Capítulo 2
—¿De dónde sacas esas ideas tan tontas? —le decía su padre.
Después de hacer la pregunta, el tendero se había quedado pensando en aquella palabra un buen rato: el mar. Cuando las personas alrededor se lo quedaron viendo a espera de la respuesta que le daría, siendo que no tenía idea de lo que ella estaba hablando y no quería quedar como un tonto, la agarró de la oreja diciéndole que no inventara babosadas. Le preguntó dónde vivía y la llevó hasta su casa agarrada del brazo mientras ella forcejeaba.
El tipo le había dicho a su padre que estaba contando mentiras e inventando estupideces, que llevaba así varios días y que seguramente era una mentirosa patológica, que debía reprenderla más y no dejarla sola.
—¡No es una tontería! Simplemente no se sabe si es verdad.
—Aun así, no deberías estar diciendo esas estupideces, Ilse ¿Quién te habló de eso?
—Una recluta estaba hablando del mar con sus compañer...
—¿Qué hacías escuchando conversaciones ajenas?
—Hablaba demasiado fuerte...
—No hables más de esos temas. Nadie sabe si es real, y te puedes meter en problemas. Ve a tu cuarto.
—Ustedes querían que aprendiera cosas nuevas ¿por qué no puedo hablar de ellas?
—Debes aprender cosas útiles para la vida, no esas tonterías del "mer" o lo que sea ¡Aprende cosas que te sirvan!
—Es el mar.
—¡A tu cuarto, mocosa!
De mala gana subió la escalera. Seguramente se quedaría ahí toda la tarde si no quería que la pusieran a barrer el piso de la panadería. Empezó a imaginar qué demonios sería el mar. Obviamente era algo distinto a todo lo que había visto. Algo en la entonación de la palaba le sonaba a agua, pero ¿En qué sería diferente a un rio? La chica dijo algo sobre un "desierto" ¿Que tan grande sería aquello? Un continente de hielo. Solo veía el hielo cuando llegaba el invierno, y en pequeñas cantidades ¿existía en serio un continente hecho de hielo? Eran demasiadas preguntas que nadie le respondería... o talvez sí.
Sin darse cuenta pasó toda la tarde pensando en la inmensidad del mundo que no conocían, y sobre todo en aquella cosa llamada mar. Se cambió a la ropa de dormir, y sin siquiera despedirse de sus padres, se metió a la cama hasta el amanecer del día siguiente.
Cuando el sol apenas iluminaba la ciudad, su madre la llamó desde abajo. Rápidamente se puso ropa para el diario y salió disparada hacia la escuela. Esa mañana no tenía ganas de escribir en su libreta, solo quería llegar lo más pronto posible y preguntarle a la única persona que conocía que podía aclararle sus dudas.
Estando cerca de la escuela, bajó el ritmo. Seguía siendo bastante temprano, por lo que sacó de su mochila el usual desayuno que le dejaba siempre su madre: una hogaza de pan y un trozo de queso. Masticaba mientras en su mente formulaba la manera correcta de preguntarle al maestro por aquellas cosas extrañas que había oído el día anterior y en qué momento hacerlo. Al llegar la fila ya estaba formada por varias personas, así que no diría nada por el momento.
Abrazó su mochila a su pecho para evitar incidentes como el del día anterior. Las clases resultaron ser más aburridas que las anteriores: Matemáticas y una explicación de las ramas militares debido a la curiosidad de algunos alumnos por el alboroto que ocasionaron algunos cadetes al llegar.
—La Policía Militar se encarga de proteger al rey, evitar disturbios entre las personas y resolver crímenes cuando se cometen. Solo los diez mejores de cada promoción pueden solicitar acceso —dijo señalando uno de los emblemas que mostraba el afiche.
Ese no le gustaba. Era ridículo: Un unicornio verde.
—Las Tropas de Guarnición —continuó—: Defienden la muralla y se encargan de repararla.
Señaló el escudo de las rosas rojas. Para ella era un símbolo muy débil para representar a la fuerza que defendía a las personas
—Y, por último, la Legión de reconocimiento. Como hablamos ayer, se encargan de investigar al enemigo y expandir el territorio. ¿Alguien sabe el nombre de este emblema?
El muchacho a su lado levantó la mano de inmediato. Era el emblema favorito de muchos. Siempre les gustaba verlo cuando las tropas de la legión cruzaban la ciudad rumbo a Shiganshina y al exterior de los muros. Era hermoso, y representaba en su totalidad el objetivo de esa rama militar y el deseo de toda la humanidad: la libertad. El profesor le cedió la palabra al chico.
—Las alas de la libertad.
—Muy bien, Peaure. La legión es la rama que tiene menos miembros y menos solicitudes de acceso por parte de los reclutas ¿Alguien sabe por qué?
—Entrar ahí es un suicidio —soltó Flegel sin pedir permiso—. La mayoría muere en la primera expedición. No todos quieren morir tan rápido.
—Sin embrago, los cadetes que sobreviven tiene una alta probabilidad de regresar de sus siguientes expediciones —explicó el maestro—. Los soldados rasos de la Legión demuestran tener mayor habilidad que los demás soldados de las otras ramas, ya que su experiencia en combate los hace más fuertes.
La clase entera soltó una exclamación de asombro, menos Flegel, que susurraba algo parecido a lo que los adultos decían sobre los impuestos y engordar a los titanes. A lo lejos sonaron las campanas que indicaban el medio día, y la jornada finalizó.
Un nudo se le hizo en el estómago. Todavía no estaba segura de cómo debía preguntarle aquello sin meterse en problemas. Su libreta había permanecido abierta toda la mañana, sin ser tocada por la pluma. Se había pasado las clases tan metida en su cabeza que no había podido sacar nada de ahí. Pensativa, solo pudo escribir unas pocas palabras.
Tal vez sea mejor mañana...
—Langnar ¿pasa algo?
Sin darse cuenta, todos los demás chicos habían salido del aula y se había quedado sola con el profesor. Sin apartar la vista del hombre, anotó lo que pasaba por su cabeza en ese momento:
Mierda...
—Estás particularmente distraída hoy ¿Qué pasa?
—Esto... yo... —Las palabras de su padre volvieron a la cabeza: "No hables de esos temas... puedes meterte en problemas...". Los adultos eran extraños. Se conformaban solo con vivir un día más en lugar de avanzar un poco y hacerse preguntas, pero algo en la mirada de su maestro le decía que no era como los demás adultos— Tengo una duda que me hace sentir inquieta. Nadie ha querido responderla.
—¿Es una pregunta difícil? —Ella solo se encogió de hombros— Entonces tienes curiosidad sobre algo.
—S-supongo que sí.
—Ser curioso no está mal, Langnar —sentenció mientras se sentaba en el pupitre junto al suyo—. Son las personas curiosas las que terminan logrando algo en la vida, como inventar un equipo que mata titanes o una manera diferente de preparar la comida. Los demás son rebaño ¿Qué te inquieta?
—Ayer saliendo de la clase escuche a una cadete hablar con sus compañeros. Ella hablaba muy fuerte —agregó rápido, para que no la cuestionara igual que su padre—, como si quisiera que todo el mundo escuchara sus ideas. —Pasó las páginas de su cuaderno en retrospectiva, llegando al momento en el que la escuchó hablar— Mencionó el mundo exterior, algo llamado mar, un desierto y un continente de hielo. No sé qué sea todo eso, si es real o cómo es que lo sabe, y eso me tiene intranquila. Nadie sabe nada sobre esas cosas, o no quieren hablarlo...
—Entiendo. —Se frotó la barbilla mientras pesaba— El mundo exterior es un tema espinoso y delicado. No todos quieren saber qué hay más allá. Existen muy pocos libros que hablan del exterior. Son anteriores a la construcción de los muros, por lo cual, se supone, que es información fiable, de personas que vieron todo eso. —El hombre sonrió como recordando algo de hace mucho — Hace años pude leer uno y...
—¡¿En serio?! —La sorpresa hizo que saltara del asiento— ¿Dice algo del mar?
—Claro que lo dice. Según el libro, el mar es una masa de agua salada que cubre el setenta por ciento de la superficie de la tierra.
—¡¿Agua salada?! ¡¿Y es tan grande?! ¿Qué más dice el libro?
Pasaron un par de horas en las que él le explicó las miles de especies desconocidas para el resto que habitan el mar, la masa de tierra blanda que formaba un desierto y se llamaba "arena", y los diferentes ecosistemas que no existían en las murallas, entre ellos el continente de hielo. Fue cuando se percataron del tiempo que el hombre decidió dejar la plática hasta ese punto.
—Deberías irte a casa. No debes preocupar a tus padres.
—Muchas gracias, profesor. —Empezó a guardar sus cosas con rapidez. Ya había tardado bastante. Solo dejó fuera la libreta y la pluma, de camino a casa estaría detallando aquella conversación antes de olvidarse de cualquier detalle. Caminó hacia la puerta, pero a medio camino de detuvo cuando una nueva duda le asaltó— Profesor... ¿Qué pasó con el libro?
—El libro —suspiró —. Era de un amigo de mi familia. Me encantaría tenerlo en mis manos de nuevo...
—Entiendo... ¿cree que esa chica tuvo uno de esos libros?
—Es probable. Langnar, esta información es peligrosa. No lo compartas con nadie.
—Lo prometo.
Salió corriendo con una sonrisa en el rostro y la libreta en la mano, anotando a cada paso los nuevos datos que tenía del exterior, y que más que saciar su curiosidad, la hacían querer saber más y más.
Mar: Lago gigante de agua salada
Desierto: Terreno de montañas de arena
Arena: Tierra blanda, dividida en granos muy pequeños de color blanco o amarillo. También hay en la playa
Playa: Lo que divide al mar de la tierra.
Decidió guardar el resto en su memoria: Los datos de los libros y que su profesor había tenido uno en sus manos. Ya le habían robado la libreta una vez, y si en algún momento la perdía, no quería meter en problemas a la persona que había aclarado varias de sus dudas y había abierto otras. Repitió en su mente la conversación en lo que le restaba de camino a casa, las veces suficientes para no olvidarlo jamás.
Sentía que ese conocimiento la completaba y llenaba un espacio que no sabía que estaba vacío.
Tan inmersa estaba en sus pensamientos que no se fijó en la persona que salía de la esquina por la que debía doblar, y terminó cayendo al suelo de espaldas al tropezarse con la mujer.
—¡Ilse! ¿Dónde te habías metido? —Le regañó su madre, levantándola, agarrada por el antebrazo. De esa forma la arrastró hasta su casa—Tu padre está enojado ¿acaso tienes idea de qué hora es? ¿dónde demonios estabas metida? ¿Qué es esa manera de caminar con un cuaderno? ¿acaso no sabes que esta ciudad es peligrosa? Pareciera que no piensas en nada.
—Pero... —Necesitaba una excusa rápido. Ellos mismos le habían prohibido hablar del exterior. No podía decir que había preguntado al profesor, ni que él le había contestado a todo. Cualquier cosa que soltara les metería en problemas. Mientras era arrastrada al interior, intentaba formular con desesperación una mentira entes de que su silencio la comprometiera aún más— Yo... estaba...
—No seas respondona.
Ya en el comedor, la mujer la soltó. Sentado en su lugar se siempre en la mesa del comedor, estaba su padre, con una cara de ira contenida delatada por una palpitación en su ojo. Permanecieron en silencio un momento, el suficiente para generar una tención tremenda en la pequeña casa.
—Responde ¿Dónde estabas? —La interrogó de nuevo la mujer.
—Me quedé en la escuela. Yo... —Se rascó la nuca pensando en algo— Me quedé para repasar algo de matemáticas... No lo entendía y el maestro aceptó explicarme.
Se quedó callada mientras sus padres se observaban, y luego la miraban a ella.
—De acuerdo. —Fue su padre quien rompió el silencio, con una voz más calmada que no coincidía con su expresión momentos antes— Ilse, está bien que quieras quedarte a estudiar, pero trata de avisarnos para que no nos preocupemos. Puedes pedirle el favor a algún compañero que viva cerca. No es tan complicado ¿verdad?
Ella asintió. Entendía que se preocuparan, pero muchos de sus compañeros se quedaban jugando hasta esa misma hora en que ella había llegado. El sol ni siquiera se había puesto. Sentía que su preocupación era un poco exagerada.
—¿Entendiste bien la explicación de tu maestro?
—Creo que sí.
—Entonces está bien. Sigue trabajando duro.
Volvió a asentir y se sentó en su lugar. Como había tardado, tuvo que comer su almuerzo frio, pero no le importó en realidad. Era un pequeño precio que pagar por la valiosa información que había obtenido.
Toda la tarde su mente voló pensando en el aspecto que tendría el mar, en la vista del cielo desde ahí, y lo hermoso que sería un atardecer. Desde su ventana podía ver los colores del cielo a esa hora. Un naranja precioso que se iba tornando púrpura y finalmente negro. Se había limitado a imaginar la vista del atardecer desde lo alto de la muralla, y a esa enorme bola de fuego bajando poco a poco. Ahora pensaba en cómo se vería perdiéndose entre el agua de ese enorme lago salado.
La noche llegó con su desfile de colores. Solo pudo soñar con el olor a sal que pocas veces había llegado a sentir, la brisa del mar, la sensación de sus pies hundiéndose en la arena y en lo genial que sería nadar.
Caminando esa mañana imaginaba un amanecer en el desierto, con el cielo azul contrastando con el amarillo de las montañas de arena. Paisajes preciosos que solo podía imaginar inundaban su retina.
Su mente por fin conectó con la realidad cuando frente a sí, en su pupitre, descansaba una hoja de examen llena de cosas que jamás en su vida había visto.
—¿Qué es esto? —preguntó en un susurro a su compañero de asiento.
—Lo vimos ayer.
Se dio una bofetada mental. Había estado todo el día pensando en otras cosas, no había prestado atención, y ahora sus padres pensaban que había entendido el tema.
Estaba jodida.
El examen lo pasó rascándose la cabeza con desesperación, intentando hallarle sentido a lo que veía y mordiéndose las uñas porque el tiempo se estaba acabando. Tendría que llevar una hoja en blanco con calificación inmediata y solicitud de firma de los padres.
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