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Capítulo 3

Caminaba despacio, con la cabeza gacha y la libreta en las manos. La pluma le temblaba por el miedo a lo que dirían cuando llegara. Se había quedado un buen rato, si no es que horas, caminando por la ciudad buscando una manera de salvarse de lo que venía.

Soy idiota. Si no hubiera metido las matemáticas esto sería más sencillo y esperable.

Guardó la libreta en el bolsillo y tomó en su mano la dichosa hoja de examen. No había podido responder ni uno solo de los tres "simples" ejercicios.

Se detuvo en la puerta, dudando si entrar o si salir corriendo a que la comiera un titán. Durante un buen rato solo se quedó pensando en los posibles resultados de enseñarle a sus padres ese examen. Se encomendó a la suerte y abrió la puerta.

Su madre estaba en la cocina terminando de preparar lo que ella suponía era el potaje que nunca le había gustado, y su padre hacía algunas cuentas sentado en la mesa mientras esperaba. Con la vista fija en el suelo, se sentó en su lugar, junto a él. Si no llevaba la hoja firmada, los citarían en la escuela, si no les informaba la citación, el maestro vendría a casa. Tarde temprano lo sabrían, y lo mejor es que fuera de su boca.

—Papá... —El hombre no despegó la vista de sus propios papeles, pero levantó las cejas para indicarle que tenía su atención. Ella deslizó la hoja sobre los documentos— Lo siento.

Se dio un buen rato de silencio mientras su padre analizaba lo que ella acababa de darle, como si estuviera en un idioma extraño.

—¿No me habías dicho que habías estado estudiando?

Bajó la cabeza con vergüenza, sin decir nada, esperando cualquier cosa con las lágrimas acumulándose.

—¡Respóndeme cuando te hablo! ¿Por qué no pudiste responder nada?

—Pensé que lo había entendido...

—No es excusa ¿Qué estuviste haciendo toda maldita tarde? No estudiaste un comino ¿verdad?

—Estaba... pensando en otras cosas.

—Seguramente en el jodido mundo exterior. No haces nada más que pensar en estupideces.

—¡Esas estupideces serían más útiles que esa basura que jamás voy a usar!

El tono de voz de ambos estaba subiendo los suficiente para que todos sus vecinos se enteraran de cada detalle de la pelea que estaban teniendo, pero a ninguno le importaba. Ambos se habían levantado de sus asientos para enfrentarse.

—¿Para qué mierda te va a servir saber qué hay afuera? ¡Jamás saldrás de aquí! ¡La humanidad no dejará estas murallas!

—¿Tú qué sabes si voy a salir o no? ¡A lo mejor prefieres que me coma un titán antes que preocuparte por mí!

—¡¿Así quieres desperdiciar tu vida?!

—¡¿Por qué lo preguntas ahora?! ¡Jamás te interesó! —Llevada por la rabia, se aferró a la silla que siempre había ocupado en la mesa.

—¡Seguramente pensabas en algo igual de inútil que tratar de salir!

—¡Yo solo quería salir de esta ciudad de mierda!

—¡Cuida tu vocabulari...!

—¡¿Usas esas mismas palabras y yo no puedo hacerlo?! ¡Además, tengo mejor léxico que tú!

—¡No seas altanera!

—¡No te importa lo que me pase a menos que te afecte a ...!

—¡Hemos hecho lo que creemos mejor para ti! ¡Si no colaboras no podemos hacer nada!

—¡Pues mejor! ¡Déjenme vivir en paz!

Tiró la silla y subió corriendo a su cuarto. Se recargó contra la madera de la puerta y dejó fluir las lágrimas que reflejaban la tormenta que agitaba su interior mientras se dejaba caer. El concepto que tenían de lo mejor para ella tal vez podría hacerla infeliz. No quería solo "vivir" un día más sabiendo que pudo haberle sacado más provecho a su vida. Tal vez no sería feliz escribiendo en algún rincón lejos de las murallas como había pensado. Tal vez... solo sería feliz si conocía el exterior.

Esa idea llegó como una corriente de aire que alejaba la tempestad. El ruido que había inundado la pequeña casa había cesado por completo. Desde abajo solo le llegaban murmullos inentendibles de sus padres. A esas alturas, ya no le importaba lo que pensaran. La vida de ambas partes sería más sencilla en ausencia de la otra.

Pero ¿A dónde iría? ¿Cómo ganaría un sustento? No había nada de sencillo en esa decisión, pero quedarse ahí la oprimía. Quería volar sobre los muros y conocer lo que sea que existiera fuera de esa jaula, no necesariamente de las murallas, sino de esa maldita ciudad en la que, a donde mirara, había una pared de 50 metros reteniéndola. Quería salir, pero sus padres le cortaban las alas para soñar algo que no es tan imposible, pero si difícil.

Alas...

Como una señal divina, unas campanas repicaron a lo lejos mientras el sol comenzaba a ponerse. Esas mismas campanas que escuchaba cada tanto cuando los soldados más valientes de la humanidad atravesaban la ciudad para ir al sur y salir de esa prisión.

¿Era eso lo que debía hacer para sentirse completa? Era a única respuesta en ese momento. Si no moría en la primera expedición, sin duda habría valido la pena. Quizá solo era un capricho momentáneo y se terminaría arrepintiendo después, pero no podría saberlo hasta intentarlo. Al menos saldría de ahí.

La habitación comenzaba a oscurecerse. Con al menos una idea de lo que haría después, tomó la silla que tenía en su escritorio y trabó la puerta. No quería enfrentar a alguien que no terminaría de escucharla. Se sentó en la cama tras encender la acabada vela, y comenzó a escribir.

Tal vez no sea la mejor opción que puedo tomar, pero es la única que tengo. En el ejército tendré comida, un techo, una cama y podré salir de aquí. Antes tendría que pasar por el entrenamiento, pero aun si fallo, tendré la opción de ir a un campo de desarrollo y ayudar en los cultivos, en un terreno donde no esté rodeada de muros.

Todo parecían ventajas. En su corazón, la decisión estaba tomada, pero su mente decía que algo podía salir mal. El entrenamiento era duro y tal vez no fuera lo suficientemente fuerte, podría herirse o morir usando el equipo, un titán podría matarla en su primera salida sin haber logrado ver nada.

La vela terminó por gastarse, los ruidos de la noche llenaron la ciudad. Los pasos y susurros de sus padres se extinguieron abajo. Pasó toda la noche debatiéndose entre los pros y contras de ir al ejército, y en un parpadeo el sol ya estaba tiñendo el cielo de azul.

No pensaba quedarse ahí. Se cambió de ropa, guardó sus elementos usuales en la mochila, devolvió la silla a su lugar y de un cajón tomó una moneda que había ganado ayudando a una vecina con los quehaceres cuando enfermó. De repente, esa alternativa se sumó a las que ya tenía si fracasaba. Se quedaría encerrada, sí, pero no dependería de nadie.

Bajó en silencio. Por fortuna, no había ni un alma. Con rapidez salió de la casa, y caminó varias calles hasta el mercado en la plaza principal. Algunos vendedores apenas empezaban a poner sus carpas, y la cantidad de gente era baja debido a la hora.

—Buen día —dijo mientras se acercaba a un vendedor—¿Qué puedo comprar con una moneda?

—Una manzana pequeña.

Con su desayuno en mano, se debatió si ir o no a la escuela. Había rechazado cualquier favor de parte de sus padres la noche anterior. Sería un sinsentido ir si ellos la estaban pagando, por lo cual se quedó sentada en el obelisco que se alzaba en el centro de la plaza. Comió la manzana con rapidez para que no se oxidara, aprovechando todo lo posible la carne de la fruta. Podría sobrevivir al día sin comer nada más. Su familia había pasado por momentos difíciles, así que no era un reto aguantar uno o dos días sin comer.

En una esquina del mercado, unos militares empezaron a levantar un puesto. Cualquiera que supiera leer entendería su propósito, pero no toda la población tenía esa habilidad, así que los hombres vociferaban el anuncio.

—¡Reclutamiento abierto para las tropas! ¡Hombres y mujeres mayores de doce años! ¡Entreguen su corazón por la humanidad y por el rey!

Era como otra señal divina de que su elección no estaba tan errada. Recogió sus piernas lo suficiente para que le sirvieran de apoyo para escribir.

Creo que ya no cabe duda. Voy a hacerlo. Esta noche regresaré a la casa por pocas cosas y en la mañana me iré. Juro que veré el mundo exterior, sea como sea.

Pasó la mañana entera observando el puesto y a varios muchachos que terminaron por inscribirse. En ese tiempo, analizaba un poco sus caras, sus expresiones e incluso si llevaban a alguien para acompañarlos, todo con tal de suponer qué se les cruzaba por la cabeza al enlistarse.

Esos cuatro chicos fueron con su familia. Seguramente apoyan esa decisión... seguro aspiran a la Policía Militar, si no, seguro sería más complicado.

Ese va solo, pero no se ve contento con lo que pasa ¿Será huérfano?

De repente una mano se posó en su hombro, y su cabeza se giró de manera automática para comprobar si era un ladrón, un conocido o sus padres.

—¿Espiar desconocidos es tu nuevo pasatiempo, Langnar? —Su maestro se sentó a su lado. No se había dado cuenta del paso del tiempo. Varios de sus compañeros de clase caminaban por la plaza en dirección a sus hogares.

—Esto... de cierta manera.

—Todavía estás a tiempo de entregar el examen firmado. Si lo entregas mañana temprano, no te pondré problemas.

—Yo... no creo que regrese a la escuela. —respondió cerrando la libreta.

—No será solo por un examen reprobado ¿verdad?

—Eh... no.

—¿Es por eso? —señaló hacia el puesto de militar.

—Si. Ya no volveré a casa, no volveré a la escuela porque... —Visualizó su objetivo a través de los uniformes de esos hombres. No pudo evitar sonreír al ver su meta más real que nunca— Quiero ver el mundo.

—¿Ellos lo saben? —Sabía que se refería a sus padres, así que negó con la cabeza—¿Piensas decirles? —Volvió a negar—Así que ellos no lo aprueban.

—No .

—¿Y lo vas a hacer de todas formas?

—Si no lo hago me voy a arrepentir de ni siquiera haberlo intentado. Si fracaso, al menos tengo claro que traté.

—Entonces hazlo, mantenlo en secreto y cuando uses las alas, muéstrales lo que has logrado. Se sentirán orgullosos.

—No lo creo, ellos...

—Vas a ver que sí. Solo esfuérzate y hazlo lo mejor que puedas.

Asintió con una sonrisa, agradeciendo que al menos alguien comprendía sus intenciones. El sol se encontraba en su punto más alto, calentando la piedra del obelisco y quemando sus piernas. Su profesor soltó un suspiro y se levantó.

—Supongo que ya no serás mi alumna.

—Supongo que no.

—Entonces, haz lo que tengas que hacer y ve a la sombra antes de que te dé una insolación.

—Gracias, profesor.

—Buena suerte, Ilse.

Le tomó un buen momento, pero al fin lo hizo. Era un poco irónico. Haber criticado tanto tiempo a los niños que se unían al ejército y terminar haciéndolo de todas maneras. Ella misma suspiró, secó el sudor de su frente, guardó la libreta y caminó decidida hacia el puesto militar.

Una mezcla de alivio y miedo la invadió al llenar los papeles. Por fortuna, no era necesario permiso paterno, ya que muchos huérfanos tomaban el camino militar para no morir de hambre. Se sentía satisfecha mientras caminaba a su casa con el sol bajando en el horizonte, lejos de su vista, con ganas de gritar que estaba un paso más cerca de lograrlo.

En ese momento, se percató de un hecho en el que no había pensado: La base de entrenamiento estaba lejos del muro. Por fin podría ver un atardecer completo. Un pequeño logro.

Entró a la casa en silencio. Su madre estaba en la cocina, fregando el par de platos que usaron en el almuerzo. Al ver la ausencia de su plato, tanto en la mesa como en el fregadero, se terminó de convencer que había elegido bien.

Volvió a encerrarse en su cuarto. La mochila de la escuela le serviría bien si sabía administrar el espacio y priorizar lo que necesitaba. En una tela envolvió los pocos ahorros que tenía y que le servirían en el algún momento. Dejó sobre la cama las monedas, un par de libretas en blanco y la pluma de repuesto que había comprado hace tiempo. En aquel escritorio quedaron las libretas repletas de ideas, historias que se le habían ocurrido con los años, pensamientos y opiniones. Ellos podrían hacer con ellas lo que quisieran. Dobló lo mejor que pudo tres faldas, tres camisas y su ropa interior, embutiendo todo en la pequeña mochila. Esperaba poder conseguir algo más en los suministros, pero por ahora debería sobrevivir a los tres años de entrenamiento con eso.

De la libreta que estaba en uso, arrancó una hoja, y apoyada en la mesa, redacto una sencilla carta.

Tal vez pudimos habernos llevado mejor, pero no nos escuchábamos mutuamente.

No espero que me perdonen por esto, pero yo solo quiero ser feliz a mi manera. Lamento haberlos decepcionado como hija.

Ilse.

No tenía intenciones de pasar la noche en la calle, rodeada de peligros y suciedad. Dejó todo preparado, y durmió por última vez en esa cama. Antes de que el sol saliera, bajó las escaleras que jamás pisaría de nuevo, y dejó para siempre la que había sido su casa.

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