escuchar. Debía dar la vuelta y escabullirse por la puerta pequeña lateral. Nadie la escucharía. Nadie sabría que había estado allí.

Pero no podía.

Porque así como sabía guardar secretos, era curiosa con tal vez igual intensidad.

Y estaban hablando de Edwin. La sola alusión de su nombre le caló en los huesos, puesto que sabía que no podía tratarse de nada bueno.

Cuando a su nombre se le unió la palabra "matrimonio," el aire pareció detenerse.

Al igual que su corazón.

—Es solo un muchacho —decía la voz intranquila de Ailis —. Solo llega a los dieciocho, Aitor.

—Un muchacho que ya es laird, Ailis —replicó Aitor con gravedad—. Tiene que encontrar una esposa. Es hora.

—Pero...

— Dudan de él, lo sabes. Nunca ha sido precisamente... el muchacho más, sensato. Tengo miedo de que.. de no hacerlo, puedan...

— Lo juraron, Aitor. No creo... ¿piensas qué...?

—La tensión está creciendo, Ailis. No todos creen que Edwin sea lo suficientemente fuerte para liderar. Si no hacemos algo, podría haber consecuencias... impredecibles. Edwin nunca quiso ser laird, y no es un secreto para nadie. El matrimonio podría ayudarlo a reafirmar una idea de estabilidad.

—.... siempre quise para Edwin, lo mismo que quise para el resto de mis hijas. Lo sabes, Aitor. Un matrimonio por amor.

—Tristemente, cuñada mía, no sé si esa sea una opción para él ahora.

—Aitor...

— Eso se trata del deber, no de fantasías que para él no son elegibles.  Sabes que lo quiero tanto como vos, pero no podemos darle más largas. Tengo alguien en mente, y están dispuestos.

Un jadeo sorpresivo abandonó los labios de la matriarca del clan.

—¿Quién?

— Estuve hablando con Jonathan, tanto él como su hija están dispuestos.

— ¿Katherine Besset? ¡Pero si apenas tiene dieciséis! ¡Es una niña!

Y por un momento, Fenella se sintió morir.

Kathy. No, no podían hacerle esto.

¡Menos con Edwin! ¡Por el amor de Dios! Los tres se habían criado como familia.

Y es lo que Katherine era para ellos, una hermanita adorada. Más para Fenella, que nunca tuvo hermanos.

Una sensación extraña crecía en su pecho, presionándolo y cortándole la respiración.

No debían.

No podía permitirlo. Pero, ¿cómo decírselo a Edwin sin causar estragos?

Él no estaría de acuerdo con dicha unión. Pero una vez los comprometieran, no habría marcha atrás. El joven laird jamás deshonraría el nombre de Katherine rompiendo el compromiso. Se vería obligado a casarse con ella por honor.

Y Kathy, oh, la pobre Kathy. Tampoco tendría elección.

—El matrimonio es un hecho, Ailis — comentó con voz particularmente apagada el tío de laird .— Y quisiéramos poder contar con tu apoyo.

—  No parece ser una petición, Aitor.

—Es porque lamentablemente no lo es, querida. Por el bien de Clirthorm.

¡Siempre por el bien de Clirthorm! —exclamó Ailis, con la voz quebrada por la rabia y la impotencia—. ¿Y qué hay del bien de Edwin, de Katherine? ¿Quién piensa en ellos?

Una fuerte ráfaga de viento entró por alguna ventana mal cerrada, apagando los restos encendidos de la hoguera.

La joven apretó con fuerza los bordes de la cesta en sus manos.

Ella. Fenella se encargaría de pensar en ellos.


Edwin se había ido de viaje ¡De viaje! Fenella había ido a buscarlo la mañana siguiente al haber escuchado la conversación y le avisaron que el señor había partido junto con un par de sus cuñados a unas reuniones en Edimburgo.

Y Fenella no podía si no maldecir su mala suerte.

Había intentado concentrarse la primera semana con las diferentes tareas dentro del castillo, pero se distraía con facilidad, causando uno que otro accidente en el proceso. Inclusive su madre, la noche anterior le había preguntado si había algo mal con ella.

¡Y ella había tenido que inventarse que estaba indispuesta!

Por lo que durante la mañana, su madre le había dicho que se quedara en cama. Y ella había aceptado, puesto que no estaba muy segura de que trabajar fuese lo más sensato.

Pero tampoco pudo quedarse acostada mucho rato. Era alrededor de las diez cuando se vio vestida y colocándose la zapatillas. Al principio no sabía a dónde iba, pero mientras descendía al pueblo y subía la pendiente, lo entendió: siempre lo había sabido.

La casa Besset se alzó ante ella y por primera vez en los de quince años que llevaba visitándola, le pareció más inmensa que el castillo en el que vivía.

Esa casa era su casa. Al menos se sentía como eso. Edwin, Katy y ella habían crecido corriendo por sus alrededores tanto como en los del castillo.

Supuso, tenía que ver con el nerviosismo que la recorría. Se quedó parada frente a la puerta unos minutos, dejando que el aire gélido golpeara su rostro, sopesando sus opciones.

Porque si, había venido a hablar con Katherine.

Pero... ¿qué le diría?

No se movió sino hasta que la misma puerta de abrió y Jonathan Besset, con su característica sonrisa reluciente apareció tras ella.

—¿Fenella? —inquiere, con el entrecejo fruncido — ¿Qué haces ahí, querida? ¡Te congelarás! Pasa, pasa adelante.

Ese hombre había sido un padre para ella, tanto o más de lo que lo había sido para Edwin. Los había cuidado y enseñado cosas como desde nadar hasta cazar, porque aunque damas, decía que una nunca debía estar desprotegida. Y Fenella, quien era huérfana de padre desde muy joven, jamás se había sentido incómoda en su presencia.

No al menos hasta ese día.

El recordatorio de que había estado de acuerdo con el arreglo matrimonial le enfermaba la panza. Jonathan Besset amaba a su hija por encima de cualquier otra persona o cosa en el mundo... ¿Por qué entonces permitirlo?

—Vine a ver Katy, si eso está bien.

El hombre de ojos tiernos sonrió, reconfortante.

Fenella sintió otro nudo en la panza.

—Claro, cariño. Me parece que está en el jardín, pasa, yo debo salir a atender unos pendientes pero volveré para el almuerzo... ¿te quedarás?

La joven asintió, aunque distraída. Jonathan se despidió con un asentimiento de cabeza, y la puerta se cerró tras él.


El techo de paja se balanceaba ante el fuerte viento. Fenella avanzó hacia el fondo de la casa, donde Katherine, sentada en la puerta abierta, miraba la llovizna caer sobre los campos verdes. Su larga cabellera rojiza, siempre su orgullo, caía hasta la cintura. Vestía de verde, como siempre. Fenella no dijo nada; simplemente se dejó caer a su lado.

Katherine no se inmutó. Y por algún extraño presentimiento, Fenella presintió que sabía el motivo de su visita.

El silencio fue largo más no incómodo. Habían hecho esto por años, contemplar el paisaje mientras se perdían en sus pensamientos.

—¿Qué perturba tu mente, Fen? —preguntó finalmente la voz suave de su amiga, aunque sin mirarla. Fenella suspiró.

—¿Es que ya no puedo venir a visitarte sin razón? Me entristece —responde la aludida, con el corazón en la garganta. Katherine suelta una ligera carcajada, llenando el ambiente de un ligero misticismo y finalmente, su mirada encuentra la suya.

Esos ojos azules. Había algo en ellos, que profundamente, por más que intentó, Fenella jamás fue capaz de descifrar.

—Por supuesto —comenta, con condescendencia —. Tal vez sea solo yo, con ganas de escuchar algo interesante.

Fenella maldijo por lo bajo. La elocuencia siempre fue algo que a Katherine caracterizó, el decir siempre lo correcto en el momento adecuado.

—Tienes razón, Katy. Hay algo que quiero contarte. Un secreto, de hecho.

Y Katherine sonrió. Sonrisa que solo muestra aquel que ama tener la razón.

—¿Fenella Grant quiere contar un secreto? Debe ser importante.

La joven de cabellos negros tragó de forma sonora.

Si ella tan solo supiera.

—Escuché una conversación, en la sala de reuniones hace unos días. Entre el señor Aitor y la señora Ailis.

Y pudo habérselo imaginado, pero a Fenella le pareció ver que Katherine apretaba con fuerza la falda del vestido.

— ¿Ah, si? ¿Sobre qué conversaban? —cuestionó, volviendo a centrar su atención en el paisaje frente a ella.

— Sobre Edwin. Y un matrimonio.

— ¿Matrimonio?

Fenella asintió.

— La posición de Edwin como líder del clan corre peligro, puesto que a los otros les cuesta ver su compromiso. Aitor piensa que un matrimonio podría cambiar eso.

— Suena razonable.

Fenella carraspeó, incómoda.

¿Razonable?

—Pero Kathy...—comenzó, intentando encontrar las palabras correctas. Sus manos viajaron hacia un par de palitos en el suelo, levantando uno se puso a jugar con la tierra frente a ella, haciendo pequeños espirales  — ellos quieren que, pues... piensan, que...

—Que Edwin y yo debemos casarnos —interrumpe Katherine en tono calmo —, lo sé.

La mano de Fenella sobre el palito se detuvo con brusquedad. Sus ojos, buscaron lo de la ojiazul para encontrarla observándola con perspicacia.

—¿Sabías sobre esto?

—Mi padre me lo comentó hace un par de semanas.

Par de semanas.

¡Semanas! ¿Y ella no había dicho nada?

¿Por qué no había dicho nada?

—¿Y a vos te ha parecido bien?

—No es cómo si tenga mucha elección. Además, Edwin sería un magnífico marido.

Pero... ¿Qué?

Fenella estaba convencida de que estaba soñando. Estaba atrapada en una pesadilla.

Si, tenía que ser eso.

—¡Que es como nuestro hermano, Kathy!

— ''Como'' —resaltó Katherine con ironía —. Lo has dicho muy bien, Fen. No somos hermanos y eventualmente nuestra unión era la más sensata.

Si, si, pesadilla. Ahora... ¿cómo se despierta de una pesadilla? Escuchó alguna vez decir en las cocinas del castillo de que si estás atrapada en un mal sueño siempre puedes ir a la orilla de un gran acantilado y dejarte caer. Eso debería despertarte al instante.  La mirada de Fenella se perdió en la orilla de la empinada.

— Edwin no va a estar de acuerdo con esto, lo sabes —comentó, con voz cortada. De repente, sentía sed.

— No podrá hacer mucho una vez que el compromiso se haga público.

La idea del acantilado seguía siendo bastante llamativa.

La joven suelta un pequeño alarido y el palito en su mano cae al suelo, cubierto de sangre. En su tensión, no se dio cuenta de que lo presionaba con mucha fuerza, clavándose un par de astillas.

Pero no era eso lo que la molestaba.

—¡Kathy!

Katherine suspiró, y levantando sus manos atrapó la de su amiga entre ellas, ayudando a remover los trozos de madera incrustados.

— Es cuestión de aceptarlo, Fen, yo ya lo hice.

Fenella la observa. Detrás de aquellos profundos ojos azules, un extraño brillo se transparenta. Las manos de la joven pelirroja juegan nerviosas con la falda del vestido, y una media sonrisa parece contrastar con el rubor en sus mejillas.

Es entonces cuando lo entiende.

Y el entendimiento le cae encima como un balde de agua helada.

—Dios mío... —murmura, sin dejar de mirarla. El temor clavado en cada fibra de su ser—. Estás enamorada de él.

Su alma abandona su cuerpo y a raíz de la expresión en el rostro de su amiga, supo que tenía una sensación similar.

Katherine parecía haber visto un fantasma.

—¿Qué has dicho?

—Estás enamorada de Edwin, Katherine.


El silencio siguiente fue casi sofocante, pero ninguna de las dos retiró la mirada. El viento golpeaba estridente contra las ventanas abiertas, y aún así el aire no parecía llegar correctamente a los pulmones de ninguna. Era mucho, o poco. O quizás todo o nada.

No, Fenella no se lo había preguntado. Por más que la intención hubiese sido esa, el entendimiento no se presentó como duda sino como una verdad indiscutible.

Una que sabía que se encargaría de hundirlos. Solo que en ese momento, todavía no entendía qué tanto.

—¿Y qué si es así? —respondió finalmente Katherine con voz temblorosa. Una mezcla entre el miedo al haber sido descubierta y, ¿rabia?

Suelta la mano de su amiga, para envolver sus piernas con los brazos.

Los ojos de Fenella se humedecen ¿Cómo nunca se dio cuenta? Conocía a Edwin y Katherine como la palma de su mano. Unidos en sincronía, se entendían en un nivel al que nadie jamás había llegado.

Pero jamás lo vio. O pensó que...

—Edwin no te quiere de esa manera, Kathy. Lo sabes —suelta abruptamente, arrepintiéndose en el acto. Porque aunque cierto, su intención jamás fue lastimarla.

Katherine sonrió triste, como si esa relevación fue todo menos una sorpresa. Sin embargo, su tono al hablar refleja un destello de esperanza:

—Eso podría cambiar.

Un par de lágrimas caen por el rostro de Fenella, pero las seca con rapidez. Tal vez, no era la única atrapada en un sueño.

—Eso es una fantasía —murmura.

Y ese comentario a Katherine le molesta. Puede notarlo en su entrecejo fruncido y en sus labios apretados.

Fenella no recuerda jamás haber visto a su amiga perder el temperamento. Al contrario, demostraba ser muy buena para expresar sus sentimientos aún para su corta edad.

Sin embargo, pensó que en ese momento, la joven pelirroja explotaría en cualquier momento.

—Cualquiera pensaría que son celos lo que percibo, Fenella.

—No seas impulsiva. Sabes que no tiene que ver con los celos. Si Edwin supiera...

Katherine la interrumpió, apretando uno de sus brazos con fuerza pero sin llegar a lastimarla.

—No puedes decírselo.

—¿Qué?

—Fen, no puedes decirle nada a Edwin. No hasta que todo esté decidido. Promételo.

—Kathy, él...

—Fen, tienes que guardar este secreto. Por el bien de Clirthorm.

—Yo...

—Y por el bien de nuestra amistad.

—Estaría... estaríamos, traicionándolo, Katherine ¿Cómo podríamos hacerle esto?

— Tan solo lo ayudamos a cumplir con su deber ¿No es eso lo que todo buen amigo... debería hacer?

Fenella abrió y cerró la boca varias veces, incapaz de formular ninguna oración coherente. Mucho menos algún pensamiento.

Este lado de Katherine, era uno que ella jamás había conocido. Siempre había sido inteligente, eso jamás había sido una duda para ella.

Pero si esta calculación, este metódico.

—¿De verdad quieres forzarlo? ¿Y si nunca llega a amarte? ¿Es así como quieres vivir el resto de tu vida?

—Me amará —afirmó Katherine, aunque en un tono que parecía intentar convencerse más a ella misma —, tenlo por seguro, Fenella Grant.

—Katherine....

—Hicimos una promesa, Fen ¿lo recuerdas? Amigos para siempre. Entonces... ¿guardarás el secreto?

Amistad. Katherine la manipulaba con lo que sabía significaba para la ojigris más que cualquier otra cosa.

Fenella suspiró con pesadez, frotando ambas manos sobre sus ojos, como si hubiese estado dentro de un mal sueño y quisiese despertar.

Sumergida en este sentimiento que parecía obsesivo, su amiga jamás vería las cosas con claridad. Tenía que proteger a Kathy. A ambos.

Había algo más que Fenella odiaba más que la injusticia, y eso era la mentira.

Pero lo hizo.

Mintió.

Entonces, pasando un brazo alrededor del hombro de su amiga de toda la vida, susurró:

—Te lo prometo.

Katherine sonrió dulcemente, sonrisa que le caló hasta el alma de la ojigris, quien la estrechaba con fuerza.

—Te quiero, Fen —susurró la ojiazul, estrechándola con la misma intensidad.

Oh, y Dios fue testigo de cuánto Fenella se odió por esto.

Pero más adelante, se odiaría aún más.

Porque siempre recordaría este momento como el principio del fin.

—Te quiero, Kathy.

Tristemente, nada nunca volvió a ser igual.


Fenella no durmió las siguientes tres noches. Al menos, estaba segura de que su mente no descansó.

No podía dejar de pensar, de querer, de sentir.

De desear estar en cualquier otra situación que en esta que se encontraba.

Hasta que finalmente, a la cuarta noche, Edwin llegó de su viaje.

Y su voz dentro del estudio, le detuvo el corazón.

No debía vagar los pasillos de noche, menos aquellos destinados para la familia del laird. Era consciente de eso, por más que siempre había sido tratada como alguien más de la familia.

Pero no podía esperar más. Tenía que hablar con Edwin esa misma noche.

Por eso había esperado que los guerreros reunidos en el estudio salieran, y Edwin, como suponerse, se quedaría todavía más tarde trabajando en algunos asuntos pendientes.

Y Fenella entró. Por un par de minutos no pudo hacer otra cosa más que observarlo. Con apariencia cansada, el joven laird estaba sentado sobre el escritorio de roble amplio, escribiendo sobre unos pergaminos abiertos. La luz tenue de las velas resaltaban el verde de sus ojos, que a la joven siempre le parecieron encantadores. Entonces, Edwin levantó la mirada con el ceño fruncido. Al verla, su semblante se suavizó.

—Buenas noches, vida —saludó con una calidez que casi desarmó a Fenella—. No esperaba verte sino hasta mañana.

—Tenía que hablarte, vida —dijo ella, y Edwin notó el peso en su voz. Señaló la silla frente a él, invitándola a sentarse.

—¿Qué te preocupa? —preguntó, mientras observaba cómo Fenella se acomodaba. Sus piernas temblaban ligeramente, un gesto nervioso que no podía ocultar.

—He considerado irme a vivir a los bosques —intentó bromear con una risa nerviosa—. Te fuiste mucho tiempo... ¿sabes?

—Vida, me fui dos semanas.

—Demasiado tiempo —reafirmó ella, desviando la mirada.

—Fenella —la regañó suavemente—, dime qué sucede.

Fenella tragó saliva y tomó aire, como si las palabras fueran un peso que debía liberar.

—Escuché una conversación... entre tu madre y tu tío —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.

Edwin se inclinó hacia ella, su ceño nuevamente fruncido.

—¿Qué clase de conversación?

—Sobre Clirthorm. Sobre ti. Dicen que hay miembros del clan que no están contentos con tu liderazgo... que podrían querer otro laird.

El silencio llenó la habitación. Edwin asintió lentamente, como si esa verdad no fuera nueva para él.

—No es una sorpresa —admitió, su tono resignado. —De haber podido heredarle el título a alguna de mis hermanas, lo habría hecho sin dudar.

Fenella asintió, pero no pudo contener la urgencia de continuar.

—Eso no es todo... mencionaron que un matrimonio consolidaría tu posición.

Y Edwin, por primera vez en la conversación, dejó caer la pluma que sostenía. Su mandíbula se tensó, y por un momento a Fenella le pareció que dejaba de respirar.

—¿Matrimonio? —su voz apenas era un susurro— . Hace dos meses que asumí el rol de laird, ni hablar de que solo tengo dieciocho años.

El corazón de Fenella dolía profundamente por aquel amigo que tanto quería. Veía el dolor en su mirada, el como la injusticia no hacia otra cosa que cobrar un precio injusto en su vida.

—Si, algo de eso le mencionó tu madre. Pero, tu tío insistió.

Edwin soltó una risa irónica. Por supuesto, su tío tendría que haber sido el creador de tan maravilloso plan.

Él se lo había pedido, casi rogado, que se quedara con las tierras. Sin embargo, Aitor Clirthorm se había negado, diciéndole que no se puede huir de lo que el destino ha forjado.

Pero... ¿qué podría importarle a Edwin los designios de un destino que iba en contra de todo lo que él deseaba para si mismo?

—¿Y a qué pobre alma tendrían que condenar a un matrimonio sin amor?

—La de Katherine —dijo Fenella con un suspiro, anticipando su reacción.

—¿Katherine? —repitió Edwin en un hilo de voz.

—...al parecer hubo una conversación con Jonathan y...

—¡¿Katherine Besset?!

—Si, ya sabes... vive sobre la colina, somos amigos desde la infancia y ....

—¡Fenella!

— Si, también supuse que la idea no iba a agradarte.

— ¿Agradarme? ¡Por supuesto que no! Katherine es una niña, como si hermana pequeña. Además... —se detuvo, clavando su mirada en Fenella—. ¿Por qué no me dijiste esto antes?

—¡¿Qué parte de que usted, mi señor, se fue de viaje parece no comprender?! —exclamó Fenella, llevándose ambas manos al cabello en un gesto dramático—. ¡Que tengo días al borde de un colapso!

Edwin entrecerró los ojos, cruzando los brazos con el semblante tenso. Fenella lo conocía lo suficiente como para saber que estaba intentando contenerse.

—Fenella, esto es grave.

—¡Claro que lo es! ¿Qué creías? ¿Que vine aquí para hablar del color de los manteles para la celebración?

—¿Katherine lo sabe? —preguntó, con los nudillos entrecerrados. Un nudo de había formado en la boca del estómago y acentuó al observar a la ojigris asentir —. Entonces tengo que hablar con ella.

—¡No! —exclama Fenella, sobresaltándolo —Mil disculpas, pero no. No puedes hablar con ella. Prometí que no te lo diría.

—Planean anunciar el compromiso en la cena por el cumpleaños de tu madre en dos días. Saben que no podrías negarte sin deshonrar el nombre de Kathy.

—¡A mi, su laird! El viaje a Edimburgo fue programado, lo entiendo... ¡Dos días! ¿Cómo puedo?... ¿Y Katherine, cómo puede ser que esté de acuerdo con esto?

Fenella dejó escapar un largo suspiro. Levantándose con cuidado de la silla, caminó alrededor de la habitación agitando un poco los brazos.

Esta, era la única pregunta que no estaba dispuesta a responder.

Que al menos, desearía no tener que responder. Porque de esa forma, haber quebrantado su voto a Katherine no se sentía tan pesado.

Tan malo.

Tan sucio.

—Prometí protegerla —dice entre murmullos — ... pero ¿cómo la protejo sin dañarte a ti?

—¿Vida? —la voz de Edwin detrás de ella, y una mano sobre su hombro le erizaron los pelos de la piel. No podía traicionarlo, esto que hacían no estaba bien — Fenella ¿Qué?

La pelinegro volteó a verla con los ojos llenos de lágrimas y el semblante roto. A Edwin le pareció que batallaba dentro de una guerra que ya estaba perdida, pero se rehusaba a aceptar como tal.

—Katy... ella... —su voz era apenas un susurro, y traga, incapaz de continuar.

—¿Ella qué, vida?

— Katy está enamorada de ti.

Y fue como si el suelo de piedra bajo sus pies desapareciera. Edwin, con pasos temblorosos camina hasta apoyarse en el marco de la puerta, mientras que Fenella, se deja caer nuevamente en la silla.

El silencio es su única compañía por lo que parecen ser largos minutos.

— Sabes cuanto me preocupo y importo por Katy. La quiero.

—Lo sé, vida.

— Pero no estoy enamorado de ella, no puedo casarme con ella.

A Fenella se le escapa un sollozo.

—También lo sé.

—No quiero hacerle daño. Pero... tengo que hablar con ella.

—No pienso que eso vaya a cambiar nada, vida. Más que el hecho de que Katy sienta que la estás rechazando de alguna forma y tendrás que casarte con ella en igual de condiciones. No, tenemos que pensar en otro plan.

—¿Tienes algo en mente?

Fenella asintió, aunque por un momento la determinación pareció abandonarla.

La duda se dibujó en su rostro unos minutos, antes de finalmente atreverse a hablar.

—De hecho, si. Pero no pienso que vaya a agradarte.

— Que me das miedo, mujer. Dime... ¿qué pasa por esa linda cabecita tuya?

Fenella bajó la mirada, apretando las manos sobre su regazo. —Hay algo más... algo que quizás pueda salvar a Katy de toda esta situación. —Levantó los ojos hacia Edwin, su expresión firme, pero vulnerable. — Tendrías que casarte con alguien más.

—¿Alguien más? ¿Con quién?

La joven sabía que lo que estaba a punto de decir era una locura, impropio incluso. Pero no veía otra salida.

—Pues... podrías casarte conmigo, vida.

Edwin suelta un intento de carcajada, aunque la misma queda cortada cuando ve la seriedad en el rostro de su querida amiga.

—Vida... te adoro, pero ... ¿te has vuelto loca?

—No, no me he vuelto loca —comenta Fenella con mayor confianza, mientras Edwin vuelve a dejarse caer sobre la silla de escritorio —. Lo he estado considerando mucho los últimos días, dándole vueltas a toda la situación para intentar encontrar una forma de ayudarles. Y no se me ocurre otra cosa.

—Pero...

—Sé cual es mi posición —lo interrumpe la joven, con una media sonrisa —. No es que no sepa que soy la hija de una doncella, y que lo que menos debería aspirar es contraer matrimonio con el laird. Pero también soy la persona que mejor te conoce en el mundo, y vos quien mejor me conoce.

Edwin pasó una mano por su cabello, sus ojos buscaban los de Fenella, como si intentara leer algo más allá de sus palabras.

—Es una locura —murmura.

—Más lo sería casarte con Katy.

Y Edwin tiene que concederle eso. Sin embargo.. casarse ¿con Fenella?

—Vida, sabes lo que significas para mí. Eres mi mundo entero, mi lugar seguro, mi mejor amiga... pero... ¿entiendes la repercusiones que esto te traería? Sin hablar de Katherine, nunca podrás conocer a nadie y enamorarte ¿entiendes, eso? Estaríamos entrelazados el resto de nuestras vidas.

—Curiosamente, si tengo que pensar en alguien con quien compartir el resto de mi vida, solo puedo pensar en ti.

— Fenella...

—Soy consciente de la situación. Para ellos seré una intrusa, una impostora. La hija de una sirvienta que osó llamar suyo al laird. Pero, Edwin, ¿cómo podría preocuparme lo que piensen si significa que tú estarás bien? Me basta con que sepas el por qué hago esto, solo eso.

—No puedo pedirte eso —dice Edwin, con voz rota.

—Y no me lo estás pidiendo vida, yo te lo estoy ofreciendo. Una alianza, una unión, vos y yo. Somos un equipo ¿no es cierto?

—Lo somos, vida.

—¿Entonces?

—Esto no es justo para ti.

—No es por mí, ni por vos—añade la ojigris con voz rota —. Es por Katy.

Edwin masculló entre dientes.

—Golpe bajo, usar uno de mis puntos débiles.

—También es el mío.

El escocés suspiró, apoyando la mano sobre su tartán de color azul con amarillo; perdido por un momento en el peso de las responsabilidades que jamás pidió.

—Implica que tendríamos que tener hijos, vida. Compartir intimidad.

Las mejillas sonrojadas de Fenella delataron su nerviosismo.

—Soy consciente de ello también.

Edwin se levanta y abre los brazos en su dirección, llamándola a su cercanía. Fenella lo hace sin cuestionar, envolviéndose en un abrazo reconfortante.

—Una vez se lo dije a mi madre —murmuró Edwin en su oído en voz baja y Fenella sonrió, sintiéndose segura, como si siempre que está junto a él —... que si a alguien le confiaría mi vida, sería a ti.

—¿Es eso un sí?

Fenella se aleja un poco para observar la expresión del ojiverde, quien sonríe mientras asiente.

—Perfecto, entonces.

—¿Fenella? —la llama luego de algunos segundos — Gracias.

— Te quiero, vida.

En un mundo tejido de engaños y secretos, Edwin Clirthorm y Fenella Grant no solo compartieron un amor profundo durante sus diez años de matrimonio, sino que, a diferencia de todos a su alrededor, cumplieron su mayor promesa: ser un equipo.

NA: ¡HOLAA! Ha pasado un tiempo, lo sé. No saben la cantidad de días que llevo intentando escribir este capítulo. Tuve unos días libres y casi no pude escribir pero estoy contenta de que finalmente esté terminado ¿Qué les parece? Mi intención es que conocieran un poco mejor a Fenella, que en algún punto fue algo más que solo un fantasma.

Muchas gracias por leer :)

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