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Capítulo #13: ''Cicatrices, mentiras y algo dulce''

11 de enero de 1615. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.

Cuando Nerys y Rae eran niñas, su madre solía contarles muchas historias. Era muy buena en eso. Cuentos fantásticos sobre dragones, y de princesas siendo rescatadas del más encantado de los castillos; sus palabras flotaban el ambiente como magia, que les llenaba el corazón de una energía reconfortante, porque tenía esa habilidad increíble para convencerlas de que los finales felices eran posibles.

Y en realidad, es lo que Bethia Besset siempre quiso: que sus hijas creyeran que siempre es posible ser feliz, buscar la solución ante la más enredada de las circunstancias. Más allá del peso de una maldición que no conocían y el inevitable sufrimiento que la misma les traería, quería que supieran que siempre hay luz.

Luz detrás de las sombras, porque de otra forma, las mismas no existirían.

Una idea a la que Rae jamás ha dejado de lado, a la que se aferra con tenacidad, como sin su existencia, pudiese ser capaz de dejar de existir. Más ahora, dentro de la situación que enfrentan.

La voz de su madre se repite de forma constante en su cabeza, mientras que con pasos presurosos trata de seguir los de Errol, quien, parece que si llegase a perderla por el camino, no le pesaría en lo más mínimo.

El viento gélido atraviesa su rostro mientras caminan por un largo jardín central que nunca antes ha visitado, ni siquiera en su propia época. Lleno de muchas plantas marchitas, se sorprende pensando que debe ser un espectáculo para la vista durante la primavera. Es entonces cuando llegan a unas escaleras, unas que si recuerda con anterioridad, las mismas que había subido con su abuela y Nerys en un futuro en las ruinas de dicho castillo.

Y a diferencia de los otros pisos del castillo, este largo pasillo está vacío. El silencio es denso, y una carga extraña parece llenar el ambiente.

¿Dónde están los sirvientes haciendo sus labores? Aquellos pisos parecen no haber sido lavados en años.

Arriba, a la derecha, en el fondo, está la habitación en dónde habían encontrado los pergaminos escritos en gaélico, y aquel en español, escrito con su propia letra.

Pero Errol se dirige a la izquierda, hasta el extremo opuesto. Se detienen frente a un puerta alta de madera de aspecto similar a la del lado derecho. Errol, la contempla un par de segundos, antes de dar dos sonoros golpes sobre ella.

— Adelante. — ordena la voz cortante del laird desde el otro lado. Con cuidado, inclusive como si temiera, el hombre de pelos canosos empuja la puerta, adentrándose en la habitación.

Rae se queda afuera, con su mirada en el espacio abierto que ha dejado la puerta. Errol, con impaciencia, toma de su brazo, tirando de ella ligeramente, adentrándola en la habitación.

Otro tacto que le produce escalofríos. Se suelta de su agarre, y por suerte, el que alguna vez fue su captor no impone resistencia. La sala es un poco más oscura que el pasillo, puesto que la única luz del sol que parece penetrarla es de una pequeña ventana ubicada en el fondo. De resto, la iluminación viene dada por una serie velas encendidas sobre estanterías llenas de libros y pergaminos.

Un olor parecido al de la madera recién tallada llena el ambiente lúgubre.

Se trata de un estudio.

Entonces, lo ve. Trabajando sobre un escritor de madera de roble fuerte, Edwin tiene la vista puesta sobre un montón de pergaminos esparcidos sobre el mismo; un par de mechones rubios caen sobre su rostro, impidiéndole ver con claridad. Con una pluma de color amarillo, que Rae le parece preciosa, escribe con minuciosidad, mascullando algunas cosas entre dientes.

En eso, Errol carraspea; el laird no se inmuta.

— Mi señor... — lo llama el hombre de mediana edad.

— ¿Qué quieres, Errol? — comenta Edwin con voz ronca, sin levantar la mirada de los papeles frente a él.

Pero Errol no llega a contestar. No porque no quisiese hacerlo, claro está. Con el ceño fruncido, observa como la joven junto a él da un paso en dirección hacia el laird, sin ningún tipo de recato.

— Ha mandado a buscar por mi, mi laird. — dice Rae, en un tono dulce y una valentía que antes no había reconocido en ella.

La pluma se congela sobre el pergamino; por un par de segundos Edwin no hace ningún movimiento. La expresión en su rostro no es clara, casi, como si estuviese intentando descifrarla. Finalmente, levanta la vista. Sus ojos verdes se cruzan con los de la ojiazul, y el corazón de la última, parece querer salir disparado a través de su garganta. Sin embargo, esta vez no dura tanto, con brusquedad, aparta la mirada de su dirección, centrándose en el hombre de sonrisa amarillenta a su lado.

— Déjanos solos —ordena Edwin a Errol, con voz ronca.

Errol enarca una ceja.

— Pero, señor...

—Errol —responde Edwin, tras chasquear la lengua; se levanta de la silla —, te estás acostumbrando demasiado a cuestionar mis órdenes. ¿Te convertirás en un problema para mí?

—No, mi señor. —responde el aludido rápidamente.

—Entonces, vete. No me hagas repetirlo. — el gaélico sale casi escupido de los labios del laird. Errol asiente, y tras dedicarle una rápida mirada a la ojiazul, sale de la habitación.

El silencio siguiente es casi sofocante.

Un temblor involuntario recorre el cuerpo de la joven, mientras que el hombre, aquel que por alguna extrañeza es capaz de dejarla sin aliento camina hacia dando pasos cortos.

—¿Está bien? —cuestiona Rae, cuando su mirada se fija en la mano derecha del hombre, de cuyos nudillos golpeados, brota un poco de sangre.

—Me parece que eso no es de su incumbencia. —responde Edwin, tajante. Esconde la mano lastimada en su espalda.

—Soy curandera — comenta Rae en un tono firme, por alguna extraña razón, sin dejarse intimidar. Se acerca un par de pasos en su dirección. — Y según decía mi madre, una muy buena.

—Algo de eso mencionó vuestra hermana. — murmura el ojiverde sin dejar de mirarla. La joven se acerca con un descaro que no es solo atípico para ella, sino que extraño para las cordiales reglamentarias permitidas. Su vista se fija en la cicatriz que se deja entrever en su frente, aquella herida punzante que la había tenido durmiendo por más de una semana. — ¿Se siente mejor?

Rae parpadea con rapidez un par de veces, enarca una ceja. El hombre de mirada indescifrable levanta su mano herida, acercándola al punto en dónde antes estuvo el golpe en su cabeza, dejando una caricia. La joven suspira, dejando que los dedos de Edwin se entrelacen en su cabellera, queriendo estar muchísimo más cerca. Rae debería sentir miedo, pero no lo tiene.

Y eso si que la asusta.

— Casi como nueva —responde, con voz cortada; no entiende el por qué no puede alejarse. Y viendo la expresión en el rostro del laird, sabe que piensa lo mismo.

Finalmente, es él quien rompe el contacto. Alejándose un par de pasos y su mano perdiendo aquella sensación de calidez que había experimentado ante su toque; se aclara la garganta.

Se voltea, dándole la espalda. 

— Podríamos hacer uso de sus conocimientos como curandera. — comenta — ... su hermana y ustedes, ayudarán a quienes los necesiten, no a mí.

— ¿Qué quiere decir? —pregunta Rae mientras que su mirada recorre sin trémulos el cuerpo del hombre frente a ella. Alto, robusto y de apariencia dura no debería ser capaz de generar todas aquellas sensaciones dentro de ella.

No, no debería. Al contrario, debería sentir repulsión hacia aquel tacto tan extraño proferido por un extraño, en el que un momento la trata con ternura y en el otro con tosquedad. Casi, como si no pudiera definir qué hacer con ella.

Ha sufrido, Rae lo sabe. El peso de sus pasos es el mismo que en su momento ha logrado identificar en ella en alguna oportunidad, especialmente después de perder a sus padres.

— Trabajarán acá en el castillo, como curanderas.—explica Edwin— Me encargaré de ambientarles una ala para que puedan hacerlo, y de conseguirles los materiales que requieran.

El corazón de Rae amenaza con salirse de su pecho. Si bien estudió enfermería y podría tratar con facilidad una mano herida, no es lo mismo que tener que tratar condiciones o situaciones que estén por fuera de su rango ¡Más en 1615! ¡Que ella se recibió en el 2022, por el amor de Dios!

— Pe...ro...— Rae comienza a balbucear.

— Permítame expresarme de otra forma —  él, con la vista todavía fija en la ventana — Eso, si desean seguir gozando de mi hospitalidad, por el contrario, me encargaré de proveerles un caballo que las lleve a la ciudad más cercana.

''Tal vez'' piensa Rae mientras otro silencio parece atormentar la habitación ''A esto se refería la fantasma de ojos grises cuando me decía que lo salvara. Quizá la maldición no sea lo único que deba romperse. Tal vez, también deba devolverle a Edwin el amor por vivir''.

— Está bien. —concede Rae después de unos segundos, en un tono que calentó el alma del escocés de antaño. Entonces voltea a verla, la joven de ojos azules le sonríe. — Le serviremos, mi laird, después de todo, este es el clan de nuestro nacimiento.

''Podría ser este mi regalo para él, salvarle la vida, como él salvó la de mi hermana y la mía al permitirnos quedarnos''

Edwin está sin palabras, y él nunca se queda sin palabras.

Y Rae que nunca parece tenerlas, que siempre está en los costados, esperando que Nerys venga a defenderla; ahora parece no poder callarse.

—Eso si, con una condición. —pide, riendo por lo bajo ante el ceño fruncido del jefe del clan.

— No sabía que estaba usted en posición de colocar condición alguna. —inquiere él, pero su voz sale todo menos enojada. — Pero se lo concederé, a ver, mi dulce... ¿Cuál sería vuestra condición?

Y Rae siente que un apelativo, así hecho en broma, no se había escuchado jamás tan bien en los labios de alguien.

— Que no me trate de usted, llámeme Rae, mi laird.

Edwin sonríe socarrón, un brillo travieso recorre su mirada.

—Quizá 'dulce' le convenga mejor, ¿no cree?

Una sensación que no es otra cosa que cálida traspasa a Rae, como un día de verano en la ciudad en la que creció. Pero a diferencia de aquello, de esta no parece quejarse.

—Me parece que podemos llegar a un acuerdo.

27 de enero de 1615. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.

Finalmente, las cosas se van acomodando.

Solamente no en el sentido que Nerys quisiera. Mientras más avanzan los días, y la dinámica dentro del Clirthorm de 1615 empieza a formar parte como propia, no puede evitar pensar que siguen lejos de aquel que se supone debería ser su objetivo principal.

Y en cierta forma la desespera. No es que se queje tampoco, las han tratado bien.

Un poco demasiado, de hecho.

Las cosas habían pintado raro desde que Rae le había comentado cuál sería el trabajo de ambas en el castillo en orden para seguir viviendo dentro. Lo que más extraño fue todavía que le haya dicho que fue Ailis quien la detuvo en el pasillo aquel día y por ende se habían separado, para comentarle la propuesta que venía por parte del laird.

La cuestión, es que Nerys conoce a su hermana.

Y entre todas sus maravillosas cualidades, Rae es una muy mala mentirosa.

Si bien la parte del trabajo es cierta, sabe que no fue Ailis la encargada de trasmitir tal información.

Y más allá del hecho de que su hermana haya roto su acuerdo, es lo que implica lo que más le preocupa.

No porque lo haya visto juntos. No, al contrario.

Más allá de un asentimiento de cabeza o un par de palabras cuando habían ido hasta el establo a tratar una herida en uno de sus sobrinos, Rae y el laird no se habían visto.

Es el hecho de que Rae le haya mentido. Si sintió la necesidad de hacerlo, es que hay algo dentro de este lazo fuerte que las une que puede comenzar a desquebrajarse.

Bien sea por el tiempo de mierda o la estúpida maldición, pero Nerys sabe que no pueden darse ese lujo.

Ahora la ve. A un par de metros se encuentra colocando un par de frascos de vidrios llenos de hierbas medicinales dentro de una cesta. La luz de sol de mediodía golpea con dulzura sobre su rostro, aquel inocente que no conoce lo que es un corazón roto. No uno romántico al menos.

Y tristemente, es a lo que están destinadas.

Están dentro de la larga habitación que el laird había designado como la enfermería. Una serie de camas improvisadas con base paja se extiende a lo largo del piso de piedra; en un costado, un par de mesones de madera están cubiertos con algunos retazos de telas y baldes llenos de agua. Gran parte del proceso en las últimas semanas, es intentar aplicar la medicina avanzada del siglo XXI con los materiales disponibles en el siglo XVII. Que, en una especie de ''spoiler'', son bastante limitados.

Especialmente hablando de las Tierras Altas, donde mucho de los métodos aplicados para sanar vienen de una serie de hierbas.

Nerys continua observando a su hermana, con el entrecejo fruncido, abre uno de los frascos de vidrio para olfatearlo.

— ¿En qué pensás? — le pregunta en español, acercándose a su alrededor. Rae, guardando el frasco voltea a verlo con los ojos ligeramente iluminados, como quien ha tenido una gran idea.

— ¿Recordás... —murmura, como si tuviese miedo de alguien más pudiese escucharlas, a pesar de estar solas en el salón. — ... el curso de asistente farmacológico que nos hice hacer hace un par de años?

— ¿Recordarlo? — responde Nerys en un tono que pretende ser irónico. — Claro que lo recuerdo, los cuatro meses donde solo llegaba a dormir cuatro horas mientras estudiábamos para esos parciales. — carraspea — ¡Y ah! ¡A la par hacíamos las pasantías en el hospital!

— ¡Vamos! — se queja Rae. — Te dije que en algún momento sería útil; ahora, por ejemplo. Huele esto. — añade, mientras volviendo a sacar el frasco de la cesta y abrirlo, lo pone bajo su nariz. — ¿Qué es, Ner?

— ¿Artemisa?

Rae asiente.

— Artemisa. Exacto. En la dosis correcta, puede ayudar con dolores menstruales o a aliviar la fiebre. ¿Sabés cuántas mujeres en este castillo probablemente estén sufriendo en silencio? — Rae alza una ceja. — Si conseguimos mezclarla con un poco de menta...

—Va, entiendo. Había que hacer todos los cursos posibles por si descubríamos alguna maldición familiar que estamos destinadas a romper y terminábamos atrapadas en el siglo XVII.

— Che, capto el sarcasmo.

— Pues bien, che. Hermana, jamás dudé de tu inteligencia. —su tono brusco caló en la poca paciencia de Rae, cuya confusión ahora se mezcla con rabia ante la actitud de su hermana.

— Ner... ¿Qué pasa? —cuestiona, en el tono más calmo que es capaz de encontrar.

Nerys suspira, pasa ambas manos por su cabellera trenzada. Forma, en que las últimas semanas ha sido más fácil de llevar que tener que desenredarlo. Luego, camina un par de pasos, alejándose de ella.

Nada ganan discutiendo, lo sabe. ¿Entonces por qué no simplemente decirle lo que está pasando? ¿Por qué no decirle que sabe?

— ¿Por qué dijiste que fue Ailis la que te habló del acuerdo de laird? —pregunta, ahora en un tono más calmo.

El rostro de Rae palicede, sus dedos, que todavía rodean el frasco abierto demuestran un leve temblor.

Si, la han atrapado.

— Porque fue Ailis que..— comienza a balbucear, sin poder formar una oración coherente.

— Rae, te conozco —Nerys la interrumpe —, vos me conocés ¿me vas a seguir mintiendo a la cara?

Y Rae lo sabe, Nerys puede verlo en sus ojos: el remordimiento. Conociéndola, sabe que esto es algo que la ha estado carcomiendo las últimas semanas.

Es entonces cuando su hermana suelta una larga bocanada de aire, y con los dedos todavía temblorosos vuelve a colocar el frasco dentro de la cesta. Por un par de minutos solo se puede percibir el olor a hierbas en el ambiente y el sonido ensacador de las cocinas, que se encuentran en una ala cercana. Finalmente, mirándola a los ojos, dice: — Está bien, fue Edwin. Pero no es lo que pensás, Ner.

— ¿Por qué mentirme, Ra? — vuelve a cuestionar Nerys, ahora un poco más tranquila. Camina unos pasos a su derecha, sentándose en el borde de una de las camas. — No mentimos, no entre nosotras.

Rae se acerca hacia ella y se deja caer con pesadez a su lado. Con cuidado, pasa un brazo alrededor de sus hombros, dejando leves caricias sobre ellos. Nerys no la mira, sus dedos juegan sobre la falda de su vestido verde.

— Lo lamento. — se disculpa la aludida, con una sinceridad que podría arrebatar cualquier mal en el mundo. — Me he sentido como mierda todos estos días por haberte mentido, pasa... que... — suspira — no querías que sintieras que te traicioné, el romper nuestro acuerdo, me refiero. No tuve mucha opción, cuando caminábamos con Freya ese día, este hombre, Errol, me detuvo y me dijo que el laird solicitaba mi presencia. Nos vimos, y él me propuso esto. Pero fue eso, nada más. Solo quería protegerte y evitar una discusión, pero sé que hice mal.

''Así como yo hice al ocultarle lo que pasó aquella noche cuando dormía. Cuando en ese estado suspendido por la fiebre, lo había encontrado a Edwin con ella en brazos, consolándola.''

Y sin embargo, ahí está, reclamándole por algo similar.

Al igual que Rae, ella había querido protegerla; quiere protegerla ¿Pero el mejor camino es el ocultar información? Ahora entiende que tal vez también cometió un error.

Uno al que también tiene que ser frente y sincerarse.

— No, yo lo lamento. — dice Nerys después de un par de segundos. Levanta su vista hacia su hermana, que la observa con ojos cristalinos. — ... no quiero que nuestra relación se vea afectada por no poder contarnos las cosas, Ra. Menos en la situación de mierda en la que estamos.

—No volverá a pasar, lo prometo. — dice Rae, con voz calma. Atrayendo a su hermana hacia ella y abrazándola.

— Rae, hay algo que tengo que contarte. — murmura Nerys, abrazándola de igual forma. Pero antes de poder decir nada más, un carraspeo las saca a ambas del momento íntimo compartido.

Ya no están solas.

Al dirigir la mirada hacia la puerta, sus ojos se encuentran con la de la otra ojiazul; Freya las observa con expresión taciturna. Pero la misma desaparece tan rápido como ha venido, haciéndoles dudar si realmente estuvo ahí en un primer lugar. Ahora, muestra una sonrisa radiante, aunque de apariencia forzada.

''Freya'' piensa Nerys ''Otro asunto pendiente, ojalá pudiéramos convencerla de decirnos más''.

Aquella conversación en el pueblo semanas atrás frente al camino que dirigía a la casa Besset quedó inconclusa ante la negativa de la joven de seguir esparciendo información prohibida, así como también todos los intentos de remontarla en diferentes momentos.

La incertidumbre la llena de una sensación desagradable, de esa que no le permite dormir muy bien por las noches. Aquella sensaciones desagradables que solo podía calmar los brazos del hombre que amaba, y cuya ausencia, parece pesar como un manto frío desde que viajaron en el tiempo.

— Lamento interrumpir — dice Freya, con voz suave. — Pero solicitan su presencia el salón de reuniones.

— ¿Qué ocurre? — preguntó Rae, poniéndose de pie rápidamente.

— Es mejor que lo vean con sus propios ojos — respondió Freya, antes de dar media vuelta y salir por el pasillo.

Entonces se escuchó, un grito de dolor acompañando de varias voces de mujeres alarmadas.

El grito es infantil. Hay un niño que llora con desesperación.

Saliendo abruptamente del salón, las gemelas corrieron con rapidez por los largos pasillos, dejando que el eco de sus pasos las acompañara.

En la esquina, en la entrada de la habitación que acaban de abandonar, la aparición de ojos grises sonríe; porque todo está yendo exactamente como debería.





NA: ¡Holaaa! ¡Finalmente, después de más de una semana escribiendo pude terminarlo! Tuve una semana terrible y ahora parece estar agarrando un buen curso de vuelta. Espero que les guste mucho el capítulo :) ¿Qué piensan? ¿Cuáles son sus impresiones de Edwin y Rae?

¿Alguna teoría?

¡Muchas gracias por leer! :)

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